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Escrito por

Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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La matriarca de los mundos

Marcela de Juan fue, ella sola, un puente más largo que la ruta de la seda entre España y China. Gracias a ella el lector español pudo acceder a la poesía china en traducciones menos precisas que las actuales, pero también más líricas y musicalizadas. Le invito al lector a pasar por encima de esa y otras peculiaridades, y si le gusta la poesía china, abordar toda clase de traducciones, dándole un lugar privilegiado a Marcela de Juan, una mujer absolutamente única por sus orígenes. De padre chino y madre belga, nació en La Habana pero se crió en Madrid, cuando su padre, que procedía del mandarinato, cumplía funciones diplomáticas. Su padre conoció a Pío Baroja, que cuidaba mucho sus amistades exóticas, y a Palacio Valdés, que le dedicó un capítulo de una de sus novelas.

Para los que se han acercado a la literatura de la época de Marcela, verán en ella paralelismos con Lin Yutang, tanto en sus visiones de Pekín y Shanghái como en el uso del humor sin vinagre. Nos hallamos pues ante una mujer que renuncia a la amargura en beneficio de la ironía pura, que suele ser de naturaleza alegre y burlona. En La China que vi y entreví, Marcela de Juan aborda sus memorias en un estilo cordial, sencillo y familiar, en las antípodas de toda forma de pedantería, ya que nunca pretende oscurecer las aguas para que parezcan más profundas.

Por ser de madre católica, a Marcela le tocó conjugar en su persona dos universos religiosos muy diferentes, pero salió airosa de la prueba. Su padre era abierto y a la vez devoto de las tradiciones, y Marcela estuvo a punto de que le vendasen los pies. Afortunadamente, su madre se opuso a tan detestable práctica y Marcela pudo crecer a la par que sus pies. También la comprometieron, en matrimonio concertado, a los seis años, pero el novio murió, de modo que se quedó en plena infancia “compuesta y sin novio”, como dice ella. Le quedaba tiempo para encontrar otro compañero. A través de su libro, vemos desplegarse el Pekín anterior a la devastación industrial, con un urbanismo uterino donde la ciudad y el campo podían conjugarse, gracias a los distritos rectangulares y amurallados: los famosos hutongs, que solían incluir jardines en los que se desplegaba a diario la vida con todos sus matices.

La descripción de Pekín desde el registro sonoro, desde sus voces múltiples, sus músicas y sus ruidos, es todo un logro narrativo, que me desconcertó y me estimuló, y que me condujo a algunos momentos de la obra de Proust. Sorprende que su visión de la China maoísta no sea árida, y no lo es porque entiende el alma china, sus turbulencias y su sentido de la contradicción, bien presente en el Tao. Y así, de la China prerrevolucionaria de los primeros capítulos, pasamos a la China posterior a la Revolución Cultural, completando un mosaico circular que abre y cierra una vida tan singular como la de Edith Warton. Nos hallamos pues ante un libro fundamental de la gran matriarca de muestra sinología. Que esa mujer fuese a la vez belga, china y española no deja de ser una desconcertante y feliz fatalidad, como ella misma explica en este libro imprescindible y lleno de humanidad.

(Texto publicado en Babelia)

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28 de octubre de 2021
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Todo Homero (Tout Homère)

Por primera vez, aparecen reunidos en Francia los textos homéricos en un solo volumen. En el libro nos encontramos los dos grandes poemas, la Ilíada (en una nueva traducción de Pierre Judet de La Combe), y la Odisea, en la ya clásica traducción de Victor Bérard, pero también textos que en la Antigüedad se atribuyeron a Homero o mantuvieron viva la leyenda de Troya. A todo lo cual se añaden los textos épicos “contemporáneos” de lo que Hélène Monsacré llama el momento homérico (siglos VIII-V a C.), la mayoría inéditos, que nos permiten descubrir la faceta inesperada de un Homero irónico y divertido, sin olvidar el “Ciclo de Troya” y las Vidas de Homero.

