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Barrio adentro, corazón afuera

Imagen tomada de: http://paulagiraud.blogspot.com/ ¡Tienes que entregar tu pasaporte! le dijeron al llegar a Caracas, para evitar que alcanzara la frontera y desertara. En el mismo aeropuerto le leyeron la cartilla: ?No puedes decir que eres cubano, no debes caminar por las calles con ropa de médico y es mejor evitar interactuar con los venezolanos?. Días después comprendió que la suya era una misión política, pues más que remediar las dolencias de algún corazón o la infección de unos pulmones, debía examinar conciencias, comprobar intenciones de voto. En Venezuela conoció también la corrupción de algunos que dirigen el proyecto Barrio Adentro. Los ?vivos? de aquí, convertidos en ?malandros? allá, acaparando poder, influencias, dinero, e incluso presionando a doctoras y a enfermeras que viajan solas para que se conviertan en sus concubinas. Lo ubicaron junto a seis colegas en una apretada habitación y le advirtieron que si morían ?víctimas de la violencia que hay afuera? serían dados como desertores. Pero no se deprimió. En fin de cuentas, él tiene sólo 28 años y es la primera vez que puede escapar de la protección paterna, la abulia de su barrio y las penurias del hospital donde trabaja. Un mes después de arribar, le entregaron una cédula de identidad advirtiéndole que con ella ya puede votar en los próximos comicios. En una reunión relámpago alguien habló sobre el duro golpe que sería para Cuba la pérdida de tan importante aliado en Latinoamérica. ?Ustedes son soldados de la patria? les gritaron al final y como tales ?deben garantizar que la marea roja se imponga en las urnas?. Ya pasó el tiempo en que creía que iba a salvar vidas o a aliviar el dolor. Sólo quiere volver, retornar a la protección de su familia, contarles a sus amigos la verdad, pero no puede por ahora. Antes, debe hacer la cola del colegio electoral, dejar su cuota de apoyo al PSUV, pegar en una pantalla el pulgar en señal de asentimiento. Cuenta los días hasta el último domingo de septiembre, cree que después de eso lo dejarán regresar. Compartir/Guardar

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31 de agosto de 2010
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El confesionario de Bellatin

Mario Bellatin El diario La Tercera le ha hecho un confesionario a Mario Bellatin. Las respuestas menos inesperadas de lo que uno pensaría. Más bien concretas. Pero no olvidemos que Bellatin dijo: ?Escribo para que no me crean?. ¿Le creemos también a estas respuestas? 

¿Qué olor lo lleva a la infancia? El del estiércol me transporta a mi pequeño zoológico. ¿Con qué defecto suyo ha sido más persistente? Las rabietas inmotivadas. ¿En qué no cree?  En mí mismo? ¿Bajo qué circunstancias mataría a alguien? No quiero ni pensarlo. ¿Qué titular le gustaría leer en un diario? El que haga pública la vacuna contra el sida. ¿Quiénes son sus escritores favoritos? Ninguno. De cada uno, determinados elementos. ¿Cuál es su mayor miedo? La miseria. ¿Con qué figura histórica se identifica? Con la esposa de Mohammed. ¿Cuál es su estado mental más común? Alterado. ¿En qué ocasiones miente? No tengo claro siquiera si son mentiras. ¿A qué persona viva admira? A Miriam, una mujer que recoge perros. ¿Cuándo y dónde ha sido más feliz? En México, ahora. ¿Qué libro le habría gustado escribir? Para una tumba sin nombre, de Juan Carlos Onetti ¿Cuál es su héroe de ficción favorito?. Dr. Jekyll y Mr. Hyde. ¿Cómo le gustaría morir? Anestesiado y rodeado de sonidos clínicos.

