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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Kakutani sobre Laura

Fuente: ericchangdesign Michiko Kakutani comenta The Original of Laura, la novela póstuma de Vladímir Nabokov que su hijo Dmitrii -contrariando la última voluntad de su padre y las posteriores negativas de la madre- decidió publicar porque el "zumbido" de Laura seguía en su cabeza. ¿Valió la pena publicar este libro?, se pregunta Kakutani. Nos preguntamos todos. Ella responde así:Was Dmitri right to publish ?The Original of Laura: (Dying Is Fun)?? Do the index cards (reproduced with meticulous care by the publisher, Alfred A. Knopf, in an ingenious punch-out format) represent, as Dmitri has said, ?the most concentrated distillation? of his father?s creativity? Does this fragmentary manuscript constitute the makings of ?a brilliant, original and potentially radical book?? Or does the unfinished manuscript ? like works left behind by Ernest Hemingway and published after his death by his estate ? simply feel like an embarrassing and unfortunate coda to the master magician?s oeuvre? In many respects, the release of a rudimentary version of his last novel does a disservice to a writer who deeply cherished precision and was practiced in the art of revision. Just as ?The Enchanter,? a precursor to ?Lolita? that was written in 1939 and published after his death, reads like a crude, often flat-footed version of its famous descendant, so these fragments of ?Laura? ? so cryptic and sketchy ? represent an incomplete, fetal rendering of whatever it was that Nabokov held within his imagination. Yet, at the same time, these bits and pieces of ?Laura? will beckon and beguile Nabokov fans, who will find many of the author?s perennial themes and obsessions percolating through the story of Philip, an ?enormously fat creature? with ?ridiculously small feet, ? and his wildly promiscuous wife, Flora, who seems to have been the inspiration for a fictional character named Laura. (...) The final irony concerning ?The Original of Laura,? of course, is the fact that its very form ? an incomplete manuscript ? recalls a favorite Nabokovian device: the notion of a set of ?strange pages? or imperfect scribblings found, edited or annotated by another character. This device ? H. H.?s memoir edited and published after his death (?Lolita?), say, or John Shade?s poem, introduced and commented upon by a scholar named Charles Kinbote (?Pale Fire?) ? was not only a clever, postmodernist frame deployed by Nabokov in his endlessly inventive pursuit of complication, but it was also a sort of metaphysical statement on Art and the Artist, a rumination upon the inscrutable mysteries of creation.En fin, no sé uds. pero a mí Kakutani me ha convencido. El libro, tal como ha sido editado, respetando las tarjetas, no será una novela pero es un Nabokov legítimo. Y eso es más que suficiente para mí.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pamuk, ingenuo y sentimental

