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Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor, editor y periodista. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor. Fue director de la Fundación Santillana desde donde inició la organización de las Conversaciones Literarias de Formentor. Ha sido editor fundador de la revista literaria Bitzoc; como director editorial de Seix Barral recuperó el Premio Biblioteca Breve. Entre 1989 y 1996 dirigió el programa de exposiciones dedicado al arte de las sociedades sin escritura (Culturas del Mundo. Arte y Antropología). Fue patrono de la fundación musical Área de Creación Acústica, director de la Fundación Bartolomé March, vicepresidente de la Fundación Jakober y dirigió el periódico El Día del Mundo. Miembro correspondiente de la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), de la novela Pastoral iraquí (Alfaguara, 2013) y del libro de ensayos El intelectual rampante (KRK, 2023). Su último libro es El Apocalipsis según San Goliat (KRK, 2023).

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Estigmas del laberinto español

 

Después de publicar su aleccionador ensayo El honor de los filósofos (2020), la biografía de los pensadores que perdieron la vida por ser fieles a la destilada razón de sus postulados, Víctor Gómez Pin (Barcelona, 1944) se dispone a disipar con su nuevo libro los tercos enigmas del laberinto español.

Con el elocuente título de La España que tanto quisimos , el autor ordena, cita y convoca a las figuras que han dado forma a un bullicioso legado cultural. Sefarditas y moriscos, herejes y disidentes, poetas y escolásticos, ilustrados y jesuitas, emigrantes y camioneros, filósofos y guerrilleros, son los personajes que enriquecen con su genio, y su mal genio, el paisaje de una historia efervescente.

Aparecen en estas páginas las ilustres cualidades de Miguel Servet, Francisco Suárez, Quevedo, Rosalía de Castro, Maragall, Vallejo, Cernuda, Azorín, Lorca, Ortega y Gasset, Paco Ibáñez, y tantos otros, para entender la errática deriva de un país incomprensiblemente desnortado.

La esmerada selección de las voces que suenan en La España que tanto quisimos nos lleva hacia los cruciales interrogantes de un libro esencial. Un libro que contribuirá a disolver los resabios de un lamentable desconcierto.

Cuando el autor recuerda a los españoles derrotados que en su juventud le dieron ejemplo de entereza, cuando recuerda su nobleza, inmune a la humillación, el infortunio y la fatiga de vivir, erige esa figura del alma popular que alienta y sostiene la conciencia de una inexpugnable dignidad. Esta imagen vertebra la bella narración de Víctor Gómez Pin sobre un país que sigue a la espera de encontrarse consigo mismo.

El relato del autor nos sitúa en un expresivo momento visual de la historia y nos muestra a los calvinistas lanzando a la hoguera el cuerpo vivo de Miguel Servet. Un símbolo de los desmanes de tiranía, explotación, intolerancia, embuste y malversación cometidos por la Europa moderna.

Sin embargo, a pesar del estropicio común, Bélgica sabe inhibirse del genocidio llevado a cabo por su rey Leopoldo II en el Congo, Francia evita darle vueltas a la masacre de San Bartolomé, a la deportación de sus ciudadanos judíos a los campos de exterminio de la Alemania nazi y a la feroz represión de sus militares en Argelia.

Italia omite con gran estilo sus escabechinas en Libia y Etiopía y sus desfiles fascistas con el Führer, Holanda se excluye de sus matanzas en Indonesia, Inglaterra no sabe nada de sus carnicerías en la India … Todos los países comparecen ante el tribunal de la historia como reos de crímenes contra la Humanidad, aunque solo España acepta cargar con la pesadumbre de la “Leyenda Negra”.

Será fascinante desvelar al supremacismo que ha decretado este estigma, comprobar su influencia en la forja de la mentalidad reaccionaria y en los encubrimientos de su decálogo moral. Pero más notable será entender el motivo por el cual el país al que tanto quisimos permanece atenazado por un misterioso complejo de inferioridad.

El autor dedica su libro a cualquier lector inteligente pero lo dirige a los simpatizantes y militantes del ala izquierda de la sociedad. Les invita a preguntarse de qué se avergüenzan, por qué asumen el dictamen de una sumisión bastarda y a qué viene eso de renunciar al ejemplo de sus ilustres antepasados.

Ha sido formidable en este sentido la energía política del nacionalismo periférico. Emulando la oratoria fertilizada por la Europa del norte y presentándose como miembros de la élite que desprecia a la España charnega, la derecha nacionalista ha actualizado vigorosamente la retórica de la difamación y amedrentado al conjunto de la nación con los viejos anatemas de la presunción calvinista. Es en verdad admirable que lo haya hecho con tanto virtuosismo.

Víctor Gómez Pin nos invita con su ensayo a deshacer la fuerza hipnótica del complejo de inferioridad, a sustituir la ficción de la identidad por la certeza de la conciencia y a rehabilitar una España a la que sea posible querer y en la que todos los ciudadanos puedan encontrarse a gusto.

Reseña del libro: La España que tanto quisimos de Víctor Gómez Pin (Arpa, 2022)

Publicado en Cultura|s de La Vanguardia



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30 de julio de 2022
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Manotes: de lo espiritual en el Arte. Fernando Esteban Salvá (Palma 1953-2022)

El pasado viernes concluyó en Palma el itinerario vital de Fernando Esteban Salvá, Manotes. Un artista entregado a la más intensa, profunda y radical exigencia creadora. Un pintor comprometido con las brillantes intuiciones de su juventud, fiel a sus imperiosas corazonadas y leal a la estética que guio su prolífica trayectoria.

Fernando Esteban falleció el viernes 8 de julio pero llevaba décadas jugándose la vida con cada lienzo, con cada dibujo, con todas y cada una de sus obras, sin perder de vista su lúcida conciencia sobre los deberes del arte: dar forma visible a lo inminente, captar el momento crucial de un fulgor invisible, dejarse llevar por la fascinada percepción de lo latente; siempre dispuesto a crear de la nada la conmovedora certeza de un presentimiento. Tal fue la integridad de su impecable vocación.

