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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El destino de Lina

Entre las muchas cosas inexplicables que le habían sucedido a Carolina Codina la que más le dolió, según sus palabras, fue ver que su vida había sido reinventada por completo y que la autora de tal reinvención había sido ella misma. En efecto, un día de 1965 se encontró con la sorpresa de que una editorial soviética había publicado en Moscú sus memorias. Ella no había intervenido en su redacción y se sintió ofendida ante una impostura de tal calibre.

Para explicarnos el fraude de 1965 es necesario remontarnos al día 10 de diciembre de 1918. Aquel día la joven Liona, hija de la moscovita Olga Nemiskaia y del cantante barcelonés Joan Codina, asistió a la velada musical del Carnegie Hall de Nueva York en la que Prokófiev interpretó suPrimer concierto para piano. Lina se enamoró de la música y del músico. Tras varios encuentros, Lina paso a ser en la imaginación del compositor la Princesa Linette y se incorporó al elenco fantasioso de El amor de las tres naranjas, la ópera más conocida del artista ruso. A partir de ahí el destino trabajó implacablemente, sin apenas dar respiro a la hermosa aspirante a soprano Carolina Codina.

Convertida en Lina Prokóvief vive los esplendorosos años de la vanguardia parisina en compañía de su marido, uno de los músicos más estimados del momento tanto en Europa como en Estados Unidos. La vida parece ir en la buena dirección durante dos décadas. En 1937, en plenas purgas estalinistas, el nostálgico Serguéi decide volver a Rusia con Lina, cree que su fama será un escudo contra la represión. Moscú ve con desconfianza a Lina: una "burguesa extranjera". Repentinamente la vida va en dirección contraria. Los Prokóvief se separan en medio del clima de sospecha que se apodera sangrientamente de la Unión Soviética. Tras los años de la guerra viene lo peor: Lina, transformada en "espía extranjera", es enviada al gulag (península ártica de Komi). Al retornar, ocho años después, experimenta la afrenta más grave, la reinvención de su existencia. Hasta su muerte luchará contra esto. Una ayuda póstuma y decisiva, el reciente libro de la escritora rusa Valentina Chemberdji: Lina Prokóvief.

 

 El País, 12/12/2009



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31 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El hilo del que pende Obama

Todo pende de un hilo. No hay que olvidar que el denostado y desprestigiado George W. Bush consiguió terminar sus penosos ocho años sin que se produjera un nuevo atentado en suelo norteamericano. El pasado día de Navidad pudo convertirse en una jornada fatal para Barack Obama, muy pocas horas después de apuntarse el primer éxito de su prometedora aunque dificultosa presidencia con la aprobación por el Senado de la reforma del sistema de salud.

