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La valentía de los gobiernos

 

Los gobiernos que quieren sanear la economía recortando servicios sociales son los mismos gobiernos impotentes ante las corporaciones financieras. Asustados con la voracidad de la especulación, se muestran sin embargo muy valientes advirtiendo a los pensionistas. Gracias a la transparencia informativa cada vez es más nítido este encono gubernamental. Un disciplinado mutis ante los paraísos fiscales (recuerden la llamada telefónica de Gordon Brown a Zapatero) les impele a sermonear con más dureza a las viudas que cobran 250 euros al mes.

Su miopía trágica les hace maltratar el sustento de la cohesión social, la argamasa de la vida civil, la viabilidad de una ciudad pacífica: la confianza de los ciudadanos en el Estado. Todos llegan a la jubilación esperando recibir lo que durante décadas se descontó de su modesto salario. Y ahora se les amenaza con más rebajas.  Como si el empleado hubiera contribuido al despilfarro de las arcas públicas o consentido esa incompetencia que distingue a los administradores de lo público.

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12 de mayo de 2010
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El suceso de la luz

No está de moda llamar al artista creador, ni a su imaginación creatividad. La creatividad, en todo caso, es para los publicitarios. El artista es un médium, como lo fuera toda la vida, pero además un trabajador consciente de que lo que hace no tiene más valor que el trabajo de otro trabajador cualquiera. Sólo hay, en todo caso, una diferencia en la manera de producir y esta diferencia consiste en que si, por lo general, el productor se afana en la concreción de un proyecto, el artista desconoce la proyección por anticipado. Un auténtico artista,  un pintor o un escritor no se atienen con rigor a predeterminación alguna. La obra va haciéndose sobre la pantalla o el lienzo con la participación del escritor o del pintor pero su destino final no se encuentra trazado y el mismo trazo inmediato es su inesperada guía. De esta manera se entiende que un pintor cuando todavía observa a su cuadro dependiente de su mano y su mente sienta que aún no ha llegado al final.  Un cuadro, en fin, sólo está acabado -como un poema o una música- cuando de súbito, en un punto imprevisto, adquiere una entidad propia, independiente del autor. Paradójicamente pues el alumbramiento al que aspira un verdadero artista es aquel que coincide con el apagón de sí mismo, la gloriosa pérdida de la conexión de la que se alimentaba la obra y, en consecuencia, la emancipación de su luz.

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12 de mayo de 2010
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III. Cubriendo sus iniquidades con la máscara de la dignidad…

Y le dice luego don Quijote a Sancho, que otros "cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden; y llega otro,  y sin saber cómo ni cómo no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron..." Muchas veces, el oído del poder ni atiende, ni entiende, y otras premia de improviso, como en un juego de azar. Y todo sirve para ilustrar los mecanismos de esa ruleta, y la lucha por entrar en las apuestas, lejos del plano de ideal en que don Quijote se coloca, pero en la certidumbre pesimista, a la vez, de que las cosas nunca podrán ser de otro modo.  La línea entre el bien y el mal, que se pierde tantas veces  en  la vida en la bruma de las confusiones, se confunden aún más desde el ejercicio del poder. De esa línea difusa, nos habla Cervantes en el Persiles: "Parece que el bien y el mal distan tan poco el uno del otro, que son como dos líneas concurrentes, que aunque parten de apartados y diferentes principios, acaban en un punto".  El poder, suspendido en la bruma entre el bien y el mal,  seguirá siendo fruto de la locura de las ambiciones. "Para eso estoy yo, la locura" dice Erasmo en su Elogio de la locura, para regocijo de Cervantes, "...adormecidos por las voces de los aduladores... ¡qué felices se sienten gracias a mí! Libres de los cuidados del gobierno, se dedican a la caza, a cabalgar en briosos corceles, a vender los puestos y las magistraturas, a discurrir sin cesar nuevos métodos con los cuales se apropian del dinero de los súbditos para sus vicios y sus lujos. Cubriendo sus iniquidades con la máscara de la dignidad, resucitan e inventan títulos honoríficos para sus favoritos, y hasta, de cuando en cuando, halagan al pueblo con cualquier bagatela, para tenerlo contento".

