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George Orwell escribe a Barack Obama

Namir Nur-Eldin, 22 años, fotógrafo iraquí contratado por la agencia Reuters, y Said Shamaj, 40 años, su chófer, cruzan una calle de un suburbio de Bagdad con un nutrido grupo de hombres desarmados. Poco antes han pasado por el lugar dos tipospertrechados con sendos fusiles, pero nadie en el grupo lleva armas. De pronto, un helicóptero Apache dispara y deja tendidos en el suelo, muertos o heridos, a todos cuantos andaban por la calle. Al poco irrumpe una camioneta, salen dos hombres que intentan transportar a uno de los heridos. El helicóptero dispara otra vez, ahora a la camioneta, que se desplaza violentamente por el impacto del ametrallamiento. Poco después llega una patrulla de soldados norteamericanos a pie, acompañados de blindados, que encuentran dos niños heridos en el asiento delantero de la camioneta y se los llevan en brazos. Uno de los blindados pasa por encima de uno de los cuerpos, el de Namir, que todavía se hallaba con vida, según explicarán posteriormente algunos testigos de la matanza que han podido atisbarla desde algún portal o ventana del vecindario.

Estos hechos, en los que murieron 12 civiles, ocurrieron el 7 de julio de 2007, siendo presidente y comandante en jefe George W. Bush, y secretario de Defensa, Robert Gates. Se han conocido en toda su dimensión el pasado 5 de abril gracias a una grabación realizada por el Ejército de Estados Unidos, en la que se pueden escuchar las conversaciones entre la tripulación de la nave y su mando militar, así como las autorizaciones para disparar a los civiles indefensos y a los dos trabajadores de la agencia de noticias Reuters. Puede haber decenas o centenares de grabaciones similares, pero si ésta se ha conocido ha sido porque una fuente anónima la ha sustraído de los archivos militares y se la ha pasado a Wikileaks, una organización periodística independiente dedicada a difundir filtraciones. Robert Gates, secretario de Estado con Obama, ha rechazado la apertura de una nueva investigación y ha lamentado la publicación de estas imágenes fuera de su contexto. La grabación ha sido vista en YouTube por más de seis millones de personas a la hora de escribir estas líneas, el pasado jueves. Su impacto en la opinión pública árabe es en estos momentos similar a la obtenida por las fotos de Abu Ghraib donde se observaban las sevicias y torturas a que eran sometidos varios detenidos por parte de soldados norteamericanos. El vídeo de 17 minutos del total de 38 que ocupaba la grabación original, producido por Wikileaks bajo el título de Asesinatos colaterales, lleva como encabezamiento una cita: ?El lenguaje político sirve para que las mentiras suenen como verdades y los asesinatos sean respetables, y para dar la apariencia de solidez al puro aire?. Es de George Orwell y tiene un destinatario concreto: Barack Obama. (Enlaces: con collateralmurder donde pueden verse las dos versiones del vídeo, la corta editada por Wikileaks y la larga sin editar; y con una buena explicación sobre Wikileaks en CPJ (Commitee to Protect Jourmnalists).

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18 de abril de 2010
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Paris no se acaba nunca

 

 

 

 

No tengo claro que sea una metáfora. No se acaba nunca y, además, no es fácil salir. Cómo si estuviéramos en una película de Buñuel, pero sin religión, sin México y sin espacios cerrados. Presos en París. Hay torturas peores. Tuve la precaución de traer el libro de Vila- Matas,  el último de su etapa francesa y anagramática. La seducción irlandesa aún no había llegado a su vida escrita.

Ese libro de Vila- Matas sigue siendo una imprescindible guía para paseantes mitómanos, letraheridos y otros perplejos perdidos por una ciudad que nunca terminamos de conocer. En compañía de la guía y  de uno de sus amigos parisinos, el fotógrafo Daniel Mordzinski- hablaré de sus fotos de escritores de las tres orillas- recorrimos algunos no santos lugares de algunos escritores seducidos por Paris. Antes de comenzar nuestro paseo nos habíamos encontrado con Jean Paul Belmondo en una mesa de la brasserie Lipp, en Saint Germaine de Pres. Todos los rincones son memoria de vidas, de muertos tan presentes en nuestros recuerdos. Vivo al lado de la casa dónde conocieron amores y desamores Romain Gary y Jean Seberg. Paris siempre me pone "a bout de souffle".

