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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Asuntos metafísicos 39: cincuenta años de un punto de inflexión (agradecimiento filosófico a John Bell)

El objeto de estas columnas es,  en parte,  contribuir a revitalizar a la luz de la ciencia contemporánea la reflexión filosófica sobre la naturaleza, sólo en coincidente en sus objetivos con lo que en otro tiempo era designado como "filosofía natural".

Hemos visto que, según Aristóteles, la filosofía se preocupa por lo que  cabe decir de todo ente por el mero hecho de su entidad   (peri to on e on ),  y en consecuencia se ocupa de las categorías  según las cuales el ente se dice y a cuya intrínseca pluralidad de hecho se  reduce: sustancia, cualidad, cantidad etcétera, como predicados últimos posibilitadotes del juicio y así de la determinación.  Hemos visto que como consecuencia de lo anterior la filosofía trata asimismo de lo que los matemáticos llaman axiomas y que de hecho serían correlativos del ser y no sólo rectores de esa modalidad  que constituyen los objetos matemáticos.

Siendo la physis  una modo del ser, la filosofía se vuelca también sobre la misma y en consecuencia se encuentra confrontada a unos principios que no siendo tan omniaplicables como los principios de las matemáticas, son sin embargo igual de firmes, o así lo han parecido desde Aristóteles hasta quizás el evento filosófico que hoy evoco y celebro.                                  

Efectivamente hace cincuenta años el físico británico John Bell confirmó, tanto ante los físicos como ante los filósofos,  la necesidad de seguir hurgando en la abismal interrogación, embrionaria desde el trabajo de Einstein sobre el efecto foto- eléctrico en 1905,  y nutrida por el trabajo de los grandes de la reflexión cuántica, los Schrödinger, Bohr, Bohm...Reflexión que concernía a esos principios considerados rectores  no sólo del abordaje de la naturaleza con intención cognoscitiva sino quizás de toda relación con la misma.

Y, en la senda del teorema de Bell,  desde hace más de treinta años se han sucedido los experimentos, escrupulosos hasta el detalle más ínfimo, tendientes a extirpar toda duda sobre el hecho de que las sorprendentes violaciones (tanto por las previsiones cuánticas como por los experimentos efectivos) de  los límites establecidos por el  teorema de Bell no eran resultado de la influencia de una fuerza clásica, aunque  no percibida,  que una partícula vendría a ejercer a distancia sobre otra.

Esta obsesión  por alcanzar seguridad absoluta respecto a  lo que la física cuántica nos estaría diciendo sobre el orden natural, no hace más que confirmar la enorme importancia de aquel experimento realizado por Alain Aspect y colaboradores en 1982, que ratificaba a tantos en  el sentimiento de profunda estupefacción   provocada  en 1964  por  el protocolo matemático de John Bell.

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4 de marzo de 2014
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Asuntos metafísicos 38: un programa de trabajo para la metafísica.

Aristóteles nos presenta los axiomas de la matemática como los principios rectores  del ser y, por consiguiente, tanto principios de esa modalidad del ser que constituyen las entidades matemáticas como de la modalidad del ser que constituye la physis. De hecho,  en general, serían asimismo principios rectores del pensamiento y el lenguaje y en definitiva principios absolutos o auténticamente firmes.

Pero sin ir a tal grado de firmeza, aunque jerárquicamente estén subordinados a los anteriores,  radicalmente importantes son también los principios rectores de la physis y de la determinación cognoscitiva de la misma, esos principios sin los cuales para Einstein "el pensar de la física, en el sentido ordinario del término sería imposible".

Pero tales principios rectores parecen en nuestro tiempo  ya no ser tan firmes, y esta suerte de calamidad cognoscitiva, este derrumbe de los fundamentos de la inteligibilidad, es curiosamente extraordinario alimento para la metafísica, que ha encontrado en ello la ocasión, no ya de retornar a la problemática abordada por Aristóteles, sino quizás de sumergirse en  ella de modo más abisal. Pues simplemente, Aristóteles, que no dudaba ciertamente de los axiomas de la matemática, tampoco tenía ninguna razón para dudar de los principios reguladores que Einstein reivindica con radicalidad tanto mayor cuanto que los ve amenazados. Es más,  Aristóteles los da hasta tal punto por universales de la physis que, o bien no se ocupa de los mismos, o cuando lo hace (así en la Física sustentando en  la contigüidad su concepto de espacio,) es de manera exclusivamente descriptiva,  dando por supuesto que nada en los tales es cuestionable y que  sólo alguien privado de  juicio  pudiera exigir darles fundamento. La metafísica tiene pues ante sí un  amplio programa, del cual es preliminar la precisa delimitación de varios puntos:

1. Compendio de los principios que la física a lo largo de su historia ha erigido en axiomas (en ese sentido de evidencia que el término axioma tiene en la lengua griega) y consideración del vínculo que mantienen entre sí, pues un alto grado de imbricación supondría  que  el eventual   repudio de uno de ellos arrastrara  a otros, eventualmente a la totalidad.

2. Delimitación del grado de incompatibilidad entre los postulados cuánticos y los principios rectores, retomando desde este punto de vista la cuestión del entrelazamiento entre estos últimos. Asunto tanto más importante cuanto que alguna de las interpretaciones más relevantes ha pretendido salvaguardar sólo una parte del conjunto, por ejemplo el principio  de realismo sacrificando el de localidad.

3. Análisis del problema desde el punto de vita  de la teoría de la relatividad, y ello en dos vertientes: a) mostrando  el aspecto comparativamente  "conservador" de la relatividad restringida, dado que el desmoronamiento de postulados tan importantes como los newtonianos relativos al tiempo y al espacio, no cuestiona sin embargo estos principios. b) Preguntarse sí, y en qué grado, el cuestionamiento de los principios rectores  por la física cuántica pone en tela de juicio postulados propios  de la teoría de la relatividad restringida (así el carácter límite de la velocidad de la luz) o general.   

