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El arte de la Convivencia

Ayer fue día de carretera. Dos horas hacia Pinar del Río y en la noche volver sobre el camino de asfalto que separa a esa ciudad y a la ruidosa Habana. El viento colándose por la ventanilla y haciendo mi pelo una maraña, el estremecimiento en la nuca cada vez que el auto se topaba con un bache y ese susto que da la autopista oscura y mojada, salpicada por puntos de control de la policía. Pero sólo fueron molestias transitorias, que quedan olvidadas cuando evoco el patio de Karina abarrotado por los miembros y los amigos de la revista Convivencia. Anoche se anunciaron los resultados del concurso organizado por esa publicación, que galardonó obras en las categorías de ensayo, guión audiovisual, poesía, narrativa y fotografía. Reinaldo y yo formamos parte del jurado, junto a Ángel Santiesteban, Maikel Iglesias y Orlando Luis Pardo. En la tarde,  deliberamos sobre los textos e imágenes que habíamos valorado por separado durante semanas y que venían ?algunos de ellos? bajo seudónimos sacados de la mitología griega. Al abrir los sobres con los nombres reales de los concursantes, nos alegró saber que entre los premiados no sólo había conocidos autores sino también jóvenes que por primera vez mandaban sus trabajos a un certamen. Cerca de las nueve se hicieron públicos los ganadores, en el único trozo de patio que la Reforma Urbana no le confiscó a la familia de Karina. Frente al muro levantado hace meses por los interventores, sonaron frases que tenían carácter de cincel, de barrena que traspasa cualquier tapia. Por un par de horas fue como si la fea muralla de ladrillo y planchas de zinc no estuviera allí, como si la hubiéramos echado abajo con palabras. Ganadores del concurso Convivencia: -          Premio al mejor libro de cuentos para Francis Sánchez Rodríguez por ?La salida?. -          Premio al mejor ensayo para Dimas Castellanos Martí por ?Utopía, retos y dificultades en la Cuba de hoy. -          Premio al mejor cuaderno de poesía para Pedro Lázaro Martínez Martínez ?Esto no es un arte poética??. -          Premio al mejor guión audiovisual para Henry Constantin Ferreiro por ?Cuando termina el otro mundo?. -          Premio al mejor tríptico fotográfico para Ángel Martínez Capote por ?Impotencia?.

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1 de julio de 2010
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Gansos que fingen ser machos alfa

Uno tras otro, los periódicos del mundo van desapareciendo. Internet y la televisión por cable son culpables de la sangría: el ciclo de noticias de 24 horas al día hace que un periódico impreso se vuelva obsoleto rápidamente. Hay quienes luchan por sobrevivir y buscan todo tipo de formas para adaptarse al aire de los tiempos. Sea como fuere, la época dorada parece estar detrás nuestro: la industria no morirá, pero tampoco reconoceremos en ella lo que alguna vez fue.

Éste es el momento ideal, entonces, para que la literatura, siempre entusiasta en su búsqueda de personajes, artefactos y lugares sobre los cuales construir una elegía, se fije en el mundo del periódico, "ese informe diario de la estupidez y la brillantez de la especie". Tom Rachman, nacido en Londres hace 35 años, acaba de publicar su primera novela, Los imperfeccionistas (Urano), una sátira entrañable sobre un periódico sin nombre cuya base de operaciones se encuentra en Roma. El periódico recuerda en algo al International Herald Tribune: está escrito en inglés y tiene cierta proyección internacional. Sus periodistas son en su mayoría norteamericanos expatriados, gente de muchos defectos que se imagina mejor de lo que es pero termina siempre vencida por sus mezquindades.   

La estructura de la novela parece compleja pero es en realidad muy simple: once capítulos que se leen como cuentos, dedicado cada uno a un personaje del mundo del periódico, entre ellos Winston Cheung, el inseguro corresponsal en el Cairo, Arthur Gopal, responsable de los obituarios, o Herman Cohen, el editor de correcciones, que, obsesionado por la "credibilidad" de su producto, tiene un ataque de nervios cada vez que alguien escribe "Sadism Hussein" o la palabra "literalmente"; entre capítulos se incluyen secciones breves en cursivas que van contando la historia del periódico, desde que se discute la idea de su fundación, en un café romano en 1953, hasta que, golpeado por la crisis, el nieto del fundador, Oliver Ott, un excéntrico que sólo habla con su perro, decide cerrarlo en el 2007. Es notable el esfuerzo de Rachman por lograr una narrativa que funcione a la vez como novela y como libro de cuentos; sin embargo, lo cierto es que, cuando uno recuerda Los imperfeccionistas, se queda sobre todo con algunos capítulos brillantes (es decir, triunfan los cuentos, no la novela). Los dedicados a Cheung y Cohen son los mejores.