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12 de mayo de 2010
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La filosofía en el vertedero

Hace ya muchos años que la expresión "pensamiento filosófico" resulta de tan mal gusto como "esposa honesta" o "probo funcionario". No sin razón. Fue el propio Heidegger quien rechazó que le llamaran "filósofo" y no admitía otra denominación para su oficio que la de "pensador". No son momentos populares para la filosofía, reducida como se encuentra al campo de concentración universitario, pero de vez en cuando alguien asoma la cabeza por una ventana de la facultad y grita cuatro frescas. Entonces uno siente un gran alivio. Este es el caso del libro que comentamos.

    Junto con otros brillantes colegas suyos, José Luís Pardo pertenece a un grupo de ensayistas cuya hazaña es considerable: han logrado que haya pensamiento en España, e incluso pensamiento filosófico. No lo tenían fácil y para constatarlo el lector puede comenzar por el artículo titulado "Literatura y filosofía", en donde comprobará la dureza del territorio. Con una muy grata ironía, expone Pardo los bandazos de la filosofía en los últimos años y la patética necesidad (y necedad) de que todo, desde la gastronomía hasta los usos sexuales, tenga que ser de derechas o de izquierdas, incluida la Verdad. El relato de cómo la filosofía más reaccionaria ha podido pasar por progresista en los medios de persuasión (y viceversa) es de lo más hilarante del libro, si no fuera porque hace llorar.

    Pero he usado la palabra "ironía" en razón de que Pardo es un escritor dedicado a la filosofía y no lo contrario. Su voluntad narrativa (excepto en algún artículo muy técnico) está siempre presente en el texto, el cual no aspira a ninguna neutralidad objetiva, ni (líbrenos Dios) a la exigencia científica. Lo cual no obsta para que los asuntos de que trata Nunca fue tan hermosa la basura sean contundentemente serios, es decir, filosóficos. Que ello es posible, que el pensamiento serio exige una forma literaria igualmente seria, es una de las columnas de la obra.

    El título, naturalmente, señala el camino. Este endecasílabo de Juan Bonilla resume el argumento. Se trata de la súbita y totalitaria estetización de absolutamente todo, típica de nuestra sociedad, y la substitución de los códigos éticos por sucedáneos estéticos. Pardo marca con exactitud la frontera entre la estetización general (o política) y la "obra de arte", fenómeno no sólo perfectamente ajeno a lo anterior sino además (y por paradoja) su opuesto absoluto. Dicho con una simplificación imperdonable, Pardo expone desde diversas perspectivas y con múltiples objetos que allí donde hay "obra de arte" hay experiencia del sentido del mundo y del significado humano, pero allí donde hay estetización sólo hay nihilismo.

    Así, por ejemplo, la invasión de la basura en el conjunto completo de nuestras vidas (ciudades-basura con edificios-basura para habitantes-basura) que fuerza una estetización universal de la basura (sólo lo reciclable es bello) y en consecuencia impone un valor políticamente correcto a los detritos gracias a su virtual reciclado. Las viviendas reciclables pueden mudar en hoteles, hospitales, aeropuertos o iglesias. Los trabajadores reciclables están en un perpetuo reciclado laboral. Los humanos reciclables tienen pechos, rostros o hígados de recambio. Pero sumados todos los casos, siendo la basura lo propiamente reciclable, la extensión del vertedero se ha hecho escalofriante.

    Es en verdad chocante que la sociedad más rica, acomodada, lujosa y potente de toda la historia conocida, sólo pueda alimentarse de basura (es mejor que no sepamos lo que de verdad comemos), deba vivir acariciando el cáncer en ciudades venenosas (veo a los escolares chupando tubo de escape en la parada del autobús) o matarse en un mundo laboral residual y putrefacto (que da justo para las pastillas y el botellón del sábado). Menos mal que la tele-basura, con su tono tan jacarandoso y positivo como el del jefe de gobierno y sus señoras, nos convence de que somos los más ricos y guapos y sanos de la historia. O sea, que somos sostenibles y progresamos en la sociedad del conocimiento. Ideología-basura.

