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El Boomeran(g)

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Bush vs. América

El presidente americano ha tenido una semana agitada. Primero ha estado haciendo negocios en tecnología nuclear con India, un país que tiene armas atómicas y no ha firmado el tratado de No Proliferación, pero según Bush un país bueno. Un aliado. Gente linda. Luego se ha ido a Pakistán a hablar con Musharraf, un dictador que también tiene bombas nucleares pero es un gran compañero y, sobre todo, un tipazo. En Pakistán, Bush incluso ha jugado críquet de puro buena onda.

Es una suerte que esta gente sea confiable y sensata. El problema ahora son los americanos. Algunos, como el tribunal federal, no comprenden los esfuerzos que Bush hace por ellos, y han tenido la ocurrencia de levantar el secreto que pesaba sobre los presos de guerra de la base de Guantánamo. Entre las joyitas desclasificadas que publica la prensa de hoy aparece un oficial norteamericano explicándole amablemente a un reo que no le importa nada la ley internacional. Según los republicanos, estas cosas no se deberían airear así nomás. Dan mala imagen.

La verdad es que todo lo que se airea de este gobierno da mala imagen, incluso mal olor. Pero el tema nunca le preocupó mucho a la administración Bush porque pensaba en los beneficios: seguridad garantizada, control absoluto del petróleo, solución de los conflictos en Medio Oriente, hegemonía mundial norteamericana. Todo eso a cambio de un par de hippies gritando por la calle es sin duda un buen negocio. Y sin embargo ¿Lo han logrado? Echemos un vistazo a los logros del pragmatismo Bush:

1. El 11-S despertó una ola de solidaridad con los EE.UU. Por entonces, ese país representaba la democracia, los derechos humanos, el respeto a la ley y a la tolerancia. Cuatro años después, en Asia proliferan los estados nucleares. En América Latina proliferan los gobiernos de izquierda. Europa ha tenido sus primeros desacuerdos serios con EE.UU. desde la Guerra Mundial. La influencia económica de China crece imparable. El desarrollo de alianzas políticas y mercantiles que no dependan de Washington se ha acelerado. Algunas de esas alianzas eran impensables hace algunos años, como la de Bolivia con Irán o las reuniones de Hamas con Rusia. Básicamente, nadie quiere tener demasiado contacto con EE.UU.

2. El terrorismo se ha multiplicado. En lugares como Irak, donde no existía, ahora desafía directamente a la ocupación, matando americanos. Los gobiernos que apoyan terroristas como el de Irán se atreven a insultar a Israel y a desarrollar programas nucleares a sabiendas de que EE.UU. ya no puede costear otra invasión. En vez de contenerlo, EE.UU. se ha sumado alegremente al terrorismo: basta recordar Guantánamo o Abu Ghraib, el secuestro de un hombre en Italia, los vuelos militares ilegales sobre Europa, la negativa de EE.UU. a aceptar el Tribunal Penal Internacional o su protección al terrorista Luis Posada Carriles. Y esos son sólo los casos de los que nos hemos enterado.

3. Todo eso implica que se haya disparado el precio del petróleo, fortaleciendo precisamente a los estados enemigos de EE.UU., como Venezuela o Angola. EE.UU., primer consumidor mundial de petróleo, ha alimentado a sus enemigos directos poniendo en riesgo su propia economía.

4. En el interior del país, las cosas no están mejor. Todo el dinero dedicado a la guerra de Irak es una bofetada al déficit, y sobre todo, a los americanos que carecen de seguro médico. Ni qué decir de todos los damnificados por el huracán Katrina del que, sabemos hoy, Bush tuvo noticias personalmente y de antemano, con los resultados ya conocidos.

5. Si no en la economía, los republicanos se han mostrado muy eficientes en la represión generalizada: han implementado escuchas telefónicas –léase espionaje- contra sus propios ciudadanos, han pretendido aprobar un proyecto de ley autorizando la tortura, han montado un escándalo por la teta de Janet Jackson, incluso han pretendido bloquear una de las nominaciones al Oscar: Paradyse now. Si les dan tiempo suficiente, terminarán prohibiendo el bikini.

