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Oraciones para Orlando

No se puede estar en la lista de quienes han llenado su boca con lamentaciones sobre la muerte de Orlando: también están en ella los asesinos.

Cuba no es un Estado soberano sino un país sometido. Soberano es quien protege a sus ciudadanos y garantiza sus derechos, empezando por el derecho a la vida y a la palabra. Mohamed VI tuvo más piedad que los hermanos Castro. La comunidad internacional tuvo más piedad con Aminetou que con Orlando. Cuba libre y Sahara libre: ¿qué libertad es ésa que cambia según las latitudes? Para Raúl Castro la culpa de la muerte es de Obama. Para el PP es de Zapatero. La madre no tiene duda alguna. Tampoco la tienen sus compañeros de cárcel y de disidencia. ¿Y de quién es la culpa según Zapatero y Moratinos? Dos vidas tan próximas y tan lejanas: el metalúrgico Luis Inazio Lula da Silva y el albañil Orlando Zapata Tamayo. Es una muerte inútil, claro que sí. Siempre será inútil la muerte. Pero no es inútil la rebelión ni la protesta. No hay mito alguno ni izquierda de ningún tipo, latinoamericana o europea, que puedan explicar la cruel indiferencia con que los hermanos Castro han dejado morir a Orlando Zapata Tamayo. Un esfuerzo más, no se puede estar en la lista de las lamentaciones: hay que exigir la libertad para los presos políticos cubanos, como hizo ayer, al fin, Zapatero. Pero tampoco basta con eso: hay que pedir la libertad, a secas, para quienes están presos en las cárceles, y para quienes están presos en las calles: para todos los cubanos. (Y oración final para los Castro: Craso error, además de crimen: habéis dado vida a la disidencia, arruinado los esfuerzos de Moratinos por cambiar la posición europea, dilapidado la última moneda que guardaba la miserable hucha de una Revolución que encandiló a medio mundo y ha desengañado luego al mundo entero. Que alguien tan pobre y sencillo como Orlando constituya un peligro para un régimen militar y totalitario; que su palabra, su resistencia y su desacato sean insoportables, son todos ellos indicios de una debilidad extrema de los déspotas opresores y un signo de esperanza sobre su próximo derrumbamiento.)

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25 de febrero de 2010
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Velvet Literario o cómo usar un espacio literario

Lou Read, Lou Red, Lou Reed. Fuente: corporate library Lo que acaba de hacer el Instituto Municipal del Libro de Málaga es digno de mención, sobre todo ahora que se fundó la Casa de la Literatura en el Perú en la Estacipon Desamparados y todo apunta a que será un polvoso cementerio de memorias para bibliotecarios, vecinos aburridos y poetas malditos con ganas de espantar a la burguesía con su rabiosa falta de talento. En Málaga se dio una conferencia sobre la literatura tras las letras de Velvet Underground ¿No es genial?Waldo está tan enamorado de Marsha y lleva tanto sin verla que, como no tiene suficiente dinero para un billete, decide meterse en una caja y enviarse a sí mismo hasta donde ella vive. Cuando el misterioso paquete llega, Marsha utiliza un cortador de acero para abrirlo y encuentra a Waldo decapitado. Lo acaba de matar. No es un cuento de Edgar Allan Poe sino The gift, uno de los primeros textos que escribió Lou Reed en el colegio y que años después se convirtió en canción. Incluida en el segundo disco de The Velvet Underground, el imprescindible White light / White heat, es un ejemplo de la riqueza narrativa de la banda neoyorquina que rompió las barreras entre el rock, el arte y la literatura. Ahora, la quinta edición de Poesía del rock, que organiza el Instituto Municipal del Libro de Málaga, dedica a la Velvet un ciclo de conferencias. Abrió fuego ayer Victor Bockris, de 61 años, escritor británico especializado en biografías musicales, autorizadas y no autorizadas e incómodas para muchos. Bockris llegó a Málaga con Up tight bajo el brazo; un libro básico sobre el grupo neoyorquino escrito en 1983 y recientemente reeditado en España. También llegó sorprendido. "¿Es habitual aquí hacer conferencias sobre The Velvet Underground? Es la primera que doy", asegura Bockris. "El arte es muy categórico en Estados Unidos. Si haces música, no haces literatura. Allí es difícil que reconozcan a Lou Reed como literato. Sólo ha pasado con Bob Dylan", explica Bockris en una conversación antes de su conferencia, que se centró en la relación del grupo con Andy Warhol. "La Velvet Underground es Lou Reed escribiendo canciones folk, orquestadas por John Cale y cantadas -en ocasiones- por Nico", asegura. "Todo producido por Andy Warhol, que fue muy listo y tenía una influencia grandísima entre dos egos gigantes: Lou y John". Otra de las indudables influencias literarias de la Velvet fue el escritor estadounidense Delmore Schwartz. "Bob Dylan también ha sido muy importante para Reed", precisa Bockris, "aunque nunca lo reconocerá". Cuando en 1964 nace The Velvet Underground, Dylan está a punto de publicar su primer disco eléctrico. "La literatura entra de lleno en el rock, pero hasta entonces pocos habían escrito canciones sobre la homosexualidad, las drogas... Fue uno de los éxitos de la Velvet". Y no sólo por Heroin, sino también por Waiting for my man, prodigio de concisión narrativa para algo tan banal como esperar a un camello en el Harlem neoyorquino. El británico conoció a Reed en 1972. Ahora Reed le prohíbe la entrada a sus fiestas privadas. "Es un tío fantástico y muy agradable, pero tiene una personalidad depredadora. Te hace amarlo, para luego destruirte. Se ha convertido en un hombre aburrido porque se toma demasiado en serio. No es el ideal para compartir una tarde, porque estaría todo el rato hablando de sí mismo".

