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Ladyboys

En Tailandia se cuentan unos 2 millones de mujeres/hombres, las llamadas ladyboys según los cálculos oficiales. Cualquiera que viaje a esa tierra, ahora tan convulsa, podría decir que son quizás dos millones o tres o incluso más. No habrá ya sin embargo escándalo alguno cuando toda la población lo sea. Por el contrario, ese país será una suerte de sueño de la idea feminista del género como modo más exacto de definir las derivas del sexo.

Estas ladyboys son hoy, con frecuencia, empleados como jusetos/sujetas adecuados que despachan en los departamentos de cosmética de los grandes almacenes. Un ámbito cuta suavidad y  ambigüedad se corresponde perfectamente con el aspecto de sus regidores.

 En Tailandia se celebran concursos nacionales o locales en los que se premia a la más guapa ladyboy de ese lugar y, como es de esperar, su vida, con o sin exhibición  mediática, se compone no sólo de tratos con otras personas de su misma condición sino con toda la población. Se forma así, por tanto, una especie de panorama futurista de la imaginaria sexualidad o, como dirían, las feministas de la libertad de género. Los géneros en todos sus matices se mezclan borrando sus antiguos lindes y en la interrelación triunfa el erotismo sin programa, sin código, sin sello.  ¿Un atraso? ¿Quién podría decirlo? ¿Exotismo? ¿Quién podría asegurar que dentro de unos años seguirá siéndolo?

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7 de mayo de 2010
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El Festival de la Palabra por Ezequiel Martínez

Ezequiel Martínez tecleando en teclitas. Foto: Iván Thays Enorme decepción he tenido cuando descubrí que uno de mis bloggers favoritos, Ezequiel Martínez, no usa Mac sino una cosa enana, negrita, chiquita, lenta, una PC de esas que usan windows, antivirus, qué sé yo, algo infumable. Me pregunto cómo puede escribir Ezequiel en esa cosita de nada, en esa minusculidad.¡Qué raaaaaza! No por nada Moleskine Literario es el blog oficial del Festival de las Palabricas. No es calidad, es logística. Y ahora que me compro la iPad, ayayay, no se me escapa nada. Esto es lo que dice Ezequiel Martínez en el blog En Minúscula (el título se debe, obvio, a su maquinita)

El martes por la noche arrancó aquí en Puerto Rico el Festival de la Palabra, un encuentro literario como nunca antes había tenido lugar en esta isla de ningún lugar, o de todos. ¿Son norteamericanos que hablan y escriben en español? ¿Pertenecen a los Estados Unidos, pero son ajenos al american way of life? La escritora portorriqueña Mayra Santos-Febres, directora y turbina de este encuentro (porque lo de motor le queda corto), lo definió con un exacto juego de palabras: ?Este es un lugar no lugar. Es un estado libre asociado que ni es estado ni es asociado? es Puerto Rico?. Mayra logró convocar a casi 70 escritores de América latina y España, para compartir mesas, charlas, talleres, debates y encuentros con un par de docenas de autores locales y un público que no está acostumbrado a leer -porque no les llega, o porque abundan los títulos en inglés- narrativa en castellano. El gran punto de encuentro del Festival es el Cuartel de Ballajá, en el corazón del viejo San Juan. Pero en los alrededores también pasan cosas: autores que se reencuentran después de mucho tiempo, excursiones a la selva profunda, rondas de ron y charlas postergadas. Porque mientras la literatura es protagonista, las anécdotas se escriben en los márgenes de unaMoleskine (remito al blog del peruano Iván Thays, con el cual es imposible competir, para ponerse al tanto casi en tiempo real de lo que sucede aquí). Un grupo de los Bogotá39 invitados al Festival se han propuesto imponer una frase de cabecera que sintetice el espíritu del encuentro. Es una frase multipropósito, útil tanto para expresar sorpresa como para insultar. El énfasis o la cadencia de las vocales alargadas pueden provocar ofensa, sugerir una caricia o escalar hacia otras propuestas más intensas. Pero unos y otros, cuando recuerden con palabras a Puerto Rico, se reconocerán con este mismo santo y seña: ?¡Qué razaaaa!?. 

