Vicente Verdú
Mientras la presencia acosa, la ausencia oxigena. Mientras la proximidad intoxica, la distancia orea. No cabe pensar la higiene sin holgura pero la higiene, a su vez, es el alma de la clínica y la clínica, a su vez, la química de la misma vida.
De la vida a la química no hay ningún paso. La vida de la molécula principal se ahoga en la multitud mientras crece y se reproduce en el espacio abierto. De este modo desprovisto de espesura viene a ser cómo nos amamos perfumada y soñadoramente. Nos amamos sin tasa en la lejanía y amamos lo justo en la vecindad. A mayor vecindad más redundancia del yo y, por el contrario, a mayor ajenidad nuestro yo se alza y arquea. De esta tensión el yo logra una visión de sí que lo engrandece y lo lanza hacia el otro. Y gracias a esa potencia ama con mayor vehemencia. La vehemencia necesaria para salvar la distancia.
A menor distancia menor vuelo y a mayor separación un arco mayor dibuja el deseo. Nos deseamos, definitivamente, en tanto que no logramos todavía poseernos puesto que la posesión es como el mausoleo de los deseos. Exactamente, sólo nos cabe en el pecho henchido el gozo propio del vacío. Ese ámbito incomparablemente gozoso que crea la evocación y funda el irrompible y mágico lazo de la ausencia.