En compañía de dos escritores, Héctor Abad Faciolince y Juan Villoro, hicimos rápido inventario repasando algunos de los escritores que alguna vez pasaron por Paris por razones literarias, por encargo del Instituto Cervantes, del quijotesco Enrique Camacho. La lista no se acaba nunca. El encuentro fue el mismo día de Abril y jueves, pero sin aguacero, en que murió César Vallejo. Me gusta esta  ciudad que sigue siendo un laberinto lleno de escritores vivos y muertos. Cada uno en su tumba, en su nicho o en su cementerio de vivos sin sepultura. Me gustaría encontrar al muy vivo y oculto Pierre Michon y ser como una tumba, no decirle nada. Una buena relación para nuestra corta eternidad.

Se está celebrando el Salón del Libro Antiguo. Como siempre lleno de joyas que nunca tendremos. Nunca seremos Joaquín Sabina. Una foto está siendo la estrella del Salón. Un inédito retrato de Arthur Rimbaud. Un hombre treintañero que parece mayor. Una insólita imagen que nada que ver con esa de sus 17 años, ese icono de rebeldía poética  que el fotógrafo Carjat dejó fijada en celebre imagen del joven poeta. Ahora nos encontramos a un hombre maduro, alguien que sin duda ha conocido temporadas en infiernos, que ha tenido otras vidas y que posa en un grupo de tipos que nunca hubieran sido sus amigos en la terraza de un hotel colonial africano. Su rostro tiene una melancolía de tiempos perdidos. Un hombre más triste que feliz, un comerciante, un aventurero en Yemen, un traficante que, en compañía de otros, deja pasar el tiempo en una terraza de Aden, en Abisinia.

Volví al libro de Vila Matas para encontrar lo que escribió sin tener claro si quería ser Rimbaud o  Mallarmé. Años jóvenes en que la Duras le inquirió sobre su destino cómo escritor. Posiblemente hoy, después de ver esa foto de Rimbaud, sepa si de verdad hubiera querido ser ese hombre que dejó la escritura por la extraña aventura de ser un triste adulto en algún lugar de África. Después de esa foto, ¿es mejor ser Mallarmé?

Sobre Rimbaud en esos tiempos en Aden dijo Vila- Matas: "quien había escrito que le gustaban el humo y los licores fuertes se había convertido en África en un hombre avaro e hipócrita: "Solo bebo agua, quince francos al mes, todo está muy caro. Nunca fumo"

Quiero sentir cerca a ese hombre que dejó todo. Quiero entender su desconocido retrato. Hace mucho tiempo le siento cercano. Nacimos el mismo día, con la diferencia de casi un siglo. No es tanto. Siempre me quedará Abisinia.

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17 de abril de 2010
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Cuando el río suena

Caridad no podría ubicar en un mapa a Sancti Spíritus, la provincia donde radica la empresa que regentó el chileno Max Marambio, pero sí que está al tanto de todos los rumores sobre su cierre y sus escándalos de corrupción. Ha aprendido a descifrar las omisiones de la prensa y a leer en la repetición de ciertos temas un intento de tapar otros más interesantes. Por eso no se conforma con la píldora revestida que le da el noticiero nacional. Para esta habanera de cuarenta años, los rumores callejeros de las últimas semanas le han hecho desempolvar un refrán que repite con terquedad: ?cuando el río suena, piedras trae?. Justamente ,el nombre de la fábrica Río Zaza repiquetea en las conversaciones, aunque Granma sólo mencionó la investigación de que es objeto en una breve nota sobre la muerte de su gerente general Roberto Baudrand. En las escuelas de periodismo deberían enseñar ciertas lecciones. Una de ellas ?la que los cubanos hemos aprendido a fuerza de leer entre líneas- es que esconder una noticia aviva el interés por ella, aumenta la fabulación y la especulación sobre sus detalles. Mientras nos llaman a asistir a actos de reafirmación revolucionaria y a condenar una campaña mediática contra Cuba -de la que no se publica ni un solo documento- todos suponemos que algo grande deben querer tapar con tanto bullicio. La demora en confirmar que algo ocurría en esa industria de capital mixto ha hecho que la prensa extranjera, los periodistas independientes y los bloggers les arrebatemos el tema a los controlados reporteros oficiales. Les toca a ellos cantar las glorias, no narrar la basura debajo de la alfombra. Caridad ha tenido razón con el tintín, con ese arroyo que se ha convertido en atronadora catarata. Algo muy fétido se esconde detrás del silencio y la distracción. Huele a billetes verdes, a desfalcos, tiene el hedor de la corrupción que ya no está localizada en un lugar sino que es genética al sistema. Las huestes de auditores que saldrán a la calle en los próximos días no podrán detener esta depauperación. Necesitarían otro número similar de ellos para controlar a los inspectores, vigilar al que vigila, supervisar al que supervisa. Las piedras que trae el río son demasiadas y muy grandes, todos las oímos por detrás de las consignas.

