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II. Una pirámide por sepulcro

Para construir su palacete Voltaire mandó a demoler el antiguo castillo medioeval que había allí, y para que la alameda de ingreso a la propiedad desde la aldea de Ferney no tuviera estorbo, demolió la pequeña iglesia por lo que, claro está, el cura se alzó en su contra. Voltaire aceptó construir una nueva, sólo que el litigio siguió porque en el frontis hizo inscribir su propio nombre, y en una de las paredes laterales agregó una pirámide, símbolo masón y poco católico que aún aparece en los billetes de banco de Estados Unidos, pues los próceres de la independencia de esa nación también fueron masones.

La pirámide sobresale mitad fuera de la iglesia, mitad dentro de la nave, y en ella pretendía ser enterrado como señor del feudo. Estas provocaciones de un espíritu siempre burlón e inquieto, son las que atravesaron los siglos hasta llegar al prefecto de los hermanos cristianos en Managua, que tanto odiaba a Voltaire por ateo aunque nunca lo fue, creyente acérrimo en el Gran Creador, Arquitecto del Universo.

            La localidad se llama ahora Ferney-Voltaire, en honor del insigne huésped que la transformó y le dio fama, filósofo iluminista, precursor de la revolución francesa, mentor de las monarquías ilustradas, poeta, narrador y prosista, dramaturgo y defensor público incansable de los atropellados por la justicia, además de copioso corresponsal cuyas cartas forman numerosos volúmenes. Si fuera contemporáneo nuestro, de seguro tendría un blog, y una red en el Facebook.

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16 de junio de 2010
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El cortafuegos

Este es un problema optativo: no existía y lo hemos creado. Ahora nadie puede eludirlo y no hay más remedio que atacarlo de frente. Nadie había visto a bandas de hombres y mujeres enmascarados con burkas, nikabs, cascos de motorista y pasamontañas por los mercados municipales y las instalaciones de los ayuntamientos catalanes. Tampoco se había producido acto alguno de violencia, delito o ni siquiera un incidente de orden público provocado por estas pandillas de embozados que nadie ha visto por las calles de Cataluña. Y sin embargo, de pronto, distintos concejos municipales de toda la geografía catalana han discutido y aprobado resoluciones y decretos prohibiendo por razones de seguridad el acceso a las instalaciones municipales con el rostro velado por los distintos tipos de coberturas que se utilizan en algunos países islámicos.

No existía, pero las próximas elecciones municipales y l?air du temps lo han creado: ahora ya es un problema obligatorio. Es del género inocente, para no decir otra cosa, oponerse a estas iniciativas. Más inteligente y eficaz es cortar el nudo gordiano como lo ha hecho el gobierno de Zapatero, incorporando la prohibición del burka a la ley de libertad religiosa. Pero tan urgente o más es evitar que los populismos derechistas rampantes en toda Europa nos marquen la agenda política y nos dicten los problemas optativos que deberán convertirse en obligatorios. Hay muchas cosas en las costumbres y en los comportamientos de una nutrida franja de la población inmigrante que debiera preocuparnos más que el burka: por ejemplo, que las niñas no sean desescolarizadas en cuanto entran en la pubertad, que no sean repatriadas a sus países de origen para ser sometidas a la ablación o a matrimonios forzosos, que no se implante de forma subrepticia una poligamia esclavizadora, o que no se permita a los imames el ejercicio de una autoridad fáctica sobre comunidades recluidas y marginadas en guetos. La integración de los inmigrantes musulmanes, sobre todo los procedentes de las regiones más pobres y atrasadas, plantea un abanico de problemas que exigen debate y tratamiento respetuoso con los derechos y exigente con sus deberes como ciudadanos. La introducción del debate del burka en los ayuntamientos ha sido, en cambio, una iniciativa que no tiene nada que ver con la integración de los musulmanes. Es un intento de trazar una raya en el suelo que separe y divida, a los grupos humanos, a las comunidades y a los partidos, para sacar un provecho político y electoral, como parte de un programa más vasto todavía. El anterior intento fue la utilización del padrón municipal para convertir los instrumentos de integración en labores propias del ministerio del Interior. Quienes lanzan esas ideas se presentan como bomberos, pero son pirómanos que buscan el enfrentamiento y el conflicto, el río revuelto al que quieren tirar sus cañas electorales. Bien está, por tanto, el oportuno cortafuegos, pero harán falta muchos más esfuerzos para evitar que los numerosos pirómanos europeos no terminen encendiendo el choque de civilizaciones entre cristianismo e islam. Saben, además, que tienen la complicidad precisamente de aquellos a quienes dicen atacar: nadie más interesado en este choque que el fundamentalismo islámico.