Como en el 11-S, fallaron tanto los servicios secretos como los sistemas de prevención. Y como en el 11-S, no han faltado voces que sugieren respuestas contraproducentes y desproporcionadas. La invasión de Yemen para limpiar el país de terroristas sería la peor manera de responder al atentado frustrado que, además de poner en peligro las vidas de 289 personas, ha dejado de nuevo en mal lugar a la seguridad y la inteligencia norteamericanas. El atentado no consiguió su objetivo de volar el avión porque falló la tecnología o el terrorista no tuvo la destreza necesaria para activar eficazmente el explosivo; pero consiguió eludir todos los controles y sistemas de prevención, dando así una lección sobre la vulnerabilidad occidental que muchos candidatos a terroristas querrán explotar. Incluso si Umar Farouk Abdulmutallab no hubiera tenido nada que ver con la organización de Bin Laden, éste ha obtenido un éxito al menos simbólico. A fin de cuentas, la función actual de Al Qaeda es proporcionar una marca, un zócalo ideológico y un sistema de comunicación que sirve para los grupos terroristas autónomos de las distintas regiones donde está implantado. Tiene limitado interés político, no policial evidentemente, llegar a precisar si además hay, como parece ser el caso, una clara conexión logística y práctica. El senador independiente y halcón acreditado Joe Lieberman ha difundido la inquietante frase de que "Irak es la guerra de ayer, Afganistán la de hoy y, si no se actúa preventivamente, Yemen será la de mañana". Su profecía no carece de fundamento a la vista de la enorme actividad terrorista en Yemen, como mínimo desde el atentado en 2000 al buque norteamericano USS Cole, que costó la vida a 17 marineros. Su frase permite incluso un colofón, al hilo de los secuestros de europeos en Mauritania y Malí: "...Y la guerra de pasado mañana será la del Magreb y el Sahel". El objetivo de Al Qaeda no puede ser más claro: abrir una tercera trampa en el Estado fallido de Yemen. Sabemos que la primera potencia mundial no puede soportar el mantenimiento de dos guerras simultáneas. Bush tuvo que levantar el pie del acelerador en Afganistán para mantener el tipo en Irak, con las consecuencias que se conocen respecto a la resurgencia talibán. Obama, con su plan de retirada de Irak para 2011, podrá incrementar el número de tropas en Afganistán. Pensar en la invasión de un tercer país es sencillamente una locura que Bin Laden promueve con entusiasmo. Los atentados del 11-S cambiaron la visión geoestratégica del mundo, con resultados catastróficos para todos. Pero es una evidencia que no sirvieron para que aprendiéramos las lecciones más prácticas que se desprendían de aquellas circunstancias. Es sorprendente que Estados Unidos, que tanto ha cambiado desde el 11-S, no haya resuelto siete años después y con dos administraciones distintas los dos elementos que permitieron el atentado frustrado del viernes en el avión de la compañía Northwest. Obama ha ordenado analizar lo que ha fallado en este caso, que son los sistemas de revisión corporal y las listas de pasajeros peligrosos. Aunque ambos errores no son nuevos, sino fruto de una estricta continuidad en las políticas antiterroristas, quien pagará la factura si llega a producirse un mega atentado, y con toda justicia, es sólo y únicamente la actual Administración. Aunque Obama circunscribe los fallos a errores humanos y sistémicos, sus enemigos políticos intentarán demostrar que son fruto de su visión política, sus valores morales y sus decisiones estratégicas. El peligro al que se enfrenta ahora el presidente, sobre todo después de la primera reacción desordenada y confusa de sus colaboradores, es que reaparezca algo del clima de histeria antiterrorista que le fue tan útil a Bush. Para él sería absolutamente perjudicial y podría comprometer buena parte de su política exterior, además de sus promesas respecto a los derechos humanos y el respeto del habeas corpus de los sospechosos detenidos. Que Bush sacara conclusiones equivocadas del 11-S no significa que del 11-S no se deriven lecciones profundamente preocupantes sobre nuestra época y nuestra seguridad. El terrorismo no ha parado de golpear desde entonces. La presidencia de Obama pende de un hilo, pero es el mismo hilo del que pende nuestra seguridad. Alguna lección específica sobre la colaboración española y europea con la política antiterrorista norteamericana debería deducirse de todo ello.



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31 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: el caso Madoff (3)

 

Madoff fue el protagonista estelar de la crisis económica no por la cuantía estafada a sus clientes (más de 35.000 millones de euros) sino por la condición selecta de sus víctimas. La catástrofe que se abatía sobre una economía en quiebra, amenazando con dejar en la ruina a medio mundo, nos exigía poner en escena a unos afectados que no fueran los desdichados de siempre. Los pequeños inversores que seducidos por los intereses del capitalismo popular confiaron sus ahorros a los expertos financieros, no consentirían ser despojados sin comprobar que, al menos por una vez, todos pagamos el precio de la avaricia.

Parece un pobre consuelo personal pero su eficacia psicológica y política a gran escala es muy notable. Los estafados por el osado y prestigioso Madoff (dos alabadas cualidades del juego bursátil) fueron los banqueros, actores, empresarios y abogados cuyo llanto reforzaba la imperiosa banalización de la crisis: si el gran mundo la padece, nadie es responsable del colapso.

La soledad de Madoff en el presidio, repudiado incluso por su ofendida y repentinamente escandalizada esposa, ilustra nuestra capacidad de representación y la habilidad colectiva para conjurar los demonios que nos sacarían con una patada del gran sueño.

