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Escrito por

Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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La balada de Javier Goñi

 

Irónico y severo,

afable, burlón, generoso y atento

al despliegue incesante del teatro del mundo,

 

lector empedernido

de los clásicos y los modernos,

amante de secretos incalculables,

maestro en el arte de la sinceridad

y de la simulación, pues a ambas ha de recurrir

la mente prudente y sabia

en esta selva de fieras y de lágrimas.

 

Amigo leal hasta la muerte,

fuiste la encarnación

de la dignidad humana

y de la buena voluntad,

y tu sentido de la amistad era tan indestructible

que ni siquiera lo podía destruir la traición.

 

Te recordaremos siempre.

 

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7 de abril de 2022
Jeanne Proust nee Weil and her two sons Marcel and Robert. Private Collection.
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Proust (4) Dos hermanos y su madre

Observen esta foto: los hermanos Proust con su madre. De izquierda a derecha: Marcel, la madre y Albert, el hermano menor de Marcel, que es médico como el patriarca de la familia, especializado en urología y ginecología.

Marcel y Albert han invertido los papales. Marcel, el mayor, parece un reprimido, en cambio su hermano parece un expansivo. Marcel observa con asombro el mundo y Albert con la distancia arrogante de los que mandan.

Albert parece estar poseyendo a la madre, sin que Marcel (que en la foto ocupa el lugar del padre) se de cuenta. La madre expresa serenidad y continencia, Marcel expresa dudas metafísicas que lo dejan bizco, y su hermano casi se despatarra como si se hallase rodeado de las alegres chicas del Molino Rojo.

Bajo la apariencia de la tranquilidad burguesa, una tormenta emocional se despliega. Al final, el hermano mayor acabará siendo el dueño de la palabra. ¿A qué precio?

Al precio de una vida, ni más ni menos.

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25 de marzo de 2022
Il padre e la madre di Marcel Proust
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Proust (3) Profanación

En el hotel Marigny notabas el fantasma de Proust a ciertas horas de la noche. ¿Solo el de él? En el inmueble de enfrente había una placa recordándole al paseante que allí mismo había vivido Carlos Gardel. A veces, ya muy entrada la madrugada, salía a la calle y miraba una ventana iluminada. Más de una vez llegué a creer que el hombre de traje negro que se movía tras las cortinas era el mismísimo Gardel, aunque también podía ser Marcel Proust examinando las ratas que acaba de traerle en una jaula Abert Le Cruziar.

En aquel entonces también Ramón Eder era portero de noche en el Marigny. Si rechazamos la idea lineal del tiempo y pensamos que todo es presente: resulta que Ramón y yo hemos sido lacayos de Proust. Quizá todavía lo somos. ¿Ser lacayo de Proust es un título nobiliario? Yo juraría que sí. Ser lacayo de un inmortal te coloca en otra dimensión. Hay servidumbre, sí, pero también hay elevación. No eres el lacayo de un don nadie.

Me recuerdo por la noche, inclinado ante el mostrador de la recepción del hotel. Estoy leyendo La literatura y el mal de Bataille, y subrayo el siguiente párrafo:

Proust, al comunicarnos su experiencia de la vida erótica, ha dado un aspecto inteligible a ese juego de enfrentamientos fascinantes. Alguien ha considerado, arbitrariamente, que la asociación del crimen y el sacrilegio con la imagen absolutamente santa de la madre es síntoma de un estado patológico. Mientras el placer se apoderaba de mí cada vez más, escribe el narrador, sentía que en el fondo de mi corazón se despertaba una tristeza y una desolación infinitas; me parecía que hacía llorar al alma de mi madre... La voluptuosidad dependía de ese horror. En un punto de la obra la madre de Marcel desaparece sin que antes se haya hablado de su muerte: sólo se nos cuenta la muerte de la abuela. Come si la muerte de su misma madre tuviera un sentido demasiado fuerte para el autor. A ese respecto Proust nos dice: Al relacionar la muerte de mi abuela y la de Albertine me parecía que mi vida estaba mancillada por un doble asesinato. A la mancha del asesinato se sumaba otra aún más profunda, la de la profanación. Hay razones para detenerse en el pasaje de Sodoma y Gomorra en que se dice que los hijos al no parecerse siempre al padre consuman en su rostro la profanación de la madre.”

La ilustración del concepto “profanación de la madre” la vemos en el episodio donde la hija de Vinteuil, por cuyo mal comportamiento su padre acaba de morir de pena, se entrega a las caricias de una amante homosexual, que escupe sobre la fotografía del muerto. Como vemos, la profanación de la madre que Proust llevó a cabo en el hotel Marigny, se convierte en la novela en profanación del padre en una casa de campo. Normal. Proust despliega la narrativa de los vasos comunicantes. En la ceremonia de la profanación, el padre y la madre son figuras intercambiables.