4. Elucidar si la tabla de  principios cuestionados es total o parcialmente reemplazable, de tal manera que su pretensión de absolutez supondría en cierto modo  una usurpación, o  si por el contrario  no hay tabla de reemplazo, quizás entre otras razones porque la noción misma de fundamento sólo tendría  sentido en base a la postulación de dicha tabla.

5. Abordaje de la cuestión  propiamente metafísica  de lo que supondría un pensamiento sin anclaje en lo que parecía soporte de la physis, y sobre todo de lo que supondría la plena "interiorización"  de tal visión del mundo.

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25 de febrero de 2014
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Asuntos metafísicos 37: “¿quién se ocupa de los principios firmes?”

En el libro IV de la Metafísica, tras la aseveración (aquí ya comentada) según la cual a la filosofía concierne el estudio del ser en tanto que meramente  es  y precisar  que el ser se dice de manera múltiple, aunque la significación primordial es la sustancia o entidad (ousia), soporte de todas las demás atribuciones posibles (cualitativas, cuantitativas, relacionales etcétera), Aristóteles inicia una singular interrogación que cabe sintetizar de esta manera: sabido es que los matemáticos utilizan en sus deducciones unos principios  que califican de axiomas, pero ¿quién se ocupa de inspeccionar tales axiomas? El párrafo,  en versión estilísticamente algo libre (pero que creo fiel al contenido), dice lo siguiente:

"Nos toca ahora examinar si la disciplina (episteme) que se ocupa de  aquello que los matemáticos llaman axiomas es la misma que la que se ocupa de la sustancia. Pues bien, es evidente que se  trata en ambas de una inspección   única, la cual es llevada a cabo  por el filósofo. En efecto, los axiomas rigen  en todos los seres( apasi gar hyparchei tois ousin)  y no sólo en tales o tales  géneros del ser  con exclusión de los demás. Todos [los que se ocupan de algo]  se sirven de los axiomas, porque estos  se aplican al ser por el mero hecho de ser,  y cada género [del que quepa ocuparse] es. Pero no  los utilizan más que  en la medida en que lo exige  el género  particular que es objeto de sus demostraciones.  Y así, dada la evidencia de que los axiomas lo son del ser por el mero hecho de ser (porque son lo común de todo modo de ser), al conocedor  del ser en cuanto que meramente es corresponde la teoría relativa a los axiomas.

Es por ello que ninguno de los que se ocupan de disciplinas particulares intenta demostrar  si los axiomas son verdaderos o falsos. Ciertamente  ni el geómetra ni el aritmético lo hacen, aunque ciertamente sí lo han hecho algunos físicos, estimando que esto les corresponde, pues los físicos son los únicos que han considerado que  su inspección de la entera naturaleza lo era simplemente  del ser. Pero la physis es tan sólo un modo del ser, y algo prima sobre lo físico, y aquel que se ocupa de lo universal y de la substancia primera ha de ocuparse asimismo de ese algo. Pues siendo la física una especie de filosofía, no es sin embargo la filosofía primera". (1005a 19- 1005 b 2).

Varios asuntos relevantes en este texto:

Los llamados axiomas de las matemáticas no son asunto que concierne a los matemáticos. De hecho, siendo tales axiomas  universales del conocimiento, me atrevería a decir que universales del espíritu, no se ocupa de ellos nadie concentrado en un particular dominio. Si los físicos, o algunos de ellos,   han pretendido lo contrario,  es en razón de que estimaban (erróneamente para el Estagirita) que la physis recubre la totalidad del ser.

No se trata aquí de introducirse en el problema textual de saber a qué se está refiriendo Aristóteles cuando nos dice que algo prima sobre lo físico (tou physikou tis anotero). Para los intereses de esta reflexión basta referirse a un ámbito que juega un papel determinante en la vida del ser humano  y que, sin embargo, de manera alguna es para Aristóteles  físico, a saber, el ámbito de las entidades matemáticas, las entidades de las que se ocupan precisamente  los que ilegítimamente se han atribuído como cosa propia  los axiomas.

El argumento de Aristóteles parece centrado en la polaridad particular/ universal, de tal manera que  lo que impediríae al físico tratar de los axiomas sería el hecho de que la physis no agota el ser (y así, en la hipótesis contraria,  el volcarse de los físicos sobre los axiomas sería legítimo).  Hay sin embargo un argumento de mayor peso para cuestionar la reivindicación de los físicos, argumento que el propio Aristóteles utilizará inmediatamente:

 Sin duda, los físicos hacen conjeturas sobre el soporte de los fenómenos las cuales se revelan más o menos fértiles; los físicos   explican,  o al menos tienden a explicar. Vocación no desmentida por ninguna de las  disciplinas que a lo largo de la historia han merecido el nombre de física, desde la de los fisiócratas evocados por Aristóteles, a la teoría de la relatividad.  Y si no incluyo la mecánica cuántica no es tanto porque tal voluntad explicativa  no se de en los físicos no se de en los físicos cuánticos, sino porque a veces parecen verse forzados a renunciar a la misma o a forjar otro concepto de inteligibilidad.

En todo caso, cuando los tales físicos se empeñan en asentar la verdad de los axiomas revelan simplemente ser "ignorantes de  los principios  de la demostración", principios  puestos sobre la mesa  por el propio Aristóteles en sus  Analíticos.  Y entonces esta sentencia sin concesiones: "Pues el saber de los axiomas es previo, y no hay que esperar encontrarlos en el curso de la demostración" (1005b 2-5).

