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Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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La industria cultural y el oscuro reducto de la condición humana

 

La industria cultural ha formateado sus mercancías según la ansiedad que amedrenta a la multitud. El consumo bulímico de las novedades que narcotizan su angustia, la hipnótica y adictiva emisión de las pantallas, las consignas conductuales de la narrativa funcionalista y, cómo no, el saqueo de lo que antes conocimos como «galerías de arte». También el arte contemporáneo ha sido devorado por la maquinaria del simulacro cultural. Y puesto al servicio de la vulgaridad financiera, de la estéril inventiva de los escenarios, de la pompa mimética.

El lenguaje que dio forma al pálpito más profundo del ser, la impetuosa emanación de lo eminente, la fuerza que se agita con violenta impaciencia, la temblorosa insurgencia, ha sido falseado por la banalidad que ornamenta lo actual. En lugar de expresar la exigencia de lo invisible, el arte domeñado se conforma hoy con imitar las mil combinaciones de lo evidente.

Nada podrá parecer hoy más remoto y extraño que el pensamiento hilvanado por los protagonistas de las vanguardias. Ajenos a la orquestada unanimidad de la opinión, reacios a prolongar las directrices académicas, los artistas horadaban los opacos estratos de lo imaginario y atendían la exigencia del acuciante mandato interior, el requerimiento de la oculta incertidumbre, la premonición del más oscuro reducto de la condición humana.

Al acuñarse la leyenda vanguardista que ha divulgado la factoría cultural, se ha tergiversado su legado, desmentida su verdadera intención y sustituida por la oratoria de la innovación posmoderna.

Entre 1936 y 1939, un grupo de amigos, el pintor André Masson, Pierre Klossowski, el artista y pensador francés —hermano mayor de Balthus— y Georges Bataille, el escritor y antropólogo, editaron los efímeros cinco números de la revista Acephale. Se habían distanciado del movimiento surrealista a causa de las posiciones políticas adoptadas por André Breton, sin dejar de sostener el propósito fundamental del radical programa surrealista. La búsqueda de la expresión que revelara el verdadero funcionamiento del pensamiento, la exploración de las inéditas dimensiones de lo real, cegadas por una cultura incapaz de penetrar en las desconocidas regiones de lo subconsciente.

En el primer número de la revista, Georges Bataille advierte que sería vano intentar atraer a aquellos que tienen «veleidades tales como pasar el rato». Declara en su primer anuncio que es hora de abandonar el mundo de los civilizados y que será inevitable «volverse totalmente distinto o dejar de ser».

Al cernirse sobre Europa la criminal fantasmagoría del nacionalsocialismo hitleriano, Acephale se propone sacar de las garras ideológicas de los publicistas alemanes la obra de Friedrich Nietzsche y rescata los fragmentos que reflejan la posición del gran filósofo: «¡No frecuentar a nadie que esté implicado en el descarado camelo de las razas!».

Probablemente, haya sido Acephale la primera en advertir las raíces paganas y anticristianas del nacionalsocialismo alemán y de sus vínculos con uno de los notables teóricos de la doctrina nacionalista: Charles Maurras, fundador de Action Française, condenado a muerte por colaboracionista e inspirador de las reaccionarias corrientes nacionalistas de nuestra actualidad.

Volverse totalmente distinto exigía denunciar la maquinaria totalitaria del estalinismo y la coartada de sus aventurados cómplices. No resulta difícil imaginar la tenaza de hierro que cercaba a los distintos, los que no comulgaban con las ruedas de molino de la instrucción doctrinal. Sostenida, claro está, por su aparato policial, militar y carcelario.

En el número tres de Acephale, publicado en 1937, Bataille enuncia el postulado que sostendrá la tenaz resistencia a los coléricos liderazgos de la época: «A la unidad cesariana que funda un jefe, se opone la comunidad sin jefe unida por la imagen obsesiva de una tragedia». El antropólogo sugiere como imagen de la noble entereza humana el legendario episodio de Numancia. La negativa a aceptar la posibilidad de ser vencido, derrotado y dominado: antes el noble suicidio de los distintos.

«La comedia que opone el cesarismo soviético al cesarismo alemán muestra qué compraventas le bastan a una masa cercada por la miseria».

Debe recordar el lector que pocos días antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin firman un tratado de no agresión, un acuerdo que les permitía expandir sus dominios y proteger sus respectivas fronteras.

Buscando la causa que explique la delirante deriva de las masas adocenadas, excitadas y conducidas por líderes de tan irrisoria y criminal mascarada, Bataille apunta que «es la ley del tiempo presente que un hombre sea incapaz de pensar en cualquier cosa y esté atrapado en todos los sentidos por las ocupaciones completamente serviles que lo vacían de su realidad».

Las reflexiones y textos publicados en Acephale por André Masson, Pierre Klossowski, Georges Bataille, Jean Wahl, Roger Caillois o Jean Rollin contribuyeron a la fundación del Colegio de Sociología. Un espacio de investigación que se proponía «abrir perspectivas insospechadas para el estudio del comportamiento del ser humano». El objeto de la actividad anunciada recibió el nombre de sociología sagrada, «en tanto que implica el estudio de la existencia social en todas aquellas manifestaciones suyas en donde se vislumbra la presencia activa de lo sagrado». Una realidad, dice Bataille, que afecta a los más profundos secretos de la existencia.

La estéril profusión del arte contemporáneo, la banalidad de la narrativa del entretenimiento, la ridícula factoría musical, la progresiva sustitución de los artesanos empleados en la industria cultural por la rentable y baratera maquinaria de los algoritmos, conforman el balance de este primer cuarto del siglo XXI. Al haberse extirpado la conciencia de lo sagrado, desconociendo la nocturna influencia de los más profundos secretos de la existencia, destruida la disposición de cada uno a pensar por cuenta propia, eliminada de la paideía contemporánea la posibilidad del sacrificio personal, alentado el caprichoso hedonismo de los divertidos por la industria, la condición humana quedará reducida al consumo servil de un cuerpo doliente y vaciado de su realidad.

Este texto está publicado en Jot Down (enero 2025)

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7 de febrero de 2025
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La sociedad hipocondríaca

 

El aluvión de voces que se oyen a todas horas, las imágenes que se emiten de día y de noche, los textos que se publican, recitan y repiten a través de canales, emisoras, pantallas, plataformas y altavoces, el eco y la resonancia de lo que no deja de sonar, configuran el efervescente espacio de la globosfera. Etérea y transparente, pero influyente, persuasiva y mentora de una envolvente entelequia. La globosfera, hecha de información, datos y sugestión, amalgama las ideas instaladas, los relatos intensivos y las emociones con que la sociedad imagina su ficción identitaria.

Prensa, radio, redes y televisión alimentan la expansiva dimensión de la globosfera y sostienen el hipnótico consumo de las primicias que nos sorprenden. Tanto da que vibren en sus membranas las discordantes notas de la quimérica “conquista del espacio”, la matanza de los civiles sacrificados, la rivalidad de dos locutores o la airada denuncia de una mujer ofendida. El anhelo de la novedad es insaciable y su producción, inagotable.

Recientemente se ha incorporado al abundante caudal de la globosfera un inédito y fabuloso interés por el extenso repertorio de las enfermedades. Según consta en los anales digitales, la detallada descripción de los males incubados en el cuerpo del hombre suscitan una gran atención y despiertan unas enervadas ganas de saber. Hallazgos clínicos, investigaciones médicas y patentes registradas se consultan obsesivamente a la espera de conocer la cura del dolor, el remedio de las dolencias y la panacea de la aflicción universal.

El inventario de plagas, epidemias, contagios, enfermedades raras, incurables y corrosivas, afecciones, congojas y angustias, trepida en la globosfera y alienta la penuria del hombre resignado a su fragilidad y caducidad. En la globosfera se hilvana el filamento narrativo del malestar que conmueve a la multitud.

