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A la muerte de Salinger

SALINGER: EL SONIDO DE LA PALMADA DE UNA SOLA MANO

                                                                   por: Liliana Colanzi

(texto leído en la feria del libro de Santa Cruz, junio 2009)

En algún momento todos nos identificamos con Holden Caulfield. Hubo una época en que nos resistimos a crecer, en que intentamos postergar indefinidamente el ingreso al mundo adulto, frívolo y corrupto. Quisimos detener al tiempo. Luchamos por una batalla que ya estaba perdida de antemano. Había belleza en esas luchas inútiles. En los gestos heroicos. Luego crecimos y fuimos expulsados del territorio confuso, hermoso y terrible de la adolescencia. Se acabó el desorden pero también perdimos la inocencia.

Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno, es el icono por excelencia del adolescente que se niega a transar con el mundo adulto. Por eso mismo, el personaje más famoso y querible del autor norteamericano J.D. Salinger es un inadaptado. Tiene una inteligencia precoz, pero también puede mostrarse terriblemente inmaduro. El origen de su ansiedad radica en que no ha encontrado la forma de detener el tiempo para preservar a los seres que ama en estado de perfección, de pureza. Sus esfuerzos son tan inútiles como conmovedores. Pocos libros despiertan lealtades tan firmes o emociones tan entrañables como El guardián entre el centeno. Pocos libros sintonizan con tanta intensidad con el mundo de los jóvenes. De la misma manera, pocos autores provocan tanta fascinación como Salinger.

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28 de enero de 2010
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La película de Gil de Biedma

En octubre de 1963, cuando aún no había cumplido los 34 años, Jaime Gil de Biedma le escribió una carta a su amigo el poeta y traductor Juan Ferraté que, después de unas desabridas reflexiones sobre el presente español y "el sofocante sistema de inhibiciones morales que durante todos estos años uno ha tenido que utilizar para todo lo que no fuesen las relaciones con nuestros amigos personales", concluye con un lamento aún más amargo: "Uno se pregunta quiénes vamos a quedar aquí. Si esto dura diez años más, a los cuarenta voy a ser un asco de persona".

     Gil de Biedma sobrevivió airosamente a esa premonición y a algo más drástico, la propia muerte en vida, fantaseada por él con grave inteligencia y sarcasmo en uno de sus últimos poemas, ‘Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma', publicado por vez primera veintidós años antes del fallecimiento ‘real' del poeta en enero de 1990. Coincidiendo por tanto con el vigésimo aniversario de su muerte se ha estrenado la para mí fascinante película de su vida, ‘El cónsul de Sodoma', un título brillante y muy idóneo que de manera absurda está siendo criticado cuando se trata del que el propio Jaime puso a una antología de entrevistas con escritores gay que, traducida del inglés, fue editada en España. Jaime iba poco al cine, y compartía con otros grandes de su generación (Barral, Benet, García Hortelano) una visión despectiva o, como mucho, condescendiente de eso que los escritores-cinéfilos más jóvenes que ellos nos empeñábamos en calificar de séptimo arte.

    ¿Habría Gil de Biedma aprobado la imagen físicamente mejorada de sí mismo que en el film de Sigfrid Monleón ofrece, también con muchos rasgos de hondura, Jordi Mollà? ¿Son los actores que interpretan, todos en mi opinión muy bien, a los distintos amantes y ‘ligues' ocasionales del poeta lo guapos que él los buscaba en la realidad? Ni esas ni otras preguntas tendrán nunca contestación, pero sí sabemos que algunos de los pocos coetáneos cercanos a él que le sobreviven han puesto el grito en el cielo, y Juan Marsé con más voz que nadie. Como amigo muchísimo menos íntimo y frecuente de Jaime de lo que lo fueron Marsé, Colita, Jaime Salinas, Carmen Balcells o Salvador Clotas, no puedo, evidentemente, discutir el fundamento de su irritación o su desdén (la gran fotógrafa Colita, por ejemplo, ha dicho que no la piensa ver, y en su caso lo entiendo, pues su personaje queda en la estratosfera, como también resultan marcianos los innominados Novísimos pululantes y, en brevísima aparición en el Bocaccio de Barcelona, un joven Enrique Vila Matas).