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16 de junio de 2010
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Minutos, días

Todos los días tienen su historia, un solo minuto daría para contar durante años, el mínimo gesto, el desbroce minucioso de una palabra, de una sílaba, de un sonido, por no hablar ya de los pensamientos, que es cosa de mucha enjundia pensar en lo que se piensa, o se pensó, o se está pensando, y qué pensamiento es ese que piensa el otro pensamiento, no acabaríamos nunca. De Levantado del suelo, Alfaguara, p. 79 (Selección de Diego Mesa)

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15 de junio de 2010
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Teatro completo

 

Mientras leía - en el caso de todas las obras y actas correspondientes a la estrambótica Orden de los Caballeros de Don Juan Tenorio - o releía - en el caso de las cuatro "grandes" piezas que abren el presente volumen y que ya fueron publicadas en su día - la producción teatral de Juan Benet,  me preguntaba qué efecto pueden causar estas obras tan inusuales en alguien que se enfrente a ellas sin conocer al autor y sin tener una visión suficiente del contexto en que fueron escritas, es decir, a lo largo de las décadas de 1950 y 1960.

                En el fondo estoy planteando una cuestión que ocupa desde antiguo a quienes estas cuestiones preocupan. Por ponerlo de una forma sencilla, ante un cuadro cargado de simbología y doctrina cristiana, cabe preguntarse quién disfruta más: el erudito que conoce el contexto y las circunstancias de los personajes representados, así como la simbología de los gestos y los objetos intencionadamente dispuestos por el pintor, o la persona instintivamente sensible al color y la composición y que capta casi sensorialmente el "mensaje" artístico que transmite el cuadro.  Puesta la cuestión en lo que hace referencia a estas piezas de teatro la pregunta sería: ¿es necesario haber conocido a Juan Benet y su época parea poder extraer todo el contenido que ofrecen sus obras?

                La pregunta tiene trampa porque la respuesta es sí y no. Basta leer el excelente y bien documentado prólogo de Vicente Molina Foix (que sí conoció muy bien al autor) para advertir que aquí hay mucha más tela de lo que puede parecer tras una primera lectura. Molina Foix habla de un Juan Benet histriónico y travieso, del hombre de teatro con alma de matemático. Y consciente del desconcierto que sin duda se apoderará del lector desprevenido, insiste en el gusto de Benet por mezclar, casi siempre sin previo aviso, lo sublime con el melodrama barriobajero, la comedia metafísica con la broma gruesa muy cercana al gusto tabernario (en aquella época llamada patafísica). Sin embargo, a la hora de contextualizar esta producción teatral,  no tarda en aparecer la munición del más grueso calibre: "expresionismo alemán", "teatro del absurdo", Ionesco, Dürrenmat y, como punto de referencia más actual, Thomas Berndhard. Y por descontado Beckett, aunque lo sorprendente en el caso de este último es que la circulación entre uno y otro es de doble sentido, pues leyendo a Benet muchas veces estás viendo al Beckett de Esperando a Godot y (aunque sea en novela) de Mercier y Camier; pero también leyendo al Beckett hay gestos, diálogos y actitudes que son inequívocamente benetianas. A este respecto puede decirse con seguridad que Benet era conocedor de la obra de Beckett mientras que éste desconocía por completo a Benet.

Para explicar esa circulación de doble sentido (que no copia) me viene a la memoria la respuesta que un progresivamente irritado Faulkner daba para defenderse de la acusación de haber copiado a Joyce con el recurso al monólogo interior (stream of consciousness). Faulkner hablaba de una especie de "conciencia universal", al referirse a la necesidad de los creadores de cada época de encontrar soluciones a los nuevos problemas (por descontados que narrativos) que se les plantean. Siendo una necesidad que afectaba a todos, ello explicaría que dos escritores pertenecientes a dos universos tan incomunicables como puedan ser el Mississippi profundo de los años 20 o el París contemporáneo, hubiesen dado con soluciones muy similares. A mí, como explicación me sirve, pero el pobre Faulkner hubo de cargar hasta el fin de sus días con la sospecha del plagio.

En cierto modo, y consciente del gusto de Juan Benet por el humor fino y al tiempo  grueso, y su insistencia en la astracanada en los momentos más supremos, al recurrir a la munición de grueso calibre Molina Foix está animando al lector para que no se deje amilanar por el sentido del humor de Juan Benet y sus continuos guiños al lector hipócrita del que hablaba Baudelaire, mon semblabe, mon frère.