El ciudadano impaciente que sigue el relato de la lucha de la humanidad contra la enfermedad y la muerte, no dejará de buscar noticias alentadoras sobre la histórica batalla. Aunque sus conocimientos no le permitan entender el significado de los descubrimientos científicos, siempre esperará sacar provecho de sus publicitados efectos.

Holly Ingraham, profesora de Farmacología Molecular Celular de la Universidad de California, afirma haber descubierto una hormona capaz de fortalecer los huesos, pero se ve obligada a aclarar que el producto glandular solo actúa por el momento en ratones. En algún momento, dice, se confirmará en humanos: “En ratones hembras modificados genéticamente a los que se les eliminó un receptor de estrógenos ubicado en un grupo de neuronas del hipotálamo se producía un significativo aumento de la masa ósea”.

En el Laboratorio de Ciencias Médicas de Londres han comprobado que al inyectarles un simple anticuerpo la vida de sus ratones se prolonga un veinticinco por ciento. El investigador español Jesús Gil declara que “no hay razón para pensar que lo que pasa en ratones no vaya a funcionar en humanos”.

No todos los experimentos se ensañan con las ratas del laboratorio. El Tony Blair Institute ha calculado las pérdidas que la escasa productividad de los obesos ocasiona a la economía británica y el nuevo Gobierno laborista se propone recetar inyecciones adelgazantes a los desempleados obesos. La multinacional farmacéutica Eli Lilly dispone del fármaco adecuado y lo inyectará semanalmente y durante cinco años a 250.000 gordos. Se supone que los resultados del ensayo permitirán al Gobierno británico acabar con la obesidad mórbida y devolver la salud a la economía del país.

Las conclusiones del congreso de la Sociedad Europea de Oncología Médica, recientemente organizado en Barcelona, han hecho temblar en la globosfera una de las más espeluznantes y conocidas aprensiones: “Se incrementa la aparición temprana del cáncer en adultos jóvenes con tumores impredecibles y agresivos”. Los datos estremecen a los especialistas: “Es una emergente epidemia mundial, los tumores han crecido un ochenta por ciento en tres décadas”. La información enumera los órganos en los que se ceba el temido cangrejo: páncreas, esófago, riñón, hígado, vesícula, estómago, cabeza y cuello.

Gracias a la OMS descubrimos algo de lo que nunca nadie nos había hablado. Que una bacteria llamada pseudomona aeruginosa es la causante de quinientas mil muertes al año. La organización la considera una de las grandes amenazas infecciosas del planeta, un bacilo carnívoro, un patógeno oportunista, un germen letal. Por lo visto el microbio aprovecha el defecto inmunológico de los pacientes con fibrosis quística y corroe la salud de quienes padecen “enfermedad pulmonar obstructiva crónica”. Es cierto que los fallecidos son un 0,006 % de la población mundial, pero ¿por qué no temer que sea cualquiera de nosotros el destinado a sufrir el ataque de la tenebrosa bacteria?

Al mismo tiempo nos sorprende que el virus del Nilo Occidental se haya instalado en las riberas fluviales de Andalucía. Dice la noticia que miles de familias sevillanas se han confinado voluntariamente. En Sevilla falleció una mujer, en La Puebla una niña ha quedado en estado vegetativo y en Camas un niño sufre ataques epilépticos. Según lo publicado, el 80% de los infectados por el mosquito Culex, el transmisor del virus del Nilo Occidental, cursan la enfermedad de manera asintomática y solo un pequeño porcentaje padece encefalitis o meningitis, lo que no deja de ser un terrorífico consuelo.

Igualmente inquietante parece el rastro que deja la avispa asiática desde que en el año 2010 entró en España por Guipúzcoa. Al operario agrícola afectado por la picadura de la vespa velutina se le durmió el brazo y le dieron tembleques, se le abrió una herida de diez centímetros por cinco, con los bordes rojos, el centro negruzco y con aspecto necrosado. La plasticidad de los detalles publicados hace muy creíble la recomendación de ahuyentar los enjambres de la avispa asiática.

Se informa también del delicado estado de salud de un hombre picado en Toledo por la garrapata que le inoculó la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo. Un virus para el que no existe vacuna y que es endémico en África, los Balcanes, Oriente Medio y Asia.

Justo un día después de que la OMS decretara la emergencia sanitaria internacional se confirmó en Suecia el primer caso de la nueva variante de la viruela del mono. La cepa contagiosa, cuyo solo nombre despierta un escalofriante espanto, afecta especialmente a los niños. Bajo el visible titular de la noticia se citaba la nota del Centro de Control de Enfermedades: el riesgo que supone la nueva variante de la viruela del mono es muy bajo en Europa.

No solo los insectos infectan a los humanos. Las enfermedades de transmisión sexual aumentan exponencialmente y cada año se registran en Europa trescientos mil nuevos diagnósticos. Los casos de gonorrea, sífilis, clamidia y linfogranuloma venéreo no fomentan, al parecer, la precaución profiláctica que recomiendan las campañas de las autoridades sanitarias.

Otro de los asuntos que reverbera en la globosfera es la reacción que contagia el suicidio de los famosos. Se cita el estudio publicado por la Universidad de Columbia en la revista Science Advances : un nuevo procedimiento estadístico puede medir la virulenta expansión de los pensamientos suicidas. Nos dicen que, al conocerse el suicidio del actor Robin Williams, la probabilidad de que una persona que jamás había padecido semejante tentación empiece de repente a pensar en ello se multiplicó por mil. El reputado estudio confirma lo influenciable que puede llegar a ser un ciudadano conectado a la globosfera.

Que un clandestino instinto suicida pueda brotar de golpe y ser contagioso pone en jaque el autodominio del que presumen los humanos. Según publica el informe anual del Sistema Nacional de Salud del 2023, uno de cada tres españoles padece algún problema de salud mental. Un porcentaje del que todavía no se han sacado las debidas conclusiones. Los síntomas que ayudan a diagnosticar las escurridizas o estrepitosas dolencias mentales abarcan un extenso repertorio de emociones furtivas, ansiedad, insomnio, obsesión, depresión, temor, locura... Un inquietante trastorno masivo. Se constata también que el consumo de antidepresivos en menores de edad se ha duplicado en los últimos cinco años. El estallido patológico explica la ordenada prescripción de ansiolíticos y la reiterada receta de psicofármacos. Se afirma que España es uno de los mayores consumidores del mundo de benzodiacepinas. Informa al mismo tiempo el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses que la mitad de las personas que se quitaron la vida en el 2023 tenía restos de ansiolíticos en la sangre. La medicación masiva, el encono de la obcecación y la métrica de las estadísticas oficiales permiten a los expertos asegurar que la enfermedad mental es otra de las epidemias de nuestro siglo.

El director de YouTube Health, Gart Graham, sin perder de vista la oportunidad de negocio que supone la formidable demanda del público, quiere contribuir a la influencia de la globosfera y pone en marcha en España un programa para “ayudar a la gente a encontrar fuentes sanitarias autorizadas”. La plataforma estadounidense sabe a ciencia cierta lo que hacen los usuarios y puede contabilizar las búsquedas que se hicieron en España el año pasado: trescientos millones de visualizaciones tras la pista de la “salud mental”. Una inquietud que refleja la hondura del malestar que atemoriza a la sociedad española.

Mas no todo lo que se presiente en la globosfera es lúgubre y amargo. También circulan las promesas que aseguran arreglar los estropicios del defectuoso ser humano y encontrar los remedios que acabarán con su padecimiento. Un reputado centro de investigación busca en los entresijos del cuerpo las huellas biológicas que permitan detectar la dolencia antes de que duela. Se anuncia con entusiasmo la técnica que podrá pronosticar lo que te puede pasar. Avanzar hacia la detección cada vez más temprana, supondrá, según dicen, una revolución sin precedentes. Especialmente, se supone, en el sector de las aseguradoras, que podrán calcular mejor el riesgo que asumen con cada uno de sus clientes.

