Vicente Verdú
En la longitud no hay término medio. Vamos por un camino hacia un destino y comentamos que falta mucho o falta poco para llegar a él. No hay apenas experiencia del punto medio. El punto exacto que corresponde a la mitad pasa fugazmente y desde ese lugar, casi transparente, ya empieza a faltar poco. Antes todavía faltaba demasiado.
La vivencia de la distancia se hace imposible en su centro puesto que el centro es quietud y la distancia movimiento.
Pero de la misma manera sucede con la idea del tiempo que, en la representación del reloj se manifiesta como longitud y su metáfora primordial posee el carácter de un camino, de un trayecto o de una carrera. El tiempo que queda es mucho o poco, casi nunca mediano. Es así como experimentamos la vida, corta o larga, nunca ajustada ni apropiada. No hay medición que nos acomode serenamente a su cómputo. Somos más o menos que esa cantidad asignada. En general, nos creemos merecedores de mayor longitud pero, en determinadas circunstancias dolorosas, la existencia se prolonga demasiado. ¿Por qué no será de los seres humanos generarse conformados con la longitud de su último destino? Sin duda porque el destino no nos pertenece y como el lecho de Procusto se nos impone inhumana y cruelmente. Es trágico morir pero antes de morir la tragedia incesante consiste en no vivir confortablemente en la distancia.