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Fútbol y tecnología: un intruso en la cancha

Si decidimos que la tecnología entre a un partido de fútbol -con cámaras más precisas que los árbitros- hay que tomarse el asunto en serio. Partiendo por la fifa. No hay problema en que los réferis se sigan equivocando en las decisiones pequeñas, pero la tecnología debe ayudar en las importantes.

Este mundial de fútbol ha presentado una disonancia excesiva entre el hecho de que un ser humano arbitra un partido junto a dos colaboradores, y treinta y dos cámaras poderosísimas captan todos los detalles del juego para los teleespectadores del mundo. Gracias a la FIFA, parece haber un enfrentamiento entre los árbitros y la tecnología, con la derrota continua de los árbitros. Los errores, han dicho Blatter y sus allegados más de una vez, son parte del fútbol: al eliminarlos se perdería algo de la belleza de este deporte. Pero, ¿qué ocurre cuando estos errores significan la diferencia entre la clasificación de un equipo a la siguiente fase o su eliminación? El fútbol es un deporte en el que la rapidez cuenta, y todos podemos entender que no haya ganas de parar las cosas para revisar una jugada, o que un juez se equivoque y no vea una posición adelantada por milimetros, una mano o un empujón capaces de cambiar el curso de los acontecimientos. Pero estamos seguros de que valía la pena revisar si entró o no el remate de Lampard contra Alemania: con tan pocos goles en un partido, ofende no aceptar uno en el que la pelota ha entrado casi un metro.

Hay una contradicción flagrante en la postura de la FIFA de dejar una responsabilidad de magnitud a tres pobres hombres (ya odiados por la naturaleza de su puesto), y al mismo tiempo socavar esa responsabilidad instalando pantallas gigantes en los estadios --que muestran las jugadas importantes en diferido--, y de hecho comercializando los derechos de la transmisión del espectáculo por televisión a todas partes del mundo. Cuando el domingo pasado Tevez marcó un gol contra México, todo estaba bien hasta que en las pantallas gigantes del mismo estadio pasaron la jugada; los mexicanos, con toda razón, fueron a increpar al árbitro el fuera de juego de Tevez. El árbitro dudó, y estaba dispuesto a rectificar, pero los jugadores argentinos dijeron correctamente que el árbitro no podía rectificar basándose en la ayuda de la pantalla. El árbitro aceptó el argumento y debió comerse el error, poniendo en evidencia a la FIFA.

Si la FIFA acepta el poder de la tecnología para transmitir imágenes impecables de los partidos y repeticiones de los lances más interesantes del juego, ganando así montos que permiten el crecimiento tanto de la FIFA como del producto que vende -el fútbol como espectáculo--, también debería aceptar ese poder para revisar decisiones capaces de alterar un juego. La tecnología seguirá progresando, haciéndose cada vez más sofisticada; la brecha entre lo que las imágenes podrán mostrar y las torpes decisiones humanas también seguirá aumentando. No se trata de una lucha entre ambas cosas, sino de encontrar la forma de complementarlas. Que los árbitros puedan seguir equivocándose en paz en las decisiones pequeñas, y que la tecnología ayude a tomar las importantes.

(Revista Qué Pasa, 3 de julio 2010)

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3 de julio de 2010
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El horror desde la dulzura