Fernando Esteban fue un jovencísimo discípulo de Joan Miró, frecuentó desde su infancia el taller del pintor catalán y adquirió junto a su maestría la técnica y la ciencia del arte. Con los pintores Ellis Jacobson y Jim Bird compartió amistad, veladas y conversaciones ajenas a la frivolidad decorativa que suele tentar a los artistas.

A mediados de los años setenta del pasado siglo, después de inaugurar su primera exposición en la Galería 4 Gats, de Ferrán Cano, apenas con veinte años, autor ya de un lenguaje y un estilo inconfundible, Fernando Esteban emprendió el viaje que le llevaría a lo largo de medio mundo hasta el más firme y veraz centro de sí mismo. Abandonó la complaciente comodidad de la isla y con lo puesto, a pie o en autobús, llegó hasta San Petersburgo para montarse en el tren transiberiano que a través de las heladas tundras de Siberia lo llevaría hasta Vladivostok y de allí, a Japón.

Un artista que vive al borde del abismo -haciendo familiar y temible el riesgo de la locura, del fracaso o de la rendición- sabe que no hay otro modo de acceder a los verdaderos designios del arte. La vida bohemia, es decir, heroica, que Fernando Esteban llevó en Japón, sobreviviendo con los escasos recursos de una economía ambulante, vendiendo en la calle sus dibujos, bregando jovialmente con las reglas de la yakuza, le ayudó a entender la magnitud del desafío asumido por el artista. Cuando acabó el gran mural que el ayuntamiento de Osaka le encargó realizar en uno de los edificios públicos de la ciudad, Fernando Esteban dio por acabada su estancia en el país. Había tenido tiempo de convertirse en un diestro practicante de aikido y en un buen conocedor de la filosofía oriental.

El itinerario artístico de Manotes se solapaba con un aprendizaje vital insaciable, absorbente y abierto a las impacientes inquietudes del ser humano. A lo largo de su audaz tránsito de artista cosmopolita, aguerrido y avezado, Manotes expuso en Tokio, Hong Kong y Tailandia, en El Cairo y en Nairobi. Y en tantos otros sitios. Con su formidable personalidad supo entablar relaciones y complicidades con los galeristas que en Asia y África admiraron su elegancia conceptual y el estilo de su lenguaje abstracto.

No por regresar del Oriente lejano se apaciguó el instinto nómada de un artista que nunca dejó de vivir en el filo de la itinerancia vital, estética y espiritual. Fernando Esteban se estableció en diferentes rincones del Pirineo Catalán -en donde mantuvo relaciones con el artista estadounidense Kenneth Noland-, en los montes de Huesca -en donde levantó con sus propias manos la cabaña de adobe y madera que tantas veces le sirvió de refugio y retiro-, en las colinas de Barcelona y, finalmente, en su casal de Mancor de la Vall. Nos sorprendía, a sus amigos íntimos, comprobar la energía de un hombre que nunca se daba por cansado.

Manotes trabajó en Palma con el galerista Bernardo Rabassa y con su buen genio mantuvo afables relaciones con la comunidad artística mallorquina. Sin dejar de ser fiel a sí mismo y poniéndose a salvo de las modas que tergiversan la inspiración original del artista, prescindió de los caprichos del mercado y de la arbitrariedad de las tendencias. Manotes supo cuidar una relación con el arte tan honesta, frágil, sublime e ingobernable, que nunca se subordinó a ningún interés, conveniencia o pretensión. No le importó rechazar las ofertas que ponían en jaque su libertad.

Lo espiritual en el arte -según Vasili Kandinsky- ha tenido ilustres artífices y destacados herederos. Junto a ellos, Manotes ha sabido prolongar la rectitud de la creación estética. Como uno de esos artistas que dan forma a las intuiciones puras del espíritu, expanden la noción que el mundo tiene de sí mismo, traspasan el límite de los sentidos, ensanchan el campo de la experiencia humana y nos llevan a descubrir emociones insólitas.

Los inolvidables rasgos de la personalidad de Manotes y los dones de su carácter -un deslumbrante sentido del humor brotaba junto a su inconcebible generosidad-, encajaron prodigiosamente con el budismo que cultivó. Su actitud encarnaba además esa entrañable antropología del filósofo judío Martin Buber: “el hombre es un ser disponible”.

El largo y solitario viaje de Manotes a las tierras lejanas fue la metáfora de una búsqueda interior. Su viaje al lado oculto del silencio, una osada introspección. Su viaje al invisible, el símbolo de su combate con la imaginación.

El legado de Fernando Esteban, Manotes, permanecerá como un ejemplo para los artistas que emprendan su propio viaje, sigan sus huellas y asuman el reto creativo de la inmensidad.

 

Publicado en el Diario de Mallorca el 10 de julio de 2022

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10 de julio de 2022
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Italo Calvino, viaje a la ciudad invisible del nuevo mundo

A Italo Calvino no le pareció suficiente la crónica de su viaje a los Estados Unidos – “demasiado modesta literariamente y no lo bastante original como reportaje”– y prefirió dejar las galeradas ya corregidas en un cajón. Ahora, sesenta y dos años después, podemos leer su libro inédito como si fuera el mensaje de un náufrago perdido en el marasmo del tiempo. Escrito para los lectores de su época, sorteando las creencias vigentes y las supersticiones intelectuales dominantes, llega hasta nosotros como un doble testimonio: en sus reflexivas observaciones sobre América se refleja también la conciencia del escritor europeo.

En los Estados Unidos de 1960 no se había representado todavía la crisis de los misiles, el asesinato de los Kennedy, la muerte de Marilyn Monroe, ni la operación Rolling Thunder en Vietnam, ni todo lo que vino después. Calvino llegó a un país que mantenía intacta la formidable confianza puesta en sí mismo e incorrupta la jactancia por sus triunfos.

Ciento cincuenta y seis epígrafes recogen sus notas de viaje, su entrometida curiosidad, su impaciente indagación y la inquisitiva sentencia de un viajero sin prejuicios. La escuela de la dureza, la muerte del radical, el reino del óxido, los persuasores ocultos, las residencias de ancianos, el peatón sospechoso, el sindicato del striptease… configuran el retrato de una sociedad que se expande jubilosamente junto a una sombra que no tiene nombre.