Los cuentos también tienen un armado muy reconocible. El personaje en torno al cual gira la acción tiene un punto débil que producirá su caída. Por dar un ejemplo: a Lloyd Burko, el corresponsal en París, le ha llegado la edad y no encuentra historias para venderle al periódico en su calidad de "freelance"; cuando su hijo, que trabaja en un ministerio de gobierno en París, le cuenta algo confidencial en la comida, Lloyd decide utilizar esa información para escribir la noticia, sin importarle el hecho de que pondrá en riesgo el trabajo de su hijo. El cuento se resuelve con un giro sorpresivo que recuerda a O. Henry. Durante casi todo el libro, estos finales sorprenden de veras, pues nos revelan al personaje en toda su complejidad. Sin embargo, este giro se vuelve predecible, y la novela pierde algo de fuelle: dos de los últimos tres capítulos/cuentos (los de la lectora y de la directora financiera) son los más débiles y llegan a ser inverosímiles.

Lo que emerge de Los imperfeccionistas es una elegía agridulce a ese mundo de "gansos que fingen ser machos alfa". Rachman ha conseguido un sólido debut literario. La edición en español hace justicia al libro al incluir el subtítulo "una novela en relatos". La traducción es precisa y no llama la atención sobre sí misma.

(Babelia, El País, 26 de junio 2010)

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30 de junio de 2010
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Actos médicos

La relación médico/paciente es una relación asimétrica o de jerarquía donde el primero es aquel que ejerce desmedidamente el poder. El médico ordena que el paciente abra la boca, que se desnude, que le cuente qué clase de deposiciones tuvo ayer. El enfermo, además de debilitado, se encuentra como anonadado. Sobre todo, si como no es infrecuente, el médico impone su habla, apenas explica el diagnóstico, apenas admite preguntas, apenas resiste a su impaciencia para dar la orden de que pase el siguiente.

 A lo largo de este acto médico usual, el que más abunda, el paciente apenas se le ofrece la oportunidad de manifestarse, de expresarse y dar cuenta detallada de lo que siente y padece. Como consecuencia, sin acaso saberse, el médico pierde una información de primera importancia. En el silencio o poco menos del enfermo será imposible adivinar las circunstancias que rodean su enfermedad y que no raramente la causan o la agravan. Esta brutal desigualdad en el trato no sólo es un despotismo profesional es una incompetencia del profesional médico. Es la ruina y despilfarro de la sanidad y el ejercicio de la mala cura.

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30 de junio de 2010
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II. Un lector pantagruélico

Cuando decidido a convertirme en escritor buscaba referencias contemporáneas, y tocaron mis primeras visitas a México a finales de los años sesenta del siglo pasado, entre esas referencias capitales estuvo Monsivais, al lado de Carlos Fuentes y Fernando Benítez, y también al lado de Elena Poniatowska, nombres que solía encontrar en las mesas de novedades de la librería del Sótano vecina a la Alameda, y también en el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre!, donde Monsivais oficiaba al lado de Benítez.

            Lo conocí en un viaje que hicimos juntos a Austria en 1971, pasajeros los dos de un inmenso jumbo jet que abordamos en Nueva York, de los primeros que volaban, para asistir a una reunión de juventudes en Salzburgo, que inauguró el recién electo primer ministro, Bruno Kreiksy, y a la que concurrió como expositor dom Hélder Camara, el célebre arzobispo de Recife.

Fue el inicio de una amistad de permanentes afinidades que volvieron siempre a despertar cada vez que lo leía. Y desde entonces, reconocí en Monsivais al lector pantagruélico que era y sigue siendo, provisto como iba esa vez en el avión, además de un lote de libros diversos, de un impresionante mazo de revistas. Y reconocí también desde entonces en él al singular conversador que siempre fue, armado de juiciosos silencios, de pausas para escuchar, o de sonrisas de desdén que valían por la más irónica de sus frases.

