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Oración de la nieve

Para que no parezca que somos siempre dogmáticos en la fobia municipal, voy a empezar esta prosa del duro invierno con una loa. En la madrugada del pasado lunes 11 de enero, a las 2.35, y estando yo despierto por prescripción facultativa, vi una imagen conmovedora desde la alta ventana de mi casa: unos operarios del ayuntamiento echando sal y regando las aceras -naturalmente desiertas a esa hora, con la que estaba cayendo en Madrid-  para que usted y yo pudiésemos, a la mañana siguiente, caminar sin peligro de muerte. El domingo, mientras la nevada cuajaba, había yo mismo visto a dos señores deslizándose calle Atocha hacia abajo, sin esquí, y delante del Museo del Prado a una niña de bruces en el suelo por haber querido patinar sin la gracia de un Patinir.

      Viviendo en un país al que se le supone -no sé si con razón hoy día- muy buen tiempo, la nieve se produce, no siempre anualmente, como un espectáculo en temporada baja, y su caída copiosa nos hace niños, pues no hay infancia feliz sin la imagen de un hombre gordo de nieve prensada con un gorrito, una bufanda y un palito en la boca a modo de cigarro. Mi amiga la novelista y poeta Menchu Gutiérrez, que es perita en nieves, así como suena, escribió hace un año, en el texto de una conferencia pronunciada en la Fundación Botín de Santander, que "la nieve pone a dormir una parte de nosotros y despierta otra". Menchu, que es de Madrid, vive ahora en el norte y en el campo, yo creo que para tener más nevadas en potencia y poder tocarlas de cerca, sosteniendo ella la idea, que me parece muy convincente, de que la nieve sepulta el estado de vigilia, nos adormece, y así, encima del suelo nevado, "caminamos por el territorio del sueño".

     Más prosaico yo, vuelvo al operario municipal que me emocionó en las primeras horas del lunes. Fue uno de esos momentos en los que el hartazgo de la gran ciudad, que en Madrid se hace cada día mayor por culpa de las alcaldadas frecuentes (aquí reaparece en el artículo el dogmático anti-Gallardón que todo madrileño sensato lleva dentro) abre una tregua y te lleva incluso a ponerte ingenuo y sentimental. Yo estaba en mi casa bien abrigado, leyendo el fascinante libro-catálogo de la exposición sobre Edward Gordon Craig en La Casa Encendida, cuando el silencio del exterior me llamó la atención por su anomalía (pues vivo en una zona de mucho tránsito rodado). Así que puse el libro en el brazo del sillón, me quité las gafas de leer y me asomé a la ventana. El espectáculo era de cuento de hadas, y tuve la sensación, viendo los árboles y los senderos blancos del cercano jardincito del palacio de La Trinidad, de revivir la leyenda que Menchu Gutiérrez evoca en su citada conferencia: la del califa Abderramán III, que le construyó a su favorita Azahara en las afueras de Córdoba la famosa Medina que lleva su nombre y era conocida como "la ciudad de la flor de azahar". Pero la favorita del harén, que procedía de Granada, echaba en falta en Medina Azahara la nieve de su añorada Sierra Nevada, cayendo a menudo en la melancolía. Así que el califa, dolorido de verla sufrir, hizo arrancar el bosque de cedros que había ante el palacio, plantando en su lugar un campo de almendros, que cada primavera, al florecer, le traerían a la muchacha la memoria de la nieve.

    Acabó mi fantasía mora, los empleados de la limpieza trabajaban parsimoniosamente con sus mangas y sus palas, había dejado de nevar, yo estaba por irme a la cama, para ver si la delicia del sueño que se me auguraba en las palabras poéticas de mi amiga se cumplían, cuando de golpe un sonido estridente primero me exaltó y luego me asustó. Una moto. ¿Una moto a estas horas? Una moto de gran cilindrada desafiando el hielo y avanzando, seguramente en dirección a Alcalá de Henares. Una moto, todo hay que decirlo, ruidosa como muchas lo son de modo inmisericorde. Y entonces, sólo entonces, quizá porque me había dejado llevar por  la ensoñación nevosa y me había acostumbrado a esa desacostumbrada paz del silencio, volví a la realidad -que en Madrid suele tener una banda sonora de alta potencia constante-  y vi la nieve en su dimensión de bendita apaciguadora de la ciudad. A la mañana siguiente pude salir a la calle y no romperme la crisma gracias a esa sal depositada por los operarios del municipio bueno (pues, como los colesteroles, hay municipios buenos y municipios malos), pero como ya no nevaba ni llovía (nuestro nuevo clima global cambiante y sobresaltado) la ciudad recobraba su música diurna. Su estruendo. Y me acordé de la poética oración de René Char sobre la quemadura del ruido: "Alabada sea la nieve, que logra calmar su escozor".   

