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Irving localiza en Madrid

Alguien pudo pensar que John Irving, a sus sesenta y tantos años, se había hecho gay. Hace pocas semanas, el escritor estadounidense andaba por Chueca mirando fijamente a los hombres, sentándose en las terrazas más concurridas de la plaza y entrando ciertas noches en los bares de ‘ambiente' de la calle Pelayo; algunos clientes le oyeron aplaudir estruendosamente, con sus recias manos de luchador, la interpretación mimada de una copla de Rocío Jurado en un local de ‘travestis' de Hortaleza. En su deambular por el corazón del barrio gay de Madrid, Irving iba a veces acompañado de otros dos hombres y de una mujer, pero también se le vio tomarse solo un vermú en el castizo bar de la esquina de Gravina y San Gregorio.

     Conocí a Irving un año impreciso del siglo pasado con motivo de la presentación en Madrid de su novela ‘El mundo según Garp'; yo no le había leído antes ni le conocía personalmente, pero sus editores españoles, por alguna razón misteriosa, pensaron en mí como presentador del libro, y a ellos les debo una velada muy grata y mi apego a su obra posterior. Ahora le he reencontrado en plena forma, aunque con dolor de muelas, en una visita que tuvo esa fase madrileña centrada en sus pesquisas por la ‘zona rosa' y una segunda en Barcelona para dar entrevistas y ruedas de prensa en torno a su nuevo título ‘La última noche en Twisted River' (Tusquets), que aún no he leído. Desde aquel primer encuentro inopinado a éste, Irving se ha casado de nuevo y ha sido padre de un chico -ya adolescente- con su segunda mujer Janet, una canadiense joven e inteligente que viajaba junto a él, acompañados casi siempre los dos en Madrid por el amigo común que nos ha vuelto a poner en contacto, Edmund White, otro excelente novelista norteamericano.

    Irving no ha cambiado su identidad sexual, pero comparte con una ingente cantidad de extranjeros -homosexuales y ‘heteros'- la fascinación por la vivacidad de la fauna y el paisaje gay que marcan esas pocas calles del centro de nuestra ciudad, ahora a punto de reventar de orgullo y falta de prejuicios. Me sorprendía lo mucho que al autor de ‘El Hotel New Hampshire' le gustaba todo lo que veía, como si los iconos, los atuendos y las maneras que tan parecidamente se dan en otras capitales europeas y americanas donde la homosexualidad se puede expresar libremente, en Madrid cobraran para él un novedoso relieve, una originalidad casi fundacional. Había una tarde en una terraza cerca de la calle Augusto Figueroa unas lesbianas del tipo chic, con aspecto de intelectuales centroeuropeas de los años 1920 (sólo les faltaba el monóculo), a las que Irving no quitó el ojo, aunque él lo que buscaba básicamente era un homosexual español de edad madura y largo pasado al que convertir en protagonista de su nueva novela aún en proceso de escritura. Es decir: estaba localizando exteriores y haciendo una especie de ojeo o ‘casting' puramente visual en Chueca.  

    Yo le recomendé que volviera durante la semana grande de las fiestas, y sobre todo para estar en Madrid el día de la gran cabalgata del pasado sábado. No podía él en esas fechas. A pesar de los cambios de sitio de las verbenas, el gentío fue tan grande como en años anteriores, y así pasó desapercibida para la mayoría la ausencia del camión engalanado que tenía intención de enviar (y pagar) el ayuntamiento de Tel Aviv; los organizadores del Madrid Orgullo tomaron la decisión política de eliminarlo, aunque en el desfile hubo homosexuales israelíes. Yo también opino que el actual gobierno integrista de Netanyhau, aunque elegido en su día democráticamente, es odioso, y criminal la incursión por mar y aire que acabó con nueve muertos entre los tripulantes de la flotilla; pero meter en el mismo saco militarista a todas las gentes de aquel país sería tan injusto como haber tildado en 1974 a todos los españoles de fascistas. Importantes intelectuales, periodistas y ciudadanos judíos escriben, se pronuncian y manifiestan contra sus dirigentes, mientras que -y esto conviene recordarlo estos días- en la tan heterogénea población hebrea que vive en Israel cada día tienen más voz las fuerzas retrógradas y fundamentalistas que, de poder, impedirían la marcha (y no me refiero a la nocturna de copas y bares) de los gays y lesbianas de Israel, en Israel, en Madrid y en cualquier lugar abierto del mundo.

