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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Héroes, patriotas, emprendedores

Virginia es un estado muy especial. Es territorio fundacional y patria de los padres fundadores. Alcanza a la capital, Washington, en la orilla derecha del Potomac, donde se encuentran el cementerio nacional de Arlington y el edificio gigantesco del Pentágono. Son numerosas las bases militares, aéreas, navales y terrestres que hay en Virginia, desde Norfolk hasta Quantico. Es una circunscripción electoral históricamente propicia para los republicanos, pero en 2008 cayó en manos de Obama. En esta elección es uno de los tres estados decisivos, junto a Ohio y Florida, en los que se juega la presidencia este martes.

El jueves estuve en dos de los tres mítines electorales de Mitt Romney en Florida, justo cuando se clausuraba la tregua decretada oficiosamente por el huracán y sus efectos devastadores. El primero, en las afueras de Richmond, territorio agrario y conservador, y el segundo en Virginia Beach, de población militar nutrida. Uno a mediodía, desangelado y con poca concurrencia, en los pabellones de una feria agrícola y ganadera, y el otro por la noche, con asistencia numerosa y público muy motivado, en un pabellón de espectáculos al aire libre. En todos funciona el mismo modelo de oficio solemne patriótico con una oración por los héroes militares caídos, el recitado colectivo del juramento de lealtad a la bandera y el himno de Estados Unidos, antes de las arengas políticas. El decorado del primero, un tractor con balas de paja instalados dentro de la sala de actos como un bodegón, y la entrada teatral del autobús del candidato hasta la escalera misma del escenario. El decorado del segundo, menos estudiado y más natural, los F18 que por parejas surcan ruidosamente el escenario del pabellón bajo cielo abierto: es seguro que la organización contaba con ello y le permite a Mitt Romney señalar cuánto le gusta su rugido.

Tres rasgos a destacar de ambos mítines y del espíritu republicano. Sus reuniones son ante todo un acto de orgullo y de afirmación nacional, en el que se levanta los espíritus y se activa el entusiasmo. Los militares ocupan el centro del escenario sentimental de la patria: son los héroes a los que se convoca, se aplaude y se les pide que levanten el brazo para mostrarse en público. Y los emprendedores, los hombres de negocios en la terminología contemporánea, son la figura del éxito para todos los ciudadanos a los que el Gobierno debe favorecer con menos impuestos y menos gasto público.

El multimillonario Romney es la mayor garantía para los negocios, cosa de los emprendedores; mientras que Obama es exactamente lo contrario, la garantía para los subsidiados: el socialismo europeo, según dicen los carteles. Romney quiere más gasto público para los militares y menos gasto social, equilibrar el presupuesto sin subir impuestos. Obama quiere congelar el gasto militar y preservar el bienestar con impuestos a los más ricos.

También hay emprendedores en favor de los demócratas: sin ir más lejos, el multimillonario y alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, que apoya a Obama; y subsidiados republicanos: los militares que están en el mítin. No importa, porque además, emprendedores son, según uno de los mitineadores de Virginia Beach, los propios padres fundadores: Jefferson, Madison y Washington. Aquellos emprendedores, sin embargo, contaban con mano de obra de coste cero.



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2 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paisaje después del huracán

Escribo desde los pabellones de una feria agraria de Virginia, muy cerca de Richmond, la capital del Estado y la vieja capital confederal, derrotada en la guerra civil americana hace siglo y medio. Una gran pancarta anuncia ya el resultado de la elección presidencial en la entrada misma: Victory in Virginia. Dentro de dos horas mitineará Mitt Romney. Virginia es uno de los tres Estados considerados como decisivos, que votó a favor de Obama en 2008 pero se ha convertido ahora en un Estado bisagra o indeciso.

No ha sido fácil llegar hasta aquí. Antes de subirme al avión, el martes por la mañana, la campaña electoral transcurría por un camino. Cuando llegué al aeropuerto Reagan ayer por la noche, 48 horas después, hoy de madrugada en Europa, la campaña ha cambiado súbitamente de tono y de dirección. Primero se aplazó el vuelo y luego tuve que viajar con tres escalas por medio para evitar la tormenta y encontrar un aeropuerto donde aterrizar. Durante todo este tiempo, dos días y un huracán, se ha dibujado un nuevo paisaje político justo a cinco días de la jornada decisiva. Igualmente imprevisible e incierto que el paisaje que dejé antes de emprender el viaje, pero distinto.

El ritmo de la campaña pertenecía hasta el lunes a Mitt Romney, que consiguió vencer a Obama en el primer debate y presentarse con una imagen moderada y presidenciable en los otros dos enfrentamientos dialécticos ante las cámaras de televisión. Los sondeos de opinión y los pronósticos de los gurús acompañaban al candidato republicano, que aparecía empatado con el presidente y en actitud desafiante y vencedora. Los spin doctors republicanos habían conseguido crear una espiral de optimismo con la que esperaban llegar con Romney como favorito a la jornada electoral.

Hasta el lunes. Hasta que llegó Sandy. Es la sorpresa de octubre, un tópico muy elaborado sobre las campañas electorales que anuncia un hecho imprevisible capaz de cambiar todos los planes y pronósticos antes del primer martes después del primer lunes de noviembre. La naturaleza es especialmente sabia en proporcionar este tipo de sustos. Los antecedentes políticos son notables, especialmente con el Katrina en el verano de 2005, en vísperas de unas elecciones de mitad de mandato que azotaron al partido republicano y a su jefe, George W. Bush con tanta crueldad como lo hizo el huracán con las costas y la ciudad de New Orleans.

