Vicente Verdú
Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998, fue investido doctor Honoris Causa por la universidad Complutense de Madrid el viernes pasado. Hizo mención a el "capital social" y con ello nos remitió a una nueva ponderación del desarrollo o la prosperidad de los países, contabilizada actualmente sólo en los términos del PIB cuya composición responde a enumeraciones materiales.
Un país se tiene por más desarrollado que otro si su renta per cápita es superior pero en la renta per cápita, precisamente per cápita, habría que incluir necesariamente lo que procura beneficio a la mente, sus pensamientos felices y sus ilusiones por vivir.
La mente, el espíritu, la felicidad, el bienestar personal no dependen necesariamente de la suma de mayores bienes y cuantiosas propiedades. Traspasado el nivel de las necesidades los factores que contribuyen a estar mejor deben relacionarse con otros valores. Y no sólo con la salud pública, la educación pública y las demás prestaciones sociales sino con las oportunidades de vivir mejor que el entorno humano y ambiental procuran. ¿Cómo no incluir estos elementos de gozo en la cesta que determina el nivel de vida? ¿Cómo no incluir lo más palpitante en lo que se refiere al estado del corazón?
La buena relación con los demás, los entornos urbanos que favorecen la convivencia alegre, las barriadas más amenas y salubres, las aficiones posibles de practicar, las ilusiones que brotan fácilmente. Todas estas circunstancias iran a parar pronto, tras este gran parón económico y sus inexorables convulsiones, a la cesta donde ahora se introducen los burdos parámetros del bienestar.
Lo no medible por la actual contabilidad nacional representa una parte tan decisiva en la buena vida que no serán tanto los gastos públicos como su orientación, no será tanto la cantidad de inversión como su creatividad la que, de una vez, designe lo mejor o lo peor. Y no para los contribuyentes, no para los llamados políticamente ciudadanos, sino para -llanamente- los seres humanos.