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Gran Vía sin Ava

 

Estraperlistas, inversores sin escrúpulos, espías de rojo, escondidos de la segunda gran guerra, monarcas sin tronos, reyes de países desaparecidos, barones de imperios caídos, diplomáticos sin destino, nazis favorecidos del régimen y otras faunas de la vida golfa poblaban la Gran Vía después de la derrota republicana. Los malos habían tomado Madrid, se habían apropiado de la Gran Vía después de haberla bombardeado. Madrid, en los años de la Segunda Guerra Mundial, en los primeros años de la reconstrucción democrática de las ciudades liberadas de los fascismos, se había convertido en el refugio cosmopolita de lo peor de Europa. Una ciudad cosmopolita que estaba llena de agujeros, de miseria, de perdedores, encarcelados, humillados y vencidos. "Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres" como decía el poema del pusilánime, buena persona, bebedor y putero, Dámaso Alonso. Y la Gran Vía era su escaparate para disimular las miserias, para inventarse que Madrid también era New York.

Cien años de la Gran Vía, y setenta años desde que la calle se volvió a iluminar para esconder o disimular la inmoralidad de los vencedores. Ayer me tocó esperar que salieran los Borbones de la librería de la Gran Vía dónde no encontraba un libro que hoy, al fin y en una vieja librería, he podido encontrar. Me pareció una imagen irreal, atrapado en una librería porque allí estaban los reyes. Felizmente se fueron pronto, dejaron sus sonrisas y sus rápidas preguntas por algunos autores, algunos libros. Me pareció escuchar que el responsable de la librería, "La Casa del Libro", les hablaba del centenario de Miguel Hernández, le honra.

Hace años escribí sobre la Gran Vía y algunas de sus más famosas habitantes. Lujosas y menos lujosas chicas de alterne de Pasapoga, Pidoux,  El Abra o Chicote. Lugares del pasado, espacios del recuerdo de una calle, de una ciudad que ya no es aquella. Todavía queda "Chicote", pero ya no están las señoritas prostitutas que seguían las normas del barman simpático y franquista, Perico Chicote. Ya no es el que fue. Ni están las chicas en la barra, ni nunca más estará Ava Gadner cogiendo una barata y divertida borrachera.

Me gustaban aquellos simpáticos de la golfemia culta, la generación del 27 de la derecha- Jardiel, Tono, Neville, Mihura, Herreros- que creían haber ganado la guerra y tuvieron que soportar el franquismo. ¡Que se jodan!  Tenían su gracia, su humor disparatado, absurdo. "Yo había decidido nacer en Madrid, porque pensé que era el sitio que me cogía más cerca de "Chicote". Hubiera podido nacer en Burgos, o en Sevilla, sin ningún esfuerzo porque ambas capitales estaban terminadas ya; pero eso me hubiera pillado muy lejos para ir a tomar el aperitivo"

Mi homenaje, mi recuerdo, mi cariño a las peripatéticas de la Gran Vía que tuvieron que ocultar a sus padres perdedores, burlar las raciones de las cartillas de racionamiento a golpes de cadera. De meneo de trasero, de falsas copas, de polvos rápidos y de miedos de supervivientes en aquella ciudad abierta, hipócrita, injusta para la mayoría, divertida para algunos. La Gran Vía fue el escenario ideal de todas esas Lolas de espejos oscuros.

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6 de abril de 2010
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Sobre los modos de contar la realidad

La semana pasada escribía aquí  acerca de la más reciente novela de Muñoz Molina, novela que se añade a la ingente cantidad de ficción escrita a propósito de la Guerra Civil española y que parece así pervivir obstinada en nuestra memoria: para bien y para mal. Como la siniestra noche dictatorial que vivió la Argentina y que aún sigue habitando en las pesadillas de muchos, oscura como un mal presagio, mantenida viva también por maravillosas y al mismo tiempo sombrías ficciones que se han escrito acerca de ella. Una de las más conmovedoras para mí, por la delicada manera de eludir el horror en bruto y precisamente por ello hacerlo más terrible, ha sido escrita por un vecino de Blog, Marcelo Figueras. Se hizo una película de ella y se llama Kamchatka. Altamente recomendable. Y las muchas ficciones acerca de la dictadura chilena, desde las que la muestran a rostro descubierto y sin escatimar su plena dosis de horror, hasta las que la mantienen como una línea de horizonte para el argumento de una historia aparentemente más liviana o acaso más personal, como Almuerzo de Vampiros, de Carlos Franz, otra novela de gran valía.

Y algo similar viene ocurriendo en el Perú, que ha generado en los últimos años una gran cantidad de literatura ¾buena, pasable y a veces simplemente mala¾ sobre lo que sucedió allí durante los terribles años del terrorismo y la dictadura de Fujimori. Es un fenómeno curioso porque habitualmente las dictaduras y el terrorismo suelen ser fuerzas que casi nunca actúan al mismo tiempo: naturalmente, una dictadura jamás consciente que el terrorismo campee a sus anchas: ella misma ejerce de tal, desde la usurpación del Estado. Por eso, cuando ocurre, como fue el caso del Perú a finales de años ochenta y principios de los noventa -que la dictadura de Fujimori tuviera que luchar contra el terrorismo de Abimael Guzmán- se genera en el país una noción distorsionada de lo que está bien y lo que está mal. Cuando Fujimori paseaba entre los cadáveres de los terroristas del MRTA que habían secuestrado durante meses a gente que se encontraba en la embajada de Japón en Lima, muchos festejaron aquella imagen llena de salvajismo como el triunfo del bien sobre el mal. Y parecíamos no darnos cuenta de que en la batalla que libra una dictadura contra el terrorismo no hay ningún ganador, pero sí un perdedor: la civilidad y la democracia.