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30 de junio de 2010
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Vaticanismo en retirada

El siglo XXI de la globalidad multipolar sienta muy mal a la primera institución con vocación global de la historia de la humanidad, la doblemente milenaria Iglesia católica. Su diplomacia fue la más sutil y capaz del orbe conocido. Su cabeza visible y jefe de Estado, el más influyente y prestigiado. Aunque Stalin se preguntaba con sorna por el número de divisiones blindadas del Vaticano, sus herederos mordieron el polvo primero en Polonia y después en el resto del bloque comunista por obra y gracia, entre otros, del Papa más militante y mediático del siglo XX, que fue Karol Wojtila. Pero después de tamaña demostración de fuerza, las lecciones de humildad que está recibiendo el catolicismo oficial y su jerarquía no pueden ser más amargas.

Roma está retrocediendo internacionalmente en todos los frentes, algo que no tiene porque ser beneficioso para los equilibrios internacionales y menos todavía para el multilateralismo. El Vaticano tiene compromisos y cartas a jugar en Oriente Próximo, pero su debilidad le incapacita en muchos casos para actuar eficazmente. La situación de las comunidades cristianas en parte del mundo árabe y musulmán, perseguidas e incluso diezmadas en algunos de ellos, es cada vez más dramática. El Vaticano, en cambio, parece más preocupado y más activo por los crucifijos en las escuelas públicas europeas que por la protección de sus feligreses en esa parte del mundo. La tentación islamofóbica es tan fuerte como peligrosa para el catolicismo oficial. Los ideólogos vaticanistas plantean la relación con el Islam en términos de una competición por mantener la hegemonía en el mundo y sobre todo en Europa. En una posición a la defensiva muy próxima a la idea del choque de civilizaciones. El retroceso no se produce únicamente por la presión a veces violenta del islam radical. También tiene lugar pacíficamente en América Latina, cada vez más penetrada por las sectas cristianas de origen anglosajón. En este contexto, no hay duda de que el escándalo de los curas pederastas es el mayor corrosivo para el prestigio, las finanzas e incluso la confianza de la Iglesia jerárquica en sí misma. La erupción del escándalo en la católica Bélgica, con la detención por unas horas de la entera conferencia episcopal y la profanación por orden judicial de las tumbas de dos cardenales, promete convertirse en un terrible culebrón de consecuencias imprevisibles. Una sentencia del Tribunal Supremo norteamericano, rechazando la inmunidad diplomática a las autoridades eclesiales, el Papa incluido, ha dado luz verde a todo tipo de pretensiones económicas e incluso penales a la hora de exigir responsabilidades e indemnizaciones por la pederastia a toda la cadena jerárquica. Como fondo, el repugnante caso de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, cuya biografía  acaba de salir en España, termina de situar a la entera jerarquía eclesial en una situación imposible. Un anciano teólogo de 83 años preside esta rancia y avejentada institución. Los antaño brillantes intelectuales y diplomáticos eclesiales han desaparecido, sustituidos por grises burócratas, incapaces de entender el mundo en el que viven y dispuestos, sin embargo, a encubrir los peores y más perversos delitos de sus sacerdotes. Con contadas excepciones, los partidos demócrata cristianos europeos, que tan bien traducían en términos de influencia política los intereses de la sociedad católica, han sido sustituidos por partidos populistas. La proyección planetaria y mediática intensísima de la Iglesia durante el papado de Wojtila ha derivado ahora en la etapa más negra y depresiva de la reciente historia de la Iglesia y en un papado con enormes dificultades para adaptarse al nuevo mundo global.

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30 de junio de 2010
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Desde las sombras

Hace un par de semanas, en una entrevista, el Ministro del Interior chileno recitó de memoria el inicio de La Guerra de Galio. ¿Qué tiene este libro que seduce a los políticos?

