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SEÑALES QUE PRECEDERAN AL FIN DEL MUNDO por Yuri Herrera

RESEÑAS SIN PLUMAS Luis Hernán Castañeda ?¿Vas a cruzar??              ?Estoy muerta, se dijo Makina?: así empieza la historia, que ofrece desde su primera escena una poderosa imagen sobre la relación entre el cambio y la permanencia ?su coexistencia, su simultaneidad. Makina, la joven y dura heroína que protagoniza ?Señales que precederán al fin del mundo?, brinca como un felino y se salva de ser tragada por la tierra durante un evento de ?locura telúrica?, mezcla enrarecida de terremoto y hundimiento de suelo que desaparece sectores enteros de la Ciudadcita en un santiamén, subrayando así, a través de la fragilidad radical del instante ?su peligrosidad a punto de derrumbe? una multisecular historia de abusos, expoliaciones y violencia contra los seres humanos y su hábitat. La razón de la locura telúrica es tanto humana como subterránea y, al tiempo que se muestra a pleno sol en las relaciones sociales y económicas, se esconde en canales profundos como lombrices de la muerte: el hecho irreparable, que vincula lo natural y lo moral a través del lirismo áspero, discreto y enternecido, de la prosa de Yuri Herrera, es que ?la Ciudadcita está cosida a tiros y túneles horadados por cinco siglos de voracidad platera?.              La Ciudadcita, urbe imaginaria por la que Makina pasa en su camino hacia el norte, es un lugar dinámico sometido a transformaciones imprevisibles y rotundas: una ciudad en reacomodo violento, relampagueante, siempre al borde del descalabro que todo lo cambia. Algo así les sucede a los personajes de esta novela, cuyas identidades son presa de accidentes y terremotos que hacen su trabajo y, también, cumplen con el rol de los humanos: destruyen y reedifican, arrancan lo de aquí y lo transplantan por allá. La segunda obra del escritor mexicano Yuri Herrera tiene una trama simple y prístina, imbuida de una actualidad político-cultural punzante, a la vez sólidamente enraizada en la tradición literaria de su país y portadora de resonancias míticas. Makina es empleada de una centralita telefónica en un pueblo que no se nombra, situado en un México transfigurado por un tamiz ficcional con eficaz pretensión de autonomía; Makina, una mujer con una misión, debe cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos para traer de vuelta a su hermano perdido, que viajó al país del norte ilusionado por la promesa de un terrenito ?triste aventura del desencanto? y dejando en su tierra natal a su hermana y a su madre, la Cora. Tras entrevistarse con los ?duros?, tres capos cuyas misteriosas iniciales ?los señores Hache, Dobleú y Q? gatillan el mundo de referencias de las películas de acción y pelea (y por qué no también, el de los videojuegos y sus ?bosses?), Makina logra emprender su viaje terrestre con el deseo implacable, la pasión única, de volver con su hermano para cumplir los anhelos de la Cora. En su camino sorteará ríos, tiroteos, persecuciones, largas caminatas y soledades desconocidas, que la llevarán a descubrir la peculiar ambigüedad de la frontera, auténtica galaxia con sus leyes propias. ?Su madre la Cora la había llamado y le había dicho Vaya, lleve este papel a su hermano, no me gusta mandarla, muchacha, pero a quién se lo voy a confiar ¿a un hombre? Luego la abrazó y la tuvo ahí, en su regazo, sin dramatismo ni lágrimas, nomás porque eso es lo que hacía la Cora: aunque uno estuviera a dos pasos de ella era siempre como estar en su regazo, entre sus tetas morenas, a la sombra de su cuello ancho y gordo, bastaba que a uno le dirigiera la palabra para sentirse guarecido. Y le había dicho vaya a la Ciudadcita, acérquese a los duros, ofrézcales servirles, yái que le echen la mano con el viaje?. La ambigüedad de la frontera está en su carácter abierto y cerrado al mismo tiempo, en su condición de lugar híbrido de tránsitos infinitos que, sin embargo, no deja de proponer, en su momento sombrío y epifánico, la guadaña que separa el ?aquí? del ?allá?, el ?nosotros? de los ?otros?, con virulencia de bloques compactos. En otras palabras, la frontera puede ser el paraíso azaroso, tornasolado, de la sutileza de lo indefinido y lo proteico ?rasgos sugeridos por la pluma refinada, sensitiva de Herrera?, pero es también el puente sin retorno, la cárcel donde triunfan los límites y las limitaciones, las desigualdades, las jerarquías. En el mundo de la frontera es posible experimentar, con los ojos del observador cultural y en la carne propia del viajero, los avatares de lo gris, aquella utopía de creación sin ataduras que, cuando menos uno lo espera, depara el ?cruce? al otro lado, aquel umbral definitivo que divide el cosmos entre propios y extraños, revelando la calamidad de las diferencias y vociferando, en el alma del forastero, la aguda ?terrible, súbita, tal vez gozosa, como un terremoto? conciencia de la extranjería. El universo ficcional de ?Señales que precederán al fin del mundo? no es un espacio, es una travesía con dos alternativas: por un lado, el suave deslizamiento; por otro, el cruce, el salto mortal. Aquí los lugares y los personajes, lo interior y lo exterior, la trama y la estructura, la lengua misma, se desplazan y mutan, se fugan de sí mismos, son irreconocibles en su familiaridad, porque el fundamento sobre el cual están edificados es una cámara de túneles, pasajes, caminos bajo tierra: se está siempre ?al otro lado?. La imagen convocada es la de una zona porosa regida por las dinámicas enfrentadas de la creación de una cultura nueva, fruto de múltiples influencias, y la violencia más sórdida, esa que divide, deshumaniza, alteriza, y que en la frontera golpea con fuerza. Uno de los temás más ásperos