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16 de abril de 2010
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La otra entrevista

No me gusta ir por la vida defendiéndome de ataques, quizás porque me he pasado la mayor parte de ella bajo el fuego cruzado de la crítica. He aprendido que a veces es mejor digerir el insulto y seguir adelante, pues denigrar ensucia más a quien lo hace que a la víctima. Sin embargo, todo tiene un límite. Algo bien distinto es que pongan en mi boca frases que yo no dije, tal y como ha ocurrido con la entrevista publicada por Salim Lamrani en Rebelión. Al comenzar su lectura, no noté mucho la tergiversación, pero ya en la segunda parte me era imposible reconocerme. Es cierto que la introducción trataba de generar aversión en los lectores hacia mi persona, pero  ese es el derecho que tiene cada entrevistador de narrar cómo ve al objeto de sus preguntas. La gran sorpresa ha sido constatar -en la medida en que avanzaba el texto- enormes omisiones, distorsiones y hasta frases inventadas atribuidas a mí. Todo hubiera quedado en otro intento ?entre tantos miles- de adjudicarme posturas que no tengo y afirmaciones que jamás he dicho, si no fuera porque los medios oficiales cubanos se aprestaron rápidamente a hacerse eco de la reacomodada entrevista. Ayer, cuando vi al presentador del más aburrido programa de la televisión oficial referirse ?sin mencionar mi nombre- a una serie de preguntas que ?me desnudaban?, comencé a comprenderlo todo. La razón para la adulteración ya no era la premura al transcribir ni el deseo de un periodista de probar a toda costa su hipótesis aún distorsionando para ello las palabras del entrevistado. Algo mayor se está fraguando con ese texto semi-apócrifo y hago ahora un alto en el camino de mi blog para advertirlo. Tengo una memoria muy vívida de aquella tarde de hace casi tres meses ?curiosamente el señor Lamrani ha tardado todo este tiempo en hacer pública nuestra conversación- y de las palabras que intercambiamos. Recuerdo sus preguntas estereotipadas y por momentos desinformadas sobre nuestra realidad que muy poco se parecen a estas -tan documentadas- que él ha vuelto a redactar para parecer un especialista. No me caracterizo por responder con monosílabos, de ahí que me cuesta trabajo identificarme entre tanta parquedad. En la medida en que el intercambio que tuvimos en el hotel Plaza avanzaba, se podía notar como la simpatía de él hacia mi posición aumentaba. Al final, sentí que todas las barreras se habían derrumbado y el comprendía que no éramos contrincantes, si acaso personas que veían un mismo fenómeno desde ópticas diferentes. Un abrazo final de su parte me lo confirmó. Pero, evidentemente, pudo más la disciplina a ?la causa? que su ética periodística y el profesor de la Sorbone  terminó ?visiblemente en la segunda porción de la entrevista-por adulterar  mi voz. En su modernísimo Iphone mis moderadas frases debieron ser como un virus informático royendo los estereotipos, un llamado a terminar con esa confrontación que personas como él prefieren alimentar.

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16 de abril de 2010
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El tramo oscuro de Gran Vía

La Gran Vía fue para mí un lugar más literario que real al leer, el año 1986, la excelente novela de Álvaro Pombo ‘Los delitos insignificantes', una de las mejores de su primera etapa. El libro arranca con el encuentro en una cafetería entre el protagonista, Ortega, escritor frustrado de mediana edad, y un joven bien parecido, Quirós, que ha quedado en Callao con su novia para ir al cine. La novela es madrileñísima de localización (lo cual no quiere decir que sus escenas sean matritenses), cobrando en ella un aura inquietante, por ejemplo, comercios tan poco misteriosos como las Cristalerías Quevedo, en Quevedo, o calles del apocado calibre de José Abascal. Ortega y Quirós vuelven a citarse más de una vez en la misma cafetería donde se han conocido entre el gentío una tarde muy calurosa de mitad de julio, estampa que le inspira a Pombo esta hermosa y característica reflexión: "Verosimilitud e inverosimilitud intercambiaban velozmente sus papeles". Aunque ahora que he vuelto a sus páginas no encuentro el nombre, sigo convencido (quizá porque el propio autor me lo dijo en su momento) de que la cafetería en cuestión era Fuyma, durante muchas décadas emplazada en la esquina de Gran Vía con la pequeña calle de Miguel Moya, frente a Callao, y hoy desaparecida, pese a lo cual, o quizá por eso mismo, mantengo hacia ella una -digámoslo así- reverencia, pues fue el primer café madrileño al que me llevaron mis padres en la primera visita que hice a la capital, a la quebradiza edad de trece años. Teniendo Fuyma aires cosmopolitas, al menos para una sensibilidad alicantina todavía incontaminada por el ‘boom' turístico, yo me debí de tomar una Mirinda o algo más inocuo, y tampoco creo que mis padres, una feliz pareja de poco beber, pidiesen whisky. Mi padre, eso sí, fumaba por entonces, y fumó en Fuyma.

