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La novela de un cantante

Leonardo Cohen El famoso cantante crooner canadiense, Leonard Cohen, fue poeta antes que músico. Y también narrador. En los años 60 publicó dos novelas:  El juego favorito (1963) y Hermosos perdedores (1966). Y luego se dedicó a la música y a la poesía.  Hermosos perdedores acaba de ser recuperado por Edhasa y en ADN Cultura, del diario La Nación, recuerdan esta novela y se preguntan por qué Cohen no siguió escribiendo ficciones:

(?) ¿por qué no escribió, realmente, más novelas? Es posible que haya encontrado su síntesis en la poesía, y también que su mejor forma surja cuando las palabras cabalgan sobre acordes (sin embargo: ?No te vistas con esos harapos por mí./ Sé que no eres pobre./ Y no me ames con tanta fuerza ahora/ cuando sabes que no estás segura./ Es tu turno para amar, mi bienamada,/ Es tu carne que yo llevo como vestido?). Es posible pensar, tal vez, sus dos ficciones como el epicentro del propio período iniciático. En verdad, aunque se las suele considerar antitéticas, es indudable que se complementan, y no habría que pasar por alto el orden en que fueron escritas y luego publicadas. El juego favorito es una novela de aprendizaje, un relato sobre la adolescencia de alguien que está convirtiéndose en escritor, y que luego de ese recorrido difuso, o mejor, inconcluso, termina por dejar en el lector un sabor bastante amargo, en particular por la soledad en la que se hunde el protagonista. Hermosos perdedores , en cambio, a pesar del calvario que transitan sus dos mujeres -Edith y la joven india- y de la tristeza que desborda la historia, es un texto luminoso, como si se tratara del fin, justamente, de un aprendizaje, el lugar al que el modesto héroe llega no indemne, pero sí más fuerte, más sabio, y sobre todo en paz consigo mismo. A diferencia de lo que sucede en su anterior novela, en este caso Cohen elige narrar desde una primera persona, y eso tampoco parece fruto del azar. El narrador protagonista de Hermosos perdedores es mucho más simpático, más querible, que aquel otro de apellido Breavman, en buena medida un cínico precoz (aunque lo más justo sería identificarse con su compinche Krantz, o en última instancia discutir con ambos y a través de ellos vislumbrar el sitio en el que Cohen deseaba establecerse). Aquí es, de todos modos, otra cosa: mirándose en el espejo de su amigo F., a pesar de él y gracias a él, el narrador está todo a mitad de camino permanentemente, un paso adelante y otro atrás, algo que, además de perturbar encantadoramente al lector, produce una empatía irresistible. Quiérase o no, Hermosos perdedores significó el epílogo de la corta pero significativa carrera de Leonard Cohen como escritor de ficciones. Si observamos con cuidado el relato de su propia vida, tendremos que admitir que jamás la abandonó completamente, sino que descubrió el mejor modo de contar sus historias, allí donde se sentía a sus anchas. El relato de su vida también contiene un capítulo, primordial, dedicado a la espiritualidad, cuando hace más de quince años su inclinación por el budismo zen lo llevó a ordenarse en un monasterio. El nombre que allí recibió fue, paradójicamente, el ?silencioso?. Como es obvio, alguien que está en silencio es alguien que busca. ¿Habrá encontrado Leonard Cohen aquello que buscaba en Grecia casi medio siglo atrás? En última instancia, ¿lo encontrará antes de que sea demasiado tarde?

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6 de septiembre de 2010
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¿Franzen o Franzenfraude?

  Franzen en una mesa con Tokio Blues La aparición de la novela Freedom de Jonhatan Franzen es, sin duda, el acontecimiento literario del año en EEUU. Ya algunas revistas se quejan de la atención que la prensa le da al acontecimiento, calificándolo de ?Franzenfreude? y hasta sospechan que el comentario de libros en NYT es un Club de Tobi. Es decir, puro machismo. Aquí las cifras:

Of the 545 books reviewed between June 29, 2008 and Aug. 27, 2010:?338 were written by men (62 percent of the total)?207 were written by women (38 percent of the total) Of the 101 books that received two reviews in that period:?72 were written by men (71 percent)?29 were written by women (29 percent)

Mientras tanto, en España ya los lectores y críticos esperan para recibir la novela de Jonathan Franzen. Y quién mejor que Eduardo Lago para introducirnos a ella. Dice en ?El País?:

Freedom (Libertad), título de la cuarta novela de Jonathan Franzen, es una obra maestra en cuyas páginas se resume la angustia de la situación por la que atraviesa en la actualidad el país, y en un contexto más general, el ciudadano de hoy. Tras décadas de búsqueda obsesiva, por fin alguien era acreedor al título deGran novelista americano (palabras exactas del titular de Time), alguien capaz de explicar, por medio de una obra de ficción, la raíz del malestar que aqueja a la sociedad más poderosa de la Tierra. Franzen traza un retrato certero de la psicología de sus conciudadanos, calibrando las consecuencias que las acciones de la élite política y económica estadounidense tienen sobre el resto del planeta. Freedom, conforme al veredicto extrañamente unánime de los críticos, es la primera ?gran novela americana? del siglo XXI. En este sentido es adecuado hablar de obsesión: en Estados Unidos, cuya literatura es una de las más vitales de nuestro tiempo, se cree firmemente en el poder de la novela como modo de sopesar el estado de la nación. Menos de una semana después de la publicación de Freedom,los críticos más exigentes del país le han otorgado a Franzen el derecho a pertenecer a un exclusivo club del que forman parte Herman Melville, Mark Twain, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Norman Mailer, Don DeLillo o Philip Roth. Antes de que se publicara el libro ya se habían generado grandes expectativas en torno a él. La noticia de que el presidente Obama, a la sazón de vacaciones en Cape Cod, le había pedido a su librero que le consiguiera por adelantado un ejemplar disparó todas las alarmas. ¿Qué hacía el presidente del país más poderoso de la Tierra dedicando el mínimo de 25 horas de lectura que exige la lectura de las 562 páginas que tiene el texto, compaginándola con la atención que exigen los conflictos de Afganistán u Oriente Medio, el vertido de petróleo en el golfo de México o la retirada definitiva de las tropas de su país de Irak? (?) El título indica una intención irónica. Se trata de destripar la ecuación Democracia america-na = Libertad. Tras la actuación de los distintos presidentes estadounidenses hasta llegar a Obama, cuya sombra se proyecta sobre las páginas finales del libro, la ecuación es más que cuestionable. Según una proclama que repite a grandes voces el protagonista, Walter Berglund, la sociedad americana es más bien ?el cáncer del planeta?. El autor imprime la consigna con mayúsculas. Pero el libro es mucho más: una saga, sí, tolstoiana, que abarca varias generaciones de una familia, y una indagación como no se ha hecho quizá nunca antes de los mecanismos que mueven a los individuos a entregarse a las pulsiones más profundas del deseo. La radiografía de las costumbres sexuales de los americanos es violentamente conmovedora. Sobre todo, Franzen ha logrado (ese era su plan) algo que no ocurría desde los tiempos de Dickens o Balzac: conectar con el gran público para abordar temas eternos en profundidad: quiénes somos, cuál es la estructura de nuestros sentimientos más ocultos e inconfesables, cómo la libertad, el más alto ideal posible, es un concepto tan real como amenazado, y cómo la vulneran incesantemente Gobiernos e individuos, pese a lo cual, siempre queda un residuo de esperanza. Franzen ha escrito la mejor novela sobre la América herida por los atentados del 11 de septiembre. La vulnerable libertad que evoca el título la convierte en la novela que mejor expresa la era inaugurada por Obama. 

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6 de septiembre de 2010
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Celebración

En días como estos lamento mucho no tener una conexión a Internet, para compartir tanta felicidad con los comentaristas del blog. Entrechocar los teclados, brindar frente a la pantalla y agradecerles a todos los que me han apoyado con sus frases de aliento, sus críticas y sus sugerencias. Hace tres años, esa tímida mujer ?que un día fui? abrió este espacio virtual para narrar su realidad, con más miedos que certezas. Recuerdo la incredulidad de los lectores en un primer momento, las dudas de algunos, el carnet de la Seguridad del Estado o de la CIA que me han puesto otros, los tropiezos en el arduo camino de opinar. Desde el 2007 hasta aquí, siento que he vivido seis o siete vidas a la misma vez, llenas de logros pero también marcadas por la coerción constante de un aparato represivo que se niega a dormir. Sin embargo, como soy una optimista crónica sólo voy a quedarme con las satisfacciones: la blogósfera alternativa que crece, el muro al que se le abren grietas, el Podcast que acabo de inaugurar hace unas semanas y todos los SMS que he recibido para felicitarme por el nombramiento de ?Héroe de la libertad de expresión? del Instituto de Prensa Internacional y ahora la grata sorpresa del Premio Príncipe Claus 2010. Compartir/Guardar

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6 de septiembre de 2010
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Sobre las imágenes

Viven los peces en el agua sin saber que permanecerán sumergidos eternamente y que nada hay para ellos fuera del agua como no sea su destrucción. Así nosotros vivimos en el tiempo sin percatarnos, aunque a diferencia de los peces sabemos que fuera del tiempo se extiende para los humanos el desierto de la nada.