Está claro que buena parte del mundo se siente agredida por la superpotencia, pero a pesar de todo, tengo la impresión de que el país que más ha perdido con la actual administración es precisamente Estados Unidos.

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6 de marzo de 2006
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Y el ganador es…

Un sicario israelí arrepentido, un escritor, una pareja homosexual de la Norteamérica rural, un periodista amenazado por la censura del macartismo. ¿Es la lista de entrevistados de un programa cultural de izquierdas? No, son los principales candidatos al Oscar.

Por lo visto, la academia está seria. Si no, miremos la lista del año pasado: un millonario que hace películas y pilota aviones (El aviador), una boxeadora (Million dollar baby), una estrella del soul (Ray) y Peter Pan (Finding Neverland). Había más famosos. Y más acción.   

Pero ahora no. Nada de monos gigantes, ni superproducciones, ni películas históricas. De hecho, en un acto de total atrevimiento, las nominaciones a mejor guión incluyen películas de Woody Allen y David Cronenberg ¿Es que se han vuelto todos locos? ¿Con tanto productor gastando $200 millones en películas de inversión asegurada, van a desperdiciar los oscars en baratijas con contenido?

He escuchado dos teorías al respecto.

La primera es técnica: Hollywood gasta demasiado dinero en filmes con una gran promoción que todo el mundo ve el primer fin de semana y luego nunca más. La razón es que ha creado un monstruo burocrático inservible. Por ejemplo: hay tanto dinero en juego que cada productora tiene a unas 32 personas para revisar los guiones. Como cada una de ellas debe justificar su puesto, todas hacen algún tipo de corrección. Al final, el guión es un Frankenstein de lugares comunes sin un autor claro. Y hay que pagar 32 sueldos más. En consecuencia, los contables han empezado a preguntarse si es necesario todo eso, o resulta más rentable contratar guionistas con talento.

La segunda teoría es la profunda: los americanos quieren pensar. Algo raro ocurre en su país, van a guerras que no tienen sentido, gastan un montón de dinero en ellas, los americanos no tienen seguro de salud y además el gobierno les escucha las conversaciones telefónicas. Algo funciona muy mal, pensar al respecto está de moda, y las películas que digan algo sobre la realidad tienen público, más público del que ellas habrían podido imaginar, incluso la de George Clooney, que es en blanco y  negro y nadie se dispara.

Existe una tercera teoría: todo es una farsa, y del mismo modo que un año ganó el Oscar American Beauty y poco después Chicago o El señor de los anillos, este año ganará una película profunda y el próximo, alguna con efectos especiales o números de baile.      

O quizá sea una mezcla de las tres. El caso es que la ceremonia de los Oscar de este año está de lo más progre. A ver si Philip Seymour Hoffman protesta contra la cárcel de Guantánamo o Ang Lee exige que se retiren las topas de Irak, antes de volver el próximo año nominados por un musical.

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3 de marzo de 2006
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American Ellis

Los personajes de Bret Easton Ellis siempre son seres glamorosos y bellos que se convierten en algo horrible: niños ricos y diletantes que se transforman en vampiros, o yuppies millonarios transfigurados en asesinos en serie, o modelos de pasarela reconvertidas en terroristas internacionales. En el fondo, todas sus novelas parecen decir: mira qué bonito parece EE.UU. Y ahora, mira el infierno que es en realidad.

Su última novela, Lunar Park, acaba de aparecer en España, y sigue el esquema habitual con una variante esencial: esta vez el personaje es él, o al menos, alguien igual que él: un escritor ultramillonario y famoso que se llama Bret Easton Ellis y ha escrito las mismas novelas. Y lo que ocurre es que todo su pasado y todas esas novelas se convierten en los fantasmas que lo atormentan y atosigan. Como si esta vez dijese: mira qué hermosa ha sido mi vida. Y ahora, mira cuántos cadáveres escondo en el armario.

