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¡Gracias!

 

Gracias y gracias por vuestras felicitaciones y comentarios. Me alegra mucho que me acompañéis en este momento bonito de mi vida. Al fin y al cabo todos los que compartimos este espacio vamos conociendo nuestros estados de ánimo ante el día a día. Yo no los oculto porque sólo tenemos esta vida para expresarnos tal como somos y también leo vuestros comentarios y adivino, intuyo quién se esconde detrás de un nombre.

Espero que leais la novela fruto de este premio, una historia donde casi nadie es lo que aparenta ser, LO QUE ESCONDE TU NOMBRE, y que podamos hablar de ella en este foro.

Estará en las librerías el día 4 de febrero.

 

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12 de enero de 2010
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El orín

A efectos de los enseres domésticos no es igual referirse al orín, como una sustancia común a todos los habitantes. El orín del esposo y el orín de la esposa difieren sensiblemente tanto en el olor y la consistencia física como en la composición  y la significación simbólica.

Hay un orín corrientemente odiado, refutado y denigrado, correspondiente al hombre/hombre de manera que no habrá nunca modo de aplicarle algún tratamiento que no signifique sino impugnación, su ignominia y su impertinencia.

Efectivamente se da el caso de ciertas esposas condescendientes y eminentemente maternales que toleran esa secreción masculina como un mal menor pero no suele ser de ningún modo la norma. Lo habitual es afear la micción masculina como un hecho asqueroso, sea por su intenso olor como por su trayectoria fuera del sitio establecido. Cuestiones ambas parcialmente asumidas en la vida de convivencia o más bien tenidas  como una lacra del hogar siendo sus  líquidos turbios una constante desacreditada y negativamente juzgada.  Pero, además, puesto que el aumento de la edad crea a través de la próstata declinantes efectos y humillantes frecuencia en la fuerza y la cadencia del chorro su paso a la chirigota, más o menos cruel, no tarde de referirse en las conversaciones. Puesto que la próstata y su desarrollo al pasar del tiempo decide la definitiva energía de la micción es fácil la equivalencia entre la potencia de esa eyección  y de la potencia sexual . Con lo cual el orín se yergue en un indicio mismo de la virilidad y de la relativa decadencia corporal de quien lo emana.

El orín del niño o de la niña poseen igual tratamiento y lugar en el sistema social y la benevolencia o la ternura hacia ellos confunde sus  valores en cuanto hacen de esa excrecencia una señal  inocente y de esa humedad una misión alegre, dulce y bien amada.

Más adelante, sin embargo, frente  el orinar de la mujer que a menudo se incluye entre  lo sexy,  el orín masculino sólo es peste o inmundicia. Los mutros de la ciudad se cubren de la chorreante mancha que el hombre lanza impunemente sobre las fachadas  mientras el orín de la mujer queda  recluido o recatado en su sitio, coquetamente confinado en los retretes. Neruda canta el sonido del orín de su querida que amada desde la otra punta del patio y ese ruido evoca la continuación de una viva atracción sexual que se decora y prolonga. Pudiendo ser, en el caso de los hombres el orín una alusión más inmediata al orgasmo y la expulsión del semen, los dos casos se hallan radicalmente escindidos y sin importar incluso que su conducción parezca del todo la misma.

 Definitivamente, el orín masculino corresponde a la parte más canalla o bruta del macho, mientras el orín  femenino se acerca a la calidad de un ornamento a colonia singular que reúne en su interior la intensidad y cualidad de una lubricia real o imaginada.

De este modo, en el espacio doméstico sólo el orín del hombre, fuera o dentro de la taza, sufre la incuestionable consideración de la porquería. No hay atenuante para el orín masculino que a menudo si se expone, a menudo, fuera de su sitio en la toilette no será sólo signo de un tolerable descuido sino prueba adicional de la insufrible prepotencia del patriarcado y su probable relación con el maltrato de mujeres. Víctimas aquí también, las mujeres, de un agravio o incluso una agresión que las obliga a soportar el carácter de por sí ultrajante de los varones, sea cualquiera el grado en que sea.

Una mujer es, en general, un ser sin apenas necesidad de orinar y, excluyendo los momentos de alguna enfermedad, la alusión queda reducida al "pipí" infantil o enteramente excluida del habla. Los hombres hablan, sin embargo, con gran soltura de mear aquí y allá o de hacerlo groseramente, ofensivamente, sobre esto y aquello.