Por esos azares de la vida me encontré las ?Cartas desde Birmania? de Aung San Suu Kyi en una librería habanera. No las hallé en uno de esos sitios ?regentados por algún particular? que comercializa libros de usos, sino en un local estatal que vende coloridas ediciones en moneda convertible. El pequeño ejemplar con la foto de ella en la portada, estaba mezclado entre los manuales de autoayuda y los volúmenes con recetas de cocina. Miré a ambos lados de los anaqueles para comprobar si alguien había puesto aquel libro allí justo para mí, pero las empleadas dormitaban en el sopor del mediodía y una de ellas se sacudía las moscas de la cara sin prestarme ninguna atención. Compré la valiosa compilación de textos escritos por esta disidente entre 1995 y 1996, aún bajo el efecto de la sorpresa que me producía el haberlos encontrado en mi país, donde habitamos ?como ella? bajo un régimen militar y en medio de una fuerte censura a la palabra. Las páginas con las crónicas de Aung San Suu Kyi, donde se mezcla la reflexión, la cotidianidad, el discurso político y las interrogantes, apenas si han descansado en las estanterías de mi casa. Todos quieren leer sus sosegadas descripciones de una Birmania marcada por el miedo, pero también inmersa en una espiritualidad que hace más dramática su situación actual. En pocos meses ?desde que encontré las Cartas? la prosa límpida y emotiva de esta mujer ha influido en la manera en que miramos nuestro propio desastre nacional. Esa cuerda de esperanza que logra trenzar junto a sus palabras da como resultado un pronóstico optimista para su nación y para el mundo. Nadie como ella ha podido describir el horror desde la dulzura, sin que el grito se adueñe de su estilo y el rencor se le suba a los ojos. No he dejado de preguntarme cómo los textos de esta disidente birmana llegaron a las librerías de mi país. Quizás en un compra al por mayor se deslizó la inocente portada, donde una mujer achinada exhibe unas flores ?tan bellas como su rostro? prendidas detrás de la oreja. Quién sabe si creyeron se trataba de alguna escritora de ficción o de poesía que recreaba los paisajes de su país desde el esteticismo y la nostalgia. Probablemente quienes lo colocaron en aquel anaquel no sabían de su arresto domiciliario, ni del premio Nobel de la Paz que tan merecidamente obtuvo en 1991. Prefiero imaginar que al menos alguien fue responsable consciente de que su voz llegara hasta nosotros. Un rostro anónimo, unas manos apresuradas pusieron su libro a nuestro alcance, para que al acercarnos a ella pudiéramos sentir y reconocer nuestro propio dolor.

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3 de julio de 2010
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El lenguaje de la alcantarilla

Dentro de este nuevo género periodístico constituido por las transcripciones de las charlas telefónicas de presuntos corruptos, el otro día podíamos leer la contundente argumentación de uno de los patriotas, en la que se nos aclaraba que la auténtica política no se hacía en los parlamentos sino en las alcantarillas. El patriota en cuestión -al que cabría calificar de gánster si no supiéramos que es un patriota- parecía así justificar la necesidad de los saqueos perpetrados por él y sus compinches por razones de realismo político. Venía a decirnos que, a la hora de la verdad, lo único que sustenta la política es aquel principio moral, tan edificante, que preside las conversaciones rufianescas: "todo hombre tiene precio". Son, por tanto, los políticos corruptos, que tuvieron un alto rango y honores de los que no han sido desprovistos, los que han sembrado la desconfianza general hacia la política, por más que algunos dirigentes ahora atribuyan el desapego a una suerte de mal de época, azuzado por los medios de comunicación.

Pero, volviendo al nuevo género periodístico, llama la atención el habla utilizada, acorde en todo al espíritu de la alcantarilla al que aludía el prohombre. Tanto en el capítulo Pretoria como en el Gürtel los protagonistas hacen gala de un total desparpajo al expresarse en la jerga mafiosa, convertidos en hampones de película, de esos no demasiado refinados, que salpican sus negocios con constantes alusiones a "cabrones" e "hijos de puta". Naturalmente, en el lenguaje de la alcantarilla no podían faltar alusiones a la testosterona, con solemnes afirmaciones testiculares o, por el contrario, con el lamento, también patriótico, de que las cosas van como van "porque estamos todos capados". La mayor riqueza idiomática, no obstante, se destina, como era de esperar, al dialecto intestinal: todos defecan sobre todos, sin que falte, evidentemente, quien lo hace sobre la divinidad. A juzgar por lo que opinan los presuntos corruptos, el mundo es una maloliente combinación de dinero y excremento.

Lo malo es que estos tipos fueron (¿presuntamente?) secretarios generales, diputados, alcaldes..., y habían comprado votos con el mismo ánimo codicioso con que luego comprarían a los hombres.