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25 de febrero de 2010
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La vitalidad de la interrogación

Rafael Argullol: Por tanto creo que es un gravísimo error, consecuencia de nuestra obsesión clasificatoria, haber separado lo filosófico de lo literario a través de supuestos géneros de escritura.

Delfín Agudelo: Estoy pensando ahora en el ánimo clasificatorio, en esta merecida estigma o carga que implica la filosofía con dos títulos que en los últimos diez años han tenido una interesante relevancia comercial, dirigidos a un público no especializado.  Pienso en Más Platón y menos prozac  y en El mundo de Sofía. Es un intento por volver sobre las antiguas inquietudes en un lenguaje sencillo y que a su vez reconozca, sin hacerle perder su complejidad, su sentido práctico. Pienso, por lo tanto, en una pregunta que nunca va a perder su validez: ¿cuál es la importancia actual de abordar a Platón?

R.A.: Estos libros son divulgativos, y el libro divulgativo ha existido siempre. Aún así, creo que Platón nunca ha dejado de estar en el escenario, incluso desde la época del propio Platón. Podríamos dibujar un árbol con las ramas de los neoplatonismos que han crecido en la cultura europea y sería frondosísimo: los ramajes se han ido cruzando en algunas casos adhiriéndose a los desarrollos cristianos, otros a los desarrollos gnósticos, otros a desarrollos neopaganos, otros laicos, ilustrados modernos, etc. De manera que no hace falta recuperar a Platón- es decir, la gran inquietud filosófica original: nunca se ha perdido en la cultura europea. De nuevo, hay que indicar que toda la literatura desde el renacimiento va ya en esa dirección. En Shakespeare está esa interrogación filosófica, y no digamos ya en Montaigne; luego en Pascal, que es un enrome escritor. El propio Descartes, que pasa por la quintaesencia del racionalismo, en algunos de sus libros tiene una gran brillantez literaria. Si nos enfrentamos a nombres como Diderot, Voltaire, Rousseau, ¿qué eran? ¿filósofos o literatos?

Creo que el gran problema surge en el momento que indicaba antes: acorralados por la nueva importancia de la ciencia y desprotegidos y huérfanos de la religión y de la teología, hay toda una serie de grandes filósofos que intentan crear sistemas filosóficos omniabarcadores en los cuales muchas veces se incurre en una especie de nueva escritura genérica-filosófica que es abstracta, que es conceptual, abstrusa, que está alejada del estilo literario o artístico, y que en el desarrollo educativo de Europa coincide con lo que se ha llamado la filosofía de los profesores, sobre todo en el siglo XIX y parte del veinte, o de los llamados "maestros del pensamiento", el maitre-penseur de los franceses. Yo creo que la auténtica fibra de interrogación filosófica ha circulado más de una manera sinuosa a través de los distintos desarrollos literarios de índole muy diversa. Aquí he citado a Shakespeare, Montaigne, Pascal, pero también podemos recurrir a Nietzsche, a Kierkegaard, Rilke, Baudelaire. Evidentemente se trata de escritores muy diversos, pero en todos ellos evidentemente está presente esta médula de interrogación, por no hablar de casos como Dostoievsky. El caso ruso es particularmente interesante a este respecto, porque los rusos siempre han visto que sus filósofos eran los grandes literatos En ese sentido es muy interesante porque en Rusia nunca se provocó, por razones de desarrollo distinto, la división de funciones entre la supuesta escritura filosófica y la literaria que sí se provocó en la Europa occidental. Todo lo que no fuera seguidor de la terminología de Kant, de Hegel, o de Schelling, era considerado poco riguroso.