En casa, mientras las mujeres se encierran discretamente en el cuarto de baño, los hombres apenas se recluyen para una micción  sin apenas cuidado en ocultarla o enmascararla. Ese orín de hombre es, consecuentemente, el que más se oye, se huele y existe en la vivienda. Olor de orines que no son sino olores del peor género masculino y en donde  se adensa la pestilencia, el insulto o la desfachatez. Así, en la descarada molestia que encierra se halla la insinuante cara simbólica de la violencia doméstica. Una descontrolada violencia proveniente de ese macho que se expande insolentemente en la orina y marca la semejanza entre su aparente humanidad y su temible inhumanidad encerrada en la delirante presión la vejiga.

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12 de enero de 2010
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Sepharad vive

Los mitos son eternos. No mueren por un avatar circunstancial de la pequeña historia. Así sucede con Sepharad, país mitológico fabricado por uno de los poetas mayores del siglo XX europeo, Salvador Espriu, en su libro 'La pell de brau'. El ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, ha escrito un artículo, titulado ?El fracaso de Espriu?, que ha suscitado muchos comentarios en Cataluña y muy pocos o ninguno en el resto de España, en el que da por liquidado el mito espriuano de Sepharad, país de lenguas y gentes diversas unidos en el diálogo y en un mismo amor, según rezan sus propios versos.

Según Pujol, y algunos de quienes le han glosado, como mis admirados colegas Enric Juliana y Antoni Puigverd en 'La Vanguardia', el nuevo Estatuto catalán y su impugnación ante el Tribunal Constitucional han llevado a una situación insólita, en la que todo lo catalán se ha convertido, dice uno de ellos, ?en una molestia insufrible para la gran mayoría de los españoles?. La desafección política en España, según la aguda visión de estos amigos, es también desafección española hacia Cataluña y desafección catalana hacia España: una forma de decir que esas gentes y hablas diversas, sin diálogo y con desamor, terminarán divorciadas y separadas. Yo no lo creo. Puedo equivocarme, obviamente, pero no lo creo. Con independencia de cuál sea mi deseo: que de otra parte no puede ser más espriuano. Las encuestas lo dicen, es verdad. Lo dicen también los comentaristas. Si atendemos a unos y a otros, articulistas sobre todo, pero también políticos, se diría que hay una pulsión creciente y simétrica, en uno y otro lado, para que así ocurra. Es así en el caso de quienes aseguran que el Estatuto catalán es de imposible encaje constitucional y consideran un órdago inadmisible que Cataluña lleve ya tres años aplicando una ley orgánica aprobada por dos parlamentos, el español y el catalán, y por un cuerpo electoral, el catalán: desean la sumisión y si no la obtienen prefieren el divorcio. A ellos hay que leerles, con tono entre plegaria e imprecación profética, otros versos del gran poema de Espriu sobre el mito de Sepharad: ?Escolta, Sepharad: els homes no poden ser/ si no són lliures./ Que sàpiga Sepharad que no podrem mai ser/ si no som lliures./ I cridi la veu de tot el poble: "Amén."