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I. Lejos de las estatuas

A Nelson Mandela no le vienen bien las estatuas. Ahora que se cumplen veinte años de la fecha en que el gobierno de Frederik de Klerk decidió poner fin a su cautiverio de 27 años, ya en la agonía del régimen del apartheid, han instalado una de tamaño enorme, realizada en bronce, en las afueras de la prisión de Drakenstein, cercana a Ciudad del Cabo; allí cumplió la última etapa de su condena tras ser trasladado desde el penal de Robben Island donde picaba piedras como el prisionero número 46664, habitante de una pequeña celda que se ha hecho tan famosa como él.

La estatua recuerda el momento en que salió de la prisión, con el puño en alto, el 11 de febrero de 1990, caminando hacia la libertad que era a la vez la libertad de todo un pueblo oprimido bajo uno de los sistemas más oprobiosos del siglo veinte. El apartheid establecía con todo detalle y lógica jurídica en las leyes el sometimiento de los negros, que eran la inmensa mayoría, bajo el dominio de la minoría de los blancos que habían ejercido su señorío sobre Sudáfrica a lo largo de trescientos años.

Demasiado grande Mandela para una estatua, cualquier que sea su tamaño, una grandeza que nace de su humildad que no se deja inmovilizar bajo ninguna pátina dorada.

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17 de febrero de 2010
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Goteras

Nos disgustamos o nos entristecemos, no pocas veces, por pequeñas adversidades que. al cabo, racionalmente nos hacen sentir como tipos grotescos o injustos o pusilánimes o neuróticos. Es el acaso que, casi por excelencia, desencadena el accidente de las goteras.

No es fácil saber qué es peor: si sufrir una gotera del vecino de arriba o producirla al de abajo. En el primero de los casos, algún sujeto desconocido, nunca visto, ignorado, ajeno a nuestra vida, permite que algo de su húmeda intimidad rezume por el techo y hasta el suelo de nuestro cuarto. Puede que se trate tan sólo de agua pero esa agua es su agua personal, el agua que le pertenece y Dios sabe qué puede hacer con ella. Que venga además a gotear sobre nuestro piso y descaradamente demuestra una insolencia del vecino en cuestión que, aún  aventurando su catadura, debe poseer al menos dos rasgos negativos: uno de ellos es el no tener en cuenta el bienestar o la calma de los demás y otro, peor, es su habitar,  probablemente, en completo abandono y sobre nuestras cabeza.

De las dos maneras el vecino es odioso. Y tanto más cuanto debemos, a la fuerza, mantener una conversación con él respecto al problema lo que, ineludiblemente, conlleva subir las escaleras y pulsar su timbre, esperar que la puerta se abra y que de repente enmarcado en el dintel aparezca con relieve, patentemente, un impensable personaje pidiéndonos cuentas por la visita,

Nosotros, ciertamente, vanos a pedirle cuentas pero siendo a la vez nosotros unos extraños que llaman puerta la interrogación recae pesadamente sobre nuestra inexplicada presencia. ¿Qué hacer? El expediente de la gotera que pronto alcanza otros terrenos procedimentales  complejos requiere que, con la mayor prontitud, se relate al vecino que un punto de su conducción hidráulica gotea sobre nuestro hogar y ya se ha formado un charco de modo que hemos necesitado colocar incluso un cubo para recoger el agua que se derrama. ¿Un cubo? El vecino puede pensar que exageramos ladinamente pero incluso si no exageramos la visita intempestiva y nuestra descripción ingrata, le hace pensar en una sucesión de gestiones intempestivas, insoportables e inoportunas, para llegar finalmente a terminar el proceso que logre repararla.

 Nosotros no podemos aparecer como culpables de aquello  ¿pero cómo dudar que, deseándolo o no, le estamos fastidiando?  ¿Una gotera yo? Cualquiera tiende a apartar de sí el cargo de haber ocasionado una gotera porque algo como esto, en lo en absoluto se interviene, en absoluto se pretende molestar y en absoluto puede hacerse algo previo  ¿cómo puede generar esta vergonzosa culpa, del todo irremediable? Culpables y enjuiciados sin causa. Reos de una  rara agresión y condenados a desmontar la rutina de la vida diaria como desmedida consecuencia de un mínimo a accidente.

 Un vecino y otro se enfrentan recíprocamente en virtud de este menudo percance que a ninguno, en verdad, pertenece pero que, a la vez, empieza a crear  un recelo mutuo, a pesar de todo. El damnificado recela de la prontitud con que el vecino de arriba se aplicará a solventar  el problema generado su hogar y este vecino piensa, respecto al de abajo, que su queja tan inoportuna como tan molesta no debería  manifestarse sino con humildad puesto que a fin de cuentas su casa no sabido soportar el equilibrio constructivo.  La simetría  entre ambos en cuanto víctimas enlazadas por el mismo accidente se rompe con facilidad hasta que no se llega con la máxima delicadeza a un balance entre el daño que sufre uno l uno y la objetiva responsabilidad de otro.