El libro de Calvino, el dietario de un entusiasta viaje de seis meses a lo largo y ancho del país, fruto de largas conversaciones con los personajes que salen a su paso, podría encuadernarse junto al informe de Tocqueville, ayudarnos a hacer el balance de cómo han ido las cosas en estos dos últimos siglos y ver si han desembocado finalmente en la prosperidad que se esperaba o en la miseria que se temía.

A Calvino le intriga que el espectacular optimismo del país sea compatible con las casuchas de madera que se pudren en el fango, el despiadado odio racista de los blancos pobres, el macartismo latente, la ruina de las barriadas populares, la obsesiva prioridad del dinero, la lucha sin escrúpulos por el enriquecimiento y los alardes del mercantilismo consumista. La pesquisa ambulante de Calvino se hace por ello más penetrante y le obliga a interrogarse sobre lo que no se ve a simple vista.

Calvino, que no deja de verse como un Bouvard et Pecúchet , percibe una vaga tristeza detrás de la bulliciosa alegría americana y se pregunta de dónde procede la desolación que palpita en los paisajes más bellos del país. Observa a los viejos jubilados “ parpadear y roncar delante de la televisión”, sin llenar nunca su sórdido “ vacío interior”. Siente escalofríos al contemplar la “ opaca banalidad de las pequeñas ciudades industriales” y la maquinaria productiva “que manejan autómatas somnolientos”. Le resulta incomprensible que la América laica se haya desprendido de la tutela de los pastores y predicadores para someterse a la despótica terapia psicoanalítica. Constata la penuria de una sociedad resignada al bucle de la ansiedad, el préstamo bancario y la deuda perpetua. Y le irrita de un modo indecible la idiotez publicitaria de la televisión.

La confesada aversión del autor por los beatniks – “tienen un aspecto poco higiénico, son arrogantes y no pueden considerarse buenos vecinos”– expresa lo ajeno que se siente al esnobismo de las modas. Calvino admite su “ deplorable falta de sensibilidad hacia quien prefiere andar mal vestido” y un franco desdén por sus obras literarias; cree ver además en estos movimientos culturales una impostura similar a la que rige cualquier otra farsa del gregarismo social. Calvino comenta su admiración por la espléndida belleza de los negros que siguen a Martin Luther King, nos cuenta que el free jazz racionaliza el “ nerviosismo actual” y lamenta que el expresionismo abstracto sea una pintura cargada de consternación “ ciega y vociferante”.

Hollywood elabora para el imaginario colectivo de los estadounidenses las ilusiones y fantasías que alimentan la ficción de su identidad, pero Calvino hace notar que ningún grupo étnico –irlandeses, italianos, rusos…– “ha salido indemne del trauma de la inmersión en el nuevo mundo”. La cicatriz de aquella herida es el síndrome de los pioneros, colonos y emigrantes que abandonaron o huyeron de Europa sin dejar de sentir un anónimo y difuso despecho, nostalgia y envidia.

El país que recorrió Calvino podría ser una de sus ciudades invisibles. Una ciudad en donde lo que en verdad se es y lo que se dice ser se ha plegado en una única presunción.

Quizá la enorme ciudad derramada sobre el inmenso paisaje del nuevo mundo sea una de sus ciudades semióticas, la ciudad de los signos, con la marca de una orfandad única en la historia del mundo. La interpretación de estas señales es lo que permitió a Calvino intuir en 1960 lo que iba a venir: "Es bastante probable que en el futuro haya varias sorpresas desagradables para los Estados Unidos".

Un visionario

Italo Calvino (Cuba, 1923-Siena, 1985), uno de los intelectuales italianos más destacados de su tiempo, fue editor, novelista, pensador y traductor. Durante la ocupación alemana de Italia fue partisano de la Brigadas Garibaldi. Colega de Cesare Pavese, Elio Vittorini y Natalia Ginzburg participó en los apremiantes debates ideológicos y estéticos de la posguerra y se fue desplazando desde la novela realista hacia el reino de la fábula literaria y los postulados de la imaginación lúdica. Sus libros –El barón rampante, El caballero inexistente, El vizconde demediado, El castillo de los destinos cruzados, Las ciudades invisibles, Si una noche de invierno un viajero, …– expandieron el paisaje creativo de la imaginación narrativa y el campo abierto por el posmodernismo literario.

Durante su larga estancia en Paris, Calvino fue proclamado por sus amigos Raymond Quenau y Georges Perec como mémbre étranger del grupo Oulipo (Ouvroir de littérature potentielle).

Sus Seis propuestas para el próximo milenio se publicaron póstumamente como el testamento de un visionario asomado al futuro en el que ahora vivimos.

Reseña del libro: Un optimista en América de Italo Calvino SIRUELA

Texto completo en PDF:   La Vanguardia_Culturas_Viaje a la ciudad invisible del Nuevo Mundo_Calvino

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30 de mayo de 2022
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El espasmo narcisista del hombre resentido

El progreso que va de la mano de las nuevas tecnologías a menudo hace olvidar sus aspectos más cuestionables. El filósofo inglés e historiador de la cultura Jeremy Naydler se adentra en ellos, en un combativo ensayo que apunta a limitar sus dominios.

Aunque la chimenea de las fábricas, el tubo de escape de los coches y la punta del cigarro han humeado visiblemente sobre nuestras cabezas, encharcando con alquitrán los pulmones del tórax y del planeta, ha sido necesario más de un siglo y miles de reclamaciones, denuncias y tumultos para admitir los trastornos que estos fogones causan a la salud del mundo. Cabrá preguntarse entonces cuánto tiempo hará falta para comprender los efectos perniciosos de la cibernética y cuánto se tardará en concertar un acuerdo que limite sus dominios.

Dado el ímpetu de la cuarta ola tecnológica, parece conveniente consultar la obra de los pensadores, analistas y ensayistas dedicados a cuestionar el despliegue de la inteligencia artificial. Será un pobre contrapeso a la abrumadora propaganda de los fabricantes, al ardiente entusiasmo de los partidarios, la confiada credulidad de los clientes y la impotencia legislativa de los gobiernos, pero nos ayudará a entender la encrucijada en la que hemos caído de bruces.