de la novela es el dolor de quien se ve reflejado y deformado en la pupila ajena, temerosa y atrincherada en certezas que son prejuicios y estereotipos, de aquellos que se consideran principio absoluto del universo todo. Makina, pese a ser tan joven, es sensible y perceptiva, de manera que el lector obtiene un sustancioso registro de una experiencia de viaje que incluye el autoanálisis de las emociones y la observación precisa del entorno, observación muchas veces deslumbrada, lúdica, irónica, de las costumbres norteamericanas y de la inserción de lo mexicano en tierras no demasiado extrañas. ?La ciudad era un arreglo nervioso de partículas de cemento y pintura amarilla?:  Una vez que Makina, una bala encajada en su cuerpo, logra cruzar el río y entrar a Estados Unidos por primera vez, se pasea por calles que le dejan un sabor a desolación, preguntando siempre por su hermano sin tener otra brújula que sus caminatas sin rumbo. Mientras tanto, va recogiendo sus impresiones, hace una ?relación? como podría hacerla un recién llegado al Nuevo Mundo en el siglo XVI. Por ejemplo, le llama la atención, como algo nuevo, la intimidad existente entre la tristeza y el consumismo en las tiendas y los supermercados; constata, además, la omnipresencia silenciosa o silenciada de los suyos, dedicados en su mayor parte a trabajos pesados que los retienen en las calles ??en las esquinas, en los andamios, en la banqueta??, expuestos pero invisibles como un decorado, que sin embargo logra adquirir relieve en ciertas cuñas, como la comida mexicana. Makina avanza y obtiene la ayuda de sus compatriotas, a quienes percibe iguales a los residentes del otro lado, aunque más opacos, taciturnos. La colaboración entre compatriotas asume la cara positiva de la solidaridad, pero también produce asociaciones ilícitas, usos verticales del otro, riesgos de alto precio: el modo en que Makina ha logrado el beneplácito de los ?duros? de la Ciudadcita para cruzar ha sido comprometiéndose a pasar un paquete, cuyo contenido no se aclara, pero que le permite conectarse con un submundo delincuencial de negocios fronterizos. De modo singular y bastante perspicaz, el lugar donde Makina entrega su paquete no es la sórdida cueva de los criminales, sino un luminoso estadio de béisbol cuya descripción, bellamente estetizada por la sorpresa y la admiración de la viajera que ingresa en él, nos sugiere la profunda complicidad entre la legalidad y la ilegidad, lo abierto y lo clandestino, el aquí y el allá del negocio en cuestión, que invoca además la imagen inicial de la explotación minera: ?Al fondo, de súbito se le vino encima una hondonada de hermosuras rivales: la sima un inmenso diamante verde que ondulaba en su propio reflejo; arriba, abrazándolo, decenas de miles de asientos negros plegados, como un cerro de obsidiana erizado de pedernales, reluciente y afilado?. La voz del narrador en tercera persona es comprensiva y parca, aunque firme en sus convicciones. Por un lado, nos cuenta una historia situada en un ámbito complejo y extremo, reconociéndole estas características sin realizar juicios maniqueos; por otra parte, sin desatender el desarrollo de la narración y el impacto de los hechos en la conciencia de Makina, cuya perspectiva es la dominante, se juzga a través de dicha atención la crueldad imperante en el medio y se postula, no únicamente a través de la afirmación tajante y lírica sino, en especial, mediante la meta-realización de un proyecto lingüístico-estilístico, una encarnación deseable para el mundo de la frontera, un futuro que podría ser construido gracias a las mismas fuerzas en conflicto que hacen de la frontera un espacio complejo y extremo, tanto en su violencia como en sus posibilidades creativas y recreadoras. La frontera que el narrador imagina no es la realidad disociada y terrible que ofrece la novela. Hay una vocación de armonía y síntesis en la voz del narrador, en sus palabras. El mismo personaje de Makina descubre, en su construcción mixta, esa vocación. Makina y su hermano recogen, sin duda, los ecos dejados por los pasos de un célebre peregrino de la novelística mexicana, quien como ellos persigue la reunión familiar y vive rodeado por muertos en vida: Juan Preciado, el hijo que busca a su padre en ?Pedro Páramo?. Makina busca a su hermano, él busca una parcela de tierra, como Preciado. Pero, además de ello, en su búsqueda Makina se comporta como una férrea heroína extraída del cine de acción, o de artes marciales: su destreza física, su resistencia al dolor, la fortaleza de su espíritu, su pasión única, remiten, por citar un ejemplo, a Beatrix Kiddo, la protagonista de la cinta ?Kill Bill? de Tarantino. Así, los referentes literarios y cinematográficos, mexicanos y norteamericanos, clásicos y contemporáneos, conviven, dialogan, se enriquecen mutuamente, se trenzan en la construcción de Makina.     Una lógica análoga es la que se presenta, en el plano lingüístico, cuando la novela reflexiona sobre la aventura cultural de los migrantes mexicanos y los chicanos y, autorreflexivamente, sobre la propia variante del español en que ella está escrita, una síntesis de lirismo y coloquialismo, de mexicanismos y neologismos; en el crisol de un estilo que armoniza la tradición y la creación, lo ?paisano? (lo mexicano) y lo ?gabacho? (lo norteamericano), se pone en escena el gran proyecto híbrido que desencadenan todos los hablantes transplantados ?la posibilidad de inclusión es central: no se alude sólo a los mexicanos (tal vez, ni siquiera sólo a los hispanohablantes)?, y que está esbozado en las siguientes líneas: ?Más que un punto medio entre lo paisano y lo gabacho su lengua es una franja difusa entre lo que desaparece y lo que no ha nacido. Pero no una