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6 de mayo de 2010
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Como falsos británicos

 

La campaña electoral británica nos proporciona un placer prohibido en la política nacional. Observamos la actuación de los candidatos, seguimos sus discusiones, sus tropiezos o aciertos sin sentir el inconfundible pálpito de la pasión. Es otro modo de vivir la lucha por el poder. No nos afecta el reclamo de su eslogan y gracias a esta distancia podemos saber lo que dicen realmente. Brown, Clegg o Cameron elaboran un discurso perfeccionado por nuestra indiferencia. Sus promesas son para nosotros un ejercicio de agudeza visual. ¿Quién esconde mejor sus defectos? Exentos del carisma emocional que remueve nuestras simpatías, los candidatos extranjeros parecen lo mejor que puede ocurrirle a un país: cualquiera puede recibir el encargo de gobernar. ¿Qué más da? Quizá nos convenga conservar esta flema: participar en nuestra controversia nacional como si cualquiera de los candidatos fuera bueno para el país.

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6 de mayo de 2010
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Catarsis y curación

En una época en que el entrañable y tranquilizador Juramento Hipocrático ha desaparecido de clínicas y hospitales, y en que la cuestión médica está en manos de las llamadas autoridades sanitarias -a menudo burócratas que lo ignoran todo del hombre, excepto que es un animal al que se le pueden extraer impuestos y votos-, resultan aleccionadoras las resistencias de ciertos médicos a considerar que la enfermedad es una pura mercancía sometida a la ley de la oferta y la demanda. A este respecto, por ejemplo, soy siempre un entusiasta seguidor de las opiniones del doctor Moisès Broggi, tan buen memorialista en este último periodo como cirujano a lo largo de toda su vida. Hay una lucidez especial en este hombre que ha alcanzado los 102 años.

En su última entrevista -realizada por Núria Navarro- hacía dos manifestaciones aparentemente muy alejadas entre sí pero que a mí me parecieron perfectamente unidas por un hilo invisible. Por un lado, siguiendo a los antiguos griegos, recordaba que "la fuerza que mueve las estrellas es la misma que hace palpitar el corazón del hombre"; por otra, respondiendo a la última pregunta de la periodista -"¿por qué querría ser recordado"- manifestaba lacónicamente: "por ser una buena persona". Las dos respuestas ensambladas significaban una magistral lección de medicina.

Por los mismos días en que el doctor Broggi hacía estas declaraciones cayó en mis manos un libro excepcional que, en cierto modo, venía a desarrollar el amplio espectro de interrogantes alojado entre aquellas dos respuestas. Se trataba del ensayo Catarsis. Sobre el poder curativo de la naturaleza y del arte, escrito por el cardiólogo y humanista polaco Andrzej Szczeklik, recién traducido entre nosotros. Debo confesar que el enigmático asunto de la catarsis es algo que siempre ha llamado mi atención desde que en los años estudiantiles leí -o me hicieron leer- la Poética de Aristóteles. En ella se contiene aquella famosa definición de la tragedia griega a partir de la que, precisamente a propósito del término catarsis, se han suscitado numerosas controversias. ¿En qué consistía esta catarsis que, según Aristóteles, se conseguía en los escenarios griegos? ¿Una purificación de las pasiones?; ¿una depuración de los desarreglos morales?; ¿una curación de las enfermedades del alma? Las traducciones no se ponían de acuerdo. Con el paso del tiempo, y como reincidente lector de tragedias -en especial de Esquilo y Sófocles-, llegué a la conclusión de que la catarsis perseguida por el teatro ático era una suerte de efecto de shock que conducía a los espectadores a un alivio anímico, a un relajamiento sensorial, después de haber sido llevados a la máxima tensión tras ver representadas las turbulentas peripecias de los héroes.

Dicho de otro modo: la tragedia griega, que lejos de ser un espectáculo elitista era una celebración popular (en el teatro de Dionisos cabía una cuarta parte de los ciudadanos libres de Atenas), tenía como objetivo poner ante el público un espejo terrible en el que el hombre pudieracontemplar todas sus contradicciones y límites, pero no para hundirlo en el sinsentido, sino para liberarlo del peso que pudiera albergar su conciencia. El espectador, a través de las vicisitudes de los héroes, era arrastrado hasta el punto de ebullición que pone en peligro cualquier equilibrio y luego, por la propia ejemplaridad trágica, era reflotado hasta la salvación. De ahí que fuera usual, tras la representación de una tragedia, que se celebrara festivamente el alivio de los espectadores con la puesta en escena de una pieza satírica. Para el público ateniense el efecto colectivo de una tragedia se parecía mucho a lo que, individualmente, se conseguía con el principio hipocrático de la "curación por la palabra". En ambos casos puede hablarse de catarsis.