?. Pero es así también en el otro caso, entre otros, esos genios sobrevenidos de la neopolítica mediática y deportiva que considerarían una afrenta que el Tribunal Constitucional tocara aunque fuera una sola coma del Estatuto. Quieren ser los líderes de un pueblo reivindicativo y airado y en ningún momento están dispuestos a hacer otra cosa que no sea dirigir y mandar: nada de sacrificios ni martirios. Para ellos son también los versos del mismo libro de Espriu, que ya evoqué hace unos meses: ?Si et criden a guiar/ un breu moment/ del mil.lenari pas/ de les generacions? No esperis mai/ deixar record,/ car ets tan sols/ el més humil/ dels servidors?. Quieren ver el Estatut tumbado para convertir el despojo en el pedestal desde donde saciar sus ansias de poder. El propio Pujol, sin veleidades de provocador y con toda su ambición personal ya descontada, también considera que ésta es una nueva etapa, en la que hace falta tomar una atajo (una ?drecera? dice en catalán) que deberá ser político y en el que ?hay que actuar no teniendo en cuenta lo que nos darán los otros, o pensando si nos ayudarán ?pues no nos ayudarán ni nos darán nada, porque para ellos la solidaridad es palabra de engaño--, sino contando con los tesoros propios, con los propios activos, con la propia capacidad y la propia voluntad?. No tienen en cuenta quienes dan por liquidado el mito espriuano, sea con alegría feroz o sea con tristeza, sea en Barcelona o sea en Madrid, que el poeta construyó Sepharad frente a un país real, desgarrado por la guerra civil y postrado por la opresión resultante. La idea poética de Espriu sirve para Cataluña y España, naturalmente, porque son las realidades en las que se ha inspirado, pero sirve también para cualquier grupo, comunidad o nación, con independencia del momento histórico que atraviesen. Considerar que las relaciones Cataluña-España estaban mejor cuando Espriu escribió su libro pertenece a otro tipo de mitificación que no tiene nada de poética y mucho de tergiversación histórica. Una cosa es lo que piensan las elites políticas, inteclectuales y periodísticas, unas y otras, y otra muy distinta es lo que piensa y siente la gente. Yo me atrevería incluso a defender la tesis contraria: nunca Sepharad ha estado tan viva, sus gentes más mezcladas, sus hablas más aceptadas y reconocidas. Lo que ha cambiado, y quizás es lo que muchos echan en falta, es la memoria. En las relaciones Cataluña y España sucede algo parecido a lo que ha ocurrido entre Alemania y Francia. Los políticos e intelectuales de ambos países han vivido hasta hace muy poco traumatizados por un siglo de guerra entre ambos países. De los fantasmas del pasado y de su superación consiguieron sacar las energías para hacer nada menos que la unidad europea, basada sobre todo en la soberanía compartida entre alemanes y franceses. Entre los españoles ha sucedido otro tanto: el fantasma de la guerra civil proporcionó las energías para salir de la dictadura en una transición impecable y para resolver al menos para una generación  entera el problema secular de la estructura del Estado.  Ahora no es Sepharad la que ha desaparecido: es, a pesar de la moda de la memoria histórica, el fantasma de la guerra civil, que ha dejado de contar en la acción política y sobre todo en los combates periodísticos. De lo que se deduce, precisamente, que hay que recuperar el mito espriuano en su sentido más universal y genuino. Nada debe hacerse si no es el diálogo y en el respeto de unos a otros. "Salvador Espriu, a pesar de su infinitio amor a su lengua y al pequeño mediterráneo de Sinera, nunca apostaría por el enfrentamiento", escribe Puigverd. Y añade y termina y yo con él: "Seguiría recetando, como Antígona, "una limosna recíproca de perdón y tolerancia"'. (Enlaces, con los artículos de Pujol, Juliana y Puigverd)