       Ahora bien, como espectador de la película, como testigo parcial pero memorioso de una época y unos lugares y como lector, interlocutor y amigo de Gil de Biedma y otros personajes reales reflejados en la pantalla, discrepo radicalmente de los que repudian ‘El cónsul de Sodoma', que me parece una obra arriesgada y en general lograda, de un excelente empaque visual (incluso en las secuencias filipinas, llenas de atmósfera, no toda sórdida), y con numerosas escenas que interesan, divierten y emocionan, entre las que hay, efectivamente, muchas de sexo explícito, de inmediato condenadas por la iglesia, y en este caso, por desgracia, no sólo la católica, apostólica y romana. ¿Se habrían hecho en la prensa (no hablo ahora de los púlpitos) los mismos reproches que se le hacen a Monleón si la biografía fílmica fuese la de un escritor putero heterosexual (de los incontables que ha habido) y los desnudos correspondieran sólo a muchachas de la mala vida en toda su exuberancia carnal? La homosexualidad está por supuesto -excepto en la Plaza de Colón de Madrid sábado sí sábado no- aceptada en España, pero no hay que pasarse, señores; una cosa es ser maricón y otra distinta mostrarse y ser mostrado como tal en el apogeo de una sexualidad que fue, y resulta por lo visto necesario recordarlo aquí, crucial en la vida y en la imaginación poética de Gil de Biedma.  

   ¿Ha cambiado "la cara de pedrada del español sempiterno" que un Gil de Biedma algo más optimista en 1965 le decía a Ferraté que "empieza poco a poco a suavizarse"? Yo diría que no, a tenor del sentimiento agraviado y el malestar incómodo que produce esta película descarnada y veraz en tantos puntos, incluido el de la ficción, al que se debe, pues no se trata de un documental ni de una disertación erudita. Junto al poeta y al ciudadano políticamente comprometido en un país en evolución (y ésta es quizá la parte más borrosa del guión), en ‘El cónsul de Sodoma' brilla el hombre sensual, cosa que no habría, me parece, molestado a quien, en ese mismo carteo con Ferraté (una obra maestra de inteligencia correspondida, cuya lectura, en la reciente reedición de Acantilado, les recomiendo tanto como la película) confesaba: "Hubiera querido también ser obsceno, al modo maravillosamente aristocrático y rural de Catulo, pero mis tentativas en esa dirección fallaron por completo. Esto de vivir en una sociedad en que la obscenidad ritual no está aceptada resulta una desventaja demasiado grave". ‘El cónsul de Sodoma' refleja con la suficiente tensión la doble y contradictoria vertiente humana de un artista singular que fue capaz de grandes enamoramientos sin perder nunca el deseo de lo que, en un delicioso guiño, Juan Ferraté había llamado su frecuente "ajuste con los cachorritos".

   ¿Qué la escena final se excede en el pretendido ‘ajuste' del poeta ya seriamente enfermo puesto frente a un cuerpo pagado de cachorrito? Es muy posible. Pero ése y otros defectos menores de una película valiente, bien contada y tan favorable a Venus como al autor de ‘Moralidades', no deberían despistar ni hacer caer en lo que denunció, en otra de las luminosas páginas de la citada correspondencia, el mismo Gil de Biedma. Contestando a Ferraté, quien, en 1964, cuando Leopoldo Alas ‘Clarín' vivía en el limbo de los clásicos, le pregunta, con una evidente intención admonitoria, si ha leído ‘La Regenta', Jaime le dice veinte días después que la está leyendo, y añade: "Es un libro que va derecho al bulto, cosa rara en nuestra literatura, en donde casi todos prefieren embestir al trapo rojo".

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28 de enero de 2010
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Juan Villoro, Premio Iberoamericano

Juan Villoro. Foto: Paula Silva. Fuente: magis.iteso.mxActualidad del artículo de Juan Villoro: noticia de hoy en Lima: matan a esposa de ex fiscal antidrogas. Fuente: La República El escritor mexicano Juan Villoro acaba de ganar el Premio Internacional de Periodismo Rey de España por su reportaje "La alfombra roja, el imperio del narcoterrorismo", publicado en el diario español El Periódico de Catalunya el 1 de febrero de 2009 (y que fue reproducido en el diario Clarín). A ver si el "presidenciable" Jaime Bayly, quien quiere legalizar el consumo y la producción de drogas, lee el artículo de Juan y se entera de que el narcotráfico no se trata solo de unos chicos que se meten algo en la nariz en el departamento de su viejo. Dice la nota en Ñ: El escritor mexicano Juan Villoro ha sido galardonado hoy con el Premio Internacional de Periodismo Rey de España en el apartado Iberoamericano por su reportaje "La alfombra roja, el imperio del narcoterrorismo", publicado en el diario español El Periódico de Catalunya el 1 de febrero de 2009. Según el periodista y ensayista, en México "hay una cierta cultura del narco en la calle, en los informativos, en las canciones (con los narcocorridos), que pueden dar una cierta apariencia de normalidad a lo que en ningún modo debe serlo". El jurado de la XXVII edición de estos Premios, que conceden cada año la Agencia Efe y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), destacó "la calidad de la escritura, el rigor del reportaje, la clarividencia en la elección del tema y las múltiples perspectivas (plásticas, musicales, literarias, políticas y sociológicas) desde las cuales el autor ha analizado una realidad tan poliédrica como el narcotráfico". Villoro, nacido en la capital mexicana en 1956, ha sido profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y profesor visitante en las universidades estadounidenses de Yale y Boston y en la española Pompeu Fabra, de Barcelona. Juan José Millás, por su parte, se quedó con el premio Don Quijote de periodismo. por un trabajo publicado en la revista Interviú. Un adverbio se le ocurre a cualquiera, [leer el artículo en Interviú.es]