Con el inquietante título La lucha por el futuro humano el filósofo inglés e historiador de la cultura Jeremy Naydler reúne en cinco ensayos el inventario crítico de las innovaciones y primicias que han enajenado nuestra más íntima, profunda y verdadera razón de ser en el mundo.

Naydler subraya los aspectos oscuros que silencian los publicistas de la computación y calibra a dónde nos puede llevar la adicción, la fragmentación psíquica, el abandono de lo real por lo virtual y la mengua moral que hará del cuerpo humano un artefacto ciborg. El autor comenta las pantallas hipnóticas de la realidad “aumentada”, la radiación electromagnética de alta intensidad que necesitan las antenas del 5G, sus efectos dañinos en el sistema inmunológico de los organismos vivos y la extinción de plantas, hormigas, colonias de abejas y gorriones, su impacto en la salud humana y el brote de tumores cerebrales, la neurodegeneración y la infertilidad que provoca en los individuos.

Naydler nos invita a visualizar los 100.000 satélites que deben ponerse en órbita –con sus correspondientes residuos de chatarra espacial– para que funcione el famoso “internet de las cosas”, la malla de routers que deben instalarse en hogares, campos y ciudades para “monitorizar” la posición, el movimiento y los pensamientos de los habitantes del mundo.

Con paciencia pedagógica Naydler enumera los efectos encadenados al artificio tecnológico y busca con perplejidad el motivo por el cual la tecnificación del todo es celebrada como un logro del progreso y un salto cualitativo de la perfección evolutiva. El autor confiesa no entender la complicidad festiva de ministerios, universidades, partidos políticos y escuelas con el moderno Leviatán.

Mucho más fácil resulta comprender el entusiasmo de los emprendedores que dirigen la factoría tecnocientífica. Al fin y al cabo el nicho de mercado que les espera es un masivo parque de clientes dispuestos a comprar las más recientes invenciones de sus laboratorios. Injertar un chip en el cerebro de cada uno de los siete mil millones de seres humanos del planeta, y reponerlo cada vez que se estropee, será un negocio muy apreciable. No tuvo inconveniente en confesarlo Jeff Bezos después de su breve salto espacial, con la franqueza a la que nos tienen acostumbrados los gringos: “Clientes, empleados: todo esto lo habéis pagado vosotros”.

Recientemente El País recogía las declaraciones de los dos expertos españoles invitados a la reunión convocada en Washington por el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Con alegre contundencia los entrevistados anuncian el inminente estreno del “ser híbrido” que llevará implantado en el cerebro las terminales de las grandes tecnológicas. Aclaran los expertos que las aplicaciones incrustadas en el cráneo humano proporcionarán un cómodo acceso a los videojuegos y a la pornografía, pero que luego, más adelante, el algoritmo nos permitirá operaciones más sofisticadas. Por ejemplo: “Acabar las frases en las que estamos pensando…”. Otra milagrosa conquista del hombre enchufado consistirá en superar el descomunal obstáculo que padece cuando intenta “decirle algo a la gente” (sic).

Como no se llega a entender la truculenta humorada de la profecía, a la que se dedican miles de millones de dólares, el lector tendrá que adivinar por su cuenta si estamos en verdad ante ese gran horizonte de sucesos pronosticado por la tecnociencia o a la sombra de una colosal tomadura de pelo.

No obstante, la interrogación de Naydler va más allá de la atrofia cognitiva, la ingenuidad servil y el fetichismo consumista de los usuarios. Nuestro autor polemiza frontalmente con la ideología transhumanista cuyos dogmas, consignas y doctrinas bullen a nuestro alrededor. Niega categóricamente que la cibernética vaya a procurar el “mejoramiento” de lo humano y declara que la fatal consecuencia de la innovación tecnológica será la subordinación del hombre al imperativo mecanicista de una extraña y bastarda presencia.

La reflexión filosófica de Naydler sigue el hilo de una crucial observación del pensador francés Jean-François Lyotard: “¿Y si lo propio del hombre fuera estar habitado por algo inhumano?”. La sospecha de ese algo enquistado en el cuerpo, patológicamente corroído por la envidia a la máquina y alentado por el delirio de una inmunidad ortopédica, conduce su indagación sobre el síndrome fáustico de nuestra época.

¿Qué perturbadora burla puede incubarse en el seno de un hombre harto de sí mismo? ¿Qué fuerza le lleva a someterse temerariamente a una computadora más inteligente y poderosa? ¿De dónde nace la obsesión por dar a la técnica el poder de gobernar a la humanidad? ¿Qué influencia ha extirpado de la conciencia humana el principio de dignidad, soberanía y autonomía que glosa la filosofía kantiana?

La mentalidad colonizada por la doctrina mecanicista anhela el ocaso de lo humano y ver cumplido el vaticinio distópico que consuele el espasmo narcisista del hombre resentido, acabe de una vez con la disyuntiva del libre albedrío y borre de la memoria cultural la dimensión espiritual de un ser alumbrado por la trascendencia.

 

Publicado en La Vanguardia Cultura/s  El espasmo Narcisista 12 02 2022

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14 de febrero de 2022

Colectivo SMACK: ‘SPECULUM, Eden’, 2019 Colección Solo

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El Bosco finalmente rescatado

Algo así sucedió en el Museo del Prado con motivo de la exposición conmemorativa del quinientos aniversario de Jheronymus Bosch, el Bosco. Desde las páginas del catálogo editado por el museo, en aquél remoto 2016, los expertos extranjeros invitados a celebrar la efemérides aprovecharon la oportunidad para anudar la versión ortodoxa de las obras atribuidas al artista de Brabante.

Haciendo gala de una satisfecha convicción doctrinal, los especialistas imputaron a la obra del Bosco intenciones cuya huella no hay manera de encontrar en sus pinturas. Y aun así no vacilaron al proclamar la apropiación académica del enigmático y virtuoso personaje.