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31 de agosto de 2010
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P.D. de Javier Calvo

Javier Calvo A raíz del comentario de Javier Calvo que coloqué en Moleskine Literario hace unos días, sobre el eclipse Bolaño, recibí una PD suya que dice:

Ninguna intención de ser polémico, ni mucho menos. He sido un lector y admirador de la obra de Fresán y de muchos otros autores de su generación desde mucho antes de dedicarme yo a la literatura. Mi única intención era lamentar el hecho de que, tal como yo lo veo, en la mente de una parte del público y del establishment literario de Estados Unidos, Bolaño ha eclipsado a otros escritores igualmente válidos. Soy de la opinión de que la generación McOndo ha sido muy fructífera para la literatura en español y lo continúa siendo y en todo caso tal vez no ha recibido la atención que merecía. Lamentaría muchísimo que todo este asunto tuviera cualquier tipo de continuidad en tono polémico por culpa de un malentendido.

Solo me queda aclarar que, aun si la intención no fue ser polémico, el comentario es polémico de todos modos. Y no tomo eso como un lamento sino como algo positivo, porque lo polémico abre paso a la discusión. Y con la discusión, a veces, vienen los argumentos. Ya es hora de que empecemos a argumentar sobre la importancia de Bolaño en la literatura latinoamericana actual, más allá de chismes o de impresiones. Así que todo bien, Javier.  

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30 de agosto de 2010
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Margo Glantz, premio FIL Guadalajara

margo glantz ¡¡¡¡Bravo!!!!! Para todos los que adoramos a Margo Glantz no solo como la gran escritora que es, sino como la persona genial que nunca deja de sorprendernos, esta noticia es de las mejores que podemos leer: Margo acaba de ganar el premio FIL Guadalajara, antes llamado Juan Rulfo, a su trayectoria literaria.  Así dice la noticia en El Universal:

La escritora mexicana y académica de la Lengua Margo Glantz ganó hoy la vigésima edición del Premio de Literatura en Lenguas Romances 2010 de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, informaron hoy los miembros del jurado. El fallo destacó la ?extensa trayectoria literaria? de Margarita (Margo) Glantz, así como ?su trabajo por la renovación del ensayo y la narrativa? . Ganadora de premios como el Xavier Villaurrutia y el Sor Juan Inés de la Cruz, que también otorga la FIL, Glantz realiza en su obra un ?acopio de discursos provenientes de diversas disciplinas? impresas en su obra, como música, artes visuales y medios de comunicación, según el jurado. Sus integrantes valoraron además la ?obra brillante y activa? de la autora de ?Síndrome de naufragios? y ?El rastro? , entre muchos otros libros, ?que actúa como referente indispensable para nuevas generaciones de escritores? . ?Sus propuestas en torno a la crisis y frontera de los géneros mediante poéticas fundadas en la fragmentación? también fueron tenidas en cuenta para otorgarle este galardón. El jurado estuvo integrado por Juan Cruz Ruiz (España) , Diamela Eltit (Chile) , Cecilia García Huidobro (Chile) , Ana María González Luna Corvera (México/Italia) , Darío Jaramillo Agudelo (Colombia) , Pedro Meira Monteiro (Brasil/Estados Unidos) y Sara Poot Herrera (México/Estados Unidos) . Los jurados consideraron que ?Margo Glantz ha puesto en evidencia la identidad latinoamericana como un viaje acabado e inacabable de múltiples realidades sociales? . Glantz, nacida en Ciudad de México el 28 de mayo de 1930, es autora, entre otros libros, de ?Las mil y una calorías? ; ?Doscientas ballenas azules? ; ?Las genealogías? , y ?Síndrome de naufragios? , con el que obtuvo en 1984 el Premio Xavier Villaurrutia. En 2003 obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela ?El rastro? . Además de ser miembro de la Academia mexicana de la Lengua, Glantz ha trabajado como periodista y desde 1958 imparte clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Margo Glantz también ha recibido el Premio Nacional de Ciencias y Artes y en enero de este año, al cumplir ochenta años, obtuvo la Medalla Oro de Bellas Artes. Según el jurado, la obra de Glantz ?configura espacios mezclados en donde emerge el sujeto femenino ya regido por las normativas del saber, o bien por los impulsos del cuerpo y sus eróticas? . En el fallo se destaca por último que el ?yo? en la escritura de Glantz ?muta velozmente? y da lugar a una ?obra brillante y activa, que actúa como referente indispensable para nuevas generaciones de escritores? . El Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2010 está dotado con 150 mil dólares y se entregará durante la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el próximo 27 de noviembre.