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28 de enero de 2010
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Soledad Puertolas: "somos invisibles"

Soledad Puertolas. Foto: uly martin. Fuente: elpaís Soledad Puertolas ha hecho, sin aspavientos ni exhibicionismo, una de las obras narrativas más sólidas de la literatura castellana. Como tiene un look medio diva freak, medio neurótica, a lo Herta Muller, Clarice Lispector, Iris Murdoch, Amelie Nothomb, Elfriede Jelinek (el modelo Virginia Woolf, digamos), la olvidan incluso las mismas escritoras que defienden la literatura escrita por mujeres. Pero vale la pena leerla. Está a punto de publicar en Anagrama un nuevo libro de cuentos y de asumir un puesto en la RAE. Mientras tanto, juega con sus perras Coti y Lura. Así nomás es. Dice la nota en El País:Me fascinan los secundarios y la idea de que acaben siendo los principales en algún momento". De eso trata también su nuevo libro, Compañeras de viaje (Anagrama), un conjunto de relatos que llegará a las librerías en un par de semanas. "La protagonista de todos", explica la escritora, "es una mujer que viaja acompañando a otra persona. Es casi un prototipo: alguien que acompaña y cuando llegan al destino del viaje no tiene nada que hacer". [...] Ana María Matute suele decir que muchas veces se trata a las escritoras como a las hermanas pequeñas de la literatura. Soledad Puértolas va más allá: "Más que pequeñas yo diría que a veces somos invisibles. O no te ven o destacan que eres una mujer. ¿Es eso una categoría literaria?". ¿Lo es? He ahí la cuarta pregunta de manual: ¿Existe una escritura femenina? "Siempre contesto con otra pregunta. Pensemos en cuántos hombres distintos hay. ¿Vamos a imaginar que las mujeres son todas iguales? Analizar un libro desde el punto de vista del género es como hacerlo desde el punto de vista de nacer en Zaragoza o en Mérida. ¿Hay un rasgo específicamente emeritense en la literatura?". Si la literatura no tiene sexo, ¿lo tiene la lengua?, ¿es sexista la gramática?, ¿aspira Soledad Puértolas a ser nueva "miembra" de la RAE? "La lengua es muy maleable, se pone a nuestro servicio", responde. "Ahora tenemos la sensibilidad muy exacerbada porque la igualdad no progresa del todo en la sociedad: vemos maltrato, discriminación salarial... La tentación es agarrarse a lo visible, pero lo importante es cambiar la realidad. ¿Cómo se hace? No lo sé".

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28 de enero de 2010
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El estado del presidente

El discurso del Estado de la Unión tiene un único objetivo, de corte casi ceremonial pero con profundas consecuencias para la vida política americana: que una vez al año el presidente pueda decir a sus compatriotas que, a pesar de las circunstancias, en guerra o en paz, durante una depresión o en mitad de una fase de bonanza, la salud de la Unión es buena. The state of the union is strong es la frase estereotipada que el primer magistrado de Estados Unidos debe pronunciar en un momento u otro de su discurso a las dos cámaras reunidas.

