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Asuntos metafísicos 42: un caso singular.

Por 25 de marzo de 2014 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Tras el recordatorio de un aspecto  relativo a la polarización de fotones en la última columna, estamos   ya en disposición de enfrentarnos  a uno de esos momentos singulares en los que el vínculo entre un protocolo matemático y  la solución  de algo que presenta de entrada  una dificultad meramente técnica viene a constituirse  en variable  fundamental a la hora de determinar aquello de que se ocupan los físicos, es decir en variante de peso para la metafísica. Me estoy refiriendo al tantas veces evocado lazo entre el teorema de Bell y el experimento de Aspect mediante el cual se cuestiona  la localidad como principio regulador del orden natural. Seguimos pues con la polarización de fotones pero antes una  precisión y una  referencia historicista:

No  "efecto mariposa".

En el uso convencional y no científico de la expresión, se identifica el efecto mariposa a las consecuencias  mayores que puede generar una pequeña  perturbación que acontece a gran distancia. Por interesante que este fenómeno sea  nada tiene que ver con el fenómeno cuántico de la no localidad. Recuérdese que si  el intervalo temporal que  separa dos acontecimientos  no es suficiente para que la luz cubra la distancia espacial que se da entre ellos entonces dichos acontecimientos son dichos tener separación espacial, de lo cual es un caso particular el de los acontecimientos que son simultáneos. Pues bien: es en este terreno de acontecimientos espacialmente separados que hay que buscar la no localidad, efectos de correlación o anticorrelación que no se explican por mediaciones de contigüidad. Nada pues que ver con la influencia que pueda llegar a tener en la lejanía el movimiento alado de una mariposa.     

Arqueología del principio de contigüidad.  La convicción  de Einstein  de la localidad, de la imposibilidad de mantener la racionalidad de las ideas de la física sin aceptar la subsistencia independiente de una entidad al menos que un lazo de contigüidad la vincule a otras entidades,  tiene raíces tan antiguas como la convicción aristotélica del tópos, concebido  como lazo de contigüidad envolvente entre entidades, lo que hace que en el mundo cabalmente físico  no quepa el vacío ni la acción a distancia.

En un texto de la Física en el que responde a la pregunta relativa a qué distingue al matemático del físico, Aristóteles nos dice que el matemático especula con volúmenes, con superficies y con líneas que son indisociables del conjunto unificado de elementos de la definición que constituye la ousía y que, sin embargo, el matemático considera como si funcionaran por sí mismos. Pero al volumen se añade algo importantísimo: toda entidad tiene lugar, pues, al igual que en la mecánica clásica a la cantidad de movimientos se añade forzosamente la posición, para Aristóteles el lugar se añade, como trascendental de la objetividad, a la polaridad movimiento-reposo. Pero, ¿qué es el lugar? Aristóteles responde a esta pregunta  considerando previamente tres conceptos fundamentales, que el pensador  extrae de un análisis del lenguaje ordinario: Dos cosas son consecutivas si no existe entre ellas ninguna entidad de la especie de la primera o de la segunda. Dos cosas son contiguas si, además de ser consecutivas, están en contacto. De la contigüidad se pasa a la continuidad si esas dos cosas constituyen una sola, es decir, si la frontera que las separa es, de hecho, una mera separación de partes. En otras palabras: cuando la superficie de contacto no es más que una, la relación es de continuidad.

Teniendo en cuenta esto, se puede dar la definición aristotélica de tópos: el lugar de algo es la superficie del cuerpo que lo envuelve, es decir: el lugar es la superficie de aquello que está en relación de contacto con la propia superficie.

La reflexión sobre la physis se ha efectuado en base a la postulación – implícita o explícita- de este principio de contigüidad, que excluye entre otras cosas la idea de una acción a distancia. Es reivindicando a Aristóteles que se ha podido llegar a decir que una teoría no local no puede siquiera ser considerada científica strictu sensu, que sólo localmente cabe conocer y actuar. Y Einstein cuenta entre los pensadores a incluir en esta reivindicación. Volvamos ahora a los asuntos de polarización.

Fotón marcado por el comportamiento del otro.

Cuando átomos de calcio en estado de vapor son sometidos a determinada radiación láser,  se percibe una  fluorescencia. Esto se debe a que, tras  un primer momento de  excitación o incremento de energía,  provocada por el láser, que aleja del núcleo a  los electrones de cada átomo, estos  retornan a su estado básico, pues el suplemento de energía adquirido  se  traduce en emisión de fotones, dos por cada átomo, que se separan en opuesta dirección.