    Cuando después, poco antes de cumplir los diecisiete, vine a vivir aquí, yo iba mucho, más de lo que voy ahora, a la Gran Vía;  Fuyma seguía en su sitio, pero mi polo de atracción eran los locales de estreno que entonces jalonaban la (mal) llamada Avenida de José Antonio. Enfrente del Palacio de la Música y del Avenida, que ya no son de cine, había otro más pequeño, el Imperial, y delante del Imperial un señor que vendía libros solapadamente. Libros prohibidos por la censura franquista, que uno ojeaba mirando receloso a ambos lados de la acera, como en las cintas de espionaje. Al señor del cine Imperial le compré mi primer Jean Genet, por azar pero con mucha lógica, pues la venta ambulante de ese material prohibido se hacía a pocos metros de la calle de la Ballesta, que el autor francés habría encontrado congenial. No todos los libros que adquirí de aquel modo peripatético tenían la misma sintonía con la mala vida; conservo aún, fechados y localizados, un tomo de teatro de Alejandro Casona y un ensayo sobre el Opus Dei publicado en Francia por Ruedo Ibérico.

    Entre otras muchas piezas conmemorativas del centenario, he leído en la revista ‘Tiempo' una condensación muy bien hecha por el historiador Ignacio Merino de su ‘Biografía de la Gran Vía', que acaba de publicar Ediciones B. Merino divide su relato viario por tramos, y nos da pinceladas y datos muy interesantes de cada uno de ellos. Así me entero de que Conde de Peñalver no sólo es una calle muy cercana a mi corazón sino un alcalde de Madrid emprendedor e ilustrado, fundamental en el nacimiento y buena parte de la morfología de la nueva arteria ciudadana, que al ser inaugurada por el rey Alfonso XIII en 1910 llevó en su primer tramo (o Avenida B, y me gusta esa denominación propia de novela utópica) el nombre del conde-alcalde.

     Me resulta difícil decidir cuál de los tres tramos me seduce más, aun cuando sea nostálgicamente. En el que va desde la Red de San Luis hasta Alcalá hubo mucho pecado, según cuentan. En los salones de Sicilia Molinero fui, siendo estudiante universitario, a mi primera boda madrileña (excuso decir que yo no contraía), y me causó un cosquilleo el estar al lado del Abra y enfrente de Chicote, bares de renombre deletéreo. Un poco más arriba de la acera del Abra venía la posibilidad de expiación en el Oratorio del Caballero de Gracia, obra maestra de Juan de Villanueva, el autor del Museo del Prado, y una de las joyas artísticas más desconocidas de la ciudad, siempre que se vea desde la fachada principal y entrando a visitar su ingeniosísimo interior.

    No cabe duda de que estéticamente el más hermoso es el que arranca desde la Plaza de España y llega hasta Callao, con su efecto de ‘trompe l´oeil' empinado. Aunque tiene construcciones de mérito arquitectónico, para mí es un tramo de marisquerías, el lugar donde vivió mucho tiempo en un apartamento envidiable del edificio Coliseum el escritor Eduardo Mendicutti y, justo al lado, del ya inexistente cine Azul, donde era fácil sentirse ‘blue' y, años después de leer a Pombo, me atreví a situar una escena de alta comedia freudiana dentro de una novela de comunistas.

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16 de abril de 2010
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La tragedia luego de la muerte

Rafael Argullol: En la época de Alejandro las concepciones acerca de la vida y de la muerte de distintos pueblos y culturas penetraron en el acervo griego.

Delfín Agudelo: Después de la muerte de Edipo -que es la muerte de un sistema de pensamiento, de una tipología del humano-, ¿a qué se dedica la tragedia? ¿Hacia dónde se dirige?