Algo similar parece haberse trasladado a mucha de la literatura que se ha escrito en el Perú sobre aquellos años de terrorismo y gobierno despótico. Parece pues que los peruanos aún no somos capaces de leer simplemente literatura de "la guerra" (ya todo un género...) sin tomar partido, sin criticar al escritor, a la mayor o menos complacencia con la que escribe, a su grado de participación ideológica, a su postura frente a aquella época sombría. Y parece que todo el espectro termina por contaminarse y el debate se libra fuera del terreno literario. No es bueno, pero parece que tampoco resulte evitable, al menos del todo y durante algún tiempo. Quizá en esos casos ocurre que son los otros, los de fuera, los que pueden leernos mejor, menos premunidos contra lo real que alimenta aquellas historias.   

 

 

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6 de abril de 2010
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¡Felicidades, Gran Vía!

  

 

            La Gran Vía es femenina, con curvas, empinada, sinuosa. Según nos situemos, la perspectiva será diferente, como si los edificios se doblaran para dejar entrar lo mejor de la luz o alguna hermosa fachada a lo lejos. Y si se mira para arriba en los días de sol los cristales de las ventanas parecen espejos enviándose señales unos a otros. Tras los espejos hay academias, clínicas, despachos de abogados, de detectives, hostales, habitaciones de hotel, apartamentos, oficinas y mucho más. Y abajo aún nos podemos encontrar alguna tienda con flamencas, toros, mantones y damasquinados, que nos hace preguntarnos cómo veríamos esta calle si fuésemos turistas. Yo particularmente nunca me sentaría en una terraza entre torrentes de gente que pasa sin cesar y codo con codo con los coches. Sus aceras están hechas para andar, para moverse, y si es verano, bajo la sombra de los propios edificios porque no hay árboles. Se ha intentado instalar algo de verde con jardineras aquí y allá, pero la Gran Vía rechaza el verde, no necesita esconderse tras el follaje, es lo que es. Tiene ese toque popular que hace que todo el mundo sea de la Gran Vía. Especialmente ahora que cumple 100 años. Qué no habrá ocurrido aquí, qué no se habrá visto en estas aceras llenas día y noche.

            En esto iba pensando mientras paseaba el otro día por ella echándoles vistazos a los escaparates, hasta que al llegar al edificio de Telefónica se abrió una gran puerta giratoria a mi paso que me dijo, entra, y entré lentamente sin saber bien qué hacía allí. Era una tarde extraña, entre plateada y rosa, tormentosa sin tormenta, melancólica. Daba la impresión de que el cambio climático se iba a producir de un momento a otro y que nos iba a pillar en la calle. En la acera había un grupo de jazz tocando y los transeúntes pasábamos a su lado con nuestros mejores andares como si estuviéramos en el rodaje del final del mundo y no quisiéramos estropearlo.

            Éste sería un momento tan malo como otro cualquiera, pensé mientras me dejaba tragar por la puerta giratoria hasta la exposición que acogen estas instalaciones de teléfonos de distintas épocas y todo lo referente al principal invento de nuestra civilización después de la luz. Todos los modelos, aunque fuesen muy antiguos, me resultaban familiares porque los había visto en el cine. Ese aparato con un gancho al lado que parecía una prolongación de la mano de Cary Grant o Humphrey Bogart. O las telefonistas de El apartamento, de Billy Wilder. Precisamente hay una reproducción muy emotiva en esta muestra de una larga centralita con clavijas y luces rojas y verdes y las operadoras sentadas en fila y uniformadas en las posturas más cómodas que podían adoptar para que no se les hinchasen las piernas. Detrás de ellas, en un pupitre aparte, una encargada vigilaba su trabajo, ¿tal vez para que aquella chicas que tanto han llenado la pantalla con sus voces cruzadas y sus dedos ágiles y su profundo conocimiento del ser humano no escuchasen más de la cuenta? Eran unas expertas en la voz. La voz es lo que llega más lejos de una persona. Es como su espíritu y nunca cambia tanto como el cuerpo. Quizá por eso lo que al final quedan en las casas y castillos embrujados son las voces de sus habitantes. Ahora, en cambio, preferimos no comprometernos con la voz y escribir mensajes.

            Seguí adelante. Tenían algo nostálgico los grandes teléfonos negros de Crimen perfecto y los blancos de Confidencias de medianoche. Pero lo más impresionante fue entrar en una habitación en que se levantaban imponentes bloques metálicos con cables y palancas. Era una central antigua en que se veía cómo por una mínima llamada se ponía en movimiento todo un universo de piezas que iban chocando unas con otras. Y esto sucedía tanto si la llamada servía para salvar una vida como para cualquier tontería, como si el universo fuese ajeno a lo que consideramos importante, y como si nosotros fuésemos ajenos al complejo engranaje que entra en funcionamiento con cualquier acción, con cualquier palabra o mirada. Pero ahora estamos acostumbrados a no ver la gran complicación que hay detrás de la vida. Si nos diésemos cuenta quizá nos frenaríamos en el empeño de hacerla difícil y angustiosa. De hecho en los modelos de central actuales todo es más rápido, fluido, más invisible, como si no pasara nada. Y, sin embargo, pasa.