 

El País, 05/06/2010 

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2 de julio de 2010
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Resurrección

En la Recherche se denomina resurrección a la transformación  cualitativa de  algo que acompaña a los hombres  en todo momento, pero que en la existencia ordinaria carece de acuidad, presenta aristas ficticias, superficiales. Lo que resucita son  los contenidos de la memoria, en la medida en que ésta deja de ser una facultad asténica, es decir, en la medida en que deja de ser lo que  habitualmente designamos  por memoria:

 "Estas resurrecciones del pasado, en el segundo que duran, son tan radicales que no solamente fuerzan nuestros ojos para que, dejando de ver la habitación que se halla en su entorno, contemplen la ruta bordeada de árboles o la marea que sube. Asimismo fuerzan nuestras fosas nasales a respirar el aire de lugares alejados, nuestra voluntad a escoger entre proyectos diferentes, que estas mismas resurrecciones nos proponen..." (IV, 453-454)

  ¿Razón de esta singular vivencia? Nada misterioso y ni siquiera nada nuevo tratándose del ser humano, del ser cabalmente humano, del humano -nos dice el Narrador- que precisamente en tales resurrecciones recupera su esencia. Pues el ser humano es portador de una prodigiosa capacidad de vincular lo que se da en la presencia y lo que está ya fuera de ella, de tal manera que "el comedor marino de Balbec (...) intentaba fragilizar la solidez del palacete de los Guermantes,  forzar sus puertas (...) pues siempre, en estas resurrecciones, el lugar alejado, surgido en torno a la sensación común, se superponía un instante, como un luchador, al lugar actual" (IV, 453)

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2 de julio de 2010
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III. Que púberes canéforas le brinden el acanto…

Buscaba yo en mis años de aprendizaje referencias literarias y también referencias morales, porque de alguna parte había aprendido que el escritor debía estar hecho de esa doble sustancia, letra más ética, lo que entonces se llamaba compromiso. No había literatura sin posiciones críticas o contestatarias, algo que llegó a afirmarse para mí de manera indeleble a consecuencia de la masacre de estudiantes de Tlatelolco en 1968, cuando Monsivais fue parte esencial de esa toma de posición crítica frente a la barbarie oficial, y contra el cinismo, que llegó a definir a toda una generación de mexicanos, y de latinoamericanos.

            La literatura, vista de esta manera, nunca podía tener una pretensión de inocencia, y si no tenía garras y dientes era una literatura mentirosa y conformista. Esas fueron mis lecciones de aquellos tiempos. Y Monsivais, sin haberse apuntado a la literatura de invención, y habiendo llegado a ser bien pronto el cronista de prosa privilegiada que siguió siendo con creces hasta su muerte, fue capaz de convertirse en el mejor novelista de la realidad diaria, sin trastocar los relieves de esa realidad suya de todos los días que poco necesitaba de retoques para parecer tan imaginativa.

            Un cronista minucioso, una de cuyas mejores habilidades fue la de despojar de color local a todo lo que acontece en México, y hacer que esos acontecimientos, pasados por el tamiz de su ingenio, pudieran ser leídos a título ejemplar. Escritura edificante la suya, de inconmovibles propiedades morales, que siempre tuvo algo que enseñar, con la boca llena de risa contenida, y que supo desnudar a quienes se esconden tras sus vanas vestiduras, revelando lo que en verdad hacen y lo que en verdad dicen, no importan los disfraces, porque la banalidad y la falta de recato tienen también esta mala calidad doble, la de los hechos fementidos, y las palabras fementidas.

            Riéndose de su propia gloria, Monsivais, velado de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, honor solamente concedido a los escogidos del parnaso mexicano, entra en la galería de los ilustres cincelados en mármol, y los laureles estarán siempre verdes en sus sienes. Bronce corintio y mármol de Jonia. Que púberes canéforas le brinden el acanto...y que nunca deje de reír en el Olimpo.

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2 de julio de 2010
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Aunque pueda parecer humilde

Algunos leones se viciaban con la sangre humana. Eran devoradores de hombres y así les llamaban los indígenas. Hay historias pavorosas y verdaderas, como aquella de un león que devoró sucesivamente a catorce trabajadores que estaban construyendo una línea férrea en algún lugar de África. Las mejores escopetas del mundo no pudieron darle caza y cada noche se escuchaba el aullido de una víctima. Cientos de obreros se acurrucaban aterrorizados en sus tiendas esperando el alba.

    Bueno, no es lo mismo, pero también hay devoradores de papel. Yo soy uno de ellos. Las grandes piezas se van haciendo escasas, de modo que el cazador (templado por los años) se divierte cazando piezas pequeñas y exquisitas. Para la práctica de la caza menor son de menester entornos discretos donde estas piezas buscan refugio huyendo de los grandes espacios abiertos donde dominan los superventas. Es difícil subsistir en la sabana de las novelas sobre templarios, sociedades secretas, lesbianas vengadoras o crímenes noruegos. De manera que los frágiles y preciosos relatos buscan amparo en pequeñas editoriales. Son ellas las que permiten a los viejos devoradores de papel seguir cazando sin tener que montar un safari. Pueden hacerlo a pelo.