Este Estado de la Unión, sin embargo, era distinto. Para los norteamericanos y para quienes siguen atentamente la política washingtoniana, como es el caso de los 2.500 participantes de la Cumbre de Davos. Con la derrota electoral en Massachussets, después del atentado frustrado de Detroit, y la sentencia del Supremo autorizando las inversiones de las compañías privadas sin limite en las campañas políticas, lo que a todos interesa primordialmente es el estado de Obama. Y más todavía tras su primera reacción contra Wall Street, observada como una insólita incursión en la senda populista por parte del hasta ahora frío presidente afroamericano. Interesa, sobre todo, porque las encuestas no acompañan a Obama y crecen las dudas sobre las elecciones de mitad de mandato del próximo noviembre y las posibilidades de que el presidente pueda repetir victoria y mandato en 2012. Aunque las mayores dudas han empezado a corroer al obamismo de dentro y de fuera, el discurso no permite muchos márgenes para la incertidumbre: el estado del presidente es fuerte. Obama no se rinde. El suyo fue un discurso combativo y de resistente, aunque ciertamente a la defensiva, después del varapalo para su reforma del sistema de salud propinado por los electores de Massachussets. Pero sin renunciar a nada. Ni a la reforma sanitaria ni a su entero programa legislativo. Pero con un énfasis distinto en cuanto a las prioridades: la economía y la creación de puestos de trabajo se convierten ahora en el centro sobre el que todo debe girar. Uno de los resúmenes de prensa de la Casa Blanca, difundidos antes de que se pronunciara, lleva por título: "Rescatar, reconstruir, restaurar: una nueva base para la prosperidad". El eco del fórmula en 're' consagrada este año en el Foro Económico Mundial es innegable: en Davos se declina como repensar, rediseñar, reconstruir. Entre esta pequeña localidad de los Alpes suizos y la capital americana circulan estos días las propuestas y fórmulas para regresar a los buenos tiempos: la llamada regla de Volcker ha sido el tema de discusión central de la primera jornada del Foro de Davos. Separar de nuevo la banca de negocios de la banca comercial y limitar el tamaño de las entidades son los propósitos del octogenario asesor de Obama, Paul Volcker, que ha dado nombre a esta nueva regla presidencial, bien aceptada, con contadas excepciones, por los gurús económicos de Davos y quizás no tanto por los banqueros. Habrá que ver ahora cómo se encaja aquí, en este Davos constituido en plataforma de los países emergentes, la voluntad expresada por Obama de seguir liderando el mundo: "No aceptamos situarnos en el segundo lugar", ha dicho en referencia a la innovación, la educación y la economía verde. Y en términos más generales no ha dejado margen para la duda de que Estados Unidos quiere seguir siendo la nación que dirige la economía global. Y no sólo la economía: este Obama algo más modesto después del castigo sufrido se ha propuesto avanzar este mismo año en otro capítulo de gran dificultad como es el desarme nuclear. Que haya expresado esta voluntad en el discurso del Estado de la Unión le compromete especialmente en el año en que es obligada la renegociación del Tratado de No Proliferación que ahora caduca. En resumen, el cambio de Obama, el cambio en el que podemos creer, no es fácil, nada fácil, incluso aparece con el aura de las quimeras por las que hay que luchar aunque nunca se alcancen. Esta es la novedad expresada en el discurso, en la que se sintetiza el error cometido por todos, el propio presidente, su equipo, e incluso quienes le han votado y jaleado: las expectativas excesivas han erosionado inevitablemente la posibilidad de obtener resultados razonables y eficaces. Su fracaso actual, el del primer aniversario, es el durísimo precio pagado por las nubes de esperanzas levantadas no tan sólo por su primer año presidencial sino mucho antes, en la campaña de las primarias y en las presidenciales, que vistas desde ahora son todavía las más emocionantes de la reciente historia americana.

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28 de enero de 2010
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El último librero

 

Ha muerto un librero. Ha desaparecido un paisaje. Es difícil imaginar la Cuesta de Moyano sin Berchi, José Antonio Fernández Berchi. Durante décadas fue el librero de referencia de los libros de viejo en plena calle madrileña en la Cuesta. Hay otros, pero él ya estaba allí. A pie de caseta hasta hace unas semanas, todos los días, domingos incluidos- salvo algunas vacaciones a las que la familia casi le tenía que secuestrar- desde los fríos años de la posguerra. Desde los duros años cuarenta este librero adolescente, hijo de librero socialista, de padre muerto en la guerra, se forjó como un librero de la vieja escuela. Entre el amor a los libros y la fatalidad de tener que desprenderse de algunos. Vendiendo, sí, pero después de haber conservado los libros que le gustaban. Alguna vez le pedí alguno de esos libros tan queridos y perseguidos. Nunca quiso vender lo que le gustaba. Te podía prestar, dejar consultar, tocar y compartir con él la curiosidad, la dedicatoria o la rareza de un libro. Con esos libros, con los de su pasión no hizo negocios.