Huelga decir que este libro sobre la totalidad homérica es una idea genial: pone a disposición de toda clase de lectores la integridad de la narrativa homérica, que una vez más nos vuelve a parecer tan deslumbrante como fresca. Nunca se había hecho nada así en el mundo, y hay que agradecerle a Hélène Monsacré que haya llenado este vacío. De pronto todo Homero, de pronto todo Aquiles, no solo el de la Ilíada, también otro que lucho contra una mujer, y otro más y otro...

Tout Homère no es simplemente un libro más sobre Homero, es el desvelamiento integral de un mundo con todos sus sueños, sus glorias, sus miserias, sus espejismos. Finalmente podemos abrazar toda la belleza del universo de Homero y asombrarnos de lo fácil que es hacerlo nuestro y entrar en su tejido de emociones. Nos hallamos ante una obra de múltiples puertas y múltiples senderos que se bifurcan, como en el cuento de Borges. Más que un libro, es una revelación: la revelación de Homero, de su modernidad, su lirismo, su sentido de la tragedia...

Como dice Hélène Monsacré en la introducción: “Por muy alejados que estemos de Homero, nos podemos trasladar sin el menor esfuerzo al mundo que nos describe, como si viviésemos entre los dioses y los héroes, pues el heroísmo de los personajes de la Ilíada y la Odisea continua siendo del todo humano debido justamente a su ambigüedad.” Sí, un heroísmo ambiguo y contradictorio que nos llega desde la edad micénica y nos habla de triunfos y fracasos en los que podemos reconocernos. Como decía Marguerite Yourcenar: “Todas las guerras son la guerra de Troya. “

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10 de octubre de 2021
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El gran depredador

El depredador más despiadado de todos los tiempos surgió a comienzos del siglo pasado: es un animal reciente. A diferencia de otras especies, se reproduce en serie gracias a la ayuda humana. Aparecen grandes manadas de recién nacidos todos los días y se han hecho para él caminos lisos en todos los lugares del mundo.

Es carnívoro y herbívoro. Devora árboles, personas, jabalíes, ciervos, vacas, semáforos, farolas. Puede con la carne y con el hierro.

Se calcula que fulmina a unos dos millones de personas al año. No se conoce un animal tan asesino en toda la historia. Como colofón a su grandeza aniquiladora, practica igualmente el canibalismo, y es común que se abalance contra animales de su misma especie.

Es tan despiadado que a menudo acaba con sus propios amos.

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2 de octubre de 2021
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Diario de la peste (18). Pensamiento mágico en Francia

La Francia laica está resucitando a san Roque, santo de las epidemias y patrono de Santiago de Compostela, ciudad que apostó por su devoción tras un episodio de peste. En Francia le están dedicando a Roque programas televisivos, obviamente en canales conservadores,  a los que acuden medievalistas y teólogos para hablar de él y situarlo en el tiempo.

Al parecer Roque nació en Monpellier en el siglo XIV. Le tocó vivir una época infernal: la guerra de los cien años, las milicias salvajes de mercenarios asolando las ciudades por las que pasaban, violando, saqueando y matando. Como colofón a tanto desastre apareció la peste negra.

Roque, que había estudiado medicina de Monpellier, se ocupaba de los apestados mientras peregrinaba a Roma, donde curó a un cardenal, y el papa lo mando llamar. En cuanto vio a Roque, el pontífice quedó cautivado por su mirada trasparente y exclamó: “¡Sé que llegáis del cielo!”

El papa se equivocaba, en realidad Roque llegaba de infierno, y se le veía un hombre tranquilo, que había mirado la cara taladrada de la muerte, que había comprendido la precariedad de la existencia, y que vivía en un puente entre la vida y la muerte, curando a los enfermos o enterrándolos con sus propias manos cuando morían.

