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Eder. Óleo de Irene Gracia

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De Madrid al cine

 

 

            Sin un poco de inocencia es imposible disfrutar de nada en la vida. Es lo bueno que tiene el enamoramiento, que te devuelve unos gramos de inocencia y la sensación de que eres el protagonista del mundo. Tiene mucho de película como ya sabemos. En el fondo el cine siempre está intentando crearnos la ilusión de que somos el centro de la historia y que sin nuestras sonrisas y nudos en la garganta nada de lo que ocurre en la pantalla tendría sentido. Por eso, para ver cine, es necesario entregar desde la butaca la poca inocencia que nos quede, rebuscar en los bolsillos toda la calderilla emocional posible. Sería casi malsano estar todo el rato pensando en el esfuerzo y sinsabores que habrá costado encajar las piezas de esa realidad paralela que alguien se ha empeñado en crear, y en lugar de dejarse llevar, estar pensando cómo habrá conseguido el productor ese helicóptero, de dónde le habrá venido el dinero... El espectador sólo tiene que comerse el pastel y no mancharse las manos de harina, porque si se enamora de lo que ve, si traspasa el espejo es que no falta ni sobra nada, aunque falte y sobre con la naturalidad con que hay montañas exageradamente altas y desiertos sin un simple matojo. Pero las montañas desproporcionadas y los desiertos imposibles son cosa de los críticos y de los jurados de los festivales.

            Precisamente escribo estas líneas mientras formo parte del jurado del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva en medio de un festín de películas y de inocencias recuperadas, de risas, sonrisas y algún que otro nudo en la garganta gracias a algunas obras que en mi opinión han logrado que este festival merezca la pena. Sin conocer la trastienda de los festivales, al menos en esta ocasión ha sido una manera de ver mucho en poco tiempo y de disfrutar de cintas que de otra manera habrían pasado desapercibidas. Hoy por hoy los festivales de cine tienen mucho más que ofrecer que, por ejemplo, los festivales de literatura, organizados una y otra vez con las mesas redondas y conferencias de toda la vida, esperando que los escritores saquen al actor que llevan dentro mientras las novelas se empinan sobre la mesa como pueden.

            Qué fácil es ver cine. Incluso la película más cansina la ves repantigado en la butaca, incluso la más larga se tarda en verla menos que en leer un libro, y hasta en la menos lograda, con algo de buena fe, puede uno encontrarse un rayo de esperanza. Cuesta mucho menos opinar sobre una película que hacerla por muy bueno que sea el comentario y muy mala la película. Por supuesto digo todo esto desde la inocencia  que me queda, sin pensar en el desagradable asunto del dinero, las ayudas, subvenciones y las crispaciones que rodean al cine español, porque los espectadores cuando pensamos en el cine pensamos en emociones y en nuestros queridos actores como los homenajeados en Huelva, Joaquim de Almedia y José Luis Gómez, sin olvidar a uno de los más grandes: José Luis López Vázquez, desaparecido hace poco, un cómico que logró devolvernos el dolor y frustraciones del pobre hombre medio español de la posguerra y la transición envueltos en la más tierna ironía.

            Con sus pro y sus contra, es indudable que las ciudades con festival de cine están sacudidas por un cierto encanto. Cannes, Venecia, San Sebastián, Valladolid, Málaga, Huelva... En Madrid tenemos los Goya, pero además el cine ha cubierto esta ciudad de señales y guiños, rastros invisibles que nos vamos encontrando aquí y allá. Le sacamos poco partido a ese mapa que se ha ido dibujando desde La Torre de los siete jorobados, de Edgar Neville, pasando por El pisito, de Marco Ferreri, las añoradas comedias de Fernando Colomo, Abre los ojos, de Alejandro Amenábar o el Día de la Bestia, de Álex de la Iglesia. La cámara tiene el poder de fijar y convertir hasta lo más vulgar en simbólico y ciertas calles y edificios que nos rodean han entrado en el reino de la magia. Por lo tanto, le propongo al Ayuntamiento o a quien corresponda la idea de señalar esos sitios en que se hayan rodado escenas emblemáticas de nuestro cine con placas o mosaicos donde se reproduzcan dichas escenas, monumentos invisibles de nuestra cultura urbana y huellas de nuestra forma de vida, del paso del tiempo, de la inspiración del día a día. El proyecto se podría llamar "Aquí se rodó", acompañado de una guía turística: "De Madrid al cine". Por supuesto no regalo la idea.