    Ningún egipcio, ningún tunecino, ningún libio, iraní o nigeriano desfiló el 3 de julio por la Gran Vía representando a los gays de su país o ciudad. Los de Tel Aviv, por mucho que nos disguste Netanyahu, sí pueden hacerlo, y anteayer lo hicieron, aun sin carroza propia. Me parece a mí que el justamente celebrado e impresionante festejo reivindicativo del Orgullo Gay madrileño, este año centrado en la transexualidad, debería plantearse en los siguientes hacer ostensibles, preferiblemente con carruajes, a los hombres y mujeres homosexuales de tantísimos países musulmanes en los que se persigue, a veces hasta la muerte, no ya el ser visiblemente gay, sino el serlo.

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5 de julio de 2010
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Comedias y Dramas II

 

Vaya por delante que nunca en la vida había leído nada de Jacinto Benavente, así como tampoco había visto representada una sola de sus obras. O casi, porque cuando nos dio a todos por conocer a Buñuel hasta en sus raíces tuvimos que hacer una inmersión obligada en la cinematografía mexicana y, mirando aquí y allá, dimos con joyas colaterales tan de agradecer como La Malquerida (1949) del Indio Fernández, en la que Dolores del Río hacía de doña Raimunda, la dueña de la finca de El Soto y madre de Acacia (Columba Domínguez) la adolescente que mantiene una volcánica y destructiva relación amorosa con Esteban (Pedro Armendáriz), marido de doña Raimunda y por lo tanto su padrastro, un hombre tan celoso que incluso mata a los pretendientes que acechan a su hijastra/amante. Y de ahí el corrido que se escucha en la cinta: El que quiera a la del Soto/Tiene pena de la vida/Por quererla quien la quiere/Le dicen la malquerida.

                Pero es evidente que no resulta adecuado decirse conocedor de Benavente por haber visto una obra suya pasada por la más pura y esencial cinematografía mexicana. Claro que, puestos a decir absurdos,  también los borrachos europeos compran en las Ramblas de Barcelona unos sombrerazos charros convencidos de estar poniéndose en la cabeza uno de los símbolos más genuinamente españoles. Pero hoy, después de haberme leído de una sentada las quine comedias y dramas  repartido en las 912 páginas que tiene la edición de la Biblioteca Castro, debo reconocer que he salido renovado del intento, pero profundamente perplejo.

                De un lado, me parece  un verdadero lujo poder disfrutar del castellano que hablan sus personajes, de una riqueza que no se basa en el vocabulario sino en la sutileza, la ironía y la capacidad expresiva de unos parlamentos que si suenan vivos y ocupan la totalidad del espacio escénico es debido a la capacidad de Benavente para sacar el máximo partido de la técnica teatral, o de unos recursos que él parece manejar incluso con los ojos cerrados. Y a este respecto remito al lector curioso a una obra llamada La princesa Bebé, una farsa sobre princesas, emperadores, plebeyos y los amores de todos ellos que reúne ingredientes de sobras para ser un estereotipo de cartón piedra, pero que gracias al oficio del autor se lee con sumo gusto. Porque esa es otra, la lectura. A los numerosos enemigos de Benavente se les cortó el aliento cuando en 1922 le dieron el premio Nobel, pues entre otras cosas le acusaban de escamotear la dramatización en beneficio de la narración (muchas veces los acontecimientos esenciales ocurren fuera de escena y por lo tanto en ésta se "habla" de ellos pero no se presencian). Y eso, que desde el punto de vista teatral es evidentemente una grave carencia, en cambio para el lector actual es una bendición que la narratividad prime sobre el drama.

                Más elementos positivos: la guasa, la finura crítica y los magníficos retratos de unos personajes cuyos  modelos han desaparecido pero que perviven hoy  en estas obras. Y asimismo merece un elogio sin reservas su capacidad para enlazar directamente con la literatura picaresca en obras como Los intereses creados, probablemente porque al recurrir a personajes de la commedia dell´arte está haciendo una obra de género y ésta, curiosamente, resiste mucho mejor el paso del tiempo que la alta comedia o el drama rural que tanto cultivó.

