Javier Rioyo
No recuerdo mujer más conturbadora que la joven Catherine Deneuve en "Tristana". Su belleza pálida, su aspecto recatado, una inocencia elegante y provinciana que se convierte en otra cosa. De repente el erotismo, la picardía, la provocación de la belleza en un cuerpo dañado. Se acaba de hacer un homenaje a Buñuel en Cannes recordando esa película, una de sus grandes obras, una historia de Galdos, muy española y buñuelesca. Un personaje que fascino a Hitchcock. La mirada de Tristana, la pierna, su cuello, sus amores y sus rencores, los pechos que nunca vimos mostrados desde ese balcón, las calles de Toledo o el encuentro con la tumba del cardenal Tavera.
Catherine Deneuve, la actriz de la que ya estábamos enamorados desde "Los paraguas de Cherburgo". El erotismo, no lejos de Sade, no de Masoch, en otra película de Buñuel, "Belle de jour". O en aquella de Polanski, "Repulsión". La Deneuve, tan arrogante, tan fría por fuera, tan misteriosa en cualquier exterior.
Musa de su generación, hermosa de la "nouvelle vague", sirena de mares por los que nunca hemos podido navegar, bella y soberbia, nunca olvidaremos que por ella, por estar mirando una foto suya escondida en un libro de literatura, nos expulsaron al pasillo. Nos interesaban más los deseos imposibles con Catherine que las obras de Gracian.
El azar hizo que nuestra vida se encontrara profesionalmente con Buñuel. Antes, en nuestros 16 0 17 años, en una mañana de fugas, nos tropezamos con don Luis por las calles de Alcalá de Henares. El estaba buscando localizaciones para "Tristana", nosotros- mi amigo Pepe Ganga y yo- estábamos de novillos. Hablamos con Buñuel, nos firmo un autógrafo, nos dedico un libro y nos anuncio que "Tristana" seria Catherine Deneuve. Se sorprendió que aquellos dos jóvenes conocieran a la hermosa francesa. Y mucho más que conociéramos al viejo maestro, al mejor director de cine de nuestra historia, que todavía vivía entre el exilio y la desconfianza del franquismo.
Llevo varios días volviendo al recuerdo de los amores juveniles con la Deneuve, en una pared de mi cuarto de trabajo, lleva años mirándome el cartel francés de "Tristana". Mi mira dulcemente, en esa foto azul que no encuentro. Además de su mirada se dice: "la plus belle creation de Catherine Deneuve". Pasaron años, pasaron películas y creaciones, ninguna como esa Tristana.
No podría hacer mi autobiografía sin ella. Lo dejo, me escapo con otras imágenes, esas que me recuerda el admirado Félix de Azua en su "autobiografía sin vida". Una manera de salir de ese icono que es Catherine Deneuve.