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23 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La eficacia del diablo

Diabólicamente eficaces a la hora de preservar sus propios márgenes de poder y de acción. La frase de Felipe González, pronunciada en los mismos días en que se estaba cocinando el acuerdo sobre los nombramientos de altos cargos de la Unión Europea, vale para el todo, pero no es aplicable a las partes. Tiene toda la razón el presidente del Grupo de Reflexión sobre el futuro de Europa al hablar de ineficacia diabólica cuando se refiere al Consejo Europeo y a sus decisiones, pero no la tiene si se refiere a las decisiones en las que están en juego los poderes de todos y cada uno de los representantes de los 27 ejecutivos que conforman el Consejo.

Éste es el caso de los nombramientos. A los 27 les interesa contar con una cúpula de la UE dócil y manejable: un presidente de la Comisión que limite su capacidad de iniciativa y de agitación y actúe como un coordinador y secretario al servicio del Consejo; un presidente del Consejo Europeo que se limite a presidir ordenadamente las reuniones y sea incluso capaz de buscar consensos; y un alto representante y vicepresidente de la Comisión que sea, sobre todo, el coordinador del nuevo Servicio Exterior, a disposición de las políticas exteriores de los 27. Ninguno de los tres personajes debe eclipsar, sobre todo, a los tres grandes: al premier británico, al presidente francés y a la canciller alemana. Y de carambola, tampoco a los no tan grandes, como son el italiano, el español o el polaco. Conocemos perfectamente cómo funcionan las cosas. La eficacia diabólica de que han hecho gala ahora con los nombramientos es la que explicará la ineficacia diabólica que se seguirá en el futuro cuando se quiera tomar decisiones. Lo que ha contado no son las biografías europeístas más brillantes, sino la capacidad de adaptación a las conveniencias de los jefes de Estado y de Gobierno. Conveniencias que son de dos tipos. Las más formales: que se acomoden a los sistemas de compensaciones, cuotas y equilibrios. Y las más de fondo: que se comporten exactamente como quieren los primeros ministros y jefes de Estado. Las designaciones del jueves por la noche de Herman van Rompuy como presidente del Consejo Europeo y de Margaret Ashton como alta representante para la Política Exterior, que se suman a la designación adelantada en junio del presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, han cumplido con buena parte de los primeros requisitos y con la totalidad de los segundos. Hay dos conservadores, el presidente de la Comisión y el presidente del Consejo, y una laborista, la alta representante. Uno de los tres es mujer, una exigencia finalmente perentoria. Los países pequeños, que conforman ahora mismo la mayoría de los socios, están representados por el presidente belga. Falta la componente de Europa oriental. Pero, de otra parte, los tres son de perfil bajo y con unas biografías políticas que no van a hacer sombra alguna a los amos de Europa. No hace falta insistir en el nombre de Tony Blair, con fama y trayectoria oscurecidas por su sumisión a Bush y su apoyo impenitente a las mentiras de las armas de destrucción masiva que condujeron a la guerra de Irak; ni el de Felipe González, que no quería. Basta con citar al finlandés Martti Ahtisaari, premio Nobel de la Paz en 2008 por su labor de mediación en procesos de paz en Namibia, Irlanda del Norte, Aceh y Kosovo; a Joschka Fischer, el alemán que hizo cambiar la política exterior de su país y le implicó por primera vez en operaciones militares de mantenimiento de la paz en el extranjero; o a la ex presidenta de Irlanda y ex comisaria de Derechos Humanos de Naciones Unidas, Mary Robinson. Los interlocutores de Obama y Hu Jintao en la globalidad multipolar que estamos diseñando no serán Durão, Van Rompuy o Ashton, sino que seguirán siendo Gordon Brown (pronto David Cameron), Nicolas Sarkozy y Angela Merkel. En vez de actor global, varios actores débiles y divididos. Una Europa que espontáneamente adopta el lema de la sumisión: el divide et impera que propugnaban los romanos. Europa merecía más, pero deberá conformarse y trabajar con menos. Como ha venido sucediendo siempre. Gracias a la eficacia del diablo. (Enlace con las palabras de Felipe González).