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12 de enero de 2010
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Andreas, 7 años

foto: moleskineBEAUTIFUL BOYClose your eyes,Have no fear,The monsters gone,He's on the run and your daddy's here,Beautiful,Beautiful, beautiful,Beautiful Boy,Before you go to sleep,Say a little prayer,Every day in every way,It's getting better and better,Beautiful,Beautiful, beautiful,Beautiful Boy,Out on the ocean sailing away,I can hardly wait,To see you to come of age,But I guess we'll both,Just have to be patient,Yes it's a long way to go,But in the meantime,Before you cross the street,Take my hand,Life is just what happens to you,While your busy making other plans,Beautiful,Beautiful, beautiful,Beautiful Boy,Darling,Darling,Darling Andreas.John Lennon

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12 de enero de 2010
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Silenciar a un blogger

Hace años leí un estudio de la Organización Internacional del Trabajo en el que se consideraba la profesión de periodista como la segunda más riesgosa a nivel mundial, sólo superada por la de aquellos que realizan pruebas de vuelos con nuevos modelos de aviones. No sé si en la investigación estaban incluidos los cazadores de cocodrilos o los guardaespaldas, pero todo el estudio se había hecho en los años noventa, cuando todavía no había bloggers. Ser periodista no tiene en Cuba los riesgos que corren los profesionales de la prensa en otros países. Aquí no les disparan a los redactores de noticias, ni los secuestran, sino más bien les envenenan la profesión. ¿Para qué eliminar físicamente a un individuo que escribe verdades incómodas si pueden anularlo con el plumón rojo del censor? ¿Para qué matarlo si tienen todos los recursos para domesticarlo? La muerte profesional no incide en las estadísticas, si acaso en la frustración de quienes ?como yo- un día proyectaron su destino unido a la información. El que elije dedicarse a la noticia en esta Isla sabe que todos los medios están en manos del poder, llámesele a éste lo mismo Estado, partido único o Máximo Líder. Sabe que tendrá que decir lo que sea conveniente y necesario, y que no será suficiente que aplauda si no lo hace con devoción, con mucho entusiasmo. En estos casos el riesgo es enorme para la conciencia. Desde hace más de veinte años hay en nuestra isla un nuevo tipo de reportero. El adjetivo ?independiente? los diferencia de los oficiales. Ellos enfrentan otros riesgos, disfrutan de otras oportunidades. Como es de suponer, muchos no cursaron estudios universitarios, pero aprendieron a contar lo que escondía la prensa partidista, se hicieron especialistas en la denuncia, se cultivaron en el lado oculto de la historia. En la primavera del año 2003 todo lo que parecía peligro y riesgo se convirtió en castigo. Muchos de ellos fueron a la cárcel a cumplir penas de diez, quince, veinte años. La mayoría está todavía tras las rejas. Los bloggers llegamos después, entre otras razones porque la tecnología ha tenido una lenta aparición entre nosotros. Me atrevería a decir que las autoridades no se imaginaban que los ciudadanos apelarían a un recurso planetario para expresarse. El gobierno controla las cámaras de los estudios de televisión, los micrófonos de las estaciones de radio, las páginas de revistas y periódicos que se localizan en el territorio insular, pero allá arriba, lejos de su alcance, una red satelital -satanizada pero imprescindible- ofrece a quien se lo proponga la posibilidad de ?colocar? sus opiniones de forma prácticamente ilimitada. Les llevó tiempo comprenderlo, pero se están dando cuenta. Ya saben que para silenciar a un blogger no pueden usar los mismos métodos que lograron acallar a tantos periodistas. A estos impertinentes de la web nadie puede despedirlos de la redacción de un diario, ni prometerles una semana en Varadero o un auto Lada como compensación, mucho menos podrían captarlos con un viaje a Europa del Este. A un blogger, para anularlo, hay que eliminarlo o intimidarlo y esa ecuación ha comenzado a entenderla el estado, el partido? el General.

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12 de enero de 2010
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Camus, pasando por Vicent

 

Pasar de la gestación de Lennon a la muerte de Albert Camus no es tan forzado. No lo es por muchas cosas. Dos chicos de barrio, dos que jugaron en la calle. Uno hizo música y el otro hizo literatura. Los dos tuvieron preocupaciones morales, los dos denunciaron miserias, hipocresías y los dos fueron dueños de su propia libertad. De las calles de Liverpool, nada mediterráneas, a las playas de Argel, ese Mediterráneo pobre y esencial dónde el escritor Albert Camus, el ídolo de los jóvenes intelectuales de los años existencialistas, aprendió a gozar la vida, conocer la libertad, la dicha de la piel, del sol, de los cuerpos y el juego del fútbol.

Después vino París, las publicaciones, el éxito, el compromiso y su inveterado amor a la independencia. Llegó el Premio Nóbel, y pasó. Camus, durante décadas ha sido el espejo dónde se miraban muchos de los jóvenes que querían escribir. Un escritor fotogénico, un triunfador que no había dejado de ser un buen tipo. Ni un seductor de algunas de las más interesantes mujeres de su época y en la ciudad más canalla y glamourosa de los años de la posguerra europea.

 Chicos de toda condición, jóvenes mediterráneos porque "el Mediterráneo- lo dice Vicent en el primero de sus retratos sobre escritores que llama "Póquer de ases"- no era un mar, sino una pulsión espiritual, casi física, la misma que yo sentía sin darle nombre: el placer contra el destino aciago, la moral sin culpa y la inocencia sin ningún dios".