La política es el arte de gobernar la crisis, el accidente, lo imprevisible. De ahí que ninguna circunstancia sea más adecuada para demostrar la capacidad de convicción y de liderazgo de un gobernante como una catástrofe. Quien sabe encontrar el tono y la actitud adecuada, sobre todo de empatía con los damnificados y con las preocupaciones de los ciudadanos tiene casi todo ganado. No todo el mundo sabe hacerlo: Bush no supo. Obama, en cambio, ha demostrado que sí sabe y que además funciona.

Obama ha suspendido la campaña durante tres días y se ha dedicado exclusivamente a la gestión de la catástrofe y a hacerse visible, aunque evitando proyectar la imagen de aprovechamiento político. La respuesta de Romney ha sido débil e insuficiente para contrarrestar al presidente. Con un inconveniente adicional: no tiene responsabilidades de gobierno y los ciudadanos quieren ver como sus gobernantes se hacen cargo de los problemas, aunque sea en mitad de una campaña electoral. Las imágenes de Obama enfrentado al huracán Sandy son la campaña más redonda y menos programada. Será difícil que sus efectos sean captados por los sondeos. El estado mayor de Romney sigue con sus aires victoriosos, pero después del huracán suenan más a hueco.



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1 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entre dos mundos

La cadencia presidencial de los Estados Unidos señala los hitos de la historia en construcción de forma todavía insustituible. Deberán pasar muchos años y producirse muchos cambios geopolíticos para que Washington pierda el privilegio de contar con el ciudadano que nominalmente pauta y rige el calendario de la política internacional. Los comunistas chinos, con los enigmas inextricables de su poder colegiado, deberán poner mucho de su parte para que las cosas cambien.

La elección presidencial sigue siendo por tanto un momento muy especial para todos, pues el mundo liderado por Estados Unidos se sitúa bajo los focos de un escrutinio cuadrienal y del nombre de un presidente. Ciertamente el primer magistrado estadounidense ya no es la figura de la guerra fría que respondía al nombre del líder del mundo libre, pero sigue siendo el hombre más poderoso del planeta y el que dirige la orquesta desafinada de la globalidad mal gobernada. De ahí que un ejercicio obligado ante una elección presidencial sea comparar el planeta tal como lo dejó Bush y tal como lo deja Obama, ya sea para sí mismo, en caso de una revalidación de su presidencia, ya sea para su rival Mitt Romney. El ejercicio completo para enjuiciar un ciclo entero de alternativas en el poder requeriría añadir a la comparación el legado de Clinton que recibió Bush; aunque no sea exactamente así, con memoria larga y comparativa, como se comporta la gran masa de los electores.

El 4 de noviembre de 2008, cuando los ciudadanos dieron a Obama una amplia y esperada victoria sobre McCain, Estados Unidos se hallaba comprometido en dos guerras sin salida, en recesión económica y con su imagen internacional severamente dañada. La aventura neoconservadora que había anunciado la hegemonía global de Washington durante el entero siglo XXI, el Siglo Americano, yacía en pedazos tras el fracaso de Bush en su intento de remodelar el atlas político mundial con nuevas reglas de guerra preventiva, relajación de los estándares en derechos humanos y limitación de las libertades públicas.

El contraste es cruel para Bush y el Partido Republicano. Retrospectivamente, en relación al legado de Clinton: crecimiento económico, cero guerras y unos amplios márgenes de acción internacional. Y también con el legado actual de Obama, aún sin consolidar: con crecimiento económico, Irak y Afganistán encauzados y la imagen internacional de Estados Unidos al menos parcialmente restaurada.

No se puede poner en la cuenta de un solo presidente el lento pero bien tangible declive de la superpotencia ante el ascenso imparable de los emergentes, con China a la cabeza, porque no se ha producido como consecuencia de decisiones erróneas tomadas desde la Casa Blanca. Está claro, en todo caso, que Clinton supo gobernar la globalidad con grandes dosis de multilateralismo y que Bush con su unilateralismo erosionó sin saberlo ni quererlo la hegemonía de Estados Unidos. Mientras China crecía y se consolidaba, Washington se enredaba en los zarzales bélicos y en el desprestigio de un antiterrorismo mal concebido y peor conducido y se endeudaba hasta límites que ponían en peligro su propia seguridad nacional.

Esos son los grandes trazos del dibujo, sin entrar en la filigrana. En ella encontramos las continuidades entre Bush y Obama. También un segundo Bush bien distinto del primero, que empieza el repliegue de Irak, lanza la Conferencia de Annapolis sobre Oriente Medio y comparte secretario de Defensa, Robert Gates, con su sucesor. Y la rectificación mitigada practicada por Obama, un político de talante centrista y conciliador a pesar del momento polarizado y radical que vive Estados Unidos y quizás todos. Obama manda menos en el mundo en 2012 que Bush en 2004, en las vísperas de su relección como triunfante combatiente contra el terrorismo internacional. Y es altamente probable que también Romney, si vence, mandará menos en 2016 de lo que manda Obama ahora.

Por más que se empeñe la derecha más lunática, todos sabemos quién es Barack Obama: que no es musulmán, que ha nacido en Estados Unidos, que es un ciudadano americano en todo, en su biografía, en sus ideas y en sus costumbres. A ninguna de las dudas lanzadas por los conservadores se deben los cambios de poder que se están produciendo en el planeta. Tampoco se anuncian ni presagian grandes sorpresas si tiene cuatro años más para profundizar en la huella de su presidencia.

Más difícil es saber exactamente quién es el ex gobernador Mitt Romney. Aunque no ofrece dudas su identidad biográfica, religiosa y cultural, sí las levanta su voluble identidad ideológica, en un final de campaña jugado en el centro político; tras pelear las primarias en el extremo y hacerse con las ideas del Tea Party; y después de aplicar políticas centristas como gobernador de Massachusetts. No es Obama, sino el candidato republicano, el candidato de la incertidumbre, no solo para EE UU, sino para la marcha del mundo.



