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Guillermo Saccomanno, premio Seix Barral

Guillermo Sacomanno. Fuente: letravivaEl escritor argentino Guillermo Saccomanno ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral con la novela El oficinista. El jurado estuvo integrado por José Manuel Caballero Bonald, Pere Gimferrer, Rosa Montero, Elena Ramírez y Ricardo Menéndez Salmón. Dicen que está deslumbrado y que, desde hacía años, no se sentían tan entusiasmados con un ganador. Lo cierto es que la simple referencias a sus influencias literarias (Ballard, Kafka, Dostoievski, Philip K. Dick, Gogol) han generado muchas expectativas para quienes, como yo, conocíamos su nombre pero no su obra. Lamentablemente, Saccomanno no pudo asistir a la ceremonias pues estaba reponiéndose de una meningoencefalitis en Buenos Aires. Silvina Friera en Página12 comenta extensamente la noticia:El título, tan anodino y prometedor, atizó la llamita de la curiosidad desde el comienzo. Los miembros del jurado se quedaron ?boquiabiertos? después de leer la ?extraña? e ?inquietante? El oficinista, de Guillermo Saccomanno, con la que acaba de ganar el premio Biblioteca Breve, dotado de 30 mil euros. Cuando relajaron las mandíbulas y cerraron la boca, aún bajo los efectos de la intensidad y originalidad del texto, no tuvieron que discutir el veredicto. Por unanimidad, entre los 414 manuscritos que concursaban, eligieron la novela del escritor argentino, presentada bajo el seudónimo de Calemo, que se publicará a fin de mes, en España y la Argentina, a través del sello Seix Barral. En el Museo Marítimo de Barcelona, durante la conferencia de prensa, Rosa Montero elevó el texto premiado a la categoría de ?suceso literario? y garantizó que no dejará ?indemne? a ningún lector porque contiene una ?moral sumamente turbadora?. Dicen que nunca un jurado se mostró tan exaltado y contundente. El telón de fondo de la historia premiada es una ciudad arrasada por atentados guerrilleros, amenazada por hordas de hambrientos, niños asesinos y perros clonados. En esta urbe infernal, vigilada por helicópteros y bautizada con lluvia de ácido, se recorta el opaco y desencajado protagonista de la historia, un hombre dispuesto a la humillación con tal de conservar, con uñas y dientes, su trabajo. En este mundo absurdo, que responde a la lógica de la degradación del sujeto, el oficinista, un asesino en potencia, se enamora y se permite soñar con ser otro. Una pregunta sobrevuela por las páginas de esta novela, que encierra una antiutopía, un mundo Ballard, pero también Dostoievski: ¿de qué abyecciones es capaz un hombre por aferrarse a un sueño? Saccomanno, él mismo lo reconoce, ha incentivado el culto del ?escritor salvaje? desde que se recluyó en Villa Gesell, hace más de veinte años, para desintoxicarse de la ciudad y del ambiente literario. Algún malintencionado podría sospechar que ese costado salvaje del flamante ganador se impuso y que por eso decidió no viajar a Barcelona a recibir el premio Biblioteca Breve, que han ganado nada más ni nada menos que Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Juan Marsé, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes y Gioconda Belli, entre otros. Seguirá siendo un ?buen salvaje? y empecinado, pero las razones de ese faltazo obedecen a un virus que suena a trabalenguas macabro. (...) Rodrigo Fresán recogió el premio en su nombre. ?Es un libro extraño, en el mejor sentido de la palabra, pero coherente con la obra de Guillermo. No es un libro común, va a sorprender mucho?, anticipó Fresán, para quien los libros de Saccomanno ?se pasean por muchos lados, son como postales?. (...)Aunque el ganador no pudo hacer declaraciones, en un texto de su autoría distribuido por la editorial Planeta, Saccomanno cuenta que escribió la primera versión de El oficinista en el verano de 2003, tan sólo en un mes. ?Ignoraba que su proceso de corrección y ajuste me llevaría seis años?, admitía allí el flamante ganador del premio Biblioteca Breve. ?Seis años en los que pasé por diferentes estados de ánimo. En todos fui el oficinista. Es cierto, lo fui alguna vez. Quizás ahora, al escribir, no tenía que observar tanto a los otros como a mí mismo. Si hay una clase que conozco y repudio es la clase media. La clase a la que pertenezco. Se define por su capacidad de sometimiento y traición. Una clase que, en su afán de trepada y con tal de no descender un peldaño en la escala social, se identifica con sus enemigos, los ricos. Es decir, el poder.? Saccomanno plantea que lo peor del poder es que ?nos inficiona?. Después de despotricar contra la clase media, ?tan prolija?, ?tan capaz de canalladas cobardes?, se pregunta, en una vuelta de tuerca flaubertiana: ?¿Acaso soy mejor tipo por ser escritor? El oficinista también soy yo?. [...] Ballard, Kafka, Dostoievski y Philip K. Dick son algunos de los nombres que lanzó el jurado como brújulas para orientar la atmósfera de la novela premiada. ?Por la noche, cuando la city se apaga, en los umbrales de esas catedrales del dinero, bajo las recovas de una avenida y hasta en las cabinas de los cajeros automáticos, empieza a verse a los sin techo, aquellas y aquellos desgraciados pestilentes expulsados de un sistema en el que creyeron?, recuerda Saccomanno en su texto. ?Más de una vez, mientras observaba este contrapunto macabro, me preguntaba cómo escribir sobre estos personajes, que quizá no sean tan diferentes en su degradación del Akaki Akákievich de El capote, de Gógol. O del hombre del subsuelo de Dostoievski. También, ¿por qué no?, Bartleby. ¿Y Samsa? También. Nada es casual: en un principio esta novela se llamaría La perspectiva Nevski. Porque ésta sería una novela rusa. Existencias desesperadas en un mundo absurdo que responde a una lógica: la destrucción del sujeto. En este sentido, al modo ruso, esta novela no es de amor, sino de la búsqueda de amor. Aunque suene cursi. Aunque el amor esté en extinción. Una novela de soledad. Si lo prefieren, una experiencia rusa. De hecho, el protagonista de esta novela es ?tan ruso?.? Saccomanno tiene una gran obra que comienza a instalarse poco a poco en España. El año pasado obtuvo el primer reconocimiento internacional cuando 77, la tercera parte de su trilogía conformada por La lengua del malón (2003) y Un amor argentino (2004), ganó el prestigioso premio Dashiell Hammett a la mejor novela publicada en español en la Semana Negra de Gijón. Entonces, se tomó tres bourbon para festejar lo que consideraba una ?grata sorpresa?, porque no se tenía mucha fe. Lo que más le importaba de ese premio es que lleva ?el nombre de Hammett, un escritor que dijo ?no? en tiempos en que escasean los hombres que dicen ?no??. [...] Colaborador habitual de Página/12 y maestro de talleres literarios en los que se han fogueado varias generaciones, el escritor suele advertir que ?son las escrituras las que tienen que establecer las discusiones?. Cuando se publique El oficinista, en breve, los lectores podrán disfrutar esa perturbadora, sobria, onírica e incluso profética novela que ha deslumbrado al jurado español.