Por otro lado, la extinción de la ética que parecía erigirse contra la impunidad financiera, articulando mecanismos de regulación inéditos y prometiendo controles de enorme rigor contable, permite modular mejor la moraleja de nuestra Crisis. Esta sería la traducción del mensaje que todavía permanece codificado tras la laboriosa agitación de los últimos meses: nuestro enriquecimiento masivo no es una obscenidad sino la condición necesaria de vuestra exigua economía de subsistencia y trabajo duro. Ciertamente, vuestro salario de mileuristas es penoso, pero ya veis lo que pasa: o esto, o el paro. Así funciona.



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30 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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"Lazos de familia": Un cuento en Fronterad

FronteraD es una excelente revista digital que comenzó a publicarse hace un mes en España. Está a cargo de Alfonso Armada y tiene entre sus colaboradores a periodistas, críticos y escritores de primer nivel, entre ellos Eduardo Jordá, Daniel Capó, Toño Angulo, Gabi Wiener y Diego Salazar. La revista se actualiza una vez a la semana, excepto los blogs: hay material nuevo cada día.

La revista de esta semana incluye un cuento mío, "Lazos de familia". Feliz año.

 



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30 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El lamento del perezoso

 

 

 

Imaginemos un tipo que se pasa más de cuarenta años escribiendo sin que nadie le haga el menor caso. Para sobrevivir durante ese largo periodo de tiempo, y pagarse su voluntad de seguir escribiendo, ese autor de suerte esquiva habrá tenido que ejercer toda clase de oficios absurdos, incluido el que mecánico de bicicletas.

                Puestos a imaginar situaciones inverosímiles, pongamos que el susodicho autor, que por más señas es norteamericano, ve uno de sus libros traducidos y publicados en una diminuta editorial de una ignota provincia del imperio. Y que, por aquellas cosas que pasan, el libro se abre paso en la jungla literaria y termina siendo un fenómeno editorial con ventas millonarias en medio mundo. En cuyo caso cabe plantearse: ¿qué clase de obra publicará ahora ese hombre que de la noche a la mañana ha dejado de ser una oscura rata de biblioteca  y es ahora  una celebridad mundial?

                Seguro que, planteada la cuestión a escritores, editores, críticos y demás profesionales que viven del libro muy pocos, o por mejor decir, a ninguno se le ocurriría describir algo semejante a El lamento del perezoso.

                No pretendo decirle a nadie, y menos a un tipo como Sam Savage, cómo debe escribir sus libros, pero cualquier lector con criterio advierte que aquí concurren varios factores adversos, empezando por la imagen elegida como metáfora del protagonista. Porque el perezoso, ya sea en su vertiente animal o humana, merece de entrada toda la simpatía del lector. Pero, al menos en la versión humana, es complicado hacer de él un héroe, ni siquiera en la acepción moderna del antihéroe, debido a la conciencia judeocristiana que conforma al lector medio. Quiero decir: el perezoso humano suscita un primer reflejo de simpatía, o como poco de comprensión, si, como la cigarra, elige la inacción mientras la laboriosa (y odiada) hormiga se labra un sustento para los tiempos duros. Pero - y aquí se pone en marcha el mecanismo de la conciencia moral  del lector - el perezoso se convierte automáticamente en un pelmazo si se lamenta cuando le llegan los tiempos malos porque, al fin y al cabo, él se lo ha buscado.

                El agravante, en el caso del planteamiento de Sam Savage, es que Andy Whittaker, el antihéroe, no es un vago sino un perdedor tan arquetípico que desde las primeras líneas  queda muy claro que no tiene la menor posibilidad de sobrevivir. Con el agravante de que su problema no es la pereza sino la calamidad, es decir, ser un calamidad que no sabe administrar la herencia con cuyas rentas pensaba financiarse la escritura, como tampoco sabe administrar la desproporcionada inversión de trabajo y tiempo en una precaria e insignificante revista literaria de provincias, o en las novelas y cuentos que le han de dar la gloria. Por si fuera poco, ni siquiera administra bien sus relaciones sociales, profesionales y sentimentales, demostrando una rara habilidad  para decir o hacer lo que no debe, y para callarse y no hacer cuando una palabra a tiempo, o un gesto, podrían haberle salvado.