Para este equilibrio que puede ser el principio de una posterior relación simpática es preciso que quien carga con  la gotera sea comprensivo con  el desconcierto y la desazón del otro. Y que este otro, el dueño del hogar causante, sea plenamente consciente del perjuicio que ha causado su fuga. Cuando este equilibrio se logra llega de inmediato una suerte de serenidad celestial que reduce  simbólicamente el estrago pero en tanto no se consigue este armisticio o los altibajos con el fontanero y la compañía de seguros se prolongan el malestar de la gotera puede llegar a convertirse en el centro de una conversación rabiosa, tanto en el piso de abajo como en el de arriba.

 De hecho, resolver el problema constructivo requiere poco tiempo en la gran  mayoría de los casos pero la insufrible llamada a la compañía de seguros, la comparecencia inmediata o no del perito, su diagnóstico ambivalente respecto a la responsabilidad particular o de la comunidad puede ocupar varias jornadas entre reiterados debates y aplazamientos.

No se sabe qué es, desde luego, mejor. Si ser el damnificado o el damnificante porque esa duración carga de culpabilidad al vecino de arriba y de malestar al de abajo. Y queda todavía tener en cuenta la repercusión  sobre cada una de las familias y sus respectivas diatribas, especialmente en la de abajo donde desde el esposo o la esposa a la chica de servicio se lamen tan de vivir en esas condiciones un día más otro porque aunque el estrago sea  pequeño cae sobre la normalidad como un peso notorio, gota a gota en una representación obstinada y torturante del tiempo que pasa dura y húmedamente para todos. 

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17 de febrero de 2010
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Presidencia en la sombra

Después del desplante de Obama la presidencia española, es obligada la pregunta sobre el futuro de las relaciones trasatlánticas. Estados Unidos tuvo un papel fundamental en el impulso a la construcción europea al terminar la Segunda Guerra Mundial y lo ha vuelto a tener en la reunificación del continente. Puede ser que a partir de ahora ya no sea así y que este viaje frustrado no sea más que el primer signo de la nueva época. La respuesta a esta pregunta tiene que ver directamente con la capacidad europea para jugar en la escena internacional. Sobre esta cuestión escribí en noviembre, cuando nada se sabía pero algo se intuía sobre la patada de Obama al hormiguero europeo, en un texto el que ya intentaba analizar algunos de estos problemas. Me lo pidió la revista Foreign Policy en español para la iniciativa conjunta con dos think tanks, uno español, Fride, y otro europeo, el European Council on Foreign Relations, de lanzar un blog titulado Presidencia en la sombra, abierto con motivo del semestre español. Hoy doy aquí mi artículo y lo aprovecho también para recomendar vivamente la lectura de este blog, especialmente recomendable para quienes se interesan por la peripecias de Zapatero y su Gobierno en su semestre presidencial europeo.