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30 de agosto de 2010
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Que el vasto mundo siga girando

 

Una de las últimas frases de este libro, justo antes del apartado dedicado a los agradecimientos, dice así: "La literatura puede recordarnos que no toda la vida ha sido escrita, sino que todavía hay muchas historias que contar.

                Y eso es lo que hace Colum McCann, un joven novelista de origen irlandés trasplantado a Nueva York. La convicción de que no todo ha sido contado ya en esta vida esconde en el fondo un optimismo (o un descaro) que luego se transmite muy positivamente a las 400 páginas de su libro. Y que contrasta vivamente con el aire de desengaño y hastío que transmiten tantas novelas contemporáneas.

El 7 de agosto de 1974 el equilibrista francés Philippe Petit caminó sobre un cable tendido entre las dos torres gemelas del World Trade Centre. Entonces se dijo que unas cien mil personas, contando transeúntes, oficinistas y residentes, habían sido testigos de una osadía que  le sirve a Colum Mcann como tenue nexo de unión para contar la historia de quince o veinte personas que estaban por los alrededores y cuyas trayectorias se cruzan y entrecruzan las más de veces sin que ello traiga consecuencias para los respectivos desarrollos vitales.  Esta técnica narrativa ha sido reiteradamente utilizada, tanto en literatura como en cine, por ejemplo por Robert Altman en Short cuts ( 1993) o por Paul Haggis  en Crash (2004). La gran diferencia estriba en que en las dos películas citadas, y quizás porque en ambos casos los directores eran conscientes de que el espectador cinematográfico medio tiene una mentalidad casi adolescente y no es capaz de retener la atención más allá de tres o cuatro minutos seguidos, se ocuparon de buscar un hilo conductor muy notorio y continuamente presente en la narración: en el caso de Short cuts era el famoso Big Bang que va a engullir en cualquier momento California entera, mientras que en Crash se trataba de un dramático accidente de tráfico que afectaba muy directamente a todos los implicados en el mismo. Y por descontado que en ambos casos las historias eran lineales, sencillas y muy visuales, para que el espectador no se perdiera y pudiera saber en todo momento dónde estaba y con quién.