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1 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las calabazas del diablo

El guión es trepidante. Como siempre, pero en cada ocasión con su ritmo y color propio. En el final de este cuatrienio, llega la función con un mega huracán de por medio y las obligadas calabazas de Halloween. Si supieran los americanos lo que significan entre nosotros se convertirían en el símbolo de los electores indecisos, a los que ninguno de los dos candidatos ha podido convencer todavía. O de los factores imprevistos que hacen descarrilar las campañas más meticulosas y calculadas. ?La deriva del huracán Sandy les recuerda (a los políticos) hasta qué punto la democracia puede estar fuera de control?, ha escrito Peter Baker en el New York Times. Todos los esfuerzos de los dos candidatos se dirigen a que los indecisos no les den calabazas el día 6 de noviembre.

Hace cuatro años hubo otro mega huracán, pero no era atmosférico sino financiero. El tramo final de la campaña estuvo presidido por el hundimiento de la banca de Wall Street, momento en el que pudo comprobarse que Bush ya no gobernaba, que el candidato republicano McCain no sabía gobernar y que el único que aparecía con pulso firme e ideas claras para gobernar era Obama. Entre la transición presidencial y los cien días del nuevo presidente se tomaron las medidas que sacaron a Estados Unidos de la recesión y condujeron a una lenta recuperación de frutos solo ahora algo visibles. Una paradoja ya repetida sería que Romney recogiera la cosecha sembrada por Obama, como Clinton hizo en el 94 con la siembra de Bush padre. Nada hay mejor que llegar a la Casa Blanca cuando la economía empieza a despegar. El presidente saliente se va cargado de reproches aunque suyos sean los méritos de la recuperación. El reto esta vez para Obama es demostrar que no ha sido un paréntesis. Que la llegada de un afro americano a la Casa Blanca no era la mera resolución de un expediente: cualquiera puede ser presidente de los Estados Unidos; si lo ha sido George W. Bush también puede serlo un negro. Está más que claro que se podía elegir a un ciudadano como Obama, pero no está tan claro que se le pueda relegir. La derecha blanca y republicana no lo concibe y lo considera una afrenta mucho mayor que haberlo elegido. Buena parte del antagonismo electoral que ha despertado Obama se debe a esta pulsión de relentes racistas.

De todo ello se deduce también que ha llegado la hora de la restauración, de dar el poder de nuevo a quien en propiedad le pertenece y sabe administrarlo a conveniencia de quienes mandan de verdad en este país. Todo esto debe desmentir Obama con una victoria dentro de una semana. En caso contrario, quedará súbitamente carterizado, convertido en presidente de un solo mandato como el denostado Jimmy Carter.

Así es como la historia está a punto de escribirse con un trazo fuerte y definitivo, el que convertirá a Obama en un presidente con la huella y el legado que permiten ocho años en la Casa Blanca, o el que lo relegará al pie de página de unas bellas palabras sin correspondencia en los hechos y un ambicioso programa apenas realizado. Y este trazo va a dibujarse en los próximos días en un bolsillo de votos o en cuatro detalles de la campaña electoral, que es donde está el diablo.



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29 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El error del 6 de octubre

No repetiremos el error del 6 de octubre de 1934, he oído decir estos días. Para saber en qué se equivocó Lluís Companys en 1934 hay que leer el dietario del abogado y político Amadeu Hurtado, titulado Abans del sis d'octubre, publicado por Quaderns Crema en 2008, entre la polémica aprobación del nuevo Estatut y la no menos polémica sentencia del Tribunal Constitucional.

¿Cuál fue el error de aquel acto insurreccional que rompía con la legalidad republicana desde un organismo emanado de la propia Constitución republicana? La respuesta a esta pregunta, casi 80 años después, puede ser útil para responder a otras preguntas, en el momento en que también se nos anuncia un nuevo choque de trenes entre la legalidad constitucional y la legitimidad democrática.

La respuesta más simple y quizás actual radica en la eficacia. Fracasó. Nada nos absuelve mejor de los errores que el éxito. El maquiavelismo de los medios queda avalado cuando se consiguen los fines. La proclamación por Companys del Estado catalán dentro de la República Federal terminó con la suspensión de la autonomía y la detención del gobierno catalán entero. Los errores que habría que enmendar según la crítica maquiavélica son la improvisación, la ausencia de apoyo popular y los fallos en el cálculo político, un cuadro de pavorosa ineptitud que nadie imagina en los responsables de hoy y que el dietario de Hurtado ilustra hasta la saciedad. La crítica de Hurtado, feroz a pesar de su humor contenido, no se queda aquí. Enlaza y suministra argumentos al juicio más severo que hayan merecido aquellos hechos y que es el de Vicens Vives en Notícia de Catalunya. Cuatro son los pecados de leso catalanismo cometidos aquel 6 de octubre.

El primero es de desentendimiento: "Los catalanes hemos dejado de dar testimonio de nuestra responsabilidad para los otros pueblos de España, de nuestra madurez para hacerles aceptar los caminos que les señalábamos desde 1901". Se dirá que Companys se solidarizó con un movimiento revolucionario español, que cuajó momentáneamente en Asturias. Bien, pero no fue precisamente en una demostración de sentido de la responsabilidad hacia el conjunto de los españoles, sino más bien lo contrario.

