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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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LA RESACA

Después de la fiesta, de la celebración, viene la resaca. Llega el martes como siempre, tan civil y laborable. Llegan, también, las cifras de los libros que más se venden. La lista de la realidad lectora, se parece poco, generalmente a la lista de nuestros deseos. Una vez más en contradicción, en bandos diferentes, enfrentados en su guerra interminable, realidades y deseos. Espero que no sea verdad aquello de que somos lo que leemos, porque si es así somos un país de “pseudos”. Los que más se venden siguen siendo esos libros pseudohistóricos, pseudo científicos. O  esos otros, llamados de autoayuda,  construidos con materiales para ayudar al autor y para  hacer perder el tiempo al que le ocurra acercarse a ellos. ¿Esto es nuevo? ¿De esto tenemos que lamentarnos? Desde luego nuevo no es. Históricamente se han vendido más los libros menos literarios. Los autores más fáciles, los que escriben pensando en el mercado, lo que han encontrado el truco del gusto- generalmente manipulable- del comprador.
La literatura está en otra parte. No es común que algunas veces se cuele en las listas de ventas. Ni que esté en estas fiestas que las instituciones organizan, subvencionan y se encargan de hacer ruido para que un día al año parezca que están muy preocupados con la lectura.

Me acerqué a algunas de las “movidas” de la noche madrileña de la lectura. Había vuelto de la tranquila -demasiado tranquila– Teruel. Allí es festivo el día de San Jorge, y no había puestos que vendieran ni libros, ni rosas. Otra cosa sería si regalasen cardos, dijo el cantautor, José Antonio Labordeta, autor de una rescatada novela dura y hermosa como un desolado y cruel wenster, pero con la guerra civil de fondo. Una novela de hace muchos años, que ahora se rescata en “Anagrama” con otro título, En el remolino. Les recomiendo que se acerquen a ella sin prejuicios, sin pensar en las otras cosas por las que Labordeta es conocido. Es, lo señala el maestro Mainer en el prólogo, una muy notable novela. No tendrá la difusión de sus programas con mochila, ni la de su himno aquél de “habrá un día entre todos…”, ni la de sus tacos en el Congreso de Diputados, pero es una excelente novela con ruido, con furia.

Como decía, pasee por algunas “movidas” de atardecer y nocturnidad madrileñas que se inventaron el año pasado para conseguir sacar gente a la calle en el día del libro. Debe ser la envidia de Barcelona. Lo que  allí es una tradición que no necesita apaños institucionales, aquí, en Madrid, la cosa de la noche de los libros va entre lenta e inútil. Sí, salimos a las juergas. Pero no hemos salido a comprar libros, al menos nada que ver con el volumen de los de Sant Jordi. No hemos sido capaces de hacer un buen plagio, y no tenemos tradición…Tampoco importa. Nosotros tenemos unos días absolutamente imbatibles en eso del marketing, la venta de libros y los libros a la calle, se llama Feria del Libro, se inventó hace muchas décadas y es como nuestro particular Sant Jordi, en el Retiro y al lado de la antigua Casa de Fieras, para recordar de dónde venimos… Lo único malo es que la resaca es parecida. Más o menos la misma decepción cuando te dicen cuáles han sido los libros más vendidos… Menos mal que este año tenemos bien colocados a Pombo, Almudena Grandes y al nuevo Leante… Esas rarezas de encontrarte algunos excelentes libros entre los más vendidos.

