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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El lamento del perezoso

 

 

 

Imaginemos un tipo que se pasa más de cuarenta años escribiendo sin que nadie le haga el menor caso. Para sobrevivir durante ese largo periodo de tiempo, y pagarse su voluntad de seguir escribiendo, ese autor de suerte esquiva habrá tenido que ejercer toda clase de oficios absurdos, incluido el que mecánico de bicicletas.

                Puestos a imaginar situaciones inverosímiles, pongamos que el susodicho autor, que por más señas es norteamericano, ve uno de sus libros traducidos y publicados en una diminuta editorial de una ignota provincia del imperio. Y que, por aquellas cosas que pasan, el libro se abre paso en la jungla literaria y termina siendo un fenómeno editorial con ventas millonarias en medio mundo. En cuyo caso cabe plantearse: ¿qué clase de obra publicará ahora ese hombre que de la noche a la mañana ha dejado de ser una oscura rata de biblioteca  y es ahora  una celebridad mundial?

                Seguro que, planteada la cuestión a escritores, editores, críticos y demás profesionales que viven del libro muy pocos, o por mejor decir, a ninguno se le ocurriría describir algo semejante a El lamento del perezoso.

                No pretendo decirle a nadie, y menos a un tipo como Sam Savage, cómo debe escribir sus libros, pero cualquier lector con criterio advierte que aquí concurren varios factores adversos, empezando por la imagen elegida como metáfora del protagonista. Porque el perezoso, ya sea en su vertiente animal o humana, merece de entrada toda la simpatía del lector. Pero, al menos en la versión humana, es complicado hacer de él un héroe, ni siquiera en la acepción moderna del antihéroe, debido a la conciencia judeocristiana que conforma al lector medio. Quiero decir: el perezoso humano suscita un primer reflejo de simpatía, o como poco de comprensión, si, como la cigarra, elige la inacción mientras la laboriosa (y odiada) hormiga se labra un sustento para los tiempos duros. Pero - y aquí se pone en marcha el mecanismo de la conciencia moral  del lector - el perezoso se convierte automáticamente en un pelmazo si se lamenta cuando le llegan los tiempos malos porque, al fin y al cabo, él se lo ha buscado.

                El agravante, en el caso del planteamiento de Sam Savage, es que Andy Whittaker, el antihéroe, no es un vago sino un perdedor tan arquetípico que desde las primeras líneas  queda muy claro que no tiene la menor posibilidad de sobrevivir. Con el agravante de que su problema no es la pereza sino la calamidad, es decir, ser un calamidad que no sabe administrar la herencia con cuyas rentas pensaba financiarse la escritura, como tampoco sabe administrar la desproporcionada inversión de trabajo y tiempo en una precaria e insignificante revista literaria de provincias, o en las novelas y cuentos que le han de dar la gloria. Por si fuera poco, ni siquiera administra bien sus relaciones sociales, profesionales y sentimentales, demostrando una rara habilidad  para decir o hacer lo que no debe, y para callarse y no hacer cuando una palabra a tiempo, o un gesto, podrían haberle salvado.

                Curiosamente, El lamento del perezoso resulta entretenida de leer porque, dejando de lado su toma de partido moral, el lector tiene un papel muy activo: se trata de un relato epistolar, montado exclusivamente a partir de las cartas que escribe el desgraciado Whittaker durante cuatro meses. Sus corresponsales son inquilinos que no sólo no le pagan sino que le acosan con toda clase de bajezas;  presuntos colaboradores de la revista, con los cuales tiene una divertida relación de amor odio; peleas con la ex esposa que le abandonó y que le exige destempladamente la pensión; la hermana y la madre, con las que mantiene un doloroso litigio. O incluso una ex amante a la que logra ofender tontamente ganándose a cambio una puñalada que le sangrará lo (poco) que le queda de vida. Son como miles de pinceladas en un lienzo progresivamente cargado de significación y cuya figura final es el lector quien la compone.

 El siempre agobiado Andrew Whittaker dice en algún momento que tiene un montón de novelas en la cabeza y que debe ir dándoles salida para llegar a las más significativas. Podría ser una metáfora del propio Savage, o una promesa de futuras sorpresas tan agradables como lo fue  Firmin, la novela sobre una rata de biblioteca que lo lanzó a la fama tras ser publicada por Seix Barral.

