Vicente Verdú
Los medios aman la concreción. La información mediática adora la concisión. En todo periodismo las historias complejas, los matices, las ambigüedades se convierten en sustancias molestas, duras y de muy mala digestión. En consecuencia, no se entiende que algunos medios desarrollen todavía grandes despliegues informativos, llamados reportajes de investigación, sobre asuntos generalmente políticos y míseros a los que se dedican muchas páginas y muchos días sin fin.
¿Por interés profesional? La obstinada continuidad del proceloso tratamiento, sus idas y venidas, ondulaciones y jeribeques, acaso estén sirviendo a algún interés que desdeña el lector ignora pero de paso se ignora su ser como cliente.
Bastaría tan sólo el malestar que ese abuso de información provoca para prever que lo que pretende producir emoción se convierte en un emético. Nada más propio del cliente que la demanda de experiencias netas y noticias claras. Los autores del diario aspiran a ser leídos con aplicación pero nunca se dispuso de menos tiempo para masticar despacio ni existió tanta ansiedad por pasar de un bocado a otro.
De hecho, una significativa paradoja actual consiste en que a medida que la visión del mundo ha alcanzado su óptica global, la Historia del mundo deberá achicarse hasta la brevedad de los cuentos. El juicio crítico que suscite esta ecuación es lo de menos. Lo de más, lo taxativo radica en la contradicción entre el lector de periódicos y la información premiosa. La incompatibilidad entre la velocidad de atención sobre efímeros asuntos diversos y el espeso armazón de una larga y monográfica entrega. Sólo aquello que se refiera hoy a la Gran Crisis aceptará un tratamiento gigante pero esto es así porque vista la bíblica magnitud del conflicto cualquier proporción informativa nunca llegará siquiera a designarla.