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23 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Agonía jurídica del régimen cubano

 

La intensidad del acoso contra la bloguera Yoani Sánchez -hospedada en El Boomeran(g) desde que recibió el Premio Ortega y Gasset de Periodismo- es un termómetro del umbral de tolerancia que puede permitirse el régimen cubano con sus disidentes. Leyendo sus crónicas de la vida cotidiana el lector puede hacerse una idea de las penalidades sorteadas por el ciudadano cubano para subsistir a la miseria, convivir con la impotencia y soportar la vigilancia de la policía política. Cabe preguntarse cuánto durará la permisividad de un régimen que no tiene previsto consentir semejante ejercicio de periodismo libre. El relato de Yoani, con su veracidad testimonial, corroe las consignas publicitarias del gobierno cubano y ridiculiza la opinión colegiada por las instituciones del régimen con una eficacia que hace de su blog un nudo de tensión narrativa: ¿cuándo durará?  De hecho, el lector puede contrastar dos maneras de entender hoy el periodismo en Cuba: el virtuoso ejercicio de Yoani, seguido a diario por millones de lectores en todo el mundo (incluído desde hace poco el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama), y el nuevo periodismo que Fidel Castro redacta en el diario Granma. Desde su retiro, el Comandante en Jefe ensaya con su proverbial entusiasmo egocéntrico las interpretaciones que más convienen a su posteridad. Que las crónicas de Yoani sean la réplica contestataria y disidente del mandatario cubano nos da una idea de la fuerza y de la fragilidad que esta mujer tiene en la Cuba de hoy.

Ayer pudimos ver en la televisión las imágenes grabadas en una calle de La Habana. El periodista Reinaldo Escobar, esposo de Yoani, tuvo la osadía de poner en práctica un heroico ejercicio de disidencia pacífica: convocar al policía que había secuestrado y golpeado a Yoani Sánchez para conocer el motivo de tan descarnada violencia. La respuesta del régimen no se hizo esperar: una multitud de agentes disfrazados de pueblo cubano se prestó a escenificar el profundo deterioro del castrismo. Exento de posibilidades jurídicas, el régimen organizó ante la mirada estupefacta de medio mundo su último recurso de acción política: el linchamiento.



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22 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Claudio Magris llega a Lima

Claudio Magris. Fuente: EFE/ hoy.es Por cierto, a propósito de visitas de escritores a Lima, Tanque de Casma (Ernesto Carlín) me comentó hace unos días, pero me olvidé de postear, que El Peruano había dado la primicia -que hoy confirma La República- de que Claudio Magris llega a Lima. Así es, señores, no solo Kiss, Oasis, Depeche Mode, The Killers, Metallica o Camilo Sesto (o lo que queda de él) llegan a Lima. También escritores extraordinarios y "nobelizables" como Claudio Magris. A ver quién me guarda sitio.El escritor italiano Claudio Magris llegará a nuestra ciudad el próximo mes para brindar dos conferencias abiertas al público.Magris, considerado una de las figuras más importantes de la literatura italiana contemporánea, ha recibido, entre otros premios, el Príncipe de Asturias de las Letras en el 2004 y se ha desempeñado además como ensayista y traductor de textos de Henrik Ibsen, Heinrich von Kleist y Arthur Schnitzler al italiano. El autor de Conjeturas sobre un sable y candidato al Nobel compartirá la palabra con el reconocido Mario Vargas Llosa durante la primera sesión que se realizará el miércoles 9 de diciembre en el Biblioteca Nacional. En esta cita los destacados narradores debatirán sobre el rol de la novela y su influencia en la cultura y la sociedad.En tanto que la segunda charla, dictada en La Casona de San Marcos el viernes 11, se centrará en la figura del griego Homero



