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La otra entrevista

No me gusta ir por la vida defendiéndome de ataques, quizás porque me he pasado la mayor parte de ella bajo el fuego cruzado de la crítica. He aprendido que a veces es mejor digerir el insulto y seguir adelante, pues denigrar ensucia más a quien lo hace que a la víctima. Sin embargo, todo tiene un límite. Algo bien distinto es que pongan en mi boca frases que yo no dije, tal y como ha ocurrido con la entrevista publicada por Salim Lamrani en Rebelión. Al comenzar su lectura, no noté mucho la tergiversación, pero ya en la segunda parte me era imposible reconocerme. Es cierto que la introducción trataba de generar aversión en los lectores hacia mi persona, pero  ese es el derecho que tiene cada entrevistador de narrar cómo ve al objeto de sus preguntas. La gran sorpresa ha sido constatar -en la medida en que avanzaba el texto- enormes omisiones, distorsiones y hasta frases inventadas atribuidas a mí. Todo hubiera quedado en otro intento ?entre tantos miles- de adjudicarme posturas que no tengo y afirmaciones que jamás he dicho, si no fuera porque los medios oficiales cubanos se aprestaron rápidamente a hacerse eco de la reacomodada entrevista. Ayer, cuando vi al presentador del más aburrido programa de la televisión oficial referirse ?sin mencionar mi nombre- a una serie de preguntas que ?me desnudaban?, comencé a comprenderlo todo. La razón para la adulteración ya no era la premura al transcribir ni el deseo de un periodista de probar a toda costa su hipótesis aún distorsionando para ello las palabras del entrevistado. Algo mayor se está fraguando con ese texto semi-apócrifo y hago ahora un alto en el camino de mi blog para advertirlo. Tengo una memoria muy vívida de aquella tarde de hace casi tres meses ?curiosamente el señor Lamrani ha tardado todo este tiempo en hacer pública nuestra conversación- y de las palabras que intercambiamos. Recuerdo sus preguntas estereotipadas y por momentos desinformadas sobre nuestra realidad que muy poco se parecen a estas -tan documentadas- que él ha vuelto a redactar para parecer un especialista. No me caracterizo por responder con monosílabos, de ahí que me cuesta trabajo identificarme entre tanta parquedad. En la medida en que el intercambio que tuvimos en el hotel Plaza avanzaba, se podía notar como la simpatía de él hacia mi posición aumentaba. Al final, sentí que todas las barreras se habían derrumbado y el comprendía que no éramos contrincantes, si acaso personas que veían un mismo fenómeno desde ópticas diferentes. Un abrazo final de su parte me lo confirmó. Pero, evidentemente, pudo más la disciplina a ?la causa? que su ética periodística y el profesor de la Sorbone  terminó ?visiblemente en la segunda porción de la entrevista-por adulterar  mi voz. En su modernísimo Iphone mis moderadas frases debieron ser como un virus informático royendo los estereotipos, un llamado a terminar con esa confrontación que personas como él prefieren alimentar.

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16 de abril de 2010
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El tramo oscuro de Gran Vía

La Gran Vía fue para mí un lugar más literario que real al leer, el año 1986, la excelente novela de Álvaro Pombo ‘Los delitos insignificantes', una de las mejores de su primera etapa. El libro arranca con el encuentro en una cafetería entre el protagonista, Ortega, escritor frustrado de mediana edad, y un joven bien parecido, Quirós, que ha quedado en Callao con su novia para ir al cine. La novela es madrileñísima de localización (lo cual no quiere decir que sus escenas sean matritenses), cobrando en ella un aura inquietante, por ejemplo, comercios tan poco misteriosos como las Cristalerías Quevedo, en Quevedo, o calles del apocado calibre de José Abascal. Ortega y Quirós vuelven a citarse más de una vez en la misma cafetería donde se han conocido entre el gentío una tarde muy calurosa de mitad de julio, estampa que le inspira a Pombo esta hermosa y característica reflexión: "Verosimilitud e inverosimilitud intercambiaban velozmente sus papeles". Aunque ahora que he vuelto a sus páginas no encuentro el nombre, sigo convencido (quizá porque el propio autor me lo dijo en su momento) de que la cafetería en cuestión era Fuyma, durante muchas décadas emplazada en la esquina de Gran Vía con la pequeña calle de Miguel Moya, frente a Callao, y hoy desaparecida, pese a lo cual, o quizá por eso mismo, mantengo hacia ella una -digámoslo así- reverencia, pues fue el primer café madrileño al que me llevaron mis padres en la primera visita que hice a la capital, a la quebradiza edad de trece años. Teniendo Fuyma aires cosmopolitas, al menos para una sensibilidad alicantina todavía incontaminada por el ‘boom' turístico, yo me debí de tomar una Mirinda o algo más inocuo, y tampoco creo que mis padres, una feliz pareja de poco beber, pidiesen whisky. Mi padre, eso sí, fumaba por entonces, y fumó en Fuyma.