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24 de abril de 2007
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DIA DEL LIBRO

En mi pueblo, el mismo que el de Cervantes, están de fiesta oficial. Hoy, rodeado de autoridades, discursos, invitados vestidos de oscuro, escritores, políticos y algunos amigos, se concede el premio Cervantes a un poeta, Antonio Gamoneda. Lo recibirá de manos del Rey y estará, seguramente, acompañado del presidente, seguidor de su obra y leonés como el poeta. Fuera del paraninfo -ese emocionante espacio de nuestra historia literaria- de la vieja universidad, el lugar dónde se celebra la seria y emocionada ceremonia, está la fiesta del pueblo. Hay tenderetes que venden libros, hay gente que se anima a comprar un libro, seguramente algunos libros que merezcan la pena, no serán la mayoría, pero también son importantes las minorías, incluso aunque no sean las inmensas minorías. Quizá, es muy posible en un día como éste, compre algún libro de Gamoneda. El comprador ha tenido suerte. No será un libro para muchas risas, no será una invitación a la “movida”, a la juerga de esa fiesta libresca que se montan, por ejemplo, en Madrid. No son los libros de Gamoneda libros para muchas risas. Felizmente en la literatura, en la fiesta del leer, está esa imagen feliz de comprar un libro, una rosa y después correrte una juerga. Después viene la lectura, abres el libro de Gamoneda y te acercas a un mundo con menos risas. La fiesta es una cosa, la poesía otra. A veces es festiva, muchas veces no.

Gamoneda, como Cervantes, es un poeta que no ha tenido una vida fácil. Desde hace tiempo, las cosas son más amables para un poeta que supo sufrir, pero que también supo amar, y tener visiones de un materialista, que no es lo mismo que tener sueños. Ahora el día de celebración parece un sueño. Pero el poeta, aunque mantiene su interior ironía, sigue con su seriedad habitual. El poeta no olvida su pasado duro, tampoco olvida la pobreza de ese que da nombre a la fiesta, al premio, no olvida la pobreza de Cervantes. En Madrid, en Barcelona, me imagino que en muchas ciudades, hay mucho “cachondeo”, muchas rosas, muchas risas y muchos inútiles libros vendidos. También habrá otros, algunos, que compren un libro y que al leerlo se encuentren con poemas como éste: “Soy el que ya comienza a no existir/ el que solloza todavía. / Que cansancio ser dos inútilmente”. Eso lo escribió un poeta que fue pobre, desconocido, que pasó frío y que hoy es más rico, más conocido y tiene calor. También así se puede ser poeta.

Pasaré por la noche de los libros y las juergas, después de haber pasado el día del libro, en otro lugar que también existe, en un lugar llamado Teruel, en una ciudad de épicas y derrotas. En una provincia que tiene un pueblo llamado Libros. Un pueblo llamado libros y ninguna librería. También somos así.

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23 de abril de 2007
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¿QUÉ HACER CON LOS LIBROS?

Cuando la enfermedad lectora, y acumuladora, es mucha los libros se convierten en un problema de convivencia. Van tomando la casa, poco a poco pero sin descanso. Hay que inventarse estanterías en pasillos, cuartos de baño, cocina, dormitorios, lugares de paso, salón… y, ¿qué hacer después? Si se puede, si se tiene, ir ocupando los mismos espacios en la segunda vivienda. Ahora sí, decía yo, le contaba a los míos, ahora tranquilos porque en esta casa de pueblo, en estos espacios generosos y vacíos, aquí nunca nos molestarán los libros. Aquí descargaremos la mayoría de la biblioteca de Madrid. Aquí estarán los que menos tengamos necesidad de usar. Esos libros que te esperan sin prisas o esos libros ya leídos. En fin, el criterio que se quiera. Así uno se pone a trasladar libros a la otra casa. ¿Cuáles? Da igual, nunca se acierta. Hace tiempo me di cuenta que cualquiera que trasladara al campo lo necesitaría en la ciudad. Antes teníamos un problema, ahora tenemos dos. Muchas veces hemos tenido que comprar un libro que estaba en el otro lado. Eso no importa, no demasiado. Siempre se puede regalar o prestar, que viene a ser lo mismo.

El asunto viene porque esta tarde necesitaba consultar un libro. Uno de esos tan clásicos, tan básicos de cualquier biblioteca en español, que estaba seguro de haberlo dejado en Madrid. Pues no, estaba en el campo. ¡Que difícil mantener dos bibliotecas!