    Por ejemplo, en una sola semana comencé con una historia delirante, Los mayorazgos, de Achim von Arnim (Nortesur), posiblemente el relato más disparatado de este año. El olvidado von Arnim (murió en 1831) fue uno de aquellos románticos radicales que inventaron el surrealismo sin saberlo. En esta breve narración la atmósfera es opresiva, los personajes podrían estar muertos y el argumento es una pesadilla. Resulta chocante que la literatura "de vanguardia" apareciera muchas décadas antes de que fuera así clasificada por la Academia.

    Luego continué con La voz de Lila (Libros del silencio), un cuento pornográfico que vendió millones de ejemplares y tuvo un éxito pasmoso hace quince años. Su autor se firmaba "Chimo" y aún se discute si es cierta la biografía que de él dio su editor (lo presentaba como un preso magrebí) o bien oculta a un famoso autor que no desea ser acusado de pornógrafo. Lo leí porque lo ha traducido y prologado Ignacio Vidal-Folch, de quien leería incluso las facturas de Telefónica. Además de pornográfico, el relato describe de soslayo la vida en los barrios periféricos de París, allí donde los chicos árabes queman de vez en cuando los coches de sus padres, pero muestra una ternura singular hacia el magrebí y su preciosa (e intocable) muchacha. Sí, es posible que detrás de "Chimo" se esconda una figura de las letras parisinas.

    El último de la semana lo publicó esa editorial enorme que se autodefine, muy chic, como "Minúscula" hace ya unos meses. Es una canción de amor de Gertrud Stein, pero no a un ser humano, un animal o una planta, sino a una ciudad y un país. Como su título indica, París Francia trata de ambas cosas, de la capital entre 1900 y 1939 y también de la vida rural francesa que Stein aún conoció. Lo escribió en 1940, cuando París había sido tomado por los alemanes y ella recordaba sus años parisinos sin saber si jamás podría regresar. Hay en este poema deliciosas viñetas sobre mujeres, género por el cual Gertrud Stein sentía una particular simpatía, no muy frecuente en aquellas fechas. Les cuento tres de ellas para que, de paso, observen la peculiarísima música de su prosa.

    Estamos en 1914 y se comienza a hablar de las sufragistas inglesas. Hasta el pueblo donde Gertrud Stein pasa algunas temporadas ha llegado un comentario cada vez más general: las mujeres deberían tener el derecho de voto. Una señora del grupo de comadres hace un gesto de cansancio y dice: "No por Dios tengo que hacer cola para tantas cosas el carbón el azúcar las velas la carne y ahora votar, por Dios".

    La segunda tiene lugar en París. En esta ocasión unas amigas están hablando del reciente hundimiento del Titanic y el heroísmo con que se rescató a las mujeres y los niños. "A mí no me parece sensato, dijo Hélène, para qué sirven los niños y las mujeres solos en el mundo, qué clase de vida pueden llevar, habría sido muchísimo más sensato que lo hubieran echado a suertes y salvado unas cuantas familias enteras, mucho más sensato, dijo Hélène".

    Y por fin la tercera. Una muchacha le había cogido un cariño grande al perro que acudía cada día con su dueño a la cafetería y ella le daba un terrón de azúcar y le rascaba la cabeza, pero un día el dueño apareció sin su perro. "La chica tenía el terrón de azúcar en la mano y cuando oyó que el perro había muerto se le llenaron los ojos de lágrimas y se comió el terrón de azúcar".

    ¡Cuánta poesía hay en este gesto de comerse el terrón entre lágrimas! Al gran artista se le reconoce en los detalles. Y las piezas pequeñas, exquisitas, extravagantes o curiosas, sólo se cazan en los terrenos pequeños, exquisitos, extravagantes o curiosos, y de espesa flora.