    A partir de este juicio (que he esbozado brutalmente) las ilustraciones que ofrece Pardo son muy variadas. Están los niños cuyos juguetes tecnificados (y reciclables) les tecnifican a ellos mismos, de modo que aprenden, como Buzz Lightyear de Toy Story, que ya nunca más habrá resurrección y que es dudoso que siga habiendo niños. O están los escribientes y copistas, como Barthelby, que habían sido la condición de posibilidad de lo que nosotros llamamos "literatura", cuya desaparición es necesaria a medida que se impone la literatura-basura. O los cuerpos-basura que deben ser reciclados constantemente mediante implantes, inyecciones, cirugía, culturismo, o con tatuajes y piercing si son económicamente débiles. Está también la enseñanza-basura, definida por Pardo como "gelatina de conocimiento" (¡esos créditos universitarios!), que es lo que ahora reciben los estudiantes como preparación para sus trabajos-basura, junto con una ideología apropiada para la sumisión al feudalismo local. O bien la defensa teológica de los mitos-basura (el caso Che Guevara), mercancía de ínfima calidad que se vende como reliquia santa de una religión que se avergüenza de sí misma.

    Cuatro son los nombres que aparecen una y otra vez en estos textos, Nietzsche, Benjamin, Heidegger y Sánchez Ferlosio. Son los expertos jugadores con quienes Pardo se juega los cuartos. Todos ellos unen la precisión conceptual con un talento literario fuera de lo común. En algunos casos (Ferlosio) la fibra creativa nos tensa con tanta fuerza que casi no advertimos el vigor del pensamiento. En otros (Benjamín) se da el efecto contrario y la profundidad de la mirada (de la theorein) nos distrae de la precisión de la prosa. Los cuatro elegidos forman parte de la casta menos académica, menos mercantil, menos institucional de los siglos XIX y XX. Son outsiders del vertedero que viven en él como el anarco de Jünger vivía en el palacio del dictador.

José Luís Pardo, que ya dio lecciones de simbiosis entre filosofía y literatura en La Regla del Juego y Esto no es música, vuelve a permitirnos hablar de pensamiento filosófico en otra excelente pieza literaria. El lugar desde donde habla, en la peligrosa frontera entre dentro y fuera, terreno frecuentado por predicadores con un colt en la Biblia, vendedores de crecepelo, indios alcohólicos, sacamuelas, mujeres ultrajadas y caza recompensas, allí, no muy lejos de las puertas de la Universidad y del Parlamento, a pesar de todo también puede crecer la verdad, según dijo Hölderlin, otro outsider. Hay lugares peores: hace dos siglos y medio la filosofía estaba en el boudoir.

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12 de mayo de 2010
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Más Europa, mejor Europa

El consenso de hace 60 años fue para no verse de nuevo unos y otros enfrentados en una guerra europea. Así, con la Europa resistente empezó todo. Un nuevo y voluntarioso esfuerzo fue necesario para unificar luego el continente: fue la Europa militante. Ahora, cuando todo parece ganado, también todo puede perderse si no hay un nuevo esfuerzo. No lo dictará la resistencia a una guerra que ha desaparecido del horizonte, ni el entusiasmo que suscitaba la perspectiva engañosa de un protagonismo futuro. El papel de Europa en la nueva arena mundial está perdido, quizás ya definitivamente, y por eso el actual impulso es reactivo y defensivo, dictado por la obligación de preservar lo conseguido y evitar una regresión que cuartee primero el continente y nos devuelva más tarde al mundo de los enfrentamientos y la guerra.