¿Y porqué te molestas tanto, lo puedes buscar por Internet?...Seguramente es lo más razonable, pero no me da la gana, no me suena igual, no me lleva al mismo lugar donde me llevó la lectura de aquellas líneas en “mi” libro. ¿Pero, por qué? Son las mismas palabras, los mismos párrafos, el mismo texto, me dicen. Pues no, al menos a mi no me parece lo mismo. No me pasa lo mismo cuando leo a Lorca en mi libro, en ese libro que compré aquella vez, que leí y que me acompañó a aquellos lugares de Níjar… Que ahora buscar, de ese libro hablo, Bodas de sangre en Internet. Me niego. Ya se que me tendré que rendir, pero hasta que no lo encuentre físicamente no hablaré de la violencia, la muerte, los cuchillos y la sangre…Eso es lo que quería haber escrito hoy, sobre la culpa de las armas, de los hombres armados en los asesinatos…Pero hasta que no recupere mi libro, mi edición de Bodas de sangre. A cada uno con su enfermedad.

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19 de abril de 2007
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FILLOY, ESE IMPRESCINDIBLE

Descubrir ahora a Juan Filloy es como descubrir el Mediterráneo. Pero así somos muchos de osados, ignorantes y entretenidos en tantas cosas, libros y gentes inútiles. Incluso entretenidos en mares innecesarios. ¡Qué digo mares!...a veces lo que nos entretiene no son ni charcos de gran consideración. Pues bien, ahora estoy descubriendo, ese mar literario tan rico, tan sorprendente, de tanta sabiduría y conocimiento que es Juan Filloy. Claro que había oído hablar de él. Que algo había leído sobre este raro escritor de Córdoba, Argentina, que vivió ciento seis años, que escribió muchos libros, que siempre tituló con siete letras y que tuvo algunos admiradores a los que también admiramos mucho. Sabía esas pocas verdades, esos datos tan parciales y secundarios en una rareza literaria que le acerca a los grandes. Por sus formas y por su fondo.

Ahora, que sigo leyendo a Filloy desde que hace apenas dos semanas, me tropecé en Buenos Aires con la edición de una de sus más singulares obras: Yo, yo y yo, (Monodiálogos paranoicos), me alegro de haberlo tropezado en esa editorial argentina El cuenco de plata, que está editando la “Biblioteca Juan Filloy”.

En España hace tres años publicaron una de sus obras mayores, Caterva, en una hermosa edición de Siruela. Que, además, añade un epílogo de Tempo Giardinelli que nos da una breve y excelente información de este escritor casi oculto.

Fascinantes sus libros, fascinante, por metódica y poco usual entre escritores su larga vida. Hijo de emigrantes, gallego y francesa, que tuvieron un almacén de ramos generales llamado “La Abundancia” en Córdoba, donde el niño Juan trabajaba y leía furtivamente. Después como abogado, como magistrado estuvo 64 años en la pequeña ciudad de Río Cuarto. Desde allí creó una inmensa obra, casi inédita, autoeditada, atrevida, procaz en muchas ocasiones- era Juan gran aficionado a lo prostibulario- y siempre con una inusual maestría en el uso del lenguaje.

Original, rebelde, perfeccionista, gran polígrafo, sonetista, maestro del palíndromo y autor de una gran obra que no debe quedar oculta. Más cerca de Bioy Casares que de Borges. De Borges decía que “escribía bastante bien, pero que le faltaba calle. En Borges no hay coito, no hay sangre”…En fin, nunca es tarde. Yo, con mi edad avanzada me siento rejuvenecer leyendo a este grande al que tanta gentuza me había dejado en la sombra. Un letraherido que también se supo divertir. Que vivió en su pequeño mundo haciéndonos llegar muchos mundos.

Como dice Giardinelli, “un ejemplo de libertad y virtud”, decía Filloy: “Jamás di un paso para hacer un negocio ni para conseguir nada. Pero di miles de pasos para encontrar un adjetivo gravitacional. Mi felicidad consiste en eso y, como Plinio el Joven, todo mi gozo está en las letras.”