R.A.: Creo que la tragedia es el gran punto de inflexión entre una concepción anterior relativamente identificable y unívoca en la cual el esquema del hombre y su existencia es relativamente fácil de entender. El hombre nace, crece y muere. En el crecimiento del hombre se identifica su posibilidad de alcanzar un honor, una dignidad, una gloria, y tras la muerte el recuerdo de ese hombre a través de los otros hombres, de su memoria, es su única posibilidad de inmortalidad. Si eso lo trasladamos al arte, que siempre es testimonio del paso del hombre por la tierra, tenemos que encontrarnos con un arte que está sobre todo construido o bien buscando afirmar el carácter efímero de la vida del hombre, caso de Hesíodo  en Trabajos y días, o bien buscando afirmar la dignidad que tiene esa existencia efímera, el honor que se puede adquirir, y la inmortalidad que a través de la memoria de los otros hombres puede conceder el arte.

Y es allí donde la épica en cierto modo es la explicación de esa memoria, de ese hacer inmortalidad en la vida colectiva de los hombres y del pueblo, y encontramos en este enorme peso todo lo que sería arte funerario, necrológico, elegíaco, en el cual se exalta esa dignidad y ese honor de algo que ha sido efímero pero que se convierte en inmortal gracias a la labor de la memoria. Ahí descartamos toda idea de inmortalidad en sentido trascendente: todo funciona a través del propio circuito, de la afirmación de la existencia en sí misma, en la memoria y documento o testimonio de esto que es el arte. En el momento en que se trastoca esa idea del esquema del hombre en la tierra -que es que el hombre nace, vive fugazmente, muere pero alcanza otro tipo de vida- en el momento en que introduces ese elemento cambias evidentemente el propio testimonio del arte. El arte ya no recoge solo la dignidad o el honor de la vida efímera, sino que tiene que preocuparse también por recoger las expectativas, ilusiones, esperanzas y quimeras de una vida nueva, de otra vida, de una metempsicosis, de un retorno al mundo de las ideas como lo dice Platón.

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16 de abril de 2010
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IV. Una mosca en la sopa

De la verosimilitud de los procedimientos es que depende la eficacia de la narración. La congruencia. Nadie olvidó nunca después de los siglos que Cervantes a su vez olvidó que a Sancho le había robado el borrico en la Sierra Morena el famoso ladrón Ginés de Pasamonte, librado de la cadena de galeotes por Don Quijote, y que en el siguiente párrafo del mismo capítulo aparece Sancho montado a la mujeriega en el mismo borrico. En la II Parte de El Quijote Cervantes quiere desquitarse de su error, y el Bachiller Sansón Carrasco le pide a Sancho que explique el olvido. Pero vuelve a errar Cervantes cuando habla Sancho y cuenta otra vez, como si fuera una novedad, quién le había robado el jumento, algo que ya sabemos.

            Pecata minuta. Gotas de olvido en un mar inconmensurable de memoria. Pero los olvidos que se vuelven incongruencias perturban el deseo de participación del lector, causan malestar, despiertan impaciencia. Recuerdan el artificio, dejan entrever los afanes de la cocina. Una mosca en la sopa en la fonda de Fielding. Y la suma de olvidos, incongruencias, desajustes de tiempo y lugar, ausencias, errores ¾aún los sintácticos y los ortográficos¾ demuestran la inconstancia y la falta de pericia en el manejo de las herramientas y en el uso de los materiales. Exhiben el no saber.

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16 de abril de 2010
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Ángel Guerra

 

Cuando Pérez Galdós escribió Ángel Guerra (1890-1891), tenía cuarenta y siete años de edad y llevaba  publicadas una veintena de novelas (entre ellas Doña Perfecta (1876) que se considera su puerta de entrada a la madurez narrativa; Marianela (1878); El amigo Manso (1882); Fortunata y Jacinta (1886-1887) y la primera entrega (1889) de su trilogía Torquemamada).  También llevaba escritos veinte títulos de sus Episodios Nacionales (de los cuarenta y cinco que llegó a terminar), así como una considerable cantidad de obras de teatro y artículos periodísticos. Cabe preguntarse cómo se las apañaba ese hombre para escribir si, además de una obra tan ingente como la que ya tenía en su haber, ejerció durante años como diputado en Cortes, fue miembro activo de dos tertulias literarias y (se dice) era cliente habitual de los burdeles más concurridos de las ciudades entre las que distribuía su tiempo (fundamentalmente Toledo y Santander, aparte de Madrid).  La respuesta a esa pregunta se puede encontrar en la edición de Ángel Guerra que acaba de aparecer en la Biblioteca Castro: de las tres partes de que consta la novela, la primera (261 páginas) la terminó en abril de 1890; la segunda parte (264 págs), la terminó en diciembre de ese mismo año, mientras que la tercera (261 págs), está fechada en abril de 1891. Es decir, que en poco más de un año, y además de sus restantes actividades, se despachó una novela de 794 páginas, con la particularidad de que sólo un año más tarde ya había publicado Tristana y que en los seis años siguientes sumó seis novelas más.  

