
Basilio Baltasar
La industria cultural ha formateado sus mercancías según la ansiedad que amedrenta a la multitud. El consumo bulímico de las novedades que narcotizan su angustia, la hipnótica y adictiva emisión de las pantallas, las consignas conductuales de la narrativa funcionalista y, cómo no, el saqueo de lo que antes conocimos como «galerías de arte». También el arte contemporáneo ha sido devorado por la maquinaria del simulacro cultural. Y puesto al servicio de la vulgaridad financiera, de la estéril inventiva de los escenarios, de la pompa mimética.
El lenguaje que dio forma al pálpito más profundo del ser, la impetuosa emanación de lo eminente, la fuerza que se agita con violenta impaciencia, la temblorosa insurgencia, ha sido falseado por la banalidad que ornamenta lo actual. En lugar de expresar la exigencia de lo invisible, el arte domeñado se conforma hoy con imitar las mil combinaciones de lo evidente.
Nada podrá parecer hoy más remoto y extraño que el pensamiento hilvanado por los protagonistas de las vanguardias. Ajenos a la orquestada unanimidad de la opinión, reacios a prolongar las directrices académicas, los artistas horadaban los opacos estratos de lo imaginario y atendían la exigencia del acuciante mandato interior, el requerimiento de la oculta incertidumbre, la premonición del más oscuro reducto de la condición humana.
Al acuñarse la leyenda vanguardista que ha divulgado la factoría cultural, se ha tergiversado su legado, desmentida su verdadera intención y sustituida por la oratoria de la innovación posmoderna.
Entre 1936 y 1939, un grupo de amigos, el pintor André Masson, Pierre Klossowski, el artista y pensador francés —hermano mayor de Balthus— y Georges Bataille, el escritor y antropólogo, editaron los efímeros cinco números de la revista Acephale. Se habían distanciado del movimiento surrealista a causa de las posiciones políticas adoptadas por André Breton, sin dejar de sostener el propósito fundamental del radical programa surrealista. La búsqueda de la expresión que revelara el verdadero funcionamiento del pensamiento, la exploración de las inéditas dimensiones de lo real, cegadas por una cultura incapaz de penetrar en las desconocidas regiones de lo subconsciente.
En el primer número de la revista, Georges Bataille advierte que sería vano intentar atraer a aquellos que tienen «veleidades tales como pasar el rato». Declara en su primer anuncio que es hora de abandonar el mundo de los civilizados y que será inevitable «volverse totalmente distinto o dejar de ser».
Al cernirse sobre Europa la criminal fantasmagoría del nacionalsocialismo hitleriano, Acephale se propone sacar de las garras ideológicas de los publicistas alemanes la obra de Friedrich Nietzsche y rescata los fragmentos que reflejan la posición del gran filósofo: «¡No frecuentar a nadie que esté implicado en el descarado camelo de las razas!».
Probablemente, haya sido Acephale la primera en advertir las raíces paganas y anticristianas del nacionalsocialismo alemán y de sus vínculos con uno de los notables teóricos de la doctrina nacionalista: Charles Maurras, fundador de Action Française, condenado a muerte por colaboracionista e inspirador de las reaccionarias corrientes nacionalistas de nuestra actualidad.
Volverse totalmente distinto exigía denunciar la maquinaria totalitaria del estalinismo y la coartada de sus aventurados cómplices. No resulta difícil imaginar la tenaza de hierro que cercaba a los distintos, los que no comulgaban con las ruedas de molino de la instrucción doctrinal. Sostenida, claro está, por su aparato policial, militar y carcelario.
En el número tres de Acephale, publicado en 1937, Bataille enuncia el postulado que sostendrá la tenaz resistencia a los coléricos liderazgos de la época: «A la unidad cesariana que funda un jefe, se opone la comunidad sin jefe unida por la imagen obsesiva de una tragedia». El antropólogo sugiere como imagen de la noble entereza humana el legendario episodio de Numancia. La negativa a aceptar la posibilidad de ser vencido, derrotado y dominado: antes el noble suicidio de los distintos.
«La comedia que opone el cesarismo soviético al cesarismo alemán muestra qué compraventas le bastan a una masa cercada por la miseria».
Debe recordar el lector que pocos días antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin firman un tratado de no agresión, un acuerdo que les permitía expandir sus dominios y proteger sus respectivas fronteras.
Buscando la causa que explique la delirante deriva de las masas adocenadas, excitadas y conducidas por líderes de tan irrisoria y criminal mascarada, Bataille apunta que «es la ley del tiempo presente que un hombre sea incapaz de pensar en cualquier cosa y esté atrapado en todos los sentidos por las ocupaciones completamente serviles que lo vacían de su realidad».
Las reflexiones y textos publicados en Acephale por André Masson, Pierre Klossowski, Georges Bataille, Jean Wahl, Roger Caillois o Jean Rollin contribuyeron a la fundación del Colegio de Sociología. Un espacio de investigación que se proponía «abrir perspectivas insospechadas para el estudio del comportamiento del ser humano». El objeto de la actividad anunciada recibió el nombre de sociología sagrada, «en tanto que implica el estudio de la existencia social en todas aquellas manifestaciones suyas en donde se vislumbra la presencia activa de lo sagrado». Una realidad, dice Bataille, que afecta a los más profundos secretos de la existencia.
La estéril profusión del arte contemporáneo, la banalidad de la narrativa del entretenimiento, la ridícula factoría musical, la progresiva sustitución de los artesanos empleados en la industria cultural por la rentable y baratera maquinaria de los algoritmos, conforman el balance de este primer cuarto del siglo XXI. Al haberse extirpado la conciencia de lo sagrado, desconociendo la nocturna influencia de los más profundos secretos de la existencia, destruida la disposición de cada uno a pensar por cuenta propia, eliminada de la paideía contemporánea la posibilidad del sacrificio personal, alentado el caprichoso hedonismo de los divertidos por la industria, la condición humana quedará reducida al consumo servil de un cuerpo doliente y vaciado de su realidad.