Cuenta Vicent que el primer libro que compró de Camus fue "El verano", todavía clandestino y en una editorial argentina. Nosotros ya pudimos leer a Camus con más o menos normalidad, se representaba su teatro en los Colegios Mayores, y se editaban sus primeros libros sin tener que venir de Argentina. Yo también recuerdo el impacto de "El verano", un cuento largo que venía acompañado de "Las bodas" en la edición que siendo muy joven me llevé conmigo hasta Argel. Después de infortunios varios,  historias de mi vida inocente, ese libro fue mi casi única compañía fiel hasta Tipasa. Después continuaron los accidentes, incluso algunos muy buenos, por aquellos complicados mediterráneos en los que me enredé. Terminé en Cerdeña, antes de que nadie pudiera pensar que alguna vez llegaría un Berlusconi.  Nunca me abandonó su libro, era otra manera de seguir cerca de ese chico argelino, de antepasados franceses y menorquines, que ahora recordamos cincuenta años después de un estúpido accidente.

Vuelvo a Vicent que mejor que nadie dice lo que muchos sentimos del escritor, los escritos y la vida de Albert Camus:

"Al principio fue sólo una emoción estética por su forma de estar en el mundo lo que me atrajo de este escritor, pero llegó un momento en que, en medio del naufragio de todas las ideas, lo elegí como un buen guía frente a mis propias dudas y contra toda clase de infortunio".

Hay literaturas, hay vidas, que salvan de los infortunios. Camus es uno de nuestros santos paganos. Y no hay que rezarle. La fe se demuestra leyendo.

 

 

 

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11 de enero de 2010
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Adiós, Buenos Aires

Concepto espacial. Lucio Fontana. Fuente: invertirenarteLucio Fontana. Fuente: artespain Se acabó. Ha sido una eternidad. Ha durado demasiado poco. No sé si todo lo que quise conseguir cuando vine a Buenos Aires lo he conseguido. Pero algo he aprendido. Viendo un cuadro de Lucio Fontana en el MALBA he descubierto cuál es el error de mi vida. Trato de entender a los demás, de mejorar yo mismo, aumentando capas, texturas, mentalizando todo, idealizando a los demás. Y son incapaz de dejar todos esos matices y revestiduras y abrir un tajo, o varios, para ver qué hay detrás del color de las personas. Un simple tajo. Eso es lo que haré a partir de ahora. No trataré de entenderme a mí y a los demás por sus veladuras sino haciendo un tajo y viendo qué hay detrás.Adiós, digo, Buenos Aires.Me he reencontrado y desencontrado con personas que quiero y querré toda mi vida. He conocido a la dulce Valeria, a los chicos de Eterna Cadencia, a Vilma, a Inés, he hablado por teléfono con los descendientes de Carlos Thays y, sobre todo, a Diego Largache y quizá este hombre maravilloso me ha cambiado la vida. Ya lo veremos. Me han picado los mosquitos. He perseguido con Bárbara los bichitos de luz. He conversado con Mairal sobre el amor, la literatura, la neurosis, la carta astral y además he conocido a su hermoso hijo, a quien no pude invitarle el helado de dulce de leche que le prometí por culpa de Mairal. He recibido la oportunidad de cambiar mi vida y, quién sabe, quizá la tome. Perdimos a Sandro. Escuché salsa. He terminado un libro de cuentos. Aprendí a no sentirme víctima de mí mismo. Dormí sin dormonid( alguna vez). Comí asado y choripan. Me emborraché. Perdí mi adoradísimo iPhone en la esquina de Fritz Roy con Honduras y eso, en vez de ponerme triste, ha sido como una metáfora de todo el lastre que hay que perder para ganar algo. La vida misma, por ejemplo. Y así me encontré conmigo mismo en el sofá de la sala climatizada de Pedro Mairal. Como una nana peruana, acabo de limpiar todo. Cierro mi computadora para siempre, salgo a Florida a comprar un maletín de mano que camufle los kilos de más que me llevo en libros y me quedo aquí, en Pueyrredon al 1900, esperando que un taxi me lleve rumbo a mi casa, mi hijo, el resto de mi vida.Adiós, sí, adiós Buenos Aires.