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9 de febrero de 2010
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Guillermo el Conquistador

 

La primera llamada que recibí a mi llegada a Barcelona quedó atrapada en el contestador. Era Rodrigo Fresán, dándome dos buenas noticias. La inicial concernía a su bienvenida: nos deseaba lo mejor en esta ciudad a mí, a mi mujer y al pequeño Bruno. La segunda era todavía mejor: "Te llamo desde la entrega del premio Seix Barral, que acaba de ganar Guillermo Saccomanno".

         Conozco el nombre Saccomanno desde que era pequeño y leía las historietas que Guillermo guionaba, en las revistas de la hoy legendaria Editorial Columba. Cuando crecí, Guillermo se me impuso también como escritor: uno de esos pocos que valen la pena y que siempre se recomiendan, para contrarrestar la literatura chirle y lavada que suelen recomendar los suplementos literarios. Cada uno de sus libros es totalmente distinto del anterior (si hay que creerle al jurado del Seix Barrral y a la prensa, El oficinista no se parece en nada a, por ejemplo, Roberto y Eva), pero siempre ofrecen la misma garantía: una escritura visceral e iconoclasta, coherente con el deseo de dejar huella en la historia -la de la literatura, pero también la que suele escribirse con mayúsculas- que sólo encuentra cauce en los conceptos arltianos de la prepotencia de trabajo y de la búsqueda de un relato con potencia de cross a la mandíbula.

Dias atrás, en plena celebración de mi cumpleaños, el guionista de televisión Marcelo Camaño (uno de los mejores, sino el mejor, de todo el medio argentino), quiso demostrar que la encuesta de un diario sobre los mejores narradores de la primera década del siglo era una farsa, y para ello presentó esta prueba irrefutable: "¡Apenas sólo una persona votó La lengua del malón!"

         Que, por si no lo sospecharon todavía, es una de las novelas esenciales de Guillermo Saccomanno.

         La noticia de su triunfo hizo todavía más dulce la llegada a esta ciudad bella y ensopada por las lluvias.

 

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9 de febrero de 2010
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Desnudarse

Cuando el día acaba, la cama nos espera. Disciplinadamente,  la cama nos espera desde la mañana en que alguien la ha preparado para el momento de la noche.

Durante el transcurso del día la cama se encuentra siempre a disposición para unos u otros usos muy diversos pero, institucionalmente, la cama se hace activa al ir a dormir en ella, mientras durante el día -salvo excepciones- se mantiene quieta. No se diría paralítica o paralizada puesto que los pliegues, los relieves de las telas, los volúmenes de la almohada o su grosor integral, trasfieren a los sentidos la percepción de unas manos han contribuido a dejarla como está y todavía se suman para que respire como una entidad viva y mullida.

 Diferentes muebles, y especialmente los  enfundados o "vestidos", causan n una sensación similar. Se presentan  quietos y como aguardando al usuario pero aún hallándose en esta actitud podría pensarse que se remueven, reacomodan o laten en silencio y  para sí.

 Incluso es posible, en el interior de la casa desierta, que estos muebles posean un pequeño grupo de pensamientos más o menos elementales y rutinarios  entre los que se cuentan necesariamente los asociables a su  constante tiempo de espera.

La cama nos aguarda y por la noche el huésped inicia en sus entornos la rutina de ir quitándose obligadamente las ropas. Quitarse las ropas ante la cama o en sus proximidades,  entre el dormitorio y el cuarto de baño, por ejemplo, significa el repaso cotidiano de una secuencia de desasimiento que se corresponde, de otro lado y después con ponerse  el camisón y el pijama. Venimos de un espacio alejado  y tras vivir un intervalo intramuros alrededor del televisor, los niños y la cena, nos preparamos para incorporarnos a  la cama que  representa, en realidad, el tercer espacio determinante del día. La intimidad dentro de la intimidad, la extrema individualidad en la individualidad. El huésped y la cama duermen dentro de la soledad y ¿quién cuestionaría que gracias a su influencia?