hecatombe. Makina no percibe en su lengua ninguna ausencia súbita sino una metamorfosis sagaz, una mudanza en defensa propia. Pueden estar hablando en perfecta lengua latina y sin prevenir a nadie empiezan a hablar en perfecta lengua gabacha y así pueden mantenerse, entre cosa que se cree perfecta y cosa que se cree perfecta, transfigurándose entre dos animales hasta que por descuido o por clarísima intención de pronto dejan de alternar lenguas y hablan en esa otra. En ella brota la nostalgia de la tierra que dejaron o no conocieron, cuando usan las palabras con las que se nombran objetos; las acciones las mientan usando un verbo gabacho que es ejecutado a la manera latina, con la colita sonora de allá?. La presencia de Rulfo se manifiesta de otro modo. Si en ?Pedro Páramo? encontramos una estilización lírica de ciertas formas del habla popular mexicana, después de leer a Herrera no cabe la menor duda de que su proyecto lingüístico discurre por el mismo sendero. No hay aquí una intención de representar con fidelidad un determinado dialecto, porque la mímesis léxica tiende  hacia el interior, no hacia lo exterior: un ejemplo claro tendría que ser la palabra ?jarchar?, usada de manera consistente con el significado de ?salir? o ?marcharse?. Por ejemplo, Makina se entrevista con uno de los ?duros?, y el narrador en tercera persona cuenta así su despedida: ?Dio las gracias, el señor Dobleú dio el de qué mi niña, y jarchó?. Es admirable la sonoridad de ?jarchar?, con su fuerza y su aspereza; ¿en qué lugar de México usarían ese verbo tan expresivo? Algunos días después de leer la novela, entro a un diccionario online y llego, por casualidad, a un foro de discusión donde otro lector de Yuri Herrera se pregunta por ?jarchar?, y da un paso que yo no di: le escribe al autor para preguntarle. La siguiente es su respuesta: ?Lo que trato de hacer es, sí, una mezcla de inclusión de lenguaje popular con innovación. (?) Jarcha, jarchar, es una palabra que he derivado de la palabra que se usa para designar ciertos fragmentos de poemas escritos en el siglo XIII, que son el ejemplo más lejano de lo que luego sería el español, y que utilicé porque la palabra podía simbolizar algunas cosas importantes para mi novela: era una ?salida? del poema, era una voz femenina, era melancólica y, sobre todo, era una lengua en transición?.  La palabra ?jarchar? entraña, entonces, una muestra de hibridez entre lo extranjero y lo propio, entre lo arcaico y lo nuevo, entre el mundo y el texto. De manera que ?jarchar? no es un caso de mímesis léxica sino de renovación con un pie en el pasado más remoto de la tradición de la lengua, y el otro en un presente de transición, de contacto cultural y de intercambio lingüístico: la lengua ?gabacha? y la lengua ?latina?. La ?jarcha?, la canción final con que cierran sus composiciones los poetas andalusíes, es signo y testimonio de la historia en tránsito continuo, pero también es síntoma de batallas y asimetrías, de luchas por el reconocimiento y la prosperidad de un mundo nuevo. De alguna manera, el proyecto de ?Señales que precederán al fin del mundo? implica imaginar la posibilidad de lo que no existe aún, y como un segundo paso, anticipar variantes de su plasmación. No estamos ante una novela donde el lenguaje sea únicamente el instrumento para contar una historia: Yuri Herrera diseña una prosa inteligente, una lengua que pone en escena una aventura imaginaria y cultural, poética y política. Lo engañoso de la tersura y fluidez de su estilo está, precisamente, en enmascarar bajo un velo de facilidad el tremendo esfuerzo de la gestación.     Es curiosa la polisemia de ?jarchar?: significa, además de lo mencionado, acostarse con otra persona. El afecto y la separación, la unión y la ruptura, son, parece decirnos la novela, indesligables. La estación de los encuentros es la misma estación de las despedidas. Las fuerzas que mueven la trama de esta novela son la separación y la sed de reunión, la partida, el reencuentro, el desencuentro: un viaje que nunca se detiene. Un hermano se va, se pierde; una hermana deja a su madre para buscar a su carnal; una novia abandona a su novio, sin promesas de volver; la operadora de la centralita telefónica se aleja de su comunidad; dos personas que se atraen se cruzan sin tocarse; la maternal dueña de un restaurant ve desfilar un río de migrantes; los pasajeros de un autobús fantasmal se observan y desaparecen, sin despedirse, para nunca volverse a ver. No se estropea el final de la novela si se le revela al lector que Makina logra cumplir con su misión y, sin que sea contradictorio, también fracasa. Consigue ver a su hermano perdido, pero no lo encuentra, quizá porque todos nosotros somos irrecuperables: nuestras identidades del pasado han emprendido su viaje, aunque a veces consiga capturarlas, por breves instantes, la malla de la memoria. El reencuentro decepciona a los que soñaban con una fusión, una vuelta al territorio intacto de los recuerdos disfrazados de esperanzas. Makina aprende, en su entrevista con un espectro, que los otros nunca son ellos mismos, que hay un adiós camuflado en cada encuentro, sobre todo si hablamos de una historia de la frontera, la zona de todos los ?pasaderos?. Pasaderos y pasajeros son, y en realidad siempre lo fueron, los íntimos a los que creíamos permanentes y nuestros, sólo por contarlos en las filas de la familia; ella también se ve sometida y desgarrada por la ley implacable de la frontera. La misma Makina, devastada por la pérdida, tendrá que decirse adiós a sí misma, dejarse ir como a un fantasma de toda la vida. El maravilloso final ambiguo de la novela, su apretado manojo de sensaciones, transmite como pocos el peligro eufórico de los nuevos comienzos.