                En el lado negativo, lamentar sobre todo que no decidiese llevar hasta sus últimas consecuencias su don para la organización escénica y la jerarquización espacial a partir de la palabra. Aprovechando que era hombre de fortuna viajó de joven por toda Europa y Rusia y llegó a conocer bien la obra de quienes luego marcarían el carácter del teatro europeo de finales del siglo XIX y principios del XX. Gente como Dannunzio, Maeterlink, Wilde, Ibsen, Chéjov o Stanislavsky, mientras que en España (cuando al mismo tiempo ya ejercía de algo tan prometedor como es ser empresario de circo) empezó asociándose con Valle Inclán para hacer un teatro basado en la calidad artística y una crítica social sin compromisos. Y se estrenó con El nido ajeno (1894) una obra que con el tiempo le hubiera llevado a una profunda renovación del teatro español pero que de momento le valió una lluvia de palos apenas compensados por los elogios de Azorín. Por desgracia, y  pese al éxito arrollador de muchas de sus obras posteriores, optó por una posición más acomodaticia y que hoy puede percibirse de la sola lectura de sus obras: más que hacer una crítica social tan demoledora como la de Valle, Benavente en el fondo respeta el orden establecido y a quienes ataca de verdad es a los transgresores de ese orden pero por arriba, es decir, los arribistas, los nuevos ricos y los groseros que no ven más valor social que el dinero, siendo todos ellos demolidos por la critica implacable de Benavente.  Las acusaciones de "moralizador" que se le hicieron en su tiempo hoy quedan desactivadas por una evidencia peor: Benavente era demasiado lúcido para creerse sus salidas de tono, y demasiado inteligente para no ver el despilfarro que hacía de sus dotes teatrales. Y no creo que le quedaran ganas de moralizar. Quería seguir siendo aceptado por la sociedad que tanto le había ensalzado y en ese sentido (y no por una convicción política) debe ser entendida su sonada aparición en una manifestación franquista en 1947 y que le allanó todo tipo de dificultades posteriores con el régimen de Franco. En resumen,  si hay que agradecerle sin reservas la calidad media de sus obras, también es de lamentar que no optara por sacar todo el rendimiento que le permitían su talento y sus recursos para manejar la lengua castellana. Y que todavía hoy, en sus manos, luce esplendorosa.

 

Comedias y Dramas, II

Jacinto Benavente

Biblioteca Castro  

 

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5 de julio de 2010
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De derrota en derrota…

Cada vez que Cataluña ha avanzado en su autogobierno ha sido como fruto del diálogo, la negociación y finalmente el pacto. Fue así en 1914, cuando el gobierno de Eduardo Dato accedió a la fusión de las diputaciones, bajo el nombre de Mancomunidad de Cataluña. Así sucedió en 1931, cuando Francesc Macià proclamó primero la República Catalana dentro de la España federal y negoció luego el Estatuto de Autonomía de 1932. Volvió a suceder en 1977, cuando el presidente en el exilio Josep Tarradellas acordó con Suárez la restauración provisional de la Generalitat. Y sucedió de nuevo en 1979 cuando se aprobó el estatuto llamado de Sau.