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20 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La ultima estatua

 

 

 

El irónico Lech decía que lo mejor era conservar los pedestales después de haber derribado las estatuas. Era mejor ser precavidos para el ahorro de la comunidad. Vendría otro dictador, otro prócer, otro militar con el que se podría aprovechar el viejo pedestal. A los irónicos nunca les hacen caso. Y hemos perdido muchos pedestales. También, felizmente, muchas estatuas. Me gustan algunas, incluso muchas estatuas. Incluidas las de algunos dictadores. Siempre que no fueran los nuestros cercanos, esos que hicieron que durante muchos años viviéramos peor.

Hoy es 20-N, el día de la muerte de Franco, también el día de la muerte de José Antonio Primo de Rivera y de Buenaventura Durruti. Al anarquista lo sigo mirando con curiosidad, con cierta cercanía y con una muy matizada admiración. A Primo de Rivera con curiosidad y poca simpatía. A Franco con desprecio ético, estético, vital y visceral. Algo que se parece al odio que apenas conocemos.

He venido de Melilla, ciudad que disfruto por muchas cosas, algunos amigos, de curiosa e interesante arquitectura y de una ubicación que hacen de ella la más insólita ciudad española. Una rareza en el norte de Afrecha. Una plaza militar que se convirtió en ciudad civil y que conoce convivencias que en otros lugares son muy complicadas. Algún día hablaré de ella, de su curiosa historia y de algunos de sus personajes.

En compañía del historiador Vicente Moga Romero recorrí algunos de los últimos lugares públicos que en la ciudad recuerdan a Franco y a su ignominiosa victoria de guerra. Aquí se fraguaron muchas cosas. Hoy nadie- al menos no la mayoría- quiere ser la ciudad española que conserva la última estatua de Franco. Ahí sigue, en compañía de otros monumentos que hablan de "una, grande y libre patria". Eso para referirse a la pobre y secuestrada patria que nos arrebataron por la fuerza.

La estatua es tan prescindible como su representado comandante Franco. Disimula con la apariencia de militar tranquilo, casi parece un cazador, un ornitólogo. La cara es de ese estilo pánfilo que siempre tuvo y el gesto es el del asustado que convivía con el taimado. Es una birria escultórica que debería estar en el feo museo de algunos nostálgicos y no a la entrada portuaria de Melilla. Al menos está bastante solo. Deberían quitarlo un día de éstos y no aprovechar ni el pedestal porque sigue la representación en bronce de las "gestas" de  la historia del militar de la estatua. No esperemos a que sea un noble hierro herrumbroso. Mejor que termine como esas estatuas de piedra del poema de Ángel González:

"....Hacia la piedra regresaréis piedra,

indiferente mineral, hundido

escombro,

después de haber vivido el duro, ilustre,

solemne, victorioso, ecuestre sueño

de una gloria erigida a la memoria

de algo también disperso en el olvido"

 

Que se vaya al olvido. Y en compañía de otros.

 

 

 

 

 



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20 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Angeles y escritores (2)

Esa es la razón por la cual los relatos de Goyen pueden ser tan endiablados, tan frustrantes. A diferencia de lo que suele considerarse el paradigma del cuento perfecto, las historias de Goyen nunca cierran artificialmente –no le proveen al lector la catarsis del argumento redondo, que se completa a sí mismo con un ‘clic’ casi mágico.