DEBILIDADES TRASATLÁNTICAS Las relaciones entre Estados Unidos y Europa han marcado el entero siglo XX, pero es muy dudoso que puedan seguir pesando en la configuración de las relaciones internacionales en los próximos años, ya en pleno siglo XXI. Hay profundas y motivadas razones para el escepticismo. Desaparecida la causa que había conducido al compromiso de Washington con sus aliados europeos en dos guerras mundiales y en los 40 años de la denominada guerra fría, nada permite pensar que deban persistir durante mucho más tiempo unas actitudes e incluso unas instituciones que actúan como estricta continuación y como actos reflejo de lo que habían sido las relaciones transatlánticas. De una parte, es evidente el desplazamiento del eje económico y geoestratégico del mundo hacia el Pacífico, algo que se venía anunciando desde hace décadas pero que no ha empezado a materializarse hasta la aparición de Chimérica, la simbiosis entre Estados Unidos y China descrita por Nial Ferguson, en la que una superpotencia aporta la mano de obra barata y el ahorro mientras la otra hace lo propio con la tecnología y la capacidad de consumo. De la otra, también es evidente la incapacidad demostrada hasta ahora por Europa para constituirse en agente global y por tanto en interlocutor válido para mantener las relaciones con Estados Unidos en el nivel de exigencia que requiere la deriva multipolar actual. El mundo está preparado para la instalación de un triángulo de superpotencias, si se quiere todavía escaleno, es decir, con tres lados desiguales, pero la debilidad europea está conduciendo a una cierta bipolaridad, ese G2 formado por China y Estados Unidos, que ni siquiera constituye un triángulo isósceles con dos lados iguales y uno más pequeño. Jeremy Shapiro y Mick Witney han señalado en su brillante ?paper? acerca de las relaciones transtlánticas (Towards a Post-American Europe: a Power audit. Of EU-US Relations, European Council on Foerign Relations) la anomalía de la relaciones especiales que buena parte de los 27 socios europeos quieren mantener con Estados Unidos. Esta fragmentación en la propia concepción de la relación transtlántica constituye un obstáculo mayor e insalvable, que sólo podría empezar a sustituir la aparición de una política exterior y de defensa propiamente europea de los 27, en la que se insertara como pieza clave la relación bilateral con Washington. El actual formato institucional de la relación UE-USA, tal como señalan los autores del trabajo, además de escasamente práctico y profundamente burocratizado, desalienta al socio norteamericano y constituye el mayor obstáculo. El único terreno de juego donde la relación sigue funcionando, a pesar de su progresivo debilitamiento, es el de la Alianza Atlántica. Su preservación, y a través de ella la de la relación con Washington, es el principal motivo del compromiso en Afganistán por parte de los socios europeos. En el caso de los socios más veteranos de la Europa occidental es, además, una forma de reforzar su ?relación especial? bilateral; pero en el caso de los países del Este ex comunista, el principal móvil es la preservación de la cobertura defensiva del artículo quinto de la Alianza, por el que el ataque a un país miembro será considerado a efectos de respuesta militar como un ataque a la entera alianza. Es evidente, pues, que la almendra ideológica de la Alianza se halla seriamente desfasada. Ni a los Estados Unidos de Obama ni a los socios más occidentales de la OTAN les interesa una Alianza que persista en un papel de disuasión, ni siquiera política, frente a Rusia. Sólo a los países del antiguo glacis soviético les conviene este planteamiento, que no encuentra ya en Washington el apoyo que tuvo en la anterior administración. El papel que está jugando ahora la Alianza, como auxilio de la acción militar norteamericana, no deja de ser la continuación de la función que quería asignarle la administración Bush como policía antiterrorista mundial, aunque con la salvedad actual de que nada se hace sin la cobertura de Naciones Unidas. Pero ni uno ni otro, ni el de contención frente a Rusia, ni el de gendarme antiterrorista, sirven ya a estas horas para dar sentido a una Alianza de estas características. Hay en Europa, sin embargo, una evidente voluntad de preservación e incluso potenciación de las relaciones con Estados Unidos, que choca con la deriva en que se halla la Alianza, la ausencia de política exterior y el empeño bilateralista de casi todos los países socios. La nueva arquitectura institucional europea, y sobre todo la creación del servicio exterior a las órdenes del Alto Representante, serán una oportunidad para que Europa se reafirme como actor global e intente avanzar hacia la configuración de una política exterior. Aunque probablemente no baste, porque parte de los problemas de los países europeos respecto a la Alianza tienen que ver con la debilidad del proyecto europeo de defensa y el mínimo gasto y atención que merece en los presupuestos de Defensa de la mayoría de los países socios. Si este próximo paso también fracasa y desaparece del horizonte la posibilidad de que la UE tenga algún día no muy lejano algo parecido a una política de exterior y de defensa, nada se podrá hacer ya respecto a la relación transatlántica. Es de temer que el horizonte vaya virando en la medida en que Rusia adquiera autoridad y perfil como el actor europeo más influyente. En cambio, si la UE consigue avanzar en su actual aplicación del Tratado de Lisboa, entonces quizás será posible una reformulación de las relaciones entre Washington y Bruselas que sin duda dará mayor fuerza tanto a la superpotencia americana como a esa dudosa superpotencia europea que no sabe ni siquiera si quiere serlo. Si en un tiempo la debilidad de Europa reforzaba la necesidad de la relación trasatlántica ahora ocurre exactamente lo contrario. Sin una Europa fuerte no puede haber relación fuerte con Washington.

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17 de febrero de 2010
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Copy Paste alemán