Hasta ayer mismo, los retrocesos o limitaciones, en cambio, se han producido por la fuerza de las armas y de la coacción. En dos ocasiones, en 1714 y en 1939, fruto de sendas guerras civiles en las que los catalanes, su territorio y sus instituciones se encontraron en el bando perdedor. En una ocasión, en 1923, por un golpe de Estado incruento, perpetrado desde la jefatura del Estado. En otra, resultado de una insurrección fracasada contra el Gobierno español legalmente constituido, en la que el gobierno catalán encabezó el bando de los rebeldes. Sólo en la actual las pretensiones de ampliación del autogobierno se han encontrado con las limitaciones marcadas por el más alto tribunal de un Estado de derecho constituido en democracia parlamentaria. La fiesta nacional catalana, el día 11 de septiembre, celebra la primera de esta serie de derrotas, algo que muchos han reprochado o utilizado irónicamente en relación al espíritu catalanista. Pero tiene también otra lectura, quizás vigente en la actual circunstancia: de las piedras hacen panes, de las derrotas victorias. Si es posible enumerar las victorias negociadas y las derrotas armadas es porque de todas ellas surgió siempre, una y otra vez, la voluntad de autogobierno catalana. Esta vez, afortunadamente sin armas ya de por medio e incluso con la ambigüedad de las numerosas e incluso diametralmente opuestas interpretaciones de la sentencia, la situación es radicalmente distinta. En primer lugar, porque el amplísimo grado de autonomía ya conseguida y en pleno ejercicio no quedará mermado ni un ápice y, en segundo lugar, porque la sentencia tiene el efecto de terminar con la ambigüedad que había presidido el pacto, el texto y el desarrollo constitucional y estatutario entre 1977 y 1979. Este efecto clarificador no será el punto final ni el cierre del Estado de las Autonomías. Los límites que ha marcado el Tribunal Constitucional respecto a la capacidad constitucional ?cuestión controvertida en los dos sentidos, de los que creen que caben más cosas y de los que consideran que ya no caben las que hay dentro? no van a convertirse en el techo del autogobierno catalán, al contrario. Lo dicen claramente las encuestas de opinión y los programas de los partidos. El resultado de la sentencia será la lista de la compra: ese cinco por ciento del Estatut declarado inconstitucional se convertirá en la reivindicación mínima de todas las fuerzas políticas, a excepción del PP y de Ciutadans. Zapatero ya lo ha concedido antes de sentarse con Montilla a analizar la sentencia. También lo conceden el silencio y los esfuerzos de contención de Rajoy, que quiere sacar votos en Cataluña y sobre todo gobernar en Madrid aunque sea con CiU. Tan evidentes son los efectos clarificadores que permitirán una mejor organización de las reivindicaciones catalanistas. Después de exigir el 5 por ciento inconstitucional del actual Estatuto queda todavía margen para reavivar el Estatuto que fue pactado en La Moncloa entre Artur Mas y Zapatero. CiU tiene ahora la oportunidad de recuperar todo lo que entregó a Zapatero en aquella reunión, a la vista ahora del grado de cumplimiento de los compromisos entonces adquiridos por el presidente del Gobierno. Y Esquerra Republicana y todo el independentismo tienen la oportunidad de resucitar el texto entero aprobado por el Parlamento de Catalunya, antes de que pasara por las sucesivos cepillos de unos y otros. El presidente Montilla declaró ayer que su único plan B es que se cumpla el plan A, es decir, la aplicación por una vía u otra del Estatuto en su cien por cien. Pero eso no va a evitar que, aunque sólo sea como cautela, quienes desconfían del plan A o incluso quienes quieren asegurarse de que se cumplirá, empezarán a preparar el plan B. Hasta ahora conocíamos un independentismo de sentimientos; ahora empezará el independentismo de la razón e incluso de la necesidad.

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5 de julio de 2010
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Nuestro pasado tren de vida

Tumbos de la historia. ¡El tren de vida! Parecía una expresión desusada, pero de pronto la crisis la ha situado de nuevo en los titulares de los periódicos. No podemos seguir soportándolo, hay que reducirlo, hay que cortarlo. El actual tren de vida del Estado debe cambiar urgentemente. Esos presidentes y ministros sin dinero en el bolsillo, a los que chóferes y guardaespaldas toman a su cargo día y noche y transportan en coches y aviones oficiales, alimentados por los mejores cocineros, alojados en residencias oficiales y en hoteles de lujo, vestidos incluso por los mejores sastres y aprovisionados de los mejores habanos, todo pagado a cargo del erario público, esos bebés obesos y mimados a cargo del presupuesto del Estado serán a partir de ahora como las nieves de antaño, una imagen bucólica añorada. ¿O no?

De hacer caso a Nicolas Sarkozy, y sobre todo su carta de reconvención al primer ministro François Fillon, así serán las cosas a partir de ahora en Francia. El presidente bling-bling, aficionado a los pelucos caros, a los yates de lujo y a las señoras estupendas, se ha enfundado los hábitos de las órdenes mendicantes. Quedan lejos y olvidados aquellos días de su victoria presidencial, cuando reunió a sus amigos ricos y famosos en Fouquet?s, el mejor restaurante de los Campos Elíseos, para celebrarlo, antes de largarse de crucero en la barquichuela cedida por otro colega potentado. Su carta no puede ser más explícita: ?El tren del Estado será vigorosamente reducido?. Y afecta a todos los niveles, empezando por el propio presidente: un avión presidencial en vez de dos y, sobre todo, la supresión de dos símbolos de la monarquía republicana como son el famoso party del 14 de julio, el día de la fiesta nacional y las fastuosas cacerías de jabalíes en los bosques del palacio de Chambord, uno de los ritos mayores que la República heredó de los Borbones. Lo mejor de la carta presidencial es que ha permitido a los franceses, por si no lo sabían, enterarse de que hay 10.000 coches y 7.000 viviendas de función que se pueden suprimir en los próximos tres años. Que hay ministros que pasan sus gastos personales a la cuenta de su departamento. Que otros no pagan impuestos sobre la renta ni sobre la vivienda. Que hay constantes abusos en la utilización de coches y aviones del Estado. Sarkozy exige también reducir los cargos de libre designación a 20 personas por ministro y cuatro por secretario de Estado. Y se entromete en el uso del papel, los alquileres y el tamaño de las oficinas del Gobierno: hay que reducirlo todo, en muchos casos a la mitad. La respuesta de quienes le critican es que al final es el chocolate del loro. Pero al menos lleva razón en que los Estados, sea francés o español, o sea la Unión Europea, tienen la obligación de ?hacer un uso irreprochable del dinero público?. Por cierto: con crisis y sin ella.