    Cuando después, poco antes de cumplir los diecisiete, vine a vivir aquí, yo iba mucho, más de lo que voy ahora, a la Gran Vía;  Fuyma seguía en su sitio, pero mi polo de atracción eran los locales de estreno que entonces jalonaban la (mal) llamada Avenida de José Antonio. Enfrente del Palacio de la Música y del Avenida, que ya no son de cine, había otro más pequeño, el Imperial, y delante del Imperial un señor que vendía libros solapadamente. Libros prohibidos por la censura franquista, que uno ojeaba mirando receloso a ambos lados de la acera, como en las cintas de espionaje. Al señor del cine Imperial le compré mi primer Jean Genet, por azar pero con mucha lógica, pues la venta ambulante de ese material prohibido se hacía a pocos metros de la calle de la Ballesta, que el autor francés habría encontrado congenial. No todos los libros que adquirí de aquel modo peripatético tenían la misma sintonía con la mala vida; conservo aún, fechados y localizados, un tomo de teatro de Alejandro Casona y un ensayo sobre el Opus Dei publicado en Francia por Ruedo Ibérico.

    Entre otras muchas piezas conmemorativas del centenario, he leído en la revista ‘Tiempo' una condensación muy bien hecha por el historiador Ignacio Merino de su ‘Biografía de la Gran Vía', que acaba de publicar Ediciones B. Merino divide su relato viario por tramos, y nos da pinceladas y datos muy interesantes de cada uno de ellos. Así me entero de que Conde de Peñalver no sólo es una calle muy cercana a mi corazón sino un alcalde de Madrid emprendedor e ilustrado, fundamental en el nacimiento y buena parte de la morfología de la nueva arteria ciudadana, que al ser inaugurada por el rey Alfonso XIII en 1910 llevó en su primer tramo (o Avenida B, y me gusta esa denominación propia de novela utópica) el nombre del conde-alcalde.

     Me resulta difícil decidir cuál de los tres tramos me seduce más, aun cuando sea nostálgicamente. En el que va desde la Red de San Luis hasta Alcalá hubo mucho pecado, según cuentan. En los salones de Sicilia Molinero fui, siendo estudiante universitario, a mi primera boda madrileña (excuso decir que yo no contraía), y me causó un cosquilleo el estar al lado del Abra y enfrente de Chicote, bares de renombre deletéreo. Un poco más arriba de la acera del Abra venía la posibilidad de expiación en el Oratorio del Caballero de Gracia, obra maestra de Juan de Villanueva, el autor del Museo del Prado, y una de las joyas artísticas más desconocidas de la ciudad, siempre que se vea desde la fachada principal y entrando a visitar su ingeniosísimo interior.

    No cabe duda de que estéticamente el más hermoso es el que arranca desde la Plaza de España y llega hasta Callao, con su efecto de ‘trompe l´oeil' empinado. Aunque tiene construcciones de mérito arquitectónico, para mí es un tramo de marisquerías, el lugar donde vivió mucho tiempo en un apartamento envidiable del edificio Coliseum el escritor Eduardo Mendicutti y, justo al lado, del ya inexistente cine Azul, donde era fácil sentirse ‘blue' y, años después de leer a Pombo, me atreví a situar una escena de alta comedia freudiana dentro de una novela de comunistas.

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16 de abril de 2010
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La tragedia luego de la muerte

Rafael Argullol: En la época de Alejandro las concepciones acerca de la vida y de la muerte de distintos pueblos y culturas penetraron en el acervo griego.