Pero repito que esto no era sino una obsesión celosa alrededor de la ciencia, y que no resolvía el tema porque lo propio de lo filosófico es la viveza de la interrogación, y si la matas a través del estilo, es muy difícil que perviva. Pervivirá, quizás, en el primero: pervive en Kant y en Hegel; pero no ha pervivido a través de los miles de neokantianos y neohegelianos que ha habido en las aulas universitarias europeas desde entonces. Es un estilo que por su propia naturaleza seca la interrogación. Quizás no en el modelo original; podría ser antipático pero era el original. Kant era original, y por tanto su estilo lo es. Es como en la música: Schönberg y su dodecafonismo es la ruptura original y marca un sello, y crea toda la estilidad provocada por miles de compositores que se han sentido obligados a usar ese estilo. Lo propio de lo filosófico es la vitalidad de la interrogación, y esa vitalidad no puede estar alejada de la esfera sensitiva, y por lo tanto artístico-literaria.

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25 de febrero de 2010
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Los villanos de la nación

 

Salir ahora glosando algunos aspectos de la prosa de Javier Marías, o su valía como comentarista y observador de la vida cotidiana resulta ocioso porque qué voy a decir yo que no se haya dicho ya suficientes veces y casi seguro que mejor. Hay sin embargo un aspecto de ese quehacer que pone de manifiesto la presente recopilación de artículos y que merece la pena ser resaltado.

                A diferencia que otros columnistas, que parecen más centrados o especializados en algunos aspectos concretos del acontecer diario, la curiosidad y el abanico de intereses de Javier Marías es tan amplio que sólo al ver juntos sus escritos de política caes en la cuenta de que no sólo le dedica una considerable atención a los hechos (he estado a punto de decir fechorías, pues al fin y al cabo lo que hacen son fechos) de nuestros políticos, sino que lo hace de la forma que más les puede soliviantar, pues dice las cosas tal cual, sin partidismos ni componendas. Y está claro que cuando se trata de juzgar la bochornosa y mezquina actuación de ETA y su entorno resulta relativamente sencillo manifestar una opinión condenatoria de los asesinatos por la espalda que cometen los valientes gudaris y de la actitud chulesca de sus partidarios celebrando cada ejecución como un triunfo que, según ellos, les pone un paso más cerca de la victoria final.

                En cambio no resulta tan sencillo cuando se trata de hablar de los GAL una vez que los más directamente señalados por el dedo acusador de la vox populi ya no se sentían impunes y notaban en la nuca el aliento de quienes pretendían ajustarles las cuentas. Y lo mismo cabe decir de la larga lista de "villanos" que desfilan por los ochenta y tantos artículos aquí reunidos, y que no salen retratados desde su perfil precisamente más favorecedor y agradecido.  Resulta reconfortante comprobar que según pasan las páginas, y sin necesidad de alzar la voz ni perder la compostura ("Usted  no parece español"), el juicio moral se va haciendo extensivo a lo acontecido durante los últimos casi treinta años.

                Al escribir esta última frase relativa al juicio moral acerca de aquellos hechos  he estado a punto de añadir y "guardar memoria de ellos" pero no tendría demasiado sentido porque , a diferencia del historiador (que hace todo lo posible por contextualizar la época o el momento objeto de su estudio a fin de que el lector disponga de los datos "objetivos" que le permitirán decidir si la tesis que le está siendo expuesta es aceptable o no) el observador de lo cotidiano actúa un poco como el dibujante que sólo dispone de un papel y un lápiz para captar con unos pocos trazos aquello que haya llamado su atención en el mundo exterior. En Los villanos de la nación se reúnen "letras de política y sociedad" que empiezan en 1985 y terminan en 2009. Por lo tanto es perfectamente perceptible un fenómeno que ocurre según se lee, y que tiene que ver con la progresiva contextualización. Al principio, los temas aquí tratados pillan ya tan lejos que no es posible establecer un diálogo con el texto y llevar a cabo esa operación paralela a la lectura y que consiste en ir contrastando la  opinión personal con lo que se dice por  escrito hasta alcanzar, o no,  un consenso. El texto sólo dice lo que dice y no hay sobreentendidos, guiños y demás metansentidos colegibles en una lectura "entre líneas". Pero, curiosamente, el texto  no se empobrece ni se hace ilegible: sencillamente, se lee. Y como suele decirse, "la verdad es la verdad, díganla Agamenón o su porquero".  En este caso, la verdad, si la hay, se defiende por sí misma y sin necesidad de que el político o el villano de turno cometan la correspondiente cafrada que corrobore lo dicho. De ello surge un ejercicio de lectura muy saludable. Según nos acercamos a la actualidad, el texto se puebla de referencias aportadas por el propio lector y ello hace más  notable la diferencia con lo leído en el primer tercio del libro.