El segundo pecado es la ruptura con las virtudes prototípicas del carácter catalán, definido esta vez por Ferrater Mora: con la sensatez, con la continuidad, con la mesura y con la ironía; es la aventura insólita que se juega a una sola carta con la fe ciega en una excepcionalidad histórica respecto al destino catalán, equivalente al excepcionalismo americano o a la Sonderweg alemana.

La tercera es la ruptura con el método que ha proporcionado los mejores momentos de nuestra historia, su mayor riqueza y reconocimiento, además de la salvación de la lengua: el pactismo. Hurtado fue un maestro práctico como abogado y político y Vicens Vives como historiador y teorizador.

El cuarto es el peor de todos los pecados: que quien ha llegado al poder rompa la regla de juego por la que ha sido elegido con la pretensión de definir por su cuenta una regla de juego nueva. Quienes evocan estos días aquellos Fets d'Octubre lo tienen muy presente a la hora de cuidar la figura del presidente Mas. Su ausencia de la manifestación del 11 de septiembre, su negativa a subirse al balcón histórico de la plaza de Sant Jaume el día de su regreso triunfal de Madrid tras la ruptura con Rajoy por el pacto fiscal y finalmente su calculada ambigüedad léxica respecto a la independencia y a la legalidad de la consulta revelan bien a las claras la fuerza con que los Fets d'Octubre siguen percutiendo, como sucede con todos los mitos, sobre la cabeza de los políticos catalanes contemporáneos.

Mas se identifica con Prat de la Riba y Macià, según dijo en Madrid a la prensa. Pero ahora su espejo es Companys, al que Hurtado describe transfigurado y dispuesto a sacrificarlo todo por Cataluña. Por fortuna, también Macià había hecho antes de Companys en el complot de Prats de Molló (1926) y en la proclamación de la República Catalana (14 de abril de 1931), aunque al final fue el pragmático padre del Estatut del 32. (Este artículo es una versión reducida de la presentación del libro Abans del sis d'octubre que realicé el pasado jueves 25 de noviembre en el Taller de Política, un club de lectura de tetxos políticos que dirigen en Barcelona Antoni Gutiérrez-Rubí y Jaume Bellmunt).



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29 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Al pan, pan y al vino, vino

Egipto no era Túnez. España no era Grecia. Cataluña no es Escocia. Y naturalmente, Israel no es la Sudáfrica del apartheid, el sistema de segregación racial y de discriminación de derechos creado por la minoría blanca y eliminado a principios de los años noventa. Que se lo pregunten al expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter, que osó insinuarlo en su libro Palestina: paz, no apartheid, y se las cargó con todo el equipo.

Israel está evolucionando velozmente hacia una forma de organización que permite encontrar puntos en común con el apartheid. Los ciudadanos árabes de nacionalidad israelí, que representan el 20% de la población de Israel, gozan de todos los derechos de ciudadanía, pero son percibidos como una minoría alógena e indeseable por buena parte de la población israelí. En una encuesta realizada por la ONG Diálogo y difundida por el periodista Gideon Levy en el diario Haaretz, se señala que un 59% de los encuestados quiere que se dé preferencia a los judíos sobre los árabes en la adjudicación de plazas de funcionarios del Gobierno, un 42% no quiere vivir en un edificio donde hay árabes y otro 42% no quiere que haya árabes en las clases donde llevan a sus niños. Más: un tercio de los israelíes pide que se les retire el derecho de voto y un 47% se muestra a favor de la medida más drástica, su expulsión.

La cuestión de los derechos civiles no adquiere vigencia únicamente en el interior de Israel, donde muchos árabes, como es el caso de los beduinos, se sienten discriminados e incluso desposeídos en sus derechos y propiedades. El fracaso del proceso de paz y la constante ampliación de los asentamientos israelíes en Cisjordania están creando una nueva realidad que tiene similitudes con los bantustanes de Sudáfrica, en los que se concentra una población palestina empobrecida, sin Estado propio y sin derechos de ciudadanía. De ahí que la reivindicación que se perfila en el horizonte sea el reconocimiento de los derechos civiles para los 2,5 millones de palestinos cisjordanos, eventualidad que un 69% de israelíes rechaza. Un 48% de los encuestados no quiere tampoco la anexión de Cisjordania, que sería la que facilitaría la adopción de una nueva estrategia palestina similar a la del movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos y a la lucha contra el apartheid en Sudáfrica.

Lo más noticioso de todo, hasta merecer la primera página del diario Haaretz, es que un 58% de los encuestados reconoce que Israel practica una forma de apartheid con los árabes, a pesar de que no se haya producido dicha anexión. Otra ONG de signo contrario llamada Honest Reporting, dedicada según sus principios a ?asegurar que la información sobre Israel sea honesta y rigurosa?, ha criticado la presentación de la encuesta y acusado al periodista de manipular los datos para apoyar su agenda izquierdista y antiisraelí.



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27 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Minotauro en la Gran Via madrileña

La periodista Anabel Abril ha tomado su cámara de fotos y un cuaderno y se ha ido a la Gran Vía de Madrid a buscar catalanes. Los dos temas tienen sentido e interés. La Gran Vía es muchas cosas: una zarzuela, una pintura de Antonio López, el paisaje desde donde hablan los corresponsales de 8TV para el 8 el día de Josep Cuní, el centro del centro de la capital de un país centralista que no sabe si quiere dejar de serlo, también la primera calle comercial, un circo de la humanidad ... y al final el símbolo y la expresión de Madrid y también de Madrit, terminado con té. La Gran Vía es el lugar por donde se pasea el Minotauro, ese personaje medio toro medio humano de la mitología griega que Vicens Vives convirtió en el símbolo de la inhabilidad catalana para tratar con el poder.