Por mero contraste procedería decir ahora que las historias de McCann son estructuralmente muy complejas y que dan continuos saltos atrás y adelante en el tiempo y el espacio, con el agravante de que los continuos cambios del punto de vista narrativo  contribuyen a que el lector/espectador quede totalmente en manos del narrador/prestidigitador que, voilá, ahora oculta esto y muestra aquello y, cuando parecía estar todo perdido, ofrece la tabla de salvación que permite adentrarse en el nuevo laberinto. Pero nada más lejos de la realidad. Con McCann el lector no se pierde nunca, en parte porque las historias son perfectamente lineales e inteligibles, y en parte porque posee una sorprendente destreza para integrarse en una voz narradora que lo mismo habla en primera que en tercera persona, y que puede ser la de un chico irlandés contando el dramático reencuentro con su hermano, ahora convertido en un predicador cuya misión es facilitarles un poco la vida a un puñado de prostitutas callejeras del Bronx; una voz que a continuación se transforma en la de una distinguida señora que recibe en su lujosa mansión de Park Avenue a un grupo de mujeres de clase social inferior pero con las que le une un lazo irrompible: todas ellas han perdido a un hijo en Vietnam;  a su debido tiempo una de ellas, Gloria, tomará la voz narrativa para contar su peripecia vital desde su Missouri natal hasta su actual vegetar sin objetivo en Nueva York, y a continuación una de las prostitutas del Bornx contará su vida y la de su hija, también prostituta y muerta en un accidente de circulación que le cuesta asimismo la vida a su protector, el santón irlandés; el accidente ha sido provocado por una artista conceptual y su novio, ambos ex drogadictos y rehabilitados hasta la noche en que regresan a Nueva York desde el campo y recuperan sus viejos hábitos nocturnos, uno de los cuales consiste en eludir responsabilidades y darse a la fuga si provocan un accidente mortal y las cosas amenzan con ponerse feas. Luego vienen otras voces, masculinas o femeninas, en primera o tercera persona, que recuperan la narración donde otras la dejaron.  Y todo ello, como es de rigor, a su propio ritmo, pausado y reflexivo cuando se trata de contar la compleja evolución religiosa del predicador irlandés, rápida, nerviosa y gamberra cuando un grupo de hackers californianos logra colarse en el sistema telefónico y conectar con una cabina telefónica de Nueva York justo cuando encima de la cabeza del interlocutor un loco se está paseando sobre un alambre tendido entre las Torres Gemelas. Una gratísima sorpresa este Colum McCann, del que RBA tiene editadas otras tres novelas anteriores.

 

Que el vasto mundo siga girando

Colum McCann

RBA

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30 de agosto de 2010
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Caber y valer

Me gustaría mucho conocer al auténtico alcalde de Barcelona, que no es el señor Hereu, como equivocadamente podía pensarse, sino al ingenioso inventor de las proclamas publicitarias que aquel asume como propias. De lo que no estoy seguro es que este alcalde en la sombra, al que tanto encantan los juegos de palabras, sea un verdadero amigo de Hereu. Cuando uno ve, por ejemplo, los Puntos de reflexión tatuados en la acera de la Diagonal tiende a pensar que no. Estos debían ser lugares en los que se reflexionara sobre el gran proyecto, y ahora son patéticas huellas de una pantomima. Los motociclistas aparcan tranquilamente sobre los Puntos de reflexión y las ávidas trituradoras se aprestan a triturarlos (compruébenlo si lo desean con un agradable paseo entre el paseo de Gràcia y Balmes, rodeados de patinadores y ciclistas a toda velocidad que ayudan a aumentar la emoción urbana).

El ocurrente alcalde a la sombra lleva años deleitándonos con sus gracias. En lugar de recurrir a prosaicas leyes y a policías eficaces, prefiere proponernos poéticas adivinanzas y crípticos mensajes. De acuerdo con este talante la playa, pero convertida cariñosamente en un ser antropomórfico, en una playita que habla y pide respeto, mientras los bañistas convertidos en hooligans alborotan con toda impunidad. Siguiendo la misma pauta las hordas nocturnas avanzan a voz en grito bajo encantadoras banderolas en las que -tras un examen hermenéutico- parece sugerirse que por la noche "hay que bajar el volumen". El alcalde en la sombra es tan ocurrente que espera detener la barbarie con sus jueguecitos retóricos.

Su último invento es casi insuperable: "en Barcelona todo cabe pero no todo vale". Muchos rincones de la ciudad están invadidos por este lema admirable. De lo que no estoy muy seguro es de la interpretación que hemos de darle. "¿Todo cabe?". ¿Quiere decir que aquí también acogeríamos una convención de asesinos en serie con tal de que gastaran algo de dinero y no empezaran a disparar enseguida? ¿No será que el gran ocurrente se ha confundido en los términos, y en Barcelona todo vale pero no todo cabe, pues la ciudad ya no da cabida a los que gustan del silencio y desearían pasar sin el hostigamiento de los bárbaros?

Un consejo para Hereu: liquide a su sombra y gobierne de una vez.

