Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me pareció ver el espectro de Drácula.
Delfín Agudelo: ¿A cuál de todos sus posibles espectros, variaciones, configuraciones o versiones cinematográficas has visto?
R.A.: He dicho me pareció ver porque técnicamente, quizá, no sea posible ver el espectro de Drácula porque una de sus características es su invisibilidad desde el punto de vista del reflejo especular. Drácula no se refleja en los espejos, no sé hasta qué punto podemos ver el espectro; o únicamente podemos ver una especie de avatar -de encarnación tipo avatar hindú- de Drácula. Pero esa rememoración se me produjo tras ver de nuevo la película de Coppola sobre Drácula, una película que además intenta ser fiel a la novela original, la de Bram Stoker, y que en ese sentido es muy elocuente e interesante. A mí me lleva a mi propia relación personal con el personaje de Drácula, que creo me ha ocurrido como a muchos que tuvo primero una relación visual, cinematográfica, con el personaje Drácula, teniendo en un cierto menosprecio a la fuente original que era la novela. Hasta que la leí y me pareció una novela fascinante desde el punto de vista de lo que en el siglo XIX se llamaba "El terror gótico". Por un lado la culminación de ese terror gótico pero al mismo tiempo una cierta premonición de fenómenos que han envuelto y que han interesado al hombre contemporáneo. En ese sentido, al mito de Drácula le sucede lo que a todos los mitos, y es que verdaderamente logra enraizarse en una época si responde a una necesidad o responde a un dilema propio de la sensibilidad de esa época. Y perduran más allá del tiempo en que fueron creados, si siguen suscitando esos dilemas y preguntas.
Creo que curiosamente el personaje Drácula, un personaje que el cine ha hecho popular, se vincula mucho con preguntas que nosotros nos hacemos acerca del tiempo, de la muerte, acerca de la posibilidad de una juventud eterna por parte del hombre, o de un alargamiento biológico de la vida que pueda llevar a la ilusión de la juventud, sólo que en ese caso se invierten los términos y lo que le ocurre a Drácula es que no puede morir: su condena es una especie de no-vida eterna, una no-vida que también es una no-muerte. En ese sentido es un hombre fronterizo, muy bien visto desde el principio por Stoker porque ese situarlo siempre al filo de la medianoche, como su momento de traspaso, nos ayuda a comprender su carácter: alguien que no vive porque no vive entre los vivientes de su época, pero que tampoco ha muerto ni puede morir. Entonces todos los problemas, todo el submundo que rodea a Drácula está vinculado con esa condición fronteriza. Incluso todos los símbolos y metáforas que le rodean, la necesidad de la sangre. Drácula es un sobreviviente muy especial, un naufrago, que no puedo estar tranquilo en el mundo de los muertos ni evidentemente estar en la civilización o en la sociedad. El cine encontró allí una materia prima excepcional desde el expresionismo con el tratamiento que le da Murnau al tema de Nosferatu, al tema de Drácula, hasta las múltiples encarnaciones cinematográficas, hasta llegar a la de Coppola, que creo que acierta mucho en ese tono operístico, típico de sus películas, y también en la recuperación del espíritu original de Stoker, situado en una sociedad como la nuestra que es una sociedad del espectáculo, una sociedad de la hipervisibilidad. En ese sentido, este espectro imposible de Drácula, errante por los escenarios y pantallas a lo largo del siglo XX, tiene todavía un inmenso porvenir.