Y es este segundo plano, el del principio hipocrático, el que sirve a Andrzej Szczeklik como punto de partida para construir un fascinante espacio en el que convergen médico y paciente. Evidentemente, el doctor Szczeklik, cardiólogo de renombre internacional y pionero de las unidades de reanimación en su Cracovia natal, no ignora en absoluto los últimos avances de la ciencia y la tecnología médicas. Éstos están constantemente presentes en su libro. Sin embargo, su reivindicación principal se dirige al establecimiento de una complicidad entre el enfermo y el médico. Las palabras, y lo que alienta detrás de las palabras, son tan importantes como los más refinados instrumentos de diagnóstico o como los medicamentos más potentes.

Así, en Catarsis, se cruzan paso a paso todos los ámbitos de relación existencial, con la particularidad de que Szczeklik, en lugar de conformarse con los límites de su especialidad médica, se introduce en múltiples esferas de la historia de la cultura. La operación es altamente estimulante porque el alfabeto críptico con el que los médicos juegan a ser brujos se transforma, de pronto, en un lenguaje tan preciso como comprensible. Nuestro cuerpo deja de estar en manos de especialistas que ejercen de especialistas que ejercen un monopolio exclusivo para volver a ser "nuestro cuerpo". Desde esta perspectiva, la medicina es fundamentalmente la escucha del cuerpo, algo que cada hombre hace por sí mismo y que sólo en segunda instancia corresponde a los sofisticados aparatos que se hacen eco de nuestro organismo (en el sentido estricto de la expresión ecografías, resonancias magnéticas).

De acuerdo con Szczeklik aquella escucha es posible porque nuestro cuerpo no deja de ser el campo de experimentación del universo entero. En Catarsis el lector puede encontrar significativos paralelismos que lo confirman: el pulso del cosmos, como también ha sugerido el doctor Broggi, late al mismo ritmo que el pulso del corazón. Melómano convencido, Szczeklik tiende continuos puentes entre música y medicina. Memorable la correspondencia que establece entre el rubato de Chopin y la melodía del corazón. Pero no son menos interesantes sus sugerencias poéticas y sus alusiones pictóricas, con páginas dedicadas, a la Sibila de la Capilla Sixtina o a Velázquez. Me quedo, por encima de todo, con la exquisita comparación que atraviesa el libro entre la descripción de los síntomas por parte del enfermo y el camino del conocimiento defendido por Platón. Es decir, en ambos casos, la amnesis si para Platón conocer es recordar para el médico nada hay más valioso, para la tentativa de curación, que los recuerdos del cuerpo que sólo el paciente puede relatar.

Podría así decirse que la memoria del cuerpo, narrada verbalmente por el enfermo y rescatada por el médico (con sus propios ojos y oídos, además de los "ojos" y "oídos" de la técnica), sirve para aislar los síntomas, establecer el diagnóstico y preparar el organismo para la curación de un modo similar a cómo la representación trágica, al poner en escena las incertidumbres del hombre, lo educaba para la reconquista del equilibrio espiritual.

Sea como fuere, Catarsis, además de ser recomendable para pacientes y potenciales pacientes -"todos nosotros" como dice irónicamente Czeslaw Milosz en el prólogo-, debería ser obligatorio para todos aquellos médicos que no se conforman con ser únicamente especialistas o curanderos.

El País, 21/03/2010

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6 de mayo de 2010
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Grecia somos todos

Grecia está en el origen, pero no es el problema. Sólo el eslabón más débil, que se ofrece espontáneamente a la tempestad de los mercados para romper la cadena. El siguiente eslabón ni siquiera debiera ser España. Antes se hallan Portugal e incluso Irlanda. Pero éstos son demasiado pequeños. La tempestad quiere bocados mayores, para sacudir y romper la cadena entera. La cadena es el euro, la presa a abatir ahora. Pero el problema, la causa de la atmósfera de cataclismo de estos días, no son ni el fraude estadístico de los griegos, ni la impávida frialdad de los alemanes, ni la ceguera española ante la crisis. Todas estas actitudes irresponsables son cooperadores necesarios, pero no causantes de la crisis. El origen está en Europa y en el empeño cada vez más extendido entre los europeos de rechazar el único remedio que podría resolver sus males actuales y futuros, como es la creación de una unión política que proporcione los recursos presupuestarios, las políticas fiscales y la cohesión social y territorial que exige una moneda única.