(Este texto es la traducción del catalán de la presentación del libro de Anabel Abril ?Catalanes en Madrid. 50 miradas desde la Gran Vía?, que presenté el pasado 16 de octubre en el Palau Robert de Barcelona. El texto catalán fue publicado este pasado jueves en el suplemento Quadern de El País/Catalunya.)

Los catalanes en Madrid son todo un tema, tan excepcional y único en el mundo como lo es la Gran Vía, una clase de ciudadanos que provocan sorpresa e incluso admiración: se han ido de casa para ir a vivir con el Minotauro, a Madrid, ciudad de todas las comparaciones y emulaciones, por encima de todo, ciudad donde está el poder. Se les reconoce como grupo o clase de ciudadanos en Cataluña y también se les reconoce en Madrid. Yo no conozco ningún otro grupo humano al que le suceda algo así dentro de las Españas, las Europas o el mundo. También debo decir que no conozco ninguna otra dualidad tan aguda y perfecta como la que componen Madrid y Barcelona, ciudades que han rivalizado en todo en el último siglo y medio, desde el número de habitantes, la altura de los edificios o la cifra de coches matriculados en tiempos de la dictadura, hasta la capitalidad de dos ideas de España, una central y radial, atlántica y latinoamericana, la otra periférica y en red, mediterránea y europea. Quizás estamos al final de una historia y el libro de Anabel Abril es una despedida, la del Minotauro en su paseo por la Gran Vía y de los catalanes osados que se atreven a vivir en la boca del lobo. Quizás crecerá ahora un Minotauro pequeño y entrañable que nos hará olvidar los complejos catalanes con el poder y permitirá ir a Madrid a vivir con toda naturalidad y sin la identificación como un grupo o clase de ciudadanos especiales. O no. Aunque ahora parece que brama y eleva la cabeza y los cuernos como en los viejos buenos tiempos de su plena dominación, este Minotauro ha perdido mucha de su fuerza, ya es muy viejo, y muy pronto será devuelto a los corrales de los tiempos posnacionales en que Europa necesita definitivamente federarse y enfrontar la unión política si no quiere desaparecer en la irrelevancia, ella y todos sus componentes, pequeños y grandes.

Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo de cambios tectónicos es que justo ahora, en los tiempos posnacionales, llegamos al momento álgido, definitivo, sin retroceso, del enfrentamiento con el Minotauro, es decir, nuestra ineptitud respecto al poder del Estado, y lo hacemos justo cuando el Estado nacional pierde soberanía por todos lados, hacia arriba en dirección a Europa, y hacia abajo en dirección a entidades menores, sea en regiones, ciudades o viejas naciones sin reconocimiento político. ¿Tiene algo que ver con los catalanes de Madrid? Todo. Nunca se había producido en la historia, reciente y pasada, una mayor integración entre las dos ciudades, una mejor y más estrecha participación de los catalanes en la vida económica, cultural, empresarial, universitaria, deportiva y periodística de Madrid. Y a la vez, nunca se habían distanciado hasta tal punto las dos ciudades, sus opiniones públicas, sus ambientes intelectuales, mediáticos y políticos.

Todo esto se puede ver y leer el libro de Anabel Abril gracias a las 50 conversaciones con catalanes de Madrid, una especie de trabajo de campo o estudio sociológico cualitativo -esto debería ser siempre el buen periodismo-que nos cuenta muchas cosas sobre las relaciones entre las dos ciudades y entre Cataluña y España. También nos explica muchas cosas sobre quiénes son estos personajes tan diferentes pero tan característicos, aunque haya de todo: madrileños desde la infancia, desde la juventud o desde la madurez; permanentes e intermitentes, con pase de pernocta y de día, medio pensionistas casi, de estudios y de oficio, con piso de propiedad o sin, y las mismas variaciones se podrían hacer con respecto a la familia y a los hijos. En la muestra elegida por el Anabel hay de todo, también en relación a los oficios y sectores, las edades y el sexo. Sólo la política es una excepción, y es lógico.

Los catalanes en Madrid, aunque cuentan con muchos libros que hablan de ellos, no han sido objeto de un estudio a fondo, con cifras y datos contrastados, con sociología empírica y economía del fenómeno. Lo merecería, y en otros países, si contaran con algo igual, ya lo habrían hecho. Digamos como conclusión que, a diferencia de otros -los vascos por ejemplo-, los catalanes casi siempre regresamos a casa. Solemos ser madrileños provisionales, por temporadas más o menos largas, pero casi siempre terminamos regresando.

Aquí tenemos que generalizar un poco, y eso quiere decir que siempre encontraremos alguna excepción. Veamos rápidamente cómo son estos 50 catalanes. En primer lugar, les veo felices de vivir donde viven (un motivo más de extrañeza). Luego, veo que les gusta su ciudad de adopción. No son aquellos animals que s?enyoren, definición de los catalanes en el extranjero según Josep Pla. También que se sienten satisfechos y orgullosos de su catalanidad y de su lengua, sin hacer ningún tipo de exageración. Reconocen que en Barcelona y en Cataluña se ha perdido fuelle. Y, finalmente, que se sienten un punto diferentes en todas partes: catalanes en Madrid y madrileños en Cataluña, un poco extraños por tanto. En algunos oficios, con una mención explícita de una cierta marginación: la gente de la farándula por ejemplo aseguran que desde Cataluña ya no les llaman.

