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Isherwood y McCarthy

El alma de la catástrofe es lo único que une ‘A Single Man' y ‘The Road', dos novelas de escritores en las antípodas, separados también por la nacionalidad y los años. El británico Christopher Isherwood escribió ‘A Single Man' (aparecida en 1964) cuando aún no había cumplido los 60, mientras que ‘The Road' (del 2006) es la obra de un viejo americano, si se me permite la expresión: un autor de 73 años. Ambos libros han ido a caer, sin embargo, en directores relativamente jóvenes y más bien inexpertos, siendo curioso que Tom Ford, el modista tejano, sea quien se ha planteado con mayor libertad y seriedad la expansión del breve texto de Isherwood, enriqueciendo la trama con la obsesión del suicidio del protagonista, la presencia recurrente de Jim, el amante fallecido, y la introducción de la escena del encuentro en el supermercado con el joven buscavidas español, escena un tanto estropeada por el prurito fotográfico que Ford y su iluminador, Eduard Grau, exhiben siempre que pueden en esta ‘opera prima'. El australiano John Hillcoat, responsable de vídeos musicales y tres largometrajes anteriores presumiblemente locales, lleva a cabo en ‘La carretera', por el contrario, de la mano de su guionista Joe Penhall, un trabajo de amor servil en la adaptación, que sólo levanta el vuelo cuando algún factor ajeno al relato cobra fuerza: las imágenes de unos grandes árboles desplomándose sobre la tierra, filmadas con sublime ausencia de retórica por el director de fotografía vasco Javier Aguirresarobe, o la voz de Viggo Mortensen narrando pasajes literales del libro sobre el fondo musical de Nick Cave, en un ‘sprechgesang' o cantinela elegíaca que recuerda ciertas canciones de Leonard Cohen.

    Y no es que las novelas adaptadas sean extraordinarias. Con Cormac McCarthy tengo un problema íntimo, que les expongo en toda su crudeza: empecé a leerle por sus libros más recomendados, ‘Todos los caballos bellos' y ‘No es país para viejos', pero como apenas tengo sensibilidad para el ‘western' escrito los abandoné pronto. Cuando alguien que me conoce bien me dijo que ‘La carretera' me iba a gustar por ‘beckettiana', la leí, y no la abandoné, aunque su desnudez sintáctica la veo más cercana a Gertrude Stein que a Beckett; a ratos su repetitiva salmodia verbal me pareció ungida y ampulosa como una ceremonia por el rito ortodoxo. Lo malo de ‘The Road', la novela y la película, es que su fábula de descomposición del inmediato mundo futuro ya la hemos visto y leído antes, y a mí me fue difícil sustraerme mientras veía el film al recuerdo de la excelente ‘Children of Men' de Alfonso Cuarón, sin dejar de pensar en lo elocuente que resultaba P.D. James en su libro de base, escrito en un estilo menos portentoso que el de McCarthy.

    La catástrofe que irrumpe en la cotidianeidad de George, el hombre soltero y profesor de literatura inglés establecido -como el propio Isherwood la mayor parte de su vida-  en los Estados Unidos, no es metafísica ni siquiera atómica; es tan común como un accidente de tráfico, que en su caso le hace perder al hombre que ama, y la vida que ambos llevaban, posiblemente igual de doméstica y feliz que la de los innominados protagonistas de ‘La carretera', el Hombre, la Mujer, el Niño, víctimas de un cataclismo inexplicado y tal vez universal. Los dos directores coinciden en la magnificación estética del sufrimiento. Ford no se está quieto en casi ningún momento, aunque cuando lo está le funciona: por ejemplo en la poderosa escena de la noticia del accidente mortal de su amante, que George, sentado y casi inmóvil, oye por teléfono. El diseñador de moda planifica con sus tijeras, montando venga o no a cuento planos de ojos sueltos, de manos, de cuellos, de esquinas y paseantes, a menudo al ralenti. Y también los dos directores disponen de un gran material humano en sus actores, pero la impresión que dejan en el espectador es que les da igual tenerlos ante la cámara. Hillcoat, por ejemplo, no sabe sacar partido de un momento tan potencialmente conmovedor como la reflexión del padre y el hijo frente a la playa sucia, y sólo en un pasaje, el del ladrón negro perseguido y desnudado, consigue el verdadero patetismo.