 

El lamento del perezoso

Sam Savage

Seix Barral



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30 de diciembre de 2009
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Tras la física

El físico Erwing Schrödinger, celebre por las ecuaciones que en Mecánica cuántica llevan su nombre,  sostenía que uno de los rasgos que singularizan a la civilización griega es la convención de que el conocimiento del orden natural transforma al que accede al mismo, pero no modifica el objeto u objetos conocidos (aspecto por el cual se establecería desde el origen una diferencia entre la ciencia,  animada por objetivois de pura inteligibilidad y lo que hoy denominamos técnica). Schrödinger era tanto más sensible a las implicaciones de esta creencia, a su peso en la historia de nuestra relación con la naturaleza, cuanto que la disciplina que profesa tiene irrefutables pruebas de que no siempre la cosa es así, que en ocasiones el hecho de determinar una determinada propiedad de un objeto implica excluir que en ese objeto se de ya con precisión otra propiedad que antes tenía. Pero bueno es detenerse  en la vertiente subjetiva del asunto, en el hecho siempre reconocido de que el conocimiento transforma al que accede al mismo, para preguntarme esencialmente: ¿hasta qué extremo?

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30 de diciembre de 2009
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III. Traspasando las barreras

Como la fama da también poder político independiente, Jenny Sanford tiene ya su propia candidata a gobernadora de Carolina del Norte, Nikki Haley, para suceder en el cargo al marido, golpeado en su imagen por la crisis de infidelidad, y bajo acusación por diversos cargos de corrupción; y nada descarta que ella misma se lance en persecución de algún puesto público en el futuro.

Y he aquí otro ejemplo, quizás mejor. En el otro extremo del espectro de asuntos explotables para el mercado, está el caso de una pareja de arribistas consumados, Tareq y Michaele Salahi, de Virginia, condueños y herederos de una vinatería quebrada, perseguidos ferozmente por sus acreedores a través de acciones judiciales y metidos en deudas morosas hasta con el peluquero de Michaele. Su fama viene de que ambos se las arreglaron para colarse entre los cuatrocientos invitados oficiales a la fiesta de gala que el presidente Obama y su esposa Michelle ofrecían en la Casa Blanca en honor del Primer Ministro de la India, Manmohan Singh.

Tareq se vistió de etiqueta y Michaele, para hacer mérito a la ocasión, con un sarí típico de la India, y no tuvieron dificultades en traspasar las barreras de seguridad impuestas por el Servicio Secreto para controlar la entrada de los asistentes a los actos en la Casa Blanca, controles que suelen ser generalmente severos.

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30 de diciembre de 2009
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Casablanca

Para muchos que no la conocen o la comparan con Marrakech o Tánger, Casablanca tiene más nombre que realidad y más leyenda que enjundia. No es ésa mi opinión. La película de Michael Curtiz es un clásico del romanticismo ‘hollywoodiense', y aunque su equipo de rodaje y sus míticos actores jamás pusieron los pies en Marruecos, el halo de la niebla en el aeropuerto (en realidad el de Los Ángeles) y la música del Rick´s Café, de ‘La Marsellesa' y de ciertas frases dichas en unos estudios de California por Ingrid Bergman, Humphrey Bogart, Peter Lorre y Claude Rains, parecen superponerse a esta grandísima, un poco caótica y enormemente atractiva ciudad.

       Casablanca tiene de todo, pero hay que ir a buscarlo entre el espeso tráfico y la densidad de sus seis millones de habitantes. Sus playas, en especial la de Aïn Diab, son tan espléndidas (bravas de mar y finísimas de arena) como las del resto de la hermosa costa atlántica que va desde Asilah a Sidi Fini. Su antigua medina, sin estar desde luego al nivel de la de la cercana Rabat, ofrece el laberinto intrincado que se espera y una oferta comercial algo más barata de lo habitual; dentro de sus murallas, y cerca de la elegante Puerta de la Marina, se encuentra la mezquita dieciochesca de Jamáa El-Hamra. La ciudad cuenta también con otro zoco más moderno y pintoresco en el interior de la medina moderna, el llamado Barrio de los Habous, edificada en los años 1920 al lado del Palacio Real. Y luego hay en Casablanca dos cosas inencontrables en ninguna otra ciudad del país: la extraordinaria y muy numerosa arquitectura Art Déco (sólo comparable, a mi juicio, a la de Bruselas y Riga) y un hito que no diré que es una obra de arte pero sí constituye uno de los mayores espectáculos del mundo del exhibicionismo religioso: la Gran Mezquita Hassan II.