Orhan Pamuk. Fuente: otras tardes Orhan Pamuk está viviendo por cuatro meses en la Universidad de Harvard para las Conferencias de Poesía Charles E. Norton ("El escritor ingenuo y sentimental" es el título de sus ponencias). Y desde ahí, mientras ofrece un té a los periodistas que han ido a entrevistarlo y un ticket gratuito para ingresar al peculiar museo que ha inventado Kemal, su protagonista, habla sobre El museo de la inocencia, su nueva novela. Dice la nota en Ñ:En El Museo de la Inocencia, la nueva novela de Orhan Pamuk, un personaje colecciona 4.213 colillas fumadas por la mujer que ama. En la entrada del Museo de la Inocencia, el museo real que Pamuk inaugurará el año que viene en Estambul, habrá una caja de vidrio de cinco metros por tres metros con 4.213 puchos verdaderos dentro. En la novela, Pamuk cuenta la historia de Kemal, que vive durante dos meses y recuerda durante treinta años el romance de primavera que le cambió la vida. En una esquina del barrio de Çukurkuma, en la mitad europea de Estambul, Pamuk ha construido un museo y lo ha llenado con los objetos, las fotos y los sonidos con los que Kemal homenajea a Füsun, la prima lejana y pobre que en 1975 interrumpió la placidez de su vida burguesa. "Esto", dice Pamuk, sin aclarar si se refiere a la novela o el museo, "no es un monumento a la vida de Kemal, sino un monumento a su amor por Füsun". Sentado en el living de la casa que la Universidad de Harvard le alquiló para vivir este cuatrimestre, Pamuk, Nobel de Literatura en 2006, enumera entusiasmado los contenidos del monumento: "La cosas que ella toca, las cosas que él le va robando a lo largo de los años... Habrá fotos y sonidos de los barrios que visitan, y una sala especial para el salón del hotel Hilton donde Kemal hizo su fiesta de compromiso". De pronto, una mueca extraña se congela en la cara, y su obsesión se confunde con la de su personaje: "En cualquier caso, el museo no va a estar terminado hasta que yo me muera. Quiero decir: llevo diez años coleccionando objetos para este museo y creo que lo seguiré haciendo mucho tiempo más". (...) Hace un año, cuando se publicó la versión original de El Museo de la Inocencia, los periodistas turcos sólo querían saber una cosa: ¿es cierto que Orhan Pamuk, el Premio Nobel, dejó a su prometida por el amor de una prima adolescente? Los periodistas probablemente sabían que entre Kemal y Pamuk hay muchas diferencias, pero las coincidencias los ponían como locos: ambos habían crecido en la burguesía turca de la posguerra ?modernizante pero elitista, secular pero encapsulada?, habían sido alumnos del bilingüe Robert College y ambos, después de disfrutar con culpa los beneficios de la clase alta, habían decidido, como el Zavalita de Conversación en la Catedral, abandonarla. Pamuk, paternal, reconoce el interés ?"está en la naturaleza de la novela que el lector crea que tú eres el héroe", dice? y niega los rumores, pero admite su cariño por Kemal: "Es un tipo normal, inteligente, burgués. Yo era así", recuerda Pamuk, otra vez sentado en su sillón. "Pero algo pasó, me caí de esa clase. Primero fui izquierdista, después elegí el camino de la cultura. Pero sobre todo elegí ser un individuo, diciendo mis cosas, haciendo mis cosas. En eso me identifico con Kemal, porque él también hizo lo que quiso. Prefirió ser un individuo antes que seguir las reglas y los privilegios de una clase social". En la página 629 del libro hay un dibujo de un rectángulo donde dice, arriba, "Museo de la inocencia", y, abajo, "Válido para una sola visita". A partir de julio de 2010, quienes compraron el libro podrán ingresar al museo usando su ejemplar como entrada. Pamuk, que finalmente se ha reconciliado con la idea de hablar del museo, se divierte abriendo un ejemplar: "¡Esta es la entrada!", dice, riéndose, golpeando la página con un ruido sordo. "¡Los que compraron el libro, los que van a entender los objetos que estarán ahí adentro, tienen entrada gratis!". El entusiasmo de Pamuk es conmovedor: el novelista, ese imitador del mundo, por fin ha cruzado el umbral.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Crecer de golpe (6)

A los cultores de ambas disciplinas artísticas nos vendría bien discutir de verdad sobre esta crisis que nos afecta a todos, relegando tanto a la literatura como al cine a una estantería marginal de la tienda, donde ya ni deslumbran y peor aún: ni siquiera molestan, después de haber ocupado durante tanto tiempo el escaparate principal. En este contexto, el enfrentamiento de aquella noche en la Villa Ocampo se parece menos a “la primera gran polémica” de la que hablaba Silvina Friera que a una oportunidad perdida.

         En estas últimas décadas, cine y literatura han resignado parte de la relevancia que tenían en la vida de la gente, y por extensión en la cultura. Y cada vez que se roza la cuestión se le echa la culpa a las dificultades económicas, a la decadencia de los medios culturales, a la intromisión de las nuevas tecnologías y los cambios en las costumbres sociales, entre tantas otras excusas, pero nunca se habla de lo que deberíamos hablar. Porque ninguno de nosotros puede hacer nada para sanear la economía, ni para frenar el avance de la tecnología ni para preservar las viejas costumbres. Lo que sí podríamos hacer sería crear medios culturales que no operen como club de amigos ni le vendan a la gente que ese bodrio invisible o ilegible es, tal como suelen pretender, una obra maestra. Lo que sí deberíamos hacer es dejar de sugerir que la gente se ha vuelto idiota y plantearnos qué es lo que nosotros –escritores, cineastas- estamos haciendo mal. Preguntarnos por qué no estamos escribiendo ni filmando las historias que tanta gente no lee ni ve hoy, no porque no quiera, ni porque no esté en condiciones de apreciarlas, sino más bien porque no existen.