Por volver a la cuestión de si es preciso el conocimiento previo a la obra para sacar el máximo provecho estético de la misma, ya decía que la pregunta tiene trampa. En principio, la obra dice lo que dice y no necesita esas muletas que son los sentidos ocultos. Se lee y ya está, y todo lo que no esté ahí adiós para siempre. Pero al mismo tiempo no me cabe la menor duda de que quienes conocieron bien a Juan Benet se reirán más, vivirán momentos de gran nostalgia y, de cuando en cuando, incluso tendrán la inquietante sensación de estar oyendo al propio Juan Benet cuando, en una situación plenamente disparatada, uno de los personajes dice: "No hay otra certeza que la pasión y toda incertidumbre procede del conocimiento". Eso, dicho cuando el país era un clamor contra la apasionada irracionalidad  de un régimen empecinado en nadar contra corriente (y que todavía mataba para asegurarse de ir por el camino correcto), era  un clásico rasgo del humor enrevesado, y a veces decididamente  agresivo, de Juan Benet.   

 

Teatro Completo

Juan Benet

Siglo XXI

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15 de junio de 2010
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El barro y el mar

No todos los economistas, ni mucho menos, están de acuerdo en que los Gobiernos hallan elegido la política de recortes en los gastos y, notablemente, en los gastos de inversiones públicas. La consecuencia es que esa política conduce a reducir la actividad general, anular puestos de trabajo y achicar la capacidad para comprar. El siguiente escalón es que las empresas no venden, despiden a más obreros o cierran en cadena y, la quiebra del sistema viene a ser el resultado fatal.

Los Gobiernos se han asustado cuando tras haber lanzado mucho dinero al sistema fabricado pecaminosamente en las Fábricas de Moneda han aumentado sus deficits y con ellos, según sea más o menos altos, ha crecido el tipo de interés que deben pagar por los préstamos que siguen necesitando. Sin embargo, también, ellos prestan a otros, aún teniendo deficits, y reciben fondos de otros países, sea Alemania o Francia, que soportan también  deficits descomunales.

El déficit es así el estado general y no la lacra diferenciadora de un país u otro. Todos pueden quebrar si no acuden a préstamos exteriores y todos pueden quebrar si reducen bruscamente sus gastos y estrangulan la producción. De una u otra manera la situación lleva a la quiebra pero no es lo mismo una quiebra de todos que una quiebra de algunos. En la quiebra de todos no hay propiamente quiebra puesto que unos y otros son acreedores virtuales y, ¿cómo no?, también deudores virtuales. Se trataría  pues de haber pasado  inesperadamente, a otra dimensión, haber atravesado el espejo del equilibrio y el espejo de la producción. Pero también haber acabado con el miedo al desorden o la devoción a la regla de la tradición. En otra dimensión, el mundo y su economía serían de otra naturaleza y las salvaciones de otra significación. Ahora, sumidos en la mezquina política de los recortes, embarrancaremos sin duda en un territorio de escasez. Del otro modo navegaríamos acaso en un alto mar de inflación pero ¿quién no prefiere la navegación con sus traslaciones y cabos de Buena Esperanza que quedarse atrapados, acaso sepultados, en un secarral?

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15 de junio de 2010
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¿Verdadero juicio final?

Interpreto  la interrogación de José Lázaro: la tendencia difícilmente superable a erigir algún edificio que sea refugio y consuelo ¿no encontraría sofisticada expresión en la consideración del arte y en particular de la escritura como- según la expresión de Proust- "verdadero juicio final?

 Marcel Proust afirma explícitamente, en relación a la teoría literaria, que un libro - y cabría decir en general la obra de arte- es el resultado de una dimensión de la personalidad que nada tendría  que ver con la que se muestra en sociedad, la cual está determinada por las costumbres, las manías y, en ocasiones, las perversiones o vicios.  Y todo indica que sólo en el momento en que adopta la resolución de escribir la Recherche, esta personalidad profunda, de ordinario encubierta por una identidad convencional, más o menos vacua y más o menos narcisista, está realmente aflorando e imponiéndose.

 En cualquier caso el autor quiso que los lectores tuviéramos la impresión de una decisión ascética, análoga en intensidad (en modo alguno en coincidencia de causa) a la que determina la actitud mística, y sobre todo, quiso que los lectores nos hiciéramos partícipes de la disposición ética que ello implica. Por ello, en el borrador de texto que ofrecí a leer a José Lazaro enfatizaba  la presentación que el Narrador (héroe principal de la Recherche y más o menos identificable al propio escritor- como más o menos el Stephen Dedalus  de Portrait of the Artist as a Young Man es  identificable a Joyce) hace de sí mismo como un frecuentador de ambientes mundanos, tan brillantes como a veces frívolos y esnobs, que, cuando finalmente se decide a escribir, lamenta emprender su tarea "en vísperas de la muerte y sin saber nada de mi oficio"