El País, 17/07/2010

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30 de agosto de 2010
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La aplazada muerte de Tony Judt

Han sido poco más de veinte los capítulos del relato autobiográfico que Tony Judt escribió en los siete meses finales de su vida. El último en publicarse fue póstumo; lleva la fecha del 19 de agosto, aunque se distribuyó y envió a los subscriptores de The New York Review of Books (donde aparecieron todos) coincidiendo con la muerte del historiador, ocurrida el día 6 de este mes a la edad de 62 años. La historia de la enfermedad inevitablemente mortal que le diagnosticaron en septiembre de 2008 la contó el propio Judt en el primero de la serie, titulado ‘Noche', que publicó en su momento El País; la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) le iba inmovilizando paulatinamente el cuerpo y las extremidades, sin borrarle la capacidad mental y sin producirle dolor; "un encarcelamiento progresivo y sin fianza" (si bien al traducir ‘fianza' se pierde el doble sentido de su "whitout parole", que alude a la falta de las palabras; Judt también iba perdiendo el habla). Condenado a una supervivencia inmóvil y completamente asistida, la noche era el peor momento de quien, resignado a no poder ni soñar con una imposible libertad de movimientos, decidió "revolotear" en su vida anterior, sus pensamientos, sus fantasías, sus memorias y desmemorias, distrayendo de ese modo la alternativa del insomnio, la incomodidad de una postura semi-erecta en la cama, la angustia de unos picores corporales que por sí solo no podía calmar.

                ‘Noche' era un texto crudo y doloroso de leer pero exento de toda auto-compasión; la escritura nacía del vínculo a la expresión serena y precisa, evidentemente colmada de verdad y aun así animada por una ironía y una ocurrencia imaginativa que proporcionaban alivio, sin desvirtuar la gravedad del tono. A nadie sorprendió por tanto que lo que en esa entrega era descrito por la revista neoyorkina como "la primera de una serie de reflexiones breves", continuara y fuese creciendo de tamaño (dos y a veces tres extensos capítulos en un número), hasta constituir la bellísima, impávida, heterodoxa confesión memorial de una persona que pone plazos a su irremediable sentencia volcándose en el interior de su cabeza (lo único intocado por el mal) y sacando de ella las armas de repudio de la muerte. Para desgracia no sólo del autor y de su familia sino de los muchos lectores que ha tenido en esta etapa de su carrera, el relato diferido de Judt no pudo alcanzar ni siquiera una cuarta parte de ‘Las mil y una noches' que Sherezade, una predecesora suya en el combate ficticio contra el silencio mortal, sostuvo hace siglos en algún palacio del Oriente.

                 Tony Judt ya era un excelente escritor antes de enfermar. Yo sólo conocía de él su apasionante estudio sobre los intelectuales franceses de la segunda posguerra mundial titulado en la edición española de Taurus ‘Pasado imperfecto', y en sus páginas bien informadas y a veces provocativas en la argumentación se advertía la cadencia, el gusto por la metáfora y la riqueza verbal propias de los grandes nombres de la historiografía británica, que arranca en Gibbon, uno de los mayores prosistas que ha tenido la lengua inglesa, y seguiría después en Macaulay, el Carlyle de ‘La revolución francesa', G. M. Trevelyan, hasta llegar, en la segunda mitad del siglo XX, a Hobsbawm, Christopher Hill, Keith Thomas o los dos Carr, el hispanista Raymond y el eslavista E.H. (Edward Hallett), de quien Anagrama acaba de reeditar por cierto, con unas páginas de presentación de Pere Gimferrer, su extraordinario ‘Los exiliados románticos'.  

