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A través del espejo (2)

Por 8 de octubre de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Marcelo Figueras

La primera respuesta al ¿para qué leer? que consigna Juan Gabriel Vásquez en su libro El arte de la distorsión es prácticamente una no-respuesta. "Leer novelas -dice Philip Roth- es un placer profundo y singular, una apasionante y misteriosa actividad humana que no necesita más justificación moral o política que el sexo". El hecho de que constituya un placer que conecta con una necesidad humana profunda debería, según Roth lo insinúa, eximirnos de buscar mayores explicaciones: se trata, tal como dice, de un misterio, y los mejores misterios, o por lo menos los más duraderos, son los que nunca se develan del todo. 

Pero poco más adelante, Vásquez recurre a una explicación que el mismísimo Roth -aquel que no quería ahondar en la cuestión de las justificaciones- le provee también: "Leo ficción para liberarme de mi perspectiva sofocantemente estrecha de lo que es la vida y para entrar en simpatía imaginativa con un punto de vista narrativo distinto del mío. Es la misma razón por la cual escribo". A continuación de lo cual Vásquez dice: "El lector de ficciones es un inconforme, un rebelde, y la razón de su rebeldía y su inconformismo es la insoportable camisa de fuerza de la vida humana: el hecho de que esta vida sea sólo una -es decir, que no haya otra después de la muerte-, y además sea sólo una -es decir, que no podamos ser más de un hombre al mismo tiempo".

Es decir que, en esencia, leer (y por supuesto escribir) es una diversión, un vertirse, volcarse en un odre distinto del propio. ¿Para distraerse de "la insoportable camisa de fuerza de la vida humana"? Probablemente. El simple hecho de ausentarse de la realidad por un rato produce alivio, sin duda alguna. Pero la persistencia del recurso a lo largo de la historia (de las pinturas rupestres y el relato oral a Dr. House y el Kindle), y el hecho de que haya prestado servicios en circunstancias y culturas tan pero tan diversas, parece insinuar que las narraciones le conceden a la especie algo más hondo, y por lo tanto más entrañable, que un simple divertimento.

Roth habla de "simpatía imaginativa". Ponerse en la piel de otro de un modo tan confortable como el que provee la ficción (con un libro en la mano o delante de la TV, podemos exponernos a los peligros más grandes sin sufrir desventura más seria que un calambre) cumple una función inestimable. Como dice Vásquez, no tenemos más vida que esta y no contamos con otro invento mejor que la ficción para experimentar mil vidas aunque sólo vivamos una. (Por lo menos hasta que la tecnología no encuentre otra manera de vendernos existencias vicarias.) Las ficciones nos han permitido acumular una currícula que no cabría en ninguna solapa de libro: todos hemos sido piratas, reyes, magos, semidioses, conquistadores, superhéroes, santos, detectives, sex-symbols, guerreros medievales -y sigue la lista.

Pero a cambio de esta posibilidad de probarnos tantas pieles sin sufrir daño físico en el proceso, ¿no pagamos un precio? O para ponerlo de otro modo: ¿podemos ser todos esos Otros imaginarios sin cambiar un ápice, o no será más bien que el ejercicio de "simpatía imaginativa" tiene consecuencias sobre sus practicantes? Shakespeare es grande por muchas razones, pero una de las más importantes es, precisamente, su capacidad de "ser" todos sus personajes del modo más convincente. La mayoría de los escritores logra "ser" a fondo tan sólo un personaje, o un tipo de personajes, al que rodea de comparsas de poco espesor que lo ayudan a llevar la trama adelante. En cambio Shakespeare era tan convicente en su representación de los héroes como de los villanos, de las mujeres como de los hombres, de los viejos como de los adolescentes. ¡Pocos sirvientes, nodrizas y personajes secundarios más vívidos se han escrito, que aquellos que entran y salen constantemente de sus obras! 

Volviendo al meollo: la mayoría de las ficciones que hemos leído,

tanto literarias como audiovisuales, no nos hacen gran mella. Se olvidan tan pronto las terminamos. Pero todos podríamos dar cuenta de cuentos, novelas, películas y series que nos han marcado de por vida -que, sin exageración alguna, han contribuido a hacer de nosotros quienes somos.

Leer de verdad, pues, tanto como escribir a fondo, son actividades que suponen abrirse a la posibilidad de ser transformados. Como dice Vásquez, la razón profunda de nuestra adicción a los relatos pasa por la imposibilidad de conformarnos con nuestra piel. Esto no significa necesariamente que no queramos ser quienes somos; más bien quiere decir que queremos ser quienes somos, pero de otra manera. Le demandamos al relato que nos conceda la misma bendición que Jacob le arrancó al Angel, y que Harold Bloom traduce de este modo: más vida. Lo cual tampoco significa una vida más larga, sino una vida más intensa.

 

(Continuará.) 


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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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