No es la economía, eso está claro. Ni tampoco el mercado. Ni mucho menos es culpa del público.

         Los que estamos en falta, los que no alcanzamos la altura de los tiempos, somos nosotros.

         Por eso no tiene sentido buscar respuestas simplistas. (Ni historias lineales ni historias deconstruidas, ya que cualquiera de las opciones puede ser resuelta desde la modernidad más inclaudicable: ¡la cuestión pasa por otro lado!) Ni sentirse reconfortado porque al otro gremio le va un poco peor que a uno, o ha perdido el favor de los Arbitros de la Moda. (Esto me hace acordar a District 9 de Neill Blomkamp, donde los sudafricanos negros parecen contentos de que haya aparecido alguien –alienígenas, en este caso- que se ubique en un sector de la escala social todavía menos agraciado que el suyo.) Y tampoco se trata de crear pensando en el público como oposición a la creación solipsista que abunda, como sugería ‘Un internauta aburrido’ en su comentario; aunque sí se trataría de crear un poco menos desde el ego, como recomendaba Mayté, de tal modo de que la antena del artista perciba algo más de lo que lo rodea, en lugar de seguir pataleando para que se le conceda a sus berridos la categoría de arte.

         El imperativo es buscar una solución a esta crisis que ante todo es creativa, y asumir además que, si buscamos en sociedad con los artistas de enfrente, la salida debería aparecer más rápido y sernos útil a todos, escritores y cineastas por igual, moradores de ese campo “infinitamente común” del que hablaba Llinás.

         La primera gran polémica –de la Villa Ocampo, pero ante todo del siglo- sigue pendiente.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las puteadas de Fogwill

Rodolfo Fogwill. Foto: Julieta Cecchi. Fuente: no retornable Hace poco, Mario Bellatin colgó en su ajetreado perfil de Facebook una nota en hebreo donde hablaban -debe suponerse- de su obra, con una foto enorme. La nota tenía también un pequeño círculo donde se veía a Fogwill. Un comentarista dijo: "Las puteadas de Fogwill se entienden hasta en hebreo" Ja! Estuvo bueno el chiste. Y sí, pues, las puteadas de Fogwill amenazan con hacerse más famosas incluso que sus novelas. La feria del Libro de Santiago de Chile ha sido testigo de algunas "citas citables" Dice suplemento Ñ:De visita en la feria del libro chilena, el autor argentino Rodolfo Fogwill criticó a los escritores que no logran escribir con facilidad y rapidez. En el marco de su visita a la Feria Internacional del Libro de Santiago, dijo: "Esos boludos, esos huevones que dicen que tienen 'el terror de la página en blanco', aunque ahora se usa la pantalla, y que la llenen con los dedos, no sé, que dibujen algo, que pongan una porno en Internet si les da terror una página en blanco". Autor de "Vivir afuera" y "Runa", Fogwill aseguró que "si uno tiene algo para decir, lo puede decir en 20 minutos". Sobre lo mismo, alardeó que en su vida tuvo etapas de escribir diez horas al día, especialmente cuando "trabajaba mucho haciendo informes de opinión pública de marketing, de desarrollo de productos, discursos de diputados, cualquier pavada, por dinero". El escritor admitió que en esa época fue "bien prostituto" en sus convicciones, pero que de aquel período le quedó "la cosa de escribir ocho o doce horas, lo que en literatura es inútil". Los alardes de Fogwill circularon por la Feria del Libro de Santiago paradójicamente después que el también escritor argentino César Aira dijera que en su país todo hombre es un megalómano.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Seres de la sombra