Helen Hegemann. Fuente: 123peopleEn el 2008, Mario Bellatin hizo un artículo sobre Yasunari Kawabata, que se publicó en un diario argentino, que fue considerado como genial y profundo por muchos. Lamentablemente, el editor olvidó colocar una nota a pie de página que decía "hecho con la técnica del copy-paste". ¿Por qué lamentablemente? Porque ese artículo era, en realidad, más que un artículo periodístico una suerte de intervención artística y una pregunta sobre la crítica literaria y su capacidad de explicar a un autor. Y es que para escribir ese artículo Mario Bellatin voluntariamente recortó y pegó varias reseñas a sus propios libros y solo se limitó a cambiar, en el Word, la palabra "Bellatin" por "Kawabata". Al final, alguien reconoció sus propias palabras dirigidas a otras y se armó un escándalo pequeño y luego minúsculo y olvidado bajo la alfombra que, lamentablemente también, no puso en cuestionamiento lo que debía cuestionarse sobre el arte y la crítica literaria. En fin, eso viene a cuento porque en Alemania una chica de 17 años se ha convertido en un best-seller usando la técnica del copy-paste. Pero, a diferencia de Bellatin, ella no ha querido cuestionar nada sino pasarse de listilla. Por eso recurre al famoso y fallido argumento de la "intertextualidad". Lo realmente divertido es que atraparon a la chica de un modo, por decirlo así, bastante alemán. Y es que la muchacha habla todo el tiempo de una discoteca a la que no tiene acceso por ser menor de edad. En América Latina, o incluso en EEUU donde todos tienen cédulas falsas para entrar donde sea y comprar lo que sea, ese detalle sería intrascendente. Así dice la nota:Una novela de una adolescente -la autora se llama Helene Hegemann y tiene 17 años- se ha convertido en uno de los temas de discusión en los círculos literarios alemanes, no sólo por el sorprendente éxito que ha tenido, sino por haber agitado la discusión sobre el plagio. Axototl Roadkill, ése es el nombre de la novela de Hegemann, habla del mundo de los excesos de drogas, sexo y alcohol de ciertas fiestas berlinesas; ha saltado al quinto lugar de las listas de libros más vendidos y ha sido escogida entre las candidatas al Premio de la Feria del Libro de Leipzig. Esa es la parte positiva de la historia. La parte negativa es que, después de que un bloguero la acusase de plagio, Hegemann ha admitido que ha tomado parte de sus libros de otras fuentes y se ha disculpado por no haberlas mencionado convenientemente. No obstante, Hegemann rechaza la acusación de plagio y dice que de lo que se trata es de "intertextualidad", y que, si a todo escritor que hiciera lo que ella ha hecho se le acusara de plagio, la vida literaria terminaría por acabarse. La primera sospecha fue que Hegemann había tomado algunos pasajes de su libro de una novela llamada Strobo, escrita por un autor que utiliza el pseudónimo de Airen y cuyos temas giran también en torno a las drogas, el sexo y el alcohol. Airen también tiene un blog, en donde se dedica a registrar experiencias de fiestas extremas. En las dos novelas, y con frecuencia en el blog de Airen, aparece la discoteca Berghain, donde Hegemann tiene vedada la entrada por ser menor de edad. Ese detalle fue el que generó las primeras sospechas de algunos que creyeron ver en la prosa de Hegemann descripciones de ese lugar que resultaban demasiado vividas para alguien que no lo había visto nunca. Hegemann sostiene que no conoce la novela de Airen pero sí su blog, del que admite haber sacado algunos pasajes, en un procedimiento que ella considera en principio legítimo. A la larga, sostiene Hegemann, las experiencias que ella cuenta no son las suyas -dice que, por ejemplo, ella no consume drogas-, sino las de un personaje ficticio que ha creado. La editorial Sukultur, que publicó la novela de Airen sin que ello tuviera mayor resonancia más allá del mundillo subcultural berlinés, no admite los argumentos de Hegemann. "Naturalmente Helene Hegemann no tiene que consumir heroina para escribir sobre la heroina. Para escribir sobre la Edad Media tampoco hay que hacer un viaje a la Edad Media. Pero uno no puede sencillamente copiar otras novelas sobre la Edad Media", dice la editorial en su página web. Entre tanto, Sukultur y la editorial Ullstein, que publicó la novela de Hegemann, han llegado a un acuerdo. Ullstein ha dicho que todas las dudas sobre derechos de autor han sido aclaradas y que se han conseguido las autorizaciones necesarias. Sin embargo, eso no parece haber puesto fin a la polémica sobre los límites entre el plagio y la llamada intertextualidad, que, desde otra perspectiva, ha sido abordada por el crítico suizo Philipp Theisohn en su reciente libro Plagio: una historia no original de la literatura. Theison, naturalmente, ha sido consultado por los medios alemanes sobre el caso Hegemann y ha dicho que, aunque naturalmente es posible partir de la idea postmoderna de que todo está escrito y de que ya no se puede ser original, el escritor que asuma esa idea tiene que reflejarla en su obra y no ocultar su procedimiento. Airen, cuya verdadera identidad se desconoce, ha dicho, en declaraciones al diario Frankfurter Allgemeine, que Helene Hegemann no le ha hecho nada y que, si en la próxima edición se reconoce la deuda con sus textos, él dará el asunto por saldado. El blogero y novelista clandestino ha leído el libro de Hegemman y dice que es el tipo de libro que a él le gusta leer, que estaría igualmente bien sin los pasajes que la autora tomó de sus textos.