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2 de julio de 2010
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El maestro y el pupilo

De la misma manera que la medicina sería mejor si el médico escuchara más al paciente, la enseñanza mejoraría si el profesor escuchara al alumno con atención. Muy pronto estas ecuaciones serán tan obvias que se confundirán con la realidad más elemental. Ahora, sin embargo, arrastrando los tiempos del soberano y la estructura jerárquica en todos los órdenes, la sociedad entiende mal que la horizontalidad es más fértil que el orden piramidal. Entiende todavía mal algo tan fácil de entender como que el conocimiento en general es más rico cuanto más participantes intervienen en su composición. Entiende, en suma, mal,  ve ofuscadamente que el modelo nacido y desarrollado en las webs sociales es ya el paradigma de la nueva inteligencia social e individual. Una inteligencia interactiva o donde se combina el saber de muchos agentes que provienen de distintos puntos y convergen en el interés por estar juntos y comunicarse libre y afectivamente, sin el miedo o la censura del amo y el esclavo, el maestro y el alumno, la institución y la gente, el médico y el enfermo actual. La enseñanza, como la medicina, como la política, será una mixtura formada por muchos paisanos, paisanos "apaisados". Será esto o no será. Los anacronismos con sus fracasos, ya están a la vista.

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1 de julio de 2010
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Un más austero Auster

‘Two Lovers' confirma a James Gray, nacido en 1969 en Nueva York, como uno de los tres o cuatro cineastas norteamericanos de verdadera importancia surgidos en los años 1990, y para mi gusto, el más estimulante al lado de su gran amigo -y tan distinto formalmente a él-  Paul Thomas Anderson, director de ‘Magnolia' y ‘Pozos de ambición'. Autor de tres muy notables obras anteriores enmarcadas dentro del género negro, Gray afina y aclara su enfoque narrativo y el alcance de su mirada al encarar en esta nueva película algo que podría llamarse melodrama sin serlo estrictamente.

 

    ‘Two Lovers' empieza mal, con unas imágenes al ralenti, que es como empezar un poema con un ripio. Lo que viene después de ese efecto tan banal no es mejor, pues vemos que el personaje ralentizado, el joven Leonard (Joaquin Phoenix), se tira a la bahía desde un puente, sin decidir ni conseguir ahogarse; se han visto ya tantas historias de suicidas inciertos e incomprendidos. Todo empieza a ir bien cuando Leonard, empapado tras salir del agua y ser amonestado por los pasantes, entra en su casa, donde vive con sus padres judíos emigrantes, una callada aunque observadora Ruth (Isabella Rossellini), y Reuben (Moni Moshonov), un tintorero bonachón que adora los shows cómicos de Benny Hill. Pronto sabremos, en una explicación algo mecánica, que el chico es bipolar y está medicado, tal vez a raíz de haberle dejado una novia. La definitiva mejora de la película se plantea desde el momento en que aparecen Sandra y Michelle, las dos muy guapas, las dos vecinas (una más que otra) y muy opuestas entre sí. Sandra (magnífica Vinessa Shaw) tiene un físico inquietante, como de retrato expresionista alemán,  pero es simple y tradicional: su película favorita de la historia es ‘Sonrisas y lágrimas', ansía casarse, y le regala a Leonard unos guantes horrorosos, con pespuntes y un adorno colgante de metal brilloso. Michelle, una tópica rubia de calendario (el personaje está hecho a imagen y semejanza de la protagonista Gwyneth Paltrow), tiene, por el contrario, un pasado, un temperamento turbio, gustándole además la ópera y el peligro.

     Gray dice haberse inspirado en ‘Las noches blancas' de Dostoievski a la hora de escribir (con Richard Menello) el guión de ‘Two Lovers'. La verdad es que la conexión con el novelista de Moscú la veo muy tenue, y en quien he pensado a menudo viendo su cine es en Paul Auster. El ‘austerismo' de Gray también es engañoso, sin embargo. Los dos utilizan moldes y oscuridades del ‘thriller', los dos tienen una filiación artística europea, y ‘Two Lovers' se desarrolla en un Brooklyn de tenderos y casas de ladrillo visto que podría ser el escenario de la vida y la obra de el autor de ‘El libro de las ilusiones'. Ahí acaba toda la coincidencia. Gray no es abstracto ni metanarrativo, y cuando en su relato hay opacidad es para mitigar el relámpago emocional que va a venir a continuación. En un tiempo y un entorno crítico que trata de genios a Gus Van Sant o Michael Gondry (por no hablar de otros cineastas actuales representantes del más estreñido academicismo de lo moderno), ‘Two lovers' puede pasar por sentimental y convencional. Lo primero lo es, de un modo deliberado, intenso y austero, pero casi nunca incurre en la convención, salvados esos momentos iniciales que se han apuntado. Predominan la delicadeza del trazo, la justa medida del factor costumbrista (en las fiestas de familia y ceremonias judaicas), el buen uso dramático de algo tan trillado, tan chillón, como es el teléfono móvil y su parafernalia mensajera.