Uno de los textos publicados en el catálogo atrae con especial intensidad el interés del lector. Paul Vandenbroek, conservador del Museo de Bellas Artes de Amberes y profesor en la Universidad de Lovaina, sintetiza sus años de investigación y presenta al Bosco como el testigo de una época atormentada por las “conductas aberrantes de las clases sociales más bajas” (sic). Una caterva de “mendigos, vagabundos y prostitutas entregados a los salvajes impulsos del cuerpo y a la estúpida locura del pecado”. Pecadores poseídos por “el vicio de la promiscuidad, la gula y la ebriedad, frecuentan tabernas y burdeles y buscan el placer en las desinhibidas fiestas populares”.

Vandenbroek atribuye al Bosco un profundo desdén por los “mendigos y marginados, un rechazo frontal al dispendio, la pereza y el despilfarro, un vehemente desprecio por las clases bajas y las efusiones carnales de una festividad popular vil y vergonzante”. Subraya también el autor que el Bosco trata a los pobres como “zánganos, rufianes, ladrones y derrochadores” y que el espectáculo de la “pobreza autoinfligida” y la “pobreza autoprovocada” lleva al artista a promover “la ética del trabajo, la frugalidad y la sobriedad que prepara el terreno al discurso capitalista” (sic).

Eric de Bruyn, por su parte, asegura que el Bosco condena “todas las formas de conducta que la clase media burguesa considera desviadas y pecaminosas”. Larry Silver constata la “cruel visión de una humanidad pecadora y culpable”. Reindert Falkenburg imputa a las figuras del Bosco un “servilismo subordinado a las fuerzas del mal”.

Resulta desconcertante que los ­expertos invitados por el Museo del Prado imputen al Bosco la acritud ­calvinista que aún no había irrumpido en la historia, le atribuyan una per­turbada fobia a los pobres y sometan la ­bulliciosa creatividad de su obra al rigor de una doctrina clasista y puritana.

Si uno se propone examinar la obra del Bosco es aconsejable escrutar su tupido lenguaje visual con la ironía que percibe el reverso de las imágenes y descifrarla como un escurridizo tropo satírico que mientras omite, afirma, y cuando señala, engaña. La paráfrasis elíptica de la imaginación artística, incómoda con la evidencia grosera de la obviedad literal, se despliega en las pinturas del Bosco con asombrosa energía.

Las criaturas atroces, alimañas híbridas, enanos deformes, bufones endiablados y saltimbanquis lascivos que pueblan sus paisajes son las figuras de una monumental sinfonía burlesca. La simbiótica hermandad de ángeles caídos, basiliscos, bichos y libélulas fundada por el Bosco es la fábula de un fuego mistérico y de su farsa mundana.

La llamada Nave de los locos la presentan los expertos como parte de ese sermón lanzado contra los “zánganos, rufianes y ladrones”, como un edicto punitivo contra los “pecados de gula y lujuria que conducen a la perdición”. En realidad, La nave es una amable escena lacustre en la que un grupo de amigos disfruta de la bebida, la comida y la música. Del Carro de Heno , una de las soberbias e impenetrables escenas del Bosco, se dice que muestra a “la humanidad arrastrada por el pecado”, pero el reverso de la imagen, su réplica transparente, alude al libreto de otra dramaturgia. El desfile evoca además el fervor carnavalesco que convocaba la Fiesta del Asno.

Quien se haya demorado alguna vez ante el Jardín de las Delicias no dejará de recordar la sensación de plenitud erótica que envuelve a las damas y caballeros desnudos sobre la hierba, cabalgando a pelo los corceles y destilando el placer de la ternura hasta el orgasmo sostenido del amor sublime. Ningún rastro del obsesivo desdén supremacista a los “pobres, pecadores y mendigos”.

Así lo entendió fray José de Sigüenza, el bibliotecario de El Escorial que compartía el entusiasmo de Felipe II por el Jardín de las Delicias : “causa admiración cómo pudo haber tanto ingenio y extrañeza en una sola cabeza”.

La presentación de la Colección Solo, en el Centro de Creación Contemporánea de Matadero en Madrid, aparece ahora como una formidable respuesta a la compungida ortodoxia que tenía secuestrado al Bosco y nos muestra la impetuosa imaginación creativa de unos artistas fascinados por su obra.

Las obras expuestas en Matadero rinden tributo al Jardín de las Delicias y acogen el deslumbrante juego de reflejos, simetrías, y réplicas que excita la extraña obra en los artistas implicados en esta recuperación lúcida y poderosa.

Los hallazgos del arte digital, la estética de los videojuegos, el arte sonoro, la animación, el argot pop, el lenguaje de los comics y la historia de la pintura (en la obra de Davor Gromilovic, Mu Pan, Raqib Shaw, Sholim, Dave Cooper, Dan Hernández, Cassie McQuarter y otros) sustentan una penetración lúdica en los iconos herméticos y las figuras grotescas del Bosco y auspician su nueva instalación en la conciencia contemporánea. La mayoría de las obras expuestas en Matadero fueron encargadas a los quince artistas por la Colección Solo y se presentan como un diálogo con la emblemática obra del Bosco. Los comentarios de los autores que se recogen en el catálogo denotan un inteligente acercamiento al silencioso artista, a su sensualidad y a las fuentes de su visionaria imaginación.

El jardín de las delicias. Un recorrido a través de la Colección Solo. Matadero MADRID. Centro de creación contemporánea. Madrid.www.mataderomadrid.org. Hasta el 27 de febrero de 2021

Publicado enLa_Vanguardia_Culturas_El Bosco finalmente rescatado

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31 de octubre de 2021

Ruiz-Domènec, autor de más de 40 libros, ha sido catedrático en la Universitat Autònoma de Barcelona hasta su reciente jubilación Llibert Teixidó

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Ruiz-Domènec, el arte de contar la historia

 

Un libro-homenaje glosa la poliédrica e influyente obra del medievalista y ensayista granadino afincado en Barcelona. Colegas y discípulos de España, Italia y América valoran su aportación.

Este hermoso libro es un homenaje al maestro, al amigo, al profesor y al escritor. Hace inventario de la obra de toda una vida y deja constancia de la influencia que ha tenido en las generaciones de estudiantes, colegas y lectores apasionados por el intrigante asunto de la historia. Los editores del volumen, Daniel Rico y Almudena Blasco, reúnen los 29 textos de un entusiasta y fraterno tributo a la energía creativa y pasión intelectual de José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948).