De la compañía a la soledad, del movimiento al reposo, de la vigilia al sueño a través de una escenificación del desprendimiento público y el revestimiento con las ropas de alcoba. Elocuentemente, nos despojamos  de las vestimentas con las que nos presentamos en público y nos disfrazamos con los hábitos de la soledad en donde hallamos (o no) el tiempo del sueño. Las prendas que a lo largo del día fueron impregnándose de los olores y avatares, de la lluvia, los alientos o el viento,  no se meten en la cama porque, a fuerza de experimentar la vicisitud, mancharse de ellas, sentir en ellas, no es pertinente embutirse  entre las sábanas con ellas. Son físicamente capaces de juntarse con la cama pero siempre que esto sucede se denota una situación de menesterosidad, peligro o amenaza que convierte a la cama en refugio y a ellas en material anónimo o subordinado. Sólo el proyecto de acostarse así, sin desvestirse del día, hace pensar en una urgencia donde se une la inquietud con el descanso, la obligación con la dejación, el día incesante con la noche sin muros y en una forzada reunión que, en consecuencia,  conduciría a un doloroso desorden.

La cama nos espera, precisamente, aliviados de la mayor consternación posible y si se ofrece como una cámara de descompresión su colaboración empieza reclamando el abandono del traje o el vestido, el reloj y los abalorios, la cartera y la calderilla.

De este modo, más o menos  desasido se llega a través de la blancura de las sábanas a la navegación sin luces de la noche.  Echar lastre por la borda, pesar menos antes de ir a dormir y descargarse de las ropas que encierran objetos pesados traza las líneas de un ritual que exime provisionalmente del mundo para entregarse sin al viaje de la cama.

Mueble  preparado desde la mañana en espera del momento en que nos deconstruimos como seres sociales y nos simplificamos, ante la noche encamada y migratoria a bordo del lecho. Lecho de agua o de aire, corriente circunstancial a la que nos lanzamos cotidianamente tras habernos desnudado y, en la esperanza, de lavarnos o reestrenarnos a través de sus lienzos blancos.  "¿Al cine? Al cine de las sábanas blancas es donde vas a ir", nos decían los padres cuando nos resistíamos a meternos en la cama. Un cine donde, en memoria de la infancia, nos volvemos personajes de dos dimensiones, exonerados de aquella tercera dimensión abandonada junto a las ropas del día, cosidas para el  mundo exterior que nos asalta o  nos insulta o nos conlleva.

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9 de febrero de 2010
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Del escritor comprometido al revolucionario del siglo XXI

Desde hace  al menos una década resulta cada vez más difícil encontrarse ya sea en Europa o al otro lado del charco, con esos latinoamericanos o pro latinoamericanos de una izquierda radical, bastante ingenua cuando no absolutamente pesada, intolerante y plagada de lemas que durante años pobló cafetines y tabernas, plazas y mercados de medio mundo. Ya no se les encuentra con tanta facilidad voceando su indignación contra las dictaduras y la corrupción y fragilidad de las democracias que precedieron a aquellas, indignación que por otra parte todos considerábamos justa, pero que ellos parecían asumir como propia y exclusiva, pues casi siempre la panacea para salvar a nuestros países consistía en poner en marcha de una vez por todas la revolución. Y al decirlo, naturalmente, miraban a Cuba.

No, ya no es fácil tampoco defender regímenes como el de Castro, pues supongo que eso que con ligereza y cierta irresponsabilidad se ha dado en llamar las grandes utopías sociales se ha secado o se ha agostado a tal punto que del vigoroso torrente de consignas y euforia proletaria ha quedado apenas un arroyuelo turbio donde abrevan sólo algunos recalcitrantes.  Supongo también que después de tantos, tantísimos años de dictadura salpicando el mapa de Hispanoamérica como un nefasto sarampión de totalitarismo, y luego de esa década de gobiernos democráticos obscenamente corruptos e ineficaces que casi aniquilaron nuestras sociedades, los hispanoamericanos hemos empezado a aprender la lección que bien podría resumirse con la célebre frase de Toynbee: "la democracia no es un puerto, es un barco." Creo que hemos entendido que detrás del sonido y la furia de todos aquellos eslóganes que sembraron nuestro horizonte social de esperanza, sólo cabía  la contingencia de nuevos regímenes con pretensiones totalitarias, y que los salvadores de la patria siempre son los que ponen a ésta en peligro. La prueba de ello es Hugo Chávez, el caudillo de ínfulas bolivarianas y de verbo encendido que está precipitando al abismo a una Venezuela fracturada y  cotidianamente en pie de guerra, y que se sostiene gracias al petróleo, como bien sabemos todos.