              Los escritos memorialísticos de Judt que van desde ‘Noche' a ‘Meritócratas', que no llegó a ver publicado, son de otra índole. A veces, es cierto, aparecía en ellos el historiador indomable en sus juicios, el judío irreverente con el dogma y enemigo de las políticas de los últimos gobiernos de Israel, el observador socarrón de las grandes instituciones culturales (fue sonada su polémica, en las páginas de correo de la propia New York Review of Books, con la directora de la Escuela Normal de París). Sin embargo, los más memorables, al menos para mí, fueron los ‘proustianos', o los ‘benjaminianos', si nos acordamos del Benjamin de ‘Infancia en Berlín' o ‘Diario de Moscú'. En el que llamó ‘La Línea Verde', por ejemplo, Judt reconstruía con un poderoso talento narrativo sus solitarios viajes infantiles en autobuses de línea por la Inglaterra rural, y la contenida nostalgia de sus evocaciones ponía más en relieve el gran acompañamiento placentero de la memoria individual, un caudal que al sumarse y al compartirse -no sólo en circunstancias de pérdida o pesar- forma la base de nuestro desafío al olvido impuesto por los estragos del tiempo.

               También recuerdo sus dos apólogos sobre el ‘Ser austero' y el ‘Ser judío', de no aparente unidad, que publicó el pasado mayo. El segundo, que empezaba y terminaba con un emocionante tributo a Toni Avegael, prima hermana de su padre muerta en Auschwitz antes de que él naciera y fuese bautizado en homenaje a ella con su nombre de pila, insistía de manera audaz en algunas de las tesis más díscolas respecto a la cuestión judía, subrayando el a su juicio excesivo peso simbólico que arrastra un pueblo apresado por su pasado: "Ser judío" -escribía Judt- "consiste en recordar lo que una vez significó ser judío". En el otro texto simultáneamente publicado en mayo, el historiador londinense, sin perder nunca el don novelesco para la recreación de lugares y personajes, extraía de los recuerdos del racionamiento británico en la segunda posguerra mundial una serie de pertinentes reflexiones sobre la a menudo obscena sobreabundancia de las más altas capas sociales del primer mundo. Judt era demoledor comparando el rigor moral de su país natal en la época de una solidaria actitud de moderación y ahorro con la situación presente, en la que el mensaje capital de nuestros gobernantes es una apelación al consumo: "siga usted comprando" aun en tiempos de crisis.

                 El último capítulo leído antes de saber su muerte, el correspondiente al número 12, volumen LVII, de The New York Review of Books, se titulaba ‘Palabras' y comenzaba, en una escena de comedia familiar muy característica de algunos de estos episodios narrados por Judt, con una reunión de parientes centroeuropeos hablando en la cocina de los padres del autor, entonces un niño, en una mezcla de las lenguas de la Diáspora: "Yo pasaba largas y felices horas escuchando hasta muy entrada la noche las discusiones de unos autodidactas centro-europeos: ‘Marxismus', ‘Zionismus', ‘Socialismus'. Hablar, me parecía, era el objetivo de la existencia adulta. Nunca he perdido esa sensación". ‘Palabras' terminaba con una alusión (y no se encuentran muchas en estos escritos) al progreso de su enfermedad: "Dominado por un trastorno neurológico, estoy perdiendo rápidamente el control de las palabras, aun cuando mi relación con el mundo se ha reducido a ellas. Todavía forman con impecable disciplina y en hileras ilimitadas en el silencio de mis pensamientos  -la vista desde el interior sigue con la misma riqueza-,  pero ya no las puedo trasmitir con facilidad".

                 Sabemos ahora el desenlace de esa contienda entre el cuerpo y la mente de Tony Judt. También nos consta, por haberle seguido en estos únicos siete meses del año 2010 que llegó a vivir, su confianza en la permanencia de un mundo de palabras, que en su caso significaba a la vez la defensa de un modelo de educación humanista quizá desacreditada para siempre; su apego a ese núcleo de hablantes que usan la lengua para ocupar los espacios públicos del debate y la controversia no agresiva. Y se preguntaba Judt en las líneas finales de aquel artículo confesional: "Si las palabras caen en el deterioro, ¿qué las substituirá? Son todo lo que tenemos". Permanecen  -y es de esperar que pronto reunidas en libro- las palabras sabias y hermosas del hombre de salud tan terriblemente deteriorada que sigue hablando muerto para nosotros.