Dado que el relato sanitario elaborado por la globosfera se pronuncia como una sentencia terminal, corresponderá a nuestra época actualizar el dictamen de Hobbes: en nuestro malhadado siglo, el hombre es un enfermo para el hombre. Un paciente en potencia, un sufrido cuerpo de achaques, un organismo destinado a ser medicado, ingresado y operado. La transformación del hombre en una criatura frágil, enfermiza y febril anticipa el absurdo y grotesco fracaso de la civilización. Según la Encuesta Europea de Salud del año 2020, publicada por el Instituto Nacional de Estadística, cerca del 50% de la población de más de quince años padece alguna enfermedad o problema de salud crónico. Un porcentaje que el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud, de la Universidad de Wisconsin, considera demasiado optimista. Su informe GBD (Carga Global de Enfermedades) publica la más completa cuantificación del estado de salud del mundo. Y constata gracias a la “evidencia oportuna, relevante y científicamente válida” que más del 95% de la población mundial tiene algún problema de salud; y eso que en muchos casos “hay personas con hasta cinco enfermedades”.

En 1975, Carlos Barral publicó en su editorial, Barral Editores, el demoledor ensayo que el austríaco Ivan Illich dedicó al pathos industrial de las sociedades desarrolladas. El teólogo y filósofo por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, ordenado sacerdote y vicerrector de la Universidad Católica de Puerto Rico, señaló en su Némesis médica. La expropiación de la salud la enrevesada crisis de nuestro tiempo: “La medicina institucionalizada ha llegado a convertirse en una grave amenaza para la salud”. Al advertir los efectos indeseables causados por “la medicalización de la vida”, formuló la teoría de la yatrogénesis : el conjunto de intervenciones innecesarias que lleva a cabo la medicina industrial propicia un nuevo espasmo de enfermedad, deterioro y dolor. Con su reflexión, Illich no solo proponía revisar el modo en que la ideología mecanicista ha construido una versión política del cuerpo humano, sino recuperar la responsabilidad con la que cada persona debe cuidar de su propia salud y devolver a la condición humana la conciencia de su verdadero lugar en el mundo.

Más espeluznantes han sido los libros del médico e investigador danés Peter C. Gøtzsche. En el prólogo a Medicamentos que matan y crimen organizado, Joan-Ramon Laporte, catedrático emérito de Farmacología Clínica en la Universitat Autònoma de Barcelona, enumera las prácticas impunes de la industria farmacéutica: “extorsión, ocultamiento de información, fraude sistemático, malversación de fondos, violación de las leyes, obstrucción a la justicia, falsificación de testimonios, compra de profesionales sanitarios, manipulación y distorsión de los resultados de la investigación, alienación del pensamiento médico y de la práctica de la medicina, divulgación de falsos mitos en los medios de comunicación, soborno de políticos y funcionarios, corrupción de la administración del Estado y de los sistemas de salud”.

La estrategia de evasión y encubrimiento corporativo del sector farmacéutico no se debe solo al beneficio obtenido gracias a su acreditada amistad con los legisladores, sino al inconveniente que supondría admitir que “las reacciones adversas a los medicamentos son las responsables de la muerte de doscientos mil europeos cada año”.

Mucho antes, hace más de tres siglos, el público de París ya se reía a mandíbula batiente con la ironía de Molière. El estreno de El enfermo imaginario fue apoteósico y de nuevo cautivó al espectador con la sátira que se burlaba del colegio de médicos, cirujanos y boticarios. Argán, el personaje hipocondríaco que protagoniza la obra, vive obsesionado por las lavativas que reblandecen, humedecen y refrescan sus entrañas. Es un hombre asustado por la corrupción de la sangre, la acritud de la bilis y la feculenta turbiedad de los humores, quiere casar a su hija con un médico para tener siempre a mano los potingues, recetas y remedios que reclama su maniática obsesión y vive atormentado por el miedo a padecer alguna de las enfermedades escondidas en la impenetrable madeja de los órganos vitales. Y eso a pesar de tener cerca a su hermano, Beraldo, un escéptico que cultiva la sabiduría popular y considera a la medicina una de las mayores locuras acaecidas a los hombres: “Los médicos saben hablar en latín y conocen el nombre griego de las enfermedades, pueden clasificarlas y definirlas, pero de curar, lo que se dice curar, no saben nada. La excelencia de su arte es un pomposo galimatías y una cháchara capciosa”.

La puesta en escena de El enfermo imaginario fue otro de los éxitos del dramaturgo francés, pero con su última temeridad sacudió a todo París. El propio Molière actuaba como protagonista principal de la comedia y puso en boca de su hipocondríaco personaje, Argán, la maldición que durante mucho tiempo ha resonado entre los bastidores: “Muérete, Molière, muérete, así aprenderás a no reírte de los médicos”. Con estas palabras el popular autor teatral se despidió del mundo: tuvo un desvanecimiento, empezó a vomitar sangre y, al cabo de unas horas, estaba muerto.

El conocido episodio da cuenta de hasta qué punto el más discreto de los hipocondríacos tiene motivos para temer sus maniáticas aprensiones. Es probable que la abundante información clínica que circula por los canales de la globosfera prolongue la comedia de Molière y contribuya a excitar el corrosivo murmullo de los miedos inconfesables. ¡Quién sabe lo que es capaz de imaginar un hombre asustado!

La elocuencia de la globosfera, tan persuasiva, redundante e insistente, va conformando la imagen que el hombre contemporáneo se hace de sí mismo. La empastada amalgama de doctrina, publicidad y pavor que el modelo antropológico de la civilización industrial ha instalado en la mentalidad colectiva nos ha familiarizado con el sorprendente desenlace del progreso: l’homme malade. Un hombre diagnosticado, medicado y resignado a la mordacidad de los males imaginarios, factibles y fatales.

 

Bibliografía recomendada:

Peter Gøtzsche Medicinas que matan y crimen organizado: cómo las grandes farmacéuticas han corrompido el sistema de salud Libros del Lince

Psicofármacos que matan y denegación organizada Libros del Lince

Cómo sobrevivir en un mundo sobremedicado Roca

Vacunas. Verdades, mentiras y controversia Capitán Swing

Joan-Ramon Laporte Crónica de una sociedad intoxicada Península

Fernando Fabiani La salud enferma. Cómo sobrevivir a una sociedad que no te permite sentirte sano Aguilar

Antonio Sitges-Serra Si puede, no vaya al médico. Las advertencias de un médico sobre la dramática medicalización de nuestra hipocondríaca sociedad Debate

Nick Dearden Farmaconomía. Cómo las grandes farmacéuticas contribuyen al deterioro de la salud global Galaxia Gutenberg

 

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7 de enero de 2025
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La esgrima de los duelistas

 

En la batalla cultural de nuestro siglo, como si fuera un duelo de esgrima entre dos oficiales de la caballería napoleónica –no siempre con los buenos modales que describe Conrad en su novela–, se sostienen vigentes los conflictos y las disputas que han forjado nuestra razón política. Va pasando el tiempo, pero no parece que las querellas entabladas por el genio polémico de los pensadores, artistas y escritores muertos, tan minuciosamente reconstruidas en Un duelo interminable, puedan darse por caducadas.

El nuevo libro del historiador José Enrique Ruiz-Domènec, granadino y barcelonés, aparece tras los recientemente publicados por la editorial Taurus ( El sueño de Ulises , El día después de las grandes pandemias , Informe sobre Cataluña) y después de las obras rescatadas que va incorporando a su esmerado catálogo (La novela y el espíritu de la caballería).

El historiador inglés Eric Hobsbawm fechó el inicio del corto siglo XX con la Gran Guerra; su final, con la caída del Muro de Berlín y la dispersión de la Unión Soviética. El nuevo libro de nuestro historiador, la sinfónica reconstrucción de la batalla cultural que da forma a nuestra visión del mundo, sugiere no dar por consumado el largo siglo XX.