Este tipo de "intelectual revolucionario" que floreció entre los años sesentas y ochentas tuvo gran aceptación justamente aquí, en la Europa más próspera y democrática. También en la España que acababa de salir de la oscuridad del franquismo gracias a una transición en muchos aspectos ejemplar, el "intelectual revolucionario" no tenía inconveniente alguno en brindar por la muerte del dictador -que al parecer no se les terminaba de morir nunca-, entonar aquel pegadizo himno que hablaba de la libertad sin ira, de sentirse orgulloso de su recién estrenada democracia, de horrorizarse con el golpe de Tejero, de oponerse furibundamente a la entrada en la OTAN... y al mismo tiempo aplaudir y defender durante ese mismo tiempo la revolución cubana y los "logros" de la Unión Soviética, cosa que resultaba bastante paradójica y puede ser atribuible a aquella ingenuidad que hizo que muchos fueran incapaces de mirar los atropellos del dictador cubano y que disculparan con benevolencia los abusos y las injusticias de la desaparecida Unión Soviética. No sabían, afirman. El contexto histórico era distinto, explican. Y habrá que creerles. Allá cada uno con su conciencia. Pero al cabo de tantas zafras y periodos especiales cubanos, ahora que hasta el más obtuso defensor de aquel Gulag, no puede mirar la escombrera social, económica y moral que dejaron las sucesivas momias del politburó moscovita sin enrojecer, ya no resulta paradójico ni disculpable que todavía existan en la Europa bien pensante y democrática del siglo XXI estos intelectuales revolucionarios que tanto daño nos han hecho, alimentando la creencia de que lo que era bueno para Europa -la democracia, la alternancia en el poder, el mercado- no lo era para Latinoamérica, continente en plena formación, tierra fértil para revoluciones sangrientas, experimentos sociales y líderes carismáticos y mesiánicos, de preferencia vestidos de verde oliva, y que parecían escapados de una pesadilla -o más bien de un sueño...- de Gabriel García Márquez.

Ya sé que esto no es nada nuevo y que se ha dicho mil veces. Pero lo novedoso es el contexto histórico, como dirían ellos mismos: en una Europa cuyos gobiernos -sean  de izquierdas o de derechas- son capaces de ir a guerras por motivos económicos, negociar con dictadores, tenderles la mano a autócratas con petróleo, y todo ello sin que les tiemble el pulso, somos los ciudadanos los que tenemos la responsabilidad de actuar, de protestar, de manifestarnos y movilizarnos de manera efectiva y eficaz contra los atropellos y contra el cinismo de nuestros gobiernos. No me hago ilusiones: no será mi gobierno quien me defienda, sino yo y mis adversarios (que no mis enemigos), es decir todos aquellos quienes defendemos la democracia participativa y responsable, todos aquellos que defendemos la absoluta libertad de ideas y rechazamos cualquier forma de dictadura. Por eso resulta tan indignante lo recalcitrante de estos revolucionarios vestidos de Coronel Tapiocca, de esta resistencia de cine club que sigue justificando a un dictador como Fidel Castro y a un autócrata plebiscitario como Hugo Chávez, aunque con toda seguridad ni a uno ni a otro los querrían mandando por estos pagos. ¿Se imaginan aquí preparando la sucesión del hermano del Comandante Zapatero o del sub comandante Rajoy? ¿A Blas Piñar manejando el país gracias a un programa llamado Aló presidente? Dios nos asista. Sería tirar por tierra todo lo conseguido hasta el momento. Por fortuna, muchos amigos escritores e intelectuales hispanoamericanos que vivimos aquí, que defendemos la democracia y estamos juntos en el proyecto social de una España moderna sin la sombra del franquismo y la lacra del terrorismo, hemos encontrado a otros tantos españoles que defienden y apoyan una idea similar para Hispanoamérica. Y que nos miran de igual a igual, y no como unos pobres infelices merecedores de un dictador o de un aprendiz de dictador. 

 

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9 de febrero de 2010
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Cuidar lo propio, robar lo ajeno

Por la noche, vigila los surcos plantados de malanga y la cría de carneros, con una escopeta corta de fabricación casera. Es la obra de un improvisado armero que soldó un trozo de cañería de poco diámetro a la recámara rústica de la que sobresale el irregular percutor. Basta el sonido ?en medio de la madrugada? del rastrillar del ingenioso artefacto para que salgan corriendo los que pretendan robarle la cosecha. Cuando la puerca está parida, llama a un hermano que vive en el pueblo y acompañados de aquel artilugio ?creado por la necesidad? hacen guardia hasta que salga el sol. Muchos campesinos usan armas ilegales que han sido compradas o producidas de forma alternativa. Sin ellas, el fruto de meses de trabajo podría terminar en manos de los ?depredadores? de sembrados, sombras escurridizas que se mueven en la oscuridad. Las penurias han aumentado los robos en los campos cubanos y obligado a los lugareños a salvaguardar ellos mismos sus recursos. De ahí que proliferen los perros agresivos y las escopetas manufacturadas, especialmente en las fincas donde hay vacas. La libra de carne de res se vende a dos pesos convertibles en un mercado negro que se nutre del hurto y sacrificio ilegal, a pesar de las prolongadas condenas de cárcel que estos delitos conllevan. Para los guardianes de lo propio, ha sido una sorpresa el anuncio oficial de que ?con carácter excepcional y por sólo una vez (?) las personas naturales y jurídicas residentes en la isla que tengan en su poder armas de fuego sin la correspondiente licencia podrán obtener el debido registro?. Existe, sin embargo, la convicción tácita de que quien anuncie públicamente semejante posesión obtendrá como respuesta la confiscación. Ante ese temor, pocos confesarán que guardan el frío metal en algún lugar de su casa y seguirán prefiriendo el riesgo de no tener papeles a la inseguridad de quedarse sin protección. Para nuestra alarma, esos rústicos instrumentos también les sirven a quienes, sin tener  finca ni animales que preservar, acechan al otro lado de la cerca, dispuestos incluso a disparar con tal de llevarse lo ajeno.