De ahí que, unas líneas después,  Aristóteles se refiera al axioma arquitectónico, el  de no contradicción, como  "principio más firme"  y como aquel respecto al cual es imposible engañarse o tomarlo como mero postulado: "pues un principio cuya posesión es necesaria para cualquier conocimiento no puede constituir una mera hipótesis" 15-16). Por ello, si alguien asevera que tal principio no rige en el ser y en el pensamiento, diremos simplemente que  no hay concordancia entre su decir y el hecho mismo de que esté diciendo algo, pues aquel que efectivamente  viviera sin experimentar la primacía del principio dejaría de pensar y hablar, y su estatuto ni siquiera sería homologable al de un animal, por lo cual razonar ante él sería como dirigir la palabra a una planta (omoios gar phyto ho toioutos...1006 a 14-15).

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20 de febrero de 2014
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Asuntos metafísicos 36 ¿Qué hace en suma el metafísico?

El problema del vacío se plantea no sólo al narrador  sino también al filósofo. La recurrida metáfora de la página en blanco no remite a una ausencia  de contenido, sino a la cuestión de la nota diferencial que, sin añadir dato alguno, trasmuta este contenido.[1] ¿Por qué el Aristóteles que se interroga sobre la diferencia que hace la singularidad humana en el seno de la animalidad,  manejando al respeto  todos los datos que podía almacenar el conocimiento de su época no es sin embargo simplemente el primer biólogo sino el primer (y quizás principal ) pensador de la vida y aun de la vida hecha palabra? Por qué el Aristóteles que como todos los astrónomos de la historia  hace conjeturas (afortunadas o no) sobre esferas que podrían eventualmente explicar los fenómenos astrales, constatados una y otra vez, es algo más que un astrónomo?

Por qué el Aristóteles que intenta (de nuevo con mayor o menor fortuna) utilizar las propiedades intrínsecas de los entonces considerados elementos a fin de explicar el comportamiento de la physis, es algo más que un
físico?  ¿Por qué en suma es Aristóteles El Filósofo?

Hay al menos dos embriones de respuesta, sintetizadas en las siempre con toda justicia reiteradas frases del mismo Aristóteles:

"Hay una disciplina (estin episteme) que contempla (tis e theorein) lo que en cuanto meramente  es (to on e on), y lo que por este hecho de meramente ser le pertenece (kai ta touto hyperchonta kath' auto)" (Metafísica 103a 20-22).

La segunda no la entrecomillo porque más que una traducción es un esbozo de glosa:

En razón de su  naturaleza (physei), todos los humanos (pantes anthropoi) son movidos por el deseo (oregontai) de dar forma (tou eidenai). (En el orden griego: pantes anthropoi tou eidenai oregontai physei).

La primera sentencia remite (no digo en absoluto que exclusivamente) a un tema ya largamente debatido aquí, a saber: la cuestión  de  aquello sin lo cual referirse a una entidad carece de sentido. Aquello que por el hecho mismo de que algo es (kai ta touto) no puede dejar de serle atribuido constituye sin duda un atributo de  radical peso, un atributo del  que no cabe prescindir salvo renuncia al ser. Pues bien, lo que hace de esta reflexión con soporte  en la física un esbozo de metafísica es el interés que mantiene por esta cuestión de los atributos que están ahí como condición  de que haya ser.

La segunda frase nos dice que todo ser humano se halla en la carencia si no efectúa la operación de eidenai, si su mente no se está enriqueciendo con conceptos y  vínculos de conceptos que arrancan el entorno a su inmediata naturalidad y lo convierten en parcela de orden o mundo. Esta carencia puede o no ser conscientemente experimentada pero no deja de ser tal. Pues en ausencia de tal praxis, en ausencia de eidenai, el hombre carece simplemente de lo que hace su singularidad en el mundo animal, es decir, carece de  su humanidad.

Y hay quizás un vínculo entre ambas frases sobre el cual  habrá que reflexionar, es decir, intentar aclarar para uno mismo


[1]    Muchos de los grandes  de la narrativa no sólo se han sustentado en hechos  conocidos, sino que han sido escrupulosos  investigadores de los mismos. Esta erudición podría hacer de ellos  excelentes informadores,
pero obviamente el resultado de su trabajo no es un "rapport", aunque eventualmente pudiera también servir como tal. De hecho la cosa no cambia cuando los contenidos representativos son ficticios. Aun en los casos de la narración más realista para el escritor una vez establecida la coherencia de la trama el trabajo no ha hecho más que empezar.

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18 de febrero de 2014
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Asuntos metafísicos 35. Tras el pensar de la ciencia

En un amable comentario a estas reflexiones, el escritor Felix de Azúa recordaba la convicción, de matriz heideggeriana, según la cual la ciencia sería ajena a la tarea del pensar. El lector se dirá quizás que  esto carece de sentido, al menos si por pensar se entiende una exigencia de inteligibilidad, pues la ciencia, en el sentido noble  la palabra,  está profundamente motivada por esta exigencia.