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6 de febrero de 2022

Albert Le Cruziat

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Proust (2)

Mientras me licenciaba en Historia, estuve trabajando de portero de noche en el hotel Marigny de París, cerca de la Madelaine. En ese mismo hotel Turgueniev había escrito Nido de nobles, en 1857, y allí iban a visitarle a veces Tolstoi y Nekrassov. Más de medio siglo después, Abert Le Cruziat, lacayo del príncipe Radziwill, transformó el Marigny en un burdel de chicos, ayudado económicamente por Proust. Muy pronto el escritor convirtió el hotel en el teatro íntimo de sus ceremonias sádicas, y fue en los sótanos del Marigny donde Proust llevó a cabo el ritual de las ratas laceradas con agujas.

Cuando yo trabajaba en el Marigny, el establecimiento distaba mucho de ser el Templo del Impudor, como llegó a ser llamado en tiempos de Proust, pero algo quedaba de su antiguo esplendor. Un alto porcentaje de sus clientes habituales eran homosexuales, y a menudo acudían prostitutas: unas eran chicas de bulevar, que abordaban a los transeúntes junto al café de la Paix y el Olimpia, y otras procedían de agencias dedicadas a la prostitución de lujo y venían acompañadas de ejecutivos de Arabia Saudita. Solían ser chicas muy hermosas, y tanto ellas como sus clientes buscaban la máxima discreción: en el Marigny la tenían asegurada. Era la norma de la casa: el que pierde palabras pierde amigos, me decía el amable y hermético propietario del establecimiento, que me trataba como a un hijo y que me dio grandes lecciones sobre el arte de vivir. Era un hombre católico pero de mentalidad luterana y estaba obsesionado con el ahorro, si bien conocía “el arte de la generosidad comedida.”

Había leído a Proust pero no sabía que el establecimiento del que era propietario había estado muy vinculado a uno de los escritores más asombrosos de todos los tiempos. Vivía en la ignorancia y estaba libre del fantasma de Marcel, tan presente todas las noches, y tan ausente.

La noche es el verdadero alambique de las pasiones, que destila lo mejor y lo peor de nosotros mismos, y es de noche cuando mejor se ve la rueda del deseo. Desde esa perspectiva, la recepción del antiguo hotel de Proust se convertía, con el caer de la noche, en el mejor mirador para observar al animal humano de la frondosa jungla de París. También era un buen lugar para desplegar tus armas psicológicas, si las tenías, y si no las tenías era el mejor lugar para adquirirlas rápido. En el Marigny vi toda clase de combinaciones posibles entre cuerpos y personas: parejas, tríos, juegos de cuatro y de cinco, relaciones escandalosamente edípicas, incesto. Se trataba de asuntos a veces trasparentes y a veces no, que te ayudaban a comprender mejor el ambiguo tejido del mundo y su alto contenido de deseo.

La imaginación se despegaba porque a menudo la mecánica de la noche la podía superar. Bastaba con tener los ojos abiertos para derivar de esa noche deseante las mejores creaciones de la imaginación, las más audaces y trasparentes, y también las más despojadas de esa mezquindad y esa falta de miras en la que a menudo ha caído la literatura realista. Todo lo dicho no convertía la noche del Marigny en una sucursal del infierno de Dante. Muy al contrario, las noches en el Marigny eran suaves como el aire de algunas novelas de Fitzgerald, y se respiraba una gran tranquilidad unida a una intimidad muy especial y a la vez muy parisina.

Proust adornó algunos espacios del Marigny con totografías y muebles de sus familiares, de modo que se sentía como en su casa, junto a la butaca de su padre y la imagen de su madre. A veces le encantaba que los chicos del hotel insultasen a algunos de los personajes de sus fotografías y los calificasen de gente degenerada y lasciva.

-Continuará-

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17 de enero de 2022
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Proust (1)

Proust es un Balzac ordenado y con una idea clara de lo que quiere contar.

Su estructura narrativa es tan derivativa como la de Balzac, que en cualquiera de sus novelas mezcla la psicología, con la filosofía, con el relato social, con las especulaciones de toda suerte y condición. Ese proceder, desordenado y fragmentado y desplegado a la velocidad de la luz, constituyó el “estilo Balzac”. Proust en cambio convirtió todo lo que en Balzac aparece derramado y desperdigado en un cosmos unitario y en cierto modo piramidal.