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9 de febrero de 2010
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Comunitarismo republicano

No es un debate inútil. Es un debate perjudicial. Que parte de preguntas mal planteadas y de premisas falsas y sólo puede conducir a conclusiones absurdas o contraproducentes. Lo mejor que puede suceder con este debate es que fracase, como han fracasado otras ocurrencias geniales del hiperpresidente. Pero aunque fracase, el mal está ya hecho. Mientras el mundo cambia e interpela a Europa para que se adapte a los cambios, proliferan aquí y allí las reacciones defensivas y patológicas, repliegues identitarios y finalmente una forma de comunitarismo, aparentemente republicano, pero amarrado al cristianismo como seña cultural frente a los inmigrantes y tentado por la xenofobia, la exclusión del otro y el rechazo de la sociedad plural. Sarkozy y su debate sobre la identidad francesa son el epítome de estos enfoques enfermizos, que cuentan con sus expresiones más crudas y rechazables en las leyes italianos contra la inmigración, pero surgen en forma de sarpullidos populistas en toda Europa.

Para hacerse una idea de la catástrofe ideológica que yace detrás de este debate basta con leer el libro del encargado de promoverlo y sostenerlo, el ex socialista Eric Besson, ahora ministro de Sarkozy al cargo de la cartera de ?sentémonos antes de empezar a enunciar el nombre del ministerio- la Inmigración, de la Integración, de la Identidad Nacional y del Desarrollo Solidario. Se titula ?Pour la Nation?, que debería traducirse como ?A favor de la Nación?, y constituye un auténtico manual de un comunitarismo esencialista, que no se reconoce a sí mismo como tal y se disfraza de los oropeles republicanos, puesto que constituye una tipo de nacionalismo y de soberanismo antieuropeo y bonapartista. Por economía de escritura prefiero aportar los argumentos a través del texto. Antología, rápidamente traducida del francés: ?Hablar de la Nación, es decir, de lo que une a los hombres, y de los valores que les reúnen, afecta a lo más profundo y sensible que hay en cada uno de nosotros?. ?Aunque la dominación del imperio franco rehace temporalmente la unidad de occidente, una vez esta unidad definitivamente desaparecida a mitad del siglo IX, es el Tratado de Verdún el que conduce a Francia, Alemania, Inglaterra, España, Italia, a su plena existencia?. [En 843 los hijos de Carlomagno, Carlos el Calvo, Lotario y Luis el Germánico, se reparten su imperio en Verdún; dejo a la consideración del lector el valor del anacronismo, de viejo manual escolar francés, que efectúa el señor ministro]. ?Cuando se intenta comprender porque nuestra Nación está tan impregnada de unitarismo y rechazo del comunitarismo no es inútil convocar su historia y sus orígenes. Francia no es una Nación que se haya dotado progresivamente de un Estado, como pueden ser Inglaterra, Alemania, Italia o España. (?) Francia es una Nación creada por el Estado?. ?Nuestro territorio es uno de los elementos fundamentales de la unidad nacional (?) Este territorio, porque no es un lugar de estacionamiento sino de paso y migración, sólo puede ser gobernado por un poder central fuerte (?) Nuestra Nación sólo puede ser construida por un poder centralizador. (?) Pero instaura sobre todo una lengua oficial imponiendo la redacción de todos los actos administrativos y notariales en francés y nunca más en lenguas regionales como el occitano o en latín?. ?La búsqueda de una consciencia y unos valores comunes es probablemente más imperiosa en una Nación cuyos orígenes son tan plurales como los nuestros.Este llamamiento a la superación de los orígenes y la reunión alrededor de valores comunes constituye, desde su primer aliento, y mucho antes de la Ilustración, el universalismo de nuestra Nación?. ?En el siglo X todos los habitantes de Francia con franceses, pues la Nación no es todavía plenamente consciente de ella misma. Esta consciencia nacional está vinculada a las política centralizadoras, sobre todo en el terreno militar y fiscal?. ?La Nación es una herencia de glorias y de reproches compartidos, pero también un proyecto a realizar?. ?A la exaltación de la Nación, los posnacionalistas responden con su negación. (?) Desarrollan incluso el concepto de ?ciudadano del mundo?. (Para ellos) los derechos del hombre podrían existir y ser respetados sin necesidad de una Nación para expresar su poder soberano?. ?Pues no existen derechos del hombre que no sean derechos del ciudadano. (?) La Nación republicana constituye el cuadro de ejercicio de las libertades. Los derechos del hombre no serían más que un sueño, si no hubiera ciudadanos para ejercerlos?. ?La Nación es un conjunto de hombres y de mujeres que disponen de una historia, una cultura, una lengua, valores comunes y se comprometen en un proyecto común?. ?Los intentos de instauración en Francia de un régimen parlamentario, siguiendo el modelo británico (?) han conducido todos a la inestabilidad. (?) Esto es lo que ha conducido a instaurar la elección del Presidente de la República por sufragio universal desde 1962. (?) Esta presidencialización me parece conforme a la identidad misma de nuestra Nación. (?) La elección presidencial se ha convertido en catalizador de nuestra ciudadanía. (?) La presidencialización de nuestra República no es un hecho nuevo, que estaría vinculado a la personalidad de Nicolas Sarkozy, sino un hecho ya inscrito, deseado y deseable". ?La presidencialización, porque permite superar las polarizaciones partidistas y asegurar una mejor representación del poder ejecutivo, responde a las aspiraciones de una nación que se ha construido alrededor de un poder central fuerte y de una soberanía nacional perteneciente al pueblo todo entero?. (Eric Besson. Pour la Nation. Grasset.)

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9 de febrero de 2010
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Apple, del culto a la adicción de masas

Estaba en mi segundo año del doctorado cuando me presté dinero de un amigo para comprarme una Macintosh. Era mucho más cara que una PC, pero argumenté que no sabía nada de computadoras y con una Apple me iría mejor: todo el mundo decía que era más fácil de usar. Por supuesto, se trataba de una de esas razones que utilizamos seguido para engañarnos a nosotros mismos. Lo que en el fondo yo quería era una Mac, y punto. Las había visto en la tienda de la universidad de Berkeley y quedé fascinado por su diseño, por la simpleza de sus líneas. También me atraía que no fueran tan populares (llegaban al 15% del mercado de computadoras personales).