    La media hora final es extraordinariamente conmovedora. El tormento dostoyeskiano que aflora aquí y allá en la película parece dejar paso a un ‘happy end' impropio del alma rusa, y el espectador de corazón, para quien la felicidad de estos individuos tan atractivos y tan desdichados está merecida, se siente, por el lado racional, decepcionado, y, por el de la ingenua justicia poética que todos llevamos dentro, satisfecho. No cuento lo que pasa en esos treinta últimos minutos, tan sólo describo. Leonard tiene una escena de escalera con su madre en la que Isabella Rossellini demuestra que la densidad y el misterio que puso de relieve en ‘Terciopelo azul' no sólo se debían a la mirada de David Lynch. Luego, en la espera del patio de la vivienda, aparece la silueta de Michelle como la de una Némesis o ‘Matrix' trágica, contrastando, en los planos de cierre, con el universo de Sandra: su guante hortera mojado en la orilla, el reencuentro en la casa, la festividad, el abrazo del desenlace. Un abrazo que podría ser el apogeo de una concesión del director y de una traición a sí mismo del personaje de Leonard. En absoluto. Las buenas películas se ruedan con ideas, y la idea de Gray de que Leonard abrace a la chica de espaldas a la cámara, sin que le veamos el rostro, lo dice todo, con reveladora elocuencia, sobre la dimensión de su renuncia.   

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1 de julio de 2010
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Otra grierta en el Gobierno alemán

Ha perdido el mejor. El más independiente. El más popular. Al final, los intereses partidistas y los cálculos políticos más bajos y oportunistas han podido más que cualquier consideración moral e incluso que el interés nacional. Joachim Gauck hubiera sido un presidente extraordinario, a la altura de la imagen que merece la Alemania de Berlín, que ha superado las dificultades de la unificación y ha regresado plenamente a la escena europea e internacional con todo su peso económico, demográfico y cultural, y sin los complejos generados por el nazismo que la habían paralizado durante décadas. Su candidatura, urdida por la oposición socialdemócrata y verde para complicarle la vida a la coalición conservadora liberal, era un auténtico lujo. Alemania ha perdido la oportunidad de tener un presidente verdaderamente independiente, dotado de autoridad y prestigio, capaz de encarnar la imagen del país en una hora de dificultades políticas europeas, de crisis económica y de desorientación ideológica, uno de esos momentos en que se hacen especialmente necesarias las personas ejemplares, con capacidad de convicción y de explicación.