¿No es, en efecto, por fidelidad a exigencias irrenunciables de inteligibilidad que Einstein pasa una parte de su vida luchando contra las consecuencias ontológicas de la física cuántica? A pesar de toda su prodigiosa capacidad  descriptiva y previsora,  y de su potencialidad para concebir  instrumentos que parecen augurar una casi exhaustiva reducción de la naturaleza a la techne (piénsese en el tremendo proyecto del ordenador cuántico en el cual se halla implicado, entre otros, el físico español Ignacio Cirac), la mecánica cuántica (en su interpretación standard ) se había convertido para Einstein en un disciplina que vulneraba los principios sobre los que reposa la inteligibilidad, y en consecuencia era literalmente   ininteligible. En suma: Einstein se negaba a reducir la ciencia a su capacidad descriptiva y su potencia reductora   y  en  se negaba  a baremar   en función de ellas el peso de la misma; Einstein tenía  la convicción de que la ciencia ha de tener  un destino más elevado que no es difícil identificar a la exigencia misma del pensar  ("un uso más elevado de la matemática" que el de ser instrumento de cómputos prácticos exigía ya Descartes en su época ),

Y sin embargo, tras su evidente exageración, la convicción de que "la ciencia no piensa" tiene un poso de verdad, si por pensar entendemos algo que va incluso más allá de la búsqueda de inteligibilidad. Y no me estoy refiriendo al pensar del poeta y en general del artista, de cuyo enorme peso para  los "intereses de la razón" sigue siendo el mejor exponente la kantiana Crítica del Juicio. Me refiero precisamente al pensar de la filosofía, que de entrada surge como algo esencialmente problemático. 

La filosofía no es desde luego (al menos, eso no es  en ella lo esencial) un pensar que  , como el del poeta, explora las  potencialidades y recursos que el lenguaje tiene con vistas a su propia recreación. Pero el pensar de la filosofía no es tampoco el pensar de la ciencia.  No cabe encasillar la filosofía como una modalidad particular de  la manera de hacer de los científicos (lo cual supone que en la distribución administrativa de la universidad la filosofía  no puede ser una facultad paralela a la facultad de biología o de física, asunto considerado por Kant en su Conflict de las Facultades). Simplemente la filosofía no es  ciencia. Y sin embargo la filosofía va tras  (con todo el equívoco de la expresión)  la ciencia. Su pensar es un pensar que sigue en el tiempo al pensar de la ciencia y desde luego extrae toda la savia del mismo, pero también la filosofía está detrás de la ciencia dándole quizás soporte. La filosofía en todo caso para tener legitimidad  ha de añadir algo a la ciencia, ha de decir cosas que la ciencia no dice. ¿Qué añade o dice? Asunto problemático:

La base de las  consideraciones sobre temas de física que aquí me han ocupado pueden ser extraídas de cualquier manual de la disciplina. Ningún elemento de información es de mi propia cosecha. Ni siquiera, es un ejemplo,  el señalar la radical diferencia que para una concepción aristotélica de la physis  (en la cual el estatuto de hallarse en movimiento no puede de manera alguna ser confundido con el estatuto de hallarse en reposo) supone principio de relatividad de Galileo. Esto es  algo que en ocasiones forma parte de la reflexión del profesor de física  y en todo caso del historiador de la física. ¿Por qué sostengo  pues que estamos aquí ante un problema de metafísica y no sólo ante un problema de ciencia o de historia de la ciencia. La respuesta sólo puede venir del énfasis en la intención  Se trata ciertamente de conocimiento, y de conocimiento riguroso, y por eso la ciencia es la base, pero se trata asimismo de algo más. Pero, ¿ en qué consiste ese algo?. ¿ Qué añadir  si estuviera ya resuelto  el problema de la indispensable información (científica pero también filológica e histórica a fin de poder interpretar textos e insertarlos en contextos) y hubiera ya  sido planteado el eventual problema de evaluación e interpretación de dicha información en el seno mismo de la ciencia? ¿Qué hace, en suma, el metafísico? Habrá que seguir preguntándoselo.

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11 de febrero de 2014
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Asuntos metafísicos 34: gemelos inseparables

Un apólogo.

Acababa una columna anterior señalando que el resultado de una observación física nos informa quizás   menos sobre lo que había ahí antes de la observación que  de aquello que se forja en la observación  misma (enfatizo el "quizás" pues no es cierto que la última palabra al respecto esté dicha). Y   ya he considerado aquí varias veces el hecho de que, en razón de la teoría cuántica, ciertos conceptos pierden su estatuto de predicados omniaplicables, es decir atributos que toda entidad física posee necesariamente, para venir a ser como mucho predicados clasificatorios, siendo el ejemplo clásico, pero no único, el de la posición y el de la cantidad de movimiento (es decir, el producto de la masa por la velocidad). 

Para hacer cualitativamente perceptible el enorme interés filosófico de algunas de las constataciones de la Mecánica Cuántica, el  auténtico envite que suponen para nuestra razón, me serviré ahora de otro apólogo. Supongamos que a dos amigos A y B ubicados respectivamente en Santiago de Compostela y Barcelona se les solicita lanzar un gran número de veces una moneda al aire e informar después a un tercer observador de cuales de las tiradas  habían coincidido en el resultado "cara" o en el resultado "cruz". Lo que cabe esperar es que cada uno de ellos haya extraído más o menos cincuenta por ciento de cara y cincuenta por ciento de cruz.

Respecto a las veces en que hay coincidencia, cabe esperar que se trate de veinticinco por ciento de las tiradas para cara y otro veinticinco por ciento para cruz, en total cincuenta por ciento de correlación. Supongamos sin embargo que, al confrontar los resultados, el observador constata que han coincidido absolutamente en todas las tiradas. A menos de atribuirlo a una pura casualidad, buscaremos alguna explicación clásica.

Lo primero que nos pasará por la cabeza es la hipótesis de que en realidad no hay azar y que los dos amigos tienen algún procedimiento oculto que les permite sacar cara o sacar cruz a voluntad. Aun así, hay que explicar cómo sabe el uno lo que ha sacado el otro. Si presuponemos
que uno de ellos tira antes que el otro, lo lógico es pensar que  le comunica por algún sistema rápido (oculto asimismo para el observador) cual ha sido el resultado, lo cual obviamente está excluido si asumimos que las dos tiradas se efectúan al tiempo. En este sólo podemos conjeturar: hay efectivamente un control del aparente azar, pero además se pusieron de acuerdo antes de empezar el juego sobre  qué se elegiría  en cada una de las sucesivas tiradas.  En suma, la absoluta correlación constatada por el observador en los resultados de las sucesivas tiradas no sería sino expresión de una oculta pero  bien determinada estrategia. 