   Respecto a Ford, ha elegido a los actores idóneos y a los chicos más guapos del campus y el ‘locker room', pero al rodar se olvida de ellos, distraído en sus manualidades camarógrafas y juegos de color intervenido. Colin Firth, uno de los galanes más aburridos de expresión que hay en el cine contemporáneo, da aquí lo mejor de sí mismo, que no es, para mi gusto, mucho. El estropicio es ver a los generalmente magníficos Matthew Goode (Jim) y Julianne Moore (Charley) pasar por las manos y la mirada del director de ‘Un hombre soltero' sin dejar más huella que el perfil de una silueta en la pasarela.

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12 de abril de 2010
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Una tragedia europea

El filósofo y periodista francés Raymond Aron reprochaba a Valéry Giscard d?Estaing, presidente al que había apoyado en las elecciones, su falta de sentido trágico. Tenía razón entonces y la tiene más todavía ahora cuando el anciano presidente anda publicando novelitas rosas donde fantasea sobre los amores entre un primer mandatario francés y una joven princesa británica. No es éste su mayor pecado de frivolidad. El fracaso de la grandilocuente Constitución europea, cuya redacción organizó desde la presidencia de la rimbombante Convención, se debió en buena parte a sus sueños de grandeza. Tampoco hay que dejar caer en el olvido que Giscard retrasó cuanto pudo el ingreso de España en lo que entonces eran las Comunidades Europeas, y fue en cambio un abogado entusiasta del ingreso de Grecia, país al que los ensueños de aquel europeísmo un tanto fantasioso atribuía el pedigree del europeísmo, que pudo incorporarse cinco años antes. A eso se le llama visión histórica.

No todo es vodevil y frivolidad en Giscard. Gracias a su buena colaboración con Helmut Schmidt, Europa se dotó de un sistema monetario europeo que fue el primer mecanismo premonitorio del euro. También se debe a su voluntarismo la energía desplegada en cumbres mundiales y europeas. Ambos inventos, el euro y el sistema de cumbres, se hallan ahora mismo en revisión, el primero por la crisis de las finanzas públicas griegas y el segundo porque el mundo multipolar necesita renovar sus viejas instituciones. En todas estas actividades hay que añadir rápidamente que su socio, el canciller alemán Helmut Schmidt, sí tiene sentido trágico (y basta para comprobarlo una lectura de su magnífica obra autobiográfica Fuera de servicio ?editorial Icaria?, sobre todo en relación con el terrorismo). Quizás la combinación fue lo que proporcionó fiabilidad y solidez a aquel momento fundacional europeo. La evocación de Giscard es pertinente estos días, y no precisamente por su lamentable novelita, sino por la solidez argumental de un paralelismo que acaba de establecer el editorialista del diario Le Monde, Bertrand Le Gendre, en un artículo titulado Cómo la crisis económica ha ?giscardizado? a Nicolas Sarkozy (7 de abril de 2010). En la juventud, el carácter vanidoso y narcisista, la incapacidad para calibrar el alcance de la crisis, los fracasos reformistas, las dificultades para mantener unida a la derecha y el aislamiento de ambos hay más que algún punto en común. Le Gendre considera que los contemporáneos de Giscard fueron más severos que los historiadores, a cuenta sobre todo de la ley del aborto, la mayoría de edad a los 18 años o la despenalización del adulterio. Veremos si el balance de Sarkozy en 2012 le impide repetir mandato, como le sucedió a Giscard en 1980 frente a François Mitterrand. Sólo le faltaba al actual inquilino del Eliseo que el último vodevil sobre el rumor de su separación se haya convertido en asunto de Estado, con movilización de los servicios secretos para localizar el origen del cotilleo, acompañada como ya ha sucedido otras veces de represalias de sus amigos patronos de prensa contra los periodistas rebeldes. Llevaba razón Aron sobre los políticos contemporáneos: les falta sentido trágico. En Italia, bufones salidos de la Commedia dell?Arte. En Francia, personajes frenéticos abriendo y cerrando puertas y armarios de habitaciones conyugales. En España, pícaros codiciosos y chistosos pero sin gracia alguna. Encarando el ideal de una inmensa y laxa confederación helvética continental, rica, conservadora y xenófoba, donde nada se mueve ni decide, que vuelca sus pasiones locales y nacionales y su mayor sentido de la historia en los encuentros de fútbol del siglo que se celebran con rutinaria frecuencia como mínimo tres o cuatro veces al año. Hace falta un golpe cruel del azar como el accidente de Smolensko, para que de pronto nuestra visión feliz quede ensombrecida. Nos recuerda las tragedias europeas que nos han precedido y que querían conjurar las víctimas del accidente y nos advierte de que la tragedia siempre se halla agazapada en cualquier esquina de la historia, como bien saben los polacos y olvidamos con excesiva frecuencia los otros europeos.