    A pesar de su gran tamaño, Casablanca es además una ciudad transitable a pie, en una amplia zona urbana, siempre que uno tenga buen calzado y piernas favorables. Se puede ir, por un lado, en dirección al mar, partiendo de la plaza central de Mohamed V, bordeando o atravesando la Antigua Medina y llegando a la zona portuaria para visitar la Gran Mezquita; en dirección opuesta, hacia el sureste, se haría el recorrido arquitectónico Art Déco, no sólo por las más conocidas calles del centro, la peatonal Príncipe Moulay Abdallah y los bulevares de Mohamed V y de París, sino alcanzando también el barrio de Mers Sultan, donde se hallan algunos de los edificios más singulares en su mezcla racionalista y neo-morisca. Lo que está lejos es la llamada ‘corniche' o cornisa marítima: no menos de veinte minutos en taxi desde la Plaza Mohamed V. La Corniche ‘casablanquesa' resulta interesante por su animada vida nocturna, sus decadentes locales con terraza y piscina, siguiendo la más tradicional nomenclatura del exotismo internacional (‘Tropicana', ‘Miami', ‘Sun Beach'), y sus discotecas, donde no se hace ascos a la mezcolanza, alcohólica y sexual. Pero volvamos al Casablanca diurno.

    La rutilante mezquita Hassan II no es el mausoleo del difunto rey (como el de su padre Mohamed V en el centro de Rabat) ni un lugar sagrado de peregrinación. Se empezó a construir en 1986, por deseo expreso de Hassan, quien quiso dotar a la mayor ciudad del país de algo grandioso unido a su nombre. Su inauguración en 1993 supuso un acontecimiento nacional, aunque no faltasen voces (amortiguadas por la censura o el temor) críticas con el dispendio y los modos de recaudar las aportaciones ‘voluntarias'. Sinceramente: no es una maravilla del universo, ni creo que llegue nunca a serlo en los ‘hits parades' del ramo, pero impresiona mucho visitarla cualquier día, y en especial los viernes, para verla funcionar como una perfecta y aparatosa máquina de la creencia. La Gran Mezquita es un lugar de culto vivo, que acoge en su inmenso interior (con capacidad para 25.000 personas) a un número regular muy abultado de orantes, convertidos en una masa bullente y colorida al salir del templo camino de las enormes explanadas (donde caben 80.000 almas) que se extienden frente a la galería abierta y el minarete. Al otro lado de los altos y sólidos muros sólo hay mar rugiente, pues la mezquita se construyó robando doce hectáreas de costa arenosa al océano.

      La ciudad está tan orgullosa de su mezquita que la comparte con los infieles, al contrario de lo que sucede en el resto de Marruecos, donde no es posible entrar en esos lugares de oración sin ser musulmán. Abierta todos los días de la semana (los viernes sólo hasta las 2 de la tarde), es aconsejable, pero no siempre obligatorio, la visita guiada de pago, que permite llegar a alguna de sus dependencias más recónditas. Aunque las fuentes (41) de la Sala de Abluciones y la azulejería de sus bonitos ‘hammams' (baños árabes) resultan chillonas en comparación con los ejemplos clásicos del arte andalusí, la inmensa Sala de Plegarias tiene, en su magnificencia, algo de portentoso. Vacía de fieles, y sólo así nos es posible entrar en ella, sus altísimos techos escayolados, sus grandes lámparas de cristal de Murano, su exquisita marquetería en madera de cedro y sus avenidas laterales de columnas de mármol recubierto de cerámica en la base causan asombro, cuando no arrobo místico. Para mí lo más llamativo del edificio son sus puertas, veinticinco, hechas de latón y titanio muy finamente labrado en la superficie. Por la noche, visible desde muchos puntos de la ciudad, el minarete, al que sus 210 metros convierten en la edificación religiosa más alta del mundo, lanza desde su cima un rayo láser que señala la Meca.

     Por no salir del ámbito de lo sacro, me gustaría destacar en el segundo paseo urbano, el que tiene como ‘leit motiv' el Art Déco, una de las piezas más originales de la ciudad en ese estilo: la iglesia católica del Sacré-Coeur, hoy sin culto y situada, por cierto, junto al Consulado Español y el Instituto Cervantes local. La iglesia, con sus dos bellas torres gemelas de cubos superpuestos, es obra (iniciada en 1930) de Paul Tournon, uno más de la pléyade de excelentes arquitectos franceses autores de la mayoría de edificios de formas geométricas levantados en Casablanca en la remodelación urbana del período más ‘iluminado' y emprendedor del protectorado francés, el que va de 1928 a 1940. El nombre de Tournon se suma a los de Albert Laprade, Adrien Laforgue, Joseph Marrast y Marius Boyer; a éste último se deben las trazas de la Wilaya o ayuntamiento de la ciudad (1928-1936), en pleno centro administrativo. Teniendo más encanto, casi frente por frente, la Poste o sede central de Correos (obra bastante anterior de Laforgue), la Wilaya de Boyer merece sin duda la pena por las vistas desde su llamado ‘campanile' (al que se accede en ascensor) y sobre todo las dos grandes pinturas que flanquean la escalera de honor, estupendos ejemplos del arte de Jacques Majorelle, otro francés que creó con su obra un Marruecos imaginario, perdurable más allá del tiempo de las colonias.