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30 de agosto de 2010
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Barrera

Podía mantener su cabeza entre mis manos, podía acariciarla, pasar largamente mis manos sobre ella, mas, como si hubiera manejado una piedra que encierra la salumbre de los océanos inmemoriales, o el espectro de una estrella, sentía que tan solo tocaba el entorno cerrado de un ser que interiormente accedía al infinito. (III, 888)

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30 de agosto de 2010
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Incomprensión

Para Federico II de Prusia, los últimos buenos tiempos literarios fueron los del siglo XVII, después, todo era decadencia y corrupción. “Dentro de unos siglos, se traducirán los buenos autores del tiempo de Luis XIV, como ahora se traducen los del tiempo de Pericles y de Augusto. Pero nuestro siglo es de una esterilidad espantosa en grandes hombres y grandes obras. Del siglo pasado, que honró al género humano, no nos queda más que la hez. Dentro de poco, ni siquiera eso”. Estas cosas le escribía a d’Alembert, a quien consideraba el único sabio  vigente, y solía llamar “Anaxágoras”.

La generación de 1760 le disgustaba por su manera imperiosa y prepotente de razonar en abstracto. Ofreció asilo a Rousseau porque lo tenía por un enfermo desgraciado, pero no llegó a terminar el Emilio: “Es una monserga cargante de cosas que se saben hace mucho. Nada original, poco razonamiento sólido, y mucha desvergüenza. Ese atrevimiento, que más bien es descaro, indispone al lector de modo que el libro se le hace insoportable y se le cae de las manos de puro asqueo.” D’Holbach le irritaba y lo tenía por un emisor de impertinencias y tonterías: “¿Qué he aprendido de su lectura? ¿Qué verdad me ha enseñado el autor? Que todos los eclesiásticos son monstruos que conviene lapidar, que el rey de Francia es un tirano bárbaro, sus ministros, archibribones, sus cortesanos, mangantes cobardes y trepadores, los jueces, infames prevaricadores, y que no hay nada sabio, honorable y digno de estima en todo el reino, quitando al autor y sus amigos revestidos del título de filósofos”. Estaba el hombre fastidiado porque le tomaban por patrón de todos los folicularios pretenciosos de Europa. “No os creeríais, escribía a d’Alembert, qué caravanas llegan aquí de insectos literarios que apenas puede uno quitarse de encima.”

Aún le faltaba algo por ver. Los campeones de la tolerancia y la libertad también querían cortar cabezas, tanto y más que los tiranos del absolutismo. Cuando d’Alembert le pidió que cerrara el Courrier du Bas-Rhin porque el periódico había cometido el crimen atroz de dudar del origen noble del difunto abogado Loyseau de Mauleon, y del talento de d’Alembert propiamente dicho, el déspota Federico contestó con finura que, habiendo reclamado para ellos mismos la libertad, los filósofos debían tener el decoro de reconocerla también para sus adversarios. Y aconsejó a los herederos de Loyseau, los energúmenos de heráldica, que tomaran polvos calmantes. No obstante, concedía que “si se trata de contentar a esa familia desolada, encontraremos aquí en Alemania eruditos que harán descender al difunto abogado en línea recta de los antiguos reyes de León y de Castilla, y me atrevo a asegurar que el Courrier du Bas-Rhin publicará tan bello descubrimiento.”