Estos 50 catalanes no forman lobby o grupo de presión, que yo sepa. El catalán es individualista. Quizás es el ciudadano más individualista de la Península Ibérica. Una cosa es reconocerse entre sí, hablar catalán entre nosotros, y la otra es la conjura y la conspiración. El catalán en Madrid conspira y entra en conjura como todos los demás madrileños, pero no lo hace con los otros catalanes sino con todos, según las afinidades y los intereses individuales. Algunos temen que los catalanes de Madrid estén trabajando en el fondo para Cataluña, cuando de hecho trabajan, muchas veces sin saberlo, por una idea más peligrosa y, según algunos, totalmente en decadencia: por la España plural y diversa, por la España plurilingüe y pluricultural, plurinacional al fin y al cabo.

Si estas ideas quedan definitivamente derrotadas, tal como quieren muchos en el centro y temen muchos más en la periferia, estos 50 catalanes y muchos otros serán los últimos mohicanos. Ahora que dicen que los puentes se han roto, hay que decir que ellos siguen haciendo de puente, la desagradecida e imprescindible trabajo de seguir contando Catalunya en España y España en Catalunya. Ahora mismo yo diría que son los que más sufren por los desafíos lanzados contra el Minotauro y por los bramidos de la bestia. Su opinión y su actitud me parecen especialmente importantes y esclarecedoras. Hay que escucharles. Hay que escucharles en Madrid y Barcelona. El libro de Anabel Abril contribuye a ello y es una invitación a que hablen, que no dejen que la espiral del silencio y el pensamiento de grupo dominen ni en Madrid ni en Barcelona. Sólo por eso ya merece nuestro agradecimiento y nuestra felicitación. Y ojalá fuera realmente una despedida definitiva del Minotauro que históricamente nos ha inhabilitado a los catalanes para el poder del Estado.



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26 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Europa aún vota por Obama

El árbol da menos sombra y la sombra que da se desplaza y nos alcanza cada vez menos. Esto es lo que ha sucedido con los Estados Unidos de América, la superpotencia única, ahora desafiada por el mundo emergente, y también sucede con quien la encarna, su presidente. La idea de que en la elección presidencial se juega el destino del planeta, y en concreto el de los europeos, llega muy matizada y casi desvanecida a la cita del próximo 6 de noviembre en que los votantes deberán elegir entre Barack Obama y Mitt Romney. Pierde fuerza un viejo deseo de ciertos europeos, situado entre la chanza y el ensueño, sobre su participación ideal en la única elección que verdaderamente cuenta para sus vidas.

El árbol da menos sombra porque el mundo es multipolar. Desde la Casa Blanca es más difícil la imposición unilateral, desgastada gracias a la presidencia de George W. Bush y a sus tres guerras, Irak, Afganistán y la global contra el terror que las envolvía a todas. En nada se puede avanzar sin contar con el nuevo reparto de poder en el mundo, que ha dado cartas, geoeconómicas sobre todo, a los países emergentes. El presidente estadounidense todavía es el número uno pero ya no es el único líder que cuenta. La sombra se ha desplazado. El eje de rotación que estuvo en Europa durante la guerra fría se está dirigiendo desde Oriente Próximo hacia Asia. Los sólidos lazos transatlánticos, renovados una y otra vez con promesas de indisolubilidad, se aflojan a ojos vista. EE UU y Europa han ido incluso con el paso cambiado en las políticas económicas para salir de la crisis: de estímulo allí y de austeridad a rajatabla en Europa; algo que seguirá, pero invertido, si gana Romney y en Alemania la gran coalición corrige el rigor actual de Angela Merkel.

Europa recibió en apoteosis a Obama en 2008 y según las encuestas sigue manteniendo su apoyo al actual presidente, a pesar de los abundantes motivos para la decepción. La mayor de todas, las continuidades con Bush. ?Obama ha sido más efectivo que Bush en aplicar la agenda de este último?, han señalado Martin Indyk, Kenneth Liberthal y Michael O'Hanlon en un informe de Brookings Institution. En este capítulo se incluye el uso de los drones para liquidar terroristas, la eliminación de Bin Laden y, por supuesto, el incumplimiento de su promesa de cerrar Guantánamo. Pero en las relaciones multilaterales pesan más los fracasos en la negociación sobre cambio climático y en la resolución del conflicto entre Israel y Palestina.

La popularidad que tuvo Obama en el mundo a su llegada se ha perdido del todo, a excepción de Europa. En junio un 71% de los europeos encuestados por el German Marshall Fund aprobaban al presidente Obama, 12 puntos por debajo de los niveles extraordinarios de apoyo que recibía en idéntica encuesta en 2009; mientras que solo el 23% tenían buena opinión de Romney. Una encuesta más reciente de la televisión alemana ARD señala que el 86% de los europeos votarían por Obama frente a solo un 7% por Romney.

Mucho entusiasmo, pero poco en juego. Europa ha estado ausente de los debates electorales sobre el mundo exterior, aunque no cabe decir ahora que no es un problema. La crisis fiscal europea, que lo es, no ha merecido la atención de los candidatos, si no es para mencionar de pasada los malos ejemplos de endeudamiento y déficit públicos. Las escasas divergencias entre Obama y Romney solo rozan a Europa desde la periferia. El republicano quiere endurecer sus relaciones con Rusia, después del reset de Obama. También ha especulado con la recuperación del escudo antimisiles de Bush, que debía contar con instalaciones en Polonia y República Checa. O con la revocación del tratado START de limitación de misiles nucleares.

Nada bueno puede albergar un candidato que sitúa al Moscú de Vladímir Putin como el ?enemigo geopolítico número 1?, cuando los europeos, con Polonia a la cabeza, quieren evitar precisamente el antagonismo y el regreso a una versión mitigada de la guerra fría. Hay más diferencias, aunque pueden diluirse una vez alcanzado el poder. Romney, por ejemplo, quiere gastar mucho más en defensa (2.5 billones de dólares más que Obama en diez años) pero también que los europeos nos rasquemos más el bolsillo para la OTAN.