                Y permítaseme una pequeña observación acerca de la edición: ni el nombre de la editorial, ni el aspecto general del libro permiten saber al lector normal y corriente que lo que tiene en las manos es un pequeño milagro producto no del azar sino del tesón, la voluntad, el oficio y la capacidad de supervivencia inherentes a todo pequeño editor que lucha en condiciones desfavorables y que celebra como un triunfo cada nuevo libro publicado, o el mero hecho de cerrar cada mes sin unas pérdidas tan inasumibles como para verse obligado a cerrar. Tampoco es que el afán de supervivencia de un pequeño editor tenga más méritos, o sea más digno de alabanza, que la pelea por llegar a fin de mes de cualquier pequeño empresario o artesano. Pero tranquiliza constatar que todavía hay gente capaz de perder el resuello por sacar a la calle un libro bien hecho, correctamente editado y del que pueden sentirse tan satisfechos el editor como el lector.  

 

 

Los villanos de la nación

(Letras de política y sociedad)

Javier Marías

Los libros del

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25 de febrero de 2010
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Ángel Vázquez

No es demasiado tarde para descubrir o simplemente leer a Ángel Vázquez, que murió en el número 98 de la calle Atocha de Madrid hoy hace exactamente treinta años. ¿Y quién era este Ángel, que ni se llamaba así, y pocos hoy recuerdan, muertos también sus dos grandes amigos y valedores literarios Emilio Sanz de Soto y Eduardo Haro Ibars? Los franceses no habrían dejado pasar tan a oscuras el tránsito o, por decirlo a su modo, la vida más bien perra que Vázquez llevó antes de morir a los 50, y de hecho han sido los franceses los que ahora le están dando su merecido. La extraordinaria novela ‘La vida perra de Juanita Narboni' salió hace pocos meses traducida en Francia, con un prólogo muy esclarecedor de Juan Goytisolo, y el suplemento de libros de Le Monde le concedió su portada, con un artículo encomiástico de Raphaëlle Rérolle en el que esta crítica hablaba a propósito de Tánger  -escenario del libro-  de la "femme-ville".

     De aquella "mujer-ciudad" o "ciudad-mujer" en la que nació Antonio Vázquez en junio de 1929, salió huyendo el rebautizado Ángel (Antonio le parecía nombre de torero) a mediados de 1965, pues la urbe norteafricana que tanto había atraído a Paul y Jane Bowles (gran amiga y primera en creer en su valía como escritor), a Truman Capote, Tennessee Williams, Djuna Barnes o William Burroughs, a Vázquez le parecía "muy convencional, artificiosa y superficial". Después de deambular por diversos lugares españoles, Vázquez se instalaría en Madrid hasta su muerte, en una penosa decadencia física de gran bebedor desordenado y escritor inseguro que escribe y destruye lo escrito, aunque no desde luego ‘La vida perra de Juanita Narboni', que Planeta, sin ningún entusiasmo, publicó en 1976 (el autor había ganado en 1962 el Premio de la editorial creada por José Manuel Lara con la muy interesante ‘Se enciende y se apaga una luz'. Esos dos libros, junto con su también novela ‘Fiesta para una mujer sola', que ha reeditado Rey Lear, y una colección de relatos en Pre-Textos, constituyen el todo de su obra).

     De la engañosa ciudad-mujer ("esa puta llamada Tánger", decía él), a la procelosa ciudad-hombre que Madrid quizá fue para Ángel Vázquez, auto-definido en carta a Emilio Sanz de Soto de 1966 como una mezcla de Jean Genet y Violette Leduc en edición de bolsillo: "Yo también soy un corrompido. Sin fe en Dios, egoísta y sin ninguna confianza en mí mismo. Homosexual, alcohólico, drogado, cleptómano...". Sanz de Soto solía decir, con todo el cariño y admiración que sentía por su paisano tangerino, que tanto adjetivo abismal le parecía una exageración del atormentado Vázquez, quien, según él, era menos truculento de lo que da a entender esa definición. Periodista culto, fino y políglota, aunque a veces ausente sin explicaciones de la redacción del diario España de Tánger, al radicarse en Madrid obtuvo un empleo en el Ministerio de Información y Turismo ("vestía como el funcionario perfecto", así la describió en sus memorias otra persona cercana a él, Eduardo Haro Tecglen), fue contratado como preceptor de su hija por Rocío Urquijo, y contó hasta el fin con el afecto de unos cuantos fieles: aparte de los ya citados, Carmen Laforet, que le animó en su carrera literaria y estaba en el jurado del Planeta que ganó ‘Se enciende y se apaga una luz', los pintores José Hernández y Pablo Runyan, y el escritor Eduardo Haro Ibars, que le trató asiduamente y, espigado y enjuto como era, llamaba al más bien rechoncho Vázquez "mi pequeño genio redondito".