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30 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El despertador

El despertador es el rigor, el símbolo del rigor y su práctica. Inexorable, despiadado, cumple la orden tajante que se le inyecta y la culmina con obediencia exacta, con  una puntualidad ciega o inapelable.

El interior de este cronómetro es, ante todo,  reglamentación pura. Posee el mecanismo de los otros relojes pero está concebido o amestrado no para dar las horas sin ton ni sin sino comunicar un momento crítico de forma tronante.

De este modo, su espíritu de diana  transforma lo que fuera una ordenación más en una orden militarizada. Ni una vacilación, ni una holgura, ni un más o un menos se admite en su conducta estricta. Conducta de ordenanza extrema como principio y razón de ser.

 Los despertadores pueden servir sucedáneamente como relojes vulgares pero son ellos mismos, inconfundibles y aterradores, al manifestar la fuerza de su idiosincrasia salvaje.
Porque en apariencia, a primera vista, el despertador contemplado como una esfera más no encierra agresividad alguna sino tan sólo esa brutal candidez de los relojes. Efectivamente todo reloj muestra, tarde o temprano, destino siniestro pero en la vida corriente  se comportan como elementos fijos cuya disciplina, siempre de una manera inocente o bobalicona, nos corta las alas, la voluptuosidad, la libertad o el gozo. El reloj es ajeno a su amo. Lo más ajeno que se pueda imaginar. Sin embargo el despertador se deja hacer, se ofrece insidiosamente a la voluntad y a sus planes. Ambula mansamente a lo largo del día pero, como los animales feroces, posee un gen  programable para atacar o abalanzarse sobre sus propios dueños en momentos prefijados e hirientes.

De aquí que se trate de un objeto doméstico pero muy extraño a la vez. Se ve domesticado pero domesticado, al cabo, para atacarnos, manipulado para a la vez someterse y  contravenirnos.

 De ese latigazo del despertador e deduce que el aparato goza de esa clase de personalidad rara o epiléptica. Cierto que nosotros se la inyectamos para nuestro servicio pero ¿qué decir de las criaturas o personajes que los autores crean y se acaban rebelando contra ellos? Que ese instinto subversivo pueda hallarse en el despertador y no en el resto de los relojes lo convierte en la pieza que araña o puntea, sacude y desdeña. Aun cumpliendo un dictado.

Ninguno de los relojes proclama con estridencia su hora e incluso los de pie se afana cuidadosamente en dulcificar melosamente sus sonidos. En el despertador, el cómputo de los minutos se realiza generalmente en silencio y desgranándose naturalmente a través de su mecánica. El despertador ni el reloj gritan el posible dolor que esta operación de constante contabilidad les  causa. Solo berreará, se desgañitará el despertador cuando, sabiéndonos dormidos, materializa la asignada función de hacernos conocer en qué momento estamos, a despecho de nuestra merecida inconsciencia.

 No es extraño, por tanto, que algunos sujetos muy dormidos incluyan, por unos instantes, esos estrépitos del aparato en sus sueños y hasta que la delirante persistencia del reloj clamante, lo arranque literalmente de su engaño.

 El despertador, en suma, nos despierta -nada menos a la realidad y comete este acto por decreto. Este despertador- como cualquier otro reloj- no duerme nunca pero, además, contiene el dispositivo preciso para proclamar que la realidad nos reclama a toda prisa. Desde ese punto de vista el reloj nos provee de conciencia y quién sabe si también de una confusa autoestima.

 Todo cuanto ocurre a lo largo de la jornada no importa al despertador que tras unos momentos de intensa importancia regresa a la rutina casera. O bien, su voz de alerta se hunde en el silencio común y sólo resucitará otra mañana si nuestra mano y nuestra mente en una combinación coactiva lo coaccionan o restituyen militarmente.

Gracias a ese enrevesado proceso que pasa por darse órdenes a si mismo a través de inculcar la orden a un tercero, el mandatarios primero se reúne, mediante el despertador, con el segundo mandatario dormido.

De este modo, el despertador realiza la milagrosa función de unir dos partes del mismo ser humano, la parte inconsciente y la consciente y a través de una suerte de electroshock que provocando sobresalto hace brincar al cerebro desde la molicie a la mollera.