Jamás sabremos que fue del señor Stevens de El huésped. Ni de la incansable Rhody. Dentro de los confines que marca El enfermero, tampoco se nos dirá qué fue de Chris, ni del narrador mismo.

Para Goyen no es necesario, porque la búsqueda pasa por otro lado. Nada notorio cambiará en el mundo físico, no habrá acciones precipitadas ni resoluciones tranquilizadoras. El cambio verdadero –que más que cambio representa una suerte de certificación- ocurre en el interior de los personajes, en la medida en que acceden a la iluminación a que aspiran.

Los narradores jóvenes, llenos de pasión, de lengua inquieta, van demasiado rápido y avanzan con vehemencia excesiva. Se saltean, a menudo, hermosas, pequeñas señales de cosas que siempre están allí, a su paso, y que el viajero anciano, en cambio, sabe mirar”, dice el enfermero del cuento homónimo. Lo que importa es dar con el signo adecuado, aquel que sintetiza lo que hace falta saber. Esther Cross traduce atinadamente the shape of my patient como la imagen de mi paciente, pero también podemos traducir shape como forma, y de ese modo leer: “La forma de mi paciente –presten atención a esa palabra- se convirtió en el objeto vivo con el que se relacionaba todo lo que sucedía”. Esa forma precisa –la del cuerpo roto de Chris, la del cuento igualmente roto, o imperfecto a ojos del lego- proporciona todas las piezas que nos hacen falta para decodificar no el argumento (¡que no lo hay!), sino el “despertar” del narrador.

Aun los relatos que se niegan a penetrar en la interioridad del protagonista –nunca sabemos exactamente qué ocurre en la cabeza del señor Stevens de El huésped-, nos entregan las claves de la búsqueda. Se trata de un hombre de mediana edad, viudo, que decide vivir en una casa de muñecas a pesar de las incomodidades que esto entraña: la falta de agua corriente, la ausencia de cama que lo relega a una bolsa de dormir. No nos cuesta nada imaginar que Stevens está buscando conectar con su propio despertar, la casa de muñecas es una flecha que remite a la infancia.

Pero aunque el relato se muestre reticente con este proceso (alguien sugiere que Stevens debe pagar el precio que pagan todos los pioneros sacrificados –el mismo Goyen, sin ir más lejos), sí es generoso con los despertares de las señoras Algood y Pace. Estas mujeres, que siendo vecinas no tenían contacto real, logran mediante la intercesión de Stevens –el pionero sacrificado- conectar con sus propios despertares, y algo más: encuentran en la casa de muñecas –es decir, en el cuento- “un lugar donde reunirse”.

Goyen parece insinuar en los hechos que, para aspirar a la gloria imperecedera, un relato debe ser siempre más que un relato. Sus cuentos, por lo pronto, apuntan a producir una doble iluminación: la del escritor y la del lector. El enfermero es transparente a ese respecto. Curran, el narrador, vive en una torre. (Como la proverbial, marfileña del escritor.) Su tarea diaria supone hacerse cargo de cuerpos desarticulados, a los que monta sobre un aparato al que llama “el telar”; resulta inevitable pensar que su objetivo es reconstituir, pues, un cuerpo-tejido que se había deshilachado. “Lo habíamos rescatado para recomponerlo”, reflexiona el narrador-enfermero. “Lo que estaba roto, destrozado, lo uníamos de nuevo en ese lugar de recomposición” que es en este caso el hospital pero puede igualmente ser la casa de muñecas de la señora Algood, el mástil del Ermitaño… o el cuento mismo.