Delfín Agudelo: Después de la muerte de Edipo -que es la muerte de un sistema de pensamiento, de una tipología del humano-, ¿a qué se dedica la tragedia? ¿Hacia dónde se dirige?

R.A.: Creo que la tragedia es el gran punto de inflexión entre una concepción anterior relativamente identificable y unívoca en la cual el esquema del hombre y su existencia es relativamente fácil de entender. El hombre nace, crece y muere. En el crecimiento del hombre se identifica su posibilidad de alcanzar un honor, una dignidad, una gloria, y tras la muerte el recuerdo de ese hombre a través de los otros hombres, de su memoria, es su única posibilidad de inmortalidad. Si eso lo trasladamos al arte, que siempre es testimonio del paso del hombre por la tierra, tenemos que encontrarnos con un arte que está sobre todo construido o bien buscando afirmar el carácter efímero de la vida del hombre, caso de Hesíodo  en Trabajos y días, o bien buscando afirmar la dignidad que tiene esa existencia efímera, el honor que se puede adquirir, y la inmortalidad que a través de la memoria de los otros hombres puede conceder el arte.

Y es allí donde la épica en cierto modo es la explicación de esa memoria, de ese hacer inmortalidad en la vida colectiva de los hombres y del pueblo, y encontramos en este enorme peso todo lo que sería arte funerario, necrológico, elegíaco, en el cual se exalta esa dignidad y ese honor de algo que ha sido efímero pero que se convierte en inmortal gracias a la labor de la memoria. Ahí descartamos toda idea de inmortalidad en sentido trascendente: todo funciona a través del propio circuito, de la afirmación de la existencia en sí misma, en la memoria y documento o testimonio de esto que es el arte. En el momento en que se trastoca esa idea del esquema del hombre en la tierra -que es que el hombre nace, vive fugazmente, muere pero alcanza otro tipo de vida- en el momento en que introduces ese elemento cambias evidentemente el propio testimonio del arte. El arte ya no recoge solo la dignidad o el honor de la vida efímera, sino que tiene que preocuparse también por recoger las expectativas, ilusiones, esperanzas y quimeras de una vida nueva, de otra vida, de una metempsicosis, de un retorno al mundo de las ideas como lo dice Platón.

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16 de abril de 2010
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IV. Una mosca en la sopa

De la verosimilitud de los procedimientos es que depende la eficacia de la narración. La congruencia. Nadie olvidó nunca después de los siglos que Cervantes a su vez olvidó que a Sancho le había robado el borrico en la Sierra Morena el famoso ladrón Ginés de Pasamonte, librado de la cadena de galeotes por Don Quijote, y que en el siguiente párrafo del mismo capítulo aparece Sancho montado a la mujeriega en el mismo borrico. En la II Parte de El Quijote Cervantes quiere desquitarse de su error, y el Bachiller Sansón Carrasco le pide a Sancho que explique el olvido. Pero vuelve a errar Cervantes cuando habla Sancho y cuenta otra vez, como si fuera una novedad, quién le había robado el jumento, algo que ya sabemos.

            Pecata minuta. Gotas de olvido en un mar inconmensurable de memoria. Pero los olvidos que se vuelven incongruencias perturban el deseo de participación del lector, causan malestar, despiertan impaciencia. Recuerdan el artificio, dejan entrever los afanes de la cocina. Una mosca en la sopa en la fonda de Fielding. Y la suma de olvidos, incongruencias, desajustes de tiempo y lugar, ausencias, errores ¾aún los sintácticos y los ortográficos¾ demuestran la inconstancia y la falta de pericia en el manejo de las herramientas y en el uso de los materiales. Exhiben el no saber.