Durante un largo periodo de la narración, el pueblo solo hace de comparsa en el tejido social de Proust, a veces de comparsa musical, como aquella vez que nos cuenta las diferentes melodías que emplean los vendedores callejeros para publicitar sus productos. Un momento bastante memorable, por cierto, y del todo naturalista. Un momento Balzac.

En el último libro de La Recherche hay un giro fundamental que ya estaba previsto (cuando la pirámide social se resquebraja y el narrador dicta su juicio final), y es que Proust fue concibiendo un plan general muy bien trazado, que abarcaba el tiempo de su generación en su totalidad, y tenía tan clara la dirección de su relato que el primer libro que escribió de la serie sobre el tiempo perdido fue el último. Sabía a dónde quería llegar, si bien el relato pasó por dos fases. Originariamente La Recherche se iba a componer de tres volúmenes. Al margen de ellos, Proust quería escribir un ensayo en torno a la homosexualidad, pero más tarde decidió juntar ambos flujos narrativos en uno solo, ya que en su vasto artefacto la pura narración podía convivir con el ensayo sin el menor problema. De esa manera La Recherche se convertía en una aventura tan literaria como filosófica que desbordaba los límites del naturalismo y a la vez lo llevaba a su más elevada consumación.

William Burroughs, el intelectual más dotado de la generación Beat, decía que es bueno saber a dónde quieres llegar cuando empiezas a escribir una novela.

Todo lo que se dijo de Proust acerca de la memoria involuntaria es una hipótesis demasiado vaga y que puede conducir a errores. La Recherche es una narración esencialmente lineal. Empezamos conociendo los personajes que precedieron a la vida de Marcel tras una presentación brumosa y casi arqueológica del narrador y de la región de Normandía. Enseguida aparece el narrador de niño y nos va contando exhaustivamente su vida y la de la gente de su entorno, hasta el crepúsculo final, algo goyesco pero que contiene las reflexiones más definitivas de Proust, un intelectual tan completo que uno no sabe si considerarlo un gran “poeta persa” (el concepto es de Barthes), un excelso novelista o un brillante pensador perfectamente capacitado para abordar problemas filosóficos de hondo calado.

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6 de enero de 2022
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La pandemia y los lobos enmascarados

He aquí el español internacional que exhibe un periódico estadounidense. La lengua ha ganado en polisemia y en intensidad lírica, como se observa en este titular que tanto me ha conmovido y que en sí mismo conforma un complejo relato de tan solo dos versos:

Era pandemia y adoptaste un perro.

Ahora, tenemos que hablar.

El primer verso te atrapa enseguida por su ambigüedad. Era pandemia... ¿Se está refiriendo a la era de la pandemia, o a una pandemia que fue, es decir, que era o que había sido? ¿O quizá quiere decir que estamos en plena pandemia? Parece que el asunto puede ir por ahí, pero con cierto retorcimiento barroco que torna el texto tan misterioso como sugestivo. Sí, era pandemia y adoptaste un perro. La alianza del concepto “pandemia” con el concepto “adoptar un perro” resulta tan hermosa como “el encuentro fortuito, en una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”, tan celebrado antaño por el conde de Lautreámont.

Era pandemia y adoptaste un perro. Era de noche y sin embargo llovía. Las dos frases encajan a la perfección porque ambas persiguen la derridiana destrucción del sentido. Era pandemia y compraste un perro, eran las diez y tenías verrugas, lucía la luna pero estabas en camisa, era vacuna y sin embargo te contagiabas. Y así ad infinitum.

Todos estamos de acuerdo en que el primer verso fulmina, pero, ¿qué decir del segundo? De pronto hay un giro dramático en el relato. Se invoca el presente (ahora), dando un toque de gravedad, seguido de una orden: tenemos que hablar.

Resulta que en plena pandemia te has comprado un perro y yo soy alérgico a los perros que no dejan de ser lobos disfrazados, lobos cínicos, y claro, tenemos que hablar porque estoy harto de tanto cánido, viene a decir el artículo. Pero eso llega más tarde. Lo mejor es el titular: te puedes pasar horas y horas repitiéndolo y añadiéndole nuevos elementos sorprendentes:

Era pandemia

y adoptaste un perro,

por eso el Ebro

guarda silencio,

por eso el viento

dice tu nombre

con ansiedad.

Era pandemia,

tenemos que hablar.

*

Al final, casi sin advertirlo, acabas la letra de un rock and roll:

*

Era pandemia y te vi de lejos,

venías corriendo con un sabueso descomunal.

¡No puedo creerlo!

¿Era pandemia y adoptaste un perro?

¡Tenemos que hablar!