El problema es saber si puede construirse algo a partir de la resignación, no para ganar algo si no para no perder lo que todavía se tiene. Una Europa meramente de necesidad, organizada para darnos lo que ya no está de la mano de los Estados nacionales, difícilmente obtendrá la adhesión de los ciudadanos. Si hay que salvar el euro sólo por el valor del euro mismo, fácilmente cabe imaginar que los europeos empezaremos a detestar la moneda única en cuanto empiecen los sacrificios y los recortes que afecten directamente a nuestras vidas. Es difícil adherirse a una Europa que se gobierna a sí misma sólo para salvar su moneda con un programa que conduce a un empeoramiento del nivel de vida y de las oportunidades de sus ciudadanos. Es evidente que la solución es más Europa. Lo contrario, como sería el regreso a las monedas nacionales y a las devaluaciones competitivas, es el camino a ninguna parte. Pero no basta con avanzar en la gobernanza económica para que los europeos nos impliquemos y nos sintamos identificados con la Unión Europea. Hace falta avanzar en la unión política, potenciar de nuevo las políticas de solidaridad y de cohesión social, romper el tabú de la fiscalidad común, y sobre todo, no dejar que sea la banca financiera y los hedge funds los que marquen el paso a los europeos. No basta por tanto un poco más de Europa, sino que necesitamos Europa en grandes dosis, mucha Europa, tanta como sea posible y menos Alemania, menos España, menos Francia o menos Polonia. Con un propósito: una mejor Europa, mejor sobre todo para sus ciudadanos. No será fácil la superación del europeísmo de necesidad, adoptado resignadamente por una clase política renacionalizada. Exige, en todo caso, un proyecto europeo e incluso un método o modelo europeo pensado a propósito para alcanzarlo. Esto es lo que ha intentado ofrecer el Grupo de Reflexión presidido por Felipe González, con su documento sobre el horizonte 2030 que ya comenté ayer y que seguiré desarrollando en días sucesivos. Además de defender el euro con uñas y dientes, hora es ya de que los europeos nos comprometamos en un debate serio sobre nuestro futuro. Antes de que ya sea demasiado tarde y ya no quede del futuro ni las migajas.

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12 de mayo de 2010
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Libros de ocasión

¿Y qué piensas del libro electrónico? Es la pregunta obligada en los que parecen ser los últimos tiempos de una era que acaba, la era de lo que pesa y de lo que puede sostenerse con las manos, de lo material. Y las palabras, lo más intangible de nuestro ser, son las primeras que se han colado en el futuro. Se han liberado de la tinta y del papel, de la caligrafía, se han alejado de la mano y del "puño y letra" de sus dueños. Escribimos y leemos en la nada, y en la nada cualquier cosa, por importante que sea, puede desaparecer sin dejar la más mínima huella, ni siquiera cenizas.

¿Cómo será ese nuevo mundo del libro? ¿Se conservará la cadena humana que va del escritor al editor (a veces pasando por un agente literario), la comunicación, el marketing, la distribución... hasta que las manos del librero le entrega al lector el "hecho consumado", como llama Horacio Quiroga a la obra literaria. Hasta ahora el libro no sólo es leído, sino tocado, traído y llevado, paseado, mirado, zarandeado por el viento y descolorido por el sol. Si uno no recuerda el título, puede acordarse de la portada. Y además tiene color, peso, volumen, y lo que parece más importante para todo el mundo, olor. Perder el libro en papel es perder un olor que ninguna otra cosa tiene. El libro es como una casa, con una puerta de entrada que es la tapa. Por esa puerta entramos en historias que sólo ocurren allí dentro, en vidas que no mueren aunque mueran en la trama, en amores imposibles y en mundos más comprensibles que el nuestro por fantástico que sea. Pero sobre todo por esa puerta se entra en otra mente que nos tranquiliza porque, aunque sea una mente rusa, checa, francesa, inglesa o china la entendemos y nos crea la sensación de no estar solos ni ser bichos raros. Porque resulta que siempre hubo alguien que antes, a veces cientos de años atrás y en el otro extremo del planeta, sintió lo mismo que nosotros.

Pero estos mundos con puertas de cartoné o blandas irremediablemente se perderán "como lágrimas en la lluvia". Así que no está demás acercarse por la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, en el Paseo de Recoletos. No es un lugar sólo para bibliófilos en busca de esa joya que se les había escapado. Es también un desfile de la nostalgia para los más lectores y para los menos, porque ¿quién no ha leído algún tebeo en su vida? Pues esas viñetas se las encontrará allí como salidas de nuestro propio recuerdo infantil. Libros con el precio de diez pesetas anotado en el pasado por alguien que no se podía imaginar que ahora cayera en nuestras manos. Huellas del tiempo.