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12 de abril de 2010
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Beligerancia

Hace un par de meses tuve el gusto de hablar en un hotel habanero con un periodista extranjero que había escrito un largo artículo contra mí. La charla fue muy amena, aunque le reproché el haber redactado un texto tan extenso sin entrevistar antes al objeto de su diatriba, una persona viva y fácilmente localizable en La Habana. Después de dos horas de preguntas y respuestas, nos dimos cuenta que ambos queríamos básicamente lo mismo: un marco de respeto para nuestras ideas. Él lleva a cabo una cruzada contra los medios hegemónicos imperantes en su país y yo trato de que los cubanos puedan sacudirse el monopolio informativo estatal. Visto así, se trata de aspiraciones similares. Entre las estrategias más usadas por el discurso oficial en Cuba está la de separar a los ciudadanos en compartimentos no conectados. En la medida que cada uno se niega a escuchar al otro, no pueden constatar que tienen observaciones afines sobre su realidad y deseos confluentes de mejorar el país. Por eso se sataniza al crítico y se le impide a los periodistas oficiales invitarlo a los estudios de la televisión a participar en esos paneles aburridos donde todos tienen el mismo punto de vista. Se repite la táctica de ?echar a pelear? a personas que sentadas frente a una taza de café confirmarían sus afinidades en lugar de ahondar en sus diferencias. Siempre que escucho denigrar a alguien con adjetivos encendidos al estilo de ?mercenario? o ?vendepatria? me percato de que el emisor de tantas calumnias teme ?en su interior? que en un debate no pueda dejar los gritos y argumentar sus ideas. Los que ofenden son, generalmente, los que temen a la sana polémica por estar carentes de razones. He leído con sorpresa y optimismo el intercambio de cartas entre Silvio Rodríguez y Carlos Alberto Montaner, Cuando dos figuras que han sido colocadas en las antípodas pueden llevar a cabo una controversia sin apelar al alarido o a la amenaza, es señal de que las inyecciones de crispación ya no funcionan. De pronto hemos visto como el cantautor de la ?utopía? y el ?archienemigo? del gobierno han comenzado a mantener correspondencia y a debatir sus puntos de vista. Me pregunto si esa es la señal de arrancada para que en el interior del país un miembro del partido comunista pueda sentarse a dialogar con otro que pertenece a un grupo de la oposición. ¿Estaremos asistiendo al derrumbe de las paredes interiores que nos aislaron a unos de otros? ¿Cuántos más estarían dispuestos a dejar a un lado la injuria y sentarse a conversar? Quisiera creer que sí, que el mero hecho de responderle a un contrincante es la prueba de que se le respeta, la mejor forma de validar su existencia y su derecho a pronunciarse.