 

La literatura latinoamericana está poblada de grandes novelas que radiografían el poder y sus excesos. En general, este poder se ha personalizado en el dictador, en el gran caudillo, aunque han habido obras que han preferido explorar más bien la figura de aquellos que, desde las sombras, mueven los hilos. Una de las más importantes es La guerra de Galio (1991), del escritor mexicano Héctor Aguilar Camín, novela ambiciosa que también se atreve a indagar en la fascinada y compleja relación del intelectual latinoamericano con el poder.

La novela retrata, a lo largo de sus seiscientas páginas, dos décadas de la vida política y cultural mexicana: de mediados de los sesenta a mediados de los ochenta, con mucho alcohol y sexo y conspiraciones de por medio. La guerra de Galio narra principalmente una cruzada: la de Carlos García Vigil y su jefe Octavio Sala, que, desde el periódico La Vanguardia, intentan defender la libertad de prensa de los ataques del gobierno. García Vigil es un historiador del período colonial que, después de la matanza de Tlatelolco en 1968, llega a ser "tocado más que nunca por lo inmediato". Su atracción por el presente, "la urgencia de intemperie", está relacionada con el "salto al vacío de parte de su generación". Su ingreso al periódico será un intento por revelar la verdad de esos turbulentos años setenta en los que se lleva a cabo una guerra silenciosa entre el gobierno y la guerrilla. Si hay silencio, si los mexicanos no se enteran de esa lucha, es gracias a que el PRI, desde el poder, tiene un control casi hegemónico de los medios de comunicación.

El título de la novela es en honor a Galio Bermúdez, otro historiador, que, desde su cargo de Secretario de Gobernación, es una suerte de intelectual orgánico seducido por el poder y sus formas violentas. Su guerra puede entenderse de varias formas: es la represiva del gobierno del que forma parte, la necesaria para que, en la turbulenta década de los setenta, se imponga la razón de estado; es la del intelectual que provee al Estado de una ideología que entiende a la violencia como un instrumento necesario. La lucha es contra la guerrilla, pero también contra los medios de comunicación independientes. Galio logrará que se cierre La Vanguardia, aunque luego Sala y García Vigil abrirán La República, un periódico aun más intransigente (gente del gobierno quiere que ese periódico se abra, por una razón gramsciana: la mejor forma de imponer una hegemonía es permitir "democráticamente" que haya una oposición).

"La moral de la vida pública no tiene que ver con los diez mandamientos, ni con las cuitas de las almas nobles", dice Galio. "Tiene que ver con la eficacia y la eficacia suele tener las manos sucias y el alma fría". Ya lo sabemos: el fin justifica los medios. No es extraño, entonces, que esta novela seduzca a políticos. "Odio la noche", dice el profesor de García Vigil al comenzar la novela. Pero Galio la ama.

(Revista Qué Pasa, 26 de junio 2010)

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30 de junio de 2010
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Pausa estival

 
 

Porque una bella amiga me pregunta si la Feria del Libro acaba alguna vez, quiero decirle que gracias al ocio estival, tenemos tregua.

Lamenta, me confìa, carecer de tiempo para todos, pero intenta leer, no sin sobresaltos, a los 89 escritores del Festival de Bogotá. ¿Cómo leer, en efecto, estas vacaciones a esos 98 jóvenes narradores sin que dejen de serlo antes de acabar una de sus confesiones? Incluso estas preguntas, me dice, las ha leído en alguna parte.

No leemos, le respondo, para confirmar la fugacidad de los libros, sino para prolongar su destiempo. Proust, es cierto, necesitó diez mil páginas, pero le dedicó cuarenta a una gran cena y un párrafo a una mera vida.

Emma Bovary, me reta ella, leyó a gusto porque vivía en la campiña. Allí donde los pollos corren crudos.

Para no abrumarla de citas ilustres, concluyo: leemos gracias al azar favorable, en esa intimidad, libres del lugar común.

Puedes dejar de leer sin pena aquello que no ha sido escrito para tí, sin sentirte culpable y, mucho menos, ofendida. Es cierto que los escritores escriben demasiado, pero debe ser porque buscan tus ojos, sin saber que desdeñas las confesiones que prodigan la casualidad.

Después de todo,  dijo un escéptico inglés, los escritores suelen ser una clase de gente que no vale la pena conocer, pocas veces escuchar, y casi nunca leer. Lo peor de la lectura actual no es la profusión de libros, sino el punto de saturación. Si alguien publica todas las semanas, damos su diario por leído. El lenguaje nombra la diferencia, la repetición lo desnombra.