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16 de abril de 2010
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Ángel Guerra

 

Cuando Pérez Galdós escribió Ángel Guerra (1890-1891), tenía cuarenta y siete años de edad y llevaba  publicadas una veintena de novelas (entre ellas Doña Perfecta (1876) que se considera su puerta de entrada a la madurez narrativa; Marianela (1878); El amigo Manso (1882); Fortunata y Jacinta (1886-1887) y la primera entrega (1889) de su trilogía Torquemamada).  También llevaba escritos veinte títulos de sus Episodios Nacionales (de los cuarenta y cinco que llegó a terminar), así como una considerable cantidad de obras de teatro y artículos periodísticos. Cabe preguntarse cómo se las apañaba ese hombre para escribir si, además de una obra tan ingente como la que ya tenía en su haber, ejerció durante años como diputado en Cortes, fue miembro activo de dos tertulias literarias y (se dice) era cliente habitual de los burdeles más concurridos de las ciudades entre las que distribuía su tiempo (fundamentalmente Toledo y Santander, aparte de Madrid).  La respuesta a esa pregunta se puede encontrar en la edición de Ángel Guerra que acaba de aparecer en la Biblioteca Castro: de las tres partes de que consta la novela, la primera (261 páginas) la terminó en abril de 1890; la segunda parte (264 págs), la terminó en diciembre de ese mismo año, mientras que la tercera (261 págs), está fechada en abril de 1891. Es decir, que en poco más de un año, y además de sus restantes actividades, se despachó una novela de 794 páginas, con la particularidad de que sólo un año más tarde ya había publicado Tristana y que en los seis años siguientes sumó seis novelas más.  

                               Si insisto en su capacidad de trabajo es porque, en contra de lo que pueda parecer, Galdós no es un escritor descuidado o que escriba aprisa y corriendo y a bulto. Quien conozca bien Toledo se quedará asombrado por la exactitud de sus descripciones de esa ciudad, entreveradas de observaciones como ésta:  "En sus primeras caminatas [habla de un Ángel Guerra recién legado a Toledo] la planimetría de la ciudad érale desconocida [...] empezó a orientarse [...] y pudo dominar el sentido de las calles y entenderlas como signos de endiablada escritura, que se va comprendiendo después de pasar por ella los ojos una y otra vez. Sale ahora este vocablo; después aquel; se despeja parte de una cláusula, luego se trasluce una frase íntegra, hasta que  interpretados con cálculo y paciencia los espacios intermedios, llégase a leer de corrido todo el conjunto de garabatos". No es menos prodigioso, por ejemplo,  su conocimiento del funcionamiento interno de una catedral, desde los mendigos que medran a sus puertas hasta las campanas con sus diferentes voces y decires, aparte de los servicios y oficios, el escalafón de eclesiásticos, las funciones y las rentas que giraban en torno a una catedral antes de la desamortización, claro.  Ello por no insistir en la descripción de ambientes  y  la decoración de las casas y sus moradores: cómo disfruta Galdós tomando por su cuenta a los diferentes miembros de la familia de una de las protagonistas para decir cuatro cosas que sabe de ellos, o qué capacidad para describir el carácter de un personaje con sólo dos trazos al pasar. De acuerdo que todas ellas son capacidades muy normales en los escritores del XIX, pero es un gozo volverlas a encontrar en Galdós.

                Lo curioso es que tanta sabiduría y oficio, tal maestría en el manejo del idioma (quien se atreve hoy a husmar los tesoros que ellos encuentran en el lenguaje popular) sólo sirven para recrear fantasmagóricamente un universo que nos pilla tan lejos como lejos nos pilla una narración sobre arrianos en la Siria del siglo VIII o sobre pastores en los Cárpatos de hace doscientos años. Quiéralo o no, el lector se ve reducido al papel del entomólogo que va viendo pasar ante sus ojos una colección de individuos (la puta, el revolucionario, el beneficiario de la catedral, el sablista, el carpintero, la protagonista santa, la protagonista de moral promiscua) pertenecientes a especies ya sólo reconocibles en los libros porque de las calles han desparecido, igual que de nuestras vidas.