                Curiosamente, El lamento del perezoso resulta entretenida de leer porque, dejando de lado su toma de partido moral, el lector tiene un papel muy activo: se trata de un relato epistolar, montado exclusivamente a partir de las cartas que escribe el desgraciado Whittaker durante cuatro meses. Sus corresponsales son inquilinos que no sólo no le pagan sino que le acosan con toda clase de bajezas;  presuntos colaboradores de la revista, con los cuales tiene una divertida relación de amor odio; peleas con la ex esposa que le abandonó y que le exige destempladamente la pensión; la hermana y la madre, con las que mantiene un doloroso litigio. O incluso una ex amante a la que logra ofender tontamente ganándose a cambio una puñalada que le sangrará lo (poco) que le queda de vida. Son como miles de pinceladas en un lienzo progresivamente cargado de significación y cuya figura final es el lector quien la compone.

 El siempre agobiado Andrew Whittaker dice en algún momento que tiene un montón de novelas en la cabeza y que debe ir dándoles salida para llegar a las más significativas. Podría ser una metáfora del propio Savage, o una promesa de futuras sorpresas tan agradables como lo fue  Firmin, la novela sobre una rata de biblioteca que lo lanzó a la fama tras ser publicada por Seix Barral.

 

El lamento del perezoso

Sam Savage

Seix Barral



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30 de diciembre de 2009
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Tras la física

El físico Erwing Schrödinger, celebre por las ecuaciones que en Mecánica cuántica llevan su nombre,  sostenía que uno de los rasgos que singularizan a la civilización griega es la convención de que el conocimiento del orden natural transforma al que accede al mismo, pero no modifica el objeto u objetos conocidos (aspecto por el cual se establecería desde el origen una diferencia entre la ciencia,  animada por objetivois de pura inteligibilidad y lo que hoy denominamos técnica). Schrödinger era tanto más sensible a las implicaciones de esta creencia, a su peso en la historia de nuestra relación con la naturaleza, cuanto que la disciplina que profesa tiene irrefutables pruebas de que no siempre la cosa es así, que en ocasiones el hecho de determinar una determinada propiedad de un objeto implica excluir que en ese objeto se de ya con precisión otra propiedad que antes tenía. Pero bueno es detenerse  en la vertiente subjetiva del asunto, en el hecho siempre reconocido de que el conocimiento transforma al que accede al mismo, para preguntarme esencialmente: ¿hasta qué extremo?

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30 de diciembre de 2009
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III. Traspasando las barreras

Como la fama da también poder político independiente, Jenny Sanford tiene ya su propia candidata a gobernadora de Carolina del Norte, Nikki Haley, para suceder en el cargo al marido, golpeado en su imagen por la crisis de infidelidad, y bajo acusación por diversos cargos de corrupción; y nada descarta que ella misma se lance en persecución de algún puesto público en el futuro.

Y he aquí otro ejemplo, quizás mejor. En el otro extremo del espectro de asuntos explotables para el mercado, está el caso de una pareja de arribistas consumados, Tareq y Michaele Salahi, de Virginia, condueños y herederos de una vinatería quebrada, perseguidos ferozmente por sus acreedores a través de acciones judiciales y metidos en deudas morosas hasta con el peluquero de Michaele. Su fama viene de que ambos se las arreglaron para colarse entre los cuatrocientos invitados oficiales a la fiesta de gala que el presidente Obama y su esposa Michelle ofrecían en la Casa Blanca en honor del Primer Ministro de la India, Manmohan Singh.

Tareq se vistió de etiqueta y Michaele, para hacer mérito a la ocasión, con un sarí típico de la India, y no tuvieron dificultades en traspasar las barreras de seguridad impuestas por el Servicio Secreto para controlar la entrada de los asistentes a los actos en la Casa Blanca, controles que suelen ser generalmente severos.

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30 de diciembre de 2009
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Casablanca

Para muchos que no la conocen o la comparan con Marrakech o Tánger, Casablanca tiene más nombre que realidad y más leyenda que enjundia. No es ésa mi opinión. La película de Michael Curtiz es un clásico del romanticismo ‘hollywoodiense', y aunque su equipo de rodaje y sus míticos actores jamás pusieron los pies en Marruecos, el halo de la niebla en el aeropuerto (en realidad el de Los Ángeles) y la música del Rick´s Café, de ‘La Marsellesa' y de ciertas frases dichas en unos estudios de California por Ingrid Bergman, Humphrey Bogart, Peter Lorre y Claude Rains, parecen superponerse a esta grandísima, un poco caótica y enormemente atractiva ciudad.