Pues bien: en la mecánica cuántica se dan casos de correlación con las características de la expuesta y para los que no valen en absoluto explicaciones como las que preceden, correlaciones sorprendentes sin estrategia posible que las haga inteligibles en el marco los arraigados principios ontológicos y epistemológicos, en primer lugar el principio de localidad, a los que me he venido refiriendo. 

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4 de febrero de 2014
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Asuntos metafísicos 33. Entrada en el mundo cuántico

Motivaciones.

A la teoría cuántica se llega, como prácticamente a todas partes,  por múltiples caminos. Uno de ellos es el ya evocado, consistente en que, tras oír campanas sobre la trascendencia que tendría
la Mecánica  Cuántica a la hora de medir el peso de relevantes leyes y conceptos sobre el orden natural, se ve en ella  una promesa de fuga ante aquello que nos forja determina y limita, tanto espacial como temporalmente.  Escapismo que se halla en el origen de tantos discursos literalmente delirantes que pretenden encontrar apoyo  en esta disciplina.  

Una segunda entrada es la del estudiante de Física que,  tras topar con la asignatura como una más de las consignadas en el programa de la carrera, descubre que la eventual pericia para resolver con facilidad los problemas técnicos no hace sino acrecentar el desconcierto que producen algunas de las afirmaciones que se postulan, o algunos de los corolarios que de  la resolución meramente técnica se derivan.

Ello puede suponer para este estudiante una inflexión en el propio destino, consistente en que,  al interés por la descripción de los fenómenos naturales, su archivación matemática, la previsión de fenómenos concomitantes a los primeros y la eventual canalización de todo ello hacia objetivos prácticos, se superponga un interés por la inteligibilidad del orden natural, el cual puede llegar a ser lo realmente prioritario. En tal caso cabe decir que el estudiante de física se ha convertido  en estudiante de filosofía, o si se quiere: que el vocacionalmente  físico se ha convertido en filósofo.

Camino inverso es el del estudioso de materias caracterizadas como filosóficas que, conducido por reflexiones en principio abstractas o especulativas, se siente interpelado por la reflexión de los físicos cuánticos. Tal  sería el caso de quien, estudiando las categorías o conceptos generales y los principios que los grandes metafísicos consideraban como condición de posibilidad de nuestra aprehensión del mundo, recibe información de que algunos de tales conceptos o principios han sido puestos en tela de juicio por los descubrimientos de los físicos cuánticos, o cuando menos han dejado de constituir obviedades. 

Ejemplo no azaroso.

Supongamos que, enfrentado a los retos de la kantiana Crítica de la Razón Pura e inmerso en los párrafos sobre la universalidad del principio de causalidad (asunto que separaba a Kant de Hume), el estudiante o estudioso de filosofía se entera de que la Mecánica Cuántica tiene razones para sostener que en determinadas circunstancias  la medición  de un mismo atributo físico, realizada  sobre múltiples copias absolutamente idénticas de una misma partícula exactamente en las mismas condiciones y excluida la  intervención de cualquier variable perturbadora... no da necesariamente como resultado un mismo valor cuantitativo. Inevitablemente ese estudiante encontrará que se tambalea un principio regulador, tranquilizante para nuestro comercio con el orden natural. La polémica de Kant con Hume adquirirá entonces para él una inesperada resonancia,  querrá estar al tanto de este asunto de manera precisa  y con ello se apresta a una dificilísima aventura, que le exigirá someterse a la mediación de la física.

Pues aunque sea cierto que en ausencia de concepto propio de la cosa una metáfora ya es mucho, en materia de ciencia la metáfora deja insatisfecho. Las explicaciones "cualitativas" de algunos de los tremendos (filosóficamente hablando) asuntos  de la Mecánica Cuántica no hacen otra cosa que avivar el apetito. La exigencia de intelección cabal se impone, y esta se hace imposible sin un mínimo de recursos técnicos.

Habrá aquí también una inflexión en sentido contrario a la arriba señalada.  Pues tenga o no  el estudiante de filosofía  previa formación matemática, se sentirá en todo caso obligado a actualizarla en un sentido concreto. No se tratará en absoluto (como Hegel decía en  su crítica de la actitud pitagórica en materias  filosóficas) de "someter al espíritu a la tortura de convertirse en máquina", es decir de sustituir la vida (excitante precisamente porque perturbada y llena de equívocos) de los conceptos por la asepsia de los números, sino de hacer de los números auxiliares que participan de la energía misma de aquello a lo que auxilian. Este esfuerzo permitirá al estudiante o estudioso de filosofía  entender relativamente  desde dentro la situación arriba señalada  del científico al que su propia disciplina ha conducido a un reto fundamental, situación a la que ahora volvemos. [1]


[1] Trabas en el natural paso de la ciencia a la filosofía.   Si el que no es  científico puede ser acusado de ingenuidad por atreverse a formular un interrogante como (por ejemplo) el  relativo a la efectiva  independencia  de la realidad que consideramos exterior,  ese temor también alimenta hoy al científico que, a partir de sus propios trabajos o el de sus pares,  se encuentra con un hecho que le mueve a  una interrogación no estrictamente técnica pero sí fundamental. 