                La crítica explica que Ángel Guerra fue escrita en plena crisis del naturalismo y que Galdós, como todos los novelistas de finales del XIX, obligado a buscar nuevas vías expresivas creyó ver durante algún tiempo que el espiritualismo, tal y como parecía predicarlo Tolstoy, podía ser una opción válida. Es de resaltar que la propuesta religiosa que hace Galdós por boca de su personaje principal la podría suscribir cualquier persona de mentalidad abierta y progresista y que se pregunte hoy por el sentido religioso de la vida. Es decir, que no se trata de una opción gazmoña y que huela a sacristía decimonónica. Pero como recurso literario, como "trasunto" que permita contar las peripecias de una serie de personas que aspiran a vivir la vida con dignidad y provecho, uno tiende a darle la razón a la tremenda Doña Emilia Pardo Bazán cuando, preguntada acerca de las posibilidades literarias del espiritualismo, contestaba con su voz de trueno: "Déjeme usted de merengadas".  

                Quiero decir: durante muchísimas páginas, Ángel Guerra es una novela prodigiosa, pero que exige una cierta fuerza de voluntad para llegar hasta el final.

 

Ángel Guerra

Benito Pérez Galdós

Biblioteca Castro

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15 de abril de 2010
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Mentira que reconcilia

Decía aquí mismo, hace ya casi dos años, que si la historia de la  reflexión filosófica esta repleta de textos relativos a la verdad ( a la verdad  en el sentido epistemológico, por oposición a la falsedad, pero asimismo a la verdad en la acepción moral del término) sin embargo son mucho menos los textos  consagrados a su polo dialéctico tò pseudós, en sus múltiples acepciones: inconsistencia, ocultación, impostura, usurpación, falsificación, fraude...que recubrimos con los términos falsedad y mentira. Señalaba también entonces que esta perversión  consistente en disponer los expedientes del lenguaje y el espíritu al servicio del simulacro está muy a menudo dirigida a poner un velo entre el propio sujeto y aquello que le determina. Pues bien:  

El barniz con los que los hombres se encubren a sus propios ojos resulta particularmente insufrible cuando adopta  forma de actitud "moral", cuando el sujeto erige todo un parapeto que le permita sentirse a sí mismo del buen lado, cuando en suma la modalidad de mentira en que baña su vida es un instrumento que le permite sentirse reconciliado.

No hay quizás ciénaga espiritual mayor. Las formas de mentira consistentes en engañar al otro, por mera picaresca, conveniencia mayor (no alienarse a un ser por una u otra razón querido, por ejemplo) o incluso auténtica pulsión a manipular a los semejantes, son triviales pecadillos, comparados a esta auténtica abyección mediante la cual aquel cuya vida es quizás un objetivo pozo de miseria material y espiritual puede decirse como el fariseo "gracias te doy por no ser como esos". Gracias a su Dios, o gracias a su patria o a su cultura, que siente portadores de valores superiores, valores ajenos a los habitantes de esos pueblos atrasados que sólo en un vago sentido antropológico pueden ser considerados civilizados (actitud que permite repudiar a millones de seres humanos y enteras comunidades)

Mentira, que en una sociedad dónde el racismo es inevitable y sin hacer absolutamente nada efectivo contra las causas sociales que lo generan, vinculadas al orden económico imperante en el mundo, conduce a deplorar las noticias referentes al mismo que se leen por complaciente hábito cada mañana en las páginas de los periódicos, homologándose así a esa  Madame Verdurin de la Recherche  proustiana, que  consume su  croissant utilizando una sola mano a fin de  reservar la otra para dar papirotazos al periódico en el que devora el naufragio trágico del barco Lusitania.

Mentira rayana con la ofensa en las actitudes samaritanas ante las personas con algún tipo de discapacidad a las que se  equiparara  a los demás en aspectos que dependen de la plena capacidad precisamente en el registro en el que carecen de ella, mientras que la actitud auténticamente fraterna sólo puede residir en separar el grano de la paja, haciendo que se despliegue lo esencial de la condición humana que el discapacitado sí tiene en común con los demás. El problema se vincula al viejo asunto de determinar dónde reside lo esencial de la especificidad humana y que órganos hay que fertilizar a fin de que esta condición se realice. Esencial es al ser humano el que los demás le reconozcan plenamente como tal, mas por eso mismo es imprescindible no equivocarse de registro a la hora de tal reconocimiento (ejemplo concreto: el que se ve abocado a una silla de ruedas solicita de cada uno de los demás  que en su penuria física  no vea un impedimento para que lo esencial  de su humanidad pueda realizarse...quizás necesite menos que se le organice una competición deportiva concebida bajo el modelo de las convencionales maratón.)