La "Cuesta" fue un islote de libros libres en los años secuestrados. Berchi era un liberal, un hombre moderado, capaz de llevarse bien con Alberti, Cela, Umbral, Eduardo Arroyo, Bonet y hasta con Trapiello. Desde Baroja a nuestros días acostumbrado a genios tan distintos como el de Baroja, su sobrino Pío o el recordado bibliófilo y seductor José Luis Barros, el doctor Barros. Era Berchi el hombre del precio justo, el librero que conoce lo que vende, que aprecia lo que quieres comprar y que charla del amor a los viejos libros y a los lectores de antes de las tecnologías.

La "Cuesta" y los libreros como Berchi son un anacronismo que hay que defender, un estilo que hay que mantener. Acaba de morir, pero su espíritu, su capacidad para la charla a pie de caseta, su olfato para encontrar la pieza, su memoria libresca y su espíritu de hombre para el diálogo, son algunas de las cualidades que hay que encontrar en los herederos del viejo, hermoso, oficio del librero de viejo. La "Cuesta", pese a las especulaciones arquitectónicas, los intentos reconversores invocando a la modernidad y algunas modernices de poco calado, sigue siendo un reducto del pasado. Una parte de nuestra memoria de cuando fuimos jóvenes y lectores. No llegamos a conocer esa "Cuesta" que cantaba Pepa Flores, con las chicas que se alquilaban después de la guerra, con los furtivos buscadores de sexo mercenario mezclado con los rastreadores de libros prohibidos, pero todavía llegamos a comprar de tapadillo en las casetas de la Cuesta. A ese lugar, a esos libreros, les debemos parte de nuestras pasiones lectoras.

Hay muchas clases de libreros. Una de las reconocibles es la del librero arbitrario, de genio regular y de carácter peor. Más o menos cómo esa librera- no tan de ficción- que Oscar Esquivias nos retrata en su primera y excelente novela, "Jerjes conquista el mar"- felizmente rescatada del olvido y de los libros amontonados en alguna caseta de Moyano, por el empeñado editor de "Ediciones del viento". Berchi pertenecía a la rara estirpe de los educados, de los atentos y tolerantes. Un fin de raza. Un ejemplar de una especie en extinción. Le echaremos de menos.

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28 de enero de 2010
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El progreso del amor

 

Con una constancia digna de elogio RBA sigue apostando por Alice Munro, ya que si en abril de 2009 publicó El amor de una mujer generosa, ahora insiste con El progreso del amor, otra recopilación de narraciones (que  no cuentos) publicada en 1986 en forma de libro en su país. Antes aún, y cito sin respetar el orden de aparición, RBA ya había publicado Secreto a voces, La vista desde Castle Rock, Escapada y Odio, amistad, noviazgo, amor y matrimonio. Quien se decida a leerlos todos seguidos y, mejor aún, de una sentada, puede montarse a su aire una especie de Comedia humana del siglo XX, es decir, un recuento de la condición humana localizado en Canadá (a caballo entre Ontario y Vancouver) y que transcurre en un periodo de tiempo que abarca más o menos la segunda mitad del siglo pasado. La mayor diferencia, respecto al precedente de Balzac, es que no se trata de una "suma" de novelas sino de una serie de fugaces apariciones de personajes que durante un lapso de tiempo de unas treinta y pocas páginas, tienen derecho a voz y gesto para luego desaparecer a su vez. A esa relativa unidad de tiempo y lugar se une una tercera circunstancia unificadora: las historias narradas tienen numerosos puntos en común (las protagonistas o narradoras suelen ser mujeres de mediana edad y de clase media, sus vidas promedian por lo general lo que suele ocurrirle al ciudadano medio, etc). Pero al mismo tiempo, y creo que este aspecto ya lo resaltaba en mi reseña de El amor de una mujer generosa, pese a sus muchas similitudes no hay dos historias iguales, o al menos tan parecidas que el lector pueda tener la sensación de estar leyendo "otra vez" las reiteradas "pesadeces de la Munro".