Supongamos que el fotón de la derecha es en su desplazamiento sometido a la acción filtrante de un polarizador. Sea cual sea la dirección en la que se ha dispuesto el polarizador, tenemos cincuenta por ciento  de probabilidades de que pase, de tal manera que si repetimos el procedimiento para un gran número de fotones emitidos, constataremos que la mitad acaba por pasar (en conformidad a lo antes dicho sobre el comportamiento de un haz de luz aun no polarizada )

El hecho de que la (comprobada experimentalmente ) probabilidad 1/2 de que un fotón pase o no pase, sea indiferente a la dirección del polarizador indica que, antes de ser sometido a la acción de este, el fotón no tenía una polarización bien determinada. En efecto: supongamos que la tenía coincidente con un determinado eje z, entonces si el polarizador tuviera también dirección  z pasaría con total certeza, y si estuviera dispuesto en  una dirección ortogonal a  z, con la misma  certeza no pasaría. Así pues el polarizador no constituye un simple medidor de propiedad objetiva sino de alguna manera un forjador de propiedades. Cabe decir que, antes de ser sometido al  filtro, el fotón tenía una potencia de polarización que sólo por la acción efectiva del filtro se actualiza,  (apreciación sin embargo que  será matizada algo más adelante) 

En cualquier caso, si tras haber dispuesto el polarizador  en una determinada dirección, z por ejemplo, constatamos  que efectivamente  el fotón ha pasado, entonces   podemos afirmar sin duda alguna que  ahora sí tiene una polarización bien  determinada, coincidente con la del eje del polarizador.  Armados  con tal  conocimiento  dirijamos la mirada al fotón de la izquierda. Pongamos el polarizador en la dirección z.  El hecho de haber  medido lo que acontece a la derecha no tiene porque influir en lo que acontece a la izquierda, así que a priori la  probabilidad de de que el fotón pase es de cincuenta por ciento. Supongamos que efectivamente pasa y que, tras constatarlo,  repetimos exactamente el experimento con otras parejas de fotones, siempre con los polarizadores dispuestos en  la dirección z. Pues bien. Ocurre lo siguiente: cada vez que el fotón de la derecha pase, el de la izquierda pasa también, y si el primero no pasa (es absorbido) el segundo tampoco lo hará. Sorprendidos ante esta reiterada constatación, introduciremos un cambio consistente en mantener  el polarizador de la derecha en la dirección z pero el de la izquierda en una dirección perpendicular a z. Pues bien, experimentando con gran cantidad de parejas de fotones constatamos que en estas condiciones ocurre  lo siguiente:

Cada vez  que  el fotón de la derecha pasa,  el de la izquierda  no pasa; cada vez  que el fotón de la derecha no  pasa,  el fotón de la izquierda pasa, es decir, surge  del experimento con una polarización ortogonal a z. Dada la correlación, ello podría  hacer pensar que de hecho el fotón de la derecha tenía ya antes de encontrar el filtro una polarización objetiva perpendicular a z, razón por la cual (al ponerle un polarizador z)  no ha pasado. Mas hay una segunda interpretación que tiene muchas cartas a favor, a saber: 

Cada fotón considerado en sí mismo  carecería efectivamente  de una polarización bien definida (y por eso considerado individualmente tanto puede  pasar como no pasar, sea cual sea la dirección del polarizador), sin embargo la pareja que ambos forman sí tendría  una polarización compartida. Complemento de la explicación   es que incluso el hecho de no pasar pone de relieve en el fotón   de la derecha   su  polarización por así decirlo frustrada que, al cambiar la dirección,  sí se actualiza a la izquierda.

En fin, cabe  aun otra  hipótesis, quizás la  primera que puede pasar por la cabeza, a saber  que  los fotones  no están de verdad sometidos a  la condición de localidad y que alguna fuerza, no misteriosa sino simplemente oculta a nuestra observación, alguna fuerza electromagnética o incluso gravitatoria  está operando y modificando los resultados que se darían si hubiera efectivamente un comportamiento puramente local. En cualquier caso, para posicionarse ante esta hipótesis, digamos conservadora, útil sería lo siguiente:

a) Mostrar con rigor  los resultados  a los que habría de responder un comportamiento de indiscutible localidad.  b) Determinar si las previsiones teóricas de la mecánica cuántica relativas a la polarización de fotones como los considerados… respetan o no estos resultados. c)Asegurarse al máximo de que ninguna variable física conocida  perturba el experimento  abriendo la posibilidad de que la no localidad  se debe simplemente  a que hay una influencia exterior convencional. d) Comprobar si en tal situación de pureza, los niveles de correlación o anti-correlación empíricamente constatados en el  comportamiento de las parejas de fotones  responden o no a las garantizadas condiciones de localidad o ausencia de influencia clásica.

Todo ello ciertamente más fácil de decir que de hace. La tarea teórica (puntos a y b) fue emprendida  por el físico John Bell y  sintetizada en el  teorema que lleva su nombre,  que desde hace medio siglo ha dado pie a una enorme masa de escritos y controversias.  La tarea práctica fue emprendida  por el físico  Alain Aspect y colaboradores hace más de treinta años con un impactante resultado obtenido en 1982 que, por primera vez, vino a dar una  cobertura  experimental a lo que de otra forma podría haber permanecido en el registro, fascinante pero limitado, de las conjeturas muy probables.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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