    Ángel Vázquez fue un desplazado, un insatisfecho, y un raro literario, lo que contribuyó en su día a descolocarlo más de las ‘capillas' y corrientes imperantes. Irónicamente él decía que era incapaz de hacer literatura social, en los años de su madurez la menos leída pero la más prestigiosa, "porque soy pobre y las novelas de problemas sociales sólo las escriben los burgueses". Su tantas veces cómplice Haro Ibars resumió con mucho ingenio el libro ganador del premio Planeta de 1962: "una situación digna de Evelyn Waugh, plasmada en una novela que le debe mucho a la técnica narrativa de Virginia Woolf'.

     Desde la Glorieta subo por la acera de los pares de la calle Atocha, imaginando en qué ‘baretos' bebería Vázquez "infusiones de whisky al principio y de tintorro después"; ha cerrado ‘La Joya', que tantos bocadillos de calamares proporcionó al mundo de la alimentación elemental, aunque sigue abierto a la vuelta de la esquina otro clásico, ‘El Brillante'. Me detengo ante el número 98, un edificio de buena plata y cinco alturas, con un portal destartalado ahora (¿por obras?) y algo tétrico. Allí pasó el escritor, acogido generosamente en su casa de huéspedes por Trinidad Martínez, otra de las mujeres-protectoras que tuvo, sus últimos tiempos, y allí murió, en el piso que él llamaba "la mansión de Drácula". Sigamos esperando la resurrección entre nosotros de Ángel Vázquez, desde la tumba sin sosiego de la literatura maldita.

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25 de febrero de 2010
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Torturadores sin castigo

Nada justificaría que quienes buscaron argumentos legales para perpetrar los crímenes fueran castigados si quienes ordenaron su ejecución y quienes los perpetraron no han sido castigados. Ésa es la conclusión práctica a la que ha llegado el Departamento de Justicia del Gobierno de Estados Unidos en relación con las torturas efectuadas contra sospechosos de terrorismo durante la presidencia de Bush por parte de agentes norteamericanos. Nadie ha perseguido ni perseguirá a los políticos que dieron la orden de buscar todos los resquicios legales posibles para practicar torturas sobre los detenidos, empezando por el ex presidente Bush y siguiendo con su vicepresidente, Dick Cheney, y su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. El actual presidente, Barack Obama, señaló acerca de estas escabrosas cuestiones, pocas semanas después de llegar a la Casa Blanca, que no pensaba mirar hacia el pasado.