  Mentira que erige la capacidad de sufrir de la que sería portador el ser vivo en general, de tal manera que queda diluida la singularidad del sufrimiento de la única especie que lleva en su esencia la exigencia moral de preocuparse del sufrimiento de las otras especies, convirtiendo en variable despreciable las radicales diferencias que es simplemente una insensatez el obviar: diferencia por ejemplo entre animales de compañía,  domésticos,  salvajes, y aun - en el seno de estos últimos- diferencia entre los que son dañinos para el hombre y su medio ambiente y los animales aliados. Mentira esta que permite por ejemplo desbordar ternura ante un animal al que objetivamente se ha desnaturalizado, convirtiéndolo en una suerte de equivalente paródico de un ser humano, sometiéndolo a vivir en  un apartamento ciudadano  y obligándole a defecar a ritmos que nada tienen que ver con los que resultarían de su espontaneidad como animal.

Modalidades de mentira que están en mente de todos y que tienen como denominador común el situarnos del buen lado, el comulgar a precio nulo en la bondad. Doblez interior que efectivamente "sofoca y abate". Nueva ocasión de recordar a los evangelistas: "Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera:¡Oh Dios¡ Te doy gracias por no ser como los demás hombres, rapaces, injustos adúlteros, ni tampoco como este publicano..." (Lucas 9,14)

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15 de abril de 2010
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El genio regresa a la lámpara

Franklin Delano Roosevelt fue el responsable de que el genio saliera de la lámpara. Y es un sucesor suyo, Barack Obama, quien quiere obligarle a regresar de nuevo al interior del mágico artefacto. Al presidente demócrata que se enfrentó a la Gran Depresión, la mayor recesión económica del siglo XX, con su despliegue de políticas sociales o New Deal, se debe también el programa nuclear norteamericano, inicialmente pensado para enfrentarse a la Alemania nazi. Bautizado como Proyecto Manhattan, y desarrollado sobre todo en el laboratorio de Los Álamos, de aquella iniciativa de la Casa Blanca surgieron las armas que otro presidente, Harry Truman, ordenó lanzar sobre Hiroshima y Nagasaki y que luego fueron la espoleta de la carrera armamentística y de la guerra fría. Por un capricho de la historia, a un presidente como Obama, que ha querido seguir los pasos de Roosevelt en los métodos para atajar la crisis económica e incluso en su idea de un cambio de era política, le corresponde enarbolar como objetivo de la humanidad la desaparición de las armas nucleares.