El sujeto unido ya en sus dos mitades se halla en condiciones de presentarse en público y mientras va desprendiéndose de la  experiencia traumática que ha experimentado al pasar de  la escisión a la integración en décimas de segundo. Un lance          que maniobra el despertador y que pone al alcance de la vista,  asomando entre sus pliegues, el ser y el no ser de uno mismo.



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30 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las noches de Tony Judt

No se pierdan los dos últimos textos de Tony Judt. No sirven precisamente para alegrar el final de año, pero constituyen dos piezas de una excepcional densidad ideológica y humana. La primera es un análisis sobre el estado de la socialdemocracia europea; la segunda una detallada explicación sobre la enfermedad que aqueja al escritor, una esclerosis lateral amiotrófica. Lo más duro de pelar es que un texto lleva al otro: eso es lo que voy a contar hoy; tenía el primero preparado para su lectura, desde hace muy escasos días, cuando recibí el lunes el sumario del siguiente número de la revista donde suele publicar sus artículos, la New York Review of Books, y en él pude leer, encabezándolo, el titular escueto y claro, Night, y la frase de arranque, llana y sin remilgos: ?I suffer from a motor neuron disorder, in my case a variant of amyotrophic lateral sclerosis (ALS): Lou Gehrig's disease.? (Sufro un desorden neuromotriz, en mi caso una variante de la esclerosis lateral amiotrófica (ALS): la enfermedad de Lou Gehrig?. No tuve más remedio que emprender la lectura del primer artículo para darme cuenta de que, en efecto, conduce al segundo.

El primer texto se titula ?Qué está vivo y qué está muerto en la socialdemocracia?, y es la adaptación de una conferencia pronunciada en la Universidad de Nueva York el pasado 19 de octubre. Doy la palabra, traducida, al periodista Peter Weiss, que asistió al acto y lo reseña en su blog Mondoweiss bajo el título ?Paralizado pero impertérrito, Judt lega a la izquierda la batalla contra la desigualdad?: ?Tony Judt rodó sobre la tarima de la Universidad de Nueva York la pasada noche en su silla de ruedas, con un tubo de respiración atado a su cabeza y una manta sobre su cuerpo, y comenzó su discurso con una voz sorprendentemente fuerte señalando que iba a "matar al elefante en la sala": hace un año le fue diagnosticada una variante de esclerosis lateral amiotrófica, o enfermedad de Lou Gehrig, una enfermedad muscular degenerativa, que le había dejado paralizado del cuello para abajo. Algunos amigos le habían pedido que el tema de la Conferencia Remarque (por el nombre del escritor alemán Erich Maria Remarque) fuera la naturaleza de su enfermedad, a fin de entrar en el debate sobre la salud, pero llegó a la conclusión de que no tenía sentido alguno mostrarse (show) y contarlo. Lo que se iba a ver (show) era obvio: esto es lo que la enfermedad le hizo a ese cuerpo, dejarle tetrapléjico ?luciendo un tupperware en el rostro?, una máquina que respira por él, con rítmico silbido. Quienes tenían la esperanza de que daría una charla estimulante sobre lo que un cuerpo puede hacer en estas circunstancias quedaron defraudados: "Soy inglés, no nos dedicamos a levantarnos el ánimo?. Pero a pesar de sí mismo, Judt cumplió ambos encargos. El discurso que pronunció durante los siguientes cien minutos, en el que se preguntaba si iba a aguantar, fue un llamamiento a la izquierda a tomar las armas?. Las armas de Judt, y las de la izquierda democrática a la que pertenece y se dirige, obvio es decirlo, son las ideas y las palabras. Lo que nos dice Judt con estos dos textos se refiere precisamente al valor de estas armas, incluso cuando el cuerpo se convierte en un caparazón inmóvil. Judt hace una apelación a la izquierda para que ponga pie en pared después del ciclo conservador marcado por la desregulación, la desprotección y la privatización. Llama a las cosas por su nombre, como nos ha demostrado con su enfermedad: su izquierda es conservadora; no debe cambiar nada sino resistir y recuperar conceptos arrumbados en los últimos 30 años por una derecha revolucionaria que nos ha conducido al desastre. En este tiempo el lenguaje de los valores ha sido sustituido por las meras consideraciones sobre las pérdidas y ganancias económicas. Y como consecuencia, las privatizaciones, el subarriendo de las tareas del Estado y el desprecio por los más desfavorecidos. Lo que queda de la socialdemocracia europea, lo poco que queda, es además patrimonio de todos y no sirve ya para ganar elecciones, tal como ha podido comprobar la socialdemocracia alemana. El discurso del progresismo optimista ha quedado cancelado, por lo que ahora corresponde una ?socialdemocracia del miedo?. No es la primera vez que sucede. Judt se remite a la Europa de entreguerras, momento en que, de forma análoga a hoy, la izquierda se dejó arrebatar una herencia liberal que le pertenece. Y lo que hay que conservar es bien claro: la función del sector público, la acción social del Estado y las instituciones del Estado de bienestar. Son ideas polémicas para el debate. Bien articuladas y razonadas. Pero sobre todo, surgidas de una mente en acción aunque sea en un cuerpo cada vez más inactivo. Lo admirable de Tony Judt es su capacidad para seguir pensando, para seguir viviendo. En su texto pide ayuda, alguien con quien hablar: yacente dentro de un cuerpo inmóvil, sus noches son interminables y terribles. Y sus únicas armas de combate son, precisamente los ejercicios de pensar y recordar, que le permiten afinar su memoria y su agilidad mental. Es difícil conjugar mejor en dos textos tan distintos y a la vez entrelazados un mismo llamamiento a la razón y al debate. (Enlaces: con Night, con el texto de la conferencia, con el blog Mondoweiss, y con el Remarque Institut, que Tony Judt dirige).  