Pues al osar simplemente  formularla se le acusará de ignorar que otros ya la habían formulado y que han abundado en la misma con aspectos muy a menudo contingentes, de los que debería estar al tanto,  y que desde luego  no le hubieran  interesado nunca de no haber sido (por fortuna para su condición de ser de razón) a un momento dado  presa de ese estupor que, como hemos visto,  era para  Aristóteles el punto de arranque  de la filosofía.

Desgraciadamente, la exigencia de erudición pesa en ocasiones  más que la fidelidad al espíritu marcado por tal estupor. No es exagerado decir que la abrumadora cantidad de información que circula en torno a alguna de las cuestiones esenciales a las que se ve abocada la ciencia enturbia el punto de partida, e impide precisamente formularlo en términos límpidos, formularlo con las  claridad y distinción cartesianas, casi siempre atributos de la interrogación fresca e ingenua.

Es obvio, por ejemplo,  que las discusiones, a menudo de gran complejidad técnica, sobre los pros y los contras de una u otra interpretación de la teoría cuántica hacen más sutil la reflexión (que en cada paso ha de integrar todas las consideraciones avanzadas por otros al respecto), pero no hacen más sutiles los interrogantes de salida, cuya cristalina sencillez está en la base de la misma necesidad de interpretaciones. Interpretaciones que se hallan en conflicto, por lo cual precisamente se acumula la erudición, es decir la forja de nuevas armas para defender  una o  otra de tales interpretaciones, para rechazarlas de pleno, o para avanzar una nueva. 

Pero el tiempo se condensa en extremo para la atormentada actividad del erudito. Apenas acaba de redactar el artículo  en el que sintetiza las observaciones filosóficas  que le sugirió  tal experimento que mereció la publicación en Science  o en Physical Revue...cuando se apercibe de que una veintena de papers le han precedido, de los cuales debería dar cuenta al menos en nota, so pena de ser tildado de hablar sin estar al corriente de lo publicado. En ocasiones ocurre que han pasado 10 años y  la multiplicación de artículos que hacen referencia los unos a los otros (sin añadir nada esencial al descubrimiento que es su razón des ser) es tal, que citar el artículo originario y atenerse al mismo puede incluso parecer una antigualla.

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28 de enero de 2014
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Asuntos metafísicos 32. La casa de Einstein

Los pilares

Conviene citar in extenso el esencial texto filosófico de Einstein al que ya en diferentes ocasiones me he referido:

"Si uno se pregunta, abstracción hecha de la mecánica cuántica, qué es lo característico del mundo de ideas de la física, uno se halla ante todo marcado por lo siguiente: los conceptos de la física hacen referencia a un mundo real existente, es decir,  las ideas se establecen en relación a cosas tales como cuerpos, campos, etcétera, los cuales reivindican una "existencia real" o sea independiente del sujeto que las percibe. Es además característico de de estos objetos físicos el que, con independencia del pensamiento, se hallan ordenados en un continuo espacio temporal. Un aspecto esencial de esta ordenación de las cosas  en física es que pueden reclamar, en un momento determinado, una existencia independiente del otro, con tal de que estos objetos se hallen 'situados en diferentes partes del espacio'. A menos de hacer propia esta asunción relativa a la independencia de la existencia de objetos que están suficientemente  alejados el uno del otro (...) el pensar de la física en el sentido usual del término no es posible (...). La relativa independencia de objetos (A B) suficientemente  alejados  puede expresarse mediante la siguiente idea: una externa influencia en A  carece de interna influencia en B; esto es conocido como el principio de localidad (...)Si este axioma llegara a ser abolido (...) la postulación de leyes que podrían ser verificadas empíricamente en el sentido aceptado del término, sería imposible" .[1]

 

"Socavar los cimientos...".  Me  he referido ya aquí al apólogo mediante el cual  (en la introducción de la Crítica de la Razón Pura) Kant intenta ilustrar su concepción de lo que constituiría un conocimiento auténticamente a priori.  El pensador señala que no sería tal la certeza que tendría de la inminente destrucción de su casa aquel hombre que hubiera procedido a socavar sus cimientos[2].  Decía que todo estudiante de filosofía, inevitablemente confrontado a la lectura de esta obra, se habrá quedado sorprendido por la elección del ejemplo, y que más allá de la cuestión epistemológica planteada por el filósofo el estudiante se planteará por un momento   la pregunta relativa a las razones que pueden mover a un hombre a socavar ni más ni menos que su propia casa.

Me viene siempre a la mente este apólogo kantiano cuando pienso en la operación que desde hace un siglo han realizado los físicos en relación a la  naturaleza elemental Pues  es incuestionable que la ciencia natural de nuestro tiempo ha efectuado una operación de derribo de cimientos análoga a la  del protagonista de Kant. No ciertamente derribo de la palanca física que soportaría al mundo, pero sí derribo de algunos de los principios que sustentan nuestro comercio con él y cimientan la confianza en que nuestras representaciones se adecuan armoniosamente a una realidad que de hecho las trasciende. Principios que habían sido considerados, por así decirlo,  como lo más natural, tan natural que el hecho de que la naturaleza no responda a los mismos puede parecernos simplemente un sin sentido.

Pues, ¿cómo mantenerse fieles a la sana convicción de que propio del espíritu humano es confrontarse a lo real si, como señalaba en la columna precedente, llegamos a la conclusión de que las observaciones que hacemos y los resultados que obtenemos no nos dicen lo que el mundo era antes de haberlo observado, sino más bien aquello en lo que se ha convertido como resultado de la observación?

¿A quién, por ejemplo, se le ocurre que el lazo con el entorno fuera posible si la naturaleza no estuviera subordinada al principio de individuación, es decir, si aquello que percibimos como un individuo (o sea, dividido respecto a todos los demás e indiviso respecto a sí mismo), se revelara carecer de existencia independiente? 