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18 de enero de 2010
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Veloz progreso hacia el pasado

Uno de los muchos vizcaínos huidos de la represión política vascongada y que vive en Cataluña desde hace treinta años me contaba la semana pasada lo siguiente. Tiene él un amigo, excelente profesional y persona bien situada, que adolece de un profundo sentimiento nacional y es separatista desde sus años universitarios. Ello no ha impedido en ningún momento que se lleve bien con el vasco, persona más bien escaldada en ese terreno y poco dada a la expansión patriótica. Sin embargo, según me dijo, el tono de las conversaciones ha ido variando a lo largo de este año que ahora termina. En su último encuentro el educado ciudadano catalán le había dicho con gesto ufano que la independencia sería inevitable en un plazo de seis años y que tal era el cálculo de los partidos nacionalistas, no sólo los fanáticos y el de la derecha católica sino también buena parte de los socialistas catalanes acomodados. Mi amigo tragó saliva y le preguntó si había planes, también, para ellos. "¿Para quienes?", preguntó el separatista. "Para los españoles que vivimos en Cataluña". "¡Oh, por supuesto! Tendréis veinte años para elegir". Mi amigo insistió, con una sonrisa, sobre qué era lo que tendría que elegir. Su colega dejó escapar una alegre carcajada, le dio unas palmaditas en el hombro y se fue hacia otra mesa.

    Hay en Cataluña una masa significativa, quizás en este momento en torno al veinte por ciento de la población, que piensa muy seriamente como el caballero separatista y ocupa lugares estratégicos del sistema económico, mediático y político catalán. La cifra se ha multiplicado durante el gobierno de Zapatero, precisamente por lo comprensivo que ha sido con las exigencias separatistas. Como saben bien quienes han conocido las peores etapas vascas, las concesiones sólo sirven para estimular las exigencias porque siempre se interpretan como debilidad. La consigna nacionalista dice que fue la intransigencia de Aznar lo que multiplicó a los separatistas, pero lo cierto es que ha sido Zapatero quien ha construido a Montilla y con Montilla llegaron los referéndums soberanistas. ¿Que no son vinculantes y que no llevan a ningún sitio? ¡Menuda simpleza! La política pública (otra cosa son los negocios subterráneos) es exclusivamente mediática y para los medios nacionalistas (que aquí son (casi) todos) Cataluña ya se ha volcado en la secesión.

    Lo peligroso de la independencia no es el hecho en sí. ¿A quién le importa que de la noche a la mañana aparezcan en el mapa Macedonia, Croacia o Kosovo? Lo inquietante es el tipo de poder que se instala en esos reductos. Las "nacionalidades" de nueva creación son productos etiquetados con el sueño de una idealización, y el peso de su publicidad (en ausencia de guerra las naciones se venden como mercancías) descansa sobre mitos o sobre sucesos que tuvieron lugar hace siglos. Como no puede ser de otro modo, los nacionalismos son muy conservadores, están anclados en el pasado y tienen una sólida base burguesa. Cada paso hacia la independencia trae consigo colosales negocios locales. Así es el nacionalismo franquista, el lepenismo francés, el de la Liga Norte o el de los xenófobos septentrionales. Nadie ha conocido jamás un nacionalismo obrero. Frente a esta evidencia, los separatistas suelen aducir el nacionalismo de las viejas colonias como Cuba o Argelia y sus derivados tipo Chávez. Me parece más prudente no pisar ese charco de sangre.

    El neonacionalismo actual, como el catalán o el vasco, pertenece al conjunto de presiones derechistas que quieren acabar con los restos cívicos de la transición. Es un regreso a la sociedad pre-democrática controlada por los poderes feudales regionales mediante la secular alianza del campesinado con la oligarquía. De ahí la importancia que tiene entre los separatistas la palabra "pueblo" y la escasa atención que dan al término de "ciudadano". De ahí también la constante animización mágica del catastro, "Cataluña exige, Cataluña ha dicho, Cataluña ha decidido...", o la obsesión con el folklore inventado por las élites regionalistas del romanticismo. Y no es de extrañar que el primer referéndum independentista del pasado domingo se celebrara en un pueblo de ciento veinte habitantes. Su independencia es ontológica, o sea, no tiene remedio. Es el símbolo supremo de la nación añorada: agraria, montañesa, minúscula, la puede gestionar un párroco.