En una ocasión contrajo la enfermedad y al percibir las llagas y los bubones en sus piernas, huyó al bosque para no perturbar a nadie con su dolencia y morir en la soledad y el silencio. Según el mito, un  perro se apiadó de él y le llevaba pan todos los días. Roque consiguió sanar y regresó a los caminos y a las ciudades para seguir luchando contra la peste.

Si ahora mismo vais a París, a una iglesia del distrito 1 donde se conserva una estatua de San Roque, veréis a gente de diferente naturaleza y condición encendiendo velas ante la imagen del santo. Se entregan a un rito antiguo, que hoy se podría considerar folclore, si bien no hay que olvidar que el folclore es, entre otras cosas, una colección de mitos más o menos salutíferos.

Los que en París le ponen velas al santo de las epidemias, entran en su mitología, y participan en ritos parecidos a los de sus bisabuelos. Regresan al pensamiento mágico. ¿Regresan? No exactamente. El pensamiento mágico nunca nos ha abandonado, y hasta en las personas más lógicas y severas, convive todo el rato con el pensamiento racionalista y laico. Somos una mezcla de ambos, ya desde los presocráticos.

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11 de septiembre de 2021

Heidegger, su esposa Elfride y Lacan, Cerisy, 1955

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El ruido y el silencio (tras una lectura de «Ser y tiempo»)

El ruido ensordecedor se puede confundir con el silencio justamente porque te deja sordo.

La acumulación de ruido es la característica de nuestro tiempo, que halla su fundamento en un ruido vacío de sentido, de aliento y de vida entendida como experiencia de la plenitud.

No hay plenitud, solo hay inquietud confusa y descentrada.

Ruido en la calle, ruido en los medios, ruido en la mente. El mundo convertido en un relato dodecafónico contado por un loco.

Y cuando el ruido impera el silencio se convierte en un refugio, pero en un refugio inalcanzable para los que no aciertan a despegarse de la feria atronadora que nos envuelve y nos desborda.

Y sin embargo, solo desde el silencio percibimos que algo se mueve por debajo de las palabras y los signos. Los antiguos lo llamaban el ser.

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5 de agosto de 2021
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La enemistad según Gracián

 

Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien.

 

 

La cita es de Gracián y lo más destacable de ella es el valor estratégico que le da a los enemigos, más valor que Maquiavelo.

El problema de darle tanto relieve al enemigo es que implica la idea de que la vida en una guerra, y que solo podemos medir nuestra grandeza, y hasta nuestra existencia, enfrenándonos al Otro. Y aquí Gracián se adelanta a Hegel y plantea una dialéctica tan militar como la del amo y el esclavo de la Fenomenología del Espíritu: lucho a muerte con el otro, y se lo venzo, me adueño de su vida y fortalezco la mía.

Una filosofía opuesta a la dialéctica cristiana de la otra mejilla. Sí, pero no hay que olvidar que los jesuitas eran la milicia de Dios y había que estar preparado para luchar contra la adversidad como un soldado de la palabra y las ideas. Como un soldado de Dios. Y respecto a Hegel, bueno, ese se creía sencillamente Dios, y en la Fenomenología casi lo demuestra. Hegel nos aplasta con su saber. Él se eleva con las alas de su inteligencia, mucho más poderosas que las de la lechuza de Minerva,  mientras nosotros pegamos los pies al suelo para no temblar. Nosotros en la tierra, él en el cielo abismal de las categorías que no cesan de rotar.

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21 de julio de 2021
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Adicta al infierno

 

Todo arde es un título que evoca el fragmento de Heráclito sobre el fuego: Todo arde vivamente según medida y según medida se apaga, o también: Todo es fuego vivo que arde según medida, y según me vida se apaga. La novela es una envolvente narración sobre la combustión del ser y la disipación de la vida.

Disiparse: convertirse en aire, como dijo Fitzgerald.