O bien-aspecto correlativo- ¿qué seguridad de que hay ámbitos locales, es decir ámbitos protegidos de externas influencias, si algo que se produce  en un objeto físico en Santiago de Compostela se hace presente de inmediato en un objeto otrora vinculado al anterior, pero ahora privado de contigüidad física con él en Barcelona. 

Asimismo, ¿cómo conservar la confianza en la regularidad de los fenómenos en nuestro entorno si no tenemos certeza de que idénticas causas- y en ausencia de otras variables- generarán idénticos efectos? 

En fin: ¿Cómo  no caer en la tentación del solipsismo si la ciencia natural de nuestra época parece poner en entredicho el axioma según el cual existe un mundo no sólo exterior sino bien determinado?  Si el realismo, consiste en afirmar  que el mundo físico es independiente, es decir, que se da  aun en ausencia de todo observador, el determinismo añade que este mundo subsistente no es aleatorio, sino que se haya sometido a una regularidad que eventualmente permite hacer previsiones.  Pero  desde luego realismo y   determinismo parecen barridos si como avanzaba en la anterior columna las condiciones mismas  de posibilidad de que puedan  hacerse previsiones sobre el mundo físico  suponen  que al verificar el grado de exactitud de lo  previsto   topamos inevitablemente con la influencia  radicalmente  perturbadora de nuestra presencia. Barridos realismo y determinismo junto al principio de individuación, principio de localidad o irreversibilidad de un tiempo absoluto en esta suerte de destrucción de los trascendentales del pensamiento, es decir,  los principios elementales sobre los que -según la afirmación de Einstein- reposa la ciencia física.


[1]             
"If one asks what, irrespective of quantum mechanics, is characteristic of the world of ideas of physics, one is first of all struck by the following: the concepts of physics relate to a real outside world, that is, ideas are established relating to things such as bodies, fields, etc., which claim a "real existence" that is independent of the perceiving subject [...]". It is further characteristic of these physical objects that they are thoughtless arranged in a space-time continuum. An essential aspect of this arrangement of things in physics is that they may claim, at a certain time, to an existence independent of one another, provided these objects ‘are situated in different parts of space'. Unless one makes this kind of assumption about the independence of the existence of objects which are far apart from one another in space [...].physical thinking in the familiar sense would not be possible [...]".  The following idea characterizes the relative independence of objects far apart in space (A and B): external influence on A has no direct influence on B; this is known as the "principle of locality" [...]. If this axiom were to be [...] abolished [...] the postulation of laws which can be checked empirically in the accepted sense, would become impossible" The Born-Einstein Letters (1971). (Macmillan, London). pp. 170-171 

[2]     El argumento del filósofo es que tal certeza constituye en realidad el resultado de una generalización por inducción, dado que esa persona había constatado mil veces que lo que carece de cimientos se derrumba. Auténtica certeza a priori sería por el contrario la que tenemos -sustentado en la  las intuiciones  trascendentales de espacio y tiempo- de que raiz cuadrada de dos es un número irracional y los tres ángulos del triángulo (euclidiano, convendría hoy precisar) miden dos rectos. 

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21 de enero de 2014
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Asuntos metafísicos 31: ¿está ahí lo que cabe observar?

He evocado antes la tesis de que la Mecánica Cuántica sería la única de las disciplinas científicas que se enfrenta sin ambages al problema del ser.  Por mi parte matizaría en el sentido de que se trata de la disciplina que más directamente se ha volcado sobre ese problema   que es de hecho el problema, aquello que (en un registro más o menos oculto a nosotros mismos) a todos concierne. En cualquier caso  se tratará aquí de servirse de la Mecánica Cuántica para hacer perceptible cual es el problema ontológico y a la vez intentar mostrar que los términos mismos del problema quedan radicalmente perturbados por esa misma Mecánica Cuántica. Empezaré recordando asuntos que pueden parecer obviedades  pero  alguno de los cuales,  como veremos, quizás no lo sea tanto:

Exploración de la alteridad. Sigue aquí como trasfondo la tesis aristotélica relativa a que las facultades que nos singularizan respecto a los demás animales son las que se fertilizan o realizan a través de lo que denominamos conocimiento (aunque no exclusivamente: conocer, o más bien desear conocer, es lo nuestro, aunque en ocasiones por circunstancias ya evocadas esta singularidad esté puesta entre paréntesis).   El ansia de conocer pasa siempre, en una u otra medida, por la invitación socrática a intentar ser espejo reflexivo de sí mismo, pero desde luego no se satisface con ello. A veces, conocer es quizás precisamente salir de sí mismo, salir de la redundancia estéril  a menudo coincidente con la auto- observación. 

Conocer es enfrentarse a la alteridad, ya sea superando su opacidad, ya sea  eventualmente generando tal alteridad, en cuyo caso  el conocimiento se emparentaría de alguna manera  a una operación creativa, a la forma de confrontación de la alteridad que caracteriza al artista. Una de las formas del deseo de inteligibilidad que marca a la ciencia es la disposición general que caracteriza al físico. Esta disposición sin embargo es más o menos sofisticada y en parte ello depende del sector de la disciplina. El físico es alguien que de entrada  aspira a observar rasgos de las cosas, pero no de las cosas en alguna particularidad sino de las cosas en su naturaleza inmediata. El físico no se ocupa, por ejemplo, de lo que tiene la complejidad de la vida;  ante un animal el físico hará abstracción de lo que sí estudia el biólogo. Cabe decir que todo lo que determina el físico está implícito en lo que determina el biólogo, sin que la recíproca sea cierta. Por decirlo claramente: todo ser vivo responde a los rasgos más generales de las entidades físicas,  pero no es cierta  la inversa.