    Ahora bien, la independencia real, lo que suele denotarse con el término "soberanía" que tanto usan los nacionalistas catalanes, significa asumir la plena capacidad legal para declarar el estado de excepción, según la clásica definición de Carl Schmitt. Son muy recomendables las reflexiones de Giorgio Agamben comentando a Walter Benjamin sobre este punto en el recién traducido "El poder del pensamiento" (Anagrama). Suspender la legalidad vigente de modo legítimo es lo propio del soberano, sea éste una persona o una institución. De hecho los nacionalistas de Montilla ya están legalizando a toda prisa un tribunal constitucional catalán para cuando suspendan la constitución española. No sabemos, de todos modos, si estos soberanistas están dispuestos a plantear el estado de excepción prescindiendo de un ejército de respaldo y contando tan sólo con la presión mediática y económica. Se han dado escisiones pacíficas, como la de la nación llamada Eslovaquia y es posible que un proceso semejante pueda aplicarse en el futuro a Chipre para separar a turcos de helenos, pero creo dudoso que sirva para España, aunque sólo sea porque en otras regiones hay un nacionalismo español tan radical como el catalán o el vasco y de similar ideología. Es cierto que está permanentemente controlado y apenas representa peligro alguno, pero dudo de que se quede sentado mirando la tele cuando se le arranque una cuarta parte de lo que él considera que es su nación.

    En cambio, el caso vasco lleva camino de emprender otro derrotero mediático a partir de la expulsión del PNV de los resortes económicos del gobierno autonómico, aunque no de todos. Allí los socialistas han tomado una posición coherente con la tradición de la izquierda europea y de momento mucha gente respira aliviada por primera vez desde hace medio siglo. La peculiaridad del caso catalán es que el partido socialista (que escribe su logo con esta grafía: psC para subrayar que son más catalanes que socialistas) era el órgano que debía corregir la deriva conservadora, constituida en verdad como un movimiento nacional en consonancia con la herencia rural y oligárquica del nacionalismo catalán. Sin embargo, y contra toda la herencia ilustrada, progresista o revolucionaria del partido, los socialistas catalanes (en realidad tan sólo su acomodada cúpula dirigente) han asumido en los últimos cinco años los mitos del nacionalismo conservador y rural, su lenguaje se ha vuelto casi exclusivamente sentimental y apenas se distingue del de sus socios separatistas.

    Este giro derechista del socialismo catalán, no obstante, parece compartido por el gobierno de Zapatero cuya errática e improvisada política va deslizándose paulatinamente hacia posiciones de una irracionalidad incompatible con la experiencia del socialismo europeo. Un populismo, una obsesión por el espectáculo, una cerrazón sectaria, una frivolidad moral que han otorgado fuerza inesperada a las oligarquías regionales sin obtener absolutamente nada a cambio. Este periodo de gobierno socialista se cerrará con tan sólo dos leyes que puedan considerarse más o menos progresistas: la que permite el aborto de las adolescentes sin permiso paterno y la que concede el matrimonio a las parejas homosexuales. Las pérdidas, como es evidente, tienen otro monto. El balance es desolador.

    Quien nos iba a decir a quienes fuimos votantes del socialismo catalán que algún día sentiríamos envidia del País Vasco. Y quien nos había de decir que serían los socialistas catalanes quienes precipitarían en el descrédito al socialismo español.

 

Artículo publicado el sábado 19 de diciembre de 2009.