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6 de abril de 2010
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Patria de uno, pueblo de uno, socialismo de uno

O de dos, porque ese uno que fue dos, Raúl, es como un eco del uno único, que es Fidel. El nuevo uno no es tan prolijo como el otro y algo más viejo uno, pero es igual de claro en su caudillismo. Cuando dice pueblo quiere decir yo, cuando dice patria quiere decir yo y cuando dice socialismo también quiere decir yo.

El culmen de esa egocracia vestida de socialismo militarizado y de vulgata marxista es exhibir los acontecimientos de 1962, la crisis de los misiles entre la Unión Soviética y Estados Unidos, el momento en que la humanidad se ha situado más cerca del holocausto nuclear, para amenazarnos con otra, con una repetición que esta vez termine con todo: ?Este país jamás será doblegado. Antes prefiere desaparecer, como lo demostramos en 1962?. Que traducido del castrista quiere decir: me llevaré todo por delante antes de rendirme o pastelear una transición democrática; prefiero que desaparezcamos todos y que la isla se hunda en el mar de las Antillas a que desaparezca la dictadura que ejercemos los hermanos Castro sobre el pueblo cubano. En aquella crisis, provocada por el despliegue de misiles nucleares soviéticos en Cuba, el máximo dirigente de la URSS, Nikita Jruschov, negoció con el presidente americano, John Kennedy, a espaldas de un Fidel Castro empeñado en mantener el desafío y dispuesto a ir a la guerra, que sería nuclear, con Estados Unidos aun a costa de la desaparición de Cuba. Su hermano Raúl evoca ahora aquellos hechos para demostrar su disposición a hundirse como Sansón en el templo con todos los filisteos antes que ceder el poder. Los Castro hablan del pueblo, de la patria y del socialismo. Pero es bien evidente que sólo ellos son los intérpretes auténticos de lo que quiere y dice el pueblo, del que queda automáticamente excluido quien no piense y haga lo que ellos quieren. Como ellos también son los únicos intérpretes de una patria que prefieren exterminada antes de que sea libre de decidir su destino. Y no hablemos del socialismo, que quiere decir la propiedad privada castrista de todos los medios de producción, de la tierra y de cuanto se mueve en Cuba. Dicho en otras palabras: Cuba es su cortijo. Por cierto, este discurso lo ha pronunciado Raúl Castro en la alcusura del congreso de la Unión de Juventudes Comunistas, donde una vez más se ha puesto en evidencia lo que sucede con las autocracias: ni siquiera cumplen las reglas que ellas mismas se imponen. El PCC tiene la obligación estatutaria de reunir su congreso cada cinco años. Pues bien, veamos que dice al respecto el máximo líder: ?En asuntos de envergadura estratégica para la vida de toda la nación no podemos dejarnos conducir por emociones y actuar sin la integralidad (sic) requerida. Esa es, como ya explicamos, la única razón por la cual decidimos posponer unos meses más la celebración del Congreso del partido y a la Conferencia Nacional que lo precederá?. El último congreso del PCC, el quinto, se reunió en 1997, y la Conferencia Nacional, de reunión obligada entre congresos, jamás se ha reunido. Y el secretario general es todavía el abuelo Fidel, con su chándal y su verborrea irrefrenable. Lo dicho: el cortijo de una dictadura gerontocrática. (El ya fallecido Robert McNamara, entonces secretario de Defensa de Kennedy, dio esta explicación, que traduzco, sobre la crisis de los misiles, en el filme ?The Fog of War? de Errol Morris. ?No fue hasta enero de 1992, en una reunión presidida por Castro en La Habana, cuando me enteré de que 162 cabezas nucleares, incluyendo 90 cabezas tácticas, estaban desplegadas en la isla en aquel crítico momento de la crisis (sic). No podía creer lo que estaba oyendo y Castro se enfadó mucho conmigo porque dije: ?Señor Presidente, terminemos esta reunión. Esto es totalmente nuevo para mí y no estoy seguro de que estén traduciendo correctamente?. ?Señor Presidente, tengo tres preguntas para usted. La primera: ¿Tenía usted conocimiento de las armas nucleares desplegadas? Segunda pregunta: ¿En caso de saberlo, habría recomendado usted a Jruschev que las usara ante un ataque de Estados Unidos? Tercera pregunta: ¿En caso de usarlas, qué hubiera sucedido con Cuba?.? ?El respondió: ?En primer lugar, sabía que estaban aquí. En segundo lugar, no habría recomendado a Jruschev, sino que le recomendé efectivamente que las usara. En tercer lugar: ¿Qué hubiera sucedido con Cuba? Habría quedado totalmente destruida. Así de cerca estuvimos. Errol Morris: ¿Y se le veía dispuesto a aceptarlo? Sí, y volvió a preguntarme: ?Señor McNamara, si usted y el presidente Kennedy se hubieran encontrado en una situación similar, ¿qué hubieran hecho??: Le dije: ?Señor presidente, espero por Dios que no lo hubiéramos hecho. ¿Hacer caer el templo sobre nuestras cabezas? ¡Dios mío¡?.)

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6 de abril de 2010
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El crítico peregrino

  

Joaquín Marco. El crítico peregrino. Leer y escribir sobre narrativa española. Madrid: Marenostrum, 2009. 