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13 de julio de 2010
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Éramos unos niños

 

Entre 1975 y 1978, Patti Smith sacó tres álbumes, Horses, Radio Ethiopia y Easter, que la situaron en un lugar envidiable en el grupo de privilegiados que parecían llamados a poner voz e imagen al último cuarto del siglo XX. En la España de la época, a las dificultades del trasvase entre idiomas se unió la desidia de unas discográficas sabedoras de que el producto se vendía sólo y no necesitaban cuidarlo, por ejemplo incluyendo en las solapas  las letras y no digamos las traducciones de esas canciones que se escuchaban en todas partes y que incluso se tarareaban a base de unir sonidos onomatopéyicos que imitaban más o menos lo que habían escrito los compositores. Gracias ello, la voz de los cantantes era como un instrumento más junto con las guitarras eléctricas, la percusión, el viento y los inventos tecnológicos que se impusieron en los estudios de grabación según se iban agotando las ideas y había que ocultar el silencio.

                En el caso de Patti Smith, su voz era ronca, a ratos algo desgarrada y sobre todo indescifrable (y cómo podría ser de otro modo si se trataba de la hija de un suburbio industrial de Chicago trasplantada a uno de los barrios más  bohemios e iconoclastas de Nueva York). Pero al mismo tiempo era extraordinariamente expresiva y por lo tanto capaz de suscitar sentimientos, crear estados de ánimo y provocar emociones. Lo cual, bien mirado, es lo que se espera de la música, ya sea un exabrupto punk o una sonata de Beethoven.

 De su imagen (luego sabríamos que cuidadosamente elaborada, destacaba una indumentaria que parecía recién rescatada  de los cubos de desperdicios del Savation Army,  el peinado a lo Keith Richards, los abalorios exóticos y,  sobre todo, la acentuación  de sus rasgos andróginos. A medida que aumentaba su popularidad también crecía su leyenda, estrechamente ligada a personajes tan míticos como Robert Mapplethorpe, Sam Shepard, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Andy Warhol, Bob Dylan o Bruce Springsteeen. Y ligada también a lugares no menos  míticos como el Hotel Chelsea, el Max´s o la Factoría. En su día, mencionar su círculo de amistades era como recitar una necrológica porque entre el alcohol, las drogas y los distintos excesos que propician la fama y el dinero ganado a espuertas, la lista de bajas era interminable, pues cada día caía alguien más. Hasta que un buen día ella misma desapareció y otro buen día reapareció, veinte años después, diciendo ser viuda y con dos hijos. También  decía tener graves problemas económicos y en cada entrevista se veía obligada a negar que fuera (cielos)  "la abuela del punk".

Curiosamente, y pese a lo que pueda decir esa leyenda que aún la persigue, según vas leyendo capítulos de su biografía, Éramos unos niños,  cada vez entiendes mejor cómo pudo salir incólume después de vivir tantos años en el ojo del huracán, muchas veces incluso durmiendo con él, como es el caso de su larga y muy provechosa relación sentimental con un desaforado como Mapplethorpe. Reducida a un esquema muy básico, su biografía coincide con la de millones de burguesitas que aterrizan en Nueva York con el sueño de hacerse artistas. Y este rasgo, entender el arte como un modo de vivir la vida (o lo que es lo mismo, como una profesión), es lo que la unió con todos cuantos tuvo una relación sentimental, y en definitiva, fue su tabla de salvación. "Hay artistas que reflejan la vida y otros que la transforman", insiste ella varias veces.  Y cuando sus  compañeros dejaban de crear y copiaban la vida, o lo que es peor, se copiaban a sí mismos, ella lo veía como un signo para seguir su camino.

Este podría ser su esquema: infancia clásica de una niña sensible e imaginativa que se asfixia en un medio familiar amoroso pero que la coarta. Embarazo adolescente, decisión de criar al niño y entrega de éste a una familia que lo cuide: remordimiento de por vida. Llegada a Nueva York y vida bohemia, con una progresiva introducción en los medios más creativos del momento. Por acompañar a  Mapplethhorpe, asedio a la Factoría para hacer méritos y ser recibidos en el círculo del divino Warhol. Clásico eclipse femenino a favor de la carrera del varón, hasta el extremo de que se pasa años trabajando en librerías  para que él pueda crear libre de cuidados. Pequeños escarceos amorosos mientras su compañero vive el volcánico descubrimiento de su homosexualidad, su fascinación por el sado  y sus escarceos con la prostitución propia. Y así hasta el final, en plena vorágine pero incólume, porque no se drogará nunca, ni cometerá ninguno de los excesos que son la norma en su cotidianidad. Y todo, me parece entender, porque su misión como artista le impedía entretenerse con jeringuillas y otras pasiones menores. No pretendo decir que un final a lo Janis Joplin sea el adecuado para una estrella del rock, pero sobrevivir a la propia leyenda es un ejercicio de estilo que llega cuando el cuerpo ya no tiene la elasticidad de antes, ni las ganas de vivir son las mismas, así como tampoco están los amigos de entonces ni el tiempo, por la razón que sea, tiene ya la calidez que solía.

 

Éramos unos niños

Patti Smith

Lumen

 

 

 

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13 de julio de 2010
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La inteligencia deportiva

La sabiduría es espontánea y natural. Puede surgir como fruto del estudio y de la reflexión, claro que sí, pero también de la mente tranquila y observadora de un trabajador manual o de un deportista, debidamente ejercitados en su trabajo físico. No hay que ver el magisterio de la mano o del cuerpo como cosas alejadas de la inteligencia, al contrario: en la coordinación entre mente y gesto es donde mejor se conforman las capacidades creativas y comprensivas del ser humano. Para ser excelente con la mano, como un artesano o un artista, o con el cuerpo entero, como un deportista, hay que serlo a la vez y además con la mente.