Peor que el horror al vacío es el énfais irrelevante. Lo primero, produjo el Barroco; lo otro, la literatura excesivamente digital.

¿Alguno de ustedes no ha leído todavía el Quijote? ¿Alguien no ha leído aún Cien años de soledad?, pregunto el primer día de clases. Y a las tímidas almas que levantan la mano les digo: Qué suerte, no saben lo que les espera. Los estudiantes que sí los han leído, miran a los analfabetos con admiración.

No me sorprende que Vicente Aleixandre descubriera que era poeta el día que escuchó un verso de Rubén Darío. O que José Watanabe creyera que La voz a ti debida, de Pedro Salinas, era un don que se le hacía deuda. (La voz a mí debida, decía Juan Ramón).

 

Pero sí me sorprende que, hace poco, en México, al bajar de un taxi olvidara mi libreta de notas. Era una de esas agendas optimistas que dedican una página en blanco a cada día. Yo había apurado notas, fragmentos, citas... Vi que el taxi se alejaba sin prisa, y pude haberlo alcanzado y recuperar mi libreta; pero dudé. ¿Y si la dejaba ir? Sentí el extraordinario alivio de no tener que escribir.

Transcribir, revisar, copiar, son labores placenteras y dignas, pero dejar de hacerlo es más prometedor. No creí fuese pérdida lo que parecía tributo.

De modo que estas vacaciones no será preciso cargar con el bolso crecido de las novedades obligatorias.

Pero tampoco leer la prosa lánguida de los cronistas, que leen en la playa novelas en las que alguien languidece leyendo en la playa.

Hay una página escrita para ti, donde te aguarda la luz de la atención. Ese libro se enciende porque encuentra tu voz.

La lectura eres tú.
 
           
           
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29 de junio de 2010
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La Kermés

Llama mucho la atención el arraigo, incluso en plena globalización, al nacionalismo y sus tóxicos. Llama mucho la atención que en estos momentos tan graves, gravísimos -dicen, el G-20 siga con sin crear un núcleo capaz de tratar los problemas del mundo de forma coordinada y conjunta. Se reúne, cenan, desayunan, comen, se fotografía y cada cual regresa a atender las circunstancias particulares de su país pensando concentradamente en la subida o bajada de los posibles electores con los que cuentan. El electoralismo mata la política, el paisanismo allana la visión, la pertenencia -la maldita pertenencia- se hace el peor motivo de ofuscación y de todos los males oscuros.

 Y, entre tanto, el paro avanza sin parar, desprovisto de todo control, desviando la vida hacia una miseria creciente mientras los responsables van y vienen, como en una kermés. Acordando el no acuerdo, recordando olvidadamente qué les ha hecho reunirse aquí o allí.

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29 de junio de 2010
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El desgobierno del mundo

De momento no hay quien gobierne la nueva multipolaridad global. Así lo acaba de demostrar el G20 reunido en Toronto. Aunque produjo el comunicado de rigor, nada hay en las conclusiones que nos tranquilice respecto a la existencia de una estrategia global para salir de la crisis. Todo lo contrario de la impresión que dio el G20 en su primera reunión de Washington, en noviembre de 2008, cuando todavía era Bush quien estaba en la Casa Blanca. Si en aquella reunión hubo un acuerdo para estimular coordinadamente las economías y evitar la entrada en recesión, en ésta ha sido el cada uno a lo suyo y la demostración de que todo está por hacer en cuanto a gobernanza económica global.