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4 de julio de 2010
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Fútbol y tecnología: un intruso en la cancha

Si decidimos que la tecnología entre a un partido de fútbol -con cámaras más precisas que los árbitros- hay que tomarse el asunto en serio. Partiendo por la fifa. No hay problema en que los réferis se sigan equivocando en las decisiones pequeñas, pero la tecnología debe ayudar en las importantes.

Este mundial de fútbol ha presentado una disonancia excesiva entre el hecho de que un ser humano arbitra un partido junto a dos colaboradores, y treinta y dos cámaras poderosísimas captan todos los detalles del juego para los teleespectadores del mundo. Gracias a la FIFA, parece haber un enfrentamiento entre los árbitros y la tecnología, con la derrota continua de los árbitros. Los errores, han dicho Blatter y sus allegados más de una vez, son parte del fútbol: al eliminarlos se perdería algo de la belleza de este deporte. Pero, ¿qué ocurre cuando estos errores significan la diferencia entre la clasificación de un equipo a la siguiente fase o su eliminación? El fútbol es un deporte en el que la rapidez cuenta, y todos podemos entender que no haya ganas de parar las cosas para revisar una jugada, o que un juez se equivoque y no vea una posición adelantada por milimetros, una mano o un empujón capaces de cambiar el curso de los acontecimientos. Pero estamos seguros de que valía la pena revisar si entró o no el remate de Lampard contra Alemania: con tan pocos goles en un partido, ofende no aceptar uno en el que la pelota ha entrado casi un metro.

Hay una contradicción flagrante en la postura de la FIFA de dejar una responsabilidad de magnitud a tres pobres hombres (ya odiados por la naturaleza de su puesto), y al mismo tiempo socavar esa responsabilidad instalando pantallas gigantes en los estadios --que muestran las jugadas importantes en diferido--, y de hecho comercializando los derechos de la transmisión del espectáculo por televisión a todas partes del mundo. Cuando el domingo pasado Tevez marcó un gol contra México, todo estaba bien hasta que en las pantallas gigantes del mismo estadio pasaron la jugada; los mexicanos, con toda razón, fueron a increpar al árbitro el fuera de juego de Tevez. El árbitro dudó, y estaba dispuesto a rectificar, pero los jugadores argentinos dijeron correctamente que el árbitro no podía rectificar basándose en la ayuda de la pantalla. El árbitro aceptó el argumento y debió comerse el error, poniendo en evidencia a la FIFA.

Si la FIFA acepta el poder de la tecnología para transmitir imágenes impecables de los partidos y repeticiones de los lances más interesantes del juego, ganando así montos que permiten el crecimiento tanto de la FIFA como del producto que vende -el fútbol como espectáculo--, también debería aceptar ese poder para revisar decisiones capaces de alterar un juego. La tecnología seguirá progresando, haciéndose cada vez más sofisticada; la brecha entre lo que las imágenes podrán mostrar y las torpes decisiones humanas también seguirá aumentando. No se trata de una lucha entre ambas cosas, sino de encontrar la forma de complementarlas. Que los árbitros puedan seguir equivocándose en paz en las decisiones pequeñas, y que la tecnología ayude a tomar las importantes.