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16 de febrero de 2010
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No quieren biografía de Kapu

Ryszard Kapuscinski. Fuente: espaciocrítico7 Una más sobre viudas literarias, un auténtico tópico en el Moleskine Literario y en cualquier blog que se dedique a las noticias literarias. La viuda del escritor y reportero Ryrzard Kapuscinski, Alicja, no quiere que se publique una biografía del periodista polaco y ha acudido a Tribunales para impedirlo. ¿La razón? Una mención al probable pasado como espía del régimen comunista de Kapu. Aquí la nota:La que fue esposa de Kapuscinski (1932-2007), Alicja Kapuscinska, ha solicitado al tribunal civil deVarsovia que impida la divulgación del libro Kapuscinski Non-Fiction , de Artur Domoslawski, según informa hoy la edición digital de Reszpospolita . La viuda del famoso periodista polaco no ha querido dar explicaciones, e insiste en que su abogado le ha recomendado no hablar del tema hasta que los jueces no se pronuncien sobre su petición. "Estoy sorprendido, no quiero creer que la mujer de un gran autor quiera que los tribunales censuren la difusión de información", lamenta Domoslawski, quien sospecha que el problema reside en un pasaje de la biografía que se refiere a la posible colaboración de Kapuscinski con los servicios secretos comunistas. Artur Domoslawski ha explicado que cualquier referencia a la conexión del difunto reportero con el espionaje durante el comunismo se basa en archivos del Instituto para la Memoria Nacional (IPN), una institución encargada de estudiar los crímenes cometidos durante el periodo de ocupación nazi y comunista.

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16 de febrero de 2010
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¿Qué significa ser artista?

Lo que sigue es un fragmento del prólogo que escribí para Mijail Bulgákov y Evgeni Zamiatin: Cartas a Stalin, un libro que acaba de editar en España Veintisieteletras. Lo pongo aquí no porque el prólogo importe, sino para llamar la atención sobre el libro en sí mismo y la obra de estos autores que emprendieron una lucha quijotesca contra el poder omnímodo del Estado.

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En su introducción a la trilogía The Coast of Utopia, el dramaturgo Tom Stoppard recuerda la historia que fue semilla de esas obras. Su inspiración, dice el autor de Hapgood y The Invention of Love, nació de una anécdota sobre Vissarion Belinsky, un crítico literario que trabajó entre Moscú y San Petersburgo en la primera mitad del siglo xix.

         Debido a su mala salud, las autoridades rusas concedieron a Belinsky un permiso para viajar a Alemania, desde donde se trasladó a París. Una vez allí, sus nuevos amigos y los viejos conocidos que habían optado por el exilio le pidieron que no regresase a su patria, «donde vivía una existencia precaria bajo la mirada maligna de la policía secreta del Zar». Sin embargo Belinsky no quiso ni siquiera considerar la idea. Según dijo, en San Petersburgo, aun bajo una censura punitiva, «la gente consideraba que sus verdaderos líderes eran los escritores. El título de poeta, novelista o crítico –dice Stoppard– importaba de verdad».

         Cuando uno lee las desgarradoras cartas que Mijail Bulgákov y Evgueni Zamiatin dirigieron a Stalin, conviene tener claro aquello que Belinsky sabía tan bien: que incluso en la Rusia de la Revolución, la de escritor no era una profesión más.

Lejos de reclamar el derecho a publicar un best-seller, salir en las revistas y ser invitados a todas las fiestas, lo que Bulgákov y Zamiatin le solicitaban al poder era que les permitiese seguir existiendo en la comunidad de la única manera que sabían –esto es, siendo escritores.

         En nuestra cultura de bajas calorías, donde la única relación entre los escritores y su comunidad suele ser mediática y regida por la conveniencia, las tribulaciones de Bulgákov y de Zamiatin corren el riesgo de ser malentendidas. El presente volumen de Cartas a Stalin puede ser, pues, sumamente útil como correctivo: porque permite evaluar lo que arriesgaron estos hombres para preservar su arte, y porque nos ayuda a reconsiderar lo que debería ser el rol del escritor, incluso –o mejor dicho: más que nunca– en estos tiempos de new media.

 

 

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16 de febrero de 2010
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Escritores y señoras

El pasado sábado mi socio, el escritor Carlos Andrade y yo, ofrecimos una copa para editores, agentes, profesores, periodistas y amigos, pues inaugurábamos el Centro de Formación de Novelistas, que además de escuela es un espacio que ofrece todo tipo de servicios para quienes quieren dedicarse a este oficio: desde correcciones de estilo hasta asesorías personalizadas, coaching y gestión editorial. Trabajan con nosotros Carlos Salem y Vanessa Montfort, ambos escritores muy sólidos y -last but not least- también muy buenos profesores de escritura. Fueron muchos quienes se pasaron a saludar y a compartir con nosotros ese momento, que sirvió para estimular algunas charlas animadas sobre infinidad de temas que nos ocupan y preocupan a los escritores: el libro electrónico (asunto del que nos instruyó largo y tendido Beatriz Rodríguez, que junto con Leonor Medel ha puesto en marcha "Musa a las 9", una singular editorial digital), la relación con editoriales y agentes, las «tendencias» literarias y, dado que inaugurábamos una escuela de novelistas,  también sobre esto de enseñar a «escribir» literatura, asunto que más de uno de ustedes conoce de primera mano, habida cuenta de que han pasado por aquel taller on line que dio origen a este blog.