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30 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Moleskine Literario de vacaciones

Me voy a Argentina esta noche. Voy a comparme un libro en Gandhi antes de que la cierren, recordando a mi amigo Paul Firbas, ambos con 19 años, y nuestra frenética búsqueda de La Pérdida del Reino de José Bianco por la calle Corrientes. Voy a encontrarme con viejos amigos, y a conocer nuevos amigos, y a amigos que solo conozco por internet. Voy a pensar en mí, en este año tan definitivo para mi vida, creo, y, al mismo tiempo, tan lento y lleno de trabas y decepciones. Voy a caminar rumbo a la calle Honduras, acordándome del tiempo feliz en la miseria. Voy a ver los gatos y la estatua de Carlos Thays en el Botánico. Voy a ir al cine. Voy a recuperarme. Voy a perder la fe. Voy a recuperar la fe. Voy a escribir. Voy a leer. Voy a mirar. Voy a matear. Voy a desayunar facturas. Voy a comprar. Voy a recibir el Año Nuevo al lado de una amiga que me quiere dulcemente. Voy a extrañar. Voy a olvidar. Voy a olvidarte. Voy a superar. Voy a perdonar. Voy a aprender. Voy a recuperar. Voy a persistir. Voy a caminar. Voy a dormir en un sofá. Voy a escuchar a Spinetta y a Sandro de América. Voy a celebrar el 4 de enero los cinco años de Moleskine Literario. Voy a viajar. Voy a llorar. Voy a estar acompañado. Voy a estar solo. Voy a hacer todo eso. Lo único que no voy a hacer (creo) es a postear. Así que, hasta nuevo aviso, Moleskine Literario está cerrado hasta el 11 de enero. PD.- Ah! Y también voy a hablar en público en la librería "Eterna Cadencia" el lunes 5 de enero junto a Pedro Mairal. Ahí los espero. (Por si acaso, en la foto, Mairal es el vaso alargado medio lleno. Yo soy la copa panzona medio vacía)



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29 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué hiciste cuándo vinieron buscando al inconforme?