El historiador Garry Willis considera, en su reciente libro Bomb power (El poder la bomba), que la adquisición de un poder de destrucción total como es el nuclear ha conducido a una transformación que "alteró las más profundas raíces constitucionales" de la presidencia norteamericana. La concentración de poder en manos del presidente en detrimento del legislativo y del judicial, el estado de emergencia permanente en que se sitúan los mecanismos de la seguridad o el desarrollo de las agencias de inteligencia, así como el peso creciente de los secretos de Estado, se explican por el enorme poder de destrucción que se acumula en manos de una sola persona. Los efectos del arma nuclear sobre la presidencia norteamericana se reprodujeron luego en las estructuras de poder de todos los países que la fueron adquiriendo. Una superpotencia es un país que cuenta con un gobernante autorizado a pulsar el botón que desencadena un ataque nuclear, labor para la que cuenta con un maletín de comunicaciones encriptadas que transporta un auxiliar, normalmente militar, que le acompaña a cualquier lugar donde se desplace el mandatario en cuestión. Poseer el arma nuclear ha sido y sigue siendo el signo máximo de poder soberano y de obligación de respeto por parte de amigos y adversarios. En las complejidades de la fisión del átomo y de su aprovechamiento para construir vastos arsenales de cohetes, preparados para destruir el planeta entero varias veces, se concentran los dos enigmas que rodean a la soberanía: su carácter mismo de arcano accesible únicamente a unos pocos y su identificación con el poder del soberano, que significa el derecho a la vida y a la muerte que detenta uno solo sobre el resto de los mortales. Por más que sean evidentes los peligros que entrañan la proliferación nuclear y la diseminación incontrolada de los materiales fisibles, los 20 años transcurridos desde que terminó la guerra fría demuestran cuán difícil es conseguir que el genio nuclear regrese a la lámpara de donde salió hace 70 años. El servicio a la paz proporcionado por el pánico reverencial a este tipo de armas, utilizadas una sola vez en la historia, puede revertir ahora en el máximo peligro posible para la entera humanidad, sobre todo si caen en manos de grupos terroristas. Pero las resistencias a desandar el camino son colosales por parte de todos los países que las poseen, empezando por la primera superpotencia, que es además la que ahora protagoniza una excepcional primavera a favor de la desnuclearización del mundo. Obama ha podido encadenar su nueva doctrina nuclear con la firma del tratado revisado de reducción de misiles estratégicos (START) con Rusia, la Cumbre sobre Seguridad Nuclear de Washington y la próxima revisión del Tratado de No Proliferación, gracias a que ha garantizado las inversiones que mantendrán intacta la capacidad disuasiva de su país durante las próximas décadas. Pero basta el ejemplo de Francia, que formalmente no puede disentir de los objetivos de Obama, pero ya ha mostrado su incomodidad ante un horizonte que la deja sin otra de las tres cartas que la diferenciaban como potencia con vocación mundial (la primera, su paridad con Alemania en votos en las instituciones de la UE, ya la perdió en el Tratado de Niza, por lo que sólo le quedará el derecho de veto en el Consejo de Seguridad). La contorsión para meter al genio en la lámpara es tan difícil que ni siquiera la terminará Obama. Probablemente tampoco será ninguno de sus inmediatos sucesores quienes sufran la merma de los poderes presidenciales al quedar desposeídos del arma suprema. Al torcerle el cuello al genio nuclear queda en evidencia la mayor de las paradojas: sólo resultará si lo decide la mayor superpotencia militar de la historia, y sólo lo decidirá si lo hace su presidente gracias a los vastos poderes presidenciales que le proporciona la posesión del arcano máximo del poder.

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15 de abril de 2010
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UN PASO ATRAS PARA SALTAR

zonalibre.orgEstamos en el Año del Tigre por lo que, cada vez que queremos hacer algo decididamente, debemos primero dar un paso atrás para saltar. Es el año en el que Moleskine ® literario se renovará por completo. Un nuevo template, nuevas secciones, nuevas herramientas (especialmente videos que produciré con un formato especial, aprovechando mis viajes al extranjero) y acceso al blog a través de redes sociales como Facebook y Twitter. Ha sido un largo proceso de planteamiento y replanteamiento del blog -que incluyó la posibilidad de cerrarlo- que al fin ha dado fruto en este salto hacia adelante. Estoy muy agradecido por todos los lectores que ha tenido el blog en la antigua plataforma (Blogspot) y espero que en esta nueva (tumblr.) tenga la misma acogida. ¡Actualicen sus bookmarks y sus RSS, muchachos! Y no olviden hacerse fans del blog por Facebook.La primera novedad es que, desde el 3 de mayo, el Moleskine ® literario Gracias por seguir a Moleskine ® literario tendrá el honor de ser el Blog Oficial del Festival de la Palabra que se llevará a cabo en Puerto Rico. Ya les cuento más adelante. Por ahora, estamos en la fase Beta del nuevo blog, así que las sugerencias serán bienvenidas.La nueva dirección del blog, por el momento, es http://ivanthays.tumblr.com/ (sin embargo, dentro de poco la cambiaré, así que no actualicen por el momento). Nos leemos.

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14 de abril de 2010
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Plantillas infladas

