Un creciente número de anuncios se presenta actualmente como notablemente ajenos al producto que deberían promocionar.
Más que pensados para reforzar la naturaleza particular de una determinada oferta parecen lanzados como ofertas creativas independientes u ofertas consumibles de por sí, lo que las convierte no tanto en medios como en fines que viven su propia vida y sin responder a los caracteres de su misión.
El hecho se experimenta repetidamente en la gran dificultad para predecir, cuando va discurriendo el spot, a qué clase de artículo terminará refiriéndose. Y esto debe ser así porque acaso no es ya profesionalmente el objeto de la publicidad la publicidad del objeto sino esa misma publicidad que necesita venderse como tal. Con ello, la mercancía se nubla en el fondo del anuncio porque lo que en él llama más nítidamente la atención no ha sido la calidad o las prestaciones de la cosa sino su predicación tan acaparadora como para absorber el mensaje en su performance.
¿Un efecto querido? Más bien parece un efecto perverso del exceso publicitario que, llevado a la exasperación de la competencia, se ve compelido a generar una invención más extravagante que la otra invención y, en ese juego feroz, las agencias llegan a ser más protagonistas que el cliente. Un cliente urgido y confuso a su vez por la mayor necesidad de enfatización y distinción de su producto en un mercado hipercompetitivo y que paradójicamente, en el vértigo de la pugna entre los creativos, viene a convertirse en indeseado elemento secundario en manos de la enfebrecida la publicidad. El marco supera así su función de realzar a la obra, los efectos especiales predominan sobre el posible contenido y el inflado elemento publicitario reina, aún involuntariamente, menos como medio que como meta.
En realidad, viene a ser éste un fenómeno que se manifiesta también en las películas, la literatura, la política, el sexo, la bolsa o la religión: los componentes efectistas son superiores a la entidad del artículo, el aparato es más importante que el programa, la sustancia real se pierde bajo la especulación y el sexo o la religión disminuyen bajo la vana retórica de la pornografía o de la predicación.

Contra la idea del orden, el esquema, la sistematización, David Weinberger ha escrito un libro, Everything is miscellaneous, que defiende la desestructuración y la entrega de informaciones sin organización. La realidad es múltiple, contradictoria, polimorfa, ¿cómo esperar que una representación unívoca y primorosa sea consecuente con ella?
Esta clase de ensayos ofrecen no únicamente pensamiento y mucho menos pensamiento por las buenas, sino un pensamiento misceláneo y un pensamiento directo, inteligente y por las bravas. Vivir se convierte en menos sin pensar en la diversa anécdota de ir viviendo. No digamos ya si, además, tomamos la rutina como un destino y al destino como un sinsentido. Lugar común recae sobre el instante sucesivo que vivimos y que tan frecuentemente llega, arde y se esfuma, sin conciencia de él. Bégout recrea la insensible importancia de lo pequeño, el valor decisivo de lo efímero y el definitivo peso de lo que acostumbramos a creer banal.