A veces esta inteligencia se expresa también en la palabra. El sabio lo es también en la palabra, en sus palabras sencillas pero claras y llenas de significado. Para Iniesta, La Roja es un equipo, sus seguidores es la afición y el trofeo ganado esa copilla. La historia, la trascendencia, los dioses quedan para otros, los glosadores, con las bocas llenas de palabras estentóreas y amontonadas. Si llega a saber el lío que se monta no marca el gol, ha dicho. Sin saberlo este futbolista excelente y magnífica persona ha marcado otro gol, pero esta vez en la portería de las limitaciones ópticas, comprensibles pero limitaciones, de muchos que le admiran y le aplauden. El fútbol tiene la virtud extraordinaria de que es todo y es nada: un gol, un instante de gloria. Si nos empeñamos, todo funciona en clave futbolística. Los líderes del G20 estuvieron más atentos en su reunión de Toronto a finales de junio cuando empezaban los primeros compases del campeonato que a una coordinación económica que ya sabían arruinada antes de viajar. Mejor se hubieran dedicado a trabajar en vez de demostrar su interés político por el fútbol. No olvidemos que Francia e Italia, imperios futbolísticos caídos, suscitan la chacota y la vergüenza, y que el presidente de la República llamó a consultas a los futbolistas y decidió hacerse cargo de la crisis de su selección. Cataluña pidió el sábado su Estatut entero, pero el domingo se añadió a la fiebre de La Roja, en un fin de semana cruzado de sentimientos que algunos, los más miopes y los más cínicos, han querido convertir en opuestos y contradictorios. Igual Zapatero también consigue rebañar en el cuenco de este trofeo. También los analistas geopolíticos han metido los dedos en este campeonato, y nos han explicado el mundo en clave de grandes cambios multipolares que han resultado totalmente falsos. Los países emergentes y la multipolaridad preceden en el fútbol a la realidad geopolítica. El verdadero cambio se producirá el día en que los asiáticos lleguen a semifinales y los africanos, con sus excelentes jugadores y equipos, sean también capaces de llegar a tener grandes selecciones. Mientras tanto, la declinante Europa se ha llevado los tres primeros puestos. Y esto tiene una explicación que está ya inscrita entre las sentencias clásicas del género: fútbol es fútbol y todo lo demás son fantasías. Los únicos que tienen al final el secreto de su significado son los jugadores inteligentes que saben hacer goles en los partidos más difíciles, como es el caso de Iniesta el pasado domingo. Por eso son los que después también mejor lo expresan espontáneamente en sus palabras.

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13 de julio de 2010
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Exámenes llamados finales y ojalá lo fueran

Tengo un amigo que insiste en dar clases en una Universidad de Barcelona, a pesar de que ya apenas hay razones para ello. Es un profesor vocacional, serio, respetuoso con el alumnado y que hace horas extras si es necesario ayudar a los chavales. Cada año, con motivo de los exámenes (único momento en que los alumnos están obligados a tener voz) me envía un ejemplo de cómo le va subiendo la tristeza. En esta ocasión le ha abrumado un modelo que todos los profesores conocemos: el cada vez más abundante individuo que no sólo es un mentecato y un vago, sino que encima está orgulloso de serlo.

Todos hemos copiado alguna vez, todos hemos hecho exámenes ridículos por ver si colaban, pero creo recordar que teníamos un cierto orgullo y si nos pillaban lo aceptábamos con sentido del humor, riéndonos de nosotros mismos. Lo novedoso es este sujeto que cree haber sido lesionado en sus derechos fundamentales. El agraviado profesional. Una creación reciente que sigue pautas aprendidas en la política real.

El intercambio tuvo lugar por mail, una vez el alumno (que no había aparecido por clase en todo el año) hubo constatado el suspenso. He respetado la sintaxis, pero he añadido los acentos porque me dolían los ojos.

 

PRIMER MENSAJE DEL ESTUDIANTE

Hola, soy XY y estoy matriculado en el grupo de Estética de mañanas. El examen final que hice considero que era aceptable y no entiendo la calificación de 3 sobre 10. Me gustaría saber el porqué, ya que las preguntas tenían una parte teórica y la otra de desarrollo personal donde podías expresar tu opinión.

Si es posible hacer un trabajo complementario o revisar el examen me gustaría saberlo.

Muchas gracias

 

RESPUESTA DEL PROFESOR

Buenos días. Las personas que no realizaron ningún parcial ni entregaron el trabajo escrito sobre un libro de la bibliografía tenían que tratar dos de los tres temas. En ningún momento dije que las preguntas tuvieran una parte teórica y otra de desarrollo personal donde se podía expresar una opinión.

En su trabajo, el tratamiento de ambos temas es deficiente, impreciso, con faltas de ortografía sorprendentes (verbo haber sin "h") y una gramática opaca: "El artista estará influenciado al determinar su forma y contenido, con unos rasgos estilísticos parecidos, el espíritu de la época y cultura".

Frases como: "El arte para los cristianos es la representación de la divinidad" son imprecisas. ¿Acaso el arte es distinto en otras religiones? "Se puede sacrificar la representación fiel de la naturaleza hasta ser inexpresivo y estético", es una frase incomprensible y además no tiene nada que ver con el tema.

La segunda pregunta tiene un tratamiento excesivamente breve e impreciso (el 20% del texto está tachado). Frases como: "El tiempo es intangible y eterno, lo que nos asegura el cambio y la evolución del arte" son abstrusas. "Ahora el arte persigue el movimiento", ¿acaso no lo hacía el arte barroco? ¿Y qué quiere decir que eso "implica la creación"?

 A estas alturas ya no es posible realizar ningún trabajo complementario que hubiera debido entregarse el día del examen final como fecha límite. Así lo hicieron otras personas que deseaban aumentar la nota.

 

SEGUNDO MENSAJE DEL ESTUDIANTE

La información a parte de compartirla al 100 por 100, está sacada íntegramente de internet. Si cree que es información deficiente, imprecisa, incomprensible y abstrusas es una opinión gratuita ya que está escrita por gente intelectual y con información contrastada.

Gracias

 

Lo que más tristeza le producía a mi amigo no era que el muy insensato dijera que lo había copiado todo de Internet (mal copiado, claro) sino la expresión "está escrita por gente intelectual y con información contrastada". ¡Gente intelectual! ¡Información contrastada! Y este menda acabará la carrera el año próximo...