No hay novedad en el descarte de los mejores. Así sucede siempre y en todas partes y lo extraño es que durante una entera jornada, la de ayer, en Alemania se haya atisbado lo contrario. Nadie puede ni debe escandalizarse. Así es la vida política. En este caso hay una ventaja, aireada a la luz pública y retransmitida en directo: la canciller Angela Merkel lleva en su pecado la penitencia. En la entera jornada celebrada ayer por la Asamblea Federal, reunida en el corazón de Berlín en el nuevo edificio del Reichstag, los 1.244 electores que con sus votos eligen al presidente de la República han proporcionado un severo castigo a la canciller, que pesará gravemente sobre su gobierno liberal conservador y erosiona su autoridad en todos los niveles, desde el partido hasta la coalición. En esto y en algunas cosas más hay una ejemplaridad que hace especialmente admirable a la democracia alemana. La votación es secreta. No hay disciplina de voto. Los partidos se limitan a presentar sus candidatos o a retirarlos cuando consideran conveniente. Lo hizo entre la primera y la segunda votación La Izquierda, la agrupación de ex comunistas orientales y socialdemócratas radicalizados de Lafontaine, para no tener que aportar así colaboración alguna a la elección del candidato de la derecha. Pero su dirigente, Gregor Gisy, dejó claro que la elección era entre dos candidatos conservadores: una forma de solicitar la abstención por parte del antiguo dirigente comunista. Los electores de La Izquierda no estaban dispuestos a dar su voto a un candidato que consideran tan derechista como Wulff y al que culpan además por una represión que creen excesiva contra los antiguos comunistas orientales. A pesar de la libertad de voto, funciona finalmente la disciplina de partido y de coalición. Entre los electores de la coalición gobernante hubo 44 representantes que quisieron castigar a Merkel en la primera votación, impidiendo que Wulff saliera por mayoría absoluta de 623, a pesar de que contaban con 644. En la segunda, 15 de los disidentes se dieron por satisfechos con el varapalo proporcionado y votaron a su candidato, pero tampoco fue suficiente. Pero fueron muy pocos los disidentes más pertinaces, que prefirieron poner en riesgo a su propia coalición, puesto que finalmente, en la tercera, los electores le dieron a Wulff la mayoría absoluta que le negaron en las dos anteriores. Este relevo ha estado desde el principio especialmente cargado de dinamita política, algo poco usual a la hora de elegir a un presidente tan ornamental, aunque muy respetado, como es el alemán. Todo empezó con la súbita, inesperada e inexplicable dimisión de Horst Köhler, el anterior presidente, ofendido por la reacción pública a unas torpes declaraciones suyas acerca de la guerra en Afganistán. Köhler señaló la obviedad de que Alemania estaba defendiendo sus intereses, incluyendo los económicos y comerciales, con su participación militar en la guerra de Afganistán, pero su fina piel de economista y funcionario poco bregado en la política de partido le impidió encajar con normalidad las críticas que suscitaron sus declaraciones. Merkel quiso sustituirle primero con una mujer, la actual ministra de Familia, Ursula von der Leyen, pero tuvo que optar luego por uno de los barones conservadores que vienen acosándola desde que se hizo con las riendas de la CDU, el presidente del land federal de Baja Sajonia, Christian Wulff. Tomó esta opción, perfectamente maquiavélica, en contradicción con sus afinidades y amistad con el pastor protestante, intelectual y disidente en la Alemania comunista Joachim Gauck. Al final se ha salido con la suya. Pero pagando un severo precio en imagen pública. Y con una nueva y enorme grieta en su gobierno y en su mayoría.

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1 de julio de 2010
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El arte de la Convivencia

Ayer fue día de carretera. Dos horas hacia Pinar del Río y en la noche volver sobre el camino de asfalto que separa a esa ciudad y a la ruidosa Habana. El viento colándose por la ventanilla y haciendo mi pelo una maraña, el estremecimiento en la nuca cada vez que el auto se topaba con un bache y ese susto que da la autopista oscura y mojada, salpicada por puntos de control de la policía. Pero sólo fueron molestias transitorias, que quedan olvidadas cuando evoco el patio de Karina abarrotado por los miembros y los amigos de la revista Convivencia. Anoche se anunciaron los resultados del concurso organizado por esa publicación, que galardonó obras en las categorías de ensayo, guión audiovisual, poesía, narrativa y fotografía. Reinaldo y yo formamos parte del jurado, junto a Ángel Santiesteban, Maikel Iglesias y Orlando Luis Pardo. En la tarde,  deliberamos sobre los textos e imágenes que habíamos valorado por separado durante semanas y que venían ?algunos de ellos? bajo seudónimos sacados de la mitología griega. Al abrir los sobres con los nombres reales de los concursantes, nos alegró saber que entre los premiados no sólo había conocidos autores sino también jóvenes que por primera vez mandaban sus trabajos a un certamen. Cerca de las nueve se hicieron públicos los ganadores, en el único trozo de patio que la Reforma Urbana no le confiscó a la familia de Karina. Frente al muro levantado hace meses por los interventores, sonaron frases que tenían carácter de cincel, de barrena que traspasa cualquier tapia. Por un par de horas fue como si la fea muralla de ladrillo y planchas de zinc no estuviera allí, como si la hubiéramos echado abajo con palabras. Ganadores del concurso Convivencia: -          Premio al mejor libro de cuentos para Francis Sánchez Rodríguez por ?La salida?. -          Premio al mejor ensayo para Dimas Castellanos Martí por ?Utopía, retos y dificultades en la Cuba de hoy. -          Premio al mejor cuaderno de poesía para Pedro Lázaro Martínez Martínez ?Esto no es un arte poética??. -          Premio al mejor guión audiovisual para Henry Constantin Ferreiro por ?Cuando termina el otro mundo?. -          Premio al mejor tríptico fotográfico para Ángel Martínez Capote por ?Impotencia?.

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1 de julio de 2010
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