No soy un gran fan de Easton Ellis, pero disfruté mucho la primera parte de la novela, cuando este personaje narra su ascenso a la fama rodeado por unos personajes que se llaman igual que sus verdaderos viejos amigos. Easton Ellis –el de la novela-, se droga tanto que no parece que haya espacio físico en su cuerpo para que quepa tanta sustancia. Sus editores le asignan un guardaespaldas para protegerlo de sí mismo, y él intenta sobornarlo con drogas. Se pasa dos minutos clínicamente muerto en la bañera de un hotel. Está tan descuidado de sí mismo que se le afloja un diente durante una conferencia de prensa.

Lo más divertido es su parodia del trabajo del escritor: el personaje lleva un tiempo escribiendo su gran obra, una novela llamada Teenage Pussy o algo así, cuyo gran gancho es mezclar sexo con mutilaciones. Su proceso creativo se reduce a anotar varias posibilidades combinatorias de esos dos elementos hasta llegar a unas doscientas. Y eso es la estructura. Luego sólo hay que escribirla asegurando que tenga más de quinientas páginas. Lo único engorroso es la interminable gira promocional. Pero con un cheque de un millón de dólares podrá comprar suficientes drogas para sobrevivir a ella.

Durante los años noventa, para los críticos más conservadores, Bret Easton Ellis era considerado el ejemplo perfecto de lo que no se debe hacer en literatura: era considerado superficial, efectista, frívolo y reaccionario. Se aseguraba que su carrera literaria no duraría más que un hit musical en la radio. Y sin embargo, siguiendo esa receta, construyó el retrato fiel de una América sin alma, entregada al show business, a la apariencia y al placer sensorial pero vacía, incluso brutal, en su interior. Y aquí sigue. Y por cierto, con una novela que ha recibido excelentes críticas.

En Lunar Park, el mismo Easton Ellis forma parte de ese paisaje que describió diez años antes, un paisaje que alimenta a cambio de que lo alimente a él. Burlándose de América, se ha convertido en un ícono de ella. Enfrentándose a los críticos, ha terminado por ganarse su aprecio. El caso de Easton Ellis me hace preguntarme si un escritor realmente puede saber qué va a ocurrir con su trabajo, o si las novelas son como botellas al mar, que pueden ser llevadas a cualquier orilla por una corriente que escapa a nuestro control.

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2 de marzo de 2006
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Superhéroes

En este mundo, los superhéroes están prohibidos legalmente. Sus funciones han sido transferidas a la policía. Pero ellos no lo llevan nada bien. Uno de ellos se resiste a la jubilación forzada y mata a un violador para demostrar su compromiso con la ley y el orden. Otro se vuelve mercenario en Vietnam. Un tercero trabaja para el gobierno como arma secreta contra los rusos. Y otro invierte su dinero e imagen en una empresa de cursos de superación personal por correspondencia. Estamos en el universo de los Watchmen de Alan Moore, una historieta que revolucionó el concepto de los superhéroes en los años ochenta. Hasta entonces, los héroes eran buenos y la bondad era una institución monolítica muy bien organizada: el capitán América atacaba a los nazis, Batman se ocupaba de los delincuentes y Superman conjuraba las amenazas intergalácticas. En la historieta de Moore, en cambio, los superhéroes siguen siendo poderosos, a veces sobrenaturales, pero empiezan a ser moralmente humanos: uno de ellos es alcohólico, otro es un extremista de derecha, uno comete una violación, otra es lesbiana (y por cierto, como es la década Reagan, sólo a ésta la expulsan del grupo por razones de imagen). O sea, son como la gente. Peor aún: como sería la gente si tuviera superpoderes. En la Arcadia de los héroes de cómic, nada volvió a ser lo mismo desde Watchmen: pronto llegaron los X men y sus conflictos existenciales de minoría marginal, y tras la hecatombe nuclear surgió El juez Dread, cuya ambigüedad moral deriva de su condición híbrida entre superhéroe y funcionario público. Y es que los héroes que creó Moore son como los dioses griegos: seres imperfectos que luchan entre ellos, a menudo violentamente. Y su historia funciona precisamente como una tragedia de nuestro tiempo, en que las pasiones (sobre)humanas entran en conflicto y a menudo destruyen a sus propios dueños. Hoy, cinco años después del 11-S, leo en el periódico que incluso los superhéroes tradicionales están divididos políticamente. En la gran convención de la industria del cómic NewYork ComicCon, el Capitán América defiende las libertades y el Hombre de Hierro propone recortarlas en nombre de la seguridad nacional. El Hombre Araña aún no ha tomado una posición. Los editores y los guionistas de los grandes sellos de historieta como Marcel y DC Comics han inoculado la realidad mundial en las ciudades góticas y las metrópolis. Pero el mundo ya no es ese planeta en blanco y negro en el que crecieron los héroes panfletarios del siglo XX. Graham Greene escribió una vez: “Antes o después hay que tomar partido, si hemos de seguir siendo humanos”. En nuestro universo prenuclear, los superhéroes tienen la ventaja de no serlo. Algunos, como el Dr. Manhattan de Watchmen, incluso pueden darse el lujo de decir: “los asuntos de los humanos no me incumben. Me voy de esta galaxia a otra menos complicada”. Qué envidia ¿no?