       Casablanca tiene de todo, pero hay que ir a buscarlo entre el espeso tráfico y la densidad de sus seis millones de habitantes. Sus playas, en especial la de Aïn Diab, son tan espléndidas (bravas de mar y finísimas de arena) como las del resto de la hermosa costa atlántica que va desde Asilah a Sidi Fini. Su antigua medina, sin estar desde luego al nivel de la de la cercana Rabat, ofrece el laberinto intrincado que se espera y una oferta comercial algo más barata de lo habitual; dentro de sus murallas, y cerca de la elegante Puerta de la Marina, se encuentra la mezquita dieciochesca de Jamáa El-Hamra. La ciudad cuenta también con otro zoco más moderno y pintoresco en el interior de la medina moderna, el llamado Barrio de los Habous, edificada en los años 1920 al lado del Palacio Real. Y luego hay en Casablanca dos cosas inencontrables en ninguna otra ciudad del país: la extraordinaria y muy numerosa arquitectura Art Déco (sólo comparable, a mi juicio, a la de Bruselas y Riga) y un hito que no diré que es una obra de arte pero sí constituye uno de los mayores espectáculos del mundo del exhibicionismo religioso: la Gran Mezquita Hassan II.

    A pesar de su gran tamaño, Casablanca es además una ciudad transitable a pie, en una amplia zona urbana, siempre que uno tenga buen calzado y piernas favorables. Se puede ir, por un lado, en dirección al mar, partiendo de la plaza central de Mohamed V, bordeando o atravesando la Antigua Medina y llegando a la zona portuaria para visitar la Gran Mezquita; en dirección opuesta, hacia el sureste, se haría el recorrido arquitectónico Art Déco, no sólo por las más conocidas calles del centro, la peatonal Príncipe Moulay Abdallah y los bulevares de Mohamed V y de París, sino alcanzando también el barrio de Mers Sultan, donde se hallan algunos de los edificios más singulares en su mezcla racionalista y neo-morisca. Lo que está lejos es la llamada ‘corniche' o cornisa marítima: no menos de veinte minutos en taxi desde la Plaza Mohamed V. La Corniche ‘casablanquesa' resulta interesante por su animada vida nocturna, sus decadentes locales con terraza y piscina, siguiendo la más tradicional nomenclatura del exotismo internacional (‘Tropicana', ‘Miami', ‘Sun Beach'), y sus discotecas, donde no se hace ascos a la mezcolanza, alcohólica y sexual. Pero volvamos al Casablanca diurno.

    La rutilante mezquita Hassan II no es el mausoleo del difunto rey (como el de su padre Mohamed V en el centro de Rabat) ni un lugar sagrado de peregrinación. Se empezó a construir en 1986, por deseo expreso de Hassan, quien quiso dotar a la mayor ciudad del país de algo grandioso unido a su nombre. Su inauguración en 1993 supuso un acontecimiento nacional, aunque no faltasen voces (amortiguadas por la censura o el temor) críticas con el dispendio y los modos de recaudar las aportaciones ‘voluntarias'. Sinceramente: no es una maravilla del universo, ni creo que llegue nunca a serlo en los ‘hits parades' del ramo, pero impresiona mucho visitarla cualquier día, y en especial los viernes, para verla funcionar como una perfecta y aparatosa máquina de la creencia. La Gran Mezquita es un lugar de culto vivo, que acoge en su inmenso interior (con capacidad para 25.000 personas) a un número regular muy abultado de orantes, convertidos en una masa bullente y colorida al salir del templo camino de las enormes explanadas (donde caben 80.000 almas) que se extienden frente a la galería abierta y el minarete. Al otro lado de los altos y sólidos muros sólo hay mar rugiente, pues la mezquita se construyó robando doce hectáreas de costa arenosa al océano.