                Para no insistir en aspectos generales de la narrativa de Alice Munro ya tratados suficientemente, llamo la atención sobre uno de los relatos que componen el presente volumen, "La esquimal". No creo que sea el mejor, o el de mayor mérito, pero en cambio refleja con absoluta fidelidad la (me atrevería a decir) diabólica destreza de la autora para contar una historia. A primera vista se trata del viaje a Tahiti de la enfermera de un cardiólogo, una especie de premio que recibe la empleada por cortesía del jefe. Toda la acción transcurre en el avión, más o menos durante el tiempo que dura la película que la compañía aérea ofrece a sus pasajeros. Y dicha acción se reduce a que una pareja de rasgos indefinibles  pide  cambiar de asiento y va a parar a la fila contigua a la de la enfermera. No tardamos en saber que son esquimales, al menos ella, que es casi una adolescente, mientras que él, un hombre bastante mayor, es mestizo. Ambos beben whiskies (y cualquier persona medianamente informada conoce el efecto que tiene el alcohol en los esquimales). Él, el hombre mayor, sólo hace caso a su acompañante para reñirla, llegando a acusarla de estar borracha. Además quiere ver la película y ella le distrae pese a sus reiteradas y malhumoradas peticiones de que le deje en paz. La escena llega a su clímax cuando ella, pese a los rechazos y los malos gestos, besa tiernamente a su maltratador: "Lo hace sin prisas, no ávidamente. Tampoco es algo mecánico. No se aprecia el menor rasgo de compulsión. La chica es sincera; es presa de un trance de cariño, de auténtico cariño. Nada presuntuoso como el perdón o el consuelo. Un rito que requiere toda su concentración y todo su ser, pero en el que su ser se pierde. Podría continuar así eternamente".

                Y la enfermera, que observándolos desde su butaca ha fantaseado con la posibilidad de salvar a la chica indicándole cuál es el camino de la liberación, dice sentirse enferma al presenciar ese espectáculo degradante y se sume en un duermevela en el que "empieza a contarse historias en las que todo sale mejor". A esas alturas, y ya digo que con una destreza diabólica, el lector ha sido adecuadamente informado de que la enfermera mantiene con su jefe una relación sexual anodina y sin pasión ni compulsión, con el agravante de que si esa faceta de la relación la hace sentirse muy insatisfecha, en cambio le gusta la rutina del trabajo, la sensación de estar haciendo algo útil por los demás, la seguridad que le produce el estar a la altura de las circunstancia, o sea, y por decirlo en los mismos términos que ella ha usado para juzgar a la chica esquimal, su vida con el doctor es "un rito que requiere toda su concentración y todo su ser, pero en el que su ser se pierde. Podría continuar así eternamente."

De modo que sin decir una sola palabra al respecto, sólo a partir de las  reacciones de la observadora al ver cómo la chica joven acepta sumisa el trato vejatorio que le impone el mayor, o a partir de las fantasías en las que la mujer mayor indica a la joven cuál es el camino de salida hacia la liberación, el lector puede colegir cómo, valiéndose de la paráfrasis de una chica esquinal medio tonta, la narradora está saldando cuentas con su propia vida. Pero menos mal, para ella, que todavía le queda la posibilidad de contarse historias en las que todo sale bien.

 

El progreso del amor

Alice Munro

RBA

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28 de enero de 2010
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Una Balsa de Piedra Camino de Haití

Mis palabras son de agradecimiento. La Fundación José Saramago tuvo una idea, loable por definición, pero que podría haber entrado en la historia como una buena intención, una más de las muchas con que, dicen, está pavimentado el camino del infierno. La idea era editar un libro. Como se ve, nada original, por lo menos en principio, que libros no nos faltan. La diferencia estriba en que el producto de la venta de éste se va a destinar a las victimas sobreviviente del terremoto de Haití. Cuantificar tal ayuda, por ejemplo, en la renuncia del autor a sus derechos y en una reducción del lucro normal de la editorial, tendría el grave inconveniente de convertir en mero gesto simbólico lo que debería ser, en la medida de lo posible, algo provechoso y sustancial. Ha sido posible. Gracias a la inmediata y generosa colaboración de las editoriales Caminho y Alfaguara y de las entidades que participan en la elaboración y difusión de un libro, desde la fábrica de papel a la tipografía, desde el distribuidor al comercio librero, los 15 euros que el comprador gastará serán entregados íntegramente a la Cruz Roja para que los haga llegar a su destino. Si alcanzáramos un millón de ejemplares (el sueño es libre) serían 15 millones de euros de ayuda. Para la calamidad que ha caído sobre Haití 15 millones de euros no es nada más que una gota de agua, pero como La balsa de piedra (éste es el libro elegido) será publicada, además de en Portugal, en España y en el mundo hispánico de América Latina, ¿quién sabe lo que podrá suceder? A todos los que nos acompañan en la concretización de la idea primera, haciéndola más rica y efectiva, nuestra gratitud, nuestro reconocimiento para siempre.

