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Cuerpos a plazos

Por 27 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

La infanta Leonor de Borbón, posible heredera del trono español, tiene que llegar a adulta sana, fuerte y lista. Con ese fin, en el momento de su nacimiento le retiraron células madre del cordón umbilical y las enviaron por correo a Tucson Arizona, donde se mantienen congeladas en nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero. Se espera que, con los años, el desarrollo de la tecnología permita producir tejidos a partir de esas células madre, que servirían para transplantes o cualquier necesidad regenerativa de la niña.
En el preciso momento en que se enviaban esas células, se descubría en Nueva York una mafia que robaba tejidos y huesos de cadáveres para venderlos a quien necesitase un transplante. La operación empezaba en la compañía funeraria, donde el embalsamador abría a cada cadáver como un pollo, le quitaba lo que sirviese y lo rellenaba con tubos y algodoncitos para que no se fuese a desinflar durante el velorio. Se estima que más de mil cuerpos pasaron por sus manos, que además estaban bastante sucias, en el sentido literal del término.
La diferencia entre los tejidos de la infanta y los del embalsamador de Nueva York es el precio: la conservación de las células de Leonor cuesta 1500 euros de inicial y cuotas anuales de 100, más el precio de generar los órganos a partir de esas células. El embalsamador, en cambio, vendía el cuerpo sin destazar a 500 dólares. El comprador no sabía de dónde exactamente salía su hígado y tampoco en qué condiciones lo habían desmantelado.
Con el avance de la ciencia, comprar un cuerpo nuevo es como ir a la frutería:
-¿Me da un par de córneas, por favor?
-Claro, tenemos unas muy fresquitas por $3000.
-Uy, no, caserito ¿No tendrá unas más económicas?
-Hay unas a $300, pero el dueño era miope. Si se lleva también un riñón, le doy todo por $500. Eso sí, no me esté toqueteando la mercancía, que luego nadie me la quiere comprar.
Como en todo mercado, hay talleres de lujo y chapuceros baratos, por supuesto. No es lo mismo comprar la tráquea de un fumador compulsivo que el corazón de un atleta. Imagino que, conforme se vaya regulando un poco el tema, podremos ir vendiendo nuestros órganos por adelantado cuando haga falta un dinerillo para hacer ese viaje de vacaciones o satisfacer ese capricho. Eso sí, el nuevo propietario tendrá derecho a certificar que mantengamos el órgano en buen estado hasta su entrega que, eventualmente, se podrá hacer a plazo fijo.
El avance de la ciencia, la obsesión por la salud y la desacralización del cuerpo no parecen malas en sí mismas. Pero a veces, las cosas más normales forman cócteles macabros.

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