Será muy difícil que alguno de los torturadores sea conducido ante los tribunales, aunque el actual secretario de Justicia, Eric Holder, ordenó en su día una investigación judicial sobre los métodos de interrogación de la CIA. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la agencia fue una de las primeras instituciones gubernamentales que solicitó a la Oficina de Asesoría Legal de la Casa Blanca que elaborara un dictamen proporcionando cobertura legal a sus interrogadores. Sucedió en un clima de pánico antiterrorista, que aprovecharon quienes querían reforzar los poderes del presidente, sustraerle del control del Parlamento y de la justicia, y contar con manos libres para detener indefinidamente e interrogar sin límites a los sospechosos. Fueron los abogados de la Casa Blanca quienes, en vez de señalar a los políticos los límites de la ley, se dedicaron a forzar sus límites para dar a los interrogadores permiso legal para someter a los interrogados a largas privaciones de sueño, ahogamiento con agua hasta el límite de la asfixia, lanzamiento violento contra la pared o utilización intimidatoria de perros. Consiguieron, además, que juristas y políticos se enzarzaran en bizantinas e indecentes discusiones sobre los límites de la tortura. La realidad se fue ocupando, en paralelo con los informes legales, de desbordar esas frágiles fronteras, puesto que los interrogadores que reciben este tipo de autorizaciones las interpretan como una carta blanca para actuar sobre los interrogados sin otro límite más que el evitar infligirles la muerte. De esta lamentable política contra los derechos humanos surgieron las torturas fotografiadas o filmadas de Abu Ghraib y las que no han dejado rastro perpetradas en las numerosas cárceles secretas abiertas por la CIA en distintos países. En la Casa Blanca de Obama no hay unanimidad sobre los pecados del pasado. Algunos, como el director de la CIA Leon Panetta, quieren evitar cualquier acción que debilite a la agencia o desmoralice a sus agentes. Otros consideran que es imposible evitar el rendimiento de cuentas ante la justicia por parte de quienes han violado la ley desde el propio Gobierno. En caso contrario, aseguran, quedaría consagrado como un antecedente que sucesivos gobiernos podrían utilizar para regresar a estas prácticas repugnantes. Ahora, el caso ha quedado zanjado favorablemente para los rábulas que justificaron las torturas, sobre todo John Choo Yoo y Jay Bybee, los dos juristas más preeminentes en estas sucias labores. El Departamento de Justicia ha decidido que no son "culpables de conductas incorrectas" a pesar de que utilizaron una forma de razonamiento legal errónea, por lo que no corresponde comunicar las faltas a sus respectivos colegios de abogados para que procedan a su castigo profesional. Obama ha conseguido restaurar parcialmente el equilibrio entre seguridad y libertad gravemente perturbado por su predecesor. Pero está todavía muy lejos del simple cumplimiento de sus bellas y generosas promesas: Guantánamo todavía funciona; hay asesinatos selectivos en Afganistán y Pakistán; quedan cárceles secretas como la de Bagram, gemela de la de Guantánamo, en suelo afgano. La exoneración de Yoo y Bybee, en consonancia con tales prácticas, huele a punto final en la rendición de cuentas por las responsabilidades de Bush y los suyos. Hasta aquí ha llegado la ilusión creada por el orador inspirado que ganó las elecciones en noviembre de 2008. (Bush se enfangó en estas monstruosidades porque creía que así protegía a sus conciudadanos frente al terrorismo. Son conocidos los efectos de tales políticas, principalmente sobre la imagen y la voluntad de ejemplaridad ante los regímenes que atentan sistemáticamente contra los derechos humanos. Distinto es el caso de Cuba, donde son sus ciudadanos quienes se hallan desprotegidos ante el terrorismo practicado por el Estado. Si hay que pedir cuentas por quienes cubrieron legalmente, ordenaron o practicaron torturas sobre extranjeros sospechosos de terrorismo, ¿cómo no habría que pedir cuentas y exigir reparaciones de los dirigentes de un Gobierno que tortura directamente a sus ciudadanos, sólo porque sospecha que disienten de las opiniones de los torturadores?)

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25 de febrero de 2010
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El artista en su semilla

He llorado millones de veces en el cine, pero esta es la primera vez que lloro viendo un trailer.

         La película se llama Nowhere Boy, y me detuve porque había leído cosas muy auspiciosas sobre ella. Dirigida por Sam Taylor-Wood (ojo, que es una mujer), lo que cuenta es la adolescencia de aquel que terminó convirtiéndose en un nowhere man: John Winston Lennon de nacimiento, y más tarde John Ono Lennon por amor.

         En esencia el trailer hace lo que todos: presentar el conflicto de la historia en breves imágenes. Pero supongo que hay algo en esa trama (el niño abandonado por su madre y criado por una tía estricta, el padre ausente, la reaparición de la madre cuando John tenía 16, su trágica muerte, la rebeldía inevitable y la canalización de esa energía en la música más maravillosa del último siglo) que reverbera en mí con dimensiones mitológicas.

         Una de las cosas inteligentes que el trailer hace –siguiendo el derrotero del film, imagino- es tornar creíble lo increíble: que un actor joven (Aaron Johnson, que también protagoniza otra peli que tengo muchas ganas de ver: Kick Ass) que no se parece en nada a Lennon vaya metamorfoseándose en el personaje a medida que corren las brevísimas escenas. Al principio del trailer uno se siente escéptico: ¿será posible que una película triunfe donde tantas otras fracasaron y nos haga creer que estamos viendo a Lennon? Sobre el final de esos casi dos minutos, al menos a mí ya no me quedaban dudas. No porque Johnson hubiese acentuado el parecido físico mediante maquillaje y utilería, sino porque en efecto empieza a transmitir esa extraña, mercurial mezcla de soberbia y fragilidad, de humor y crueldad, de talento y de pathos que hizo de Lennon quien fue.

         Se los dejo aquí, para que le echen un vistazo. Si son tan fanáticos de Los Beatles como yo, estoy seguro de que lo disfrutarán. (Esto también va para vos, Andrés Neuman.)