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28 de enero de 2010
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El correo

De ser una ilusión felicísima, el correo ha pasado a ser un tostón. Aquélla luz que el hogar recibía desde la lejanía y allí mandaba sus noticias como desde una vida que interesaba saber al receptor, las cartas han sido colonizadas por los bancos y el mail por los spams que van sumándose hasta ahogar la curiosidad del corazón.

Con todo, el correo y sus circunstancias mantiene un halo que no damos enteramente por perdido y la carta auténtica, que tanto tarda en llegar, no se descarta por completo.

Una vez al año quizás, una vez cada año y medio en el buzón se encuentra un sobre escrito a mano y adentro puede ser que sólo una hoja o una cartulina que lleva la caligrafía de una amistad. ¿Un amigo? ¿Un antiguo amante? La esperanza de que el amante perdido reaparezca va desvaneciéndose con los años pero incluso en plena y bullente juventud el móvil y sus mensajes cortos hacen las veces del papel escrito y el sobre se representa sucintamente en un espasmo sonoro que sacude al aparato receptor.

Todo le mundo postal de la antigua era,  ha sido, en fin,  tan reemplazado por otros medios que siendo pesimista se diría que ha sido "arrasado" y no siendo melancólica se diría que "actualizado". Esa actualización del contacto -interpersonal o no- se apoya radicalmente  en la actualidad. No hay ya pasado en el SMS puesto que en un soplo hace el trayecto y tanto como dura el mismo suspiro de quien nos evoca se tiene delante su  evocación. Es, contemplado así, más poético y feliz que nunca porque no cabe aberraciones temporales en la transmisión.

 La carta fue efectivamente un tesoro acorde con los tiempos de la lentitud pero actualmente ¿quién podría decir que en el largo plazo de su viaje los sentimientos  no han virado hacia no se sabe qué, hacia no se sabe quién? La carta, como consecuencia de su andar moroso, debía poseer una notable garantía de durabilidad, el sello de la permanencia.

Carta que brindaba información sobre el estado del corazón  o sobre la vida ordinaria que si lograba prestigio o reverencia era a causa de su solidez.  Ninguna experiencia de la casa y la familia, de las labores y de los amores, se podría considerar verdadera sin su peso y su pesadez. 

Al contrario de ahora cuando la repetición o su monotonía  aumenta el recelo de su verdad. O dicho de otro modo, toda buena rutina que en el pasado no era sino un afianzamiento del anillo conyugal o familiar, es ahora una metáfora de la sierra o su erosión circular. La peor de las caducidades en las cosas puesto que no hay dedicación más aborrecible e improductiva que dar vueltas y vueltas a lo mismo, señal de que la neurosis se ha adueñado de nosotros y está perjudicando la salud.

Se considera tan tedioso como odioso aquello que se realiza  una y otra vez y ,sin embargo, se tiene por positivo lo voluble  porque así resultará más divertido.  La paradoja pues de que lo igual ya no se resiste y lo cambiante se ama, acaba reflejándose en el vacío postal del buzón puesto que el buzón, literalmente alude a algo que se sumerge -como el buzo- y se deposita en el fondo sin ninguna volubilidad.

 Las cartas vienen de lejos y transmiten duración. Siempre será necesario interpretarlas andando hacia atrás el tiempo y componiendo la escena ya pasada y pretérita en la que fueron redactadas. Igualmente, quien las escribe ha de prever la longitud del plazo que necesitarán para alcanzar su destino y, por lo tanto, no deben componerse superficialmente sino asegurando su concepto implícito para que pueda durar. No son así los mail que se dicen y se desdicen que se emocionan en emoticones que llegan volando y salen del mismo modo,  sin necesidad de pensar.

¿Se ha perdido hogar con ello? Efectivamente el hogar ha dejado de ser esa sólida dirección donde se mantenía de por vida el domicilio. Hoy la casa, el empleo,  la creencia o el amor son tan cambiantes que tienden a serlo aún más, son tan portátiles que tiende a sortear el estancamiento del buzón y sustituirlo para esto y otras actividades más por el ordenador portátil, lap-top, apoyado sobre las piernas que viajan y no cesan de moverse de aquí para allá. 