                               Si insisto en su capacidad de trabajo es porque, en contra de lo que pueda parecer, Galdós no es un escritor descuidado o que escriba aprisa y corriendo y a bulto. Quien conozca bien Toledo se quedará asombrado por la exactitud de sus descripciones de esa ciudad, entreveradas de observaciones como ésta:  "En sus primeras caminatas [habla de un Ángel Guerra recién legado a Toledo] la planimetría de la ciudad érale desconocida [...] empezó a orientarse [...] y pudo dominar el sentido de las calles y entenderlas como signos de endiablada escritura, que se va comprendiendo después de pasar por ella los ojos una y otra vez. Sale ahora este vocablo; después aquel; se despeja parte de una cláusula, luego se trasluce una frase íntegra, hasta que  interpretados con cálculo y paciencia los espacios intermedios, llégase a leer de corrido todo el conjunto de garabatos". No es menos prodigioso, por ejemplo,  su conocimiento del funcionamiento interno de una catedral, desde los mendigos que medran a sus puertas hasta las campanas con sus diferentes voces y decires, aparte de los servicios y oficios, el escalafón de eclesiásticos, las funciones y las rentas que giraban en torno a una catedral antes de la desamortización, claro.  Ello por no insistir en la descripción de ambientes  y  la decoración de las casas y sus moradores: cómo disfruta Galdós tomando por su cuenta a los diferentes miembros de la familia de una de las protagonistas para decir cuatro cosas que sabe de ellos, o qué capacidad para describir el carácter de un personaje con sólo dos trazos al pasar. De acuerdo que todas ellas son capacidades muy normales en los escritores del XIX, pero es un gozo volverlas a encontrar en Galdós.

                Lo curioso es que tanta sabiduría y oficio, tal maestría en el manejo del idioma (quien se atreve hoy a husmar los tesoros que ellos encuentran en el lenguaje popular) sólo sirven para recrear fantasmagóricamente un universo que nos pilla tan lejos como lejos nos pilla una narración sobre arrianos en la Siria del siglo VIII o sobre pastores en los Cárpatos de hace doscientos años. Quiéralo o no, el lector se ve reducido al papel del entomólogo que va viendo pasar ante sus ojos una colección de individuos (la puta, el revolucionario, el beneficiario de la catedral, el sablista, el carpintero, la protagonista santa, la protagonista de moral promiscua) pertenecientes a especies ya sólo reconocibles en los libros porque de las calles han desparecido, igual que de nuestras vidas.

                La crítica explica que Ángel Guerra fue escrita en plena crisis del naturalismo y que Galdós, como todos los novelistas de finales del XIX, obligado a buscar nuevas vías expresivas creyó ver durante algún tiempo que el espiritualismo, tal y como parecía predicarlo Tolstoy, podía ser una opción válida. Es de resaltar que la propuesta religiosa que hace Galdós por boca de su personaje principal la podría suscribir cualquier persona de mentalidad abierta y progresista y que se pregunte hoy por el sentido religioso de la vida. Es decir, que no se trata de una opción gazmoña y que huela a sacristía decimonónica. Pero como recurso literario, como "trasunto" que permita contar las peripecias de una serie de personas que aspiran a vivir la vida con dignidad y provecho, uno tiende a darle la razón a la tremenda Doña Emilia Pardo Bazán cuando, preguntada acerca de las posibilidades literarias del espiritualismo, contestaba con su voz de trueno: "Déjeme usted de merengadas".  

                Quiero decir: durante muchísimas páginas, Ángel Guerra es una novela prodigiosa, pero que exige una cierta fuerza de voluntad para llegar hasta el final.

 

Ángel Guerra

Benito Pérez Galdós

Biblioteca Castro

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15 de abril de 2010
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Mentira que reconcilia

Decía aquí mismo, hace ya casi dos años, que si la historia de la  reflexión filosófica esta repleta de textos relativos a la verdad ( a la verdad  en el sentido epistemológico, por oposición a la falsedad, pero asimismo a la verdad en la acepción moral del término) sin embargo son mucho menos los textos  consagrados a su polo dialéctico tò pseudós, en sus múltiples acepciones: inconsistencia, ocultación, impostura, usurpación, falsificación, fraude...que recubrimos con los términos falsedad y mentira. Señalaba también entonces que esta perversión  consistente en disponer los expedientes del lenguaje y el espíritu al servicio del simulacro está muy a menudo dirigida a poner un velo entre el propio sujeto y aquello que le determina. Pues bien:  

El barniz con los que los hombres se encubren a sus propios ojos resulta particularmente insufrible cuando adopta  forma de actitud "moral", cuando el sujeto erige todo un parapeto que le permita sentirse a sí mismo del buen lado, cuando en suma la modalidad de mentira en que baña su vida es un instrumento que le permite sentirse reconciliado.