Casi nunca voy buscando nada determinado, suelo acercarme a esta feria a mirar y al final vuelvo cargada porque me voy encontrando con una tentación tras otra, con libros que han vivido mucho, con una personalidad irresistible. Lo que me lleva a pensar que no hay que deshacerse de ningún libro de papel porque en unos años todos estarán aquí, bajo las sombras del Paseo de Recoletos. Estamos saltando de era, estamos pasando de lo material a lo intangible de una manera asombrosa, como en su día se saltó de la tablilla de arcilla al papel. La levedad, como nos anunció Italo Calvino en esa maravillosa lección de literatura Seis propuestas para el próximo Milenio, es la tendencia, no solamente en narrativa y en su soporte, sino también en la ropa, en el transporte, los muebles, los mensajes políticos y de todo tipo, la comida, los cuerpos. Nos movemos hacia lo ligero. Puede que nos estemos moviendo hacia el espíritu por aquello que decía  Juan Luis Vives de que "el alma es casi nada". ¿Hay algo más ligero o leve que el alma?

            Tal vez al despojar al libro de las tapas, el papel, el olor y el tacto nos quedemos con su alma. Puede que ya estemos preparados para ir a lo esencial sin el caramelo del envoltorio. No parece que haya vuelta atrás, la cadena tal como la conocemos se romperá. Y dicen que "el hecho consumado" no lo será tanto porque el lector en el libro digital tendrá la oportunidad de alterar la historia, de darle otro final..., lo que por otra parte siempre ha hecho el lector con su imaginación, no es nada nuevo, hay tantas lecturas de un libro como lectores. Eso sí, ahora que no podemos vivir sin una pantalla delante, ahora que cuando no nos perdemos en el ordenador nos embebemos en el móvil y que nos sentimos desamparados sin estar conectados a la nada, el e-book y todos sus hermanos pueden ser un gran consuelo.

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11 de mayo de 2010
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La muerte de todo lo viviente

Eduardo Galeano ha escrito un artículo no sé dónde porque me llega sin su origen que se titula "Me caí del mundo y no sé cómo se entra..." Allí habla de la muerte de los objetos, de su pronta caducidad y por extensión de la caducidad de las personas, los amigos y las parejas. Pero nada mejor que leerle a él en este largo e insuperable fragmento:

Dice Galeano:

"Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

   Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

   ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

   En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

   Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

   Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

   Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

   Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

   Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

   Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

   Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

   Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour."

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11 de mayo de 2010
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Negar la segunda ley de la termodinámica y negar la ley de la ciudad

J. Decías  que es tan imposible la fusión con la naturaleza y la condición meramente animal como el reino de los cielos. Podrías ampliar la idea

V. Una de las paradojas del cristianismo es que predica la vida eterna, es decir, algo que va en contra  del segundo principio de la termodinámica; pero  si el cristianismo está opuesto a una ley física, el animalismo esta opuesto a la ley misma, a aquello que determina la existencia de ámbitos moldeados por el hombre. Si la vida eterna contradice el segundo principio de la termodinámica, el animalismo radical contradice el nómos griego. Reitero que hablo de esa actitud puramente ideológica  que erige la vida (no la vida del ser de razón) en fin en sí  y que nada tiene que ver con la exigencia de un entorno saludable, especies animales incluidas, exigencia que es un corolario de la lucha por la emancipación de la condición humana. Como alguien ha dicho recientemente, necesitamos más ecología- científica en primer lugar- y menos mística ecologista. Yo, por mero egoísmo de especie, porque milito por la causa del hombre me considero un radical defensor de la naturaleza.

J- ¿Puedes ampliar lo que decías del concepto griego de ley, del nómos

V- El nómos griego es la ley primigenia. La ley   natural  es una proyección sobre el entorno de la exigencia de normas que constituye la vida social humana... la palabra nómos es el orden que rige la polis con vistas a intentar afianzarla y un comportamiento conforme a ley es el de aquel que tiene como máxima subjetiva de acción el contribuir a ese objetivo de enriquecer el marco en el que se da la vida humana:  contribuir a sozein ten polín salvar la ciudad , en términos platónicos.

