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El can de Pavlov y el transistor de sinapsis

Por 23 de junio de 2021 julio 21st, 2021 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Los que somos ajenos a la especialización científica y sin embargo, por una u otra razón, nos sentimos obligados a estar informados de los avances científicos, nos vemos a menudo desorientados para distinguir lo que constituye una auténtica novedad, es decir un salto cualitativo en un aspecto clave de una disciplina (que muchas veces va más allá de esta, pues acarrea implicaciones filosóficas), de lo que es meramente un avance desde el punto de vista operativo. Tal es en todo caso lo que me ocurre en relación a la publicación el día 30 de mayo por “Nature Communications” de un artículo relativo a una máquina en la que se perfeccionaría grandemente un funcionamiento sináptico émulo del funcionamiento del cerebro humano (“Mimicking associative learning using an ion-trapping non-volatile synaptic organic electrochemical transistor” es el complejo título del artículo).

Hace tiempo que artificios neuro-morfológicos, tras conseguir el reconocimiento de dígitos manuscritos y de frases escritas (utilizados por ejemplo para la identificación de firmas bancarias) se han sofisticado, formando complejos sistemas constituidos por múltiples capas de neuronas artificiales, lo cual les permite reconocer rostros o “responder” a las interrogaciones de un ser humano ( como veremos, las comillas se deben a que no tengo seguridad de que se dé en la máquina esa dimensión semántica que constituye lo esencial de una respuesta lingüística). Pero es más:
En el llamado Deep Learning se hallan en juego sistemas susceptibles de corregir el peso que dan a un estimulo con vistas a obtener que la respuesta se acerque lo más posible a lo “deseado”, o sea, que disminuya el nivel de incorrección. Considerando que en esto consiste uno de los procedimientos básicos del aprendizaje, cabe decir que tales sistemas aprenden, y lo que es más importante: lo hacen sin intervención del programador exterior, o sea, aprenden por sí mismos. Por otro lado, instrumentos denominadas “inorganic memnistors” se habían manifestado operativos en la imitación de sinapsis características del cerebro humano.

¿Dónde reside pues la novedad en lo que el artículo de Nature Communications describe? Los autores enfatizan que la nueva máquina no sólo sería capaz de aprender por sí misma, sino de hacerlo mediante actividad en paralelo, procesando y archivando a la vez la información que recibe, y realizando ese tipo de sinapsis que posibilita el funcionamiento sensorial en animales como el hombre. Baste recordar que el cerebro humano (que los autores presentan significativamente como un caso sofisticado de computadora, “complex computing machine” lo denominan) contiene 1011 neuronas interconectadas por 1015  sinapsis para apercibirse del enorme reto que (más allá del caso que ahora nos ocupa) supone la forja de entes artificiales susceptibles de emularlo.

Si he entendido bien, una de las ventajas es que la implementación de la potencialidad de cómputo se realiza sin apenas necesidad de suplemento energético. Pero sobre todo: los entes artificiales (“inspired by the operation of human Brain” recuerdan los autores) que tenían objetivos análogos a los del nuevo artefacto, así los evocados “memristors” eran incompatibles con el orden biológico, mientras que el “organic synaptic transistor” sería bio-compatible, lo cual a priori abre la puerta al tratamiento de lesiones en el hombre y otros animales. Y aquí surge la pregunta antes aludida:
¿La novedad que este nuevo artefacto supone es conceptualmente relevante, o el interés es esencialmente práctico? Y hay una segunda pregunta vinculada a la anterior, y quizás más relevante: ¿el nuevo instrumento viene a replicar el funcionamiento específico del hombre entre los animales superiores, o concierne más bien a lo que el hombre tiene genéricamente en común con estos (sin duda a un nivel más acentuado de complejidad)?
De hecho, los experimentos se han realizado siguiendo la pauta trazada en su día por Pavlov: el perro saliva cada vez que escucha el sonido que tenía asociado a la llegada de alimento; el sistema neuronal artificial reacciona a una presión inexistente que tenía asociada a una luz efectivamente incidente.

Tras recordar que el aprendizaje asociativo es importantísimo para la adaptación de un individuo al medio, y la importancia para el proyecto de que lo imitado sea el proceso asociativo en el cerebro humano, resulta quizás algo decepcionante que se presente como ejemplo paradigmático de aprendizaje asociativo el del can de Pavlov. Pues no está claro que nuestras asociaciones mentales sean siempre análogas a la descrita por Pavlov. Se me ocurre un ejemplo trivial:
Una persona padeció una crisis hepática tras una noche de excesos en las que predominaba el brandy. Durante largos meses tuvo sensación de náusea ante la sola presencia en carteles anunciadores con el anciano que daba marca a la bebida. Un neurólogo puede concluir que está reaccionando como el animal “pavloviano”. Sin embargo un lingüista diría más bien que está bajo los efectos de una metonimia del tipo “símbolo sustituyendo a la cosa simbolizada”, y en este caso no limitada a la expresión verbal (como cuando se decía ¿tomamos un centenario?) sino con efectos corporales. Sin duda ambas explicaciones son compatibles, pero no es desde luego claro que se expliquen por el mismo mecanismo. Estoy simplemente señalando que el pensamiento asociativo de orden lingüístico no es el pensamiento asociativo de orden biológico, aunque las manifestaciones de uno y otro sean a veces de hecho difícilmente discernibles.

La metonimia es un cambio semántico, se aprovecha la conexión, que puede o no ser casual, para hacer presente concepto de algo que quizás ni siquiera está, pero que por el peso eidético tiene efectos fisiológicos como si estuviera.

Insisto en la pregunta: estos nuevos artefactos, que funcionan sinápticamente ¿reproducen el funcionamiento del cerebro humano, o más bien solo aquello que el funcionamiento del cerebro humano tiene de análogo al funcionamiento del evocado perro de Pavlov? Los algoritmos en juego en el “organic synaptic transistor” ¿aprenden como este can famoso, o aprenden realmente como el hombre?

Obviamente no se trata de dar una respuesta a priori (aunque se esté tentado de hacerlo), sino de mirar la cosa y establecer una auténtica comparación. Se trata de ver si en la mente humana intervienen variables que van más allá del funcionamiento sináptico, aunque sean indisociables del mismo. En cualquier caso la cuestión del ser del hombre tiene hoy ahí uno de sus lugares de reflexión primordiales.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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