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18 de enero de 2010
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Nombrar los hijos

?¿Qué nombre crees que deba ponerle?? me dice una amiga que tiene seis meses de embarazo y espera un varoncito. En un primer impulso, le respondo con el habitual ?José? y la mueca de su cara me obliga a buscar algo menos tradicional. Paso revista entonces al amplio catálogo que incluye Mateo, Lázaro o Fabián, pero ninguno le agrada a la exigente madre. Si esta misma situación hubiera ocurrido veinte años atrás, el bebé habría cargado con una ?i griega?, como muchos de los nacidos en las décadas del setenta y el ochenta. Sin embargo, la exótica moda de usar la penúltima letra del abecedario, parece haber quedado superada. Durante varios lustros, los cubanos nombraron a sus hijos con una libertad que no lograban experimentar en otras esferas de la vida. La grisura que proyectaba el mercado racionado y el control estatal sobre nuestra existencia se esfumaba cuando se inscribía a un recién nacido en el registro civil. Los padres jugueteaban con el lenguaje y creaban verdaderos trabalenguas, como el que exhibe un famoso jugador de beisbol llamado ?Vicyohandri?. A algunos, incluso, les adjudicaron la rara composición ?Yesdasí?, mezcla de la palabra ?sí? en inglés, ruso y español. Afortunadamente, desde hace unos años soplan aires más calmados a la hora de nominar a un niño. Toda una generación que se había sentido nombrada como si de un experimento de laboratorio se tratara, prefiere ahora volver a la vieja usanza. Así que después de varios días, mi amiga me ha llamado para contarme su decisión: el bebé se llamará Juan Carlos. Al otro lado de la línea, yo respiro aliviada: la cordura ha regresado al acto de nombrar los hijos.

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18 de enero de 2010
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Conectados para matar

Nada ha cambiado desde Troya. Y nada cambiará. Las nuevas guerras, como las viejas, seguirán produciendo dolor, muerte y miseria. El horror seguirá siendo horror. Si acaso, van a empeorar las cosas: cuanto más lejos se halla el combatiente cibernético del campo de batalla más fácil se convierte el manejo del gatillo. La facilidad con que se matará introducirá una nueva ética de la guerra, lejos también de lo que ha sido la moral guerrera que hemos conocido hasta hace bien poco: se esfumará lo poco de noble que había en ellas. La onmipotencia de unos abrirá cada vez más el espacio para la asimetría de los otros en forma de terrorismo suicida. Esta es la guerra que la CIA está librando ahora mismo en Waziristán y la guerra que no vemos, porque es una guerra oculta, en todos los nidos del terrorismo donde se esconde Al Qaeda.

La vida imita al arte. Los tecnólogos de las nuevas guerras se inspiran en la ficción para fabricar sus nuevos artilugios. Recordemos que después del 11S el Pentágono convocó a guionistas y directores de Hollywood para recibir consejo sobre cómo defenderse ante la imaginación terrorista. Buena parte de las nuevas tecnologías bélicas ya las conocemos incluso visualmente a través del cine de ciencia ficción. No es la única conexión con el mundo de la cultura y el entretenimiento. Los aviones sin piloto llevan una cámara en su cabezal que puede ofrecer imágenes de gran proximidad y detalle sobre el objetivo que unos instantes más tarde saltará en pedazos, así como del escenario después del impacto. Los killers profesionales que los accionan tienen una relación con el robot parecida a la que tienen quienes juegan en el ordenador o los espectadores de televisión. Son ahora combates secretos e incluso clandestinos, a veces incluso por ilegales, pero algún día estos artilugios nos transmitirán en directo el asesinato de un líder terrorista en las montañas del Yemen. Hay que acudir urgentemente a la lectura de los artículos y del último libro del sabio en la materia, el joven investigador de Brookings Peter W. Singer, que publica estos días su libro sobre todos estos asuntos, Wired for war. pero hay otra parte de las nuevas guerras todavía menos conocida, y aún sin un sabio que sepa hacernos la síntesis: ésta es la guerra, de la que escribí el viernes pasado, todavía más subterránea e incluso innominada que se produce estrictamente en la red, mediante ataques estrictamente cibernéticos. Eso es así porque todavía no hemos experimentado una de estas guerras con bajas reales, que se producirán el día en que un ciberataque paralice de verdad un país y le deje sin suministro energético o confunda su control de las comunicaciones hasta provocar una catástrofe. (Enlaces, con el perfil de Singer en Brookings y con la web sobre su libro)

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18 de enero de 2010
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Blues del fin del mundo

 

 

 

No necesito paraísos. Me basta éste territorio tan raro y complejo por el que puedo viajar. Conozco varios infiernos. El de los otros. Y los que he visto, leído o imaginado. Ahora veo el infierno en Haití. Me duele, me conmueve. Y veo también a los malos.  A ese estúpido enviado a San Sebastián a pregonar la mentira y la maldad. No me importa mucho, son así. La historia, su historia lo sabe. Son cómplices de asesinatos, muertes, masacres, inquisiciones, saqueos, violaciones, exterminios, genocidios...El mundo es mucho peor desde que ellos tienen poder sobre los hombres, sobre los bienes y cómo se han repartido con sus bendiciones