Con esta cuarta reunión desde entonces, está muy claro sin embargo que definitivamente el G8 ha dado paso al G20, y la prueba más evidente es que los que habían sido los países más ricos del G7 más Rusia han abandonado toda función en la organización de la economia internacional y se han convertido en una especie de gran ong mundial que se ocupa del hambre en el mundo y de la salud de las madres. No estaría nada mal si el G20 funcionara. Pero no es el caso. Quizás es verdad entonces que la única formación eficaz es bilateral, entre Washington y Pekín. El G2 sería la peor de todas las fórmulas y un golpe al multilateralismo. De momento hemos visto cómo la disonancia transatlántica es clamorosa. Mientras Obama quiere seguir con los estímulos al empleo, los plan E norteamericanos, Merkel sigue empeñada en su política de rigor. No se debe únicamente a las tres explicaciones que se han utilizado hasta ahora para justificar la intransigencia alemana, a saber: 1.- las exigencias de su tribunal constitucional que no quiere ni una mínima transferencia de soberanía sin que se le escuche previamente; 2.- una tradición monetaria restrictiva, preocupada por la estabilidad debido a la inflación galopante de los años 20; y 3.- la defensa de la cartera de los alemanes, que son los que han hecho las mayores transferencias de riqueza hacia otros países europeos hasta ahora. La clave de la disonancia es el euro. Tal como ha dicho Merkel, si cae el euro cae Europa. Para que no caigan los dos no hay ahora más remedio que cortar en seco los ataques contra las deudas soberanas más débiles y esto sólo se puede hacer con una política de drástica restricción del déficit que nos puede hundir en la deflación. O, alternativamente, mediante una súbita reacción europea a favor de la unidad política, como defiende brillantemente Wolfgang Münchau. El comentarista del FT señala, además, que esta crisis ?es más una crisis bancaria alemana y francesa que una crisis de la deuda en Grecia y España?. Su solución no implica, según su razonamiento, una transferencia de fondos del norte al sur, sino de dinero público francés y alemán al sector privado bancario francés y alemán. (El enlace con el artículo del FT. Y una rápida reflexión sobre la sentencia del TC de ayer: Que el catalán es la lengua de uso preferente en la nación catalana es un enunciado no conforme por varios conceptos con la Constitución española. En cambio, que la nación española es una e indisoluble tal como decía mucho mejor el lema del anterior régimen, eso sí es constitucional.)

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29 de junio de 2010
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Los abuelos descansan en mi jardín

Un jarrón de color azulado se destaca desde hace un par de días entre las plantas de nuestro jardín, a catorce pisos de altura. Aún no tenemos una idea clara de qué vamos a hacer con las cenizas de mis abuelos. Por el momento, están cobijadas entre los helechos y la sombra de una estirada yagruma que sobresale más allá del muro del balcón. Mi madre logró ?después de apelar a varias amistades y de estimular materialmente a los funcionarios indicados? cremar a sus padres que yacían en un panteón público del Cementerio de Colón. Terminada la acción del fuego, el resultado fue a parar al interior de un recipiente de barro al que se le nota ?en cada centímetro? que contiene los restos de una persona. Dentro del ánfora están Ana y Eliseo, los dos abuelos junto a los que nací y crecí en una cuartería de Centro Habana. Ella lavaba y planchaba para la calle, él trabajaba en el ferrocarril y fumaba su pipa frente a las dos curiosas niñas que éramos mi hermana y yo. Semianalfabetos los dos, habían levantado una pequeña familia a golpe de batea y jabón, de pico y pala sobre la línea del tren. Ambos exhibían esa mezcla de genio y autoridad que nos hacía quererlos y temerles. Tenían sangre asturiana y canaria, quizás por eso a ?Papán? le deleitaban los guateques campesinos y a Ana en el barrio todos la apodaban ?la gallega?. Sus máximas posesiones eran un escaparate y una cama de caoba y la vitrina con copas que nunca pudimos usar porque eran sólo para adornar la diminuta sala-comedor-dormitorio. El abuelo murió el mismo año del éxodo del Mariel. Su corazón estaba acolchado en la grasa de los chicharrones de cerdo que tanto le gustaban. Se fue en paz y dejó a Ana bajo su nueva condición de viuda, al menos durante cinco años. La partida de ella fue mucho más triste: estaba sentada en la silla equivocada en la cafetería El Lluera, cuando un par de borrachos entró tirando botellas y una la alcanzó en la frente. La etapa de tener abuelos se nos acabó pronto. Adiós a las malcriadeces, a las medias remendadas por unas manos diestras y a la leche tibia llevada hasta la cama. En todo este tiempo nunca fui a ver sus tumbas, para que el granito gris no reemplazara los recuerdos que tenía de ellos. Hoy ?testarudamente? han retornado junto a mí, en un pequeño jarrón tan sencillo y efímero como sus propias vidas.

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28 de junio de 2010
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