Escribía en el  borrador sobre Marcel Proust enviado a José Lázaro que la determinación es entonces brutal, y ponía como ejemplo el siguiente párrafo en el que el  Narrador  en relación a cuál sería su actitud en el caso de que conocidos o amigos le importunaran mientras estuviera entregado a su tarea:

"Ciertamente, tenía la intención de volver, desde el día siguiente, a vivir en soledad. No toleraría visita alguna en los momentos de trabajo, pues el de­ber de realizar mi obra tenía primacía sobre el de la amabilidad, e incluso el de la bondad. Sin duda insistirían, ellos que no me habían visto desde tanto tiempo atrás, ahora que me habían recobrado y creyéndome sano, vendrían a verme, cuando la tarea de su jornada o de su vida se había acabado o interrumpido (...) Mas tendría el valor de responder (...) que tenía, en relación a cosas esenciales, respecto a las cuales era imprescindible que fuera informado sin retraso alguno, una cita urgente, capital, conmigo mismo(...) Y sin embargo, al haber poca  relación entre nuestro yo verdadero y el otro, en razón del homonimato y el cuerpo común a ambos, la abnegación que nos hace sacrificar los deberes más fáciles, incluso los placeres, a los demás les parece egoísmo" (IV, 563-564)

Párrafos como éste provocarían por así decirlo la sospecha de José Lázaro. Seguiré ahondando en la misma.

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15 de junio de 2010
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Iré a Jequié

Después de una negativa, la mayoría de los que solicitan un permiso de viaje desiste de volver a pedirlo. Pocos, muy pocos, siguen insistiendo cuando ya han escuchado más de tres veces la escueta frase ?Usted no está autorizado a viajar?. Sólo un puñado de testarudos ?entre los que me incluyo? regresa al Departamento de Inmigración y Extranjería para reclamar la llamada tarjeta blanca si se la han negado en cuatro ocasiones. Aunque con cada nueva petición parecería que las posibilidades se vuelven más remotas, me impulsa el dejar claro que mi reclusión en esta Isla no ha sido por no haber agotado todos los caminos legales. Bajo esta filosofía de lo imposible me he lanzado a otro trámite en la dirección del DIE del municipio Plaza, esta vez para ir a la ciudad de Jequié-Bahía en Brasil. En julio se hará un festival de documentales donde un  joven realizador presenta un corto sobre bloggers cubanos; si me lo pierdo será porque habré recibido el sexto ?no? en apenas dos años.  Como en todos los anteriores trámites, la carta de invitación ha estado a tiempo, mi pasaporte está actualizado y mis antecedentes penales se mantienen limpios. En teoría, cumplo con todos los requisitos vigentes para traspasar la frontera nacional, pero sigo emitiendo opiniones críticas y eso ya me convierte en un tipo especial de delincuente. Para este viaje, he decidido tocar tantas puertas como sea posible y hasta le mandé una carta al presidente brasileño Luis Inácio Lula da Silva. Quién sabe si a falta de escuchar demandas de sus propios ciudadanos, el gobierno de mi país tenga oídos receptivos para cuando le habla un dignatario extranjero. Mis amigos me insinúan que he pasado a ser un ?medio básico? con una chapilla numerada puesta sobre los omóplatos, como esos muebles inventariados que pertenecen a instituciones estatales. Sólo queda sonreír ante bromas así y sacudirse la desesperanza con un simpático juego de palabras: ?me voy, sí? me voy acostumbrando  a quedarme?.

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15 de junio de 2010
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Sin relato nos hundimos

También la crisis le ha dado al relato en todo el rostro. Desde que empezaron a quebrar bancos por las hipotecas subprime, hace ya de eso tres años, hemos dado por muerto al capitalismo, ha regresado Keynes, hemos olido la apoteosis de la socialdemocracia pero la hemos visto hundirse electoralmente, de nuevo hemos saludado a Hayek y al final ya no sabemos a qué atenernos. El único relato que cuadra aquí sirve para asustar a los niños y es el de Caperucita Roja y el Lobo de los mercados. En tiempos tan revueltos y dados al populismo como éstos puede colar y cuela, pero sirve de bien poco para quienes desean obtener explicaciones públicas un poco más serias y consistentes.