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11 de abril de 2010
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Vendedores de alfombras en el zoco geopolítico

A los gobernantes no se les echa del poder en las urnas, sino en revueltas callejeras. Quienes les sustituyen llegan con el marchamo de la renovación e incluso de un cierto afán liberal. Pero no tardan en regresar a la pauta autocrática que está inscrita en su entera tradición política. Primero se perpetúan en el poder con su clan familiar, mediante la corrupción y la manipulación de una imagen paternal y clientelista, y cuando ésta ya no da más de sí, incurren en el fraude electoral masivo. Esto alimenta a su vez a una oposición sometida a un trato indecente que prepara el siguiente ciclo y el próximo derrocamiento.

El papel de las grandes potencias en la vida circular de estas autocracias es central. Un buen déspota no se perpetuará en el poder si no trafica con inteligencia de jugador de póquer con Washington y Moscú, las dos capitales que todavía se disputan sordamente la hegemonía en la zona, en una especie de reminiscencia de la guerra fría. Ambas quieren bases militares en sus territorios y la seguridad de la sumisión de los gobernantes a sus designios políticos. Cabe imaginar el juego que puede dar una buena subasta organizada desde el zoco del poder en la remota capital donde se produce esta gimnasia política. La pequeña república centroasiática de Kirguizistán, con sus cinco millones y medio de habitantes, encaja como anillo en el dedo en esta pauta, incluyendo las bases americana y rusa. Se independizó en 1991, como resultado de la implosión de la Unión Soviética. Aunque celebra elecciones multipartidistas, hasta el momento sólo ha tenido dos presidentes, Askar Akáyev, primero de la República Soviética de Kirguizistán y luego de la república independiente, hasta 2005; y Kurmanbek Bakíev, presidente provisional a la caída de este último y reelegido luego en dos ocasiones hasta esta misma semana. Akáyev fue derribado por la que se llamó la Revolución de los Tulipanes; Bakíev, este pasado miércoles, por una violenta revuelta que ha catapultado al poder a la dirigente de la oposición y ex ministra de Exteriores Rosa Otunbáyeva. Y vuelta a empezar. Así es la vida en los patios traseros centroasiáticos, donde Estados Unidos se ha instalado de mala manera para apoyar sus aventuras bélicas en Irak y Afganistán; Rusia no quiere irse; y China, en cambio, invade sigilosamente, es decir, con los tentáculos de su economía. Incluso en Afganistán, algo más al sur, el presidente colocado por Washington, Hamid Karzai, se engalla con Obama y amenaza con hacerse talibán para sacar más réditos de su apuesta. No son novedades mundiales centroasiáticas. Caudillos y príncipes árabes lo saben todo de las técnicas de regateo y amenaza en el mercado de alfombras. Pero en la nueva multipolaridad es el entero planeta el que ahora se dedica a exprimir a los poderosos en el zoco geopolítico global.

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11 de abril de 2010
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De la leche al parapeto

Con la estampida en masa de inversionistas extranjeros, los anaqueles de las tiendas muestran las reales cifras de nuestras finanzas. Mi madre me llama temprano para avisarme que hay papel sanitario en un mercado lejano; dice que debo apurarme pues ya se ha corrido la voz y pronto se agotará. Salgo mirando a la derecha y a la izquierda como un ventilador, a ver si también aparece algún tipo de jugo para poner en la taza de Teo por la mañana. Pero el desabastecimiento es notable y han desaparecido de las tiendas los envases tetra-packs con la marca Río Zaza, la otrora empresa mixta sumida hoy en un escándalo de corrupción. El mercado negro ha colapsado, pues no es un secreto para nadie que éste se nutre del desvío de recursos en las fábricas y del robo durante la transportación de las mercancías hacía los comercios. Hasta los más pacientes empresarios foráneos, al estilo del español que regenteaba la firma Vima, han hecho sus maletas y regresado a casa. El consorcio entre la perfumería Suchel y el capital ibérico aportado por Camacho está llegando a su fin y mis amigas muestran sus canas ante la ausencia de tintes para el pelo. El tiempo en que el país compraba primero y pagaba después se terminó. Ahora arrastra tantas deudas que hacen difícil atraer el capital y tomar fiado. Los efectos de la crisis se sienten con fuerza en la vida cotidiana, donde un jabón ha pasado a costar un 30% más que hace apenas un año. Las amas de casa se rascan la cabeza frente a la sartén, mientras gritan que el salario se va como agua una vez cobrado a fin de mes. Ni siquiera los bendecidos por una remesa llegada desde afuera o los habilidosos comerciantes del mercado informal la tienen fácil. Pocos se acuerdan ya de aquel discurso pronunciado hace tres años en Camagüey, donde Raúl Castro insinuaba la posibilidad de un vaso de leche para cada cubano. Muy por el contrario, las palabras que emitió el pasado domingo nos han traído trincheras, parapetos e imágenes apocalípticas de la Isla hundiéndose en el mar. Corriendo detrás de los escurridizos alimentos, hemos tenido poco tiempo para reflexionar sobre lo dicho en el Palacio de las Convenciones, pero sus numantinas amenazas gravitan sobre nosotros. Interpretadas en un sentido directo, presagian que nos espera un hueco húmedo rodeado de sacos de arena, un fusil para dispararle no se sabe a quién y esa última bala en la recámara que usaremos sobre nosotros mismos. Mientras, el General se mantendrá firme en su puesto y comprobará ?a distancia? que no incumplamos la orden final de inmolación.