Los editores esbozan en el prólogo un primer retrato de nuestro protagonista: “Un historiador pluridimensional y polifacético, un profesor que formó y encandiló a tantos discípulos, un robusto escritor, un riguroso medievalista, un buen ensayista, un espíritu libre de ­talante humanista”.

Los autores invitados recorren con sus reflexiones el conjunto de la obra de Ruiz-Domènec y glosan sus hallazgos, sus desvelamientos, la cohesión de sus argumentos, la noción de historia que ha elaborado y la complicidad que ha contagiado a sus numerosos lectores.

La historiadora genovesa Gabriela Airaldi destaca una declaración de Ruiz- Domènec: “Quiero saber cuándo, cómo y por qué se forjó la idea de la caballería como la imagen cortesana del mundo”.

El filólogo Rossend Arqués recuerda cómo las reflexiones de Ruiz-Domènec sobre la mujer nos han llevado más allá de las construcciones masculinas, revelando una realidad más íntima y personal.

El historiador Jaume Aurell sitúa a Ruiz-Domènec en el centro de una decisiva controversia académica: presentándolo como el exponente más claro de ese “retorno a la narrativa” que distinguía a las fértiles escuelas del pensamiento europeo.

El que firma esta reseña interviene en el volumen citando a Goethe y la gran ambición humana por crear una novela del universo y el tributo que rinde Ruiz-Domènec a unos ilustres maestros “cuya deuda no se puede pagar”.

El historiador florentino Franco Cardini, después de reconocer su condición de spagnolo per desiderio , evoca la juventud compartida con Ruiz-Domènec y la camaradería de unos jóvenes investigadores cuya fraternidad recuerda los códigos de la orden caballeresca.

Eduardo Carrero Santamaría, especialista en historia del arte, agrupa a San Bernardo, a Duby y a Ruiz-Domènec en la misma orla cisterciense para subrayar la riqueza de significados que aporta la interpretación de las intenciones no declaradas.

Giuditta Cianfanelli, florentina historiadora de la literatura, se presenta como deudora del profesor que asumió “el vértigo de lo desconocido”, le permitió seguir su intuición y expresar sus certezas sobre los préstamos entre la estética islámica y la española.

El romanista Antonio Contreras Martín describe la impresión que le causó el libro La novela y el espíritu de la caballería y la compleja y fructífera relación entre la caballería y la novela que transformó y modeló la cultura occidental.

Joan Curbet, filólogo, sostiene que las observaciones de Ruiz-Domènec sobre la mujer nos descubrían la capacidad significante del gesto, tratando a la expresión corporal como un espacio privilegiado de las posibilidades expresivas de la cultura.

El brasileño Ricardo da Costa, historiador de la cultura, destaca en su elogio la digna retórica encargada de combatir la escuela del resentimiento, que nunca deja de renacer de sus cenizas.

Rosa María Delli Quadri, historiadora napolitana, se fija en una de sus recientes obras ( Informe sobre Cataluña. Una historia de rebeldía 777-2017 ) para constatar que el autor practica una historia narrativa pero ascética.

El novelista y periodista Sergi Doria reseña las numerosas disidencias practicadas por nuestro historiador: ajeno a las tendencias dogmáticas, a las incitaciones del lenguaje ortodoxo, a las recomendaciones de lo políticamente correcto, con esa vocación libertaria que enriquece la cultura, libera las figuras prisioneras de los tópicos carcelarios y alimenta una incesante penetración crítica.

Alexander Fidora, historiador de la filosofía, celebra su modo de pensamiento dialogante, que hace de la reflexión historiográfica una de las grandes aventuras del espíritu.

Al músico y novelista Xavier Güell le parece asombroso que un catedrático de historia medieval posea tan elaborado criterio sobre los principales compositores de nuestro tiempo. “Su conocimiento profundo de las más diversas materias –literatura, política, filosofía, arte, música– y un gran talento para saber relacionarlas a través de la historia”.

El filósofo Francisco Jarauta rememora los Seminarios de Jacques Le Goff en la abadía de Fontevraud para seguir el hilo de un “historiador de una erudición inmensa y una competencia filológica admirable”.

El periodista Juan Lagardera, que de adolescente fue uno de los jóvenes alumnos de Ruiz-Domènec en Bellaterra, ha conservado viva la presencia de aquel profesor que se vestía con estilo, entre lanas escocesas y elegantes napas invernales, delgado y con la facha tocada por un foulard de aires psicodélicos, formalista en sus modos y cautivador en sus maneras.

Germán Rodrigo Mejía Pavony, historiador colombiano, refiere cómo organizó las conferencias de su colega en Bogotá “para llenar vacíos y combatir prejuicios”. Con intención de pensar una nueva historia de España y América libre de nacionalismos, recelos y ruindades.

Alfonso Mendiola, historiador mexicano, identifica la fenomenología de Husserl que atraviesa la totalidad de la obra de Ruiz-Domènec. Una obra que critica el realismo ingenuo y se ubica en el realismo crítico, una obra que articula el diálogo entre la filosofía y la historia, una obra escrita con voluntad de estilo y rigor.

José Luis Molina, antropólogo, afirma que “su abundante obra es un empeño por identificar las ideas que marcan una época histórica, a través de la hermenéutica de sus textos capitales, ya sean tratados eclesiásticos, documentos legales u obras literarias”.

El medievalista Alberto Reche Ontillera recupera la fascinación que le produjo el texto Iluminaciones sobre el pasado de Barcelona . Una reflexión que más de veinte años después sigue planteando interrogantes no resueltos acerca de las élites de la ciudad, sus problemáticas y sus horizontes de decisión.

César de Requesens Moll, periodista y lejano descendiente de la dama que preside la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, Isabel de Requesens, recuerda las estimulantes conversaciones con el profesor granadino instalado en Barcelona.

El historiador italiano Victor Rivera Magos cita una conversación con Ruiz-Domènec: “Georges Duby me aconsejó buscar meticulosamente en mi memoria personal, en la convicción de que haber nacido en Granada significaba algo”.

La antropóloga de Barcelona Maria Àngels Roque presenta a nuestro historiador como un gran conocedor de la cultura europea y mediterránea, un adelantado en nuestro país en el campo histórico de estudios sobre la mujer y un gran renovador del discurso histórico.