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11 de enero de 2010
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Charla en Buenos Aires

camisas arrugadas. Mairal y yo en Eterna Cadencia. Fuente: eterna cadenciaEl lunes pasado me la pasé muy bien conversando con Pedro Mairal en la librería Eterna Cadencia. La nota la resumió Silvina Friera en Página/12 y al día siguiente, Juan Manuel Bordón para el diario Clarín. Parece que eso de que los escritores peinados y despeinados quedó. Les dejo aquí la reseña de Bordón que me pescó afuera, entrando apurado media hora tarde, justamente aferrado como un náufrago a mi Moleskine que, en vez de notas literarias, tenía teléfonos para no perderme en Buenos Aires. Igual me perdí. Dice la nota:Si fuera un futbolista uruguayo traería el mate y un termo debajo del brazo. Si fuera una diva como Susana, un yorkshire que ladre en las entrañas del bolso de mano. Pero el peruano Ivan Thays es escritor y su fetiche es una libretita Moleskine que apreta contra el el sobaco. En entrevista pública con el escritor Pedro Mairal en el patio de la librería Eterna Cadencia, el finalista del premio Herralde de novela 2008 habló de su libro Un lugar llamado Oreja de Perro ,sobre la creación del que hoy es uno de los blogs literarios más populares de latinoamérica y dejó perlas como la caracterización de los escritores argentinos como una genealogía de "peinaditos". La charla de Thays coincidió con el quinto aniversario de su blog moleskine literario (notasmolesnkine.blogspot.com), una suerte de antología en tiempo real de artículos y novedades literarias alrededor del mundo. "Mi blog no es de ideas, es de telereportes, es algo que hago mientras en realidad estoy haciendo otras cosas", explicó, y soltó el primer dardo de la tarde al decir que los compatriotas que los que lo acusan de no hablar sobre la literatura de Perú no se dan cuenta que "ahí sólo pongo lo que me interesa".­-¿Pero qué hay de su relación con Vargas Llosa?­preguntó Mairal.-­Bueno, relación es mucho, lo nuestro fue sólo un romance­, contestó Thays, que después de elogiar al autor de La Ciudad y los perros se desmarcó y dijo que no comparte el método topográfico que él tiene para escribir."Si Vargas Llosa va escribir sobre Africa él tiene que ir al lugar, tomar notas, mirar a la gente y sacar fotografías. A mí ese método no me gusta, soy de los que creen que un escritor debería inventarlo todo". De hecho, recordó que para escribir su novela ni siquiera fue a Oreja de Perro, la región peruana donde ambientó la historia. "En algún momento, me preguntaba si el protagonista tendría luz para conectar su computadora y como no sabía le inventé al lugar una central hidroeléctrica". Thays no es la clase de invitado que se queda modosito y reparte cariño entre los anfitriones, aunque sí busque hacerse querer. Desde el patio de la librería porteña, se lamentó de las dificultades de circulación de libros dentro de latinoamérica, que impide que los libros de un autor boliviano lleguen a Perú o la Argentina, y dijo que "el Kindle, en ese sentido, será estupendo, ya que podés bajar inmediatamente lo que se publique en cualquier lugar del mundo". Después, aclaró que no es un fetichista del objeto libro y ya entre risas dijo que, de hecho, cree "que las librerías deben desaparecer". Quizá lo mejor de la charla fue cuando se refirió a la literatura argentina y la pulcritud extrema de sus autores. "Yo la verdad es que a los escritores argentinos los veo muy peinaditos, no podría corregirles ni una coma a sus libros pero por lo mismo siento que aveces sus libros no se disparan. No me refiero tanto a lo disparatado de una trama como al estilo. No hay muchos raros como Roberto Arlt, que dejó menos estela que los peinaditos, algo que supongo que viene más de Borges. Por suerte sí hay un argentino no argentino como Gombrowicz, que no es nada peinadito".­-Pero ojo ­remató Thays­, que yo hablo así, pero reconozco que soy un peinadito... Por cierto, Patricio Zunini se ha dado el enorme trabajo, realmente agotador, de desgrabar la entrevista y colocarla en el blog de Eterna Cadencia. Está dividida en dos partes. La primera parte y luego, claro, la segunda parte. A todos los chicos de Eterna Cadencia, Leonora, Ana, Patricio, mi agradecimiento infinito. Toda la semana pasada almorcé ahí ñoquis, terminé un libro de cuentos, corregí mi novela. Era mi sitio. Mil gracias.

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11 de enero de 2010
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El país de la infancia

Ese hombre a quien tantos vieron en los últimos días en el subte de la línea A (Plaza de Mayo-Carabobo) leyendo un libro para niños, era yo en efecto.

