En la longitud no hay término medio. Vamos por un camino hacia un destino y comentamos que falta mucho o falta poco para llegar a él. No hay apenas experiencia del punto medio. El punto exacto que corresponde a la mitad pasa fugazmente y desde ese lugar, casi transparente, ya empieza a faltar poco. Antes todavía faltaba demasiado.
La vivencia de la distancia se hace imposible en su centro puesto que el centro es quietud y la distancia movimiento.
Pero de la misma manera sucede con la idea del tiempo que, en la representación del reloj se manifiesta como longitud y su metáfora primordial posee el carácter de un camino, de un trayecto o de una carrera. El tiempo que queda es mucho o poco, casi nunca mediano. Es así como experimentamos la vida, corta o larga, nunca ajustada ni apropiada. No hay medición que nos acomode serenamente a su cómputo. Somos más o menos que esa cantidad asignada. En general, nos creemos merecedores de mayor longitud pero, en determinadas circunstancias dolorosas, la existencia se prolonga demasiado. ¿Por qué no será de los seres humanos generarse conformados con la longitud de su último destino? Sin duda porque el destino no nos pertenece y como el lecho de Procusto se nos impone inhumana y cruelmente. Es trágico morir pero antes de morir la tragedia incesante consiste en no vivir confortablemente en la distancia.

Los aficionados del Barça, aparte de desolados, se sienten desatendidos. Y no se sabe efectivamente qué es peor. Cuando el propio equipo gana y juega bien ante los rivales, el aficionado recibe una ración de afecto que en su regularidad compone un simbólico resguardo envolvente y amoroso. De tal efecto cordial los aficionados extraen la consecuente sensación de sentirse queridos y atendidos; y la vida, en general, se reblandece dentro de ese abrazo.
Chicas contra chicos, chicos contra chicas. Casi todas las mañanas es fácil encontrarse en el correo electrónico un chiste machista y otro feminista, una lista de invectivas contra el ser de las mujeres y una ristra de sarcasmos sobre la condición masculina. ¿De esto puede inducirse una guerra de sexos? ¿Una relación invariada que calca los prototipos reaccionarios de la época oscura? ¿Cambian las formas, cambian las ropas, cambian los cuerpos pero permanece el alma?
El pensamiento que de tanto nos sirve, con frecuencia se excede en su generosa solicitud. Muchos de los males que nos aquejan y se afincan en nosotros obedecen a la excesiva manía persecutoria del pensamiento que, tomando un asunto entre sus fauces, no deja el bocado amargo que acabará entristeciéndonos. En estos casos se desearía que el pensamiento actuara con menos empeño o eficiencia y transmigara a zonas donde no hay nada que apresar. La relajación se relaciona con este viaje hacia la ausencia de pensamiento o con un pensamiento tan diluido en su composición que ninguna materia interior sería un tropiezo. Pensamiento líquido y evaporado hasta el punto en que no fuera posible la suspensión de ninguna dureza. Pensamiento, en fin, en estado puro, libre de elementos cortantes y pesados que, en su interacción, convierten de hecho la cabeza en un artefacto de y hasta en un odioso aparato que pensando nos duele.
De existir a través de nuestro respeto o, lo que sería lo mismo, a través de nuestra atención: la atención que repara en él y no lo sortea.