Ser un acólito de Mac tenía muchas desventajas en los noventa. Los programas eran más caros que para las PCs, y había muy pocos; en materia de juegos, a lo máximo que se podía aspirar era a SimCity. Sin embargo, los que utilizábamos Mac no nos guiábamos por la conveniencia. Había un obvio capital simbólico en la Mac. Juan Villoro, un adicto confeso, señaló en un ensayo que "las razones para escogerla iban del exclusivismo fashion a la superioridad de un códice sobre un trabalenguas. Apple permitía activar un ícono, PC obligaba a teclear telegramas cifrados del tipo: ‘=C)F3'".

No fue casualidad que cuando Mondadori publicó la antología McOndo en 1996, en la portada se hubiera utilizado a una Venus de Botticelli con el logo de Apple (una manzana de colores) reemplazando a la manzana del pecado. Ni que en el prólogo a la antología, Alberto Fuguet y Sergio Gómez hubieran sugerido de manera provocativa que una de las pocas opciones que le quedaba al joven escritor latinoamericano era escoger entre Windows y Mac. En realidad el joven escritor ya se había decantado por Windows. Pero siempre estaba la Mac como un gesto de distinción.

A fines de los noventa, mientras Apple seguía diseñando computadoras elegantes y cada vez más caras, Microsoft crecía y se convertía en un monstruo que dejaba a Apple en la irrelevancia. Apple sobrevivía como un culto esotérico, con rituales herméticos que ni siquiera entendían muchos técnicos en computación (una vez se me arruinó la Mac en Bolivia y me costó encontrar alguien que me la arreglara). Y llegó la nueva década y con ella el iPod, un MP3 que tenía todas las características de las laptops de Apple, tanto las positivas como las negativas: diseño elegante, fácil de usar y nada barato. Las críticas arreciaron, pero la estrategia de Jobs funcionó esta vez: hoy el iPod tiene más del 70% del mercado de MP3s.

Los críticos de Apple han aprendido a respetar a Steve Jobs. Por eso no dijeron mucho cuando la compañía decidió ingresar el 2007 al terreno de los celulares con el iPhone. Ni tampoco ahora, cuando se acaba de presentar el iPad en ese formato de tableta en el que tantas otras compañías han fracasado. Con cierta perspectiva histórica, está claro que Jobs es uno de los grandes revolucionarios de nuestro tiempo. El iPhone parecía ser un celular sofisticado más, pero hoy es una poderosa computadora que puede transformarse en múltiples cosas dependiendo de la aplicación que se utilice. Con el iPad, Apple se anima a inventar un mercado. Lo que comenzó como una caprichosa cuestión de diseño y facilidad de uso se ha convertido en una forma influyente de interactuar con el mundo. Microsoft sigue enriqueciéndose, pero Apple acumula capital simbólico y es el nuevo monstruo de nuestro imaginario.

Escribo este artículo en mi MacBook Pro. Observo la manzana mordida en su cubierta: es un fetiche, claro, y me pregunto qué pasa con la distinción cuando el culto se transforma en adicción de masas. ¿Será que llegó la hora de pasarme a las PC?

Por supuesto que no.

(La Tercera, 8 de febreo 2010)

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8 de febrero de 2010
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Vuelve la tartera

 

 

            El mundo cambia y las costumbres cambian. En las últimas fiestas navideñas por ejemplo nos enteramos de que el regalo ha dejado de ser necesariamente un objeto  para convertirse en una sensación. Se regalan sensaciones: un bono de masaje, un viaje, una experiencia, entradas para el cine, libros, un corte de pelo... Hemos pasado de la caja dorada con un lazo rojo, de lo vistoso, a lo que se queda en nosotros como un recuerdo. Un reloj de oro o un bolso no son recuerdos, los llamamos así, pero, cuando entornamos los ojos y nos dejamos llevar, en lo que pensamos es en aquel día en la playa o cuando te conocí y me miraste o en la historia que me contaron el otro día o en ese partido de fútbol con tus hijos. Es raro que el protagonista de un momento de ensoñación sea el anillo de brillantes que llevas en el dedo, a no ser que seas Gina Lollobrigida, Liz Taylor, alguna de esas damas que tanto bien ha hecho por el gremio de joyeros. ¿Quién quiere hipotecar su vida para tener una mansión cuando durante todo ese tiempo puede hacerse el Camino de Santiago? Estamos recuperando algo de la filosofía hippy de dejarse llevar bajo el bendito sol. A poca gente le impresiona ya lo fastuoso. Ahora además desconfiamos del dinero, así que más vale una buena aventura o tener tiempo para hacer lo que a uno le dé la gana que una suculenta cuenta en el banco.

            Aunque tampoco hay que frivolizar con esto de la economía, hay gente que lo está pasando muy mal. La otra tarde vi a un hombre, parecía un chico joven, con un pasamontañas  puesto (sólo se le veían los ojos y la boca) rebuscando en los contenedores de basura que hay frente a mi casa. No quería que le reconocieran. Ni siquiera he tenido que cruzar la calle para toparme con alguien que no tiene para comer. Mira que vemos imágenes fuertes a lo largo del día, pero ésta no puedo quitármela de la cabeza, es la pobreza oculta, la pobreza vergonzante de las grandes ciudades como la nuestra. Puede que bajo ese pasamontañas haya un estudiante, alguien que conozco, no sé.