 

Esta recopilación de ensayos, balances y artículos sobre novela española moderna y contemporánea  es, en primer lugar, una biografía intelectual de Joaquin Marco, de su vasta producción crítica y su permanente fe en la lectura. Esto es, de la necesidad vital de interpretar la producción literaria como el íntimo proceso de la formación nacional moderna. Editor de largo aliento, crítico constante desde la prensa barcelonesa, compilador de trabajos criticos sobre autores y movimientos literarios claves; hombre, en fin, de letras comprometido con la escritura de su tiempo, Marco representa la estirpe más civil del crítico como agente  cultural, a la vez tolerante y justo.  Durante cuarenta años, Marco ha practicado la crítica como testigo privilegiado del  movimiento cultural que buscó abrirle puertas a la cultura española, siguiendo la promesa moderna de una sociedad que, en la lectura, adquiría su conciencia reflexiva y su capacidad de diálogo.  Este libro prueba que las palabras ganaban, desde la literatura,  la veracidad mutua.
 

No es casual, entonces, que la primera parte de esta compilación se titule “Una literatura para la democracia,“ y empiece con las evidencias: las literaturas de España se han desarrollado, desde la Guerra Civil, frente a un escollo principal: la censura. Este libro incluye trabajos que van de 1965 hasta 2003, aunque la mayoría son de la década de los 70, y corresponden, por lo mismo, al horizonte de expectativas abierto por la democracia. Pero si el largo debate por hacer de la crítica una forma adelantada de libertad ciudadana, es parte ya de la historia intelectual de la recuperada modernidad española; las promesas de la transición, en cambio, no se cumplieron literariamente como movimiento de renovación.  Las grandes novelas que saldrían a la luz al acabar la censura, no aparecieron. Más bien, las mayores novelas se dieron en esos años de fermento y lucha contra las censuras. Y también, cuando se asumió el riesgo formal,  el diálogo creativo con la novela latinoamericana y la recuperación de la novela española del exilio. En la sección “De Nada a la Modernidad,” Marco recuenta principalmente la obra de Cela, Delibes y Torrente Ballester, seguramente proyectos modélicos. Pero en la siguiente sección y más decisiva, “Una narrativa camino a Europa,” el crítico recorre la gran diversidad narrativa de  la transición: Semprún, Fernández Santos, Sánchez Ferlosio, Martín Gaite, García Hortelano, Juan Goytisolo, Martín Santos, Marsé y Luis Goytisolo, sobre cuya obra se detiene con más atención, y no sin buenas razones; la serie iniciada con Recuento es una de las mayores articulaciones contemporáneas de la novela escrita dentro de España. Luego, Marco reúne bajo el rubro de “Por caminos inciertos,”  la disyunción de voces y tendencias que van de Vázquez Montalván a Enrique Vila-Matas.  Mientras que las secciones anteriores están signadas por la certidumbre, ésta testimonia las rutas no de la ficción sino del campo cultural,  que estos años de bienestar  transforman sus convicciones, hábitos, y expectativas. La literatura deja de ser una actividad heroica y pasa a ser materia del mercado en la sociedad del espectáculo.  Pero el crítico, con mano firme, separa la paja del grano y, con buen ánimo, recobra aquello que promete futuro.
 

Joaquín Marco empezó su fructífera carrera  en Destino y fue crítico literario de La Vanguardia. Su trabajo incluye la monografía, el estudio académico, y la edición formal, pero nunca consideró su labor divulgadora como menor  y fue capaz de hacer, con igual rigor, la reseña periodística. Fue por mucho tiempo unos de los pocos críticos españoles dedicados con fervor a las literaturas latinoamericanas. En la memorable serie OCNOS que fundó y editó, aparecieron por primera vez en España los principales poetas latinoamericanos pero también algunos libros de poetas españoles del exilio. Catedrático de literatura española en la Universidad de Barcelona, fue uno de los muy pocos que le hizo lugar a las escrituras de la otra orilla. No menos rico de lecturas y recuentos será el tomo de sus trabajos sobre hispanoamericana que debe seguir a esta compilación.
 

La atención crítica de Joaquín Marco tiene la forma de su devoción literaria. Merece reconocimiento esa labor discreta,  tan vital como intelectual, tan gratuita como necesaria.

 

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5 de abril de 2010
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Una juventud demasiado vieja

La máxima cita de la Unión de Jóvenes Comunistas concluyó en La Habana, pero su pariente mayor, el Partido, aún no anuncia la fecha en que celebrará su sexto congreso. Raúl Castro afirmó a principios de 2009 que convocaría -a la mayor brevedad- una conferencia nacional del PCC, pero a estas alturas nadie puede ubicarla en el almanaque. La UJC se le ha ido entonces por delante al reunirse en el Palacio de las Convenciones y discutir temas que habrían dejado fructíferas polémicas si hubieran contado con un marco de verdadero respeto. Bajo el lema de ?Todo por la Revolución?, cientos de rostros juveniles observaron la mesa presidencial repleta de funcionarios que ya cumplieron más de seis décadas de vida. La vieja generación no estuvo allí para decirles a los más nuevos ?el país también es de ustedes, les toca ahora decidir el rumbo?, sino que los exhortó al sacrificio, los amonestó por la poca combatividad y quiso arrancarles pactos de continuidad y eterna fidelidad. Es el tipo de acciones que desarrolla un partido político en relación con su cantera, pero en el caso cubano se trata de la única organización juvenil permitida por la ley. Llama la atención que a esa edad en que adoptamos las poses más variadas y defendemos las banderas más increíbles, a nuestros jóvenes sólo les está admitida la militancia bajo el carnet rojo. Muchos de ellos, en circunstancias más libres, engrosarían filas en un grupo ecológico, se sumarían a un piquete de activistas sindicales o se afiliarían para exigir el fin del Servicio Militar obligatorio. Quienes hoy forman parte de la UJC nacieron comenzado ya el Período Especial, no alcanzaron juguetes en las tiendas de productos racionados y sólo tomaron leche -legalmente-  hasta los siete años. Han crecido gracias al mercado negro y se han puesto zapatos porque sus padres desviaron recursos del estado o le pidieron a un pariente exiliado ayuda para comprarlos. Se trata de una generación crecida en medio del apartheid turístico que impedía a los cubanos entrar en los hoteles o acceder a ciertos servicios; hijos amamantados con consignas vacías en las escuelas y palabras de hastío en los hogares. A pesar de su compromiso de lealtad, sospecho que acarician el desquite, ese momento en que romperán todas las promesas hechas a los mayores.

