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El cazador de mariposas

Por 24 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

En todas partes hay un argentino: aparecen en hoteles de Moscú y mítines políticos en Bolivia. Pueblan la televisión de España y los bares cubanos de Miami. El que conocí en Portugal era alto, pelirrojo, vestía de riguroso negro todo el tiempo y cargaba siempre con una cámara fotográfica y un nombre de villano de historieta: Mordzinski.
Mordzinski apareció un día en el lobby del hotel y me explicó que solía fotografiar escritores. Yo pensé que con tanta modelo famosa y deportista millonario, este hombre tenía atrofiado el sentido de los negocios. Él dijo que quería reunir una colección de imágenes en cuartos de hotel. Como es natural, imaginé que se trataba de un fetichista chiflado de esos que se cuelan en los congresos literarios.
Pero, la verdad, pensé eso de puro ignorante.
Como él quería fotografiarme, decidí investigarlo, a ver si no era un degenerado. Muy por el contrario, Mordzinski resultó ser una leyenda entre los invitados del congreso literario. Entre los escritores circulan mitos sobre él, como que disfraza su identidad con diversos seudónimos para vender sus fotos a los periódicos europeos. Para los diarios conservadores usa nombres provocadores como Draco Lempika, y para los medios progres opta por llamarse María Jesús de los Ángeles.
Algunos de los escritores consultados llevaban catálogos y libros de su obra: los hay en francés y español, en ruso y alemán, y llevan textos de Luis Sepúlveda, Rosa Montero o José Manuel Fajardo. Entre quienes se han enfrentado a su cámara figura Saramago, con su rostro reflejado en un espejo que lleva en la mano. Y Borges, dirigiendo su mirada vacía hacia una luz borrosa. Está Javier Cercas leyendo vestido en una piscina. Juan Manuel de Prada acostado en la cama como un gigantesco bebé con lentes. Enrique de Hériz y Juan Gabriel Vásquez cabeceando una pelota en un estadio. O sea, si no te fotografía Mordzinski, no eres nadie.
Además, Mordzinski era el personaje más notable de esta reunión, porque era el único que estaba en todas partes. Lo vi sentado en la mesa de las chicas guapas mientras en la mía unos señores discutían sobre la guerra de Angola. Lo encontré saliendo de habitaciones cuyos ocupantes eran un misterio. El día de nuestra sesión, llevaba las llaves de una suite con vista al mar. No quise saber cómo las había conseguido.
Es extraño que te hagan fotos. Tienes que posar de una manera que muestre tu personalidad. Es decir, tienes que fingir que eres lo que de verdad se supone que eres. O lo que tú supones que eres. Pero al final, sale lo que el fotógrafo cree que eres.
– ¿Por que fotografías escritores, Mordzinski?
-No sé. Quizá porque a mí me gustaría escribir pero no puedo.
Clic.
-Y en venganza te robas la imagen de los que sí pueden.
– ¿Te acuerdas de Nabokov cuando cazaba mariposas con una red? Pues igual, yo los retengo en la cámara y los coloco congelados en mi colección.
Clic.Clic.
Mi imagen de los cuartos de hotel es la del sitio en que te encierras durante las giras de promoción de los libros: has comido demasiado, has bebido demasiado, has conocido a demasiada gente y le has sonreído a toda, aunque no recuerdas el nombre de ninguna, estás agotado pero llevas encima demasiada adrenalina para dormirte de inmediato, te sientes pesado, y siempre es demasiado tarde o demasiado temprano para llamar a casa. Hacemos las fotos en un rincón del cuarto, sin zapatos. Trato de que parezca que me siento solo. Clic. Clic. Mientras Mordzinski me hace las fotos, decido hacerle yo también un retrato a él, uno hecho de palabras. Y aquí está.

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