Ayer estuve escuchando durante tres horas a un hombre bueno y sin Dios. Se llama Víctor Manuel San José. Ni santo, ni victorioso, solamente es uno de los nuestros, de abuelas que no confesaron, de padres que disimularon no creer o de buena gente que creyó por el miedo, por defender su vida en este valle en el que no querían tener tantas lágrimas. Ayer escuché las canciones tristes- y algunas alegres, otras irónicas- de Víctor Manuel y me sentí un hombre bueno. Me sentí decente entre tantas indecencias. Lejos de los obispos. Lejos de las iglesias. Lejos de sus dioses. Víctor seguirá cantando, que sus palabras no sean olvidadas, que no se pierdan para la buena gente. Los otros que hagan lo que quieran. Cómo si quieren seguir escuchando lo que desde el púlpito, desde sus altavoces dicen gentes tan inmorales como un obispo de San Sebastián. No me importa. No han cambiado mucho, salvo excepciones, siguen diciendo lo mismo. Su arma es mentira. Su palabra es prescindible.

No necesito argumentos contra Dios. Pero me gusta leer algunas palabras de buena gente que vive y ayuda a otra gente a que vivan dignamente. Terminaré con unas líneas del libro de lecturas esenciales para gentes sin Dios que ha seleccionado Christopher Hitchens en su libro recopilatorio "Dios no existe", hace un año, también en la editorial Debate, había publicado "Dios no es bueno": buenos libros, para buena gente. Las palabras que copio las leyó el querido Ian McEwan en una conferencia, es la primera vez que se publican por escrito y son las últimas líneas de un texto que llamó "Blues para el fin del mundo":

"...A estas alturas, en su fuero interno, los creyentes deberían saber que aunque tengan razón, y sí exista un Dios personal benigno y vigilante, ese Dios es reacio a intervenir, algo de lo que dan fe todas las tragedias cotidianas y todos los niños muertos. En cuanto a los demás, a falta de pruebas que demuestren lo contrario, sabemos que es muy improbable que haya alguien allá arriba. Sea como sea, en este caso importa muy poco quién se equivoca, porque los únicos capaces de salvarnos seremos nosotros mismos"

Ojalá haya muchos niños como Redjeson Hausteen. Que crezcan fuertes, libres y sin tantas mentiras religiosas. Dios quiera que crezcan niños sin Dioses. Mientras no desaparezcan todo será peor. Más difícil.

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16 de enero de 2010
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Hacia un saber sagrado

Rafael Argullol: Sólo ulteriormente una especie de hiperracionalismo que despreció la parte enigmática de la naturaleza y del hombre asentó una división de funciones entre lo que hemos denominado literatura y lo que hemos denominado filosofía, pero creo que esto es una divergencia posterior.

Delfín Agudelo: Porque es esta divergencia la que ha hecho que prácticamente el conocimiento de la sabiduría filosófica actual sea mistérica, en el sentido en que ya ha optado por un estilo y categorías que se alejan completamente de la ejemplificación  que siempre otorga la literatura, quedándose así en un núcleo de palabras que no salen de su propio hermetismo.

R.A.: Bueno, esto ha formado parte de un proceso de conexiones y desconexiones. En ese mundo transitivo que va desde la épica a Platón, lo que llamamos literatura, lo que llamamos filosofía y lo que llamamos ciencia va muy de la mano. A partir de Aristóteles la filosofía se acerca mucho más a un tipo de observación de la vida y de la existencia cercano a nuestra denominación de ciencia. Pero aún así hay un alto grado de convivencia que yo diría se extiende hasta los siglos modernos. ¿Qué ocurre a partir del siglo XVIII, de la Ilustración? La progresiva hegemonía d le ciencia como el territorio supuestamente fiable de conocimiento va arrinconando las posibilidades de la filosofía. La reacción de la filosofía en Kant y en Hegel y en el idealismo es una reacción casi celosa, en el sentido de llegar a formular una posibilidad de sistemas y de rigor que pudieran emular el desafío de la ciencia. Ahí tenemos la creación de  los grandes sistemas filosóficos de la segunda mitad del XVIII y de la primera mitad del XIX, donde la filosofía aún rivaliza con el desbordante poder de la ciencia.