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5 de abril de 2010
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La manga de la sotana (un recuerdo irlandés)

El padre Arnall entró y la lección de latín dio comienzo (...) pidió a Jack Lawton que declinara la palabra  mare y Jack Lawton se paró en el ablativo singular, no consiguiendo llegar hasta el plural.

-Deberías avergonzarte de ti mismo, dijo el padre Arnall severamente. Tú, el primero de la clase.

Después preguntó a un segundo alumno y a un tercero. Ninguno fue capaz de responder. El padre Arnall parecía calmarse a medida que un alumno tras otro intentaba responder sin conseguirlo. Finalmente preguntó a Fleming y éste respondió que esta palabra carecía de plural. El padre Arnall de repente cerró el libro y le gritó:

-De rodillas ahí en medio de la clase. Eres el muchacho más vago que he visto jamás. El resto de la clase a  copiar de nuevo los deberes. (...)

Un silencio se cernió sobre el aula y Stephen, mirando disimuladamente el rostro del padre Arnall, percibió que había enrojecido de  rabia (...)

La puerta se abrió despaciosamente y se cerró de nuevo. Un corto susurro recorrió la clase: era el Director de Estudios. Hubo un instante de silencio grave al que siguió el sonoro golpear de una regla en el último pupitre. El corazón de Sthephen palpitó aterrado.

-¿Todos estos chicos quieren una buena zurra, Padre Arnall? gritó el Director de Estudios. ¿Hay en esta clase algún perezoso, algún gandul,  que quiere ser zurrado?

Llegó al centro de la clase y vió a Fleming arrodillado.

-¡Vaya! gritó. ¿Quién es este chico?

- Fleming, Padre.    

-Vaya, ¡Fleming¡ Un gandul sin duda. Lo veo en su mirada ¿Por qué está de rodillas, Padre Arnall?

- Escribió una mala versión de Latín, respondió el padre Arnall, y no dio una en las preguntas de gramática.

- ¡Sin duda fue así! Gritó el Director de Estudios. ¡Un gandul de nacimiento! Se nota en su mirada.

Golpeó con su regla el pupitre gritando:

-¡De pie¡ ¡De pie  muchacho!

Fleming se levantó despacio

-¡Arriba! Gritó el Director de Estudios.

Fleming alzó su mano. La regla cayó sobre ella con un fuerte ¡zas!: uno, dos, tres cuatro, cinco, seis.

-¡La otra mano!

De nuevo la regla produjo seis fuertes, rápidos,  ¡zas! (...)

 

¡A vuestros deberes, el resto de la clase¡ gritó el Director de Estudios. Aquí no queremos vagos  ni  gandules, no queremos perezosos intrigantes. ¡A vuestros deberes¡ Os aseguro que volveré a estar aquí cada día. Sí, el padre Dollan volverá a estar aquí mañana.

Golpeó a uno de los alumnos en el costado con la regla diciendo:

- ¡Tú! ¿Cuándo volverá a estar aquí el padre Dolan?

 -Mañana,  Padre, dijo la voz de Tom Furlong

- Mañana y pasado mañana y al día siguiente, dijo el Director de Estudios. Metéroslo en la cabeza. Cada día tendréis aquí al padre Dolan. Seguid escribiendo. ¡Eh! tú, muchacho, ¿cómo te llamas?

El corazón de Stephen se sobresaltó de golpe.

-Dedalus, Padre

- ¿Por qué no estás escribiendo como los demás?

- Yo.... mis...

No podía hablar por el miedo

- ¿Por qué no está escribiendo, Padre Arnall?

-Se rompieron sus gafas, dijo el padre Arnall y le autoricé a no hacer los deberes.

- ¿Se rompieron? ¿Qué estoy oyendo?¿Cuál era pues tu apellido? dijo el Director de Estudios.

- Dedalus, Padre.

- Fuera de aquí Dedalus, pequeño tramposo. Veo el granuja en tu cara.¿Dónde rompiste las gafas?

Stephen se fue aterrado y apresuradamente al medio de la clase.

-¿Dónde rompiste las gafas? Repitió el Director de Estudios.

- En el camino del cementerio, Padre

- ¡Vaya! en el camino,  gritó el Director de Estudios. Conozco el truco

Stephen alzó sus ojos  extrañado y vio un instante los  cabellos grisáceos y blancos de su cabeza ya no joven  (...) vio sus ojos sin color contemplándole a través de sus gafas. ¿Por qué había dicho que  conocía el  truco?

