Víctor Gómez Pin
Decimos: “el hombre es uno de los resultados de la evolución natural”. Si además añadimos: “no hay variables exteriores a la naturaleza que hayan intervenido en la emergencia del hombre”, entonces parece lícito afirmar: “el hombre es un mero ser natural”. Sin duda a lo largo de la historia se han avanzado hipótesis contrarias a esta reducción, y ello en base a inquietudes espirituales de elevadísima profundidad. Pero simplemente tales hipótesis no pueden entrar en juego cuando el marco de discusión es el científico. La ciencia, no lo olvidemos, tiene emblema en la física, y lo que da nombre a esta, su objetivo no es otro que la naturaleza (physis).
En base a la premisa de que el hombre es un ser meramente natural, en el radar de la ciencia (que tiene como objetivo explorar la naturaleza y hacerla inteligible) estaría el espectro del hombre. Y sin embargo es la propia ciencia, o al menos la reflexión sobre sus presupuestos de base, la que hace que surjan escrúpulos sobre el proyecto de una ciencia del hombre. Por ello vengo señalando que la naturalización del hombre (su reducción a potencial objeto de la ciencia natural) es algo problemático.
Tan indiscutible como que se da en el ser humano la disposición que caracteriza al espíritu científico, es el hecho de que la misma se inscribe en un marco previo: el hombre habla y entre las manifestaciones de la facultad de hablar se halla como un caso particular el hablar científicamente. Simplemente, la ciencia es un producto del lenguaje. Primero está el hablar y eventualmente este hablar llega a ser hablar como un matemático o en hablar como un científico. Y separo ambos aspectos en razón de que, aunque las descripciones de la ciencia se hayan revelado indisociables de la matemática, la esta última se da con independencia de la física, es decir, con independencia de la disciplina que es modelo mismo de la ciencia. Grandes civilizaciones en las cuales no se daba una concepción de la naturaleza que posibilitara la ciencia física, sí se daba ya un profundo conocimiento matemático. Se diría que la matemática (como barrunta Platón en el diálogo Menón) es mayormente inherente a las estructuras elementales del lenguaje que la ciencia de la naturaleza (habrá ocasión de retornar sobre este asunto).
Pero si el hablar que objetiviza aquello de lo que trata, el hablar que da cuenta de la la naturaleza, es sólo un modalidad del hablar, ¿cómo podría dar cuenta del ser que habla, del ser cuya propiedad singular es el hablar?
Sostener que cabe dar cuenta científica del ser que habla, supone (explícita o implícitamente) dejar de considerar que la ciencia es un decir y que lo resaltado por la ciencia es algo dicho. Siendo anterior al decir, lo natural deviene vida, código, y en fin lenguaje.
Tenemos sin duda certeza de ser animales, y asimismo certeza de que hablamos. Pero no podremos nunca tener certeza alguna del origen del lenguaje, por razones que ya en su día puso de relieve el padre de la lingüística Ferdinand de Saussure, y que aquí he retomado desde un ángulo diferente que cabe expresar así: la ciencia sólo podría dar cuenta del lenguaje situándose ella misma fuera del lenguaje.