Después de la fiesta, de la celebración, viene la resaca. Llega el martes como siempre, tan civil y laborable. Llegan, también, las cifras de los libros que más se venden. La lista de la realidad lectora, se parece poco, generalmente a la lista de nuestros deseos. Una vez más en contradicción, en bandos diferentes, enfrentados en su guerra interminable, realidades y deseos. Espero que no sea verdad aquello de que somos lo que leemos, porque si es así somos un país de “pseudos”. Los que más se venden siguen siendo esos libros pseudohistóricos, pseudo científicos. O esos otros, llamados de autoayuda, construidos con materiales para ayudar al autor y para hacer perder el tiempo al que le ocurra acercarse a ellos. ¿Esto es nuevo? ¿De esto tenemos que lamentarnos? Desde luego nuevo no es. Históricamente se han vendido más los libros menos literarios. Los autores más fáciles, los que escriben pensando en el mercado, lo que han encontrado el truco del gusto- generalmente manipulable- del comprador.
La literatura está en otra parte. No es común que algunas veces se cuele en las listas de ventas. Ni que esté en estas fiestas que las instituciones organizan, subvencionan y se encargan de hacer ruido para que un día al año parezca que están muy preocupados con la lectura.
Me acerqué a algunas de las “movidas” de la noche madrileña de la lectura. Había vuelto de la tranquila -demasiado tranquila– Teruel. Allí es festivo el día de San Jorge, y no había puestos que vendieran ni libros, ni rosas. Otra cosa sería si regalasen cardos, dijo el cantautor, José Antonio Labordeta, autor de una rescatada novela dura y hermosa como un desolado y cruel wenster, pero con la guerra civil de fondo. Una novela de hace muchos años, que ahora se rescata en “Anagrama” con otro título, En el remolino. Les recomiendo que se acerquen a ella sin prejuicios, sin pensar en las otras cosas por las que Labordeta es conocido. Es, lo señala el maestro Mainer en el prólogo, una muy notable novela. No tendrá la difusión de sus programas con mochila, ni la de su himno aquél de “habrá un día entre todos…”, ni la de sus tacos en el Congreso de Diputados, pero es una excelente novela con ruido, con furia.
Como decía, pasee por algunas “movidas” de atardecer y nocturnidad madrileñas que se inventaron el año pasado para conseguir sacar gente a la calle en el día del libro. Debe ser la envidia de Barcelona. Lo que allí es una tradición que no necesita apaños institucionales, aquí, en Madrid, la cosa de la noche de los libros va entre lenta e inútil. Sí, salimos a las juergas. Pero no hemos salido a comprar libros, al menos nada que ver con el volumen de los de Sant Jordi. No hemos sido capaces de hacer un buen plagio, y no tenemos tradición…Tampoco importa. Nosotros tenemos unos días absolutamente imbatibles en eso del marketing, la venta de libros y los libros a la calle, se llama Feria del Libro, se inventó hace muchas décadas y es como nuestro particular Sant Jordi, en el Retiro y al lado de la antigua Casa de Fieras, para recordar de dónde venimos… Lo único malo es que la resaca es parecida. Más o menos la misma decepción cuando te dicen cuáles han sido los libros más vendidos… Menos mal que este año tenemos bien colocados a Pombo, Almudena Grandes y al nuevo Leante… Esas rarezas de encontrarte algunos excelentes libros entre los más vendidos.