 

 

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12 de julio de 2010
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Dioses cautivos

 Entre los rasgos divinos poco explicados, está el caso de las imágenes atadas para que no escaparan. La estatua de Dioniso en Quíos, la de Artemisa en Eritrea, y la de Afrodita en Esparta, tenían un gran prestigio porque era preciso sujetarlas con sogas y cadenas. Todo fue a causa de la introducción en escultura de la técnica del trépano, que permitía trasladar al mármol los modelos fabricados en arcilla o madera, y esculpir unas estatuas divinas nunca vistas. Una vez pulida y emplazada la pieza, el dios era invocado, y no tardaba nada en enviar su daimon para ocupar la efigie y recrearse en su belleza.

Pero entonces los dioses quedaban expuestos a la escasez de adoración, los celos, y otras desdichas propias de quien trabaja cara al público, porque mucha gente creía que ellos estaban allá para pedirles cosas, y a saber qué impertinencias tendrían que oír. Con todo, aunque deseaban retirarse, los dioses no se resolvían a abandonar sus bellas estatuas, y hacían por llevarlas consigo. Se les había extendido el ego al mármol. Eran como aquel señor que tenía el "moi étendu" y se metía en las cartas de madame de Sevigné. Desde luego, hubo que atar las estatuas.

También se llevó la variedad del dios enredado, consistente en recubrir la escultura con una red para que no saliera volando, y con esa traza recibía a las visitas Apolo en Delfos. Alrededor de la estatua, se construía un templo para impedir la fuga del dios enmarmorado.

 

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12 de julio de 2010
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Cargados de razón

Las manifestaciones y las cuentas sobre el número asistentes sirven fundamentalmente para cargarse de razón. Una buena manifestación es como el enamoramiento de los adolescentes: no es posible que el mundo asista impertérrito a lo que acaba de suceder; nada será igual después de esto. Hay una especie de catarsis colectiva en la que la señora Historia se nos aparece por unos instantes en carne mortal. El único y pequeño problema es que las manifestaciones cargan de razón a todos: también a quienes son objeto de imprecación por parte de los manifestantes. Lo prueba sobradamente la lectura comparativa de cierta prensa madrileña y de toda la barcelonesa de ayer: unos y otros quedaron contentos y satisfechos del resultado; en Barcelona, de la amplia adhesión a la repulsa contra el tribunal; en Madrid, de la clara demostración de que Montilla se ha vendido al independentismo por un puñado de votos que, además, ni siquiera conseguirá retener. Con un añadido: a 625 kilómetros de distancia, esta manifestación, como la sentencia o incluso el Estatuto descalabrado, son munición de un día, ahogada en la marea de La Roja. Siento decirles que están equivocados quienes pensaron que cuantos más fueran el sábado a la manifestación, más conseguirían que se les hiciera caso en Madrid. Las manifestaciones nos cargan de razones a todos, y hay que analizarlas y tomar buena nota de ellas, pero nada cambian. Hoy lunes, el mundo sigue.

Tampoco aportan ni restan a los argumentos sobre las reivindicaciones que se enarbolan. Todo lo que sucedió el sábado entre las seis y las nueve de la tarde en las avenidas del centro de Barcelona no modificó ni un ápice la fuerza de los argumentos a favor y en contra de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto. Tampoco nada modifica el hecho de que asistieran 1,5 millones de personas como dice el ojo de enorme cubero de Òmnium Cultural, la entidad organizadora, o las 56.000 de las cuentas puntillosas de la agencia Efe. Pero el hecho consignado por el redoble de tambores de los medios de comunicación, el número y la calidad de las entidades adheridas a la convocatoria y, sobre todo, la participación oficial de las fuerzas políticas y sindicales del consenso catalanista nos conduce a tres conclusiones: fue una de las mayores manifestaciones jamás vistas en Barcelona; expresa un profundo malestar catalán con el trato que ha merecido, sobre todo por parte del Partido Popular y posteriormente del Tribunal Constitucional, una reforma estatutaria que ha seguido todos los pasos legales exigidos, y refleja un cambio de hegemonía dentro del catalanismo, hasta ahora en manos de las ideologías autonomistas y a partir de este momento de las soberanistas e independentistas. La manifestación no fue una derrota del socialismo catalán ni del presidente Montilla. La derrota fue la sentencia, que deja sin oxígeno político ni márgenes de acción a quienes habían apostado desde el catalanismo, con más o menos acierto, por las fórmulas que unían a Cataluña con España. Es innegable que ahora la mano en este juego la tienen los soberanistas, totalmente desentendidos de la buena gobernación de España y exclusivamente dedicados a la emancipación catalana. Que tengan la mano no quiere decir que tengan el éxito asegurado: sus ideas son muy precisas, pero el camino para conseguirlas no. Necesitarán contar con nuevas mayorías electorales y también sociales. Necesitarán contar con alianzas. También en Madrid. Y En Bruselas, naturalmente. No será nada fácil. España es mucha España. No basta con tener o creer que se tiene la razón sentimental o moral. Hay que tener la razón práctica y efectiva, es decir, la capacidad para convertir las propias ideas en realidades tangibles. Y ahora mismo, la nebulosa de sentimientos expresados el sábado contrasta vivamente con los problemas prácticos de la gente, incluidos muchos de los manifestantes. La primera respuesta que deberán proporcionar quienes tienen la mano, al menos en el terreno de la hegemonía simbólica que dan las manifestaciones, es contar a los catalanes qué hay que hacer en medio de esta crisis económica pavorosa que se ha llevado por delante una cuarta parte de los puestos de trabajo industriales de Cataluña. De la independencia no se come. La prueba más inmediata que debe pasar este cambio de hegemonía registrado visualmente el sábado es la de las urnas. Urge conocer cómo se traduce todo esto en votos y escaños. Y luego habrá que actuar en consecuencia.