El músico y romanista Antoni Rosell afirma que Ruiz-Domènec encarna la tradición profesoral de académicos e intelectuales capaces de conocer, interpretar, analizar y difundir los conocimientos académicos.

El historiador turinés Giuseppe Sergi constata una de las exigencias asumidas por el historiador dispuesto a divulgar sus investigaciones: ser experto en comunicación.

Sergio Vila-Sanjuán, periodista y novelista, redactor jefe del suplemento Cultura/s de La Vanguardia , donde Ruiz-Domènec colabora desde los inicios, traza la semblanza de una amistad y los sucesivos encuentros con nuestro historiador. Primero como alumno en la Universitat Autònoma, evocando su enseñanza deslumbrante y a la vez enigmática, rica en elipsis y sobreentendidos. Luego como promotor del Ruiz-Domènec periodista, analista y crítico especialista ante el gran público.

Los chilenos José Luis Widow Lira, Paola Corti y Rodrigo Moreno relatan el impacto de Ruiz-Domènec en Chile. Con el título de “Pensar la verdad de la historia en el siglo XXI”, la disertación del historiador permitió diseminar fructíferas ideas y severas advertencias: “Los peligros que sufre la labor del historiador son tanto la invención del pasado para fines presentes como la profecía de un futuro ruinoso en caso de que no se sigan las pautas de la corrección política”. (Cabe decir aquí que la conocida expresión se utiliza como sinónimo de cortesía o buena educación, cuando en realidad connota significados más siniestros: en estos casos la famosa corrección alude los correccionales, centros penitenciarios de disciplina carcelaria.)

El mexicano Guillermo Zermeño Padilla, historiador de la filosofía, considera que en su forma más genuina la nueva narrativa de la historia radica en su apertura a desafíos cognitivos y epistemológicos. Zermeño recuerda la disertación de Ruiz-Domènec en el Colegio de México y su presentación del azar como una “categoría pura del entendimiento”, una perífrasis de lo desconcertante, lo nuevo, lo imprevisto.

Y así acaba el libro dedicado a Ruiz-Domènec y su obra.

Publicado en CULTURA/S de LA VANGUARDIA

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27 de septiembre de 2021

Ilustración Marta Cerdà

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Zombis y androides del tercer milenio

Ningún guionista se habría atrevido a programar un comienzo de siglo tan espectacular y, sin embargo, el hundimiento de las Torres Gemelas permanece en la memoria como la metáfora inaugural del tercer milenio. Al desmoronarse a plena luz del día las imponentes moles de Manhattan, un doloroso interrogante agitó la angustia de la multitud asustada: ¿acaso es este el signo de un mundo condenado a sufrir temblores más terribles?

Los conspiranoicos que ponen en duda la demolición de las Torres Gemelas aciertan al percibir los secretos temores de la civilización y desvelan con su obsesiva sospecha la trama argumental de la gigantesca tramoya: para que algo sea imposible debe suceder dos veces.

Se acentuó con este doble estremecimiento la intensa batalla de nuestra guerra cultural y la tendencia más tercamente arraigada en la mentalidad contemporánea: la confusión endémica entre realidad y ficción. Alentada por los embaucadores de siempre, claro está, pero pérfidamente enquistada en el cerebro adictivo del consumidor.

La industria del entretenimiento fue la primera en comprender el nicho de mercado abierto al desplazarse el eje cognitivo. Una masa creciente de consumidores necesitaba ratificar la confusión del nuevo siglo y renunciar a entender la diferencia entre aquello que se teme y aquello que se desea.

Tecnociencia y espectáculo

La tecnociencia ha precipitado en estas dos décadas la patente de sus dispositivos, ha permitido el surgimiento de las plataformas televisivas y promulgado el dominio de la predicción algorítmica. Esta laboriosa y triunfante industria ha sustituido con sus ingenios narrativos a las obras del séptimo arte y ha ampliado con una nueva vuelta de tuerca la sociedad del espectáculo. De ser un miembro del público que esperan los creadores, el espectador ha pasado a ser el sujeto encadenado a un inmenso catálogo de ficciones adictivas. Nunca antes la humanidad había vivido apabullada por semejante estruendo de imágenes artificiales.

En el escenario portátil de las pantallas deambula un repertorio de personajes cuya marca es la infamia. Mercenarios, sicarios, narcos, policías desquiciados, macarras, matones, espías, asesinos en serie, secuestradores, sádicos, violadores, pederastas, drogadictos y todo tipo de tarados sostienen con sus fechorías una delirante visión del mundo contemporáneo y una mórbida patología que la cultura se niega a diagnosticar. Series y videojuegos se ofrecen como pista de entrenamiento a un espectador atrapado en el torturado bucle de la violencia virtual. Los canallas que antes daban la réplica escénica al héroe clásico son ahora los magos negros de una siniestra ilusión.

La historia de la novela y del teatro ha sido saqueada por una factoría de ficciones que en lugar de alumbrar las zonas oscuras de la conciencia, expande las regiones sombrías de la fantasía. Cuando las entelequias de esta industria californiana no son banales, cursis o directamente estúpidas (ridículas comedias románticas o combinaciones cansinas del habitual inspector de crímenes pasionales), sus ocurrencias proceden de una poderosa tentación cultural.

La distopía como género narrativo ha desplegado su influencia gracias a la ociosa indolencia y la odiosa credulidad del espectador embelesado. Unos relatos de pobre imaginación y desbordada fantasía elaboran las presunciones del cientifismo y dan forma dramática al código cibernético del transhumanismo.

Horizontal

En un espectro de la programación desfilan los zombis y en el otro los androides. Los protagonistas de la fantasía distópica expresan con plasticidad los terrores apocalípticos y el consuelo de las promesas tecnológicas. El zombi enuncia la penosa certeza de la corrupción de la carne, la podredumbre de los cuerpos, la lenta agonía de los hombres medicados y la venganza de los muertos envidiosos. Los androides, en cambio, nos muestran la saludable vitalidad de unos mecanismos diseñados para repararse a sí mismos y durar sin desmayo ni fatiga.