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10 de abril de 2010
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Esa leyenda moderna

 

"Soy judía, coja y lesbiana". No esta lejos esa manera de presentarse de aquello de su amigo Truman Capote: "Soy homosexual, soy borracho, soy un genio". Ambos eran una pareja muy inteligente, muy genial y no muy seria. Jane mucho más modesta, más tímida. Ninguno demasiado serio. Felizmente. La seriedad es muy densa. Yo- como mi compañero de éste bar abierto todos los días, todas las horas, Vicente Molina Foix-  también he tenido la suerte de estar en Málaga en los días de recuerdo de los Bowles. Unos días, con sus noches, llenos cuentos tangerinos de épocas míticas, de algunas añoranzas y de muchos recuerdos recuperados al lado del genial encantador- otro de mis preferidos casi ocultos, sin obra, sin edad y con el secreto de la modernidad- del nervioso tranquilo, del esteta, Pepe Carleton. Uno de sus méritos ha sido su capacidad de estar allí dónde pasaban cosas interesantes. Un elegante vital de culta y discreta homosexualidad, procedente de una familia llena de curiosidades, guerras, palacios, decadencias y disimulos. Fue capaz de romper con casi todo aquello, sin romper del todo. Hace años le dediqué una larga entrevista en "El País" dominical. No sólo le envidio por sus amores con Jane, mis envidias se suman a otras muchas, la principal es la de haber sido amigo de Audrey Hepburn y haber paseado con ella por la serranía de Ronda , sin raptarla, sin por lo menos intentar engañar al  pesado de Mel Ferrer. En fin, cosas del nervioso tranquilo de Carleton.

Me fui literalmente por los cerros de Úbeda, cuando de verdad lo que yo pretendía era incitar a los visitantes de este bar, para animar a los que no lo hayan leído, a los que tengan olvidadas antiguas lecturas o a los que ni siquiera se lo hubieran planteado, llegar o volver a la obra de Jane Bowles. Que la fama de Paul, sus libros, la película de Bertolucci, no impidan acercarse a esa fascinante, caprichosa, imaginativa, divertida y doliente mujer. Gran escritora de obra breve, de vida intensa y de amores inauditos. Sus cuentos y su única novela- "Dos damas muy serias" están en esa otra vuelta de tuerca que Anagrama hace de algunos de sus "clásicos". Edición que suma el tiene el aliciente del prólogo del amigo Capote. Algunos cuentos son obras maestras. La novela es una joya. Y eso fue casi todo. Solo faltan su obra de teatro que se recuperará en breve, "En la casa de verano" y esa tierna pieza corta, deliciosa y llena de humor escrita para títeres, "Una pareja en discordia" Eso es la obra completa de Jane Bowles. Merece la pena.