         Qué ganas de ver esa peli…

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24 de febrero de 2010
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III. El poder hasta la muerte

Mugabe, preso por diez años en las cárceles de Rhodesia, fue aclamado como un héroe nacional durante la lucha armada en contra del régimen racista, al que terminó derrotando en 1980 para crear la república de Zimbawbe y convertirse en el líder del país, primero como primer ministro y luego como presidente por los últimos treinta años tras sucesivas elecciones en las que no han faltado los fraudes electorales. A los 86 años de edad sigue sin querer apartarse del poder, y lejos ya de las hazañas de la lucha de liberación nacional, se sostiene gracias a a la represión brutal y a la lealtad de un partido corrupto, y en su haber se halla la destrucción de la economía, y el empobrecimiento cada vez mayor de la población.

Nunca he aprendido tanto sobre la historia contemporánea de Zimbawbe, de la lucha antirracista hasta su transformación en un país libre, y como todo comienza a descomponerse bajo la corrupción y la incompetencia bajo la mano de Mugabe, que leyendo Risa africana, el estupendo libro de memorias de Doris Lessing, premio Nóbel de Literatura, parte de la minoría blanca de ese país pero contraria a ella. No quiero establecer más paralelos, pero cuánto me recuerda Zimbawbe a Nicaragua.

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24 de febrero de 2010
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Lo que está preso en las redes

Quienes pasamos muchas horas leyendo, luego escribiendo, o bien escribiendo, luego leyendo, sufrimos a veces una confusión y no sabemos si lo que acaba de suceder lo hemos leído, escrito o vivido. No es por darse importancia. Es una enfermedad laboral.

    Una de nuestras confusiones más comunes es la persecución o el acoso. Basta con que nos seduzca un detalle, futesa, palabra u ornamento para que surja por todas partes, multiplicándose como ranas tras el chubasco. Sucedió que el pasado verano topé con un párrafo admirable de Malraux en el que describía a la deidad más temible de la teología universal. La diosa Ananké carece de cuerpo, rostro, figura o aspecto. Nadie sabe ni siquiera si existe, pero conocemos sus efectos. Y estos son lo que llamamos "la fatalidad", aquello que forzosamente sucede y no hay modo de evitarlo.

    La diosa Ananké es tan poderosa que domina a todos los dioses, los doblega, le obedecen. Si Ananké así lo decide, ni Zeus puede evitar lo que fatalmente va a suceder. Cuando entiendes por primera vez una palabra, te sobrecoge, así que no tuve más remedio que escribir un capítulo entero sobre esta diosa terrible e ignota. A partir de entonces comenzó a asomar por todas partes. Hoy daré cuenta del último acecho.

Un médico polaco de nombre impronunciable, Andrzej Szczeklik, en un precioso tratado de medicina lírica titulado Catarsis (Acantilado), describe las redes de conexión entre cosas, personas, astros, plantas, minerales, en fin, la totalidad del universo. Es la telaraña cósmica tejida por Ananké en cuyas ligaduras caemos presas de la fatalidad. La medicina es la exploración de los enlaces y contactos que tejen la red de la necesidad. Los médicos se deslizan arriba y abajo por los cables que construyen la red de Ananké tratando de deshacer nudos, remover vínculos, atar nuevas conexiones que liberen a los pacientes de su dolor y su condena.

Los médicos, cuando son dignos de este nombre, son los únicos a quienes Ananké permite la cercanía. De ahí que los veamos insondables, lejanos, incognoscibles. Necesarios.

 

Artículo publicado el domingo 21 de febrero de 2010.

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24 de febrero de 2010
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La sal y el azúcar

La sal y el azúcar forman un par primario en la generalidad de la biología. Ellas mismas son, directamente, productos puros extraídos, ambos, de la desecación y en consecuencia se parecen como dos concentrados espirituales de una humedad que llenaba la savia de unos vegetales, en el caso del azúcar o que,  en el caso de la sal, vivía disuelta en la superhumedad planetaria de los mares.

De la sal, empleada como dinero que todo lo socorre, se llega a la sal que cauteriza las heridas, mata la infección y auxilia la continuidad de la vida. Por la conquista de la sal se desencadenaron guerras que, sin embargo, no estallaron por la conquista del azúcar. El azúcar es del orden de lo blando y la sal de lo más duro.

El  azúcar, que tanto complace al paladar del bebé contrasta con el gesto que el mismo bebé muestra rechazando el sabor salado. Tanto la sal como el azúcar puede matar a través de su incursión en la sangre, tanto una como otra son productos asociables con riesgos coronarios pero, al primer golpe, sin reflexión, la sal connota con la muerte y el azúcar con la felicidad.