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16 de abril de 2007
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SIN CLASIFICAR

En una terraza de Montevideo, en un bar para ver la ciudad silenciosa, en una de las casas más altas del casco viejo, en un lugar tranquilo como el espíritu de la ciudad, después de haber buscado -y encontrado- libros por los rastros, librerías de viejo y tenderetes que la ciudad ofrece, estaba pensando en lo rara que es esta ciudad.

¿Qué es raro?...No lo tengo claro, pero ya es raro que los centros no estén multinacionalmente con la comida rápida, la moda rápida, la vida rápida. Y, no estando virgen -¿dónde las virginidades?- todavía está de muy buen ver. Todavía no está derrotada. Seguramente lo conseguirán. Harán de éstos boliches, de estas viejas librerías, de estos cafés y estas tiendas populares, otra parada multinacional para la uniformación y el dejá vu. Para que sea inútil e innecesario el viaje.

Pero la ciudad me parece hermosamente rara también por quienes la representan. Por ejemplo tres de los más inclasificables escritores franceses nacieron aquí: Isidoro Ducasse, el conde de Lautremont, del que siempre nos acompañaran sus cantos de Maldoror. También aquí nació otro raro, Jules Laforgue, simbolista en Uruguay, y del grupo de los Hydropathes del siglo XIX en Francia. Y otro que completa el trío de los franco-uruguayos, el más cercano, el contemporáneo de muchos de nuestro poetas del 98 o del 27, Jules Supervielle, también comenzó siendo simbolista, pasó por el surrealismo y terminó encontrando su propia voz.

La lista de los raros de Montevideo tiene muchos nombres, muchos nacionales, pero uno de los más grandes, posiblemente el más grande de los escritores de la ciudad -otra cosa son los pintores, con el enorme y cada vez más reivindicado legado de Torres García- es Juan Carlos Onetti. Misterioso, profundo, cercano, universal, triste e irónico como su propia ciudad, el autor de El astillero, Una tumba sin nombre, La vida breve o Juntacáveres, hace que los paseos por esta ciudad sean algo ya conocido, sin que los datos, los nombres, los lugares o las calles sean nombradas como son -algunas veces sí- sino como las imaginamos. Otro autor sin clasificar, como algunos de los más grandes de este lado del español, del castellano, del territorio de La Mancha. Onetti, que no cabe en el “boom”, que un día tuvo que dejar su ciudad, llegó a Madrid, divisó el panorama desde sus ojos lúcidos y miopes, se metió en la cama y decidió no levantarse. Seguir viviendo, bebiendo y escribiendo. Eso sí. Un grande sin clasificar. Como otro, este no de Uruguay, de Córdoba, antiporteño, casi eterno -murió a los 106 años- y casi oculto a pesar de haber escrito alguno de los libros más sagaces y geniales en nuestro idioma. Otro día hablaremos de ese raro, ese inclasificable, llamado Juan Filloy.

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12 de abril de 2007
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MONTEVIDEO

Es mi segundo viaje a una de las ciudades más tranquilas de América, posiblemente del mundo. No quiero decir que no haya algunos problemas de seguridad, los centros urbanos de los países con bolsas marginales -¿y dónde no?- tienen que pagar esas cuotas de la incertidumbre de cualquier paseo nocturno. Más bien abstenerse del paseo. A no ser que no sea como esos personajes malevos, esos tipos bravos urbanos, amantes de la vida de los puertos, de la vida de bronce de los visitantes de conventillos. En el otro lado del río de la Plata, en el Buenos Aires de otros tiempos cantaron Carlos de la Púa, Evaristo Carriego o Borges. Ese ambiente tan literario, tan canalla, lleno de peligros inconcretos o de aventuras imaginarias, es el que uno adivina por la zona portuaria de Montevideo. Lo que en otros lugares, otras ciudades, parece territorio del pasado, de la literatura, aquí parece habitar los prohibidos barrios bajos.