De pronto recuerdo lo que decía Juan Luis Conde en su ensayo “Armónicos del cinismo” sobre el deterioro del español, que empieza a invadir el territorio de la sintaxis. Pero ¡qué necedades digo! Celebremos los nuevos giros. Era pandemia y compraste un lirio, me desmayé al hablar. La verdad es que cabe mucho lirismo si te dejas llevar por la musiquilla de los dos versos. Pero cuidado, si los repites muchas veces puede extraviarse tu mente y sales a la calle en pijama, y te echas a correr gritando: Era pandemia, era invierno, era verano, siempre pandemia, siempre la niebla, siempre el miedo, era pandemia, era invierno, era verano, era el reino de las tinieblas y tú no tienes mejor ocurrencia que comprarte un lobo disfrazado.

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28 de diciembre de 2021
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Triestino (Luis Bravo)

En Triestino Luis Bravo nos sumerge en un universo de versos largos, ondulantes y cinceladamente melancólicos, como hermosos cuerpos neoclásicos. Es un libro extraño, que nos trasporta al primer romanticismo (el que se proyectaba en Grecia) y a la vez al ambiente mortecino de nuestra época, y está lleno de voces que cruzan la noche del adiós. Está lleno de adioses. Las emociones se suceden como momentos luminosos que se perdieron. Elijo algunos versos:

Los paseos marítimos de mil novecientos no

sienten mis zapatos, porque la luz es suave,

porque el marchar es lento, porque el espigón

me contradice y dejo de creer y me sumo al agua

que es perla, alga, carta, recuerdo, y de nuevo

para no volver, un velero, mi juventud, veo, pasa.

*

...dos extranjeros en el cementerio de los ingleses.

Pasaron bandadas de mirlos, las sonajas

de la encina celosa por robarme tu atención,

el agua de riego que brillaba por los adoquines.

*

y las últimas palabras al oído sostienes:

Entierra mi corazón en el basurero central.

*

...la moda aquí,

como dijo Leopardi, es la hermana de la muerte.

*

Escribir no podía, supo, si no se sentía desamado.

*

...la amistad sirve

para hondas brechas, la mejor arma arrojadiza...

*

Un pavo real acompasó en las aguas su vuelo

y tuve que olvidarte por sus plumas de jaspe.

*

Viejos salones de palacio apagados.

En la carcoma, monólogos se suceden

susurrados al oído...

...los salones de palacio

se desploman. A crisantemos huele si cesan

los bailes...

*

...Es aquí su juventud. El amanecer

los delata como blancos cuerpos en la escollera.

*

Por las páginas abiertas como los matorrales

van las voces de los muertos sin raíces,

para que se borren y limpian como epitafios...

*

(El último poema, que es una dedicatoria, invoca “la noche final de un amor no correspondido”. El poemario fue escrito en Soria, Lisboa y Madrid, y se percibe en él el aliento de las tres ciudades.)

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21 de diciembre de 2021
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De mitos y dilemas

Los mitos nos interrogan y nos despojan de máscaras cuando los sabemos interpretar desde el ángulo más profundo y radical... Los mitos hablan del verbo, pero también de las dimensiones del silencio, del vacío y de la ración de incertidumbre y desazón que nos depara la existencia.

En su excelente poemario De mitos y dilemas, Federico Puigdevall extrae de los mitos su más venenosa esencia y la acerca a nuestros labios, con ritmo pausado y firmeza clásica. Sus reflexiones sobre la vida y el tiempo tienen la música del agua y esparcen un perfume muy bien destilado en el atanor de la noche personal.

Este libro es pura alquimia y enuncia una semántica de cristal, trasparente y lacerante, donde la antigüedad, sorbida en gotas muy concentradas, ilumina y preña de sentido conjetural algunos de los mejores poemas, entre los que cabe destacar Ese animal, Presagio, Libertad soñada, Canción del vencedor vencido, Habitante de lo oscuro...

A continuación reproduzco algunos versos de De mitos y dilemas que me han gustado especialmente:

*

¿No es lo mismo levantar un laberinto que acabar en él?

*

La noche volverá a esconder en tus pupilas el silencio.

*

La vida se detiene ante paisajes imposibles de abarcar con la mirada.

*

¿Qué nos trajo hasta este infierno?

*

La noche regresó desnuda ya de sueños.

*

Solo los secretos van hilando la medida de las cosas.

*

Así nos engañamos nuevamente, creyendo que somos siempre el mismo, aquel cuya mirada solo imaginamos, aquel en cuyo rostro está el abismo... Tal es la distancia entre quien somos y aquel que fuimos.

*

¡Arroja los recuerdos!

*

Nuestros ojos se buscaron en la bruma y hallaron un espejo al otro lado.

*

¿Dónde el oráculo?

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20 de noviembre de 2021
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