Urge pues dotar de relato a esta crisis. Y esta urgencia es más pesada todavía para quienes se han visto obligados a dar un giro de 180 grados, o un viraje en forma de U como se dice en inglés, como le ha ocurrido a Zapatero. Ayer se lo dijo con todas las letras José Luis de Zárraga, a quien se le conoce como el gurú demoscópico o sociólogo de cabecera del presidente del Gobierno. ?Zapatero anunció las duras medidas de su plan de ajuste del gasto público sin explicación alguna; enmudecido para su electorado, vino a la tribuna del Congreso a decir: ?Esto es lo que hay??. El problema del Gobierno socialista no surge de la dureza de la crisis; tampoco de su obstinada ceguera ante su llegada; de su negacionismo no menos obstinado cuando se la ha encontrado en la despensa royendo las provisiones; ni de su creencia supersticiosa en la repetición de oraciones optimistas para conjurarla. Todas estas actitudes reprobables serían pecados veniales si no estuvieran acompañadas de un pecado mortal de necesidad como es dejar sin explicación alguna a tantos cambios de humor y a tantas decisiones contradictorias y a veces diametralmente opuestas y capaces de neutralizarse unas a otras. Ahora, al parecer, Zapatero ha empezado a hacer lo que debe hacer según los mercados y según gran número de expertos e instituciones internacionales. Pero no terminará de completar su caída del caballo mientras sea incapaz de encontrar una explicación coherente a tanto cambio y viraje, que le convenza a él mismo, pueda convencer luego a sus compañeros de partido y de Gobierno y sirva luego para convencer a sus conciudadanos. Con esto no tendrá garantía alguna de resolver el problema que le plantea Zárraga: ?Si el único discurso que escuchan es el lúgubre de la economía, los votantes se quedarán en casa?. Inventando incluso un relato convincente no está claro a estas alturas que sirva para recuperarse en cuanto a expectativas electorales. Pero hay más razones a favor del relato. Una política económica sin relato es una política económica con escasa credibilidad. No basta con mostrar las tijeras y demostrar su habilidad para utilizarlas, sino que hace falta además acompañar todo esto de una gran convicción y de una mayor capacidad para transmitirla. Sin ellas el lobo de los mercados seguirá asaltando a las caperucitas del cuento. También en esto ha sido aleccionado Zapatero por su consejero: ?Cuanto peor es la coyuntura económica, más indispensable es la política?. (Enlace con el artículo de José Luis de Zárraga ?Zapatero en la encrucijada?, publicado ayer en Público)

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15 de junio de 2010
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LA VENGANZA DEL SILENCIO de Alonso Cueto