El periodista norteamericano Jacob Weisberg, director del periódico digital Slate, ha seguido estos días por encargo del diario británico The Guardian una jornada electoral de los tres candidatos británicos. El ejercicio de observación, según aclara su autor, es muy limitado para el ciudadano de un país al que le interesan muy poco las elecciones en Reino Unido, a pesar de la relación especial entre Washington y Londres siempre evocada desde esta última capital. Además, según confiesa alguien que vivió en Reino Unido en los tiempos de Thatcher, "el margen de diferencias entre las políticas propuestas por los tres partidos es sorprendentemente estrecho". No es ciertamente así como ven las cosas los británicos ni mucho menos los europeos. Pero está claro que la mirada lejana y extrañada del primo americano puede echar alguna luz novedosa sobre un enfrentamiento electoral tan previsible en ese eje horizontal entre derecha e izquierda con que todos los europeos leemos lo que va a suceder hoy en el Reino Unido. El candidato conservador, David Cameron, ha recentrado a su partido y lo ha abierto a cuestiones como el cambio climático, los derechos de los homosexuales, la mejora del sistema público de salud, o incluso "el reconocimiento del valor del Gobierno y la necesidad de los impuestos". Según Weisberg, exactamente en la dirección opuesta a la evolución del partido republicano norteamericano, lanzado en brazos de una extrema derecha libertaria e insurreccional frente al Gobierno federal. A pesar de lo que diga Weisberg, el envite de Cameron sigue ensartado en un tridente populista, formado por el recorte de impuestos, la limitación de la inmigración y el rechazo contundente y visceral de Europa. A la mirada norteamericana se le escapan algunas diferencias de dimensión. Tanto la victoria de Cameron hoy, sin el matiz de los liberal demócratas, como un castigo a Angela Merkel el domingo en las elecciones de Renania-Westfalia por la crisis griega, tienen algo del rechazo del Gobierno federal por parte de los ruidosos republicanos del Tea Party. Poco pueden hacer por sí solos los gobiernos europeos, incluido el británico, ante el cambio de dimensiones que ha sufrido la economía global y los estragos que está produciendo una crisis que en su origen fue financiera. Cameron representa la posición extrema de todo un abanico de posiciones crecientemente euroescépticas, en las que se incluye la antaño europeísta Alemania, que más crecen cuanto más perentorio es contar con un gobierno europeo que se enfrente a las dificultades de las cuentas públicas y del euro. Dos iniciativas emprendidas este año, con la aplicación del Tratado de Lisboa, son deberes pendientes en propiedad desde el Tratado de Maastricht, hace casi 20 años. Una es la llamada Estrategia 2020, repetición de los deberes fallidos de la Estrategia de Lisboa para 2010, que agrupa los planes para convertir a la economía europea en competitiva, crear puestos de trabajo de nuevo y situarla en cabeza del crecimiento mundial. La otra es la puesta en marcha del Servicio Exterior Europeo, que convertirá a la UE en la mayor potencia diplomática del mundo, al menos en recursos humanos. En el momento en que se diseñó el euro, los entonces 12 socios rechazaron la idea de avanzar en gobierno económico y en política exterior, y apostaron a fondo, en cambio, por ir ampliando la Unión sin apenas profundización política. A pesar de los pequeños avances realizados en los tratados de Amsterdam y Niza, ahora llegamos a la aplicación de Lisboa con un tratado de retraso, aquel retraso que recibía el castigo de la historia, según palabras de Mijail Gorbachov a Erich Hoenecker en 1989 poco antes de la caída del Muro y del comunismo. Nosotros, los europeos, sin querer darnos cuenta, cada vez nos parecemos más a los norteamericanos. Abominamos de la única medicina que nos puede curar: impuestos, inmigración y gobierno europeo. Y por eso tenemos también nuestro Tea Party, los reflejos de nuestras viejas naciones, inútiles para resolver los problemas de hoy pero en insurrección y celosas de la todavía posible única nación del mañana.

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6 de mayo de 2010
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Imperativo de evitar el sufrimiento y reino de los cielos

J- Decías que el Vaticano es le efectiva realización del mensaje objetivo de Cristo y es importante que quede claro. Porque tu tesis es muy fuerte, pero muy interesante, y me lleva a  hacer un análisis comparativo. Supongo que la violencia que ha acarreado históricamente el cristianismo la consideras inherente a su condición de ideología. Pero  el animalismo radical para ti es una nueva ideología, que tiene una nueva fundamentación y por tanto conduce necesariamente a la violencia.