No hay quizás ciénaga espiritual mayor. Las formas de mentira consistentes en engañar al otro, por mera picaresca, conveniencia mayor (no alienarse a un ser por una u otra razón querido, por ejemplo) o incluso auténtica pulsión a manipular a los semejantes, son triviales pecadillos, comparados a esta auténtica abyección mediante la cual aquel cuya vida es quizás un objetivo pozo de miseria material y espiritual puede decirse como el fariseo "gracias te doy por no ser como esos". Gracias a su Dios, o gracias a su patria o a su cultura, que siente portadores de valores superiores, valores ajenos a los habitantes de esos pueblos atrasados que sólo en un vago sentido antropológico pueden ser considerados civilizados (actitud que permite repudiar a millones de seres humanos y enteras comunidades)

Mentira, que en una sociedad dónde el racismo es inevitable y sin hacer absolutamente nada efectivo contra las causas sociales que lo generan, vinculadas al orden económico imperante en el mundo, conduce a deplorar las noticias referentes al mismo que se leen por complaciente hábito cada mañana en las páginas de los periódicos, homologándose así a esa  Madame Verdurin de la Recherche  proustiana, que  consume su  croissant utilizando una sola mano a fin de  reservar la otra para dar papirotazos al periódico en el que devora el naufragio trágico del barco Lusitania.

Mentira rayana con la ofensa en las actitudes samaritanas ante las personas con algún tipo de discapacidad a las que se  equiparara  a los demás en aspectos que dependen de la plena capacidad precisamente en el registro en el que carecen de ella, mientras que la actitud auténticamente fraterna sólo puede residir en separar el grano de la paja, haciendo que se despliegue lo esencial de la condición humana que el discapacitado sí tiene en común con los demás. El problema se vincula al viejo asunto de determinar dónde reside lo esencial de la especificidad humana y que órganos hay que fertilizar a fin de que esta condición se realice. Esencial es al ser humano el que los demás le reconozcan plenamente como tal, mas por eso mismo es imprescindible no equivocarse de registro a la hora de tal reconocimiento (ejemplo concreto: el que se ve abocado a una silla de ruedas solicita de cada uno de los demás  que en su penuria física  no vea un impedimento para que lo esencial  de su humanidad pueda realizarse...quizás necesite menos que se le organice una competición deportiva concebida bajo el modelo de las convencionales maratón.)

  Mentira que erige la capacidad de sufrir de la que sería portador el ser vivo en general, de tal manera que queda diluida la singularidad del sufrimiento de la única especie que lleva en su esencia la exigencia moral de preocuparse del sufrimiento de las otras especies, convirtiendo en variable despreciable las radicales diferencias que es simplemente una insensatez el obviar: diferencia por ejemplo entre animales de compañía,  domésticos,  salvajes, y aun - en el seno de estos últimos- diferencia entre los que son dañinos para el hombre y su medio ambiente y los animales aliados. Mentira esta que permite por ejemplo desbordar ternura ante un animal al que objetivamente se ha desnaturalizado, convirtiéndolo en una suerte de equivalente paródico de un ser humano, sometiéndolo a vivir en  un apartamento ciudadano  y obligándole a defecar a ritmos que nada tienen que ver con los que resultarían de su espontaneidad como animal.

Modalidades de mentira que están en mente de todos y que tienen como denominador común el situarnos del buen lado, el comulgar a precio nulo en la bondad. Doblez interior que efectivamente "sofoca y abate". Nueva ocasión de recordar a los evangelistas: "Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera:¡Oh Dios¡ Te doy gracias por no ser como los demás hombres, rapaces, injustos adúlteros, ni tampoco como este publicano..." (Lucas 9,14)

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15 de abril de 2010
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El genio regresa a la lámpara