Los cuerpos que buscan la disipación están buscando la desaparición. Y de hecho la novela comienza con la desaparición y la aparición de un personaje que ha emprendido un viaje desintegrador.

Los parajes de la novela son dimensiones oscuras, aunque las golpee el sol, donde la desarticulación personal excede a veces los límites de la esperanza porque prevalece la consumación, en el sentido más ígneo de la palabra. Viajamos por universos de una vida degradada, donde sin embargo alienta a veces la humanidad y el amor, en su forma más generosa y  fraternal. Nuria Barrios hace una variación del mito de Orfeo convirtiendo a Eurídice en la hermana del protagonista, que ha sido mordida por una serpiente tan letal como la del mito.

La novela en pródiga en párrafos contundentes y precisos.  Podría convertirse en una buena película.

Elijo uno de los muchos fragmentos para probar lo que digo: “Tirada boca abajo en el descampado, Noe se tapó las orejas. Temblaba sin poder controlarse contra el suelo reseco. Aferró entonces la tierra con las manos para intentar detener el temblor, cerró los ojos y hundió el rostro en el polvo y las piedras hasta que un tirón de pelo la obligó a levantar la cabeza.

Señalo en cursiva la sucesión de rimas internas que acentúan el ritmo y la melodía de las frases. Este fragmento, cogido al azar, podría quedar así en verso (lo hago para recalcar el mimbre rítmico de la prosa):

Tirada boca abajo en el descampado,

Noe se tapó las orejas.

Temblaba sin poder controlarse contra el suelo reseco.

Aferró entonces la tierra con las manos

para intentar detener el temblor,

cerró los ojos y hundió

el rostro en el polvo y las piedras

hasta que un tirón de pelo

la obligó a levantar la cabeza.

La prosa de Nuria Barrios es poética sin necesidad de recurrir a palabras presuntamente poéticas y a menudo muy desgastadas.

El desenlace de la historia es ambiguo y Nuria Barrios huye de las conclusiones fáciles y consoladoras. Toda la novela podría resumirse en una sola frase, tan nihilista como esperanzadora: hay siempre una grieta de luz en las tinieblas, si bien esa grieta podría ser simplemente una alucinación producida por el deseo de hacer de la vida una sustancia más  digna y más amable.

Nuria Barrios plantea un relato con un final expectante, tras haber pasado por un tobogán de emociones. La protagonista femenina nunca deja de danzar junto al abismo, como si le doliera en el alma apartarse del camino más destructivo del deseo. La novela vindica una idea que ya nos parece une dimensión perdida: la fraternidad.

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9 de julio de 2021
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Los que te leen y los que no

Con los amigos y conocidos detecto a menudo lo siguiente: los que me han leído suelen decir que no me han leído, los que no me han leído suelen decir que me han leído.

Cuando no te han leído, les resulta muy fácil y oportunista exclamar: ¡Acabo de leer tu novela y me ha encantado! Nunca dan detalles de su lectura, nunca evocan las escenas que al parecer tanto les han conmovido: no pueden porque ni siquiera han abierto tu libro. Se trata de sinvergüenzas que quieren quedar bien contigo. En cambio los que te han leído, y hasta les ha gustado tu libro y les ha inspirado y ayudado, esos tienden a negar que te han leído, por mezquindad, por vileza intelectual, y a veces por razones aún peores. En España es una vieja costumbre: es lo tradicional.

Ambas tribus de mentirosos le toman a uno por más tonto de lo que es. Una actitud imperdonable que no obstante suelo perdonar, sabiendo que no me engañan. Uno es zorro viejo y descubre esas mentiras a la velocidad del sonido.

Supongo que muchos escritores estarán de acuerdo conmigo.

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6 de julio de 2021
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Hijo sin madre

Destiempo, de Silvia Bardelás,  es una novela coral con una voz dominante. Hay saltos en el tiempo y alternancia de descripciones con diálogos y monólogos interiores.