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12 de julio de 2010
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El destino en los pies

Una confesión. Siempre me han gustado los buenos partidos de fútbol. Y una proclama antipopular: cada vez detesto más el mundo que rodea el fútbol. Imaginas que el éxito universal de este juego se fundamenta en su belleza y sencillez. De hecho, no recuerdo otro deporte de equipo con reglas más elementales. Así, por ejemplo, en comparación, la reglamentación del baloncesto es mucho mayor. Un jugador ha de pensar continuamente en el paso del tiempo: tiene pocos segundos para atravesar la línea divisoria y algunos más para que su equipo pase el balón, pero no puede permanecer apenas unos instantes bajo la canasta y no está autorizado a retener casi nada la pelota entre sus manos. La ley del tiempo se convierte en una amenaza. Frente a esta legislación exhaustiva, la vida del futbolista en la cancha parece más despreocupada. El árbitro le dirá si comete falta o incurre en fuera de juego, mientras él solo debe preocuparse de que el balón no rebase la línea de cal del rectángulo trazado en el suelo y de que el balón acabe en el fondo de una portería que, por supuesto, no sea la propia.

Esta aparente simplicidad del juego, acompañada de los vínculos cómplices establecidos entre los componentes de un equipo y de la emotividad suscitada, explican el enorme contagio del fútbol en casi todo el planeta a lo largo del último siglo. Cualquier grupo de muchachos delimitan un campo y dos porterías con un puñado de piedras y pueden iniciar un partido. Todo esto es bien sabido y da lo mismo si se encuentran en un descampado de Manchester, en la playa de Copacabana o en los lindes del desierto del Sáhara. Naturalmente, no hace falta recordar que la televisión ha convertido esta facilidad -y esta plasticidad visual- en el mayor espectáculo del presente.

Un buen partido de fútbol es una representación muy atractiva que, como es obvio, incrementa su impacto emocional si el espectador se identifica con uno de los equipos contendientes. Todo esto es bien sabido y no creo que haya nada que objetar a la pasión del aficionado -al fútbol, al baloncesto, a la hípica o a cualquier deporte que a uno le venga en venga- siempre que tal pasión no se convierta en una obsesión. Lo malo de las obsesiones es que acaban siendo auténticos monopolios emocionales que aprisionan a quien incurre en ellos. Aún así no tengo ninguna duda de que uno es libre para abrazarse individualmente con la obsesión que más le guste, por detestable que parezca a los demás. Sin embargo, la verdad, encuentro altamente peligrosas las obsesiones colectivas.

Y esto es lo que a mi modo de ver está sucediendo progresivamente con el fútbol, no con el encantador juego que invita espontáneamente a los niños de cualquier lado, sino con un fenómeno que, además de ser mercantil, ha atravesado las fronteras de lo político e incluso de lo religioso. Claro que me resulta repulsivo que en las actuales circunstancias se desembolsen cantidades obscenas por el fichaje de tal o cual jugador, pero todavía me parece más preocupante que se abata sobre gran parte dela sociedad aquel monopolio psicológico que caracteriza a las obsesiones colectivas. No hace falta ser ningún profeta para aventurar que durante las próximas semanas la Roja -es decir, 11 individuos dándole con el pie al balón- va a protagonizar una epopeya de los sentimientos con connotaciones trascendentales. Y en otros países será la Azul, la Verde, la Amarilla o la Albiceleste. Durante días y días el destino de la humanidad, e incluso del cosmos, estará en los pies de unos muchachos millonarios que correrán arriba y abajo de un rectángulo de césped.

Dicho así, tan prosaicamente, suena a una broma. Sin embargo, ya se encargarán muchos de que no sea una broma, tal como viene sucediendo en los últimos lustros de una forma cada vez más acentuada. La metamorfosis religiosa del fútbol no cree que sea una exageración. Es cierto que las multitudes devotas existen desde hace mucho tiempo y que el Brasil de Pelé, la Holanda de Cruyff o la Argentina de Maradona (para no hablar de los clubes más importantes) suscitaban grandes adhesiones; con todo, en la receptividad de la muchedumbre, la pasión futbolística convivía con otras pasiones ideológicas, políticas y estéticas. Lo cualitativamente nuevo de los últimos lustros es que, al enaltecimiento de los demás horizontes, le ha sucedido el enaltecimiento de un espectáculo, el del fútbol, que ha invadido todos los territorios. Lo que ha ocurrido no solo es un gran negocio, sino también una curiosa, y a menudo grotesca, usurpación de metáforas. A medida que ha languidecido la conversación política, estética o religiosa se ha encumbrado lo que pomposamente se ha llamado el lenguaje del fútbol, lenguaje con miles de practicantes que ya no se refiere a un juego sino, como leemos con frecuencia, a unas "esencias", a una "identidad", a un "modo de ser", expresiones que en otro contexto siempre son sospechosas.

Los portavoces del lenguaje del fútbol son precisamente los que se arrogan el papel de sacerdotes de esa nueva religión de masas que, si es universal por su difusión, es decididamente tribal por los sectarismos de que se alimenta. Creo que se podría hacer una magnífica antología de la literatura esperpéntica con las decenas de filósofos y teólogos del fútbol que pululan por las tertulias radiofónicas y televisivas y, además, escriben suntuosos análisis en los periódicos. También sería útil para medir el nivel alcanzado por la oratoria recopilar las metáforas futbolísticas de las que se sirven, un día sí y otro también, nuestros dirigentes políticos y parlamentarios. Incluso se podrían añadir ciertos párrafos de desesperados obispos que no tiene más remedio que acudir a los símbolos del balompié para dar un indicio a los feligreses del desaparecido Dios.