(Revista Qué Pasa, 3 de julio 2010)

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3 de julio de 2010
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El horror desde la dulzura

Por esos azares de la vida me encontré las ?Cartas desde Birmania? de Aung San Suu Kyi en una librería habanera. No las hallé en uno de esos sitios ?regentados por algún particular? que comercializa libros de usos, sino en un local estatal que vende coloridas ediciones en moneda convertible. El pequeño ejemplar con la foto de ella en la portada, estaba mezclado entre los manuales de autoayuda y los volúmenes con recetas de cocina. Miré a ambos lados de los anaqueles para comprobar si alguien había puesto aquel libro allí justo para mí, pero las empleadas dormitaban en el sopor del mediodía y una de ellas se sacudía las moscas de la cara sin prestarme ninguna atención. Compré la valiosa compilación de textos escritos por esta disidente entre 1995 y 1996, aún bajo el efecto de la sorpresa que me producía el haberlos encontrado en mi país, donde habitamos ?como ella? bajo un régimen militar y en medio de una fuerte censura a la palabra. Las páginas con las crónicas de Aung San Suu Kyi, donde se mezcla la reflexión, la cotidianidad, el discurso político y las interrogantes, apenas si han descansado en las estanterías de mi casa. Todos quieren leer sus sosegadas descripciones de una Birmania marcada por el miedo, pero también inmersa en una espiritualidad que hace más dramática su situación actual. En pocos meses ?desde que encontré las Cartas? la prosa límpida y emotiva de esta mujer ha influido en la manera en que miramos nuestro propio desastre nacional. Esa cuerda de esperanza que logra trenzar junto a sus palabras da como resultado un pronóstico optimista para su nación y para el mundo. Nadie como ella ha podido describir el horror desde la dulzura, sin que el grito se adueñe de su estilo y el rencor se le suba a los ojos. No he dejado de preguntarme cómo los textos de esta disidente birmana llegaron a las librerías de mi país. Quizás en un compra al por mayor se deslizó la inocente portada, donde una mujer achinada exhibe unas flores ?tan bellas como su rostro? prendidas detrás de la oreja. Quién sabe si creyeron se trataba de alguna escritora de ficción o de poesía que recreaba los paisajes de su país desde el esteticismo y la nostalgia. Probablemente quienes lo colocaron en aquel anaquel no sabían de su arresto domiciliario, ni del premio Nobel de la Paz que tan merecidamente obtuvo en 1991. Prefiero imaginar que al menos alguien fue responsable consciente de que su voz llegara hasta nosotros. Un rostro anónimo, unas manos apresuradas pusieron su libro a nuestro alcance, para que al acercarnos a ella pudiéramos sentir y reconocer nuestro propio dolor.

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3 de julio de 2010
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El lenguaje de la alcantarilla

Dentro de este nuevo género periodístico constituido por las transcripciones de las charlas telefónicas de presuntos corruptos, el otro día podíamos leer la contundente argumentación de uno de los patriotas, en la que se nos aclaraba que la auténtica política no se hacía en los parlamentos sino en las alcantarillas. El patriota en cuestión -al que cabría calificar de gánster si no supiéramos que es un patriota- parecía así justificar la necesidad de los saqueos perpetrados por él y sus compinches por razones de realismo político. Venía a decirnos que, a la hora de la verdad, lo único que sustenta la política es aquel principio moral, tan edificante, que preside las conversaciones rufianescas: "todo hombre tiene precio". Son, por tanto, los políticos corruptos, que tuvieron un alto rango y honores de los que no han sido desprovistos, los que han sembrado la desconfianza general hacia la política, por más que algunos dirigentes ahora atribuyan el desapego a una suerte de mal de época, azuzado por los medios de comunicación.

Pero, volviendo al nuevo género periodístico, llama la atención el habla utilizada, acorde en todo al espíritu de la alcantarilla al que aludía el prohombre. Tanto en el capítulo Pretoria como en el Gürtel los protagonistas hacen gala de un total desparpajo al expresarse en la jerga mafiosa, convertidos en hampones de película, de esos no demasiado refinados, que salpican sus negocios con constantes alusiones a "cabrones" e "hijos de puta". Naturalmente, en el lenguaje de la alcantarilla no podían faltar alusiones a la testosterona, con solemnes afirmaciones testiculares o, por el contrario, con el lamento, también patriótico, de que las cosas van como van "porque estamos todos capados". La mayor riqueza idiomática, no obstante, se destina, como era de esperar, al dialecto intestinal: todos defecan sobre todos, sin que falte, evidentemente, quien lo hace sobre la divinidad. A juzgar por lo que opinan los presuntos corruptos, el mundo es una maloliente combinación de dinero y excremento.

Lo malo es que estos tipos fueron (¿presuntamente?) secretarios generales, diputados, alcaldes..., y habían comprado votos con el mismo ánimo codicioso con que luego comprarían a los hombres.