Creo que cada vez es más extraño encontrar demasiados reparos o reticencias sobre dicha labor porque muchos escritores entienden que este oficio, como cualquier otro oficio, tiene un alto componente de aprendizaje sistemático, de paciencia, ensayo y error, lecturas y disciplina. Mucho más importantes, en todo caso, que la simple inspiración. Y recordé mis primeros años en Tenerife, cuando llevaba un taller que congregó durante años a muchos aficionados a la literatura que, con el tiempo, se han convertido en escritores con obra publicada, como José Luis Saorín, Ana Criado o Pablo Martín Carbajal.  Pero recuerdo también la suspicacia que generaba entre los escritores de allí la labor de los talleres. En cierta ocasión, compartiendo una mesa redonda, un novelista local habló de la «labor solitaria» que entrañaba el oficio y la escasa utilidad de la enseñanza para estos fines. Me miró furibundo y agregó que eso era un simple entretenimiento para señoras que no tenían nada mejor que hacer. Obviamente el colectivo de las señoras se sintió aludido y otros que no lo éramos tanto (señoras) también. Porque casi siempre, quien desdeña la enseñanza de la literatura alberga un concepto un tanto sacramental o litúrgico de ésta, considerándola casi un oficio al que accede sólo quien es tocado (o chamuscado...) por el fuego sagrado de la creación. Los demás son apenas unos advenedizos que entretienen sus horas libres escribiendo cuentitos prosaicos y novelas febles que nunca podrán considerarse literatura.

Es una idea errónea que sobrevive aún, aunque por fortuna con menos intensidad que hace algunos años, y que desvirtúa el carácter de esmero y trabajo cotidiano que tiene el hecho de enfrentarse con la creación de un cuento o de una novela. Y a mi modesto entender, eso es lo que procura un curso para escritores: el conocimiento de ciertas herramientas que ayudan a ahondar en el oficio.  Nada más. Por eso mismo, porque la literatura no es una profesión sino un oficio, el aprendizaje requiere una atención y un programa dúctil, cambiante, atento a las necesidades de cada uno, de sus intereses y posibilidades, tanto como de sus ilusiones y objetivos.  Por cierto, según me enteré por unos amigos, el novelista aquel terminó impartiendo algunos cursos de escritura creativa. Al parecer, las señoras lo han perdonado. 

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16 de febrero de 2010
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Habitaciones con puerta

Todavía en la casa en  vivimos muchos los arquitectos proyectaron una puerta principal y otra para el servicio. El servicio tenía su puerta por donde entrarían también los pedidos al supermercado y todos los empleados y operarios  que traían su mercancía o llegaban con el encargo de realizar alguna reparación.

 El servicio interior se relacionaría con el servicio exterior a través de esa apertura, siempre más modesta, de la vivienda y a la que, siendo traspasaba, daba acceso a un pasillo que en su recorrido comunicaba con la cocina, con el cuarto de la plancha y también, desde luego con el intenso dormitorio de servicio. Una pieza angosta donde apenas cabía o cabe una pequeña cama y otro cuchitril más, dotado  de un lavabo, un espejo barato y una ducha con una pequeña repisa.

 Al servicio se le daba mal servicio puesto que se valoraba como una fuerza no necesariamente prolongable en un valor más allá del servicio. La interna podía salir a pasear y mantener contacto con otras amigas de servicio, el novio y algún familiar, pero sólo por un intervalo regulado y con la idea de para reinsentarse pronto a la vivienda donde se hallara literalmente "interna".De hecho  vestía incluso de uniforme y con delantal almidonados para cerrar en su entorno la precisa definición de su papel como personal de servicio.

No es raro. por tanto, que tuviera adjudicada una puerta específica para salir y entrar puesto que su naturaleza particular,  adjudicada por el prontuario del mercado, no compleja ni imprevisible, se acoplaba tanto a la rutinaria catalogación de sus atribuciones laborales como a su radical obligación de cumplir exactamente las  órdenes. Con ello, su identidad laboral y general era compacta y simple, Tan compacta como par dormir en una cama que no rebasaba apenas sus propias dimensiones corporales y compacta como para no hablar, ni pensar,, ni ensoñar  nada.

Por contraste los señores entraban por la holgada puerta principal al supuesto desahogo de la casa reglamentariamente expresado por un recibidor que no cumplía de hecho casi ninguna función práctica pero sí una significación de estatus.

El recibidor, sólo se activaba al entrar o al salir y excepcionalmente con gentes que pedían el aguinaldo o personas que no  teniendo categoría para ser conducidas hacia el interior se las remansaba allí, como en un andén o antecámara, de la que no podían moverse hasta que e recado se diera por acabado.

En ambos casos, en el caso de la puerta de servicio y en el de la puerta principal de los señores, la puerta desempeñaba-y desempeña- un papel simbólico de primer orden. Se ingresa en el hogar por la puerta principal en  señal de reconocimiento, majestad o de directo dominio sobre la totalidad del contenido doméstico, material o espiritual, y se discurre por el interior de puerta en puerta recorriendo cualquiera de las habitaciones y sus respectivos reinos.