      La ciudad está tan orgullosa de su mezquita que la comparte con los infieles, al contrario de lo que sucede en el resto de Marruecos, donde no es posible entrar en esos lugares de oración sin ser musulmán. Abierta todos los días de la semana (los viernes sólo hasta las 2 de la tarde), es aconsejable, pero no siempre obligatorio, la visita guiada de pago, que permite llegar a alguna de sus dependencias más recónditas. Aunque las fuentes (41) de la Sala de Abluciones y la azulejería de sus bonitos ‘hammams' (baños árabes) resultan chillonas en comparación con los ejemplos clásicos del arte andalusí, la inmensa Sala de Plegarias tiene, en su magnificencia, algo de portentoso. Vacía de fieles, y sólo así nos es posible entrar en ella, sus altísimos techos escayolados, sus grandes lámparas de cristal de Murano, su exquisita marquetería en madera de cedro y sus avenidas laterales de columnas de mármol recubierto de cerámica en la base causan asombro, cuando no arrobo místico. Para mí lo más llamativo del edificio son sus puertas, veinticinco, hechas de latón y titanio muy finamente labrado en la superficie. Por la noche, visible desde muchos puntos de la ciudad, el minarete, al que sus 210 metros convierten en la edificación religiosa más alta del mundo, lanza desde su cima un rayo láser que señala la Meca.

     Por no salir del ámbito de lo sacro, me gustaría destacar en el segundo paseo urbano, el que tiene como ‘leit motiv' el Art Déco, una de las piezas más originales de la ciudad en ese estilo: la iglesia católica del Sacré-Coeur, hoy sin culto y situada, por cierto, junto al Consulado Español y el Instituto Cervantes local. La iglesia, con sus dos bellas torres gemelas de cubos superpuestos, es obra (iniciada en 1930) de Paul Tournon, uno más de la pléyade de excelentes arquitectos franceses autores de la mayoría de edificios de formas geométricas levantados en Casablanca en la remodelación urbana del período más ‘iluminado' y emprendedor del protectorado francés, el que va de 1928 a 1940. El nombre de Tournon se suma a los de Albert Laprade, Adrien Laforgue, Joseph Marrast y Marius Boyer; a éste último se deben las trazas de la Wilaya o ayuntamiento de la ciudad (1928-1936), en pleno centro administrativo. Teniendo más encanto, casi frente por frente, la Poste o sede central de Correos (obra bastante anterior de Laforgue), la Wilaya de Boyer merece sin duda la pena por las vistas desde su llamado ‘campanile' (al que se accede en ascensor) y sobre todo las dos grandes pinturas que flanquean la escalera de honor, estupendos ejemplos del arte de Jacques Majorelle, otro francés que creó con su obra un Marruecos imaginario, perdurable más allá del tiempo de las colonias.

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30 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El despertador

El despertador es el rigor, el símbolo del rigor y su práctica. Inexorable, despiadado, cumple la orden tajante que se le inyecta y la culmina con obediencia exacta, con  una puntualidad ciega o inapelable.

El interior de este cronómetro es, ante todo,  reglamentación pura. Posee el mecanismo de los otros relojes pero está concebido o amestrado no para dar las horas sin ton ni sin sino comunicar un momento crítico de forma tronante.

De este modo, su espíritu de diana  transforma lo que fuera una ordenación más en una orden militarizada. Ni una vacilación, ni una holgura, ni un más o un menos se admite en su conducta estricta. Conducta de ordenanza extrema como principio y razón de ser.

 Los despertadores pueden servir sucedáneamente como relojes vulgares pero son ellos mismos, inconfundibles y aterradores, al manifestar la fuerza de su idiosincrasia salvaje.
Porque en apariencia, a primera vista, el despertador contemplado como una esfera más no encierra agresividad alguna sino tan sólo esa brutal candidez de los relojes. Efectivamente todo reloj muestra, tarde o temprano, destino siniestro pero en la vida corriente  se comportan como elementos fijos cuya disciplina, siempre de una manera inocente o bobalicona, nos corta las alas, la voluptuosidad, la libertad o el gozo. El reloj es ajeno a su amo. Lo más ajeno que se pueda imaginar. Sin embargo el despertador se deja hacer, se ofrece insidiosamente a la voluntad y a sus planes. Ambula mansamente a lo largo del día pero, como los animales feroces, posee un gen  programable para atacar o abalanzarse sobre sus propios dueños en momentos prefijados e hirientes.