 

El País, 05/06/2010 

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2 de julio de 2010
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Resurrección

En la Recherche se denomina resurrección a la transformación  cualitativa de  algo que acompaña a los hombres  en todo momento, pero que en la existencia ordinaria carece de acuidad, presenta aristas ficticias, superficiales. Lo que resucita son  los contenidos de la memoria, en la medida en que ésta deja de ser una facultad asténica, es decir, en la medida en que deja de ser lo que  habitualmente designamos  por memoria:

 "Estas resurrecciones del pasado, en el segundo que duran, son tan radicales que no solamente fuerzan nuestros ojos para que, dejando de ver la habitación que se halla en su entorno, contemplen la ruta bordeada de árboles o la marea que sube. Asimismo fuerzan nuestras fosas nasales a respirar el aire de lugares alejados, nuestra voluntad a escoger entre proyectos diferentes, que estas mismas resurrecciones nos proponen..." (IV, 453-454)

  ¿Razón de esta singular vivencia? Nada misterioso y ni siquiera nada nuevo tratándose del ser humano, del ser cabalmente humano, del humano -nos dice el Narrador- que precisamente en tales resurrecciones recupera su esencia. Pues el ser humano es portador de una prodigiosa capacidad de vincular lo que se da en la presencia y lo que está ya fuera de ella, de tal manera que "el comedor marino de Balbec (...) intentaba fragilizar la solidez del palacete de los Guermantes,  forzar sus puertas (...) pues siempre, en estas resurrecciones, el lugar alejado, surgido en torno a la sensación común, se superponía un instante, como un luchador, al lugar actual" (IV, 453)

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2 de julio de 2010
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III. Que púberes canéforas le brinden el acanto…

Buscaba yo en mis años de aprendizaje referencias literarias y también referencias morales, porque de alguna parte había aprendido que el escritor debía estar hecho de esa doble sustancia, letra más ética, lo que entonces se llamaba compromiso. No había literatura sin posiciones críticas o contestatarias, algo que llegó a afirmarse para mí de manera indeleble a consecuencia de la masacre de estudiantes de Tlatelolco en 1968, cuando Monsivais fue parte esencial de esa toma de posición crítica frente a la barbarie oficial, y contra el cinismo, que llegó a definir a toda una generación de mexicanos, y de latinoamericanos.

            La literatura, vista de esta manera, nunca podía tener una pretensión de inocencia, y si no tenía garras y dientes era una literatura mentirosa y conformista. Esas fueron mis lecciones de aquellos tiempos. Y Monsivais, sin haberse apuntado a la literatura de invención, y habiendo llegado a ser bien pronto el cronista de prosa privilegiada que siguió siendo con creces hasta su muerte, fue capaz de convertirse en el mejor novelista de la realidad diaria, sin trastocar los relieves de esa realidad suya de todos los días que poco necesitaba de retoques para parecer tan imaginativa.

            Un cronista minucioso, una de cuyas mejores habilidades fue la de despojar de color local a todo lo que acontece en México, y hacer que esos acontecimientos, pasados por el tamiz de su ingenio, pudieran ser leídos a título ejemplar. Escritura edificante la suya, de inconmovibles propiedades morales, que siempre tuvo algo que enseñar, con la boca llena de risa contenida, y que supo desnudar a quienes se esconden tras sus vanas vestiduras, revelando lo que en verdad hacen y lo que en verdad dicen, no importan los disfraces, porque la banalidad y la falta de recato tienen también esta mala calidad doble, la de los hechos fementidos, y las palabras fementidas.

            Riéndose de su propia gloria, Monsivais, velado de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, honor solamente concedido a los escogidos del parnaso mexicano, entra en la galería de los ilustres cincelados en mármol, y los laureles estarán siempre verdes en sus sienes. Bronce corintio y mármol de Jonia. Que púberes canéforas le brinden el acanto...y que nunca deje de reír en el Olimpo.

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2 de julio de 2010
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Aunque pueda parecer humilde

Algunos leones se viciaban con la sangre humana. Eran devoradores de hombres y así les llamaban los indígenas. Hay historias pavorosas y verdaderas, como aquella de un león que devoró sucesivamente a catorce trabajadores que estaban construyendo una línea férrea en algún lugar de África. Las mejores escopetas del mundo no pudieron darle caza y cada noche se escuchaba el aullido de una víctima. Cientos de obreros se acurrucaban aterrorizados en sus tiendas esperando el alba.