RESEÑAS SIN PLUMAS por Luis Hernán Castañeda Un detective en la familia ?Las familias son instituciones que aspiran a prosperar, a veces a costa de la sociedad, me dijo alguna vez mi tío Adolfo. Son árboles que crecen para extender sus ramas. Adquieren sus fuerzas de unas raíces antiguas y profundas, y se expanden, tratando de arrebatar el aire y el agua al resto del mundo. Esas ramas cobijan a los suyos, y mientras más frondosas y grandes sean, hay lugar para más personas bajo su protección. Pero solo los miembros de la familia pueden estar ahí. La familia es una conspiración contra el mundo, concluyó?. La familia es una conspiración: definiciones semejantes a esta abundan en la más reciente novela de Alonso Cueto, que combina el dinamismo de una trama policial y la instrospección propia de una novela psicológica. A través del esquema clásico del ?caso?, la novela busca y logra brindar ?quizá como primer y mayor objetivo?,  la exposición del carácter de sus personajes y la aprehensión del clima emocional que los envuelve. ?La venganza del silencio? es la historia de los rencores y traiciones que fermentan en el microcosmos amurallado de una familia limeña de la alta burguesía, y también es la historia de uno o más crímenes que dan su forma policial a la exploración de dicho microcosmos. La novela parece decirnos que la vida familiar entraña, en ese corazón semisecreto que palpita, suspendido y accesible aunque rechazado, entre lo público y lo privado, entre lo indecible y lo visible, un tejido de crímenes cotidianos que acontecen sin cesar y se apilan en el tiempo de la genealogía: crímenes que algunos perciben y dejan pasar y otros ni siquiera advierten, porque siempre los modera y los oculta ?a medias, tal vez para ser señalados más rápido por los más sagaces? el silenciador de la rutina, el cariño y las apariencias. El centro de ?La venganza del silencio?, su aspecto más trabajado y relevante, es, no cabe duda, el personaje: su mundo interior, un palimpsesto de cicatrices dejadas allí por criminales íntimos, que siempre amenazan con volver al lugar de los hechos, ocupa el sitio estelar y es el objeto de una minuciosa atención. Presos en esta red de rituales amenos, agresiones soterradas y antepasados vigilantes, los personajes más entrañables de ?La venganza del silencio? son seres solitarios, introvertidos y soñadores, que encarnan una contradicción. Por una parte, definen su identidad individual en función de la cárcel familiar en que les ha tocado vivir, y aceptan resignados su condena, conscientes de que el remedio de sus males podría llegar a ser más pavoroso que la enfermedad. Sin embargo, pese a esta conciencia, añoran escapar de sus hogares porque los saben inhóspitos, plagados de enigmas truculentos y pasados intolerables. Personajes como Antonio Hesse, el narrador y protagonista, parecen intuir que esa familia cuyo exterior desconocen y temen, esa conspiración que amenaza tanto a propios como a extraños, es el único mundo posible donde podrían subsistir ?no importa si heridos?, sin verse aniquilados por una realidad que es indispensable ignorar, repudiar, combatir.      Antonio Hesse no es solo el detective que hurga en los secretos de su propia familia, sino también el personaje que asume y sufre con mayor intensidad, sensibilidad y entereza moral las consecuencias de esos secretos. Quizá podría decirse que el pasado biográfico del personaje, signado por la pérdida y la orfandad, determinó su posterior apego inflexible ?y cómplice? a las leyes de la familia, leyes que acata pese a saberlas inicuas. Antonio tenía apenas diez años cuando sus padres fallecieron en un accidente de tránsito y sus tíos, Adolfo y Adriana ?hermana mayor de su padre?, se lo llevaron a vivir con ellos. Antonio creció rodeado por el afecto de sus tíos y al calor de una gran familia extendida, compuesta por tíos y primos vinculados por la sangre y por el dinero. Los Hesse son dueños del Banco Pacífico, uno de los más poderosos del país. Adriana, una mujer rígida y hermética, no es solo la mayor accionista de la empresa y la cabeza del negocio familiar, sino el centro fijo alrededor del cual orbitan los demás parientes, incluido su esposo, un hombre afectuoso y disminuido, cuyo mayor pecado es provenir de una clase social inferior, que vive o sobrevive o quizá simula vivir a la sombra de su mujer, esa ?gran mujer?. Bajo el régimen de Adriana, que ha implantado como una emperatriz los códigos que rigen a los Hesse, la vida familiar transcurre serena y ordenada, pautada por almuerzos dominicales en los que reina la armonía. En este regulado ambiente que se asemeja a una sociedad secreta impermeable al cosmos exterior, Antonio crece y se hace hombre, hasta ocupar en la familia el sitio que le corresponde: por su carácter disperso e imaginativo ?su primo Claudio lo considera ?el inútil de la familia??, no está llamado a llevar las riendas del banco y elige ?