Mi predisposición a respetar las diferencias se ha puesto a prueba con la ?Carta en rechazo a las actuales obstrucciones y prohibiciones de iniciativas sociales y culturales?. Llegado a través del correo electrónico, el texto recoge la voz desencantada y urgida de un grupo de intelectuales y académicos. Entre ellos descubro algunos de los nombres que en el lejano 2007, con cierta ingenuidad, contribuyeron a levantar el mito de las reformas raulistas?. En ese momento hablaban de medidas por implementar, de ajustes y transformaciones -más estéticos que sistémicos- que se debían aplicar. Dos años después, parecen tremendamente alarmados por el rumbo que ha tomado el país. Con sus artículos apuntalaron la hipótesis de que el proceso cubano podría reinventarse a sí mismo, como si este absurdo en el que vivimos fuera un guión escrito por la mayoría y no la rígida pauta que sale de una sola oficina. No seré de los que culpen a otros porque se han demorado demasiado en pronunciarse. Yo, que callé durante casi treinta años, no tengo derecho a juzgar a quienes han llevado la máscara del conformismo, la pasiva faz del que no quiso meterse en problemas. Celebro cualquier iniciativa que saque a la luz ese río de críticas que ha estado apresado en las cavernas de nuestro miedo durante varias décadas. Tenderé entonces mi mano -sin hacerles reproches- a los que asuman el riesgo de expresarse, porque así disminuirá en ellos el temor de pasar del aplauso mecánico a la crítica abierta. La carta se destaca por varias ausencias, especialmente en la lista de los hechos que prueban el ?incremento del controlburocrático-autoritario?. Faltan en esa relación los amargos sucesos del 10 de diciembre pasado, el aumento de los llamados mítines de repudio, los hostigamientos a varios opositores y el empleo de la violencia física contra muchos de ellos. Mención especial merece la utilización que se hace del término ?contrarrevolución?, asumiendo los firmantes ese lenguaje degradante y excluyente que brota de las tribunas. Sorprende ver a profesores, economistas y graduados universitarios clasificando con tanto esquematismo a sus conciudadanos. Me asusta esa sociedad que intuyo en este documento, donde se podrá hablar abiertamente de trotskismo, anarquismo o socialismo pero seguirán igual de amordazados los socialdemócratas, los demócratas cristianos y los liberales. Si esa es la propuesta, lo siento mucho, pero ese no es el país donde quiero que crezcan mis nietos. No creo que vivamos una re-pavonización, porque al fin y al cabo el rígido Luis Pavón no tuvo potestad para lanzar a la calle una turba que gritara y golpeara; tampoco su poder llegaba para condenar a penas de hasta treinta años a ninguna persona. Los oscuros censores de aquel quinquenio gris, carecían de autoridad para mantener el cerco de vigilancia alrededor de una casa, intervenir una línea telefónica o arrestar ?sin llevarlo a una estación de policía- a un periodista independiente o a un blogger. No es un retorno de los inquisidores de la cultura lo que estamos viviendo, sino la vuelta de tuerca de un sistema agonizante y carente de argumentos, la caída del último velo que ha dejado al descubierto el feo rostro del autoritarismo.

El título es una referencia a la frase de Niemöller citada en la Carta: ?Cuando vinieron buscando a los judíos, yo callé pues no era judío; cuando vinieron buscando a los comunistas, yo callé pues no era comunista; cuando vinieron buscando a los sindicalistas, yo callé pues no era sindicalista; después, vinieron buscándome a mí, y nadie habló?. Para contextualizar esta idea me gustaría preguntar a los firmantes del documento si callarán cuando vengan buscando a un ?contrarrevolucionario? a un ?gusano? a un ?opositor?, si estarán ellos entre los que golpean en los mítines de repudio o entre los que defienden a la víctima.



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29 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paul Auster anuncia nueva novela

Paul Auster y su bufanda roja en España. Fuente: Norberto cabezas/ elpaís.Paul Auster -y su tan citada bufanda roja- ha viajado hasta España para recibir un modesto, pero tremendamente significativo, galardón del Club Leteo de la provincia de León. Un premio de los lectores a sus escritores favoritos. Allá habló de la literatura mientras su novela Invisible, editada por Anagrama, se vende como pan caliente. Además, a pesar del éxito de Invisible, la máquina no se detiene. Ya tiene lista su próxima novela, titulada Sunset Purk, que se publicará en noviembre en EEUU, de la que solo adelantó que contará con múltiples narradores y el escenario será, otra vez, Nueva York. Dice la nota:"Una pequeña fraternidad de hombres y mujeres solitarios, enclaustrados y maniáticos que pasamos casi todo nuestro tiempo encerrados luchando por colocar palabras en una página. Es algo demasiado arduo, demasiado mal pagado, demasiado lleno de decepciones para que, de otro modo, alguien acepte este destino". Así define Paul Auster el oficio de escritor. El novelista estadounidense, de 62 años, cambió ayer Brooklyn por León para recibir un premio sin dotación económica cuyos organizadores parecen salidos de su imaginación. [...] El novelista pasó más de una hora respondiendo a las preguntas del público. Le acompañaban su esposa, la escritora Siri Hustvedt y su editor español, Jorge Herralde, de Anagrama. El coloquio fue un repaso caótico y casi enciclopédico al universo de Auster: desde los motivos que le llevaron a escribir ("darme cuenta de que no sería jugador profesional de béisbol"), hasta el autor que más le ha inspirado ("tal vez Billy Wilder y su idea de que cuando estás eufórico debes escribir un drama y si estás deprimido, una comedia") pasando por Obama ("elegirlo fue lo mejor que ha hecho la sociedad estadounidense en mucho tiempo; ustedes, los europeos, no saben lo que significa no tener seguridad social"). Hubo además un buceo en su condición de escritor judío, que él zanjó así: "Me interesan mis raíces pero soy estadounidense de tercera generación. El hecho de ser judío marcó más a autores de primera o segunda generación como Saul Bellow". Auster aprovechó para revelar que el autor de Herzog nunca ha sido santo de su devoción: "Decidí darle una segunda oportunidad y metí un libro suyo en la maleta para venir a León. Empecé a leerlo y me quedé dormido. Tendremos que esperar a la vuelta".