Todas las puertas de la casa forman parte de un juego de valores que determina la circulación y libertad de sus habitantes.  Permitir franquear, por ejemplo, la puerta del dormitorio paterno conlleva un acto de gran significación pero, aún más,  en asociación con ello se llega hasta una incursión inquietante cuando se ingresa en el cuarto de baño de los padres y dueños de la casa. Tanto porque, acaso, son amos y padres, intimidantes como son, en todos los casos, los señores. Sus caracteres más o menos secretos: sus olores, sus suciedades, sus intimidades, sus cosméticos, sus albornoces que cubren el cuerpo desnudo, la bañera o la ducha que llevan a escenas deformes,  cuerpos obesos, marcados por cicatrices quirúrgicas  y patologías de la piel, cargan ese baño principal de diferentes potencias escénicas: eróticas, patéticas, patológicas- que imponen al visitante.

Este cuarto de baño resulta ser más accesible al servicio que a los hijos que sólo de vez en cuando tienen ocasión, sin interés alguno, de visitarlo y, si van allí, todavía pequeños, es mediante el expediente de ser empujados por la madre para alguna operación de aseso o retoques acicalamiento.

El servicio, sin embargo, entra y sale del baño día tras día a sus horas y para cumplir con sus deberes de limpieza pero, sea o no así, sólo por necesidad higiénica, franquear su paso conlleva hacer ingresar a esta plebe en sus tremendos secretos que, acaso, se ocultarían a cualquier otro ser humano.

La ventaja es que el servicio lleva consigo un tipo de ser humano muy reducido, casi residual,  apenas un puñado de moléculas humanas articuladas para que le permitan respirar, subsistir y realizar las sencillas labores para las que se le contrataron.  Dejar el cuarto de baño en manos del servicio y al antojo de su exploración y su  mirada causa  una inquietud que sólo llega a atenuarse en la medida en que se considera a la persona que sirve un menos de persona y un plus de máquina operacional.

Algo hay que implementar operativamente allí para eliminar las impurezas y el servicio personal se encarga debidamente de ello. Purifica y ordena el cuarto, pone el mentol en la taza, emplea detergentes y lejías que huelen a limón puliendo la suavidad de las lozas, retira las marañas de pelos junto al sumidero y esparce hasta el fin los grumos de espuma,  restablece en fin la limpidez en el espejo y los azulejos, cuelga unas nuevas  toallas puras y hace desaparecer el juego marcado por el uso y el asqueroso usuario.

Marcas que informan sobre las minuciosas características inmundas  él y ella, alguno de sus vicios y de sus puercas costumbres, que se exponen sin remedio a una exploración tan larga como el tiempo que la persona de servicio requiera.

De este contacto con el baño de los señores  el personal de servicio colecta tanta información como para terminar con su crédito atildado pero ese personal, precisamente, tiene la puerta abierta para entrar sin problemas y anotar aquello que su voluntad decida. Y, sin embargo, el personal de servicio sigue siendo autorizado a introducirse en este santa santorum de la mierda porque, con gran probabilidad,  sólo irá a parar a otros compañeros o compañeras de servicio en cuya circulación común se reproduce el sistema natural de los desagües. De cuerpo a cuerpo, a través de la voz y el oído del otro, también empleado en el servicio, fluye la información como  un ruido de tuberías sin demasiado interés para el comercio del chantaje. Su alcance se detendrá en un juego episódico en base a la excrementicia intimidad del que manda y como pobre venganza de quien no llega a nada. No tener nada más que los datos sobre la sucia supuración de los amos lleva a esta situación inevitablemente coartada en donde el servicio se desenvuelve y se desenvuelve limitadamente,  sin alzarse la información a ninguna escala ni canje relevante.

Poco después, desde el parque, las internas  regresan a casa y se encajan de nuevo en su cubículo. Los amos apenas llegan nunca a la habitación ni al cuarto de baño de la criada y cuando, excepcionalmente, lo hacen preferirían, entre reproches y aprehensiones, no haberlo hecho nunca. El recinto tiene una subcategoría que no ayuda de ninguna manera a mejorar nada. Si la criada puede creerse humillantemente escudriñada, el amo que no siente necesidad de escudriñar lo peor, sólo entrará allí como por el impulso oficial  de controlar la casa.

 Una puerta, otra puerta, se va de un cuarto a otro y en  cada escenario se atiende a una vida que juntas hacen de la vivienda un retablo  donde se juntan, forzadamente, la cultura de los amos con la de los esclavos y en su mediación se abre una forma desordenada y sonora donde se hallan las habitaciones de los hijos, los hijos y la hija, las hijas y el hijo, en cuyo interior, en medio del caos, se gesta forma inasumible de entender el mundo pero que en efecto forma el presente y el futuro inmediatos. El orden en el dormitorio de los padres, con espejo y coqueta, se halla a una distancia sideral  de la desorganización en los cuartos (o cuarteles) de los hijos.