Las ideas desplegadas en la mentalidad contemporánea y las fuerzas incubadas durante el prolongado siglo (1871-2021) conservan su aleccionadora virulencia y permanecen enfáticamente presentes en los dilemas y encrucijadas de nuestro ahora.

Los protagonistas que encabezan el ambicioso relato de Ruiz-Domènec son, no en balde, dos historiadores: Jacob Burckhardt y Jules Michelet. Un reconocimiento a la vocación académica desempeñada por el autor durante su prolífica carrera y un elogio al desafío intelectual y moral que supone interpre- tar el sentido solapado por el paso del tiempo.

En la década de 1870, cuando Giuseppe Verdi va ultimando la partitura de la ópera Aida que se estrenó en El Cairo, el suizo Burckhardt detecta la corriente profunda que configura los episodios más notables de la historia, el francés Michelet dibuja los lindes que ayudan a entender las mutaciones del tiempo histórico, Nietzsche atribuye al Estado el afán de dirigir el curso de la cultura, Wagner se dispone a recuperar el lado oscuro de los mitos, el levantamiento de La Comuna de París acaba con el imperio de Napoleón III, los pintores Pisarro, Manet, Degas et alter convocan la insurgencia estética del movimiento impresionista… En esta bisagra temporal sitúa Ruiz-Domènec los comienzos de nuestro largo siglo XX.

La cronología del historiador registra los parentescos, forcejeos y simetrías entre la literatura, la música, el cine, el teatro y la filosofía que emana en cada uno de los momentos vertebrales de nuestra época. El gran puzle de las ideas que nuestro autor encaja en la cartografía cultural de los hechos históricos muestra la fabulosa complejidad de un siglo atestado de inteligencia, imaginación y coraje intelectual.

El libro de los combates culturales podrá leerse también como el tratado de un método histórico: tan raro será predecir el futuro como adivinar el pasado. Pese a la penetrante indagación de los historiadores dedicados a entender la articulación de los acontecimientos subsiste entre ellos la callada sospecha de estar ante una oscura causa inabordable. Y es precisamente la incesante discusión de las mejores cabezas, culta, elegante y civilizada, la obra de los pensadores que desbrozan las imposturas del siglo, la que contribuye a descifrar la tupida trama de la Historia.

En la enciclopédica narración de Ruiz-Domènec aparecen consignados los artífices de estos 150 años y el decisivo papel que han jugado en la composición de nuestro patrimonio cultural. El lector atento podrá seguir el hilo que lo sacará del intrincado laberinto y descartar para siempre la tentación de la banalidad doctrinaria. Errico Malatesta y Guillaume Apollinaire, Schönberg y Coco Chanel, Picasso y Heidegger, Sartre y Kerouac, Salinger y Pasternak, Robbe-Grillet y Bob Dylan, Habermas y Foucault, Harari y Ratzinger, son algunos de los duelistas que se han batido en los acuciados escenarios de su tiempo.

Hace pocos días leíamos en la prensa las declaraciones del nuevo secretario general de la Otan, el político neerlandés Mark Rutte. Su petición a los países miembros de la Alianza Atlántica no se limitaba a reclamar el aumento de los presupuestos que cada país dedica a la industria armamentística, sino a crear una verdadera “mentalidad de guerra”, una especie de alarma que nos predisponga a empuñar las armas. La sorprendente proposición, que tan vivamente contrasta con la disputa de las ideas civilizadas y que tanto recuerda la retórica guerrera de los peores tiempos de nuestra historia reciente, no parece haber escandalizado a la opinión pública pero nos proporciona la ocasión de recomendar la urgente lectura del libro de Ruiz-Domènec. Al advertir el peligro de un nuevo fracaso de la Historia, incapaz de bloquear la patológica inercia del belicismo, el autor de Un duelo interminable nos invita a contribuir a la batalla cultural, a la esgrima de la inteligencia, al torneo que perfeccionará, pese a todas las dificultades, el compromiso ilustrado de la paz perpetua.

 

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23 de diciembre de 2024
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Carlos Fuentes y el mural del tiempo sepultado

 

A las puertas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en la que España es el país invitado, y después de que el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, y la nueva presidente mexicana, Claudia Sheinbaum Pardo, hayan exigido al Rey de España Felipe VI pedir perdón por “las atrocidades cometidas en la conquista de México”, no podrá ser más oportuna la reedición del El espejo enterrado de Carlos Fuentes.

La primera edición de su efusivo mural histórico apareció en la remota efemérides de 1992, coincidiendo con la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América y en sintonía con el optimismo propio de aquella época feliz. Carlos Fuentes elaboró entonces una perspectiva inédita sobre el significado de la historia que hoy truena con renovado estrépito. Evitando los lugares comunes tan tercamente asentados y señalando relaciones inesperadas entre hechos desperdiciados, Fuentes sortea la retórica decimonónica, prescinde de las consignas militantes y propone ver el Encuentro y colisión entre dos mundos como la causa de una prometedora hermandad.

Con su proteica, dionisíaca y pletórica imaginación intelectual, el escritor mexicano (1928-2012) rescata la genialidad de los tiempos perdidos e instala en el presente de nuestros dilemas la razón que permanecía desapercibida y sepultada.

Habla Fuentes en primera persona de la España griega, cartaginesa, romana y goda, cristiana, árabe, judía y gitana, de la América olmeca, azteca, maya, incaica y su constelada comunidad indígena, y cita a los mozárabes, mudéjares, muladíes y tornadizos que componen la vivacidad criolla, mestiza y mulata de nuestro efervescente sincretismo.

Con resuelta destreza narrativa, Fuentes orquesta una seductora interpretación de la historia hispanoamericana, deja fuera de juego los rudimentarios discursos doctrinales y despliega una formidable energía de agitación política, literaria y cultural.

Fuentes instala en el teatro del presente las ideas y pensamientos elaborados a lo largo de dos milenios, enlaza acontecimientos dispares y evoca la fuerza tejedora de las grandes obras literarias. Nuestro autor oficia en El espejo enterrado una ceremonia de restauración: convoca el espíritu de Maimónides y el de Blanco White, el de Séneca y el de San Isidoro de Sevilla, el de Averroes y el de Sor Juana Inés de la Cruz, el de Bernal Diaz del Castillo, Fernando de Rojas y el Arcipreste de Hita, el de Cervantes y el de Borges.

Con el trazo firme de los muralistas mexicanos (Rivera, Orozco…) Fuentes dibuja en el telón de fondo del tiempo una deslumbrante escena, un inmenso mural narrativo, la visión panorámica que sustentará la lúcida conciencia de nuestro presente.

Junto a los bisontes de Altamira mugen los toros espantados del Guernica; junto al busto de la Dama de Elche gime la diosa del parto Tlazolteotl-Ixcuina; bajo el rostro sonriente del profeta Daniel, en el pórtico de la Catedral de Santiago, danzan los sacerdotes de Bonampak; entre los toros de Guisando pasea el dios desollado Xipe Topec; la bicha de Bazalote, el toro íbero con cabeza humana, contempla con curiosidad al jaguar de los guerreros Nahuatl; sobre las procesiones de los penitentes sevillanos vuelan los guerreros águila de la milicia mexica; Quetzalcóatl se encarna en la figura del temerario Hernán Cortés; el Boabdil que pierde Granada se encarna en el Moctezuma que pierde México; las brujas de Goya revolotean en las cumbres de Machu Pichu; las mil columnas de la mezquita de Córdoba se levantan en la explanada de Teotihuacán; Rodrigo, el último rey visigodo, pasea en su carruaje de marfil tirado por dos mulas blancas entre las pirámides mayas de Yucatán… En las esquinas del mural se distingue el rostro apesadumbrado de otros personajes: Napoleón, prisionero y cabizbajo en la isla de Santa Elena, lamentando que su penalidad empezara con “la maldita guerra de España”; Francisco de Miranda, el verdadero héroe ilustrado de la Independencia, medita con asombro en su mazmorra después de ser entregado por Bolívar a las tropas españolas; Buenaventura Durruti y Emiliano Zapata pasean melancólicos entre las cabezas olmecas intentando descifrar el significado metafísico de la extraña derrota.