Boliches, cafés, bares, que siguen siendo los mejores representantes de una ciudad en extinción, de una forma de vida que aquí parece todavía parada en los años 50. También me recuerda a la España de los años de silencio, la España que contaban aquella generación del 50. Pero en  España, en aquellos tiempos, salvo la excepción de Mario Lacruz, Pedrolo y el primer Vázquez Montalbán- el de “Tatuaje”- nadie sacaba partido a esos ambientes que nos acercaban a los escenarios de la novela negra. Todavía Montevideo parece el escenario natural de alguna novela negra. Tiene decadencia en su esplendor agrietado, mantiene misterio en sus calles que bajan al puerto, los bares están decorando la vida de un pasado remoto. Y tiene pobreza y dignidad. También es una ciudad poco divertida, más allá de sus varios casinos y otros centros de diversión previsible y de decorado, lo cual hace más interesantes a sus habitantes. Es una ciudad con muchas librerías, sobre todo, con muchas librerías de viejo. Un placer. También, y eso siempre nos fascinó, es la ciudad dónde nació Lautremont. Además fue la ciudad de la que salió, de la que escapó para no volver, en los terribles, largos años de capital de una sórdida dictadura, el que mejor la supo contar, Juan Carlos Onetti. Él la llamó Santa María. Montevideo es, sigue siendo, Santa María.

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9 de abril de 2007
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EL GRAN COPULADOR

Es posible que Casanova fuera aún más grande, pero no lo creemos. Vivió menos, tuvo más apuros económicos y la sociedad, el tiempo, la familia y los maridos no le favorecían. En cualquier caso fueron dos grandes de la cópula. El primero -mientras no se demuestre lo contrario- es el muy querido, respetado, elegante y enorme escritor llamado Adolfo Bioy Casares. Yo hace muchos años, después de leer La invención de Morel, lo tengo en el más elevado de mis altares, a la derecha del “padre”, su amigo el dios terrenal de la escritura en castellano, Jorge Luis Borges. Quizá uno de los escritores con menos cópulas en la historia de la literatura.

Hace unos meses hablamos aquí de ese libro de correspondencia entre los dos amigos. Un libro que todos los amantes de la literatura, del gran chisme cultural y de la malignidad intelectual deben tener a mano y a primera vista.

Otro gran libro -¿por qué uno tarda tanto en sumergirse en libros que llevan años en las estanterías de nuestra biblioteca?- que me esperaba desde hace años es ese “note book” llamado Descanso de caminantes, una suerte de diario con anotaciones, reflexiones, pensamientos, realidades y sueños del gran  copulador, del gran escritor de esta ciudad de grandes donde me refugio esta Semana Santa. Intenten encontrarlo, hagan inmersión y serán capaces de pasar divertida y reflexivamente hasta las doce horas de un vuelo regular entre Madrid y Buenos Aires. Recuerda Bioy que alguien dijo que “los viajes nos deparan la revelación de que la vida es mientras tanto”.

Este viaje me está deparando unas cuantas cosas, el reencuentro con libreros y librerías que me gustan, los paseos por ese barrio que siempre cambia, Palermo -el que ahora está más cerca de Borges, de Cortázar-, la vitalidad en la calle, no importa que se pueda estar a quince minutos del caos. Y también la visita a unos concretos fanatismos, esa adoración sin fisuras a un juguete roto llamado Maradona. Y la esperada visita a ese monumento del kitsch que estoy seguro será ese parque temático dedicado a Tierra Santa, allá por la Costa Nera… aquel lugar que cantamos cuando fuimos más cursi/sentimentales con Leonardo Favio. De tantas cosas hace más de veinte años, que no son nada. Otro día les cuento, o quizá simplemente les regale una rosa. Hoy me despido con una meditación de restaurante de Bioy, habrá más, esta es aperitivo: “Sobrellevemos nuestros errores con la dignidad y la resignación de esos caballeros que ahora entraron detrás de sus horribles mujeres”.