Después de lo ocurrido el pasado viernes, he decidido sacar a la luz

una serie de fotos de personas que me vigilan y acosan. Mi relación con el cine siempre fue desde las butacas, en la penumbra de una sala donde se escuchaba el sonido de un viejo proyector. Se mantuvo así hasta que comencé a vivir mi propia película, una especie de thriller de perseguidores y perseguidos, donde me toca a mí escapar y esconderme. El motivo de tan repentino cambio de espectador a protagonista ha sido este blog, ubicado en ese amplio espacio -tan poco abordado por el celuloide- que es Internet. Me desperté hace dos años con ganas de escribir el verdadero guión de mis días y no la comedia rosa que mostraban los periódicos oficiales. Pasé entonces de ver las películas a habitarlas. Tengo mis dudas si algún día veré bajar el telón y podré salir viva del cine. El largo filme que vivimos desde hace varias décadas en Cuba no parece cercano al momento de mostrar los créditos y apagar la pantalla. Sin embargo, los espectadores ya no están tan interesados en la cinta interminable que le muestran los proyeccionistas autorizados. Más bien parecen cautivados por la visión de quienes toman un blog o una página en blanco y graban en ellos las preguntas, frustraciones o alegrías de los ciudadanos. Creyéndome Kubrick o Tarantino, he comenzado a dejar testimonio de esas criaturas que nos vigilan y acosan. Seres de las sombras, que como vampiros se alimentan de nuestra alegría humana, nos inoculan el temor a través del golpe, la amenaza, el chantaje. Individuos entrenados en la coacción, que no pudieron prever su conversión en cazadores cazados, en rostros atrapados por la cámara, el teléfono móvil o la retina curiosa de un ciudadano. Acostumbrados a acopiar pruebas para ese expediente que todos tenemos en alguna gaveta, en alguna oficina, ahora les sorprende que nosotros hagamos el inventario de sus gestos, de sus ojos, la meticulosa relación de sus atropellos.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Eduardo Halfon, Premio José María de Pereda

Eduardo Halfon y yo cuando todo era felicidad. Fuente: moleskine ¡Bravo, Eduardo! Los B39 estamos de fiesta. Nuestro queridísimo amigo Eduardo Halfon, una de las personas más estupendas que conozco, además de gran narrador, ha ganado el Premio de Novela Corta José María de Pereda, dotado con 30,000 euros, con la novela La pirueta. Eduardo es un escritor guatemalteco, autor de El ángel literario (Anagrama) y El boxeador polaco (Pre-Textos), que participó del Bogotá39 y tiene como hobbie comprar calzoncillos Calvin Klein en Aventura Mall, en Miami, acompañado del también premiado B39 Andrés Neuman. Tengo datos más oscuros y obscenos sobre su vida, pero como él tiene 30,000 euros en el bolso podemos conversar al respecto. Dice la nota: El escritor guatemalteco Eduardo Halfon ha ganado el Premio de Novela Corta José María de Pereda, dotado con 30.000 euros, con la obra "La pirueta", en la que relata el viaje que emprende un hombre desde su Guatemala natal hasta Serbia tras el rastro de un amigo. Además, la colección de relatos "Las chicas terribles", del madrileño Pablo Vázquez, ha obtenido el Premio de Cuentos "Manuel Llano", y "Abierto", de Juan Marqués, ha sido galardonado con el Premio de Poesía "Gerardo Diego", dotados con 6.000 y 12.000 euros, respectivamente. Así lo ha anunciado hoy, en rueda de prensa, el consejero de Cultura del Gobierno de Cantabria, Javier López Marcano, quien ha dado a conocer el fallo de los tres certámenes literarios que anualmente convoca su departamento. Según la escritora Almudena Grandes, que ha actuado como portavoz del jurado del premio de novela, "La pirueta" es una obra "muy original" que cuenta la "historia de un viaje, de una amistad y, en definitiva, de una obsesión". Su protagonista, ha explicado, es un guatemalteco, muy consciente de lo que significa vivir en un país apartado de los lugares donde se toman las decisiones, que conoce a un pianista serbio, que le fascina por su personalidad y también por su forma de interpretar la música de Thelonius Monk. Eduardo Halfon, que ha publicado, entre otras obras, las novelas "El boxeador polaco" y "El ángel literario", relata la aventura que le llevará hasta Serbia en su búsqueda. Para Almudena Grandes, "La pirueta" es un libro "muy bien escrito, con un tono melancólico muy especial" y un ganador "estupendo" para un premio que en varias de sus ediciones ha quedado desierto. Junto a ella, han otorgado el premio, por unanimidad, los escritores Andrés Trapiello y Carlos Galán y el editor Manuel Ramírez.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pensar o conocer