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1 de marzo de 2006
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Gracias

Desde que se abrió este blog, es la primera vez que entrego mi despacho tarde. Pero mi editor comprende. Es que me he ganado un premio. Ayer recibí la llamada a medio día. Sabía por el periódico que la presidenta del jurado era Ángeles Mastretta, así que cuando escuché un acento mexicano al otro lado de la línea, imaginé de qué se trataba. Tras el anuncio hablé con todos los miembros del jurado. Aunque “hablar” es mucho decir. Me limité a balbucear unos agradecimientos. Supongo que uno nunca parece tan retardado mental como cuando es feliz. Mientras hablaba con el jurado quería saltar de alegría, pero tengo una pierna rota, así que me limitaba a dar vueltas en la silla giratoria de mi escritorio. Luego pensé: “espero que no me quiten el premio por ser incapaz de articular dos oraciones seguidas”. Pero no me lo han quitado. La editora habló al final, y me pidió que no dijese nada hasta el anuncio oficial, que sería tres horas después. Me dijo que pasarían a buscarme para contactar por videoconferencia con la presentación. Eso significaba que debía arrastrarme con mis muletas hasta la ducha y procurar estar presentable. Pero mientras lo hacía, llamó mi mamá: -Hola, hijito. -Hola, mamá, en realidad, ahora mismo no puedo hablar. (La editora me ha dicho que no diga nada, que no diga nada) -¿Cómo que no puedes hablar? Nunca estás, hace semanas que no conversamos. -Sí, bueno, es que me tengo que… bañar. -¿Cómo está tu pierna? -Voy a colgar ¿OK? -Ni se te ocurra. Al final, se lo dije. Pegó un grito que amenazó con dejarme sordo además de cojo. Me alegró oírla feliz y pensar que era por mí. Finalmente, conseguí ducharme sin romperme ningún otro hueso y llegué a la videoconferencia. Mientras el jurado hablaba de la novela, me costaba reconocer que esos escritores estaban hablando de mí. Me costaba admitir que gente que admiro tanto pudiese siquiera saber que existo. Pero sí, hablaban de la novela: Abril Rojo. A partir de ese momento, el día fue vertiginoso. Hablé con mucha gente de España y América Latina, agradecí (aún sigo agradeciendo) y hablé de esta novela durante toda la tarde. Alguien me preguntó qué iba a hacer con el dinero. Entonces recordé que le había dicho a mi novia que, si ganaba el premio, tendríamos un hijo. Dije eso porque no imaginaba que iba a ganar. Pero ahora me temo que tendré que cumplirlo. El jefe de prensa de la editorial comentó: “pues te va a salir caro el premio”. Tuve una celebración bastante discreta, una cena y eso, básicamente porque es difícil ir a bailar con un yeso en una pierna. Como gran exceso de la noche, fumé un montón de cigarrillos y bebí mucho vino. Y ni siquiera eso fue fácil. Traten de manejar las muletas con tres copas encima y verán. Esta mañana me han despertado las llamadas de mis amigos. Como bajar a comprar el periódico es toda una operación de alta precisión, ellos me van contando lo que se ha publicado: “Oye, siento lo de tu pierna. Me enteré por el periódico que te la has roto” dice uno. “El presidente del Real Madrid ha renunciado justo ayer, te ha robado todas las portadas” dice otro. Mi buzón de voz está lleno, mi e-mail tiene 140 mensajes, el sms ha recibido otros treinta, el blog de ayer tiene 52 comentarios. Entre los remitentes, aparece gente que no he visto en años, compañeros de colegio, viejos amigos de la universidad, hay gente que no sé quién es, y otros que no sabía que me conocieran a mí. Está, en suma, toda mi vida en mensajes. En momentos como éste, las personas con que has compartido cosas se acuerdan de ti, y tú no tienes tiempo de decirles a todos “gracias”. Supongo que el mejor agradecimiento es compartir con todos ustedes lo que escribo. Pero quería dedicar este blog específicamente a eso: a darles a todos ustedes las gracias por estar ahí, y por sentirse felices cuando me siento feliz yo.