La política exterior europea, a pesar de su dudosa existencia, tiene amplias zonas de divergencia con un candidato como Romney. No hay duda de que el candidato republicano es más duro y unilateralista que Obama. No cree que el cambio climático sea producto de la actividad humana, quiere recuperar la tortura legal de Bush, mantener Guantánamo o revisar la retirada de Afganistán, cuestiones que suscitan todas ellas recelos o incluso la directa oposición de los europeos. Con el matiz de que en el debate televisado de este lunes consiguió moderar su imagen y hacerse creíble como un presidente tranquilo y un comandante en jefe preparado para enfrentarse a los peligros del mundo. Es una modulación de sus iniciales propósitos electorales que puede proseguir en caso de alcanzar la Casa Blanca.

Europa todavía vota por Obama, pero si gana Romney los europeos nos quedaremos tan anchos. Las elecciones americanas ya no son lo que eran. Los europeos estamos ensimismados en nuestras crisis. Pocos piensan en el refrán que condujo al lamentable viraje geoestratégico que llevó a Aznar a la guerra de Irak: quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija. Pero tampoco tenemos un árbol propio que nos dé la buena sombra imprescindible en el mundo global.



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25 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nacionalismo internacionalista

Internacionalizar. Esta es la palabra. ¿El conflicto? No, por favor. Eso pertenece a un campo semántico ajeno, exactamente el del entorno de ETA. En Cataluña no hay exactamente conflicto, al menos de momento, pero sí hay que internacionalizar. Estoy transcribiendo lo que oigo en Barcelona en los medios soberanistas más al caso. Intentemos ver, entonces, en qué consiste la internacionalización de la reivindicación o del caso catalán.

Hay una internacionalización elemental que ya se ha producido. Consiste en colocar a Cataluña con su reivindicación en el mapa. Se ha hecho con muy escasos medios y buenos resultados propagandísticos. Y en buena parte a caballo de una fácil ecuación: desprestigio de España, fulgor de Cataluña. Gusta mucho, es cierto, a quienes han entendido siempre que la prueba del nueve de la pureza catalanista es el daño que se inflige a España. El propio Artur Mas ha jugado esta baza: ante una España debilitada Cataluña ofrece al mundo su propuesta ilusionante. La teoría del expolio fiscal, de la España ladrona tan próxima a la Lega Nord, funciona muy bien en la internacionalización mediática. El hundimiento de la economía española es el argumento de enganche de esta historia que reclama primeras páginas.

Hay una segunda internacionalización más profunda. Corresponde a la teoría de la oleada. Ahora llega a Europa occidental, territorio asentadísimo de los estados nacionales fraguados en la paz de Westfalia (1648). Escocia va por delante. Flandes se suma gracias al ascenso de la Nueva Alianza de Bart de Wever, el nuevo alcalde de Amberes, que quiere llegar en las elecciones generales de 2014 a una encrucijada decisiva en la división de Bélgica. Ahí está en segundo plano, en declive pero como una amenaza vigente, la pionera del nacionalismo fiscal, la Lega Nord. Y luego las nacionalidades ibéricas, sueltas de nuevo gracias al alcance de una profunda crisis española, económica e institucional. El sueño nacionalista convierte el mapa estable e inamovible de Europa en campo de la fragmentación soberanista. Serán como fichas de domino. En lo más profundo del sueño, Cataluña es la pionera que abre las puertas a la redistribución del espacio soberano europeo. Pequeños estados federados que superan a las viejas y arrogantes naciones westfalianas. Los más lanzados y festivos encuentran muy atractivo que no existan antecedentes, que jamás se haya ensayado este camino en la Europa civilizada: qué bien, seremos pioneros.

Es un sueño pero podría convertirse en una pesadilla. Los Estados-nación han hecho Europa. La ley ha hecho Europa. No hay democracia sin esas leyes y sin esos Estados. La refundación soñada exigiría una previa demolición del euro, de la UE y de algunos de los Estados actuales. ¿Cuántos? ¿Cómo afectaría al conjunto? Puede que el escenario idílico sea lo más cerca al cuanto peor mejor. Ya lo hemos conocido en otras épocas. Nada facilitaría mejor la culminación del nacionalismo onírico que un regreso caótico a los años 30 del siglo XX. Es difícil que se produzca una transformación de tal envergadura, al menos en el corto y medio plazo, mediante el diálogo y el acuerdo. Más bien lo contrario: sería la balcanización del continente.

No podemos darlo por imposible, aunque casi nadie quiere ir en esta dirección en Cataluña. Tampoco fuera. Solo unos pocos frikis de la esfera mediática madrileña y sus correspondientes del radicalismo independentista apuestan y desean fervientemente que las cosas vayan por el peor derrotero. La inmensa mayoría de un lado y de otro, y del lado de quienes no quieren estar ni en un lado ni en otro, apuestan por una vía tranquila y pacífica, democrática añaden. Y todavía hay que exigir más: a Artur Mas sobre todo. Por una vía democrática y legal. Que no se olvide el president: legal. Sería bueno escucharlo de sus labios. Sin ambigüedades, claramente. Esta es la clave de la última internacionalización que quiero discutir hoy aquí. La legalidad es una. No hay dos ni mucho menos tres. La catalana es española. Y también lo es la europea. Solo hay un Estado de derecho al que acogerse. Ahí no caben frivolidades.