Pero d’Alembert, como razonable propietario de la verdad, era insaciable y ahora quería que Federico II plantara el busto del difunto Voltaire en la iglesia católica de Berlín para profanarla un poco. El tirano prusiano contestó que el venerable patriarca de las letras se aburríría allá, y que estaría mejor en la Academia, en medio de sus admiradores. D’Alembert no cejaba en sus ansias de enderezar la humanidad, y durante una buena temporada insistió a Federico II que hiciera incluir, en el tratado de mediación entre Rusia y Turquía, el compromiso del sultán de volver a levantar el templo de Jerusalén, lo cual haría mentir a las Sagradas Escrituras, papelotes despreciables, y pondría a la Sorbona, nido de reaccionarios, en un gran apuro. Federico II, ya al cabo de su paciencia, preguntó al sabio librepensador si el sultán debería también reconstruir la torre de Babel. Y, desde ese día, encontró que Anaxágoras era un asno. 

No sólo incomprendía y denigraba a los enciclopedistas y fanáticos de razón, sino a toda la literatura germánica de punta a cabo. En 1780, Federico II hizo leer en la Academia berlinesa una memoria que despachaba con sumo desprecio todo lo que se había escrito en Alemania. La lengua alemana era una jerga bárbara y difusa, difícil de manejar, poco sonora y con demasiadas sílabas sordas y desagradables. A su parecer, la literatura germánica no había pasado de los primeros balbuceos, algún bosquejo de fábula, una comedia, un libro de historia, un par de poesías ralas, uno o dos sermones, y nada más, el resto era verborrea pesadísima. Goethe, que algunos le encarecían, no escribía más que plastas triviales. Puede que alguna vez algún alemán se aproximara a la altura de Boileau o Bossuet, pero mientras se aguardaba ese futuro improbable, lo más sensato era hablar y escribir en francés.

Para entonces, Lessing había estrenado Minna von Barnhelm, donde se escenificaba un drama contemporáneo, algo nunca visto en alemán. No había rimas acartonadas ni de las otras, el argumento dejaba en muy buen lugar al rey, el lenguaje era de una agilidad inédita. ¿Cómo es que Federico II no veía el valor de la literatura alemana? “Para haceros idea del poco gusto que reina en Alemania, no tenéis más que ir a los espectáculos públicos. Allá veréis representar las abominables piezas de Shakespeare traducidas a nuestra lengua y a todo el auditorio pasmado oyendo esas farsas ridículas y dignas de los salvajes del Canadá. ¿Dónde están las reglas? ¿Dónde está la versimilitud?”

Ahora, ¿por qué tenía que ser Federico II más comprensivo con su época que Voltaire, que venía a pensar más o menos lo mismo? Goethe no vio ningún valor en Hölderlin, Byron despreció a Shakespeare, Victor Hugo a Stendhal, y Oscar Wilde a Dickens. Si Chopin desdeñó a Schumann, y Cherubini a Beethoven, ¿por qué hoy parece claro que Chopin es poca cosa al lado de Schumann, y que Cherubini no es nada comparado con Beethoven? La escala de valores literarios y artísticos se fija mucho tiempo después de la muerte de los autores y nunca de manera completa. Ser contemporáneo conlleva una incomprensión apasionada. Los autores del tiempo de Stendhal lo tenían por un un pesado que no tenía que ver con la literatura, y él, por su parte, encontraba que el retrato de Inocencio X, de Velázquez, no era digno de figurar en la galería Doria, por pésimo.

Ai posteri l’ardua sentenza, dijo Manzoni, y hasta parece razonable, pero la posteridad no es más que un público que sigue a otro.

 

 

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30 de agosto de 2010
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Eskups del antiprogre: Despedida

El antiprogre es una caricatura patética del antimoderno del siglo XIX. El antimoderno combatía el progreso, el racionalismo, la Ilustración y el optimismo histórico. Nuestro antiprogre no, porque vive de todo ello.

El antiprogre es en realidad un ultraprogre, un progre tan desengañado que no puede soportar el conservadurismo de su época. Lo siento por los viejos progres: si los antiprogres tuvieran un poco más de talento buscarían un objeto para su detestación más complejo y moderno.

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30 de agosto de 2010
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