Hay un momento a partir de finales del XIX, más o menos por la época de Nietzsche, en que es tan evidente que el conocimiento que se convierte en fiable, experimental, útil, etc., es lo que llamamos ciencia; que la filosofía recula de esa carrera por erigir sistemas competitivos con la ciencia y se va encerrando en un lenguaje de autoalimentación. Claro, ahí en arte habría un aspecto sumamente crítico que es lo que Schopenhauer denominó "La filosofía de los profesores"; es decir, una filosofía desvinculada de toda la fecundidad inicial y convertida en un oficio de traslación en el fondo de neosofistas. Por otro lado habría una filosofía que se acercaría diríamos al hermetismo, al gnosticismo, a la mística; es decir, no tanto al mundo abierto de la academia universitaria en que el profesor de filosofía actúa como un sofista de gran alcance, sino a través de un camino paralelo en que la filosofía parece aspirar a un nuevo saber sagrado. Ahí vemos que se producen convergencias y divergencias. Yo creo que en el nacimiento de la filosofía, el humus en el que nace es el humus del saber arcaico, y por tanto vinculado al mito y por tanto vinculado a lo poético y a lo que llamamos literatura. Luego hay una desvinculación de ambos caminos, y luego hay una competitividad del la filosofía con el saber científico, y luego el saber científico se convierte en hegemónico en el mundo moderno. Entonces la filosofía o bien se convierte en el terreno abonado para una nueva sofística, o bien se convierte en el canal a través del cual se produce una nueva aspiración mística a un saber sagrado. Ahí encontraríamos como ciertos acercamientos de nuevo a los propósitos de la poesía. 

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16 de enero de 2010
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Cuando tiembla la tierra

Imagen tomada de:  http://mashable.com/ Una isla que ha visto sucederse un cúmulo de tragedias, invasiones y dictadores, muestra hoy los fragmentos del desastre, las huellas de un temblor que por natural no es menos abominable. A ese Haití que Carpentier nos mostró en ?El reino de este mundo? y que los noticiarios nos han hecho compadecer, la desdicha se le ha vuelto crónica y el llanto se le ha constituido en lenguaje habitual. Más que un sismo, la patria de Jacques Roumain ha sido estremecida por la desgracia, que viene a caer sobre la inestabilidad social, la debacle económica y el desespero. Para cualquier nación algo así sería una calamidad, para Haití es todo un apocalipsis. No es el momento de hacer política con el dolor, ni de salir ante el micrófono prometiendo ayudas, sino de socorrer sin condiciones, sin ansias de reconocimiento o de gratitud. Me asusta especialmente que de aquí a tres meses el sufrimiento ya no sea titular en ningún periódico y a la gente le haya dejado de parecer urgente el drama haitiano. Temo que nos acostumbremos a la desdicha y la piel se nos curta ante el drama, que nos quedemos concentrados en nuestros problemas sin darnos cuenta que otros gritan ahí al lado. El sismógrafo puede indicar que no habrá nuevas sacudidas, pero el contador de la vida está marcando en rojo. Es hora de auxiliar y hay que hacerlo de inmediato. * En estos momentos,  varios bloggers junto a otras personas de la   sociedad civil cubana estamos buscando una vía para hacer nuestro pequeño aporte a los damnificados. Proponemos recoger ropa,     medicamentos y útiles de aseo personal y llevarlos a la representación de Caritas en La Habana.

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16 de enero de 2010
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Erri de Luca en España