¿o la familia lo sitúa allí? ? el puesto de administrador de una sucursal en Miraflores. Entonces ocurre la tragedia que remece las bases de esta aparente concordia, delatando una fragilidad que siempre estuvo allí: tío Adolfo es asesinado y su cuerpo es abandonado en una calle próxima a la casa donde ?este detalle es secreto para muchos, no se sabe cuántos? tenía por costumbre reunirse con su amante, Lorena, la hija de su chofer. Ante estos hechos, la pregunta clásica de toda ficción detectivesca, ¿quién es el asesino?, se reformula y se hace más urgente: ¿es el criminal alguien ajeno a la familia o es, quizá, uno de nosotros y, en ese caso, quién de todos los posibles victimarios? La muerte del entrañable tío Adolfo, quien fuera casi un padre para Antonio, ¿está vinculada con esas visitas clandestinas a su amante Lorena, visitas a las que el mismo chofer Venus ?así se llama él? tenía la obligación de conducirlo sin saber que el patrón iba a encontrarse con su hija? ¿O existen otros sospechosos, otras posibles historias relacionadas con disputas entre parientes, tanto más agrias cuanto que la cantidad de dinero involucrada es inmensa? Estas preguntas son asumidas por Antonio, quien por haber descubierto azarosamente los amoríos, se siente en posesión de una clave que podría llevarlo a desentrañar la identidad del asesino. Oscuramente, también, el detective entiende que su pesquisa lo catapultará más allá del crimen y sus enredos inmediatos, para guiarlo a desentrañar esaa maquinaria que, por vía indirecta, produjo la muerte de Adolfo. Antonio intuye, desde antes de empezar a investigar, que la causa última de la muerte de su tío se repliega en las regiones tenebrosas de la vida familiar, ese territorio de silencio que se procura disfrazar y apartar pero que se manifiesta, de modo explosivo y sangriento, en el caso de su tío. Para llegar hasta este núcleo reprimido, que le permitirá conocer más y mejor que nunca a las personas que lo han rodeado durante toda su vida, Antonio deberá descartar las soluciones cómodas y las pistas falsas, aquellas que suministran la policía y un detective privado que ha sido contratado por sus tíos con el afán, al parecer, de ocultar la verdad en nombre del prestigio social. La pregunta final es, ¿hasta qué punto está el mismo Antonio capacitado para tolerar la verdad? La instrospección y la observación asumen la lógica de una investigación policial cuyos materiales, cuyas soluciones, pertenecen antes que al terreno sólido y luminoso de los hechos comprobables, al espacio gaseoso y turbio de las relaciones humanas, y del vínculo entre el pasado y el presente. ?La venganza del silencio? admite y representa esa doble oscuridad, pero también se lanza a sondearla, iluminarla y explicarla a través de las normas de la ficción y, en particular, gracias a los hilos de correspondencia de un universo propiamente novelesco, donde el lugar que ocupan cada personaje y cada situación está interconectado con los lugares de los demás. Esta red de relaciones, que al principio se manifiesta como una maraña, va siendo reordenada por Antonio, quien termina por sugerir un descubrimiento: las leyes de las relaciones familiares se parecen, en medida apreciable, a las leyes de la proyección y de la analogía. Así, por ejemplo, el amor de Adriana por Adolfo, un sentimiento que vulneró las barreras sociales y depositó una semilla de fricciones futuras, halla su reescritura en la pasión ilícita de Antonio por su prima Sonia ?una pasión que, bien vista, en el fondo respeta las tendencias endogámicas de los Hesse. Por otra parte, el mismo Antonio, el soñador y el excéntrico que nunca termina de encajar y de ser aceptado, es una versión de su cariñoso, irremediablemente extraño, tío Adolfo, al tiempo que no se oculta que Sonia y Adriana comparten más de un rasgo, cerrando así el círculo de correspondencias y proyecciones. En ?La venganza del silencio?, los numerosos conflictos y las distintas modalidades del dolor dialogan y se envían ecos a lo largo del espacio y hacia lo profundo del tiempo, demostrando así que la familia es una conspiración pero, además, una galería de espejos y una visión de la historia.       Si el lector desenreda esta madeja de versiones y reproducciones, descubrirá que el conflicto de fondo, el axioma que determina el juego de simetrías y asimetrías, es el impasse entre el interior y el exterior, que deberían hallarse incomunicados y que, sin embargo, no lo están ni podrían estarlo. El pecado original, el matrimonio entre Adriana y Adolfo, sigue pesando y enturbiando el presente de los Hesse, prodigándose y distribuyéndose en las penurias de los descendientes. Desde un primer momento, el padre de Adriana rechazó al pretendiente de su hija favorita, rechazo que, incluso después de la muerte del patriarca de los Hesse, seguirá interviniendo en la realidad del presente y dirigiendo tal vez el futuro. Podría decirse que la ausencia de los cuerpos no impide, sino que potencia, la influencia de los que se han ido: la familia es el escenario de guerra donde la muerte se ve despojada de su poderío, donde los tiempos confluyen y se mezclan y donde los vivos y los muertos conversan y batallan bajo el imperio de los ausentes, claro está, porque son ellos los fundadores que gozan del prestigio del pasado. Antonio, consciente de estas reflexiones, las expresa con el temple lírico y melancólico que caracteriza su dicción: ?Por entonces escribí algo en un cuaderno. Pienso que la casa nos observa y nos evalúa de vez en cuando. Le envía un informe de nuestra conducta a los anteriores habitantes, de los que todavía depende. La casa es una fortaleza, el refugio donde se acantonan las tropas del pasado familiar, listas para entrar en acción cuando alguno de los generales muertos las llama?. El legado de la familia Hesse se prolonga hasta nuestros días, pero el lector se lleva la impresión de que sus valores y convenciones están enraizados en un pasado arcaico. El espectro de una memoria señorial, autoritaria y vertical, recorre las páginas de la novela, recordándonos que, durante la mayor parte de nuestra historia republicana, las distintas clases de la sociedad peruana funcionaban, o se pensaban a sí mismas o las pensaron