Entretenimiento y doctrina

Los zombis ulcerados que arrastran los pies con la mandíbula colgante por las ruinas de un mundo desolado vienen a lamentar con su gemido el fracaso de un Creador incapaz de proporcionarnos la inmortalidad que veníamos reclamando. Los androides, sin embargo, ilustran las ofertas del fabricante de cuerpos resistentes a la maldición de la muerte. Da la impresión que las plataformas televisivas han encontrado un filón y están dispuestas a entretener al espectador y fomentar al mismo tiempo su confianza en el alegato doctrinal del cientifismo conductista.

No se sabe a ciencia cierta qué abanico de efectos secundarios despliega la ficción distópica en la mentalidad colectiva ni cómo activa el mecanismo mimético de un espectador predispuesto a adquirir hábitos, imitar conductas y adoptar ideas que no comprende. Dado que sigue causando desagrado la idea de morirse el día menos pensado y que ser devorado bajo tierra por los gusanos es algo que no todo el mundo acepta de buen grado, las predicciones del transhumanismo seducen a un público encantado con la propaganda de la ciencia ficción.

La guerra cultural entablada entre el humanismo y sus enemigos libra en el campo de la ficción una decisiva batalla de ideas de la que no todos los actores son conscientes. El combate entre las criaturas de la imaginación y los personajes de la fantasía cibernética es más intenso de lo que ha sido declarado. Aquellas criaturas reflejan la vida insurgente del espíritu creativo, los personajes auguran la resignada derrota de una humanidad trastornada.

Publicado en CULTURA/S de LA VANGUARDIA



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18 de septiembre de 2021

Hotel Formentor en los años 30

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Historia y leyenda de un hotel literario

 

Cuando el pasado 23 de abril, Día del Libro, leí el artículo publicado por el colaborador de El Cultural, Ignacio Echevarría, vislumbré de repente la esencial futilidad de los esfuerzos humanos y la apabullante tarea que nos ha sido asignada. No sólo se trata de decir y mostrar, contar y dar cuenta de nuestras ocupaciones, sino de repetirnos hasta la saciedad, insistir y reiterarnos con redundancia hasta que el fin de los tiempos se desplome sobre nuestra cabeza.

Con lógica irritación el articulista se preguntaba: “¿quién demonios está detrás del Premio Formentor?”

Parece evidente que escribir cada semana un artículo deja poco tiempo para buscar la información que esperan los lectores. Y resulta comprensible que en semejante estado de agotamiento no le hayan bastado al articulista once años para averiguar lo que sucede en Formentor. Con el fin de reparar las ausencias, omisiones y descuidos del articulista pongo a disposición del lector la breve sinopsis de este episodio de la historia cultural europea.

Es bien sabido que detrás del Premio Formentor no hay nadie. Todos los que están, están delante y con su rúbrica. Simón Pedro Barceló y Marta Buadas —en nombre de la Fundación Formentor— lo entregan cada año al autor galardonado. Como presidente del jurado soy yo el encargado de leer cada año el acta que declara los motivos de la elección. Durante estos once años han sido cuarenta los hombres y mujeres de letras —escritores, académicos, editores y críticos literarios— que han contribuido con su juicio, experiencia y buen criterio a las deliberaciones del jurado.

Cada año se dedica un número de Carnets de Formentor a glosar los méritos literarios del autor premiado. Estos ensayos hilvanan los motivos, argumentan las razones y expresan la responsabilidad intelectual asumida por los miembros del jurado. Al Comité de Honor del Premio Formentor pertenecen además tres destacados representantes de la escuela editorial europea: Antoine Gallimard, Roberto Calasso y Jorge Herralde.

No parece que en esta extensa comunidad culturalse dibuje algún parentesco con los demonios que atormentan al articulista. Y sin embargo podemos ver en su frase algo todavía más inquietante.

“¿Quién demonios está detrás del Premio Formentor? Me dicen que dos familias de hoteleros…” 

La historia de Formentor comenzó en 1931 cuando el hotelero y poeta argentino Adán Diehl construyó en la costa mallorquina el legendario hotel y lo inauguró convocando la Semana de la Sabiduría que presidió el Conde de Keyserling. A esta inspirada iniciativa se sumó treinta años después el hotelero Tomeu Buadas, que acogió las Conversaciones Poéticas organizadas por Camilo José Cela y el Premio Formentor creado por Carlos Barral, Einaudi, Gallimard, Rowolth… y otros colegas del mundo editorial.

Cincuenta años después, en el 2011, el hotelero Simón Pedro Barceló restauró la convocatoria del Premio Formentor y auspicia desde entonces las Conversaciones Literarias entre los más de trescientos escritores, poetas, ensayistas, artistas y actores que han pronunciado en los jardines de Formentor sus memorables intervenciones. Los mismos jardines en donde en plena pandemia se encontraron los editores independientes para redactar su reciente Declaración.

No es frecuente que el relato literario de unos hoteleros se sostenga durante tanto tiempo (¡90 años!) y sorprende que pese a las interrupciones se mantenga viva la entusiasta celebración de las bellas letras. El aura de este hotel literario incita asombradas meditaciones sobre la predestinación de un lugar, la belleza del paisaje y la casualidad que reúne a los hombres. Con resignación debo aceptar que al articulista se lo lleven los demonios cuando confiesa no saber nada del asunto. Pero confío que el rapto no dure mucho y algún día pueda leer ya sin prisas, como creíamos, los libros que han editado los propietarios de este legendario hotel literario.

Aunque si el articulista no tuviera tiempo puedo sugerir al lector, al desocupado lector, que vaya directamente al libro Prix Formentor (2020) y vea en sus páginas la historia del premio, los discursos leídos por los escritores galardonados —incluido el de nuestro querido Alberto Manguel— y las actas firmadas por los jurados. En el libro rojo de Formentor el lector verá escenificada la filosofía de nuestro Premio. Un galardón que se concede a la trayectoria de toda una vida y se convoca para rendir tributo a las obras maestras, alentar la intrépida lucidez de la conciencia artística, fomentar el buen gusto, la certeza de lo excelente, la elegancia cultural y la energía creativa de la imaginación literaria.

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16 de julio de 2021
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