Vicente Verdú
Toda la vida se ha considerado de valor la presencia simultánea y múltiple de los puntos de vista pero hoy se ha llegado mediante el manido constructo de las tertulias radiofónicas a la situación de que la eventual aproximación de las versiones en liza podrían atorar y hasta asfixiar el sentido de la emisión. Y no se trata sólo de que quienes conforman el grupo no provengan de culturas distantes y formaciones dispares sino de que la dinámica del programa repetido fuerza a una desidia próxima a la dejación. Lo conveniente será siempre manifestarse una y otra vez mediante opiniones diferenciadas pero se está corriendo el riesgo de que el tedio apelmace la disensión.
Para evitarlo, para impedir que los juicios sobrepuestos hagan inútil a uno u otro de los presentes, proliferan ahora los matices que sin ser importantes actúan como sucedáneos de la confrontación sustancia. De este modo, uno y otro de los contertulios se esfuerza en la detección del pormenor fútil, gracias al cual, se reproduce como un remedo las fisuras políticas. Cada línea de desacuerdo, por fina que sea, dibuja los perfiles de una parcela que será el perfil legitimador del tertuliano contratado. La conversación puede de este modo prolongarse casi indefinidamente puesto que la coincidencia se evita deliberadamente, obstinadamente y en defensa del empleo. La atracción del espacio se hundiría bajo el peso del acuerdo global mientras se sostiene en inestable equilibrio con las disensiones. No es prudente tirar mucho desde un lado ni acentuar en exceso el punto de vista pero más capital resulta sumar descuidadamente las perspectivas y provocar con ello el apagón. La discusión permanece encendida en tanto hay roces, la tertulia permanece viva en tanto una opinión no se encastra en la otra y juntas abocan al incesto mortal. El ten con ten es la base de la vana persistencia. El ten con ten, mantiene la tensión que discurre entre el incordio y la concordia, sin llegar a perder su circulación. Es tan capital el juego de la hemostasis dentro del grupo que, sin importar el asunto de que se trate, debe vigilarse este registro vital. En realidad, el asunto pasa, una y otra vez a un segundo lugar, puesto que el fin primordial de la función no será nunca la resolución o la cabal inteligencia del conflicto sino el somero cultivo del aire conflictivo convertido en la amenidad de la emisión.