- ¡Vago, pequeño gandul! Gritó el Director de Estudios. ¡Romperse las gafas! ¡Un viejo truco de escolares!¡Abre tu mano inmediatamente¡

Stephen cerró sus ojos y  mantuvo en el aire su temblorosa mano con la palma hacia arriba. Sintió como el Director de Estudios se la sujetaba  un instante a la altura de  los dedos tensándola, y después sintió el deslizarse de la manga de la sotana mientras la regla era alzada para golpear (...)

La otra mano! Dijo el Director de Estudios

Stephen retiró su lisiada y dolorida mano derecha y alzó la mano izquierda. La manga de la sotana se deslizó de nuevo mientras la regla era alzada (...)

-¡De rodillas!, gritó el Director de Estudios

Stephen se apresuró a arrodillarse apretando sus golpeadas manos  contra los costados."

 

James Joyce, A Portrait of the Artist as a Young Man (1914).  Experiencia vivida por el protagonista en  el colegio de los Jesuitas de Clongowes.  

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5 de abril de 2010
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El fin de semana

Muchos tienen familia y pareja. O pareja sin familia o familia sin pareja ni parientes  con quienes compartir,  más o menos, las horas de los fines de semana. Yo puedo hablar, como testigo directo, del fin de semana puro, fin de semana single y sin otra presencia humana, despojado de otros planes, otras voces, otro rumor.

Yo, a solas, en casa, mientras el fin de semana planea  y las cuarenta y ocho horas sin expresa obligación exterior componen una imaginaria tienda de campaña que fabrica  mi estancia y delimita un espacio en el que he sido olvidado del exterior, he olvidado el afuera, o las dos cosas a la vez.

Tanto la inmovilidad del teléfono o la parálisis ocasional de los aparatos domésticos, el silencio entero e  inmóvil, hace que, en general, los muebles y los objetos  creen alrededor una cápsula sonora tan frágil como invisible. Digo frágil, inspirado en el  pánico incluso de que alguien pueda interrumpirlo mediante una llamada o que,  aún peor, pulse nada menos que el timbre de la puerta y quiebre del todo este santuario,  este finde, que ya es socialmente un edículo en donde nos parapetamos delicadamente de los demás y en cuyo seno hogareño, nuestro seno personal, sea esto lo que sea, reposa en la cárcava  de la vacación.

Una semana no parece nunca un intervalo considerable pero el fin de semana confiere al tiempo laboral, anterior y posterior una intensidad y   longitud palpitantes. Tras el fin del fin de  semana aparece un escalón abismado hacia unas tareas laborales difíciles de soslayar y antes, en el borde del fin de semana, se trata de taponar una presión que todavía empuja en las mentes y prueba la obsesiva potencia que posee.

Pero  digamos que ahora, en estos momentos del finde, nos hallamos encerrados en su cenobio,  protegidos contra la urgencia empresarial, las órdenes superiores y los plazos de importancia mercantil.

Por un periodo que se refiere exactamente a dos fechas del calendario somos liberados (formalmente) del requisito contractual y provisionalmente emancipados de los reglamentos que hacen posible un indispensable sueldo al final de mes. Este tiempo llamado "libre", se halla sin embargo incluido en el contrato y precisamente para suspender el cariz del contrato absoluto, dos días cada cinco, liberar la obligación de defecar productividad durante dos jornadas después de haber legado hasta las heces el resto intestinal. Dos días, en fin, que el contrato reconoce como del trabajador y no de la empresa, a pesar de que en suma "todo es de la empresa" y con los nuevos medios de telecomunicación cada vez más.

Estos dos días son, en cualquier caso, días parados, simulacros de libertad personal. La vestimenta informal, la libre cadencia de los movimientos los posibles planes para comprar el diario sin apremios, dar un paseo sin causa, acudir a un centro comercial, ver una película o un partido en la usura de la televisión, componen un modesto repertorio de entretenimientos que, aún así, transforman la naturaleza de los demás días reglados.

Cambian, en fin, el sentimiento productivo de la vida por el sentimiento desvalido de la vida. O bien, así nos parece que oponemos, como el mismo Dios manda, el sábado y el domingo, apegados ya como una pareja indisoluble de lo sabático y dominical, a los otros números  del calendario donde cada día se presenta unitariamente, soldadescamente.

El martes, el miércoles el jueves, son días ferruginosos y pesados que circulan por su cuenta, días  superiores a nuestra elección y dirigen nuestro albedrío, ejercen su autoridad y priman sus necesidades sobre las nuestras. O más que eso: ponen sus necesidades en un encimado lugar y de tal carácter impositivo que nuestros deseos deberán permanecer celados en  nuestro interior y nuestra mente enfocada  cumplimiento de la obligación establecida.

Esa obligación es igual a la requisitoria empresarial en la mayor parte de los casos, pero en cualquier caso  la obligación productiva se yergue como un  SuperYo, Dios o Existencia  imponente, al llegar el lunes. Todo el repetido pavor que el lunes despierta -aún en su objetiva inocencia- obedece a su catadura impositiva y terminante de la noche del domingo a su despertar.

Una catadura de erección muy firme y que de súbito se vive como el nacimiento del otro mundo doméstico: el mundo de la realidad colectiva, exterior al hogar,  frente al universo  de la realidad personal, el mundo de una organización adulta que no permite  la versión del juego, la práctica del gusto individual, el deseo o la desorganización pueril, sexual o no.

El lunes, en cuanto primer día de la semana laboral, actúa como faro de la imposición y se yergue una y otra vez como la voz antipática  de nuestra existencia, sea cualquiera que sea.