Sin embargo, en lo alto de la jerarquía sacerdotal de la nueva religión, los encargados últimos de mostrar que la Roja no es un conjunto de 11 habilidosos pateadores de balón sino el retablo de los apóstoles de una redención en marcha, son los "comunicadores deportivos", los mismos que durante todo el curso futbolístico arengan a los creyentes con los comentarios más elementales y las consignas más sectarias.

Como no podía ser de otro modo, estos predicadores han incorporado a sus gritos el fanatismo de los viejos predicadores y la demagogia de los tribunos de la plebe. Su misión: dejar claro, por si no lo estaba, que el destino del ser humano pasa, no por la cabeza, sino por los pies. Y entre tanto ruido apenas queda nada del cautivador juego sobre la arena de la playa de Copacabana.

Si miro algún partido del próximo Mundial no duden que silenciaré la voz del comentarista.

 

El País, 06/06/2010

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11 de julio de 2010
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También caen los leñadores

No sólo las armas tienen retroceso. También lo tienen los afilados instrumentos cortantes con que los leñadores se aplican a la tarea de poda y desmoche de bosques insostenibles. Con harta frecuencia se lesionan ellos mismos, por falta de pericia, exceso de confianza o pura debilidad, porque se atreven con golpes que superan sus propias fuerzas.

Las crisis producen víctimas entre los gobernantes que las presiden. Sobre todo si los ciudadanos damnificados en sus bolsillos y puestos de trabajo se sienten desatendidos y despreciados. Y eso sucede con más frecuencia de lo que los profesionales de la cosa pública suelen darse cuenta: basta con negar la llegada de la tormenta cuando ya está encima, ocultar luego sus previsibles efectos catastróficos o enmascararlos detrás de bellas palabras y buenas intenciones. Al único que se respeta es al gobernante que dice la dura y cruda verdad a la cara y en vez de prometer soles radiantes anuncia sangre, sudor y lágrimas No sólo las crisis producen bajas. También las producen las medicinas, con frecuencia drásticas, que sirven para curarlas. Y en este punto es donde se da el retroceso, el golpe que el hacha devuelve al leñador. Quienes se emplean en la tarea dolorosa del recorte deben ser tipos con buen pulso, suficiente pericia y gran integridad física y probablemente moral. Cuando no es así, también caen desmochados como arbolillos. Tuvimos un ejemplo notable en el gobierno británico recién formado por el conservador David Cameron y el liberal demócrata, Nick Clegg. Destacaba en el equipo el economista David Laws, secretario del Tesoro destinado a practicar el primer gran recorte de la temporada, valorado en 7.300 millones de euros. No pudo ni empezar, pues tuvo que dimitir a los 17 días, en cuanto se supo que se había beneficiado fraudulentamente del reembolso del alquiler de un piso, que en realidad era propiedad de otro hombre, incidentalmente su pareja sentimental. Su sucesor, Danny Alexander, ha anunciado un recorte todavía mayor para los próximos cuatro años que alcanzará al 40 por ciento del presupuesto de algunos departamentos. La próxima víctima del retroceso será un leñador que ni siquiera ha empezado su tarea. Es el ministro de Trabajo francés, Eric Woerth, a quien Sarkozy ha encargado la reforma del sistema de pensiones, es decir, la poda del bosque sagrado del Estado de bienestar. La esposa de Woerth es la asesora financiera de la multimillonaria Lilianne Bettencourt, metida en un lío familiar y político que ha permitido saber de su fortuna en Suiza y de sus regalos en especies al partido de Sarkozy. No valen los alfeñiques ni los leñadores con cadáveres en el armario. Las crisis y los remedios de caballo con que se las trata piden tipos duros e intachables.

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11 de julio de 2010
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El primer sorbo de agua

Después de 134 días sin probar alimentos sólidos y sin tomar ni un sorbo de líquido, Guillermo Fariñas llevó a sus labios un vaso plástico de color rojo y bebió un poco de agua. Eran las dos y 15 minutos de la tarde del jueves 8 de julio y del otro lado del cristal de la sala de Terapia Intensiva donde está ingresado, decenas de amigos que lo observaban se pusieron a aplaudir como si hubieran sido testigos de un milagro. Fariñas ha ganado una batalla pero todavía sostiene un duro combate contra la muerte, porque el terreno donde han tenido lugar las acciones de esta singular beligerancia ha sido su propio cuerpo, que es en fin de cuentas el único espacio que encontró disponible para llevar a cabo su campaña. Sus intestinos son ahora como conductos de un papel muy frágil destilando bacterias por los poros, su vena yugular está semi obstruida por un trombo que si llegara a desprenderse pudiera alojarse en el corazón, el cerebro o los pulmones; o más exactamente, en su corazón, en su cerebro, en sus pulmones. Ha tenido que enfrentar en cuatro ocasiones infecciones con estafilococos áureos y en las noches un agudo dolor en la ingle apenas le permite dormir. Su esófago apergaminado no esperaba aquel primer sorbo de agua. Le produjo un dolor tan profundo en el pecho que por un instante sospechó que estaba sufriendo un infarto, pero lo soportó en silencio. Del otro lado de su pieza encristalada estaban observándolo expectantes aquellos que durante días habían sostenido una vigilia en las afueras del hospital orando por su vida y otros que habían llegado desde muy lejos hasta la mitad de la isla para pedirle que terminara su martirio y para ser testigos de su victoria. No quiso aguarles la fiesta a los jubilosos colegas que aplaudían el triunfo de su causa y convirtió en sonrisa el gesto de dolor. La familia de Guillermo Fariñas me permitió cuidarlo en esa, su primera noche después de finalizar la huelga y él me consintió ser testigo de su sufrimiento, de sus menudas malacrianzas, de sus humanas debilidades. Sólo entonces descubrí al verdadero héroe de esta jornada.

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9 de julio de 2010
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El Boomeran(g)
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