            Entre los extremos de ricos y muy pobres estamos los que hemos tenido que apretarnos el cinturón y en cierto modo nos hemos dado cuenta de que tampoco hace falta tirar el dinero. Uno de los cambios beneficiosos que ha traído consigo la crisis es la vuelta a la tartera. Antaño sólo la usaban los obreros, hasta que se apuntaron al menú de ocho o nueve euros. Ahora nos traemos la comida a la oficina y nos la tomamos sentados en un banco por los alrededores de Azca entre el piar de los pájaros y el ruido de los coches. Nos ahorramos dinero, comemos mejor y nos oxigenamos. Los linces, los que cogen al vuelo las oportunidades, enseguida han diseñado una bolsa molona para llevar las tarteras, que combina con el estilismo ejecutivo. Yo quiero una.

            Y pese a nuestros intentos por educarnos y separar bien los plásticos, el cartón y las mondas de las naranjas, el verdadero reciclaje ha venido solo. Hemos empezado a sacar prendas antiguas del armario y a tunearlas. Ya no tiramos nada, y como se nos ha olvidado coser han prosperado los locales de arreglo de ropa. Seguramente alguno de estos arreglos cuesta más que comprar la prenda nueva en Zara o H&M, por lo que sugiere un cambio de mentalidad. Una vuelta a unos tiempos, no tan lejanos, en que se cambiaban los cascos de las botellas vacías por las llenas, en que los hermanos pequeños aprovechaban lo que dejaban los mayores, desde la ropa hasta los libros del colegio. Unos tiempos en que un abrigo se convertía en un chaquetón y un vestido en una falda, y cuando ya no se podía más, se hacían unas bayetas para el suelo. ¿Y los muebles?  Duraban varias vidas. Cuando nos hartábamos de verlos de un color se lijaban y pintaban de otro, y cuando en un rapto de locura se tiraban unas estanterías o una mesa siempre pasaba alguien junto al contenedor que les veía posibilidades. Y, de pronto, todo cambió: se inventaron los envases de cristal no retornables, nos inundaron de pañales desechables, servilletas de papel, vasos de plástico y la ropa se abarató tanto que ya no merecía la pena que tu madre te hiciera un jersey, porque en un abrir y cerrar de ojos habíamos aterrizado en el planeta de usar y tirar a lo loco. La basura comenzó a ser un problema y también un negocio. Había que organizarse, no para consumir, que ahí se tiene barra libre, sino para tirar. Pero nos estamos cansando.

 

 

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8 de febrero de 2010
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Para un cansado espectador I

Prólogo que he elaborado para el libro de Alberto Adsuara De un espectador cansado (Ed.Krausse) que acaba de salir en librería. Debido a su extensión estará en este espacio en dos partes: la primera hoy lunes y la segunda el miércoles 10 de febrero.

 

Para un cansado espectador

 

    Previamente recomendado por un amigo, cierto día recibí la visita de un joven artista levantino interesado en lidiar con algún cabo suelto de la teoría entonces pos-posmoderna. Al abrir la puerta recuerdo haberme sentido levemente desconcertado por un cráneo rasurado con fiereza y una escueta barba modelo corsario, pero también inquieto por ese tipo de mirada que de inmediato los expertos reconocemos en los escrutadores implacables. De esto debe de hacer por lo menos quince años, cuando todavía era posible hablar con cautela de los últimos embozos artísticos. Decidí que merecía la pena y nos fuimos a un café a tomar cervezas o quizás a una panadería donde aún sirven el café con impávida inepcia. No hablamos ni una sola palabra de teoría.

    Me contó que habiendo estudiado en Bellas Artes y persuadido de la inutilidad de la institución había comenzado a buscar otros ámbitos por donde dar escapatoria a sus habilidades. Como tenía una gran facilidad para el dibujo (tomó una servilleta de papel y en un fenomenal garabato me retrató con maligna exactitud) había decidido, dijo, imitar a los antiguos como único y real ejercicio de investigación, en lugar del implemento humanista de su genialidad expresiva y solidaria como le recomendaban en la institución. Con gran agudeza me expuso que era una pérdida de tiempo copiar a los grandes artistas, de modo que había optado por pintores de segunda fila y muy especialmente los catalanes, que son probos artesanos y fáciles de identificar. Llevaba un año copiando a Casas, a Nonell, a Sunyer y otros talentos menores.

    Un día había descubierto en el desván de la morada familiar, casona destartalada pero con el inmenso zaguán que antaño no faltaba en ningún hogar honrado, unas resmas de papel del siglo XIX, seguramente restos de un bisabuelo notario, que allí habían quedado hundidas entre colecciones encuadernadas de Blanco y Negro, baúles con ajuares de novias muertas y aparejos de pesca. Al usar aquel noble papel sintió un verdadero vértigo, según dijo. Los dibujos parecían hacerse por sí mismos, sin su intervención, y llegó un momento en que se vio totalmente abducido por creencias paranormales, como si los espectros del Ochocientos, alzándose del Hades, hicieran cola a su espalda para dibujar en aquellas hojas.

    Hubo de detenerse cuando se percató de que hacía casi una hora que estaba dibujando sin luz, a ciegas. Y quedó atónito cuando comprobó que uno de los últimos dibujos era el retrato de una dama barcelonesa, con sombrero de redecilla, corpiño de alto cuello y una sonrisa ladeada inquietantemente seductora. También comprobó que había consumido casi todo el papel.