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11 de mayo de 2010
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Europa sigue siendo la solución

Felipe González ha devuelto la pelota. Los 27 le hicieron en diciembre de 2007 un difícil encargo, presidir y dirigir la reflexión de un grupo de ?sabios? sobre el futuro de Europa. Lo hicieron justo después de resolver su último embrollo institucional, la salvación de los restos útiles de la Constitución Europea, tras su naufragio por los rechazos de Francia y de Holanda. Y con un mandato complicado, lleno de prevenciones y cuestiones que no convenía tocar: por ejemplo, nada de reformar las tan manoseadas instituciones europeas. Este pasado sábado entregó el documento, breve pero denso, y lleno de propuestas e ideas que darán que hablar y suscitarán el debate sobre el futuro europeo, y lo hizo en el preciso momento en que la UE atraviesa el momento más crítico de su historia en el que se juega incluso el presente de la moneda única.

La idea del Grupo de Reflexión pertenece al repertorio más espectacular con el que Nicolas Sarkozy llegó a la presidencia francesa. El irrefrenable Sarko desplegó una batería de ocurrencias e iniciativas para hacer avanzar sus ideas sobre Europa, buscando el protagonismo de Francia, la exclusión de Turquía y contrapesos a la nueva Alemania unificada y al desplazamiento del centro de gravedad de la UE hacia el norte y el Este. Dos eran los instrumentos más directos para conseguir estos objetivos, que Sarkozy ligaba a la conclusión del proceso de ratificación del Tratado de Lisboa y a la idea de una estabilización definitiva de la Unión Europea, en la que se dejara de reformar los tratados y de discutir sobre las instituciones: uno era este Grupo de Reflexión, y el otro el proyecto de Unión para el Mediterráneo, que debían servir para fijar las fronteras definitivas de Europa y organizar una especie de nueva arquitectura alternativa, que sirviera para ofrecerle a Turquía una especie de premio de consolación. Sarkozy consiguió poner en marcha ambas iniciativas, pero después de que su debate con los otros socios europeos las dejara descafeinadas y desvirtuadas. El Grupo de Reflexión, planteado como un ambicioso proyecto de refundación de Europa, ha quedado en un trabajo muy bien hecho y muy sugerente, que hará un excelente servicio intelectual a todos, pero que no ha podido ni por sus medios ni por sus objetivos cumplir el sueño de la grandeur sarkozyana. "Soy de los que piensan que la marca de un hombre de Estado es la voluntad de hacer cambiar el curso de las cosas", había dicho en uno de sus discursos más inspirados, el día en que lanzó la idea: "Quiero que de aquí a final de año los 27 creen un comité de expertos de muy alto nivel, a imagen de los que presidieron Werner, Davignon y Westendorp o del comité Delors, para reflexionar sobre una cuestión que no por simple es menos esencial: ¿Cómo debe ser la Europa de 2020-2030 y cuáles sus misiones?". (El primer ministro luxemburgués Pierre Werner realizó en 1969 el primer informe sobre la Europa monetaria; el diplomático belga Etienne Davignon fue el autor del informe que lleva su nombre sobre política exterior europea, en 1970; el diplomático español Carlos Westendorp presidió el Grupo de Reflexión que preparó la revisión del Tratado de Maastricht; y Jacques Delors fue quien presidió el comité de donde salió el documento sobre la moneda única). El Grupo de Reflexión, acotado en sus funciones, se formó sin el encargo de fijar las fronteras, hasta tal punto de que unas frases del documento final parecen dedicadas expresamente a recordar el fallido encargo de Sarkozy: ?La UE debe seguir abierta a la adhesión de nuevos miembros potenciales de Europa, evaluando cada candidatura por sus propios méritos y su cumplimiento de los criterios de adhesión. Éstos son en realidad los ?verdaderos límites de Europa??. Esa pelota que González devuelve a los 27 tiene algo de pelota envenenada. Seguro que a Zapatero no le gusta la apuesta por la energía nuclear, ni a Sarkozy el apoyo a la candidatura de Turquía, o a Berlusconi la reivindicación de las aportaciones de la inmigración o del derecho de asilo. Pero uno de los atractivos del documento es que se nota claramente la libertad de los sabios para pensar y para expresarse. También la prudencia y la moderación de quienes tienen una larga experiencia política. El documento es fruto de un consenso, desempatado en su fase final por votaciones por mayoría. El resultado es muy interesante, porque es una síntesis del europeísmo más genuino tal como se da en todo el espectro democrático y en todas las latitudes de la geografía europea. Y en todo caso una demostración de que los ex pueden ser de gran utilidad a la hora de iluminar los problemas, suscitar los debates y ayudar a buscar las soluciones a nuestros problemas. El futuro de Europa tal como dibuja el Grupo de Reflexión corresponde a una doble visión: una está pegada a las tendencias más negativas observadas en la actual evolución y llega a pintar un cuadro de sombras aterradoras; mientras que la otra, vinculada a los éxitos obtenidos hasta ahora o a las soluciones que se proponen, se halla en las antípodas de un mundo ideal. Pero hay un pesimismo de fondo muy serio, sobre todo ante la escasa capacidad de reacción de las sociedades europeas, de sus élites y sus gobiernos, frente a los cambios que está experimentando el mundo. A fin de cuentas, el ?Proyecto Europa 2030? es una sirena de alarma, que suena en un momento especialmente oportuno, para que los europeos reaccionemos y salgamos de la inacción y la pasividad con que estamos enfrentando los grandes cambios que está experimentando el mundo. Todas las soluciones que propone parten de un mismo principio, que es el más genuinamente europeo: no es con menos Europa como llegarán las soluciones a los problemas y limitaciones de todos y cada uno de los países socios, sino con más Europa. Las naciones europeas son el verdadero problema, y Europa es la única solución. Nada distinto a lo que hemos podido contemplar este pasado fin de semana con la operación de salvación del euro. (Enlace con eldocumento del Grupo de Reflexión sobre el futuro de Europa)