Mientras tanto, en el reverso bélico de la historia, mientras se derrumban y sustituyen ciudades, dominios y caudillos, allí en donde actúan a sus anchas esclavistas, mercenarios, sicarios y estafadores de todo pelaje, el lector de El espejo enterrado reconocerá el sanguinario combate entablado desde el principio de los tiempos contra… nosotros mismos. El impetuoso furor que se desencadena en cada uno de los momentos incontenibles de la penosa historia del mundo.

El espejo enterrado, un ensayo intelectual, literario y político escrito para liberarnos de la condenada herencia, recorre los laberintos del tiempo y rescata los luminosos episodios de una ópera grandiosa. Las escenas de la trágica comedia humana, la bulliciosa emergencia de las voces, gestas y obras que dan cuenta de lo que somos. Es el legado que no pueden comprender, abarcar ni manejar los encargados de redactar las apropiaciones oficiales de la Historia.

 

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2 de diciembre de 2024
Los autores y la crítica

Crítica de la razón maquinal

Editorial KRK

 

El pensador ambulante de la filosofía agonista se ejercita en un pensar al margen del tiempo. Se trata de la más radical emancipación concebida por el espíritu humano. El gesto de una inteligencia que se ha puesto a salvo del imán temporal.

El ensayo puede ser leído con la cautela que recomendaba Marco Aurelio en sus Meditaciones, según la parsimonia que esperaba Pico della Mirándola en sus Conclusiones o con la prudencia de Baltasar Gracián en su Oráculo manual. Las conjeturas que enuncia la Crítica de la razón maquinal despliegan los motivos de una nueva perplejidad. Apelando al más vivaz de los asombros, el ensayo de literatura gnómica propone recuperar una atenta incredulidad y despertar la vívida conciencia del enigma temporal.

Los pensadores de la filosofía agonista pertenecen a una tradición de pensamiento inaprensible y errante, severo y paciente, aristocrático y displicente. Se han propuesto pensar lo que no puede ser pensado, el olvidado arcano del tiempo premundano y la inconcebible eternidad del infinito.

 

Reseñas en la prensa:

PUBLISHERS: 'Crítica de la razón maquinal, la nueva epopeya filosófica' (enero 2025) por Fini Martínez ABC Cultural:  'Contra la tiranía del algoritmo'  (feb 2025) por Sergi Doria VALENCIA CITY: Tecnópolis. “Crítica de la Razón Maquinal” (enero 2025) por Adolfo Plasencia THE OBJECTIVE: 'Basilio Baltasar alerta contra el dominio del espíritu humano por las máquinas' por María Paredes ZENDA: Basilio Baltasar: “La Biblia es un libro que muta según se lee” ABRIL (Suplemento): 'En la mente del filósofo agonista' por Quim Barnola EL CIERVO: Crítica de Jaume Boix LA VANGUARDIA: “La inteligencia artificial es la nueva versión de la torre de Babel” entrevista - Sergio Vila-Sanjuán ENTRELETRAS: ‘Crítica de la razón maquinal’, de Basilio Baltasar por Enrique Lapuente DEVANEOS: Crítica de la razón maquinal (Basilio Baltasar) JOT DOWN: Las singulares recomendaciones de Jot Down para el día del libro

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28 de noviembre de 2024

Revista Jot Down No. 48

El quiosco

El enigma literario del relato imaginal

REVISTA JOT DOWN Nº 48 (septiembre de 2024)

 

La envergadura de la crisis contemporánea, la intestina agitación que padece el hombre identitario, la desazón que corroe su estado de ánimo, las imposturas que adopta al camuflar su malestar, el fraude estético de la factoría cultural y el colosal consumo de sus productos troquelados, aparece consignada en la novela funcionalista. La llamamos así en consonancia con la escuela sociológica que identifica las funciones encargadas de sostener el orden, regular los conflictos y establecer el código de conducta conveniente al organismo social. La novela funcionalista abarca un amplio espectro de estilos, modelos y formalidades ideológicas y exorciza el lamento de los desastres mundanos, los males enquistados en el cuerpo y las inquietas turbulencias del lector. La influencia de la novela funcionalista ha resultado decisiva a la hora de conformar el estado de cosas administrado por la industria cultural.



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16 de octubre de 2024

Alianza editorial, 2007

Blogs de autor

El arte de dejarse llevar

 

Un buen amigo nos contó hace poco lo que había dicho su madre después de visitar en Brasil a uno de sus hijos:

—¿Qué tal fue el viaje, madre? —¿Viaje? ¿Qué viaje? Eso no es viajar, eso es cambiar de sitio.

La lúcida sentencia nos ayuda a entender la diferencia entre viajar y eso otro que hacemos todos con tanta frecuencia: ir de un lado a otro, cambiando de sitio.

A tales efectos será bueno recordar que la obra fundacional de nuestra historia literaria es el relato de un viaje. Y que las peripecias de Ulises son las que nos ayudan a entender la diferencia entre viajar y cambiar de sitio.

La condición que afronta el viajero que emprende al modo antiguo su camino es una inconfundible sensación de peligro: la sombra de una incómoda incertidumbre. El viajero se sabe sometido al capricho del azar. Como bien nos cuenta la Odisea cualquier cosa puede ocurrir. Las sirenas, las brujas que nos convierten en cerdos, los ogros caníbales de un solo ojo… En la conciencia del que se ha embarcado a merced de lo imprevisible se incuba una inquietante sospecha: la de no llegar nunca a su destino.

El curso de los caminos no señalados en el mapa y la posibilidad de perderse conforman el encanto de los viajes peligrosos, el derrotero de los viajeros zarandeados por los vientos adversos, amenazados por la imprevisible hostilidad de un mundo sin explorar.

Azar, peligro y amnesia, como nos contó Homero, son los ineludibles peligros del viaje. De ahí que se recomiende llevar en el bolsillo un breve manual de instrucciones: los consejos que lo mantendrán alerta y en estado de vigilia.

Dice así: estate atento, recuerda quién eres y sé agradecido.

Vivazmente atento a las señales que te orientarán, sin perder de vista quién eres y lo que buscas, sin sucumbir a la amnesia que te dejará prisionero en el laberinto del mundo, y siempre dispuesto a agradecer la ayuda de los desconocidos que aparecen en tu camino.

Obviamente, el viaje del que estamos hablando es también la metáfora del verdadero viaje: el viaje de la vida. Y lo que vale para una cosa vale también para la otra.

Uno de los libros dedicados a glosar el gran género de la literatura de viajes se publicó en 1935. Fue elogiado como un ejercicio de virtuosismo, una novela hecha de sensualidad, ironía, lucidez y misterio. Escrito con pasión y con furia para llevarnos a las vastas y misteriosas regiones de Asia.

Estamos hablando de Frederic Prokosch y de su primera novela Los asiáticos. La historia de un viajero dispuesto a cumplir la más descarnada exigencia impuesta por el género: «dejarse llevar».

No se sabe cómo el autor ha llegado a Beirut pero allí comienza el viaje que le lleva a Siria, Armenia, Rusia, Teherán, Afganistán, Tíbet, India, Tailandia y la Indochina francesa. Se detiene en las ciudades que han decorado la imaginación de la literatura universal. Esmirna, Damasco, Teherán, Lahore, Delhi, Agra, Benarés, Calcuta, Rangún, Mandalay, Bangkok, Hanoi…

Su itinerario empieza con mal pie y apenas poco después de emprender la ruta que le llevará a través de Asia, es encarcelado y acusado de ser un espía ruso. El lector descubrirá que el azar que lo ha encerrado es el mismo que le permitirá escapar.