La existencia se realiza físicamente en su tropiezo con este plano simbólico de la reglamentación. No sabríamos nada de lo que es existir aquí si con frecuencia no se nos recordara la  existencia que pagamos o, dicho de otro modo, la parte de existencia que a otros, instituciones políticas, sociales, mercantiles o religiosas,  pertenecen nuestras vidas para que, en el tributo oficial que nos empobrece, podamos todavía vivir. O bien: sólo vivimos de verdad en cuanto experimentamos el robo. La muerte en primer lugar como reina de la máxima ruina y del atronador desfalco, desaforados tributos a la reglamentación como entregas regulares de  nuestra libertad en proporciones sangrantes,

Porque , de otro modo, sin pagar con nuestra carne, nuestro cuerpo, nuestra mente o nuestra vida ¿cómo distinguir el  Paraíso de la Tierra o la vida regalada de la insoportable ruindad de la muerte.

 En los dos términos comparativos, el paraíso  y la muerte, la regla se suspende sólo cuando los guardianes de la medicina se interfieren como ángeles de los seres humanos De hecho, ¿sabríamos vivir los actuales seres humanos, más sanos y mejor peinados, sin la medicina? 

Precisamente vivimos cada vez, un mayor número de años cosméticos, gracias a la clínica (o Clinique, Shisheido, L' Orèal) pero desde el momento de nacer nuestra vida se halla incluida en el nuevo diagnóstico médico/ estétoco. Con muerte no hay medicina que valga pero estética contemporánea tampoco.

Los fines de semana nos reparan, decimos, son cosmética. No es siempre así ni mucho menos pero poseen la facultad de acercarnos más al hogar reparador, contribuyen a procurarnos a acercarnos una salud rosada o tranquila puesto que el resto de la semana la relación con el mundo fue erosión y envejecimiento.

De este modo, la esencia del hogar ideal debía entonces expresarse, como las vidas mollares de los caracoles, en donde el periodo de indolencia podría asimilarse al modo del caracol baboso, indiferente, y al modo del caracol que expone el meollo de su identidad fuera de la caracola.

 La peor de todas las consecuencias del trabajo es aquella que lleva a  sentir que somos unos queroides durante  la semana laboral y otros seres mollares durante el finde, preparándonos para recuperarnos del encierro. En la recuperación, el lunes viene a ser, finalmente, la prueba. Quines reciben el lunes como una maldición fatal  sufren el hecho repetido de vivir y dormir sin alternativas. Quienes, los menos, toman el lunes como una prolongación de  funciones que les procuran satisfacción al sueño, una realidad superior a la ficción, abrazan la vida como a un muñeco de la infancia.

La vida del artista, por ejemplo, que se estrena en cualquier  ocasión, el lunes de los hombres y mujeres que aman su trabajo y, como sería deseable el mundo que les ha tocado, se complacen tanto en el supuesto descanso como la acción virtual, n  el reposo como en la competición.

¿Jugadores de fútbol? ¿Estrellas del cine? No importa el nivel o la fama de  profesión ara ser felices en el finde de casa o en el pleno lunes. Lo que cuenta es el interés y la confortabilidad personal en el trabajo que se ama, en  la felicidad natural del trabajo como la felicidad del  afortunado hogar donde se habita.

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5 de abril de 2010
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Salvarse del expolio por sutileza

El castillo se empina arriba de un roquedal en pirámide que cae hasta cien metros sobre una rotunda hoz del Júcar. Alarcón es uno de los conjuntos guerreros más sensacionales del medioevo, aunque no es sólo un castro; frontera al castillo se levanta la torre astronómica del marqués de Villena, el mayor nigromante del renacimiento.

    Dentro en Alarcón y entre otras monumentales fábricas está la iglesia de Juan el Bautista, bello templo herreriano en cuya nave ha tenido lugar un alto lance artístico este fin de siglo. Lo descubrió ya desafectado Jesús Mateo en 1994 y decidió que él tenía que pintar aquel recinto de proporciones perfectas. El asunto merece una novela, pero lo resumo groseramente. Tras conseguir, no sin esfuerzo, la venia eclesiástica, logró persuadir a un grupo de mecenas y comenzó la obra de reparación y luego de pintura. Tardó seis años en acabarlo, durante los cuales malvivió en cuchitriles y se afanó muerto de frío o de calor. El conjunto suma mil quinientos metros cuadrados de figuras. A medio acabar, en 1997, la UNESCO ya lo declaró de interés artístico mundial. Ha recibido luego mucho reconocimiento, incluida una sinfonía de Eduardo Rincón.

    El grupo de mecenas y el propio pintor habían invertido casi dos millones de euros, pero pronto comenzaron a afluir los visitantes que suman hoy varias decenas de miles al año. Eso avivó el amor de la iglesia católica por su templo, ay, tantos siglos olvidado, de modo que decidió apropiarse de las pinturas. Por fortuna Jesús Mateo, que es un artista pero no tiene un pelo de tonto, ya se había asesorado legalmente. El templo es del clero, sí, pero las pinturas son suyas. El argumento jurídico es magnífico y merece ser conocido para futuros pleitos.

    Si Mateo hubiera elegido la pintura al fresco habría sido despojado de su obra, pero pintó con acrílicos sobre las capas de imprimación con que se aísla la piedra, de manera que la pintura no penetra en el muro sino que está como suspendida entre el muro y la nada. Eso le ha salvado. Una milésima de milímetro. O sea, Dios.

