Preguntaba en la penúltima columna si una entidad maquinal podría tomar alguna de las decisiones que usualmente tomamos los humanos, sean triviales en sus consecuencias, sean eventualmente beneficiosas o catastróficas para nosotros mismos, nuestros congéneres o nuestro entorno. Ello implica que a la entidad maquinal en cuestión le atribuyamos la condición de ser racional en el sentido cabal de la palabra y que va más allá de que tenga la capacidad de conocer.
Es aquí necesaria una mediación propiamente filosófica, considerando la triple modalidad bajo la cual Emmanuel Kant considera la razón humana. Para lograr sintetizar el asunto sin recurrir en exceso a la jerga, lo abordaré mediante la consideración de tres tipos de juicio de cuya distinción Kant se ocupa escrupulosamente en sus tres críticas: Critica de la Razón pura, Crítica de la Razón Práctica y Crítica de la Facultad de juzgar.
El primer tipo lo constituyen los juicios cognoscitivos. Estos se caracterizan por su objetividad, es decir caso de que haya disparidad en el juicio, el objeto legisla. El objeto en el cual en último extremo reside el criterio puede ser un objeto empírico o puede ser un objeto que a juicio de Kant nada tiene de empírico, tal es el caso de las entidades matemáticas.
Supongamos que A dice que esto es una mesa y B dice que una silla. Si nos atenemos a la definición de silla al contemplar el objeto veremos quién tiene razón. No siempre la cosas es tan fácil: si A dice que ese individuo primate en mi presencia es un chimpancé y B dice que es un bonobo, quizás para salir de dudas sea incluso necesario recurrir al ADN.
Pero el caso interesante es cuando el objeto en el que rige el criterio carece de objetividad empírica.
A afirma ahora que raíz cuadrada de dos es un número racional, mientras que B pretende que es irracional. Para mostrar que B tiene razón no mostraremos ningún objeto empírico sino que en el encerado como mera traducción de lo que ocurre en la mente, conceptualmente supondremos que existen dos números enteros p, q tales que p/q igual a raíz cuadrada de dos y surgirá la imposibilidad. Así sin salir del concepto hemos mostrado una objetividad, la objetividad matemática.
En los juicios cognoscitivos legisla el objeto, es decir el acuerdo entre sujetos se reduce a la comunidad en el objeto.
Voy ahora a considera una situación diferente: estamos en una sala de concierto y suponemos que se trata de un público entendido, eventualmente compuesto de músicos.
Manejan los presentes información que les permite realizar juicios objetivos sobre timbres de materiales, conexiones entre ellos, influencias a la hora de efectuar estas últimas, etcétera…Y posiblemente estarán de acuerdo en lo acertado o no acertado del intérprete o intérpretes en función de estos criterios.
¿Cabe pues decir que su juicio es relativo a la obra de arte? Poco a poco.
Han emitido juicios sobre la condición material de la realización de la obra de arte, y no sobre la obra misma, en la cual nada según Kant no prima la objetividad aunque sí estamos en la más estricta racionalidad.
Varío un poco el ejemplo, apoyándome simplemente en un recuerdo personal: cuando la nota belcantista unifica a los espectadores del teatro, el juicio “esto es bello” que cada uno en particular está emitiendo, coincide (y ni siquiera necesariamente) con el juicio del que mide técnicamente lo ajustado de la emisión, pero es un juicio de otro orden: el segundo es un juicio racional con base objetiva y empírica; el primero es como decía un juicio racional sin objetividad alguna. La confusión de ambos registros es fuente de calamitosas actitudes sociales a la hora de determinar las condiciones de posibilidad del acceso a la obra de arte.
Si al escuchar a Alban Berg surge una reminiscencia digamos de Schöenberg, es porque se ha inteligido la obra del uno y del otro, con todas las connotaciones de la palabra inteligir, entre las cuales las emocionales no pueden estar ausentes. Mas si se opera meramente como erudito, si se establecen lazos perfectamente aprehensibles por el entendimiento pero carentes de connotación emocional, entonces no está reaccionando a una obra de arte, no está efectuando juicios del tipo que usualmente llamamos estéticos.
He de enfatizar un aspecto importantísimo del juicio estético: precisamente porque no hay mediación por objeto alguno, la razón común es inter-subjetiva y no objetiva. En el horizonte kantiano esta constituía la única manifestación de la intersubjetividad, la “prueba” de la existencia del otro, la salida del solipsismo, que el mero conocimiento no garantiza. Piénsese simplemente que en la demostración de la irracionalidad de raíz cuadrada de dos la variable soñando-despierto es despreciable, por lo cual quien realiza tal operación matemática podría perfectamente estar en ese estado de solipsismo que es el sueño.
Todo el tiempo estamos enunciando juicios cognoscitivos y juicios estéticos, más o menos sutiles, erróneos o interesantes pero siempre “inteligentes”, pues mera expresión de nuestra condición de seres de razón. Pero además también estamos continuamente efectuando juicios de tipo moral, cuya legitimidad será más o menos cuestionable, pero asimismo expresión de nuestra condición de seres de razón. No hay ser inteligente que no haga tal cosa y cabe decir que la recíproca es cierta pues no hay ser moral que no aspire asimismo a conocer y no efectúe juicios sobre lo bello o repulsivo de sus vivencias. Este punto exige una reflexión aparte.