así, como castas dentro de una jerarquía pétrea. Es posible reconocer, en esta organización estática de la sociedad, una frontera esencial y esencialista, una divisoria infranqueable: la que se manifiesta, en otras novelas de Alonso Cueto como ?La hora azul?, entre ?nosotros? y ?ellos?, entre el mundo andino, concebido como una alteridad exótica y peligrosa por los que se hallan ?de este lado?, y los representantes del orden criollo, con los que se identifica, siempre de modo ambiguo y más o menos crítico, la voz narrativa. Esta misma visión dicotómica es la que explica, en ?La venganza del silencio?, el estatuto familiar de los Hesse, pero en el caso de esta novela, el universo andino se halla ausente y, más bien, son los sirvientes negros de la familia quienes ocupan la posición de los ?otros?: no resulta extraño que sean el chofer Venus y sus hijos, Lorena y Ronnie, los primeros sospechosos y los acusados más ?naturales?. Las novelas de Alonso Cueto no se limitan a evidenciar y reproducir estos modos de organización social, puesto que las biografías de sus personajes y las relaciones que estos entablan tienden a cuestionar estas representaciones, debilitando las jerarquías y abriendo brechas de afectividad y comunicación entre los compartimentos estancos: o haciendo visibles los umbrales que desde siempre estuvieron allí. A fin de cuentas, los barrotes y paredes de estas supuestas cárceles fueron, desde siempre, más porosos y permeables que la imaginación del orden tradicional dispuesto a afirmarlos como necesarios. Los afectos y las pasiones, demuestra ?La venganza del silencio?, circulan a pesar de todo a lo largo y a lo ancho de la historia de la novela latinoamericana, para subrayar la vigencia actual del esquema melodramático ?que viene siendo reescrito y recuperado desde el romanticismo decimonónico hasta nuestros días? como un perdurable y generoso laboratorio donde la sociedad se imagina, se recuerda y se transforma.   Los méritos de ?La venganza del silencio? como pieza narrativa son constantes y memorables. En primer lugar, la construcción de un mundo familiar con sus leyes propias reposa no sobre la exposición abstracta, sino que está encarnada en fulgurantes reflexiones líricas y en elocuentes situaciones narrativas que sugieren, revelan y muestran lo que prefieren no ?explicar?. Al igual que en ?El susurro de la mujer ballena?, en esta novela Alonso Cueto logra diseñar un punto de vista, el de Antonio, que resulta coherente de principio a fin y que nos vuelve a demostrar la capacidad del escritor para observar la vida a través de la mirada ajena, para asumir una distinta piel. Esta capacidad es especialmente sutil en lo relacionado a las relaciones íntimas de Antonio. Recuerdo nítidamente que, al principio de su investigación, este ?detective en la familia? se apresura a revelarle sus primeros hallazgos a su prima Sonia, con una facilidad y una naturalidad que desconciertan al lector que lo ha visto actuar con tanto sigilo. Por supuesto, Antonio no necesita explicarse a sí mismo que para su prima no existen secretos: el lector lo descubre en la acción. También en la acción se insertan descripciones fugaces y sugerentes de los personajes (no olvido el ?aire remoto y salvaje? de Ronnie), y del escenario que los contiene, la ciudad de Lima. Alonso Cueto figura, sin duda alguna, entre los escritores peruanos que han producido las imágenes más nítidas y memorables de la Lima actual. En su mundo ficcional, la ciudad, especialmente la ciudad nocturna, que es imagen y reflejo de los espacios cerrados del hogar y de la intimidad, es el teatro de los afectos silenciados, de las rutinas engañosas, de una paz que prefiere, la mayor parte del tiempo, permanecer divorciada de la verdad. Sin embargo, tampoco la verdad, por más que se haga evidente, parece ser el camino adecuado para escapar del dolor. Al interior de un mundo donde las víctimas y los victimarios pertenecen al mismo bando hasta el punto de volverse indiferenciables, se impone un pacto de silencio que todos aquellos seres amables, elegantes y turbulentos están dispuestos a admitir, quizá porque intuyen que la culpa es su herencia familiar más duradera. Antonio acepta, también, su destino como ?hombre de familia?, pero él tiene de su lado la escritura de ficción: ¿qué significa escribir, es decir investigar, cuando la verdad que el detective busca, encuentra o deja de encontrar podría destruir a su perseguidor? Para Antonio Hesse, escribir es, al fin y al cabo, una estrategia para disolver la oposición entre el interior y el exterior, entre la apariencia y el ser; un modo discreto y crítico, no por ello menos intenso, de celebrar los afectos, homenajear a los suyos y resucitar a los muertos, porque esa verdad que realmente importa no podría ofrecerla la solución de un caso detectivesco: su forma más plena es la unión familiar.   

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15 de junio de 2010
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Responsabilidad

Las miserias del mundo están ahí, y sólo hay dos modos de reaccionar ante ellas: o entender que uno no tiene la culpa y por tanto encogerse de hombros y decir que no está en sus manos remediarlo ?y esto es cierto?, o bien asumir que, aun cuando no está en nuestras manos resolverlo, hay que comportarnos como si así lo fuera. La Jornada, México, 3 de diciembre de 1998

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14 de junio de 2010
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El Boomeran(g)
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