“…esos lugares estaban dedicados, también, a la mente. Porque la mente, liberada, corría hacia delante o hacia atrás, trabajaba en su remiendo, en su regeneración”. El narrador-enfermero establece que la esencia de su tarea es el amor; que esa labor tiene algo de brujería, de hechicería; que mientras ocurre –mientras se concibe, mientras se escribe- se pierde “la noción del vínculo con el mundo” que nos rodea, al punto de descuidar otras responsabilidades; y que si el trabajo llega a buen puerto, no sólo regenerará al paciente-lector: también lo hará con el enfermero –o sea, con el escritor.

Cuando el cuento sale bien, sugiere Goyen, lo que ocurre es una “misteriosa acción doble”, la “maravillosa reciprocidad que se da cuando los humanos nos influimos”. “Así como hay narradores que dicen que nunca se meten en la historia que cuentan –sostiene Curran en el relato, para aventar cualquier duda sobre el asunto-, también dicen que hay enfermeros que nunca sufrieron el dolor de sus pacientes ni se curaron a través de la curación del paciente. …Existe el matrimonio del dolor con el dolor, de la curación con la curación”.

Para Goyen, la literatura es ese matrimonio entre el dolor del narrador y el dolor del lector; pero ante todo, el matrimonio entre la curación del uno y la curación del otro. La literatura concebida no sólo como ejercicio de una de las bellas artes, sino como “una conexión, tejida por hilos y venas y vasos, a través de los cuales los seres humanos pueden comunicarse y contarse todo”.

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(Continuará.)



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20 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fuegos

Una gran ilusión del pensamiento, la ilusión central de la filosofía ha sido hallar un único elemento que lo explicara o comprendiera todo. Dios único fue la solución cristiana. Antes, la solución filosófica fue en Tales hacer del agua el componente de todas las cosas y desde lo húmedo a lo seco discurría cualquier material del mundo. Tales sustituye la diversidad infinita de la naturaleza por una unidad  y una totalidad: contra la tabarra de la biodiversidad a toda costa el agua que lo anega y penetra todo. Hercáclito trató el fuego como tales el agua, aunque de manera más sutil. El fuego del tiempo va del no-fuego (lo helado) al fuego absoluto (el sol, los incendios, las catástrofes debidas al fuego). Los seres calientes son superiores a los seres fríos porque el fuego es creador y trabaja en ellos. El fuego sagrado, hogar, centro, contiene la razón (logos) de la casa, de la ciudad, de la vida, del cosmos. La poesía fue la ciencia de la vida. La vida, la primera escena de la ciencia, el mito la memoria constante del cielo. Es decir la mar y la hoguera gigantescas   



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20 de noviembre de 2009
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El país del anti-turista

Desde que unos señores británicos con tiempo suficiente y fortuna lo inventaron a finales del XVIII, el turismo es el paraíso de lo indeterminado. Lo es, hay que aclarar, cuando se hace bien, sin seguir por el Valle de los Muertos la enseña del paraguas amarillo del guía ni cantar karaoke en los cruceros bálticos. Para ello no es preciso tener los medios ni el séquito del antiguo ‘gentleman'; estamos en la era del ‘low cost', apenas inferior en calidad de vuelo a las grandes compañías aéreas, y perderse en la red de sus autobuses, con una mochila en la espalda, es uno de los modos más seguros de entrar en el corazón de la India.

   El cine ha sido muy turístico desde el principio, por razones fáciles de comprender, aunque sólo unos pocos maestros han viajado bien, sin disparar su cámara con la facilidad aniquiladora del gatillo; Pasolini, Malle, Agnès Varda, Rossellini, y el Orson Welles de sus reportajes españoles son ejemplos distinguidos de viajeros de gran clase, pero ninguno de ellos llegó al atrevimiento de Jim Jarmusch en ‘Los límites del control' (The Limits of Control'). Es doloroso, como lo son siempre las comparaciones, que su película coincida en la cartelera con ‘Si la cosa funciona' (‘Whatever Works'), el último Woody Allen, en la que el gran director neoyorkino, incluso rodando en su ciudad, incurre en escenas de agencia turística (la visita a la Estatua de la Libertad, el Museo de Cera), quizá el inevitable destilado de esa colección de postales bobamente iluminadas que fue su anterior ‘Vicky Cristina Barcelona'.