 

Artículo publicado el domingo 28 de marzo de 2009.

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5 de abril de 2010
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El olvido que seremos

 

Hace un par de semanas comentaba aquí el libro de Héctor Abad Faciolince  titulado Traiciones de la memoria. A favor de quien no haya leído el libro, ni mi comentario, resumo brevísimamente el argumento: el 25 de agosto de 1987 el doctor Héctor Abad, activista en favor de los desheredados y reiteradamente amenazado por sus denuncias de las desigualdades sociales, es abatido a tiros y en los bolsillos de su traje ensangrentado aparece un soneto apócrifo pero que todas las trazas de haber sido escrito por Borges. Algún tiempo después  el hijo del fallecido, Héctor Abad Faciolince, llevará a cabo una apasionada investigación cuya finalidad será averiguar quién fue en realidad el autor del soneto y por qué lo llevaba el fallecido en el bolsillo.  Al comentar el libro que surgió como resultado de aquella investigación, Traiciones de la memoria, señalaba yo como curiosidad que si bien la figura (o la memoria) del padre estaba presente desde la primera a la última página del libro, en cambio era una presencia como reflejada porque el foco de atención era la investigación acerca del misterioso poema y el misterio de su creación. Pocos días después en Babelia calificaban a Héctor Abad Faciolince de "detective literario".

                Acabo de leer ahora El olvido que seremos, cronológicamente anterior a Traiciones de la memoria. Se trata de un libro absolutamente singular en el que el motivo central, y aparentemente único, es la figura del padre alevosamente asesinado por unos sicarios a sueldo de aquellos a quienes inquietaba el resonar de una voz que reclamaba justicia para los desheredados y recurrieron a silenciarla por la vía más rápida  y barata, esto es, la compra de una pistola que hizo callar para siempre al disidente. Digo que El olvido que seremos es absolutamente singular porque el paradigma de la relación paternofilial es, por ejemplo, Carta al padre, de Kafka, un ajuste de cuentas duro e inmisericorde  cuya intención es destruir la figura del padre castrador y carente del más leve rastro de amor por un hijo condenado a destruir a su vez al padre como condición indispensable para su propia supervivencia. Supongo que al terminar de leerlo Sigmund Freud cayó de rodillas y alzando los brazos al cielo lanzó gritos de júbilo porque uno de los mejores escritores del siglo XX le había proporcionado un argumento imperecedero para su propia teoría acerca de la relación padre-hijo y que, según él, no sólo ha de ser necesariamente dura e inmisericorde sino que debe desembocar, asimismo necesariamente, en  la muerte del castrador a manos de su víctima.

                Nada que ver con lo que pasaba en la familia Abad, en la que el supuesto padre castrador era de hecho un tipo encantador y  que no sólo supo ganarse de por vida el amor de una gran  mujer sino también el de los seis hijos que ésta le dio, aunque para huir de las trampas machistas del lenguaje es de aclarar que en realidad fueron cinco niñas y un solo varón, el penúltimo. Y otro matiz más: en lugar de un hogar patriarcal al uso, el de los Abad fue un gineceo en el que, como dice la primera línea del libro,  "vivían diez mujeres, un niño y un señor". En lugar del habitual ajuste de cuentas, lo que hace Héctor Abad Faciolince en su libro es poner de manifiesto una larga, morosa, intensa e incondicional declaración de amor filial. Amor tal cual, sin rodeos ni subterfugios: "Amaba a mi padre sobre todas las coas [...] con un amor casi animal [...] su olor y también el recuerdo de su olor [...] Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo".   

En una sociedad patriarcal como la nuestra, teñida por un regusto machista que menosprecia el papel de la hembra pero atenaza por igual al macho  ("Los niños no lloran", "Aguanta como un hombre", "Tener miedo es cosa de niñas", etc), manifestar sentimientos amorosos por el padre se tolera en la infancia, aunque una  vez traspasada la línea de la edad adulta es rarísimo, y por ende sospechoso, que un macho hable del padre con amor.

       Otra singularidad de El olvido que seremos es que, aparte de una exaltación continua e incondicional de la figura paterna, en torno a ésta se van dibujando poco a poco la vida, las costumbres y los comportamientos y relaciones humanas de una capital de provincias de Colombia, más concretamente Medellín, a mediados del siglo pasado. Al hilo de la trayectoria vital del padre, junto con sus amigos y enemigos y las luchas de todos ellos, se van consolidando las figuras de los abuelos, tíos, primos o vecinos del narrador. Y, según vaya creciendo éste, su propio entorno familiar y social hasta que tiene lugar el asesinato del padre y los acontecimientos posteriores que desembocaron en los sucesos ocurridos entre el día 25 de agosto, fecha del asesinato del padre, y la marcha al exilio del propio narrador, progresivamente cercado por unas circunstancias que cada vez se iban pareciendo más a las que motivaron el asesinato de aquél. Se entiende que este libro lleve vendidas ya ocho ediciones porque, aparte de estar muy bien escrito, es un documento vivo de un momento histórico. Y sobre todo porque es una exploración valiente de un territorio pocas veces hollado por los masculinos si no es en plan guerrero, pues el tema último es la manifestación de un sentimiento tan difícil de tratar, y con grandes posibilidades de descarrilamiento, como es el amor, amor tal cual, con independencia de quien sea el objeto amoroso. Y que en ese caso es nada menos que el padre.

El olvido que seremos

Héctor Abad Faciolince

Seix Barral

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5 de abril de 2010
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El Boomeran(g)
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