V- Absolutamente, sentando que me refiero al animalismo que empieza por negar la singularidad de la especie humana, la revolución que su aparición significó en la historia evolutiva y acaba invirtiendo la jerarquía entre el hombre y las demás especies animales. Si por animalismo se entendiera la obligación que tiene nuestra especie de evitar el mal gratuito en el reino animal yo me considero el primer animalista (al igual que me considero el primer ecologista si por ecología se entiende la exigencia de una naturaleza sana entendida como corolario de la aspiración sanamente egoísta al bienestar de nuestra especie)

J- Pero eso es una cosa que conviene ponerla clara.

V- Obviamente,  porque si tu eriges en principio de tus comportamientos, es decir, en referente de las máximas en función de las cuales vas a actuar, si eriges un asunto que no se va a poder realizar (al igual que el cristianismo se sustenta en esa promesa mirífica que es el reino de los cielos) como sería que nuestra especie repudie las condiciones de posibilidad de su subsistencia, cosa a la que conduciría el erigir en imperativo categórico la evitación del sufrimiento de las especies animales (tan imposible de alcanzar como el reino de los cielos); si tal es la quimera  en razón de la cual te sientes reconciliado, es decir, sientes que salvas tu alma  obviamente... a quien ponga en peligro esta tu reconciliación tenderás a eliminarlo, al menos simbólicamente. Es así de sencillo.

J- Y ya tienes construido al enemigo a destruir...

V- Obviamente, porque, vamos a ver,  si los seres humanos dejan de tener claro que tan sólo  hay una reconciliación posible,  que es esa reconciliación con nuestra condición frágil, con lo común a la condición humana  la tragedia...esa reconciliación a la que apunta la tragedia griega...Si no se parte de esta base; si por el contrario se considera que realmente hay algo así como una posibilidad de salvación, de salvación del alma, de una salvación del alma consistente en la realización de algo literalmente utópico, imposible, las consecuencias tienen que ser terribles.

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6 de mayo de 2010
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La malcasada

El veterano sacerdote y periodista Antonio Aradillas ha publicado un libro. Los otros malos tratos, en que lo chocante no consiste en que, efectivamente, el maltratato psicológico en la pareja es muy frecuente y recíproco sino en las pocas ganas con las que, actualmente, se casan las mujeres.

O bien, frente al tópico de que son ellas las que anhelan casarse y se deshacen por llegar al altar, Aradillas sostiene (¿gracias a su experiencia en el confesionario?) que la mayoría de los matrimonios se componen sobre todo de ilusión masculina.  ¿Por qué se casan las mujeres entonces? Se casan, en una alta proporción, dice, por no verse solas, por hacer como las demás o por mera indolencia. Pero todas temiendo, según Aradillas, el posible maltrato que les espera dentro de la casa conyugal.

¿Verdad? ¿Mentira? ¿Demagogia? La mujer ha sido material de primera calidad para practicar la demagogia política de políticos como Zapatero y tantos otros que, ponderando el peso de los votos femeninos, han proporcionado discriminaciones positivas y ventajas legales -constiticionales o no-  a favor de las mujeres.

 En lo que llevamos de año se han contabilizado unos 55 muertes de mujeres a manos de sus parejas - en la mayoría de los casos seguidos del suicidio del tremendo criminal.

Estas cifras las publican los periódicos y las recuentan todos los medios, una a una, una y otra vez, sin perder su fecha ni su comparación con los meses o años precedentes. Sin embargo, nada o prácticamente nada se conoce sobre los asesinatos de hombres a manos de sus amantes, sus novias o sus esposas. Treinta y tantos han sido, no obstante,  los casos que se han registrado en España hasta el mes pasado.  Los media toman un asunto entre los dientes y no lo sueltan hasta llegar a la saturación.

Pronto, pues, cuando la saturación de la muerte de mujeres, víctimas de la violencia doméstica, llegue a su colmo llegará la información sobre la violencia doméstica ejercida sobre niños o ancianos, sobre padres y, seguramente, al fin sobre los hombres a cuyas asociaciones se les niegan  derechos como manera de proteger la tesis de que la víctima es, por antonomasia, la mujer. La malcasada.

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6 de mayo de 2010
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