En las peripecias que llevan al joven Prokosch de un lado a otro del inmenso continente aparecen nobles campesinos persas, bandidos armenios, estafadores turcos, contrabandistas libaneses, fanáticos obcecados, ladrones y guerrilleros enzarzados en las guerras que, hoy como ayer, asolaban el inmenso territorio asiático.

La prosa de Prokosch pone en escena las más vívidas impresiones de una penetrante sensibilidad. Nada pasa desapercibido para el escritor, nada ha sido inadvertido. El libro compone un fresco de extraña belleza. No es la postal de un paisaje, sino una sinfonía de momentos redimidos por la enigmática conjunción entre el mundo y el alma, las cosas y la emoción, los lugares y su espíritu tutelar, las gentes y su indescifrable destino.

Otra de las recomendaciones escritas en el manual de consejos ambulantes para el que desee emprender la ruta de los hombres osados es viajar ligero de equipaje. Prokosch lo hace con las manos en el bolsillo. En un bolsillo prácticamente agujereado. Despreocupadamente, confiando, como suele decirse, que Dios proveerá. Este gesto de confianza contribuye a compensar la incertidumbre. Y a dejarse llevar según sopla el viento del azar.

Un pasajero encontrado en el autocar que les conduce a Damasco le dice:

«Mañana marcho a Turquía. ¿Le gustaría acompañarme?»

Aquí empieza el fascinante juego de carambolas que mantendrá en vilo al lector. Sorprendiéndole a cada paso con una formidable dramatización de situaciones insólitas. Personajes cuya personalidad confirman las dimensiones más espléndidas de la condición humana y sujetos cuya maldad no seríamos capaces de imaginar aparecen ante el viajero como fantasmas de un mundo siempre a punto de estallar.

No debe creer el lector que la hostilidad procede siempre del mundo exterior. También le convendrá prestar atención a ese otro aspecto que tan decisivamente puede alterar el rumbo del viaje.

«Sutiles y despreciables pensamientos entraban y salían de repente de mi imaginación; destellos de irritabilidad, astillas de suspicacia, de envidia, de aborrecimiento, de soledad, de comprensión maligna… me juré a mi mismo esquivarlos a todos. No los dejes jugar contigo, no los dejes entrar con argucias. Aíslate. Sé fuerte. Sé altivo».

En este momento de la narración el lector comprende que el viaje emprendido a través del mundo no pretende sólo desvelar los confines de la tierra, sino conocer el más profundo y desconocido centro de uno mismo. Ese otro yo que permanece indómito y reacio, oscuro y reticente, ese yo que llevamos dentro sin saber quién es.

En su encuentro con el Príncipe de Ghuraguzlu, en la Ciudad Santa de Meshed, en el viejo Irán, hospedado en su palacio, Prokosch descubre uno de los secretos que esconde Asia en su alambicada memoria:

«Un asiático auténtico nunca es feliz. Porque no desea nada de lo que puede ver o tocar. No apetece nada de esta vida. Asia desde hace largos siglos está buscando algo, algo que no encuentra; un pueblo que no está poseído de certeza, que se sume más y más en la abstracción y que empieza a olvidar lo que está buscando…»

Al llegar a este capítulo el lector se detiene a meditar y se hace la pregunta que le acompañará a lo largo del libro: ¿no seré yo mismo uno de esos asiáticos que no saben lo que buscan?

Si el lector de Prokosch pone en práctica los consejos que se dan al viajero y se deja llevar a través del hipnótico relato, destila con lentitud la musical ensoñación del texto, contempla con asombro las deslumbrantes evocaciones, revive en su imaginación las convulsas impresiones del viaje, podrá decir sin reservas que ha podido hacer suyas las recomendaciones del autor y entender cómo puede uno emprender de nuevo el gran viaje:

«Sé frágil, sé tierno, humíllate y deja que se te acerque el sueño empalidecido. Hazlo así y, por raro que te parezca, te conservarás sano; perdurarás siendo tu mismo, descubrirás la mejor manera de vivir en este mundo…»

Podemos concluir recordando las últimas palabras del libro. Las pronuncia un viejo campesino chino, el que acogió al autor en su sencilla cabaña. Mientras pescaba sentado en una roca, con la caña en la mano, exclamó: «No tengáis miedo», «No tengáis miedo».

***

Ah, algo más: una nota a pie de página: Frederic Prokosch falleció en Francia en 1989, pero escribió Los asiáticos a principios de la década de los años treinta sin haber salido de Madison, Wisconsin, la ciudad donde nació.

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9 de octubre de 2024
El quiosco

La virtuosa flema del hombre demorado…

REVISTA JOT DOWN Nº 47 (junio de 2024)

En los antiguos tratados, ya caídos en desuso, se aludía a la vida de los hombres, al pasar de los años, el curso del tiempo, el flujo de la misma memoria, el viaje súbitamente emprendido al nacer y encaminado a través de lánguidos meandros hacia el oscuro nicho de la sepultura. Si la metáfora fuera todavía elocuente, se entendería mejor la nostalgia que inspira el viejo y renqueante vagón del ferrocarril. El traqueteo, la somnolencia, la contemplación del paisaje, la tardanza, la ondulación del tiempo que se conjura con la demora y la delicada predisposición a llegar tarde y a deshora. ¡Qué fortuna la del hombre retardado! Dilatando el camino, postergando la hora, posponiendo el momento de llegar al dudoso destino...

 



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12 de julio de 2024
Blogs de autor

La virtuosa flema del hombre demorado…

En los antiguos tratados, ya caídos en desuso, se aludía a la vida de los hombres, al pasar de los años, el curso del tiempo, el flujo de la misma memoria, el viaje súbitamente emprendido al nacer y encaminado a través de lánguidos meandros hacia el oscuro nicho de la sepultura. Si la metáfora fuera todavía elocuente, se entendería mejor la nostalgia que inspira el viejo y renqueante vagón del ferrocarril. El traqueteo, la somnolencia, la contemplación del paisaje, la tardanza, la ondulación del tiempo que se conjura con la demora y la delicada predisposición a llegar tarde y a deshora. ¡Qué fortuna la del hombre retardado! Dilatando el camino, postergando la hora, posponiendo el momento de llegar al dudoso destino.

Resulta tan extraña la obsesión por la velocidad. ¡Como si la urgencia nos llevara a un lugar deseable! Cuando lo único que a ciencia cierta se sabe es que con rapidez se llega antes al osario de la fosa común. ¿Cómo se ha tramado la fingida alianza con el tiempo? ¡Creer que se le puede someter! Se dice a menudo: hay que ganar tiempo. ¡Si nadie lo puede atrapar! Él nos envuelve, atraviesa y ensarta. La vieja maestría consistió en apartarlo y espantarlo: ¡vade retro! El gran arte de los hombres antiguos. Acompasar los pasos del cuerpo al pulso vital del organismo. La insólita armonía natural auspiciaba una altiva soberanía: la lentitud. ¡La verdadera majestad! ¡El tempo lento!

Una multitud enloquecida por la falta de tiempo, computada por los minuteros del reloj digital, se desplaza a gran velocidad, se apresura, acelera y, finalmente, se precipita. Masas de seres acuciados se lanzan, se arrojan, se tiran de cabeza al agujero del tiempo. Engullidos por la falsa ilusión de la puntualidad. Y nunca se preguntan: ¿a dónde vamos a parar?

A principios del siglo xix se pensó que el ferrocarril era una aberración industrial, un sacrílego desafío al orden del tiempo natural. ¡Si nos vieran ahora! ¡Encajonados en los trenes de alta velocidad! Movilizados por la ingeniería, reclutados por la innovación, acelerados por la obsesión. Pero añorando en secreto aquellas locomotoras, con el carbón ardiente en sus calderas, el silbido en sus válvulas de vapor, zarandeando al pasajero, tan orgulloso de su virtuosa flema de hombre demorado.

