Lluís Bassets
Turquía es el revelador de muchos prejuicios. Quienes sospechan por sistema del laicismo europeo pueden exaltarlo si se trata del laicismo turco. Partidarios de inscribir a Dios y a las creencias religiosas en las constituciones consideran un abuso que hagan cosas similares los islamistas del Partido Justicia y Desarrollo. No son pocos quienes quieren meter en un totum revolutum la sharía del Islam fundamentalista y las prácticas piadosas de los creyentes turcos, el burka obligado de los talibanes y el velo cuya prohibición ha levantado el islamismo moderado turco. No hay que olvidar a quienes sólo pueden concebir el nuevo mundo globalizado si no es en términos de una nueva guerra fría en la que Occidente debe terminar encontrando su enemigo en el islam.
El hecho trascendental, acogido positivamente por la Unión Europea, es que la consulta democrática del domingo, en la que la mayoría de los ciudadanos se ha manifestado a favor de una reforma constitucional, consolida la democracia turca en una cuestión elemental como es terminar con la supremacía e incluso la vigilancia del poder militar sobre el civil consagrada en la Constitución otorgada de 1982 por los militares que habían tomado el poder en un golpe dos años antes. Es un paso más hacia Europa, aunque paradójicamente coloca los tres poderes en manos de Erdogan y su partido islamista moderado, que podrán así seguir avanzando en su idea de democracia islámica que les orienta hacia su entorno árabe y musulmán.
Turquía, con su fuerte demografía y una economía emergente, es una pieza cada vez más decisiva de un nuevo rompecabezas geopolítico en el que cuentan el peso del Islam en el nuevo mundo globalizado, su compleja y a veces polémica relación con la democracia y con la modernidad o el cáncer del terrorismo yihadista abonado por el salafismo. La democracia parlamentaria turca tiene una enorme capacidad de irradiación sobre su zona de influencia, desde Asia central hasta el Magreb. Es obvio el peso que puede tener Turquía en la resolución del conflicto israelo-palestino. Hay que contar con Ankara para la consolidación de un Irak en paz. También para contener o soslayar el peligro nuclear iraní.
El referéndum del domingo consolida a Turquía en esta función a menudo paradójica de puente entre continentes, religiones y civilizaciones, que puede llegar a convertir a este país en la fuerza decisiva para la modernización y democratización de Oriente Próximo. Pero consolida todavía más el liderazgo de Recep Tayyip Erdogan como contrafigura de Atatürk, el padre fundador de la república turca. Esta es la segunda consulta en la que Erdogan, que ha ganado dos elecciones generales, consigue el consenso mayoritario de sus conciudadanos para la reforma de la Constitución. Y su victoria del domingo le sitúa en una posición excelente para volver a ganar las elecciones en 2011 y convertirse en una especie de refundador islamista de la República.