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11 de mayo de 2010
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La ruta de la humedad

En la esquina hay un hidrante que por las noches se convierte en el suministrador de agua de cientos de familias a la redonda. Hasta él llegan los carretilleros con sus tanques de 55 galones sobre viejas cajas de bolas que chirrían al pasar. Esperan a que el delgado chorro llene sus depósitos y retornan a casa, ayudados por los hijos que también empujan el carromato con el preciado líquido. Cada dos días, estos habitantes de Centro Habana hacen la ruta de la humedad, cansados de esperar que las tuberías de sus baños y de sus cocinas les brinden algo más que ruidos y cucarachas. Viven lo mismo en solares desvencijados que en mansiones con cenefas en las paredes y molduras en los techos. No importa el estado de la vivienda ni si es época de lluvias o de sequía, el problema subyace en el suelo, en esas redes hidráulicas que tienen la edad y el deterioro de sus abuelos. Muchos de los vecinos que rentan habitaciones a extranjeros han instalado un motor conocido como ?ladrón de agua?. En la noche lo encienden y éste hala hacia sus cisternas el suministro que debería llegar a las casas aledañas; sólo así garantizan que los turistas hospedados puedan darse una ducha. Si se anuncia alguna rotura en el acueducto, entonces le pagan a alguien para que les acarree varios cubos desde la calzada más cercana o compran el contenido de un camión cisterna por el equivalente a un salario mensual. El acceso al agua potable es ?desde hace muchos años en numerosos barrios habaneros? una cuestión de poder adquisitivo. Quienes tienen más pueden abrir el grifo y dejarlo correr mientras se lavan las manos, quienes tienen menos se enjuagan la boca con el contenido de un jarrito. Aún recuerdo la molestia de mi abuela cuando yo le decía que no aguantaba más, que tenía que pasar al servicio aunque no hubiera cómo descargarlo. Después teníamos que izar el cubo con una soga desde el piso de abajo, auxiliados por una roldana puesta desde años antes en el balcón. Ese ritual del sube y baja ha seguido repitiéndose hasta convertirse en una práctica habitual que involucra a miles de familias. En el apretado programa cotidiano, se reserva un tiempo para buscar el agua, cargarla y envasarla, a sabiendas de que no se puede confiar en que surja de los grifos. Las ruedas crujen diferente cuando los tanques van llenos o vacíos. Por cualquier calle de mi ciudad ?ahora mismo? un par de brazos halan una carretilla que vuelve cargada a casa. La loza sucia, el arroz por cocinar y la ropa en el lavadero, aguardan por ella.

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10 de mayo de 2010
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