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28 de febrero de 2006
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Cuerpos a plazos

La infanta Leonor de Borbón, posible heredera del trono español, tiene que llegar a adulta sana, fuerte y lista. Con ese fin, en el momento de su nacimiento le retiraron células madre del cordón umbilical y las enviaron por correo a Tucson Arizona, donde se mantienen congeladas en nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero. Se espera que, con los años, el desarrollo de la tecnología permita producir tejidos a partir de esas células madre, que servirían para transplantes o cualquier necesidad regenerativa de la niña. En el preciso momento en que se enviaban esas células, se descubría en Nueva York una mafia que robaba tejidos y huesos de cadáveres para venderlos a quien necesitase un transplante. La operación empezaba en la compañía funeraria, donde el embalsamador abría a cada cadáver como un pollo, le quitaba lo que sirviese y lo rellenaba con tubos y algodoncitos para que no se fuese a desinflar durante el velorio. Se estima que más de mil cuerpos pasaron por sus manos, que además estaban bastante sucias, en el sentido literal del término. La diferencia entre los tejidos de la infanta y los del embalsamador de Nueva York es el precio: la conservación de las células de Leonor cuesta 1500 euros de inicial y cuotas anuales de 100, más el precio de generar los órganos a partir de esas células. El embalsamador, en cambio, vendía el cuerpo sin destazar a 500 dólares. El comprador no sabía de dónde exactamente salía su hígado y tampoco en qué condiciones lo habían desmantelado. Con el avance de la ciencia, comprar un cuerpo nuevo es como ir a la frutería: -¿Me da un par de córneas, por favor? -Claro, tenemos unas muy fresquitas por $3000. -Uy, no, caserito ¿No tendrá unas más económicas? -Hay unas a $300, pero el dueño era miope. Si se lleva también un riñón, le doy todo por $500. Eso sí, no me esté toqueteando la mercancía, que luego nadie me la quiere comprar. Como en todo mercado, hay talleres de lujo y chapuceros baratos, por supuesto. No es lo mismo comprar la tráquea de un fumador compulsivo que el corazón de un atleta. Imagino que, conforme se vaya regulando un poco el tema, podremos ir vendiendo nuestros órganos por adelantado cuando haga falta un dinerillo para hacer ese viaje de vacaciones o satisfacer ese capricho. Eso sí, el nuevo propietario tendrá derecho a certificar que mantengamos el órgano en buen estado hasta su entrega que, eventualmente, se podrá hacer a plazo fijo. El avance de la ciencia, la obsesión por la salud y la desacralización del cuerpo no parecen malas en sí mismas. Pero a veces, las cosas más normales forman cócteles macabros.

