Javier Rioyo
Madrid, cerca del Retiro. Doce, quizá trece, personas en una mesa. La mayoría periodistas "culturales". Convocados por los barceloneses, tan nuestros, tan suyos, de la editorial Tusquets. Sin prisas, pero sin pausas, tal como lo deseó el recordado Toni Lamadrid- y como lo quiere Beatriz de Moura, alma, corazón, presente y pasado de la editorial – nos presentaban al nuevo Director General: Pantaleón Bruguera. Un apellido que está unido a nuestras vidas, nuestros primeros pasos como lectores. El mismo apellido de la editorial dónde leímos nuestros primeros "tebeos", nuestros primeros libros ilustrados. Y un nombre que nos traslada a la evocación de una de las novelas más populares de Vargas Llosa. Placentera cita para hablar de libros, escritores, futuro editorial y convivencia con el libro electrónico, sus bondades y sus incertidumbres.
Y nos enteramos del nuevo premio Nóbel de Literatura. La sorpresa de cada año, precedido por el paseo por los habituales candidatos perdedores, la sorpresa de una liebre que nos despista y la confirmación de la imprevisible- o casi- de los ganadores de éste premio tan importante, tan discutible. Alegrías literarias, como el año que premiaron a Coetzee, que conviven con sorpresas "extra literarias" como el año que premiaron a Darío Fo. La historia del premio tiene luces y sombras mucho más sorprendentes. Y llegó el nombre de Herta Müller. Ninguno, ni uno de mis queridos compañeros, de los máximos responsables, madrileños, de la difusión cultural había leído ningún libro de Müller. Estaba perdida en ediciones de hace años, descatalogada y apenas viva en dos de sus libros editados por Siruela: "El hombre es un gran faisán en el mundo" y "En tierras lejanas".
Nos reconocimos en nuestra ignorancia, nos congratulamos en el cercano placer de poder acercarnos a territorios imprevistos, ignorados, olvidados y seguramente muy enriquecedores. El año pasado el premio fue para la excelencia de un escritor francés: Le Clézio. Novelista con mucho más "foco" que Müller, editado por Tusquets entre otros, y que consiguió pasar de la casi nada a tener unos miles de lectores. Gracias al Nóbel.
Después de la reunión, de nuestro reconocimiento público de la ignorancia literaria de la escritora rumana/alemana, me propuse comenzar la lectura de alguna obra de Müller. Inútil intento, no tuve suerte. Descatalogada, olvidada, perdida en las nebulosas de un mundo tan complicado como la es la vida de un libro en nuestras editoriales, en nuestras librerías. En algunas parece que quedaba algún libro que desapareció por algún lector más rápido que yo. Nada raro. Mañana, hoy, intentaré hacerme con algún libro de Herta Müller. Me gusta que los premios sirvan para descubrirnos parte de nuestras ignorancias. Son muchas y no tienen fondo.