Erri de Luca. Fuente: freevalltelina "La felicidad es un regalo, no un proyecto" dice Erri de Luca. Si no anotan esa frase y la ponen en la cabecera de su cama, o por lo menos en su refrigerador, es que no se han enterado de nada. Su última novela, Il peso della farfalla, quedó como uno de los libros más vendidos en la navidad italiana, por encima de El símbolo perdido de Dan Brown. Erri de Luca ya no es más un autor de culto en su país, y aunque aún tiene mucho camino por recorrer hasta llegar al reconocimiento de Magris o Tabucchi, en castellano tiene cada vez más admiradores. Y me pongo en la lista desde que leí Tres caballos (y aunque el viejo Erri hable mal del libro electrónico, lo perdono). Ahora Siruela ha traducido su penúltima novela, El día antes de la felicidad y seguro ya está apurando la traducción de su exitoso libro ultimo. Erri de Luca estuvo en España esta semana y mantuvo el miércoles una conversación pública con su traductor, Carlos Gumpert, para Siruela. En El Cultural pueden leer una charla con el escritor italiano.En su última novela, El día antes de la felicidad, se dice que el napolitano es bueno para el relato oral y el italiano para escribir. El italiano es bello porque es como un río, que recoge todos los afluentes de los diversos dialectos italianos. El napolitano, como cualquier otro dialecto, es más veloz. Si traduces una página del napolitano al italiano, el italiano se extiende el doble. El italiano va bien para la escritura, porque hay que tener tiempo. Y el napolitano es perfecto para el mercado, para discutir y para el amor. En alguna ocasión ha comentado que Nápoles es, a un tiempo, una ciudad monárquica y anárquica. ¿Cómo puede combinar estas dos cualidades contrapuestas? Es anárquica porque no deja que ningún poder pueda dominarla. El poder es como una especie de revoque que las piedras de la ciudad repelen, y lo hacen con sus terremotos y con su salitre. El poder allí no acaba nunca de establecerse sólidamente. Y monárquica porque los domingos necesita de un rey, para la fiesta. El último ha sido Maradona. Le gustan los fastos de las monarquías, como cuando fue capital de Europa bajo la monarquía española. Nápoles es todavía una ciudad muy española. ¿Cómo ve el boom de literatura sobre la mafia? ¿Aporta algo nuevo respecto a lo que ya han contado los viejos maestros, Sciascia, Camilleri...? Es simplemente un fenómeno editorial, con fines mercantiles. En ningún caso supone una manifestación de mayor sensibilidad o conocimiento sobre esta cuestión. Gaetano, protagonista de la novela, afirma que ?un hombre es una cuenca de recepción de historias, cuanto más al fondo esté, más recibe?. ¿A qué fondo se refiere exactamente? A la última fila de la clase, al último estrato de la escala social... Ahí es donde se acumulan las historias. Hoy ese fondo está en los campos de concentración de inmigrantes, y en su aventura. También afirma: ?El libro es un erizo, si está cerrado y compacto, aguanta el fuego?. Tanto la casa de mi padre como la mi madre fueron bombardeadas durante la guerra, y lo único que pudieron salvar entre los escombros fueron los libros. ¿Le queda alguna esperanza en la izquierda italiana? La izquierda italiana no existe. El partido de la oposición es una mera tentativa de concurrir también en el libre mercado. Vende la misma mercancía. ¿Siente frustración ante este panorama? Sí, porque Italia es un país que retrocede en conciencia cívica y de pertenencia a una comunidad. En Rosarno [Calabria] se ha consumado estos días el primer pogromo de nuestra historia, la agresión de una mayoría armada contra una minoría, considerada inferior. Ahora ha saltado a los medios porque los inmigrantes africanos se han rebelado, pero la caza al negro era un deporte habitual entre los jóvenes de Rosarno, desde hacía bastante tiempo. ¿Qué es la felicidad para Erri de Luca? Es algo sobre lo que no se puede fundar nada, ni una ciudad ni un amor, porque llega de forma imprevista y dura poco. La felicidad es un regalo, no un proyecto.

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15 de enero de 2010
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La aventura del detective rejuvenecido

En mi carácter de aficionado a la creación más popular de Sir Arthur Conan Doyle (al punto de haberme preocupado, durante mi primer viaje de juventud a Londres, de visitar religiosamente el 221 de Baker Street, y de tener un ejemplar de las aventuras completas, con las ilustraciones originales de The Strand, siempre al alcance de mi mano), me veo en la necesidad de decir lo siguiente: el Sherlock Holmes de Guy Ritchie y Robert Downey Jr. –sería injusto no socializar la creación- me deparó dos horas de maravilloso entretenimiento.

         Habrá quien diga que esta versión del más célebre detective de la historia se aparta demasiado del original, o cuanto menos del estereotipo que nos hemos habituado a asociar al personaje. Al menos en mi opinión, el Holmes que encarna Downey Jr. conserva suficientes puntos de contacto con la criatura de Conan Doyle para permitirme aceptar que se trata del mismo Holmes; en cualquier caso, no veo que exista más distancia entre uno y otro de la que hay entre el Batman creado por Bob Kane y el enmascarado del Dark Knight de Frank Miller o el de Christopher Nolan.

