Clara Sánchez
El periodista y novelista Tom Wolfe ha dicho hace unos días en Buenos Aires que la novela tiene los días contados. No es nada original, es un comentario muy extendido porque es algo fácil de suponer: la gente no compra libros, luego el libro es una especie a extinguir como el lince ibérico. De estos, los primeros que desaparecerán serán los menos útiles como novelas, libros de poesía, obras de teatro, y quedarán los de consulta, quizá también las novelas históricas y las biografías, y finalmente ninguno porque en realidad los que están llegando a su fin son los lectores.
Para qué engañarse, al hecho de leer para aprender siempre se le ha llamado "estudiar" y al leer a secas "entretenerse", y ahora estamos tan entretenidos, estamos todos tan activos cuidando de nuestro cuerpo, entrando en Internet, mandando mensajes por el móvil, grabando nuestra realidad, yendo de aquí para allá y enredándonos en amoríos, que no tenemos tiempo para entretenernos más. La televisión tampoco es un peligro, ya no se ve la televisión, se prefiere la radio que deja libertad de movimientos. Las parejas en cuanto empiezan a aburrirse (que es el momento en que se comienza a ir a cine todas las semanas, a ponerse hasta arriba en los restaurantes y a leer) rompen. Y tener que rehacer la vida de nuevo implica no tener tiempo para nada. En resumidas cuentas, que salvo los cuentos de la infancia y los libros de aventuras de la adolescencia (en dura competencia con los videojuegos) uno se puede pasar la vida sin leer y sin tener tiempo ni siquiera para pensar en ello.