Franklin Delano Roosevelt fue el responsable de que el genio saliera de la lámpara. Y es un sucesor suyo, Barack Obama, quien quiere obligarle a regresar de nuevo al interior del mágico artefacto. Al presidente demócrata que se enfrentó a la Gran Depresión, la mayor recesión económica del siglo XX, con su despliegue de políticas sociales o New Deal, se debe también el programa nuclear norteamericano, inicialmente pensado para enfrentarse a la Alemania nazi. Bautizado como Proyecto Manhattan, y desarrollado sobre todo en el laboratorio de Los Álamos, de aquella iniciativa de la Casa Blanca surgieron las armas que otro presidente, Harry Truman, ordenó lanzar sobre Hiroshima y Nagasaki y que luego fueron la espoleta de la carrera armamentística y de la guerra fría. Por un capricho de la historia, a un presidente como Obama, que ha querido seguir los pasos de Roosevelt en los métodos para atajar la crisis económica e incluso en su idea de un cambio de era política, le corresponde enarbolar como objetivo de la humanidad la desaparición de las armas nucleares.

El historiador Garry Willis considera, en su reciente libro Bomb power (El poder la bomba), que la adquisición de un poder de destrucción total como es el nuclear ha conducido a una transformación que "alteró las más profundas raíces constitucionales" de la presidencia norteamericana. La concentración de poder en manos del presidente en detrimento del legislativo y del judicial, el estado de emergencia permanente en que se sitúan los mecanismos de la seguridad o el desarrollo de las agencias de inteligencia, así como el peso creciente de los secretos de Estado, se explican por el enorme poder de destrucción que se acumula en manos de una sola persona. Los efectos del arma nuclear sobre la presidencia norteamericana se reprodujeron luego en las estructuras de poder de todos los países que la fueron adquiriendo. Una superpotencia es un país que cuenta con un gobernante autorizado a pulsar el botón que desencadena un ataque nuclear, labor para la que cuenta con un maletín de comunicaciones encriptadas que transporta un auxiliar, normalmente militar, que le acompaña a cualquier lugar donde se desplace el mandatario en cuestión. Poseer el arma nuclear ha sido y sigue siendo el signo máximo de poder soberano y de obligación de respeto por parte de amigos y adversarios. En las complejidades de la fisión del átomo y de su aprovechamiento para construir vastos arsenales de cohetes, preparados para destruir el planeta entero varias veces, se concentran los dos enigmas que rodean a la soberanía: su carácter mismo de arcano accesible únicamente a unos pocos y su identificación con el poder del soberano, que significa el derecho a la vida y a la muerte que detenta uno solo sobre el resto de los mortales. Por más que sean evidentes los peligros que entrañan la proliferación nuclear y la diseminación incontrolada de los materiales fisibles, los 20 años transcurridos desde que terminó la guerra fría demuestran cuán difícil es conseguir que el genio nuclear regrese a la lámpara de donde salió hace 70 años. El servicio a la paz proporcionado por el pánico reverencial a este tipo de armas, utilizadas una sola vez en la historia, puede revertir ahora en el máximo peligro posible para la entera humanidad, sobre todo si caen en manos de grupos terroristas. Pero las resistencias a desandar el camino son colosales por parte de todos los países que las poseen, empezando por la primera superpotencia, que es además la que ahora protagoniza una excepcional primavera a favor de la desnuclearización del mundo. Obama ha podido encadenar su nueva doctrina nuclear con la firma del tratado revisado de reducción de misiles estratégicos (START) con Rusia, la Cumbre sobre Seguridad Nuclear de Washington y la próxima revisión del Tratado de No Proliferación, gracias a que ha garantizado las inversiones que mantendrán intacta la capacidad disuasiva de su país durante las próximas décadas. Pero basta el ejemplo de Francia, que formalmente no puede disentir de los objetivos de Obama, pero ya ha mostrado su incomodidad ante un horizonte que la deja sin otra de las tres cartas que la diferenciaban como potencia con vocación mundial (la primera, su paridad con Alemania en votos en las instituciones de la UE, ya la perdió en el Tratado de Niza, por lo que sólo le quedará el derecho de veto en el Consejo de Seguridad). La contorsión para meter al genio en la lámpara es tan difícil que ni siquiera la terminará Obama. Probablemente tampoco será ninguno de sus inmediatos sucesores quienes sufran la merma de los poderes presidenciales al quedar desposeídos del arma suprema. Al torcerle el cuello al genio nuclear queda en evidencia la mayor de las paradojas: sólo resultará si lo decide la mayor superpotencia militar de la historia, y sólo lo decidirá si lo hace su presidente gracias a los vastos poderes presidenciales que le proporciona la posesión del arcano máximo del poder.

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15 de abril de 2010
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El Boomeran(g)
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