La multinacional Thomson Reuters ha lanzado el definitivo eslogan de la época. Un eslogan  que define a la perfección el alma de nuestro tiempo. Su lema, a modo de formidable profecía, sentencia:  "The end of think. The beginnig of know" "El fin del pensamiento, el principio del conocimiento ¿Puede filosóficamente dividirse una categoría de otra? Puede que no filosóficamente y mediante un rigor tajante pero el agua que comunica sus orillas, totalmente mezclada en otros tiempos, empieza a presentar sus diferencias de personalidad y valor práctico. Pensar es demasiado lento para ejercer una acción, con el conocimiento actualizado, en cambio, la intervención vuela.  La ponderación del bien o el mal, lo relativamente positivo o lo relativamente negativo se reemplaza por el conocimiento efectivo y neto, lo oportunidad gana a lo meditación, lo eficiente a lo vacilante o menos productivo. El pensamiento, por su propio carácter, duda y se balancea. El conocimiento, por el contrario, ilumina el objetivo y  lo alancea.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El peligro alemán

Margaret Thatcher y François Mitterrand se llevan la palma, a los 20 años del memorable acontecimiento. Se supo entonces, pero se ha confirmado todavía más ahora. Pero no estaban solos. Al contrario. Fueron muchos los que acogieron la caída del Muro con serios reparos, que fueron creciendo a medida que el horizonte hasta entonces lejano de la unificación alemana iba acercándose a toda velocidad. En España hubiera habido mayoría en contra si se hubiera puesto a votación entre los dirigentes políticos a derecha e izquierda. Helmut Kohl ha evocado con agradecimiento el caso excepcional de Felipe González.