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27 de febrero de 2006
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El cazador de mariposas

En todas partes hay un argentino: aparecen en hoteles de Moscú y mítines políticos en Bolivia. Pueblan la televisión de España y los bares cubanos de Miami. El que conocí en Portugal era alto, pelirrojo, vestía de riguroso negro todo el tiempo y cargaba siempre con una cámara fotográfica y un nombre de villano de historieta: Mordzinski. Mordzinski apareció un día en el lobby del hotel y me explicó que solía fotografiar escritores. Yo pensé que con tanta modelo famosa y deportista millonario, este hombre tenía atrofiado el sentido de los negocios. Él dijo que quería reunir una colección de imágenes en cuartos de hotel. Como es natural, imaginé que se trataba de un fetichista chiflado de esos que se cuelan en los congresos literarios. Pero, la verdad, pensé eso de puro ignorante. Como él quería fotografiarme, decidí investigarlo, a ver si no era un degenerado. Muy por el contrario, Mordzinski resultó ser una leyenda entre los invitados del congreso literario. Entre los escritores circulan mitos sobre él, como que disfraza su identidad con diversos seudónimos para vender sus fotos a los periódicos europeos. Para los diarios conservadores usa nombres provocadores como Draco Lempika, y para los medios progres opta por llamarse María Jesús de los Ángeles. Algunos de los escritores consultados llevaban catálogos y libros de su obra: los hay en francés y español, en ruso y alemán, y llevan textos de Luis Sepúlveda, Rosa Montero o José Manuel Fajardo. Entre quienes se han enfrentado a su cámara figura Saramago, con su rostro reflejado en un espejo que lleva en la mano. Y Borges, dirigiendo su mirada vacía hacia una luz borrosa. Está Javier Cercas leyendo vestido en una piscina. Juan Manuel de Prada acostado en la cama como un gigantesco bebé con lentes. Enrique de Hériz y Juan Gabriel Vásquez cabeceando una pelota en un estadio. O sea, si no te fotografía Mordzinski, no eres nadie. Además, Mordzinski era el personaje más notable de esta reunión, porque era el único que estaba en todas partes. Lo vi sentado en la mesa de las chicas guapas mientras en la mía unos señores discutían sobre la guerra de Angola. Lo encontré saliendo de habitaciones cuyos ocupantes eran un misterio. El día de nuestra sesión, llevaba las llaves de una suite con vista al mar. No quise saber cómo las había conseguido. Es extraño que te hagan fotos. Tienes que posar de una manera que muestre tu personalidad. Es decir, tienes que fingir que eres lo que de verdad se supone que eres. O lo que tú supones que eres. Pero al final, sale lo que el fotógrafo cree que eres. - ¿Por que fotografías escritores, Mordzinski? -No sé. Quizá porque a mí me gustaría escribir pero no puedo. Clic. -Y en venganza te robas la imagen de los que sí pueden. - ¿Te acuerdas de Nabokov cuando cazaba mariposas con una red? Pues igual, yo los retengo en la cámara y los coloco congelados en mi colección. Clic.Clic. Mi imagen de los cuartos de hotel es la del sitio en que te encierras durante las giras de promoción de los libros: has comido demasiado, has bebido demasiado, has conocido a demasiada gente y le has sonreído a toda, aunque no recuerdas el nombre de ninguna, estás agotado pero llevas encima demasiada adrenalina para dormirte de inmediato, te sientes pesado, y siempre es demasiado tarde o demasiado temprano para llamar a casa. Hacemos las fotos en un rincón del cuarto, sin zapatos. Trato de que parezca que me siento solo. Clic. Clic. Mientras Mordzinski me hace las fotos, decido hacerle yo también un retrato a él, uno hecho de palabras. Y aquí está.