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29 de diciembre de 2009
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Mis aventuras con la TV (2009)

Si bien sigo sosteniendo que los mejores relatos audiovisuales de estos tiempos están siendo producidos no para el cine, sino en televisión, debo admitir que el 2009 no ha sido el mejor de los años para las series. Terminada The Wire, no ha surgido nada comparable en ambición y logros. El trono vacante sigue ocupándolo Breaking Bad, que aunque muy distinta en tono y modalidad narrativa coronó una segunda temporada brillante. Pero más allá de la prolongación de series ya probadas (Weeds, Dexter, In Treatment –la segunda temporada me pareció floja, por cierto-, Lost, Dr. House y otros títulos por el estilo), lo que pude ver de la nueva cosecha no arrojó hasta el momento nada inolvidable.

         Glee tiene sus momentos maravillosos (cada vez que aparece Jane Lynch en el papel de Sue Sylvester) y sus momentos bochornosos (buena parte de los musicales, cada vez más predecibles y American Idolescos). The Good Wife, una producción de Ridley y Tony Scott, está bien, aunque sigo sintiendo que lo que más me gusta de la serie es que haya rescatado de las sombras a Julianna Margulies. Más interesante en términos narrativos es United States of Tara, otra serie protagonizada por una mujer, Toni Colette, que brilla interpretando a la Tara del título… y a las múltiples personalidades en que se desdobla cuando algo la angustia.

         Disfruté Lie to Me, con Tim Roth interpretando a un profesional en el arte de percibir las mentiras humanas.

         Las nuevas series de HBO me dejaron con sabor a poco. Hung parece no cuajar en ninguna dirección interesante. Me perdí Eastbound & Down, y Bored to Death me resulta simpática pero no mucho más, al menos por el momento. Y lo poco que alcancé a ver de The No. 1 Ladies’ Detective Agency, un proyecto del malogrado Anthony Minghella, me pareció excesivamente light.

         Dicen que Modern Family es graciosísima, pero todavía no pude verla. A cambio me reí como loco con la temporada 2009 de Peter Capusotto y sus videos, emitida en la Argentina por Canal Siete. El personaje más brillante de este año fue Violencia Rivas, una cantante que habría tenido su apogeo en los nuevaoleros años 60, y que usaba el tipo de canciones que aquí popularizó Violeta Rivas y en el mundo Rita Pavone para transmitir mensajes protopunk o simplemente agresivos, como lo testimonia su hit Metete tu cariño en el culo.

         Otro punto alto del año fue la transmisión por I-Sat de Monty Python: Almost the Truth, el documental de seis horas sobre el grupo de comediantes ingleses. Y al menos para mí, la visión del final de E.R. fue prácticamente un asunto de familia, dado que seguí la serie durante cada una de sus… ¡quince temporadas! (Mi romance con E.R. duró, por cierto, más que cualquiera de mis relaciones amorosas…)

         También hubo momentos de televisión involuntaria e inolvidable, como las imágenes que le valieron la destitución a la ahora ex jueza Rosa Parrilli. Esta mujer abusó de su cargo para tratar de escapar de una infracción de tránsito, mientras se burlaba de las empleadas por ser morochas y no rubias, las trataba de ‘tontitas’ y amenazaba con ocho meses de prisión si no hacían lo que ella pretendía. Su actuación deleznable quedó registrada por una cámara de seguridad del lugar, sellando su destino laboral al tiempo que la lanzaba al estrellato en internet (http://www.youtube.com/watch?v=uxQRFFja34A).

         Quizás la mayor sorpresa haya sido la forma en que Canal Siete alteró mis hábitos televisivos. Es el único canal de aire (estatal, dicho sea de paso, lo cual por cierto no es ninguna casualidad) que puedo ver. Peter Capusotto se emite allí, como el sitcom Ciega a citas. Los noticieros son los únicos que tienen algún asidero en la realidad. Y ver 6,7,8 -que ahora se emite a las nueve de la noche- es prácticamente un lujo: ¿gente inteligente, debatiendo abiertamente sobre los temas que importan? A diferencia del resto de la TV argentina, condescendiente al punto de tratar al espectador como un idiota redomado, 6,7,8 funciona como una muestra de lo que podría ser la TV local si prefiriese confiar en los espectadores en vez de secuestrarlos.

          ¿Y ustedes, qué? ¿Tienen algún momento de maravillosa TV para compartir?

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29 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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