Cada capítulo es como un lago donde puedes sumergirte. Su mayor logro es la configuración del protagonista: un joven que fue criado por su abuela, y por lo tanto un hijo sin madre, o con una madre que parece su hermana (pag. 93).

Los etólogos piensan que los hijos sin madre podrían estar despojados de cierta seguridad primordial, que solo puede procurar la madre, y que asienta sus pilares en la infancia. Son individuos más libres, pero también más dubitativos. Parecen extranjeros en todas partes. El protagonista tiene ese perfil psicológico.

Destiempo es un relato denso y bien estructurado, con un desenlace acertado: el exilio, el declinar del ruralismo y los cambios que atañen al fundamento de la personalidad. La Galicia rural es el escenario. A pesar de la sentencia final que incluye la palabra “nada”, no es una novela nihilista, y se apoya en la teoría de las pasiones de Spinoza.

A continuación reproduzco algunas de las frases más memorables con las que me fui encontrando en el trascurso de la lectura, indicando la página de la que fueron extraídas:

¿Ya no existen los muertos? 20

Aquella capa oscura que se presentaba todas las noches delante de la cama. 21

Los cambios no son fáciles, son necesarios. 30

Hay que tomar la iniciativa y moldear lo que hay. 32

Ese despertar sin quererlo, a flashes, a tiros de luz que rechazas. 34

No está mal saber que hayas matado a alguien nada más nacer. 37

Vivían en una falsedad evidente que aceptaban como su medio natural. 39

Os pasáis la vida dejando cosas y personas. 47

No hay vida si no participas en la construcción del mundo. 42

Lo que yo daría porque el mal se manifestase tan claro y poder luchar contra él. Pero no, cuando lo ves ya es tarde. 69

Más se niega el mal, más se piensa en él. 69

Si pudiéramos ver detrás de las paredes, todo estaría solucionado. 85

Mi madre es mi hermana. 93

No podemos ser menos que nuestros antepasados. 99

La vuelta de los desaparecidos nunca es buena, porque el pasado vuelve y deja de ser pasado, que es donde debe estar. 103

¿Cuál es el sentido de vivir cada momento como si fuese el último? 118

Culpa de lo que pudimos hacer y no hicimos. 127

Lo que dice Espinosa: todo lo que no nos deja ir hacia adelante es una pasión triste. 123

Las palabras hacen de frontera contra la oscuridad. 125

La vida es como un océano que saca a la superficie todo lo que quieres enterrar.130

Tiene pasado, mucho pasado, pero no vida pasada. 131

Todo lo que valía ya no vale. 133

La muerte siempre es un remate más que un final. 135

Hay una manera de estar en la tierra diferente, sin prisa, sin tener que llegar a ninguna parte, sin tener que ser reconocido por nadie, sin tener que pertenecer a ningún territorio. 164

Quererlo hasta el infinito y al mismo tiempo necesitar salir corriendo. 167

Una no tiene por qué querer a su madre. 178

Sentir a un niño dentro que no quieres, que golpea contra ti y rechazas esas patadas. 183

Este niño es hijo de toda la locura que estamos creando en este mundo. 185

No era una tristeza triste, era una tristeza elegante. 191

El pasado sin cerrar es una tortura, por eso mucha gente tiene Alzheimer.

Cuánta soledad da fingir. 224.

Por fin ya no creemos en nada. 224.

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27 de junio de 2021
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El viaje infinito de los elefantes chinos

 

Los elefantes errantes de China

se toman un descanso.

Llevan recorridos

más de quinientos kilómetros

y nadie se lo explica.

 

¿Qué están buscando esos viajeros

obstinados?

¿Y si nos estuviesen avisando de algo

y su trashumancia fuese

un mensaje que no sabemos descifrar?

 

Otra pregunta me hago:

¿Y si estuviesen buscando

paraísos que ya no existen

como hacemos a menudo los humanos?

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21 de junio de 2021
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