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¿Cómo has dicho?

Por 27 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Ni siquiera de las frases más sencillas y engañadoramente hermosas podemos fiarnos. Véase si no.
Cuando Manrique escribe una de las más perfectas frases del castellano: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”, ¿alguien tiene la pretensión de saber qué ríos y qué mares pasaban por la cabeza del poeta? ¿Acaso no sabemos que los mares, en tiempos de Manrique, eran pocos, discretos y como lagunillas tachonadas de galeones en estaciones de bonanza? ¿Y que los ríos eran feroces, atacaban sin aviso, se precipitaban por tierras salvajes y apenas eran navegables en la desembocadura? ¿Y que nadie, absolutamente nadie, en vida de Manrique sabía nadar?
Pues si en una frase como ésta, tan transparente, limpia como el cristal, de una fabulosa simpatía con la naturaleza misma de la lengua castellana, no es posible saber cuál era la figura que la produjo, ¿cómo vamos a saber de qué habla realmente el escritor cuando se propone un ejercicio difícil? Ahí va un ejemplo.
“Las «verduras de las eras» son el ralo brote espontáneo de los escasos granos de cereal que, tras el levantamiento de la parva, han quedado adheridos a la tierra y que una tormenta de agosto ha hecho germinar, pero que por lo avanzado de la estación, jamás llegarán a hacer espiga ni a engranar, y morirán, por tanto, sin dar fruto, sin posteridad alguna”.
Esto es lo que comenta Sánchez Ferlosio en Las semanas del jardín, sobre la simplísima pregunta de Manrique: “¿qué fueron sino verduras de las eras?”. No es tan simple, presten ustedes atención, dice Ferlosio. Y a continuación nos persuade de que toda la mención de las verduras reposa sobre esta inesperada conclusión: “sin posteridad alguna”. Las “verduras de las eras” son aquí alegoría de la esterilidad, no de la fragilidad o de la apariencia engañosa.
Ferlosio no nos adoctrina sobre un contenido, sino que hace girar el verso de Manrique en el aire, como el niño fascinado por un cubo de galena. Sólo quiere estar un rato más junto a ese verso, volver a leerlo. Una vez más.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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