Post data. Hablando de errores, al leer a mi querido y admirado contertuliano Antonio Larrosa, caí en la cuenta de que el pueblo de Híjar es del que yo quise hablar, no de Íscar, perdón a los unos y a los otros. El ruido de los tambores, la noche de mi inmersión en el ruido poco místico pero extrañamente adictivo fue en ese pueblo de al lado de Calanda. La fiesta, o lo que fuera aquello, la había preparado mi admirado Agustín Sánchez Vidal. Los invitados, Basilio Martín Patino, Bigas Luna, José Luis García Sánchez entre los que quiero recordar. En Buenos Aires, iré a ese lugar que me recomienda la cariñosa y culta amiga porteña.

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3 de abril de 2007
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SEMANA SANTA

Cuando yo crecía hacia mi escepticismo religioso la Semana Santa era negra. La vida, que ya tenía sus oscuridades, se volvía más siniestra. Estaba llena de prohibiciones, de gentes que se tapaban para sufrir, que arrastraban cadenas, hacían penitencia y rezaban en fila detrás de las representaciones de muerte y llanto. Después descubrí que había otras maneras. Las maneras barrocas del sur. Con todo ese ritual, pero en colores, con una tragedia que me daba la impresión de que también estaba llena de juerga más o menos oculta. Thanatos acompañando a Eros. Pues tampoco me gustó tanta pasión por las calles, tanto recogimiento ficticio -tampoco el real-, tanto atasco detrás de los ídolos. Sencillamente me fugué, no participaba, eran fechas para otras cosas, otras escapadas, otros paganismos. Aunque algún día hablaré del sentido que cada uno tiene del paganismo. Para los judíos, también los cristianos son paganos.

Tuvieron que pasar décadas para volver a mirar con curiosidad esos rituales que perviven entre los españoles como en ningún lugar del mundo. No me refiero a esos puntuales rituales salvajes de Filipinas y otros lugares donde dejamos lo peor de nuestra cultura. Ahora veo con interés las sobrias procesiones castellanas. Las cargadas del sur o las ruidosas de los buñuelescos pueblos aragoneses. Una vez, en compañía de otros con no demasiada fe, fui cofrade en Íscar, un pueblo vecino a Calanda y, la verdad, el ritual del ruido de los miles de tambores es una sensación extraña. Tanto ruido tiene algo de recogimiento, de silencio.

Estaba en Sevilla, la Semana Santa estaba a punto de estallar, rodeado de los amigos de Tomares -ese pueblo rico y progresista del Aljarafe- que se brindaban a soportar conmigo los rituales de la juerga mística. Estuve tentado, pero no, preferí escaparme de ese espíritu que ciega a tantos, que a tantos hace representar lo que no son, en lo que no creen. No me gusta ese barroquismo festivo y religioso. Es parecido a la entrega ruidosa del fútbol por un lado, y por otro no llega a la belleza de la música callada del toreo. Me escapé de Sevilla, me escapé de España. Lejos, muy lejos, de las celebraciones de Semana Santa. Acabo de llegar a Buenos Aires, el tiempo acompaña poco. Espero no encontrarme procesiones. Aunque también me puedo tropezar con fanáticos del fútbol. Está claro que mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado.

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2 de abril de 2007
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EROS ES MÁS

Eso contestó el poeta Vicente Núñez en una entrevista del ABC Cultural cuando le preguntaron: “¿Logos o eros?: Eros es más”. Me gusta la respuesta, también le gusta al poeta Juan Antonio González Iglesias, lo hace título de su último y bien premiado libro de poesía, ganador del prestigioso y bien remunerado premio Loewe. No está mal que las casas de moda, de perfumes y cosas así, además de sacar el dinero a los japoneses y burgueses estilo elegante/tradicional, dejen un poco de dinero para seguir alimentando los vicios de los poetas. Sobre todo si los poetas son de vicios tan refinados, cultos y gimnásticos como los de excelente poeta que es González-Iglesias. Es, me parece, algo así como nuestro Gil de Biedma de ahora, pero con más cultura clásica. Y perdón, Jaime Gil, porque es una tontería comparar a los poetas, es sólo para avisar a los posibles despistados.