    Días más tarde, acuciado por la curiosidad y tras proceder a una rigurosa selección, se los mostró, sin decirle que eran cosa suya, a uno de los profesores de la institución, hombre canijo, picado de viruela, con una perpetua gota colgando de la afilada nariz, pero idólatra de lo bello en su acepción valenciana. "Los he encontrado en el desván de la abuela escondidos entre camisones y refajos", mintió. "¿Cree usted que puedan tener algún valor?". El profesor los miró uno a uno con atención y sobreponiéndose a su perplejidad le dijo que carecían de valor al no llevar firma ninguna, pero que tenían el encanto burgués y discreto del Novecentismo barcelonés y que si le convenía se los compraba por seiscientas cincuenta pesetas.

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8 de febrero de 2010
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La pantalla de Onetti

El cine es tan omnímodo que, no contento con plasmar fílmicamente las ciudades de nuestros sueños realizados (París, Venecia, Sevilla o Benarés), también se mete en los espacios urbanos nunca trazados ni habitados más que en la mente de un escritor. Y así hemos visto en la gran pantalla el ‘faulkneriano' condado de Yoknapatawpha, el Wessex de Hardy, el Malgudi de Narayan, la Región de Benet y  -pese a la negativa de García Márquez a dejar adaptar ‘Cien años de soledad'- un Macondo sin mitología telúrica en las películas que Francesco Rosi extrajo de ‘Crónica de una muerte anunciada' y Arturo Ripstein, con mucho más acierto, de ‘El coronel no tiene quien le escriba'. Ahora se acaba de estrenar ‘Mal día para pescar', opera prima del joven cineasta uruguayo afincado en España desde 1999 Álvaro Brechner, y el vértigo que un seguidor fiel de esos novelistas ha sentido más de una vez al ver en movimiento y color, ayudado por el sonido Dolby, calles precisas, paisajes reiterados, edificios y rótulos viarios de unos territorios que antes poseían exclusivamente autor y lectores vuelve a repetirse, con su mezcla de inquieta desconfianza y curiosidad mórbida.

     No es la primera ocasión en que la Santa María de Juan Carlos Onetti llega al cine, aunque reconozco desconocer la adaptación de ‘El infierno tan temido' hecha en 1980 por el argentino Raúl de la Torre y la de ‘El astillero' que su compatriota David Lypszyc firmó en el año 2000. A favor inicial de Brechner está la elección de base literaria para su film, pues el relato ‘Jacob y el otro' (1961) es una de las piezas magistrales de la narrativa breve de Onetti. Brechner, que ha escrito el guión colaborando con el protagonista y co-productor Gary Piquer, se mantiene fiel a la peripecia y el ‘tempo' del original, introduce como prólogo lo que en el cuento era el punto de vista en primera persona del Doctor, y dibuja ambientes y personajes con eficacia y, en diversos momentos, con belleza: el arranque de las marismas, los autobuses de línea con aves de corral deambulando entre los viajeros, y, sobre todo, el hotelucho en el que el Campeón Mundial de Lucha de Todos los Pesos Jacob van Oppen y su representante el príncipe Orsini se hospedan al llegar al pueblo.

     La Santa María de Brechner es verosímil sin dejar de resultar delicadamente artificiosa, y está muy bien iluminada por el director de fotografía Álvaro Gutierrez, que encuentra una paleta muy sugestiva, sobre todo en los interiores, que pueden ser densos y fríos, como en las escenas de las oficinas del periódico local El Liberal, o deliberadamente subidos de color en las habitaciones del hotel y en los camerinos desastrados del Teatro Apolo donde se celebrará la pelea del desafío urdido con tanto engaño por Orsini. El espectador se impacienta cuando, una vez establecido el marco idóneo y las líneas de resistencia dramáticas, Brechner enfoca su cámara a los protagonistas de la historia. No hay, me parece, ninguna mala interpretación en ‘Mal día para pescar', pero tampoco, por desgracia, ningún perfil o voz o alma que mantenga la condición memorable de ‘Jacob y el otro'.

     El gigantón brutal e inocente que es el púgil ya en decadencia Jacon van Oppen lo interpreta el finlandés Jouko Ahola, que, más allá de su físico desmesurado, poco aporta al rol. Tampoco la más curtida actriz Antonella Costa enriquece el sinuoso papel de Adriana, la novia embarazada del contendiente local en la pelea, el llamado Turco. La pérdida mayor, pues mayor era el reto, corresponde al Orsini de Gary Piquer, un actor catalán de ascendencia escocesa y probada calidad (por ejemplo en ‘El último viaje de Robert Rylands', película de Gracia Querejeta inspirada en ‘Todas las almas' de Javier Marías) que aquí no logra dotar a su personaje del carácter enrevesado y astuto, y a la vez histriónico, que Onetti imaginó y así definió: "había nacido para convencer [...] para imponer cuotas de dicha a todo el mundo posible". Del Orsini del film desaparece la borrosa italianidad, y con ella las resonancias de una personalidad y un modo de expresión descrito en el cuento como "un sonido inubicable, un amistoso contacto con la complicada extensión del mundo".

     Que en una adaptación literaria al cine se pierdan las filigranas verbales de procedencia es natural, y puede llegar a ser doloroso en el caso de un estilista tan certero como Onetti. Pero Brechner tiene voluntad de estilo, y eso es de agradecer en un arte que cada vez más, hoy día, renuncia a ella en aras de la supuesta transparencia. Lo que sorprende es el final del film, desprovisto de la extrema crueldad que la reacción de Adriana a la derrota de su novio tenía y daba tanto sentido al relato. Con todo, uno sale del cine contento de haberle visto la cara, y parte de su trasfondo, a Santa María.

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8 de febrero de 2010
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El Boomeran(g)
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