La mayoría de los políticos españoles del momento hacían suya la frase del escritor François Mauriac, que no de Mitterrand como se ha dicho: estaban tan enamorados de Alemania que preferían que hubiera dos. Una Alemania unificada, nos decían, volvería a las andadas. Toda Europa marcaría el paso de la oca al compás de sus tambores. Regresarían el nacionalismo y el militarismo, incluso el antisemitismo. Quizás un nuevo Hitler surgiría de las sentinas de la sociedad alemana. Todo eso no era más que una enorme demostración de conservadurismo político, estrechez moral y miseria intelectual. Y también de un curioso prurito historicista, profundamente perezoso, que sólo sabe ver el futuro como repetición de un pasado convertido en mito inmutable. Aunque los hechos han desmentido todos y cada uno de los temores, vale la pena hacer un rápido balance de lo que ha sucedido en estos 20 años respecto a los miedos europeos ante el regreso de Alemania. Para empezar, no tenemos una Europa alemana, sino una Alemania europea, tal como quería Kohl. La unificación alemana ha traído también la unificación europea, que arrancó inmediatamente con el ingreso de los países que habían sido neutrales en la guerra fría, Austria entre ellos. Ante este movimiento, también hubo quien se echó las manos a la cabeza: otra vez la Anschluss o anexión de Austria, como en 1938. No ha sido así, al contrario. Austria es un socio europeo más, que comparte la moneda con Alemania, pero desarrolla su vida política propia con total independencia de Berlín. El euro es la moneda de 13 países y no una nueva denominación del marco alemán. El miedo a una continuación de la llamada zona marco, en la que la moneda más fuerte actuaba de cabeza de la serpiente monetaria europea, ha quedado desmentido por los hechos. El Banco Central Europeo no es el Bundesbank y el euro no es un disfraz del marco. La renuncia de Alemania a su soberanía monetaria es el precio contante y sonante con el que Berlín ha pagado por el apoyo a la unificación. La extrema derecha nacionalista tampoco ha renacido ni lo ha hecho el racismo xenófobo y antisemita, como los agoreros más truculentos se empeñaban en profetizar. Hubo en los primeros años algunos incidentes, a veces trágicos y con víctimas mortales, con trabajadores extranjeros, pero no en mayor medida, quizás incluso menos, de lo que se registran en otros países. Tampoco ha habido resurgimiento alguno del militarismo como fruto de la unificación y de la salida de las tropas soviéticas. El Ejército alemán ha participado por primera vez en misiones en el extranjero, fruto de una decisión tomada por un Gobierno rojo y verde, con un ministro de Exteriores como Joschka Fischer al frente, primero en los Balcanes y ahora en Afganistán. Y no ha pasado nada. Los sucesivos Gobiernos alemanes se han entregado con toda franqueza a la construcción europea y no han sido ellos, sino sus vecinos holandeses, franceses, irlandeses, polacos y por supuesto británicos, quienes han aprovechado las sucesivas reformas para poner obstáculos y barrer hacia casa. Se ha notado, es cierto, un repliegue nacionalista en toda Europa, pero no ha sido obra de los alemanes, sino de los socios de siempre. Alemania ha sido un jugador leal y europeísta en un momento de depresión y desaceleración en la construcción europea. La ampliación, con la que los británicos buscaban diluir la UE, ha sido muy interesante para Alemania, pero por razones sobre todo económicas. La lengua alemana y la influencia cultural han menguado en todo el centro de Europa, pero no las inversiones ni el comercio. Una razón adicional para desmentir los temores de quienes blandían los espantajos del hegemonismo y del expansionismo. La capitalidad de Berlín, que también fue esgrimida en algún momento como alguna forma de inconveniente, ha enriquecido a toda Europa, que cuenta con un nuevo centro cultural y político de enorme dinamismo y extiende así la influencia europea hacia el profundo Este europeo. En la urbe prusiana repite mandato Angela Merkel, hija directa de la unificación y la primera mujer que preside un Gobierno alemán. Todo contribuye a que los 20 años de la Alemania unida sean un motivo de alegría y de esperanza para todos los europeos.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gripes

En días como estos, poblados de gripes y sus parecidos, se plantea el dilema de o bien acudir al trabajo puesto que el malestar físico todavía no cuenta con la legitimación de un firme diagnóstico médico o no acudir, simplemente porque uno mismo no se encuentra bien para nada, ni para trabajar, ni para divertirse, ni para conversar, ni para ver la tele.

 Sin embargo el trabajo es un asunto de importancia capital. El trabajo, que í contiene etimológicamente la palabra de un instrumento de tortura, es por definición bíblica una penitencia. Rehuir el trabajo es eludir la penitencia y con ello aventurarse a la  trasgresión y en el mismo pecado. ¿Compensa no ir a trabajar por sentirse mal y sin mediar sentencia médica? ¿Compensa ir a trabajar en malas condiciones físicas, lesionado y en consecuencia incompetente para rendir como Dios manda?

Las dos ecuaciones se cruzarían sin trastornos si nuestra tradicional educación cristiana no incluyera la culpa y la inocencia pero es ya imposible entre gentes curtidas en el castigo y la purificación, el deber y la obediencia divina, no sufrir esta vacilación en estos tiempos de gripes donde la posible dolencia llega a ser un extraño artefacto de martirio, martirio sin fin, martirio sin finalidad, martirio de la confusión en un cuerpo que no dice ni que sí ni que no con claridad al sagrado cumplimiento de su debida penitencia.



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11 de noviembre de 2009
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Sobre los muertos

Nos faltan testimonios del más allá, otra pérdida que añadir a la de la muerte. Dejando al margen cuestiones más metafísicas (la forma del cielo, el empleo del tiempo dentro del limbo, el grado de calor en las calderas de Pedro Botero, la complacencia exacta de las huríes), sería bueno saber, por ejemplo, cómo se sienten los muertos instantes después del rito funerario en el que les hemos acompañado siguiendo, en la mayoría de los casos, sus propias indicaciones. Hay personas crédulas que recurren al espiritismo para seguir el diálogo con sus seres queridos fallecidos, y algunas dicen haber sostenido conversaciones de lo más interesante con ellos; la única vez que uní en torno a un velador mis manos con las de otros espiritistas convencidos oí, en efecto, una voz familiar, pero lo que dijo fue un ‘taco' desconcertante.