Como mereció la pena la lectura que Marisa Paredes nos hizo de algunos textos de ella y de Paul. Además de la última y emocionante carta que desde Nueva York le envío a su peculiar marido, Paul. Después volvería a Tánger, antes del ingreso en los conventos de aislamiento psiquiátrico de Málaga. Una mujer llena de luz que conoció las sombras en sus últimos años. Una fatalidad amorosa, vital que ya anunciaba en su obra llena de un peculiar sentido trágico del humor y la existencia.

Gracias al Instituto Municipal del Libro de Málaga, a Alfredo Taján y a todos los que han propiciado que el recuerdo, la literatura y la peculiar vida de Jane Bowles estén tan vivos, tan modernos, tan necesarios.

 

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10 de abril de 2010
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Dalia y gardenia

En la sobria pero hermosa lápida de granito negro de Finlandia que la ciudad de Málaga ha puesto encima de los restos de Jane Bowles sólo hay una leyenda debajo del nombre: "Cabeza de gardenia", atribuida a Truman Capote. El autor de ‘A sangre fría' fue amigo y fan acérrimo de la Bowles, y por escrito la describió, en el prólogo a la edición de sus (pequeñas) obras completas publicada en 1966 con  "su cabeza de dalia de desmochado pelo". Otros testimonios posteriores y el recuerdo de uno de los íntimos aún vivos de la escritora, Pepe Carleton, hablan de que la flor usada comparativamente era la gardenia. Probablemente Jane Bowles se levantara un día con el pelo pincho de la dalia y otro con los cabellos en pétalo recogido de la gardenia, y las dos flores de su cabeza se le irían marchitando a medida que se consumía en la clínica malagueña donde murió joven el 4 de mayo 1973.

   Ha sido una semana de recuerdo a Jane y a Paul, en una serie de actos tocados misteriosamente por la gracia a la vez chispeante y desdichada de esta singular pareja. El homenaje fúnebre del cementerio, el lunes 5, tuvo sol y viento y la breve música de la flauta de Richard Horowitz, uno de los dos compositores de la banda sonora de ‘El cielo protector' de Bertolucci, evocando el aire y la arena y el tránsito de los ‘outsiders' felices de serlo. Y es bellísimo el entorno de la tumba, en ese cementerio decimonónico de San Miguel en el que todo acoge y acompaña a los vivos que no se olvidan de sus muertos. (Resulta pintoresco, y sin duda a ella le habría hecho gracia, que la tumba más próxima a la de Jane, y ahora más modesta que la suya, sea la del grandilocuente poeta modernista Salvador Rueda).

     Por la tarde del mismo día, el salón de actos del Museo del Patrimonio se llenó para una nutrida sucesión de mesas redondas ‘bowlianas' iniciadas con la presentación del poeta y novelista Alfredo Taján, que en su capacidad de director del Instituto Municipal del Libro ha sido el entusiasta impulsor de las jornadas y las diversas publicaciones asociadas. Tuve la satisfacción de participar, junto a Jorge Herralde y Juan Cruz, en la que se centraba en las obras de narrativa de Jane, que Anagrama ha reeditado en un solo volumen. Pero yo recomiendo también otros libros ahora aparecidos, desde el más modesto, la edición por el propio Instituto de la deliciosa obrita breve para marionetas crueles ‘A Quarreling Pair' (que Luis García de Ángela traduce como ‘Una pareja en discordia' y yo llamaría ‘Una pareja de litigantes'), hasta el impresionante y muy bien editado e ilustrado volumen colectivo ‘Jane Bowles, últimos años'. Sin olvidar el título que a mi juicio es el mejor de Jane Bowles,  al lado de su magistral e influyente relato breve ‘Placeres sencillos': la obra teatral ‘En el cenador', un poema escénico de madres e hijas maliciosas, volubles, elocuentes y atormentadamente felices.

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9 de abril de 2010
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II. Las costuras del traje

También podríamos utilizar el ejemplo de una prenda de vestir, que me permite hablar de los procedimientos ocultos, esos que nunca pueden exhibirse a los ojos del lector porque conspiran contra la credibilidad del artificio, como serían las costuras de un traje. O el revés de un bordado. Voltear la tela al revés para examinar las costuras, es solamente un vicio del lector que lee como escritor y quiere ver la calidad de las puntadas, o la trama de revés de la tela, donde se esconden los secretos del procedimiento. Pero ésta es una deformación del oficio, que no le deseo a nadie que emprende la lectura de un libro por el gusto y el placer de leer, que es, al fin y al cabo, la razón de que existan los libros.