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28 de enero de 2010
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Colbert en las nieves

Un Estado que al final es el que lo ha hecho todo: la nación, la ciudadanía, la igualdad, la libertad incluso, el camino de la unidad europea por supuesto. Y que ahora deberá ir más lejos todavía hasta reparar el sistema capitalista. No es un invento socialista, ni una quimera de izquierdas. Tampoco es una ocurrencia reciente ni obra de la imaginación posmoderna. Es anterior a la división del mundo político en dos hemisferios, y obra del intendente del rey de Francia, Jean-Baptiste Colbert (1619-1693), auténtico creador de la idea francesa del Estado. En la época de la globalización triunfante, el colbertismo tenía que andar de tapadillo. Cuando se produce la avería, en cambio, es la hora de una nueva oportunidad, su oportunidad, para reparar el capitalismo y organizar la nueva gobernanza mundial.

Éste es el fondo del discurso de apertura del Foro Económico Mundial, pronunciado ayer por Nicolas Sarkozy en Davos. El primero que pronuncia un presidente francés en ejercicio en esta reunión anual que simboliza mejor que cualquier otra institución las virtudes y los vicios de la globalización (en francés, la mundialización). Si Obama defiende la guerra justa al recibir el Premio Nobel de la Paz, Sarkozy condena la libertad de comercio, el capitalismo financiero y la ingeniería contable en el lugar donde se reúnen los más conspicuos defensores de todo este conjunto de ideas. Y les dice, sin embudos, y con todo el énfasis teatral que caracteriza sus discursos, que para salvar el capitalismo hay que refundarlo y moralizarlo. Davos es una bolsa del poder. No un bolsín cualquiera, sino probablemente uno de los parqués más fiables sobre cómo se va distribuyendo mundialmente en todas sus facetas, económicas, políticas, morales incluso. Y al final, las cotizaciones no engañan. Sube lo que vale y baja lo que no. Baja Europa; suben China, India y Brasil; mientras se estanca y vacila Estados Unidos, la superpotencia en transición desde su pasada soledad en el mundo unipolar hasta la competencia y el barullo de este nuevo mundo multipolar. Baja también la Unión Europea, y de qué manera, y sube el G-20. Los nuevos altos cargos europeos, el belga Van Rompuy y la británica Ashton, no han querido utilizar el foro para proyectar algo de su escasa imagen pública, una ausencia que también funciona en el discurso de Sarkozy, donde Europa y sus instituciones no han merecido mención alguna; y aparece en cambio el G-20 como el auténtico logro del último año y esbozo de un mundo finalmente gobernado. El colbertismo de Sarkozy no es de nueva adquisición, por supuesto. Cabe pensar incluso que está inscrito en el ADN de los políticos franceses. Pero en su fase anterior, antes de la crisis, el brioso presidente de la República parecía más un émulo de Margaret Thatcher, dispuesto a recortar el sector público y reducir el Estado, que un continuador del estatismo inventado por los borbones franceses. Ahora, además, trasciende incluso sus propósitos ideológicos. Francia presidirá en 2011 el G-8 y el G-20, y con tal ocasión echará el resto para intentar aplicar las ideas que su presidente expuso ayer en Davos, incluida la reforma del sistema monetario internacional en un nuevo Breton Woods. ¿Para qué quiere entonces Sarkozy a la Unión Europea, si Francia puede jugar directamente como la potencia reformadora que salvará el capitalismo el próximo año? En Copenhague ya se pudo ver, en la Cumbre del Clima, hace escasas semanas, lo que se está viendo en Davos estos días: la dualidad entre China y Estados Unidos, expresada no sólo en la disputa de Pekín con Google, sino en la gravedad de las guerras cibernéticas que se vislumbran en el horizonte; el ascenso de los imparables a los que antes llamábamos emergentes; esa Europa que se encoge como piel de zapa y se ausenta; y luego el capítulo de los desaparecidos, países que fueron protagonistas en días muy recientes y que de pronto han caído fuera de la visión del radar o sencillamente han preferido ausentarse. Es el caso de Israel y Turquía, que anduvieron a la greña hace un año y desde entonces no han hecho más que distanciarse. Del antaño boyante Dubai, deprimido por su burbuja. O de los pecos, países de Europa central y oriental, sumidos en el provincianismo. Sarkozy sube la apuesta porque conoce la correlación de debilidades europeas. Los europeos tenemos más sillas que nadie en las instituciones internacionales, pero contamos y contaremos cada vez menos. No es difícil aventurar que el desequilibrio entre una voluntad de poder tan escasa y un número excesivo de sillas en las mesas mundiales terminará resolviéndose en el peor sentido para Europa. Y Francia no quiere salir perdedora del envite o pretende, como mínimo, salvar los muebles.

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28 de enero de 2010
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El Boomeran(g)
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