No es exacta la asociación pero se mantiene como una ecuación imperante.  El azúcar desarrolla el peligro de graves enfermedades que, aún  pasando por la diabetes y otras dolencias ocultas, desemboca siempre en una obesidad mórbida. El azúcar como una bomba: bomba y bombones de azúcar, bolas de anís hay azúcar, fantásticos planetas dulces para el gozo de los niños.

La sal, en cambio no sólo parece más adulta y vieja sino más radical y severa. Con su efecto se devastan los campos, con su poder se deshace la nieve, por su carácter (anti-infantil) se comprende la infertilidad.

Sin embargo, del azúcar proviene el insoportable hedor dulzón que despide el cadáver mientras de la sal nace el dictado bíblico para animar el espíritu la Tierra, el don del bautizo, la idea de purificación antropológica.

Por otro lado, precisamente dentro de la salazón se conservan los alimentos, mientras el azúcar los agria y descompone.

El azúcar es tan ambivalente como la sal, pero además mientras la sal es eminentemente femenina, el azúcar es bisexual: posee en su imaginario el cuerpo oblongo y la confusión morfológica de los cuerpos del hombre y la mujer. Mediante su sabor el ánimo se ensalza pero su demasiado consumo lleva el ensalzamiento a la degeneración y el placer consabido a la inmovilidad de la carne.

Aunque de otro modo, de esta ambivalencia tampoco se libra la sal, aunque sexualmente no sea equívoca. Si los cristales de azúcar propician una interpretación mágica, con los cristales de la sal sucede lo mismo. Las montañas de sal son en la realidad como espejismo y de hecho muchos reales espejismos se forman con refracciones de sal.

La sal promete bíblicamente la difusión del mensaje salvífico en el mundo y el azúcar, pareciendo más mundana es también bíblicamente la que dala nutrición decisiva al  maná.

Dentro del hogar sal y azúcar se separan en los armarios para no caer en la confusión en el momento de cocinar   pero necesariamente el uso equivocado de uno u otra refrendan la extraña relación que las comunica.  La sal es incuestionablemente femenina aunque sea el azúcar la que posee atributos más propiamente  maternales. La leche materna es dulce y si no lo fuera en suficiente grado podría alarmar.  En  cambio, la sal no es concebible sin el fractal inmutable de su sabor neto.

 Lo salado no admite grados de salinidad en origen. Desde una partícula a una montaña todo es salado. En cambio, lo dulce puede ser un más o un menos de melosidad puesto que la dulzura no llega exclusivamente del azúcar puro y se camufla mejor en una larga serie de artículos.

Con todo caso, si la confusión de su identidad se manifiesta tan expresivamente en el paladar es porque se asemejan demasiado y el engaño hace maldecir la befa de sus muchas igualdades organolépticas.

¿Una casualidad, esta burla corriente y doméstica entre azúcar y sal?

Algo nos hacer adivinar que azúcar y sal se contemplan entre sí, y sin pausa,  como irreconciliables signos del bien y del mal, de la bondad o la indulgencia de un lado, frente a la crueldad y la intransigencia de otro.

En la casa, un extremo ideal de la serie alimenticia empieza en la sal y termina en el  azúcar. Igual que en el ritual de la mesa, la comida empieza con el protagonismo, más o menos acusado de la sal, y finaliza con el colofón del dulce.

En esa escala no se discurre cuantitativamente, no se cuenta de menos a más o viceversa, sino que siendo la secuencia cualitativa, no hay cuentas. Se asiste así, como en todo el mundo del gusto, a una nueva idea del mundo, no numérica, no jerárquica. Ni el azúcar es superior a la sal ni la sal superior al azúcar.

En la cultura del gusto no interviene la fiducia del valor. Todos los elementos  forman una congregación de la que se compone el sabor a partir de un sinfín de cuadros distintos.  En consecuencia, tanto la sal como el azúcar ocupan un puesto que ni siquiera podría entenderse del todo a través de una  oposición convencional. Hay que servirse de metáforas, historias y mitos para hablar de sus sentidos, y de los nuestros. Siendo el sentido propio tan proclive a celebrar lo dulce como lo salado, el almíbar y la salmuera. Pero sobre todo se erigen en pilares de nuestros deseos cuando efectivamente faltan. Cuando, en su ausencia, lo soso y lo amargo depauperan la degustación y rebajan  el mismo interés de la existencia. 

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24 de febrero de 2010
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El Boomeran(g)
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