Se oye decir que las invenciones de la técnica consuman los saltos evolutivos de la civilización. Pero este ir a toda prisa, sin cesar, ignorando el desenlace de la velocidad, embutidos en la máquina que ha tergiversado y atrofiado la dimensión del tiempo, no es una de ellas. Más bien ha sido una demoníaca precipitación la que nos ha llevado a padecer la apremiante y condenada falta de tiempo. La maldición del hombre contemporáneo y la fatalidad de nuestra época: cuanto más veloz sea el desplazamiento, más escaso será el tiempo de vida disponible.

¡Ah, maligno ingenio! ¡Diabólica paradoja!

¿Y cómo podrá leerse la novela del mundo? Si uno ha sido despojado de ese otro tiempo alegremente muerto, felizmente inútil, mudo y retenido, silencioso y suspendido. ¿Cómo entrar en el tempo narrativo de la escritura, en el laberinto de la imaginación, en el mundo del lenguaje sin medida temporal? ¿Acaso no ha sido siempre la lectura de la novela un abstraerse de toda coacción? Abandonar la hostigada premura y penetrar lenta y pausadamente en el relato original.

¡A la basura los manuales de lectura rápida!

Subíos al tren más tardo y pausado que encontréis y sumíos en la indolente y ensimismada resistencia, en la parsimonia vital, en la displicente arrogancia del hombre demorado. Ajeno al requerimiento de la puntualidad, a la alarmada obcecación que moviliza a una multitud urgida por la enardecida ilusión de llegar a tiempo. La frenética aceleración del ir y volver a toda velocidad, perfeccionada mecánicamente por las primicias que comprimen y reducen el tiempo de vida… ¡Al demonio la alta velocidad!

Sacad de vuestra biblioteca los libros entrenados1 y revivid el salvífico hábito de la lentitud. Instalaos en el escenario de la imaginación novelesca —el mundo sin tiempo— y subid a un vagón renqueante y rezagado. Asumid como estilo vital la noción del tempo lento. Sin su astuta sabiduría, sin su artesanal inteligencia, pereceremos atenazados por un poderoso remordimiento: haber desperdiciado el único tiempo de vida que nos fue prestado.

1 Jorge Semprún, El largo viaje; Patricia Highsmith, Extraños en un tren; Bohumil Hrabal, Trenes rigurosamente vigilados; Paul Theroux, Tren fantasma a la Estrella de Oriente; Christopher Isherwood, El señor Norris cambia de tren; Mauricio Wiesenthal, Orient-Express: El tren de Europa.

 

Este texto está publicado en la revista Jot Down nº 47



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12 de julio de 2024
Blogs de autor

La era del artificio artificial

En el libro recién publicado por la editorial Anagrama, Animales metafísicos (de Clare Mac Cumhaill y Rachael Wiseman), se cuenta lo que ocurrió en la universidad de Oxford, cuando en 1956 se quiso distinguir al expresidente de los Estados Unidos Harry S. Truman con el doctorado honoris causa. La única en oponerse fue una mujer, la filósofa Elizabeth Anscombe. A la joven doctora le parecía inaceptable honrar al que firmó la orden de lanzar la bomba atómica sobre dos ciudades, Hiroshima y Nagasaki. La filósofa comparó a Truman con los mayores villanos de la historia: “¿Qué Nerón, qué Gengis Kan, qué Hitler o qué Stalin no será premiado en el futuro? Dedicar al señor Truman nuestro elogio y adulación nos hará compartir la culpa de sus desalmadas decisiones”. ­Como experta en filosofía moral, Anscombe observó entonces algo desconcertante: una sala repleta de teólogos, filósofos e historiadores ennoblecía al hombre que había ordenado dos de las peores masacres de la historia de la humanidad.

Con la misma perplejidad descubriremos nosotros el momento en el que comenzó el nuevo período de nuestra historia, el día en el que entramos jubilosamente en la era del artificio artificial.

Para tomarle el pulso al paso del tiempo, comprender la pauta y el ritmo de las innovaciones y el curso de las metamorfosis culturales se hace recomendable segmentar la cronología, marcar el principio de cada periodo y localizar el momento en el que la invisible bisagra de la historia empieza a chirriar sobre su eje.

El momento que inauguró la era del artefacto artificial fue fulgurante, resplandeciente: dos formidables innovaciones coincidieron en el tiempo para anunciar el espectacular comienzo de nuestra actualidad.

El 9 de enero del 2007 Steve Jobs presenta en sociedad su deslumbrante dispositivo: el Iphone. Un mes después Barack Obama presenta su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. Los dos personajes encarnan el estilo, la pose, la personalidad y el temperamento de la nueva época. Las dos figuras triunfantes serán a partir de entonces los protagonistas del relato dominante, el storytelling del entusiasmo contemporáneo.

El azar y la casualidad que reúne a los dos actores en el mismo escenario nos permite datar el momento en el que todo esto empezó. Aunque para entender la doble dimensión del acontecimiento hay que recordar una reveladora anécdota: a Obama se le entregó el premio Nobel de la Paz al principio de su mandato. No por lo que había hecho, que no había hecho nada, sino por lo que todo el mundo estaba dispuesto a jurar que iba a hacer.

Sin embargo, durante sus ocho años de mandato Obama no hizo nada que le hiciera merecedor del premio Nobel de la Paz. Había prometido poner fin a las guerras que heredó de su antecesor, George W. Bush, pero las tropas estadounidenses se mantuvieron en permanente estado de guerra. Según contó The New York Times (18/V/2016), Obama es el único presidente en la historia de Estados Unidos en ejercer su mandato de ocho años con el país en guerra. Actuando en Afganistán, Irak y Siria, Libia, Pakistán, Somalia y Yemen. Obama no cerró el campo de Guantánamo, en donde hoy agonizan sin ser juzgados los prisioneros olvidados por todo el mundo. Y fue él también el que emprendió la persecución judicial del periodista Julian Assange, precisamente por denunciar los crímenes de guerra de las tropas estadounidenses en Irak.

Sin embargo, lo que caracteriza el enervado énfasis de nuestro tiempo, la eficacia narrativa del artefacto artificial, es que ninguna de tales evidencias –hechos comprobados, públicos e irrefutables– han enturbiado la buena imagen de Obama. La opinión pública sigue convencida de que Obama es un ejemplar modelo de político progresista y bajo ningún concepto está dispuesta a poner en duda su presunción. Ni sus partidarios ni sus adversarios advierten la incongruencia. De hecho, la institución que le concedió el premio Nobel de la Paz no le ha pedido que devuelva los once millones de coronas suecas que recibió a cambio de nada.

Darle a Truman el doctorado honoris causa de la universidad de Oxford a pesar de sus crímenes de guerra y entregar a Obama el premio Nobel de la Paz antes de emprender sus actividades bélicas puede considerarse la gran innovación conceptual del relato contemporáneo.

La puesta en escena llevada a cabo en el año 2007 por Steve Jobs y Barack Obama –la simbiosis entre tecnología y política– reproduce la misma quiebra moral que en 1956 denunció la filósofa Elizabeth Anscombe, inaugura espléndidamente el periodo histórico actual y define las líneas maestras del comportamiento social dominante: ingenuidad, mimetismo y flacidez. En proporciones masivas, simultáneas y persuasivas.

La tendencia a creer con docilidad lo que se dice, la inclinación a imitar con mansedumbre lo que se hace y la astenia intelectual que atrofia las obligaciones éticas del pensamiento crítico.