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24 de febrero de 2006
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El Rambo turco

Los villanos de esta película de acción recorren el país asesinando y maltratando a gente inocente, incluso niños, y dinamitando sus templos. De tan malos que son, secuestran a sus propios aliados y trafican con los órganos de sus víctimas. ¿Son comunistas de una película de los ochenta? ¿O quizá traficantes latinoamericanos llamados Ramón? ¿O terroristas islámicos? No, son los nuevos malos de las películas. Acertó usted: son americanos. Y es que el último taquillazo de acción no viene de Hollywood sino de Turquía. Se llama Valle de Lobos y su protagonista, el agente Polat Alemdar, viaja a Irak a vengar las afrentas norteamericanas contra turcos, kurdos y árabes. Y lo hace a lo bestia, con una cantidad de persecuciones, asesinatos y disparos que la han convertido en la película más cara de la historia turca: ocho millones y medio de euros. Y sin duda la más exitosa: ha convocado ya a más de medio millón de personas en su país de origen, donde el presidente del parlamento y otros políticos consideraron que representa un acontecimiento histórico. Eso sí, no todo el mundo está tan contento. En Alemania, donde la han visto 200,000 personas, el primer ministro bávaro Edmund Stoiber ha exhortado a los dueños de las salas "retirar de inmediato esta película racista y antioccidental que incita al odio". También el ministro del Interior de Baden Wurttemberg, el conservador Heribert Rech, expresó su mal humor: "la película azuza resentimientos antisemitas y antiestadounidenses, abre brechas entre culturas y radicaliza sobre todo a jóvenes turcos". Imagino que estos señores, tan preocupados por la imagen de EEUU, también se escandalizaron cuando Rambo azuzaba resentimientos antivietnamitas. O con la última película de Steven Seagal, en la que Uruguay (¡?) aparecía gobernado por una dictadura terrorista. En ese caso, su protesta será cotidiana, porque aparece una película norteamericana “racista que incita al odio” más o menos cada dos días. O quizá ellos piensen que todos los árabes son unos terroristas salvajes y sanguinarios y, por lo tanto, pintarlos así no es peyorativo sino descriptivo. Cuando salieron las caricaturas de Mahoma, machacamos todos en Europa y América que la libertad de expresión es intocable aunque sea para proteger bodrios de mal gusto. Pero para los conservadores alemanes, los bodrios de mal gusto deben ser permitidos sólo si fastidian a los demás. El cine de acción siempre ha sido el espacio en que la gente gana las batallas que pierde en la realidad. Ojalá no sirva esta vez para sumar batallas al mundo real, que ya tiene bastantes.

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23 de febrero de 2006
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Chistes crueles

Me he pasado horas contando chistes políticos con el escritor angolano Ondjaki y el guineano Waldir Araujo. Sé que son mucho peores escritos que contados, pero aquí va una muestra:

Durante la guerra civil de Angola, el servicio meteorológico portugués descubre indicios de un gran terremoto que está a punto de azotar Angola. Para prevenir a ese país, envían el siguiente telegrama al gobierno: “Hemos descubierto un sismo muy peligroso de intensidad 7.5 en la escala Richter. Está previsto para el martes”. Tres semanas después, reciben de Angola un telegrama de respuesta: “Hermanos portugueses: muchas gracias por su aviso. Encontramos al sismo y lo arrestamos. Era un guerrillero de UNITA experto en sabotaje. Con la información que le sacamos, la escala Richter ha quedado desactivada. Perdonen la demora en responderles, pero aquí hubo un terremoto horrible y nos jodió las comunicaciones”.

En una larguísima cola para el pan en La Habana, durante el período especial, aparece un borracho con ganas de fastidiar y empieza a decir: “Yo sé por culpa de quién están todos ustedes aquí haciendo cola”. La gente en la cola se incomoda, pero el borracho continúa: “Yo sé por culpa de quién no hay pan. Ni gasolina. Ni papel. Ni medicinas”. La situación es cada vez más tensa, hasta que llega la policía, coge al borracho, lo mete en un patrullero y se lo lleva a la comisaría. Una vez ahí, le ponen una luz en la cara y lo interrogan: “A ver, ¿por culpa de quién no hay pan? Por culpa de quién no hay gasolina? Habla”. El borracho pone cara de asombro, y como si fuera lo más natural del mundo, responde: “De Bush. Del imperialismo yanqui. Del bloqueo”. Los policías entonces se ruborizan, descubren que han cometido un error y lo dejan irse. Pero al salir, antes de cerrar la puerta, el borracho dice: “Pero yo sé en quién estaban pensando ustedes”.