    Bueno, no es lo mismo, pero también hay devoradores de papel. Yo soy uno de ellos. Las grandes piezas se van haciendo escasas, de modo que el cazador (templado por los años) se divierte cazando piezas pequeñas y exquisitas. Para la práctica de la caza menor son de menester entornos discretos donde estas piezas buscan refugio huyendo de los grandes espacios abiertos donde dominan los superventas. Es difícil subsistir en la sabana de las novelas sobre templarios, sociedades secretas, lesbianas vengadoras o crímenes noruegos. De manera que los frágiles y preciosos relatos buscan amparo en pequeñas editoriales. Son ellas las que permiten a los viejos devoradores de papel seguir cazando sin tener que montar un safari. Pueden hacerlo a pelo.

    Por ejemplo, en una sola semana comencé con una historia delirante, Los mayorazgos, de Achim von Arnim (Nortesur), posiblemente el relato más disparatado de este año. El olvidado von Arnim (murió en 1831) fue uno de aquellos románticos radicales que inventaron el surrealismo sin saberlo. En esta breve narración la atmósfera es opresiva, los personajes podrían estar muertos y el argumento es una pesadilla. Resulta chocante que la literatura "de vanguardia" apareciera muchas décadas antes de que fuera así clasificada por la Academia.

    Luego continué con La voz de Lila (Libros del silencio), un cuento pornográfico que vendió millones de ejemplares y tuvo un éxito pasmoso hace quince años. Su autor se firmaba "Chimo" y aún se discute si es cierta la biografía que de él dio su editor (lo presentaba como un preso magrebí) o bien oculta a un famoso autor que no desea ser acusado de pornógrafo. Lo leí porque lo ha traducido y prologado Ignacio Vidal-Folch, de quien leería incluso las facturas de Telefónica. Además de pornográfico, el relato describe de soslayo la vida en los barrios periféricos de París, allí donde los chicos árabes queman de vez en cuando los coches de sus padres, pero muestra una ternura singular hacia el magrebí y su preciosa (e intocable) muchacha. Sí, es posible que detrás de "Chimo" se esconda una figura de las letras parisinas.

    El último de la semana lo publicó esa editorial enorme que se autodefine, muy chic, como "Minúscula" hace ya unos meses. Es una canción de amor de Gertrud Stein, pero no a un ser humano, un animal o una planta, sino a una ciudad y un país. Como su título indica, París Francia trata de ambas cosas, de la capital entre 1900 y 1939 y también de la vida rural francesa que Stein aún conoció. Lo escribió en 1940, cuando París había sido tomado por los alemanes y ella recordaba sus años parisinos sin saber si jamás podría regresar. Hay en este poema deliciosas viñetas sobre mujeres, género por el cual Gertrud Stein sentía una particular simpatía, no muy frecuente en aquellas fechas. Les cuento tres de ellas para que, de paso, observen la peculiarísima música de su prosa.

    Estamos en 1914 y se comienza a hablar de las sufragistas inglesas. Hasta el pueblo donde Gertrud Stein pasa algunas temporadas ha llegado un comentario cada vez más general: las mujeres deberían tener el derecho de voto. Una señora del grupo de comadres hace un gesto de cansancio y dice: "No por Dios tengo que hacer cola para tantas cosas el carbón el azúcar las velas la carne y ahora votar, por Dios".

    La segunda tiene lugar en París. En esta ocasión unas amigas están hablando del reciente hundimiento del Titanic y el heroísmo con que se rescató a las mujeres y los niños. "A mí no me parece sensato, dijo Hélène, para qué sirven los niños y las mujeres solos en el mundo, qué clase de vida pueden llevar, habría sido muchísimo más sensato que lo hubieran echado a suertes y salvado unas cuantas familias enteras, mucho más sensato, dijo Hélène".

    Y por fin la tercera. Una muchacha le había cogido un cariño grande al perro que acudía cada día con su dueño a la cafetería y ella le daba un terrón de azúcar y le rascaba la cabeza, pero un día el dueño apareció sin su perro. "La chica tenía el terrón de azúcar en la mano y cuando oyó que el perro había muerto se le llenaron los ojos de lágrimas y se comió el terrón de azúcar".

    ¡Cuánta poesía hay en este gesto de comerse el terrón entre lágrimas! Al gran artista se le reconoce en los detalles. Y las piezas pequeñas, exquisitas, extravagantes o curiosas, sólo se cazan en los terrenos pequeños, exquisitos, extravagantes o curiosos, y de espesa flora.

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2 de julio de 2010
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El Boomeran(g)
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