La mujer de servicio, encargada de toda la vivienda, actuaría como una lanzadera empleada para tejer una cierta relación  general o como una cirujana elemental  que cosiera el mundo redondo de los padres a los mundos facetados de los adolescentes.

Las puertas aquí y allá actúan como burladeros de la verdad de cada uno. Y, así,  de otra parte, todos los lofts o apartamentos de una sola pieza no han valido sino para una pareja única y con el destino incorporado a la resistencia directa, incorregible, entre un humano y otro ser humano, torturados, paradójicamente, en un ámbito sin portones, portillos, espacios celulares.

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16 de febrero de 2010
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Dime quien te odia

Y te diré quien eres, o mejor, qué piensas. Puede ser parte de la combustión interna de las ideologías hasta su práctica degradación. Pero también del magnetismo que ejerce esa condición contemporánea tan atractiva, que Rafael Sánchez Ferlosio ha definido como el victimato. En todo caso es curioso comprobar como la definición de las propias ideas se produce con creciente frecuencia mediante la construcción de un enemigo total y exterminador. Es la condición de víctima de una ideología adversa y destructiva, rayana en el crimen y el genocidio, la que define las posiciones políticas e ideológicas de muchos políticos y polemistas en el mundo de hoy. Será quizás que sin amenaza, sin proyecto demoledor, sin una sombra que gravite sobre nuestras débiles ideas y nuestras inconsistentes convicciones, no es posible articular unos argumentos, organizar políticamente nuestras cabezas. Si así fuera, habrá que agradecer estos favores al amable adversario que se presta a realizar esta función maniquea tan gratificante y necesaria.

El ejemplo es de ayer y voy a dar éste sólo, porque creo que basta. ?Episodios de cristofobia? se titula el artículo que publica Juan Manuel de Prada en el diario madrileño Abc, en el que denuncia la nueva ?vorágine cristofóbica?, de la que es un ejemplo la Ley de la Memoria Histórica, utilizada por los ?cristófobos de hogaño?. De atender al desgarrado lenguaje utilizado, se diría que en las calles y plazas españolas se destruyen las imágenes de Cristo y las cruces y que los cristianos son perseguidos y obligados a practicar en la clandestinidad de las catacumbas. Para extender el ejemplo basta con apelar a las derivaciones de las fobias ideológicas en nuestra actualidad: islamofobia, judeofobia, catalanofobia, hispanofobia, eurofobia, americanofobia, rusofobia, sinofobia? No estamos ya ante la clásica elección del enemigo, sino que queremos elegir el tipo de odio del que queremos ser objeto. Se trata de la construcción del adversario, y según unos parámetros de absoluta polarización. No nos basta un enemigo que nos impugne parcialmente. Queremos que desee nuestra destrucción total. Sentirnos confortados por la idea de que merecemos un odio absoluto por parte del mal en su grado máximo. Quizás no seamos buenos del todo, pero al someternos al aliento pestilente de un odio total sobre nosotros conseguimos adquirir algo de las víctimas e incluso de los mártires. Toda ideología que se precie quiere un Hitler sólo para su uso simbólico exclusivo. Hay un genocidio, un exterminio, osaremos decir incluso un holocausto, que se prepara contra mí y los míos. Situarse en su ángulo de tiro se convierte así en una forma de santidad y en un excelente reclamo propagandístico.

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16 de febrero de 2010
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Giovanna

En enero estuve en Santa Cruz y tuve la oportunidad de asistir al relanzamiento de Las camaleonas, la primera novela de Giovanna Rivero. No se trata de la típica versión corregida y revisada; de alguna manera, se trata de otra novela. Giovanna se ha animado a reescribirla, tratando de respetar al máximo la esencia de la primera edición de la novela. Pero han pasado los años, y ya sabemos: no se puede ser fiel al presente sin traicionar el pasado.

Esa noche, en la librería El Ateneo, Giovanna me contó que este mayo la editorial Bartleby publicará su segundo libro en España. Se trata de un proyecto compartido con los escritores Andrea Jeftanovic y Juan Terranova. Los tres estuvieron en Alcalá de Henares el año pasado, y se les pidió escribir un texto inspirado en el lugar; Juan se decantó por la crónica, Andrea y Giovanna escribieron ficciones.

Mientras llega el nuevo libro de Giovanna, les recomiendo conseguir Niñas y detectives, su antología de cuentos publicada por Bartleby. El libro tiene textos que me entusiasman, entre ellos "Dueños de la arena", un cuento que hace algunos años ganó el premio Franz Tamayo (el premio más importante de cuentos en Bolivia); "Sangre dulce", antologado por Diego Trellez en la versión digital de El futuro no es nuestro; y "Camas gemelas", que aparece en la edición impresa de El futuro no es nuestro.  

 

 

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16 de febrero de 2010
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El Boomeran(g)
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