 

         Mudarme a la vieja casa paterna (y materna) me produjo un deseo irrefrenable de releer aquellos libros que marcaron mi infancia. El primero fue una edición de Robin Hood de la Editorial Peuser, fechada en 1945. Para que no queden dudas sobre su dueño original, en la portadilla está el nombre de mi madre: Susana. Pero no está escrito con letra infantil, sino con la letra redonda y perfecta que yo le conocí de adulta; como si mi madre también hubiese regresado de grande a ese Robin Hood, y dejado constancia para mí de ese reconocimiento tardío.

         Ese Robin Hood fue definitorio para mí, en tanto produjo dos efectos que dieron a mi vida la forma que hoy tiene. El primero fue destilar en mi alma el amor por las historias (y en particular, por las historias en formato de libro), y por su condición sine qua non: el arte de narrar. El segundo fue la revelación de que, en este mundo, hacer buenas cosas no entraña necesariamente el éxito ni supone justas recompensas. Porque a diferencia de las versiones más edulcoradas y por lo tanto populares de esta historia (por ejemplo la versión cinematográfica protagonizada por Errol Flynn), este Robin Hood no tiene final feliz. Aquí el héroe triunfa en su lucha épica, pero resulta víctima de una doble venganza. Uno de sus enemigos de siempre asesina a su mujer, Marian, y a su pequeño hijo Richard, así bautizado en honor al monarca por quien tanto batalló. Y al tiempo una familiar resentida, la abadesa del convento de Kirklees, le practica una sangría y se ausenta con una excusa, dejándolo desangrarse hasta la muerte.

Ni siquiera figura en esta versión el gesto romántico que sí hallé en otras, mediante el cual Robin dispara una última flecha para decidir el sitio en que será enterrado. Nada de eso. Aquí Robin, el maestro en el arte de los artilugios y las estratagemas, resulta engañado por una monja amarga y así muere. Y después la gente se preguntaba por qué era yo tan serio, siendo tan pequeño…

El libro me enseñó algo que tardé en comprender, pero que desde entonces resuena en mí. No tiene sentido hacer algo bueno –hacer lo que se debe hacer- en espera de reconocimiento o recompensa. La obra buena –y la buena obra- son un fin en sí mismas. Llevo muchos años tratando de vivir acorde a este principio ingrato pero honesto.

Reservo mis últimas palabras para las ilustraciones del libro. Fue abrirlo y comprender que llevaba grabado cada uno de esos dibujos, cada una de esas láminas, en lo más profundo de mi alma. Las recordaba como si las viese visto ayer por última vez. Todo lo que sé es que el libro acreditaba esas ilustraciones a un tal Manuel Ugarte. Que nada tiene que ver con el célebre socialista argentino, y de quien nada pude encontrar en Google. ¿Quién fuiste, Manuel Ugarte? ¿Acaso imaginaste alguna vez que tus dibujos –tu buena obra- iban a perdurar tanto tiempo en la memoria de alguien –otro exiliado del país de la infancia?

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11 de enero de 2010
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El pequeño Wyoming

El cuento más conocido de Annie Proulx, ‘Brokeback Mountain', es seguramente el mejor de su extenso ciclo de historias situadas en Wyoming o relacionadas con personajes, modos o leyendas de ese estado del noroeste de los Estados Unidos. También es, a mi modo de ver, el que revela con mayor nitidez el peculiar patrón narrativo de la escritora norteamericana, marcado por la dureza de los entornos donde suceden, la crudeza del habla de sus personajes y la delicadeza de las emociones, mitigadas y a veces apenas sugeridas. Proulx ha escrito novelas, entre ellas la excelente ‘The Shipping News' (premiada con el Pulitzer de 1994 y aquí publicada, bajo el título de ‘Atando cabos', por Tusquets, en traducción de Mariano Antolín Rato), si bien lo esencial de su literatura está, para mi gusto, en el relato corto, género en el que ha publicado cuatro libros. ‘Wyoming' recoge los tres volúmenes subtitulados originalmente ‘Wyoming Stories', aunque Lumen, sin explicación, recorta el contenido de dos de ellos, eliminando tres relatos aparecidos en la edición americana de ‘Bad Dirt' (aquí ‘Tierra maldita') y otros cuatro del más reciente ‘Fine Just the Way It is' (‘Todo perfecto tal como está'); entre los desaparecidos hay alguna pieza muy relevante del canon ‘proulxiano', como ‘Them Old Cowboy Songs'.

