Víctor Gómez Pin
Javier Aguirre, traductor de la Metafísica de Aristóteles en lengua vasca,[1] inicia un libro reciente [2]recordando una anécdota de Diógenes Laercio según la cual, disponiéndose Platón a presentar una tragedia propia a un certamen, inducido por Sócrates hecha a la hoguera sus textos, pidiendo protección a Hefesto para no desfallecer en defensa de la verdadera causa del espíritu, que no sería otra que la filosofía. Tema ciertamente manido y que de alguna manera tendría posterior superación en la tesis kantiana de la tripartición de la razón humana: la modalidad de la razón que aspira a conocer se completaría con la modalidad de la razón regida por el imperativo de no reducir a instrumento a los seres de lenguaje, y la modalidad de la razón que rige en los juicios que denominamos estéticos. No habiendo relación jerárquica entre las tres modalidades, carecería de sentido la guerra declarada por Platón contra la disposición poética y en general la motivación subjetiva del artista.
Muchas veces, en este mismo foro me he empeñado en glosar la siguiente frase de Marcel Proust: "El arte, lo auténticamente real. La escuela más sobria de vida y el verdadero juicio final". Y sin embargo…
Con independencia de los objetivos, y hasta de los resultados, algo distingue la disposición subjetiva que conduce a la filosofía de la que conduce a la obra de arte. El arte responde sin duda a la exigencia de actualizar las potencialidades de la condición humana, pero sin duda debe mucho a la fuga temerosa ante lo que nos determina. Por el contrario la filosofía es, al menos en principio, incompatible con cualquier disposición pusilánime. Tiene en su arranque comunidad con la ciencia en cuanto a la exigencia de inteligibilidad, pero no se detiene ahí: tal como se ha intentado poner de relieve en estas notas, la filosofía intenta sondear los cimientos mismos de la inteligibilidad, los principios rectores tanto del orden natural como de los lazos entre los propios seres de razón; la filosofía se confronta tanto a la necesidad como a la ley. Esta radical disposición la obliga a vigilar los resquicios por los que la subjetividad intenta escabullirse. Ahí reside quizás la base de la jerarquía establecida por Platón en favor de la filosofía. Admirable paradoja es sin embargo que, para servir a la filosofía, Platón utilice con absoluto dominio los recursos mismos de los grandes del verbo. No será el único: el Discours de la Méthode es una pieza maestra de la literatura francesa, como el Dialogo Supra i due massimi sistemi del mondo lo es de la literatura italiana.
[1] Traducción tanto más de agradecer cuanto que aun imperaban (caso de que no sigan imperando) los prejuicios según los cuales lenguas no-indoeuropeas como el Euskera o indoeuropeas pero "locales" como el Catalán o el Gallego se hallarían incapacitadas para recoger las matizaciones de la ciencia y por supuesto las determinaciones filosófico- conceptuales. Prejuicios hechos explícitos en un día poco afortunado por un alto responsable del estado (por otra parte persona digna de todo respeto), que de hecho tenían raíz filosofica, aunque sirvieran de coartada para una intencionalidad política. Que todo ello encontrara sostén en ciertos textos de Heidegger e incluso en el Fichte del Discursos a la nación alemana de 1807, no los hace menos dañinos sino precisamente todo lo contrario. Aprovecharé para indicar que al Euskera están hoy vertidos algunos de los textos fundamentales de la historia del pensamiento y que por lo que se refiere a Aristóteles, hay por ejemplo dos versiones del Libro de las Categorías, una debida a J. L. Alvarez y otra a G. Arrizabalaga.
[2] Tendré ocasión de volver en este y otros foros sobre la pertinencia de la problemática del libro de Javier Aguirre (Platón y la Poesía Plaza y Valdés 2013)