De aquí que se trate de un objeto doméstico pero muy extraño a la vez. Se ve domesticado pero domesticado, al cabo, para atacarnos, manipulado para a la vez someterse y  contravenirnos.

 De ese latigazo del despertador e deduce que el aparato goza de esa clase de personalidad rara o epiléptica. Cierto que nosotros se la inyectamos para nuestro servicio pero ¿qué decir de las criaturas o personajes que los autores crean y se acaban rebelando contra ellos? Que ese instinto subversivo pueda hallarse en el despertador y no en el resto de los relojes lo convierte en la pieza que araña o puntea, sacude y desdeña. Aun cumpliendo un dictado.

Ninguno de los relojes proclama con estridencia su hora e incluso los de pie se afana cuidadosamente en dulcificar melosamente sus sonidos. En el despertador, el cómputo de los minutos se realiza generalmente en silencio y desgranándose naturalmente a través de su mecánica. El despertador ni el reloj gritan el posible dolor que esta operación de constante contabilidad les  causa. Solo berreará, se desgañitará el despertador cuando, sabiéndonos dormidos, materializa la asignada función de hacernos conocer en qué momento estamos, a despecho de nuestra merecida inconsciencia.

 No es extraño, por tanto, que algunos sujetos muy dormidos incluyan, por unos instantes, esos estrépitos del aparato en sus sueños y hasta que la delirante persistencia del reloj clamante, lo arranque literalmente de su engaño.

 El despertador, en suma, nos despierta -nada menos a la realidad y comete este acto por decreto. Este despertador- como cualquier otro reloj- no duerme nunca pero, además, contiene el dispositivo preciso para proclamar que la realidad nos reclama a toda prisa. Desde ese punto de vista el reloj nos provee de conciencia y quién sabe si también de una confusa autoestima.

 Todo cuanto ocurre a lo largo de la jornada no importa al despertador que tras unos momentos de intensa importancia regresa a la rutina casera. O bien, su voz de alerta se hunde en el silencio común y sólo resucitará otra mañana si nuestra mano y nuestra mente en una combinación coactiva lo coaccionan o restituyen militarmente.

Gracias a ese enrevesado proceso que pasa por darse órdenes a si mismo a través de inculcar la orden a un tercero, el mandatarios primero se reúne, mediante el despertador, con el segundo mandatario dormido.

De este modo, el despertador realiza la milagrosa función de unir dos partes del mismo ser humano, la parte inconsciente y la consciente y a través de una suerte de electroshock que provocando sobresalto hace brincar al cerebro desde la molicie a la mollera.

El sujeto unido ya en sus dos mitades se halla en condiciones de presentarse en público y mientras va desprendiéndose de la  experiencia traumática que ha experimentado al pasar de  la escisión a la integración en décimas de segundo. Un lance          que maniobra el despertador y que pone al alcance de la vista,  asomando entre sus pliegues, el ser y el no ser de uno mismo.



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30 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las noches de Tony Judt

No se pierdan los dos últimos textos de Tony Judt. No sirven precisamente para alegrar el final de año, pero constituyen dos piezas de una excepcional densidad ideológica y humana. La primera es un análisis sobre el estado de la socialdemocracia europea; la segunda una detallada explicación sobre la enfermedad que aqueja al escritor, una esclerosis lateral amiotrófica. Lo más duro de pelar es que un texto lleva al otro: eso es lo que voy a contar hoy; tenía el primero preparado para su lectura, desde hace muy escasos días, cuando recibí el lunes el sumario del siguiente número de la revista donde suele publicar sus artículos, la New York Review of Books, y en él pude leer, encabezándolo, el titular escueto y claro, Night, y la frase de arranque, llana y sin remilgos: ?I suffer from a motor neuron disorder, in my case a variant of amyotrophic lateral sclerosis (ALS): Lou Gehrig's disease.? (Sufro un desorden neuromotriz, en mi caso una variante de la esclerosis lateral amiotrófica (ALS): la enfermedad de Lou Gehrig?. No tuve más remedio que emprender la lectura del primer artículo para darme cuenta de que, en efecto, conduce al segundo.