Cuando en el 2011 falleció Steve Jobs, Barack Obama –recordemos que fue el candidato pionero en usar las redes sociales en su campaña presidencial: Yes, we can– envió a los medios de comunicación su mensaje de condolencia: “Al construir una de las compañías más exitosas del planeta ejemplificó el espíritu de la ingenuidad estadounidense”. Y añadió: “…Steve Jobs hizo que la revolución informática fuera intuitiva y divertida y llevó la alegría y felicidad a millones de niños y adultos”. (La Voz de América, 5/10/2011)

Naturalmente, Obama no podía imaginar que pocos años después serían 41 los estados de EE.UU. que tomaron medidas legales y judiciales contras las compañías responsables de las redes sociales y denunciaron a Meta por alimentar la crisis de la salud mental juvenil y por el aumento creciente de ansiedad, adicción y depresión entre los niños. (El País, 26/10/2023)

El espectacular storytelling puesto en escena por Steve Jobs y Barack Obama inaugura la era artificial de la ingenuidad y sus logros progresivos: el trastorno patológico de los niños madurados a la fuerza y la dócil infantilización de los adultos.

La representación teatral de los dos carismáticos líderes estrena la eficacia polisémica de unos discursos que afirman y niegan al mismo tiempo una cosa y la contraria, según un modelo inédito de dialéctica distrófica que extirpa la noción de incongruencia. La alambicada ambigüedad confunde el discernimiento cognitivo de una multitud embrollada por el malabarismo de los expertos.

La articulación semántica de los mensajes persuasivos tiene hoy un doble propósito: confesar con franqueza sus verdaderas intenciones y poner a salvo la imagen de su respetable prestigio.

Cito al respecto los ejemplos que ponen de relieve la amplitud y alcance de la narrativa que ha encandilado a la opinión pública y a la mayoría de los analistas encargados de redactar la crónica de la actualidad.

Nick Bostrom, dirige el Instituto del Futuro de la Humanidad en Oxford. En su declaración advierte de los peligros de una Inteligencia Artificial que pone en riesgo “la misma existencia de la humanidad”. A continuación afirma que la IA puede ser la solución a numerosos problemas. Dice el transhumanista de Oxford que “si conseguimos controlarla y sobrevivimos a la transición a la era de la superinteligencia de las máquinas, entonces puede convertirse en una herramienta para conjurar otros peligros.” Añade luego Bostrom que “la IA podría ser tan difícil de controlar que fracasáramos por mucho que lo intentáramos, o podría, en cambio, resultar relativamente fácil de guiar”. (La Vanguardia, 16/7/2023)

Se percibe claramente en las declaraciones del experto un excepcional dominio de la técnica narrativa de la era artificial y hasta qué punto confía en la ingenuidad, mimetismo y flacidez de los lectores.

Geoffrey Hinton, vicepresidente de ingeniería en Google, premio Princesa de Asturias, anuncia que abandona Google para poder advertir “con mayor libertad” de los peligros de la tecnología que ayudó a montar, arrepentido por el daño que ha causado: “Estas cosas pueden ser más inteligentes que las personas. El futuro da miedo” (El País, 2/5/2023). Sin embargo, Hinton, añade y aclara que Google ha actuado de un modo muy responsable.

Verónica Bolón Canedo nos presenta otro ejemplo de la nueva narrativa ingenua, mimética y flácida. La investigadora de la universidad de A Coruña declara: “La IA es parte del problema de la contaminación debido a su alto consumo energético y emisiones de CO2, sin embargo, también es la solución de los problemas derivados del cambio climático” (El País, 31/3/2024).

A Marc Serramiá, doctor en ingeniería y premio Fundación BBVA, también le preocupan los grandes peligros de la IA. Advierte que “si todos confiamos en herramientas como ChatGPT, el conocimiento humano desaparecerá”. Pero también afirma que no debemos perder de vista que la IA se puede usar para muchas cosas buenas, por ejemplo: permitir que aprenda del usuario, a fin de “hacerse su representante y definir sus preferencias…” (El País, 12/3/2024).

Brad Smith, presidente de Microsoft, anuncia que debe encontrarse una forma de ralentizar o apagar la IA. Es tan asombroso que lo diga el presidente de Microsoft como que lo diga un día después de reunirse con el presidente del Gobierno español para firmar el acuerdo que permita instalar en nuestro país las factorías de IA (El País, 20/2/2024).

Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX y dueño de Twitter, firma la carta colectiva que pide “frenar la carrera sin control de la IA” (El País, 29/3/2023). Al mismo tiempo, el propietario de Open­AI, desarrolla el ChatGPT y lo ofrece gratuitamente a los usuarios.

Desde el 2007 ha ido adquiriendo potencia y convicción la articulación lógica del discurso artificial, la narrativa de la nueva época, el storytelling del entusiasmo tecnológico, y la expansión de su influencia sobre un público persuadido por el despliegue de su elocuencia: ingenuidad, mimetismo y flacidez, incongruencia, incoherencia y candidez.

Las declaraciones flácidas y licuadas, que no se sienten obligadas a respetar ningún principio de pertinencia intelectual, divulgadas en proporciones masivas, simultáneas y persuasivas, se alternan en los medios con denuncias a las que no se presta la pertinente y alarmada atención.

Dani Rodrik, profesor de economía en Harvard, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en el 2020, advierte que “si no tomamos medidas con la IA las consecuencias van a ser bastante indeseables” (El País, 1/10/2023).

Gary Marcus, profesor de Ciencias Neuronales de la universidad de Nueva York declara que “la IA es difícil de controlar y se está apoderando del mundo” (La Vanguardia, 10/10/2023).

El psicólogo social Jonathan Haid afirma que desde el 2010 la infancia en Estados Unidos se reconfiguró de una forma “sedentaria, solitaria, virtual e incompatible con un desarrollo humano saludable”. Alude con ello a las consecuencias del dispositivo que según Obama “llevó la alegría y felicidad a millones de niños y adultos”.

Tales advertencias deberían alertar a la sociedad civil, a los sindicatos, a las asociaciones de maestros y educadores, a las iglesias e instituciones encargadas de velar por el bienestar y soberanía del ser humano, pero el efecto disruptivo de la retórica narrativa dominante mantiene en estado hipnótico a una sociedad narcotizada por la truculencia del storytelling .

Un formidable documento fue publicado en mayo del 2023 por la organización “sin fines de lucro” Save for AI Safety. Lo firman los directivos de Open AI, Google, DeepMind y Anthropic y 350 ejecutivos, investigadores y expertos en IA. Es un texto filantrópico, benemérito, sincero y muy humano, conmovedor y tierno. Emociona imaginar los buenos sentimientos que le dedicaron sus autores.

Advierten los industriales tecnológicos y los ingenieros que han diseñado el artificio algorítmico que la Inteligencia Artificial supone un “grave riesgo de extinción para la Humanidad”, solo comparable a los devastadores efectos de una guerra nuclear.

A gran parte de los clientes y usuarios imbuidos por la ingenuidad de la era artificial les parecerá admirable que las tecnológicas sean conscientes de sus contradicciones y declaren en público la tensión entre sus intereses económicos y sus responsabilidades morales. Pero si queda algún malpensado en el mundo, digno de aquella venerable desconfianza escéptica, reconocerá en este documento lo único que en verdad declara: una nueva arma de destrucción masiva, capaz de organizar “la extinción de la Humanidad”, está en manos de cuatro entidades privadas y es precisamente por ello que no tienen inconveniente en reconocer lo que han armado.

Que los gobiernos no consigan entender la sinceridad de los tecnógrafos y no consigan reaccionar a la confesión de las tecnológicas que han patentado el artilugio de la Inteligencia Artificial, que la sociedad haya aceptado sin pestañear la crudeza de su dramática advertencia, que los fabricantes de IA no hayan cerrado sus laboratorios, delata hasta qué extremo la ingenuidad, el mimetismo y la flacidez, el alarde de incongruencia, incoherencia e impotencia moral es la verdadera epidemia de nuestra época, y confirma, en efecto, que la inteligencia artificial hace ya tiempo que sustituyó a lo poco que queda de la inteligencia humana.

 

Publicado en Cultura|s de La Vanguardia



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3 de junio de 2024
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