Los angolanos tienen chistes de guerra, los cubanos de represión, los peruanos contamos chistes sobre el servicio de inteligencia de la época de Fujimori, y sobre lo corruptos que somos. Algunos europeos en la mesa se sorprendían por el nivel de humor negro que compartíamos todos los americanos y africanos. Pero lo más sorprendente es que son chistes intercambiables: se cuentan en todos los países cambiando solo algunos nombres. El humor negro político es, sin duda, un arma de defensa ante la realidad, y por lo tanto, un género literario común a todos los países pobres.

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22 de febrero de 2006
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Donde la realidad termina

Para llegar al pueblo de Povoa de Varzim hace falta tomar un avión a Lisboa, luego un tren a Oporto y finalmente algún medio terrestre que llegue a esta perdida orilla del Atlántico. Pero en algún momento de ese viaje debe ocurrir algo imperceptible, porque se cruza el umbral de la realidad. Hasta mediados de los cincuenta, ésta fue una villa de pescadores que no sabían nadar. Evidentemente, la muerte azotaba sus costas con frecuencia casi diaria. Y es famosa la historia de un pescador ciego que se convirtió en salvavidas de sus colegas. A usted quizá le parezcan imposibles estas historias de salvavidas invidentes y pescadores que no nadan. A mí también, pero no es de extrañar, porque esta ciudad en estos días está llena de escritores. Y ya no tengo claro qué es verdad y qué es invento. Povoa alberga el festival literário Correntes d’Escritas, una de las citas internacionales más importantes de las letras portuguesas. Por los pasillos del hotel se puede uno cruzar com autores como Luis Sepúlveda, Juan Manuel de Prada u Onésimo Almeida, venidos de todos los rincones del planeta donde se hablen lenguas ibéricas. En la edición de este año hay, aparte de peninsulares, angolanos, guineanos, cubanos, brasileños, argentinos, hasta un peruano. Lo que hace especial este certamen es precisamente que toda esta gente se entienda. Las presentaciones de libros se realizan indistintamente en español, gallego y portugués, pero nadie tiene problemas de comunicación. Esa continuidad de nuestras lenguas es como una lengua franca que muestra lo arbitrarias que son las distinciones políticas y geográficas. En el festival Correntes d’escritas, las palabras se abren paso como barcos de pescadores en el mar de nuestras diferencias, y no hacen falta salvavidas ni flotadores. Y del mismo modo que la lengua, la realidad se vuelve flexible. Por ejemplo, hay un escritor angolano llamado Manuel Rui, que tiene un acento endemoniado, incluso para los africanos. Ellos explican que es por culpa de su característica barba, que como una telaraña, atrapa las letras que salen de su boca. Aparentemente, la esposa de Rui tiene un cepillo muy fino, y todas las noches, antes de irse a dormir, le retira todas las letras que se le han quedado enredadas en la barba y las guarda en un frasco, que está siempre lleno de eses, kas, enes y demás. Ella misma no suele entender a su marido cuando él habla, pero entonces abre el frasco y repone las letras que le faltan. Usted pensará que ésa es una historia de escritores borrachos. Es verdad, lo es. Pero es que en medio de esas historias, la verdad se va difuminando hasta volverse más indefinible, más lejana y a la vez más luminosa, como el sol. Anoche, cuando ya me iba a dormir, otro escritor me sugirió que me quedase más tiempo. Dijo que a las cuatro de la mañana empezaban a aparecer los fantasmas del hotel y a bailar sobre la barra y sobre las mesas. Yo de todos modos me fui a dormir, porque soy una persona racional y aburrida. Pero hoy, al bajar a desayunar, encontré una huella de zapato en la mesa. Era un tacón de mujer. Parecía un modelo antiguo.

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21 de febrero de 2006
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