            Entrar en la lectura de un libro es entrar en la novedad que no debe ser mancillada. La costumbre, la familiaridad, terminan matando la sensación, o la ilusión de novedad, cuando uno lee como escritor para advertir los procedimientos, las mecánicas de relojería del libro, sus costuras, la trama al revés del bordado. Es la misma familiaridad  que permite descubrir, en la sala de la casa ajena que nos ha seducido la primera vez, tras repetidas visitas, las sombras de humedad en las paredes, la rotura de la alfombra, la insistencia de la presencia de determinados objetos que si nos maravillaron al principio, ahora nos resultan demasiado pobres, un desorden y un descuido que antes no estaban allí. Es la desilusión de la intimidad la que se apodera del ánimo, y en esa desilusión empiezan a habitar también ruidos, voces, olores, con su presencia incómoda.

 

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9 de abril de 2010
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Cuba Libre preso en La Habana

Justamente ayer, la víspera de presentarse en Chile una compilación de mis textos con el título Cuba Libre, me llegó una   información de la Aduana General de la República. En ella me confirmaban la confiscación de diez ejemplares de mi libro enviados a través de DHL. En las rancias y breves palabras de la burocracia, me explicaban:

Al realizar la inspección física del envío se detectó documentación cuyo contenido atenta contra los intereses generales de la nación, por lo que se procede a su decomiso en correspondencia a lo establecido en la legislación vigente.

Trato de reproducir la escena de ?los especialistas? dilucidando si permitían o no que el libro traspasara las fronteras de esta Isla y llegara hasta mis manos. ¿Buscarían en sus páginas alguna imagen obscena que pudiera ofender la moral? De seguro no la encontraron entre las fotos de vallas inflamadas de consignas políticas, las desvencijadas entrañas de un automóvil abandonado y las banderas cubanas exhibidas en un mercado donde no vale la moneda nacional. Esto último puede parecer obsceno, pero no es mi culpa. ¿Serían celosos doctores de la gramática esos que manosearon las frases de Cuba Libre buscando quizás una errata  o un tiempo verbal mal usado?  ¿Se trataba acaso de analistas militares, indagando entre los párrafos de mis crónicas por códigos ocultos, revelaciones sobre la economía o documentos secretos de la Seguridad del Estado? Nada de eso hallaron, ni siquiera la receta de cómo fabricar guarapo, esa casi extinta bebida nacional que se logra exprimiendo la caña de azúcar. Me conformo con fantasear que quienes impidieron a la versión española de mis textos llegar hasta cientos de amigos entre los que circularía eran unos uniformados con más disciplina que lecturas. Probablemente ya estaban avisados por los escuchas que monitorean constantemente mi teléfono; pueden haberles advertido incluso que no fueran a leer el contenido. Si tres años de publicar en el ciberespacio hubieran servido solamente para hacer llegar mi voz hasta estos torvos censores, sería suficiente motivo para sentirme satisfecha. Algo de mí quedará en ellos, como mismo su represiva presencia ha marcado mis crónicas, las ha empujado a saltar hacia la libertad.

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8 de abril de 2010
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Cerezas nucleares

Hoy daremos por terminada definitivamente la guerra fría. Una vez más. Con aquella contienda sin batallas ocurre algo extraño. Terminó en 1989, pero una vez y otra, en las dos últimas décadas, la hemos ido dando por solemnemente clausurada en unos gestos repetidos de conjuro o de reafirmación que no pueden ser más que tácita expresión de incredulidad. No nos faltan razones para la desconfianza. Pero esta vez será de verdad: la guerra fría queda atrás, es cierto; pero su lógica ha seguido hasta ahora mismo, y esto es lo que hoy terminará formalmente en Praga, donde Barack Obama y Dimitri Medvedev firmarán la renovación del Start, el tratado de reducción de armas estratégicas que conduce al punto más bajo de los arsenales nucleares desde aquellos tiempos en que el mundo vivía protegido bajo el paraguas del terror, al que se le llamaba la Destrucción Mutua Asegurada.