    El domingo pasado, al amanecer, tuve un sueño. No pensaba yo ir en ese Día de los Difuntos al cementerio madrileño de la Almudena, donde hay tumbas que guardan los restos de dos de las personas que más he querido en mi vida, Juan Benet y Vicente Aleixandre. Se forman colas en la entrada y en las calles del camposanto, pero sobre todo no quería encontrarme en el ‘metro' y en los aledaños con los trasnochadores de la tribu urbana, cada año en mayor crecimiento, que mima con atuendos y maquillajes mortuorios el Halloween, la fiesta más postiza que conozco. El sábado era imposible caminar por Madrid sin encontrarte a cada paso con esos ‘impersonators' un tanto pobres del ‘gothick' norteamericano.

   En compensación onírica, tal vez, a mi decisión de no honrar físicamente a los muertos, el subconsciente me llevó a un panteón con sus grandes puertas abiertas donde varios desconocidos vivos daban la impresión de estar buscando algo que no encontraban. Les compadecí levemente y seguí mi camino, seguro de encontrar, yo sí, a mi difunto. Al llegar ante el portón, sin embargo, di uno de esos saltos vertiginosos que tan cinematográficos hacen los sueños; de repente no estaba en el cementerio sino en la campiña, como si una grúa o un globo aerostático me hubiese transportado en cuestión de segundos al centro de una pradera. Allí pues estarían los huesos de mis allegados, como los de los fusilados del franquismo que ahora empiezan a removerse en Granada. Ni rastro de lápidas, ni siquiera una piedra blanca modesta como la que señala, en el cementerio de Larache, la tumba de Jean Genet. Nada. Ese campo soñado era hermoso, pero como estaba desguarnecido (ni césped tenía) empecé a sentir una angustia no menor que la que había visto en el rostro de los desconocidos del panteón. De repente llegó el viento, y ya se sabe que el viento y la lluvia a menudo nos sacan del abatimiento con su golpe. No fue así esta vez. El viento llegaba cargado de partículas que se me metieron -sigo en pie en la pradera, más que entre las sábanas de mi cama- por los ojos, haciéndome llorar, y no de pena. Así me desperté, consciente de haber sido cegado por las cenizas de muchos cadáveres.

     Por respeto a quienes, también en número creciente, defienden la práctica de la cremación antes que la sepultura, me abstengo aquí de decir lo que al respecto siento y ya alguna otra vez he manifestado por escrito. Es más ecológico, tal vez, y más radical para la cura de los sentimientos, que el cuerpo se vea reducido a cenizas luego guardadas en una cómoda o dispersadas junto al acantilado, pero yo, simbolista también ante la muerte, prefiero ir a un lugar donde presiento que hay alguien latiendo sin voz. Y hay partes tan hermosas en los cementerios madrileños. Los de San Justo y San Isidro son los más literalmente románticos de todos, pero yo llegué a Madrid cuando ya no se enterraba allí, por lo que mis muertos de la capital están en la Almudena, tanto en su zona llamada Este como en la Civil, adosada de modo discreto en uno de los laterales de la Avenida de Daroca.

   Cuando uno se acerca a la edad en la que, según los versos de Borges, se hace evidente que "Morir es una costumbre / que suele tener la gente", resulta inevitable recordar las bajas sufridas. No pude acompañar, por estar viviendo temporalmente fuera, los restos mortales de Rafael Conte, José-Miguel Ullán y Eduardo Chamorro, amigos literarios fallecidos en los últimos meses. Creo que los tres fueron incinerados, pero eso no me impide hacer mis ceremonias. Cuando voy por Alfonso XII en dirección a Atocha pienso en la casa de libros de Conte, al pisar la de Cartagena me viene la imagen de mi tantos años vecino Ullán, y por Eduardo, el más añorado de los tres, brindaré siempre que vaya al bar donde solía encontrármelo, el Hispano.

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11 de noviembre de 2009
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