 

     El Oeste de Proulx es de un bronco realismo y tiene los personajes esperados: rancheros rudos, indios desubicados y marchitos, cantineras que lo han visto todo desde la barra, magnates del comercio enriquecidos a falta de escrúpulos. En sus grandes espacios, la soledad parece un componente más del paisaje, y el dolor una forma atenuada de la violencia precisa para sobrevivir en ese medio hostil. ‘El testimonio del burro', uno de los más logrados de la serie, se inicia con una cita, para nosotros muy trillada, de Antonio Machado, y cuenta la historia de Marc y Catlin, una pareja aficionada al senderismo, cuya crisis amorosa queda asociada a la supuesta costumbre de algunas pequeñas poblaciones de Galicia en las que, así lo refiere Marc, en la última noche del carnaval se lee públicamente el "testamento del burro", una "feroz recopilación rimada de los pecados cometidos en el pueblo durante el último año, y se hace un reparto ficticio de las diversas partes del cuerpo de un burro que se corresponden con los pecados". El reparto de culpas entre la camarera Catlin y el bombero voluntario Marc es ambiguo, pero se resuelve en un final estremecedor de escalada montañera durante la cual resuenan, mezcladas sin remedio a los reproches, las voces de amor que los dos amantes no han tenido tiempo de decirse. ‘El testamento del burro' bordea el campo del misterio sin entrar nunca en él, pero aprovechando con elocuencia la difuminación que las incertidumbres aportan a lo cotidiano; cuando Proulx aborda abiertamente lo fantástico y aun lo alegórico (dos ejemplos son, en el libro que se reseña, ‘El Chico de Artemisa' y ‘Siempre me ha encantado este sitio') el fenómeno producido no es la sugestiva extrañeza sino la fatigosa incredulidad.

            Lo que sí se le da estupendamente a la autora es la fábula en el estilo  -conciso, cómico, truculento-  aquí representado por ‘El bayo purasangre', uno de los más breves, protagonizado por un caballo arisco y de diente fácil, unas botas de piel y unos vaqueros "vivales y frescales" (y no "con sentido común y recursos", como traduce María Corniero, que, enfrentada a una ardua tarea, sobre todo en las abundantes partes coloquiales de la obra de Proulx, no siempre sale bien parada).   

      Mis favoritos de esta en general magnífica antología son el citado ‘Brokeback Mountain' y ‘Las guerras indias redivivas', que pertenece al segundo volumen de las ‘Historias de Wyoming'. En ‘Brokeback Mountain' destaca poderosamente el contraste entre los asfixiantes límites que el entorno varonil y atávico en el que se mueven impone a Ennis y Jack, y la amplia resonancia que unos factores casi fantasmales (la frontera de México, un recuerdo infantil de Ennis, una ropa usada) adquieren en el desarrollo de la historia, donde la introducción del motivo del doble crimen homofóbico se hace de manera sutil aunque reveladora. Proulx dosifica con brillantez ingredientes dispares en ‘Las guerras indias redivivas', que arranca, a comienzos del siglo XX, como la saga de una familia de abogados y rancheros de la ciudad de Casper, los Brawls, hasta llegar, al cabo de tres generaciones marcadas por la tragedia, a Georgina Crawshaw, que al enviudar del último varón de la estirpe, Sage, se casa en segundas nupcias, audazmente, con Charlie Parrott, el apuesto capataz del rancho, "mucho más joven que ella y con sangre de sioux oglala en las venas". Pero Charlie tiene una hija de un primer matrimonio, Linny, y esa muchacha que llega como huésped al rancho embutida en minifaldas minimalistas y ‘tops' a punto de reventar dará a ‘Las guerras indias redivivas' un bellísimo e inesperado quiebro que no conviene contar. Baste decir que del pasado surgen la sangre sioux, la batalla de Wounded Knee, Buffalo Bill y unas películas olvidadas desencadenantes del emotivo acto de aceptación histórica y renuncia personal que cierra el relato.

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11 de enero de 2010
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El Boomeran(g)
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