Si internacionalizar es saltarse la legalidad estamos batasuneando. Llevar el debate y la presión política a la opinión y los organismos internacionales puede estar bien. Pero la legalidad vigente no es un expediente ni un trámite que hay que pasar. Es muy dudoso que un acto ilegal de un gobierno legalmente constituido pueda ser avalado por los socios europeos y por las instituciones de la UE. Al contrario: lo más probable es que nadie lo avale, que nadie lo reconozca. Ni siquiera los nacionalistas de las otras nacionalidades, porque todos ellos querrán obtener satisfacción a sus reivindicaciones dentro del marco de la legalidad. Los nacionalistas catalanes que quieran aventurarse en este camino deben saber que es la vía del populismo, el de Chaves y Cristina.

Internacionalizar quiere decir encontrar aliados y amigos. El soberanismo catalán ya los ha encontrado en los medios de comunicación, sobre todo los anglosajones. No será tan fácil que los encuentre en la diplomacia internacional y en los gobiernos. Son gremios cerrados, habitualmente hostiles a los advenedizos y a quienes pretenden ser nuevos socios sin títulos suficientemente acreditados. Hostiles por principio con quienes frivolizan con el principio de legalidad. El gobierno de Madrid actuará, seguro, con reflejos más vivos que hasta ahora. Tiene un aparato diplomático, servicios secretos, presupuestos del Estado, la Corona.

Habrá que ver si Mas es capaz de obtener una foto oportunity, una sola, con algún mandatario de relieve antes de las elecciones. Las cosas se le complicarán incluso con los nacionalistas, internacionalistas solo de sus propias causas pero no de las de los otros. Si se trata de convertirse en Estado dentro de la UE, Alex Salmond quiere que Madrid le ayude, no que le vete, de ahí que prefiera tomar distancias con Artur Mas, tal como ha explicado Walter Oppenheimer. Lo mismo sucederá con De Wever. Incluso los nacionalistas vascos temen que el independentismo catalán se lleve por delante su independencia fiscal ya efectiva desde hace más de 30 años. Urkullu no será un buen aliado. ¿Alguien creyó acaso que separarse de un Estado nación surgido de Westfalia era como coser y cantar, o bufar i fer ampolles, como decimos en catalán?



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23 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La elocuencia de las urnas

Las urnas suelen ser muy elocuentes en tiempos de crisis. De crisis no tan solo fiscal, económica, y además europea, sino también institucional, de sistema, española en definitiva. Las elecciones también son una prueba de resistencia, de stress, con la población. Después de someterla a todo tipo de tensiones y promesas incumplidas, de recortes y pérdidas de derechos, las urnas nos cuentan cómo están los ánimos, el aguante. Es decir, la paciencia con los partidos, la fe en la política, la esperanza en la capacidad de este país para salir del pozo, en su futuro.

El gobierno recibe un mensaje ambivalente: confirmado en Galicia, castigado en Euskadi. Rajoy, imagen ausente en la campaña gallega, sale ganador de las urnas galaicas; pero mucho más Feijóo, capaz de superar los recortes de Rajoy sin Rajoy, por su propio esfuerzo. No es extraño que algunos le asignen ya el delfinato monclovita, para cuando no queden ni las uñas de un Rajoy quemado por la crisis. No olvidemos la Galicia de la abstención, fulcro donde se asienta el poder electoral caciquil, especialmente activado en tiempo de crisis. Todo esto no es de color rosa para el presidente del Gobierno. Ambivalente, vaya. Con un consuelo notable: peor le van las cosas al socialismo, a Rubalcaba, tema de reflexión a fondo; era el partido que más se parecía a España, nos decían. Y un añadido preocupante: la que le espera a Rajoy. Esa mayoría soberanista en el parlamento vasco complica extraordinariamente las cosas a quien tiene el poder en Madrid. Aunque la resonancia entre nacionalismo vasco y catalán no sea muy intensa, terminará imponiéndose aunque solo por el efecto reactivo ante el centro agredido. El nacionalismo español tiene desde ayer nuevos y poderosos estímulos para manifestarse de forma desacomplejada.

Este es el segundo mensaje: los partidos españoles languidecen en Euskadi, como premonición de la que les espera el 25N, cuando se celebren las elecciones catalanas. PP y PSOE, mayoría en el parlamento vasco en la anterior legislatura, no se comen un rosco en la que ahora se abre. El sistema de partidos español sufre la erosión de la crisis, que premia a los pequeños y a los populistas, y la erosión nacionalista, que disminuye a los partidos de implantación española, incluidos los que tienen dificultades de localización como el PSC.

Esto es Europa, territorio del derecho, de las libertades y de la democracia. Una Europa en crisis, es cierto, y por tanto populista, polarizada, antisistema, castigadora de las ideologías tradicionales, aunque más castigadora de la socialdemocracia. Pero una Europa donde felizmente funciona el principio democrático, ajeno a imposiciones y violencias. Ese es el tercer mensaje. En Euskadi las urnas se han abierto por vez primera sin la amenaza de las armas. Las tres nacionalidades históricas que los padres de la Constitución española tenían en mente cuando la redactaron se han citado con las urnas este otoño de todas las dificultades. Ayer Galicia y Euskadi; dentro de algo más de un mes, Cataluña. Y en dos de ellas, las más poderosas, con el programa que impugna la soberanía única e indivisible de España.

Las urnas no mienten. Dicen lo que dicen los ciudadanos, los votantes. Hablan por sus resultados. El PP cuenta con el amplio aval de los gallegos. También lo tiene el soberanismo en sus dos versiones, la burguesa y moderada del PNV y la izquierdista y radical de Bildu, impregnada todavía de la pólvora terrorista. Con esos bueyes habrá que arar, a la espera de Cataluña, donde las encuestas perfilan también una amplia mayoría soberanista. Nos acercamos a un cambio político que la urnas empiezan a explicar a quien quiera entenderlo.



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21 de octubre de 2012
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El Boomeran(g)
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