Víctor Gómez Pin
Digresión preliminar: Irreductibilidad de la disposición filosófica
Está fuera de duda que la fuga de lo real, y no la entereza para mirarlo y asumirlo, se halla en el origen de algunas de las grandes creaciones del espíritu, que la creación ha germinado muchas veces gracias a la sublimación de la indigencia y que el miedo ha cimentado la erección de catedrales. Pero es obvio que ello no constituye la regla. El engaño sobre el propio ser, el propio origen o el propio destino, el engaño sobre la intrínseca finitud, no sirve en general más que a apuntalar el edificio mismo de la mentira, de tal manera que, cabe decir, la mentira sólo es servidora de sí misma. La recepción sin resistencia de la propaganda sobre mezquinos valores imperantes, e incluso la complacencia en la misma, la ceguera ante intoxicaciones que un mínimo de exigencia lógica bastaría a rechazar[1], son indicio de este triste círculo vicioso.
Por eso mismo merecen tanto nuestro agradecimiento aquellos que se han erigido en ejemplos de la tensión del pensar, y en quienes tal tensión ha cristalizado en teorizaciones que liberan de los estereotipos en los que tantas veces se esteriliza el espíritu humano. Y aunque quepa sospechar que, en el origen, la disposición que lleva al pensar encubre también, más o menos sublimado, algún oscuro aspecto de la subjetividad, sin embargo en el proceso mismo de activar el pensamiento, el peso de esta variable encubierta se achica. Pues simplemente lo que merece el nombre de filosofía es difícilmente compatible con la escaramuza. Ya he tenido aquí ocasión de evocar la frase con la que el fallecido matemático francés Gilles Châtelet glosaba la sentencia según la cual la filosofía es una guerra: "guerra, sí, pero guerra contra la estupidez"; violencia en todo caso contra la dificultad exterior y la pereza y desidia interiores que frenan la disposición a ser espejo para la reflexión del propio ser y el propio entorno.
La metafísica persiste.
Si la filosofía ha encontrado en muchas ocasiones en la ciencia la privilegiada ocasión de su despliegue, vengo reiterando que en nuestro tiempo la filosofía, bajo esa modalidad no exclusiva pero sí fundamental que es la metafísica, ha encontrado en un debate científico concreto (a saber la confrontación de los postulados cuánticos a los principios ontológicos clásicos) la ocasión de un auténtico renacimiento, y ello en el momento mismo en que desde perspectivas tan diferentes como las de Carnap o Heidegger se anunciaba su superación. La metafísica no sólo no está muerta sino que resiste a la reducción a otras formas del pensamiento, y desde luego a ser una mera reflexión sobre el decir de la ciencia, y ello precisamente porque la propia ciencia le invita a no ceder en sus objetivos. Cuando, tras los pasos de algunos de los grandes de la física en el último siglo, Tim Maudlin da como subtítulo a un libro sobre relatividad y no localidad cuántica, Metaphysical Intimations of Modern Physics, está dando indicios de la necesidad de recuperar una palabra que (como tiempo atrás ontología) parecía reflejar una forma caduca de la reflexión filosófica.
En estas notas se intenta ser fiel a esta exigencia, se intenta mantener la disposición metafísica. En las últimas columnas me estaba adentrando en el teorema de Bell. Como dice el propio Maudlin ello no puede hacerse sin algún "slightly technical interlude". A continuación uno de estos interludios.
Una noción técnica.
Recordemos que la luz consiste en un campo electro-magnético que puede oscilar en cualquier dirección perpendicular a la de desplazamiento. La dirección según la cual oscila la vertiente eléctrica del campo es llamada dirección de polarización. Un haz de luz no tiene de entrada una polarización bien definida, dispersión por la cual se habla de luz no polarizada. Sin embargo cuando sometemos esta luz dispersa a cierto material con una determinada estructura cristalina (usado por ejemplo en gafas de sol) se da el fenómeno siguiente: aproximadamente la mitad de la luz es absorbida y la otra mitad es trasmitida…ahora ya dotada de idéntica polarización. Este material que juega así el papel de filtro es denominado un polarizador, el cual tiene un eje preferente que coincide con la dirección de polarización.
Consideremos ahora la parte del haz de luz que ha pasado y que ahora coincide en polarización y sometámosla a la acción de un segundo polarizador. Ocurre lo siguiente: si el eje preferente de este segundo polarizador coincide en dirección con el del primero, toda la luz será de nuevo trasmitida; si el segundo polarizador es girado 90 grados, entonces nada de luz pasa (toda es absorbida); si el giro es de 60 grados pasará una cuarta parte de la luz ; si es de 30 grados, tres cuartas partes… . En general para un ángulo a determinado respecto a la orientación del primer polarizador, la proporción de luz transmitida por el segundo polarizador será coseno cuadrado de a, y la absorbida seno cuadrado de a.
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Desde el artículo de 1905 sobre el efecto fotoeléctrico por el cual Einstein obtuvo el premio Nobel, sabemos que la luz no siempre se comporta como una onda, sino que a veces lo hace como un conjunto de partículas, llamada fotones. Una luz tenue está constituida por pocos fotones, eventualmente uno sólo, y una luz fuerte por gran número de los mismos. ¿Cómo interpretamos el señalado efecto de polarización si la luz no polarizada, incidente en el primer filtro es un conjunto de fotones? Pues simplemente diciendo que la mitad de los fotones ha pasado, quedando ahora polarizados idénticamente, mientras que la otra mitad ha sido absorbida por el material. Diremos asimismo que el número de fotones que pasará el segundo filtro dependerá de la orientación del mismo. Si consideramos cada fotón particular que ya ha pasado el primer filtro, entonces la cifra antes avanzada (coseno cuadrado de a) significa ahora la probabilidad que un fotón individual tiene de pasar el segundo filtro y no como antes la proporción de luz ya polarizada que pasa. En la próxima columna aplicaremos todo esto a un caso particular.
[1] Permítaseme una digresión a este respecto. Sabido es que en Holanda ( y de manera levemente más disimulada en múltiples otros países), grupos políticos con optimistas perspectivas enfrentan las elecciones europeas con propuestas de exclusión de ciudadanos de los países llamados del "Este" de la llamada "Unión", incluidos países que como Rumanía o Bulgaria forman ya parte de la misma. Pues bien, no le quepa al lector duda de que muchos de esos mismos ciudadanos que se complacen en tales propuestas y están dispuestos a votar a quienes las defienden, aceptan como palabra evangélica la línea editorial de tantos periódicos que presentan el conflicto de Ucrania como fruto de la tensión producida por la interferencia rusa para evitar el acercamiento de este país a una Unión Europea dispuesta a abrirle las puertas.