Pongámonos en la tesitura de que somos físicos: sospechamos que una cosa ofrecería a nuestra observación rasgos interesantes y queremos efectivamente observarlos. A veces  el acceso a lo que nos interesa observar  está al alcance digamos del ojo: alzamos el velo que impide la percepción y aparece el rasgo buscado. Con intención uso expresiones tan vagas,  intentando especialmente  evitar el término propiedad porque supondría ya considerar que, aunque oculta,  la cosa tiene ya eso que aun no percibimos, asunto que precisamente es objeto de debate.   

La primera pregunta. Sea o no propiedad de lo observado el acceso a lo que nos interesa observar  exige en ocasiones mayores mediaciones. Así para observar un planeta alejado necesitamos un telescopio y para observar el comportamiento de una entidad diminuta necesitamos un microscopio. Atengámonos de momento a lo diminuto. Supongamos por ejemplo que se trata de una partícula elemental, un electrón por ejemplo, y que nos interesa saber el valor exacto de una magnitud física de tal partícula. Supongamos asimismo que tenemos los instrumentos técnicos que nos permiten acceder a tal observación.

Obviamente, antes de la intervención física no sabemos la cifra que llegaremos a observar, pero por ello mismo tiene sentido la siguiente pregunta:

¿Tenemos alguna manera de efectuar  una previsión rigurosa  de  lo que saldrá? Es decir: ¿tenemos algún procedimiento matemáticamente formulable que nos permita algún tipo de expectativa?

Sí la tenemos, o  sí la tienen los físicos, al menos tratándose de cierto número de entidades y un número limitado de observables. Cabe decir: aunque  aun no exploramos físicamente la cosa, estamos en condiciones de avanzar una razonable previsión de lo que en ella observaremos. Veremos en la columna siguiente que, en la generalidad de los casos, las condiciones de posibilidad de la previsión suponen  que la  verificación   de lo previsto equivale a  influencia radicalmente  perturbadora en la cosa física de la que se trata. De tal manera que se ha podido decir que el resultado de una observación física   nos informa menos  lo que había ahí antes de la observación como de lo que resulta de la misma. 

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14 de enero de 2014
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Asuntos metafísicos 30: un raro estado físico

Reto para la filosofía. He venido sosteniendo que  una filosofía natural que tenga en cuenta los desarrollos de la física de nuestra época se ve abocada a interrogarse muy radicalmente sobre la vigencia universal de ciertos  principios que en columnas anteriores  han sido enumerados (localidad-contigüidad, individuación, causalidad realismo...) los cuales parecían dar soporte básico a nuestra   concepción de la naturaleza y a la esperanza (esencial para la física) de correctas previsiones  sobre los fenómenos que en ella se despliegan. Pues bien:

Es necesario enfatizar que esta perplejidad filosófica  no deriva  de aspectos contingentes de la disciplina, sino de  aspectos claves de la misma, por ejemplo  de ciertos fundamentos de la
información cuántica que  revolucionan el concepto de criptografía,  con las  enormes implicaciones prácticas que ello tiene en sociedades dónde la información es (para bien o para mal) una variable importantísima

Un índice de la trascendencia filosófica de lo que se dirime es el hecho de que  la
sorprendente teoría física (en absoluto marginal o pintoresca) que afirma la existencia de múltiples mundos ortogonales entre sí  es ante todo una tentativa de escapar a algunas de las implicaciones que para el concepto de naturaleza tiene la Mecánica Cuántica. Dicho abruptamente: la tesis de que se dan múltiples epifanías de una  naturaleza que recuerda a la de siempre (por ejemplo por estar determinada en su comportamiento y devenir por leyes no dependientes de sujeto alguno)  puede parecer menos chocante que la de aceptar una naturaleza tal como la interpretación canónica de la Mecánica Cuántica nos la presenta. O aun: para algunos más valen múltiples mundos como el conocido que un solo mundo cuántico.   En cualquier caso se trata de asuntos que constituyen un reto esencial para la Filosofía, de ser cierto que  "los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor".

Un raro estado físico ¿Cómo no va a constituir un desafío filosófico el hecho de que los principios de la mecánica cuántica posibiliten la superposición en  una entidad indivisible de dos  direcciones opuestas (spin arriba y spin abajo respectivamente de una determinada partícula)? Sea una peonza en movimiento. Es posible que estemos en condiciones de afirmar:  hay cincuenta por ciento  de probabilidades de llegar  a constatar que gira hacia la derecha y cincuenta por ciento de llegar a constatar que se mueve hacia la izquierda, pero siempre que consideremos que esta incertidumbre es el   índice de nuestra ignorancia de la cosa. Lo que de ninguna manera permite la concepción clásica de la naturaleza es decir lo que en ocasiones dice la física cuántica en relación a una partícula: el único estado físico  que ahora podemos atribuirle  es la  superposición de movimiento hacia la derecha y movimiento hacia   la izquierda.    Otra cosa es que a la hora de verificarlo, y por el hecho de hacerlo, la partícula experimente una radical perturbación de este su estado físico, de tal manera que o bien se mueve hacia la derecha o bien lo hace hacia la izquierda, es decir: el estado físico de superposición plantea problemas de compatibilidad con la percepción, ya sea inmediata o sofisticada de los fenómenos.

Si consideramos que el estado físico de superposición es un caso relativamente menos problemático (para la concepción ortodoxa) que otros estados cuánticos (¡y precisamente por ello físicos!) comprendemos que algo de nuestra percepción de la naturaleza empieza
a ser problemático, y ello a la luz precisamente de lo que dice la física... es decir: la disciplina que determinaba  mayormente lo que con legitimidad cabe  pensar sobre la estructura del orden natural. 

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9 de enero de 2014
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El Boomeran(g)
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