   Advierto que no soy un incondicional de Jarmusch, lo que traducido en hechos contantes significa que hay algún título suyo del que he prescindido como espectador, algo que nunca he hecho ni haré con Allen. ‘Los límites del control' no está a la altura de las que, a mi entender, son sus obras maestras, ‘Noche en la tierra' (‘Night on Earth') y la aún reciente ‘Flores rotas' (‘Broken Flowers'), faltándole creo el humor -‘deadpan' pero verdaderamente divertido- que ambas tenían y tendiendo más, por el contrario, al un tanto inconsistente trazo de sus primeras y significativas obras, ‘Permanent Vacation' y ‘Extraños en el paraíso' (‘Strangers than Paradise'), que le pusieron en el mapa del mejor cine independiente americano a principios de los años 80. Se trata, sin embargo, de un ejercicio de vaciamiento de la noción de turismo fílmico que, con todos sus defectos de ritmo y sus autocomplacencias de guión, resalta la paradójica verdad de una hermosa frase de Emerson: "Si uno se pone expresamente a mirarla, la luna se convierte en oropel".

   La acción de la película trascurre toda ella en una España de la que Jarmusch no evita clichés. El Solitario matón que encarna con adecuada impasibilidad estatuaria Isaach de Bankolé se sienta a tomar sus expressos repetidos en el Madrid antiguo, toma el AVE en Atocha y se baja en Santa Justa, se detiene ante la Torre del Oro y recorre algunos de los rincones más típicos del barrio de Santa Cruz, sin dejar de asistir, en uno de los más sugestivos momentos del film, al espectáculo de un tablao flamenco. En su trayecto elípticamente criminal, el Solitario visita cuatro veces el museo Reina Sofía y tiene citas o encuentros con personajes disfrazados, en general lo menos logrado de ‘Los límites del control', pese a que esos personajes los interpreten actores de la talla de Bill Murray, Luis Tosar, Tilda Swinton, John Hurt, Gael García Bernal y la libanesa Hiam Abbass, que últimamente sale en todas las películas. Un helicóptero que al final desciende del cielo sin mostrarnos de dónde viene sobrevuela la mayoría de los episodios.

   Jarmusch ha definido, en una entrevista de ‘Film Comment' que traduce en su número de septiembre ‘Cahiers du Cinema España', como "una película de acción sin acción", lo que no es del todo cierto; hay un asesinato, desnudos, niños locuaces, sicarios, y la silueta del edificio madrileño de Torres Blancas, en sí mismo un icono de lo irresoluble y lo ‘unheimlich'. El secreto del trasfondo fascinante de ‘Los límites del control' es su falta de determinación, de norte, de fijeza. Madrid, Sevilla, Almería, son paradas de un recorrido que bien podría llevar al protagonista a cualquier otro lugar de España o América sin por ello dejar de ser un viaje. En este caso, un ‘trip' alucinante voluntariamente rebajado con el frío del juego de las simetrías y los silencios.

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20 de noviembre de 2009
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Perdurar podridos

"Comprendía entonces la significación de la muerte, el amor, las exaltaciones del espíritu, la utilidad del dolor, la vocación etcétera. Pues si los nombres habían perdido para mí su individualidad, las palabras me revelaban todo su sentido. La belleza de las imágenes va  detrás de las cosas, la de las ideas delante de las mismas. De tal manera que la primera cesa de maravillarnos cuando las cosas se alcanzan, mientras que sólo se comprende la segunda cuando se va más allá de las cosas" (IV, 510)

    Enigmático párrafo de la Recherche de Marcel Proust que traduzco algo libremente y que tiene eco en uno de los esbozos de la obra (el clasificado como XLIV: IV, 905-908 de la edición de la Pléiade que vengo citando),  que culmina de la manera siguiente:

   "Pensaba en lo que me había dicho Madame de Guermantes en casa de Madame Verdurin, su tristeza por el hecho de envejecer y me decía que, aunque acaba de percibir el Tiempo, no me entristecía envejecer porque ponía la finalidad de mi vida no detrás  de mí sino ante mí,  no considerándome como una flor que se marchita sino como un fruto que se forma, y que los años que iban a venir no me alejarían de algo que intentaría encontrar."(IV, 908)

   El contexto en el que se inscribe esta reflexión es "la entrada en el Tiempo", la aprehensión concreta del cambio destructor no sólo en el entorno sino en el propio Narrador: "el encantamiento en el que vivía desde mi infancia acababa de romperse: yo también, al igual que todas las personas envejecidas, había entrado en el Tiempo" (IV, 906)

     Y esta entrada en el Tiempo acontece  "en el momento mismo en el que me proponía mostrar claramente, convertir en  inteligible a través de una obra de arte, realidades extra-temporales" (IV, 507-508), es decir: la obsesiva polaridad- a la que aquí me he referido tantas veces-  entre el tiempo de minerales y de bestias por un lado y por otro lado el tiempo paradójico, "tiempo en estado puro" de los tropos del lenguaje, tiempo en el que la imaginación deja de ser asténica y en el que la palabra funciona  sin sumisión a imperativos prácticos, tiempo que retrotrae a la edad dorada, perdida definitivamente para todos los que rodean al Narrador.

  Mas este  descubrimiento de la obra del tiempo no diezma la moral del Narrador, en razón de que ya definitivamente el objetivo de la  obra prima, en razón de que, al igual que la belleza de los nombres va detrás de las cosas mientras que la belleza de las ideas va delante de ellas, los años transcurridos en la esterilidad de la vida mundana, y que ahora vienen de "hacerse visibles", no cierran el destino (como acontecería con un fruto que no hubiera llegado a maduración),  sino  que tan sólo lo anuncian, anuncian la belleza de la obra que está por delante del yo actual del Narrador, efectivamente viejo, pero no a la manera de los antiguos jóvenes descritos en el tremendo párrafo que sigue:

    "Mas entonces los viejos no eran lo que yo había creído siendo niño, es decir, una especie de hombres especiales, de los cuales sabía que habían sido jóvenes sin realmente representármelos tales. Los viejos, eran los jóvenes que había conocido como permaneciendo tales, pero que empezaban a no leer fácilmente, a necesitar gafas, como las hubieran necesitado en su adolescencia tras una enfermedad de los ojos, que tenían ahora un cierto embotamiento de la tez, la vejez casi no llegaba a ser una transformación, era un hombre joven,  que permanecía joven en mi mente, y sin duda en la suya, que a la larga se  podría en la planta como un fruto que no ha llegado a madurar"(IV, 907)

      Así pues, polaridad entre la vejez como fruto que no ha llegado a madurar y la vejez como proceso de maduración. Vejez yerma a la que se hallan condenados los que simplemente se dejan llevar por la continuidad de lo milésimo,  frente a vejez fértil de los que ponen esta continuidad al servicio de la obra. Sólo la obra redime, constituyendo de hecho una falsa alternativa la de consagrarla a "realidades extra- temporales" o  a los efectos devastadores del tiempo. Pues obviamente el primer objetivo sólo tiene sentido, precisamente a través del segundo. Sólo porque la Recherche describe con implacabilidad la ruindad  de  los frutos que perduran sin maduración (nada que ver con los que perecen antes de realizarse) puede proponerse el Narrador, y proponernos a nosotros mismos, escapar a tal destino, fertilizando la imaginación, haciendo que sea "actual" lo no presente, trascendiendo la irreversibilidad "en una metáfora"

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20 de noviembre de 2009
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