Yeltsin y Clinton la dieron también por liquidada en 1997, cuando pactaron el nuevo sistema de relaciones entre la Alianza Atlántica y Rusia, los enemigos jurados de antaño. Lo mismo hicieron Bush y Putin, cuando acordaron una reducción de arsenales en 2002. Barack Obama también acudió a este efecto-anuncio, justo ahora hace un año y en la misma ciudad, cuando pronunció uno de sus más brillantes y emotivos discursos. Pero el acto de hoy en Praga demuestra que lo que dijo entonces era verdad. Sus palabras de entonces se convierten en hechos que quieren clausurar la lógica de aquella guerra. A la firma del nuevo Start, le ha acompañado esta semana la presentación de la nueva doctrina nuclear de Estados Unidos, que sustituye a la elaborada con Bush en 2002, en los meses posteriores a los atentados del 11 S. Seguirá luego la Cumbre sobre Seguridad Nuclear, que reunirá la próxima semana a más de 40 primeros ministros y jefes de Estado. Y culminará en mayo con la conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación en la sede de Naciones Unidas. Todo son pequeños pasos, es verdad. La reducción de arsenales desplegados a un límite de 1550 cabezas estratégicas todavía se queda corta. La nueva doctrina nuclear conserva elementos de la antigua. Obama es un centrista, gradualista y pragmático del que no caben esperar giros de 180 grados ni revoluciones en cuestiones estratégicas. Pero estos pequeños pasos van exactamente en la dirección contraria a la involución que se había producido en los años de Bush. Su objetivo central, expuesto hace un año en Praga, es la eliminación de las armas nucleares, y su estrategia desplaza el papel de estas armas del corazón del concepto militar norteamericano en el que la situaron los neocons. Bush fue un presidente proliferador. Abogó por mantener las armas nucleares e incluso por desarrollarlas. Salió del tratado de limitación de pruebas para poder ensayar con nuevos ingenios tácticos, llamados también bombas de bolsillo. La deriva de su presidencia hizo temer que intentara lanzar una cabeza nuclear táctica contra Irán, en una acción que habría significado el segundo golpe nuclear de la historia, después de Hiroshima y Nagasaki y habría sido de consecuencias devastadoras. Puso en peligro la doctrina de la no proliferación con el acuerdo cerrado con India, un país con el arma nuclear que no ha firmado el tratado de no proliferación (TNP) y que en buena lógica no debía tener asistencia de los países firmantes. Y lo peor de todo, con su guerra de Irak, impartió una auténtica lección proliferadora a Corea e Irán: quien no quiera ser atacado como Sadam Husein, que no tenía armas de destrucción masiva, mejor que las adquiera lo más rápido posible para evitarlo. Obama tiene una visión totalmente distinta, inspirada no por el miedo, sino por la esperanza en un mundo sin armas nucleares, al que quiere llegar mediante la acción multilateral. No lo plantea en términos ingenuos: de ahí la lentitud de sus pasos, que exasperarán a los pacifistas. Al contrario, quiere que sean prácticos y ofrezcan resultados tangibles: con su nuevo concepto, que mantiene intacta la capacidad disuasiva de Washington, quiere convencer a los senadores republicanos para que completen los dos tercios de votos que exige la ratificación del nuevo Start firmado con Rusia. Con la complicidad de Moscú, quiere plantear una actuación global en aquel Gran Oriente Próximo que Bush quiso remodelar y democratizar a cañonazos. En su caso, lo que busca es descargar a Israel de la preocupación por la amenaza existencial que supone un Irán nuclear e imponer un plan de paz que ninguna de las partes tenga fuerzas ni argumentos para rechazar. La suya es la doctrina de las cerezas: tiras de una y siguen las demás.

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8 de abril de 2010
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