En un ciclo que parece no terminar nunca se anuncian frecuentes remedios que dinamizarán nuestra economía. Esta vez se le llama ?terminar con las plantillas infladas?, aunque desde la óptica de quienes quedarán sin puesto de trabajo se resume en una palabra: ?desempleo?. Largos reportajes muestran en la tele que el problema de la ineficiencia está dado por el exceso de personal en oficinas, fábricas y hasta hospitales. Cada jornada de trabajo debe tener contenido para evitar el ocio, nos dicen en los medios, como si tan elemental fórmula hubiera sido descubierta hace un par de semanas. Algunos economistas advierten que enviar a casa a todos los que sobran en sus funciones dispararía la cifra de parados a más de un 25%. Uno de cada cuatro trabajadores podría ser cesanteado en aras de sanear las  abultadas nóminas, pues el país no tiene liquidez para seguir pagando brazos inactivos. Tan alto número de desocupados implicaría un aumento del descontento social, cientos de miles de personas lanzadas a realizar ocupaciones ilegales y el fin del truco de crear subempleos como forma de adulterar las estadísticas de ocupación. Indago sobre qué ocurrirá en esas dependencias oficiales plagadas de burócratas o qué pasará con el engordado listado de quienes laboran para la Seguridad del Estado. ¿Tendrán ellos también una reducción de plantilla? Visto el número creciente de los policías vestidos de civil que deambulan por las calles, creo que se debería comenzar con ellos para eliminar tantos excesos. Por una razón de imagen a los que queden fuera no se les llamará desempleados, sino con alguna sutileza ?como las ya usadas en otros momentos? al estilo de excedentes o interruptos. A pocos días de celebrarse el primero de mayo, muchos cubanos están bajo el riesgo de perder su plaza laboral. Sin embargo, estoy segura de que no veremos en el desfile de la Plaza un solo cartel mostrando la inconformidad o la crítica ante la reducción de personal. El propio presidente de la CTC dijo que la cita de los trabajadores será para reafirmar su apoyo al proceso y para criticar la llamada campaña mediática contra Cuba. La única agrupación sindical legalizada del país demuestra así su condición de polea transmisora de orientaciones desde el poder hacia los obreros, pero no lleva demandas en la otra dirección. Los veremos pasar frente a la tribuna, a punto de perder el trabajo, pero portando una tela de repudio a la Unión Europea o a Estados Unidos. Ninguno podrá hacer de ese día un momento de verdadero reclamo, una cita para exigir al gran patrón llamado Estado que no lo dejen en la calle.

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14 de abril de 2010
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La fiesta de la República

 

 

No hay fiesta el día de la República. La derrotaron, no nos dejaron conocerla y nos dejaron sin fiesta. A mi me daba mucha envidia la fiesta del 14 de Julio en Francia. Era una verbena nacional, la gente bailaba, bebían y se besaban bajo las bombillas. Nosotros no celebramos el 18 de Julio, al menos no lo hicimos desde que fuimos adolescentes. Hubiéramos querido celebrar el 14 de Abril, el Día de la República. No lo hicimos porque nos parecía una nostalgia de señores mayores, de profesores con barba, de gentes de vida sana y excursiones didácticas a la montaña.

Cuando hemos querido más a la República, cuándo tenemos más claro que sería lo natural para un pueblo que se normalice en sus gobiernos, en su madurez democrática, no hay ningún consenso. Estos Borbones caen muy bien, parecen republicanos. Incluso a mi me caen bien. Ya he confesado alguna vez que me gusta Letizia; pero eso es algo que no tiene que ver con su nuevo papel en nuestra política, ya me gustaba aquella chica que trabajaba en televisión. El caso es que seguimos sin celebrar la República. Algún brindis entre amigos que nunca pudimos vivir la fiesta de aquél 14 de Abril del año 31. Una fiesta que les hizo creer a nuestros antepasados que empezábamos a ser un país como la mayoría, liberados de monarquías y de creencias religiosas instaladas en el Estado. No es que estuviera muy bien nuestra República, pero se avanzaba hacia una vida mejor. No les gustó a esa pandilla desalmada y armada con sus cruces y sus mentiras. Ganaron. Pero no convencieron.

Ahora, esta mañana de Abril, estoy en París y sin aguacero y pienso celebrar la República. Incluso cantar como cuándo fuimos antifranquistas. Esta noche con muchos y con Raimon, nos daremos el gusto de celebrar el día de la República. No lo aplazaremos más. Recuerdo a Marcial- es decir me lo recuerda un elogio sobre el pesimismo sobre el que volveré- que dejó escrito: "Créeme cuando te digo que no es de sabios decir: viviré. Tardíamente se quiere vivir el día de mañana. Vive hoy". Pues hoy, eso, salud y República.

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14 de abril de 2010
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