El primer texto se titula ?Qué está vivo y qué está muerto en la socialdemocracia?, y es la adaptación de una conferencia pronunciada en la Universidad de Nueva York el pasado 19 de octubre. Doy la palabra, traducida, al periodista Peter Weiss, que asistió al acto y lo reseña en su blog Mondoweiss bajo el título ?Paralizado pero impertérrito, Judt lega a la izquierda la batalla contra la desigualdad?: ?Tony Judt rodó sobre la tarima de la Universidad de Nueva York la pasada noche en su silla de ruedas, con un tubo de respiración atado a su cabeza y una manta sobre su cuerpo, y comenzó su discurso con una voz sorprendentemente fuerte señalando que iba a "matar al elefante en la sala": hace un año le fue diagnosticada una variante de esclerosis lateral amiotrófica, o enfermedad de Lou Gehrig, una enfermedad muscular degenerativa, que le había dejado paralizado del cuello para abajo. Algunos amigos le habían pedido que el tema de la Conferencia Remarque (por el nombre del escritor alemán Erich Maria Remarque) fuera la naturaleza de su enfermedad, a fin de entrar en el debate sobre la salud, pero llegó a la conclusión de que no tenía sentido alguno mostrarse (show) y contarlo. Lo que se iba a ver (show) era obvio: esto es lo que la enfermedad le hizo a ese cuerpo, dejarle tetrapléjico ?luciendo un tupperware en el rostro?, una máquina que respira por él, con rítmico silbido. Quienes tenían la esperanza de que daría una charla estimulante sobre lo que un cuerpo puede hacer en estas circunstancias quedaron defraudados: "Soy inglés, no nos dedicamos a levantarnos el ánimo?. Pero a pesar de sí mismo, Judt cumplió ambos encargos. El discurso que pronunció durante los siguientes cien minutos, en el que se preguntaba si iba a aguantar, fue un llamamiento a la izquierda a tomar las armas?. Las armas de Judt, y las de la izquierda democrática a la que pertenece y se dirige, obvio es decirlo, son las ideas y las palabras. Lo que nos dice Judt con estos dos textos se refiere precisamente al valor de estas armas, incluso cuando el cuerpo se convierte en un caparazón inmóvil. Judt hace una apelación a la izquierda para que ponga pie en pared después del ciclo conservador marcado por la desregulación, la desprotección y la privatización. Llama a las cosas por su nombre, como nos ha demostrado con su enfermedad: su izquierda es conservadora; no debe cambiar nada sino resistir y recuperar conceptos arrumbados en los últimos 30 años por una derecha revolucionaria que nos ha conducido al desastre. En este tiempo el lenguaje de los valores ha sido sustituido por las meras consideraciones sobre las pérdidas y ganancias económicas. Y como consecuencia, las privatizaciones, el subarriendo de las tareas del Estado y el desprecio por los más desfavorecidos. Lo que queda de la socialdemocracia europea, lo poco que queda, es además patrimonio de todos y no sirve ya para ganar elecciones, tal como ha podido comprobar la socialdemocracia alemana. El discurso del progresismo optimista ha quedado cancelado, por lo que ahora corresponde una ?socialdemocracia del miedo?. No es la primera vez que sucede. Judt se remite a la Europa de entreguerras, momento en que, de forma análoga a hoy, la izquierda se dejó arrebatar una herencia liberal que le pertenece. Y lo que hay que conservar es bien claro: la función del sector público, la acción social del Estado y las instituciones del Estado de bienestar. Son ideas polémicas para el debate. Bien articuladas y razonadas. Pero sobre todo, surgidas de una mente en acción aunque sea en un cuerpo cada vez más inactivo. Lo admirable de Tony Judt es su capacidad para seguir pensando, para seguir viviendo. En su texto pide ayuda, alguien con quien hablar: yacente dentro de un cuerpo inmóvil, sus noches son interminables y terribles. Y sus únicas armas de combate son, precisamente los ejercicios de pensar y recordar, que le permiten afinar su memoria y su agilidad mental. Es difícil conjugar mejor en dos textos tan distintos y a la vez entrelazados un mismo llamamiento a la razón y al debate. (Enlaces: con Night, con el texto de la conferencia, con el blog Mondoweiss, y con el Remarque Institut, que Tony Judt dirige).  



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30 de diciembre de 2009
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