La mejor manera de acercar a González Iglesias es con uno de sus poemas, podían ser otros, podía ser uno más de semana santa- que también lo hay- pero yo me decido por uno corto, certero, enigmático y claro. Se llama Cumplimiento, y espero que mi amigo Chus Visor no se moleste por la copia gratis.

“El oráculo dijo
que para ser feliz
debería vivir en una casa
levantada sobre un lugar que no
estuviera ni dentro
ni fuera
de la ciudad.
Yo he cumplido mi parte.”

¿Estoy viviendo en la casa apropiada para ser feliz? Cuando vuelva a casa me lo pienso preguntar…¿cómo será mi casa ideal para ser feliz? Otro día soñaré… Hoy me gustaría más dedicarme al eros, más o menos. 

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29 de marzo de 2007
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UN GENIO INÉDITO

Siempre existe la esperanza de encontrar una obra maestra olvidada en algún chamarilero. Rara vez pasa, y siempre les pasa a otros. Hoy he tenido esa sensación. La de encontrar un tesoro cuando no lo esperas. Tenía referencia del tesoro, había leído algo sobre su existencia; incluso, había  disfrutado de algunas de esas perlas que de manera dispersa había enseñado su peculiar belleza. El tesoro es un libro, uno de esos libros que por razones incomprensibles seguían sin traducción en nuestro idioma. El tesoro es un libro y un escritor al que muchos quieren, siguen, admiran, leyeron y seguirán leyendo. Se trata de Nathaniel Hawthorne, uno de los mayores del siglo XIX norteamericano, uno de los grandes de lengua inglesa, uno de los grandes sin más. El haber escrito La letra escarlata, Wakefield y otros cuentos y novelas ya le hacen tener un lugar de privilegio en la literatura universal. Muchos escritores son deudores de ese escritor americano que fue un hombre sobrio, puritano, aburrido, encerrado, y un tanto misántropo, pero que nos  dejó libros inolvidables. Entre sus más destacados admiradores habrá que recordar a Henry James, Kafka, Borges o Paul Auster, por citar sólo a unos pocos. Otros muchos son deudores de sus escritos y de sus propuestas de historias nunca desarrolladas.

Ciertamente este escéptico, soñador y lo contrario de un hombre de acción, este hombre que se recluyó voluntariamente para vivir entre su familia, lejos de lo exterior, al margen de los otros, dejó un libro peculiar que nunca se publicó entre nosotros. Una gran noticia, al fin una edición -aunque sea no completa- de su mítico libro de apuntes, de esas historias para desarrollar que el escritor fue anotando toda su vida, se han llamado los Cuadernos norteamericanos. Una gran noticia. Un libro tesoro que ha  sido publicado por la editorial Belacqva, que no para de darnos alegrías literarias. Algunas de las últimas son tan importantes como Barnaby Rudge de Charles Dickens, que sólo se había publicado parcialmente. Y también haberse atrevido a publicar la minuciosa biografía de una de las vidas más simbólicas de los excesos del pasado siglo, Primo Levi.

Hay  que impedir que la sombra de la estatua de Poe siga dejando demasiado oculto a Hawthorne, así lo deseó uno de sus traductores, Valery Larbaud. Otro de sus seguidores que habría que sumar a los anteriores, aunque se podrían continuar con Julien Green o John Updike.

Algunos ejemplos de las propuestas que el escritor nunca desarrolló:

“La penosa situación de unas personas muy atadas a sus bienes cuando son admitidas en el Paraíso”

“Los placeres,  pensamientos y tareas de un holgazán durante un día transcurrido a orillas del mar: por ejemplo, sentarse en lo más alto de un acantilado y arrojarle piedras a su sombra, allá abajo”

Y para terminar una optimista: “Envenenar a alguien o a un grupo de personas con vino sacramental”

Si quieren un tesoro. Compren ese libro. Imprescindible para escritores bloqueados o para los que se creen muy sobrados. También para escritores anónimos.   

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28 de marzo de 2007
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El Boomeran(g)
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