         En segundo término, el Holmes de Ritchie-Downey Jr. funciona perfectamente en los términos que la película propone. Una vez superado el extrañamiento de ver al detective que siempre asociamos con la pura actividad cerebral abocado a una pelea clandestina por dinero, o corriendo por las calles de Londres a lo Indiana Jones, no nos queda más que admitir que el personaje en sí mismo tiene una lógica inapelable dentro de los confines de la película. Puesto de otra manera: ese Holmes no será el Holmes que muchos prefieren, pero al menos para mí es un Holmes dignísimo para los tiempos que corren.

         Confieso que iba preparado para lo peor. Sin embargo no pude dejar de disfrutar. Me encantó la actuación maníaca y llena de humor de Downey Jr., el Watson de Jude Law (tan diferente del médico torpe y tontorrón que se asoció a Watson desde el Nigel Bruce que acompañaba al magnífico Basil Rathbone en las viejas películas), la Irene Adler de Rachel McAdams. Me fascinó la Londres clásica revisitada por Philippe Rousselot. Hasta la trama principal, que los medios adscribían de manera acrítica a una conspiración impulsada por la magia negra (¡algo tan poco holmesiano, aunque tan conandoyleano, como el ocultismo!), es en realidad otra cosa y conecta aquel mundo ficticio con este mundo presente: ¿o acaso no vivimos en sociedades que apelan a manejarnos por la vía del miedo?

         Como era esperable tratándose de quien se trata, Guy Ritchie concibió un Holmes más callejero y carnal. Habida cuenta de que en general los personajes de sus películas son poco más que idiotas, reconozco que hizo un buen trabajo con este detective que sigue siendo paradigma de la inteligencia humana.

         La noticia de que Downey Jr. se bajó de la peli Cowboys & Aliens para concentrarse en la próxima de Holmes es, al menos para mí, una buena noticia. Protagonistas para esa otra peli habrá muchos (de hecho estaban negociando ya con Daniel Craig), pero Holmes, al menos hoy, hay uno solo.

         Esperaremos la irrupción de Moriarty, pues.

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15 de enero de 2010
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Metáfora del partisano: un rescate

Compañero de viaje político de otros reconocidos escritores de la Resistencia como Calvino, Primo Levi o Fenoglio, Luigi Meneghello (1922-2007) tuvo menos presencia literaria fuera y dentro de su país por una decidida condición ‘extraterritorial' que le llevó a instalarse poco después de la segunda guerra mundial en Inglaterra, donde enseñaría a lo largo de cincuenta años en la universidad de Reading. Más de un año después de su aparición me gustaría volver a recomendar y recordar ‘Los pequeños maestros' (Barataria, 2008, en traducción de Elena de Grau). Se trata de la primera novela de Meneghello que aparece en España, y la originalidad de su concepto (entre narración y recuento memorialístico) y los constantes hallazgos verbales de una riquísima prosa (no siempre manifiesta en la citada traducción) hacen desear que no sea la última que nos llegue de este escritor hoy ya considerado en Italia como un ‘gran maestro'.

     ‘Los pequeños maestros' son los jóvenes partisanos locuaces, enamoradizos, comprometidos con la causa de la libertad, que recorren las montañas y pueblos campestres de la zona de Vicenza en el período de la ocupación alemana. Luchan valerosamente contra el enemigo fascista   -tanto el invasor como el local-  pero encuentran lugar y tiempo para leer y discutir de literatura: "en medio del desbarajuste seguíamos creyendo en la importancia de la estética". El paisaje de ese noreste italiano va apareciendo, con la delicadeza de una acuarela, entre las peripecias del libro, alguna, como la del robo de los quesos, convertida en un bellísimo ejemplo de apólogo anti-heroico que da muy bien la temperatura propia de Meneghello, visionaria a la vez que atenta al correlato histórico. Narrada desde un claro punto de vista masculino animado por los vigorosos retratos femeninos que van puntuando la trama, ‘Los pequeños maestros' es una novela con frecuencia divertida, trepidante en su intensidad lírica y finalmente amarga, pues rememora la historia de un honroso fracaso (así vio su autor, miembro junto a Montale o Bobbio del malogrado Partito d´Azione, el convenio político que siguió al armisticio) y la forzada madurez de unos muchachos que, como dice la tía del protagonista, tuvieron que hacer de viejos cuando todavía no habían sido jóvenes.

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15 de enero de 2010
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