Vicente Verdú
La pena se siente como una expectativa.
Esta sentencia, caída sobre la pantalla y que parece desdecir el lugar común de que el estado triste sólo contribuye a escarbar más hondo, posee -intuyo- una verdad interna que sólo este azar me ha permitido ver con nitidez. Porque, bien visto, ¿cómo no sentir que la pena establece una suerte de aplanada pista de despegue o, una peana, aún vacía, que deja sitio para lo mejor?
El mal y el bien pertenecen de hecho a una igual naturaleza y el pasadizo entre uno y otro es el más franco que imaginarse pueda. Del bien al mal y viceversa cunde una corriente de solidaridad y de expectativa. No hay bien que no proceda de una situación peor, ni mal que no crezca gracias a la dicha de antes. La pena opera así como el primer plano donde pueda posarse alguna dicha, mayor o menor, atraída precisamente por el señuelo del dolor. Puede parecer en efecto una tesis cruel o estrafalaria pero se trata simplemente de una ecuación biológica, el funcionamiento natural del sistema de nuestras vidas en las que nos salvamos gloriosamente de algún peligro de muerte y morimos sólo gracias a la presencia de vitalidad.
La pena se siente como una expectativa.