 

Las cosas que nos rodean, no menos que nuestros cuerpos, son agregaciones temporales. Tendemos a ver las cosas, los objetos y a nosotros mismos, como si fuéramos sólidos, pero es sólo un hábito adquirido en el repetido fluir que llamamos "vida": el roce, el choque, el cruce y el uso con entes y personas. En realidad sabemos que todo está en constante transformación, que seremos polvo antes de cien años y que los montes tardarán más, pero también acabarán por desintegrarse. Incluso los mares se desecarán y el sol se apagará. Lo olvidamos, nos forzamos a no pensar en ello, sería insufrible tenerlo siempre presente, pero lo sabemos.

    Las cosas, todo lo que nos rodea, son conglomerados temporales, frágiles agregados reunidos por campos magnéticos; moléculas y partículas en constante mudanza. Ese árbol es un amasijo de energías con diferentes grados de cohesión, también el pájaro que posa en una de las ramas, también las plumas del pájaro y cada uno de los diminutos pinceles que forman las plumas. Los átomos se condensan en nubes fluyentes que, como las del cielo, cambian y toman aspectos variables, más o menos grises, blancas, negras, violáceas, algodonosas, estriadas, aborregadas. Esas formas cambiantes tienen a veces un poderoso atractivo y de común acuerdo les damos un nombre y así parece que se detienen ante los ojos. En las nubes veo puertos, montes, lagos, volcanes, o bien grullas, leones, rostros humanos.

    Alguna de esas formaciones es más duradera que las otras según el tiempo que nos da forma. Así, por ejemplo, dimos en ver ese puñado de estrellas que es como un carro tirado por bueyes, o como una osa con sus oseznos, o unos hermanos siameses, o una muchacha con el cántaro apoyado en la cadera. Los signos del zodíaco, las constelaciones, las figuras astrológicas permanecen a lo largo de los siglos porque las variaciones visibles de las estrellas son muy lentas para nosotros (aunque rápidas para las piedras) y podemos seguir reconociendo el carro y el escorpión y la balanza de generación en generación. No así las nubes. No así los humanos que muy deprisa nos deshacemos como hilachas de nube.

    Lo más inquietante es que aunque se producen cambios y transformaciones constantes y la nube que fue Zeus pasó luego a ser una liebre, el conjunto de todos los cambios no significa nada, no da lugar a una historia coherente. Las variaciones, las invenciones, la fábula de las nubes y de los hombres carece de sentido, no va a ninguna parte, no tiene destino.

Durante siglos los humanos hemos intentado descubrir la dirección de la historia, el sentido de nuestra vida en el mundo, incluso el del mundo mismo. Nos hemos empeñado en juntar sucesos y darles una dirección, como si pudiéramos forzar el sentido del tiempo y decir "vamos hacia allá y los que lleguen vivirán en un mundo mejor". Pero ahora ya no tenemos fuerzas para seguir inventando futuros, destinos, finalidades y progresos. Ya sabemos que no hay sentido ninguno en el fluir temporal. Somos como las nubes que pasan. El cosmos mismo es una nube pasajera, tiempo que se deshilacha.

    Atemorizados, o a lo mejor simplemente curiosos por conocer la causa de tantos cambios inútiles, la razón que subyace a esta historia sin sentido, hemos inventado millones de leyendas sobre dioses, héroes, guerreros, magos, santos, sabios, humanos. A veces los dioses tenían forma animal, a veces fluían como ríos, a veces se nos asemejaban. Los héroes tenían cuerpos voluptuosos o forzudos, o eran ascetas esqueléticos, o niños recién paridos. Los mitos han tenido miles de protagonistas. Sabemos, sin embargo, que son ficciones para propiciar el sueño o para aliviar el tedio que es la forma suprema del temor a morir en la ignorancia.

    También hemos dibujado o pintado o esculpido figuras y leyendas que daban cuenta de esos mitos. En momentos muy delicados de nuestro paso por la tierra hemos ilustrado hipótesis que ni siquiera se podían escribir o narrar, como si el sentido del cosmos sólo pudiera comunicarse mediante formas visibles. Estos signos privilegiados nos poseen desde el nacimiento y hay niños que nacen con un bailarín de ocho brazos en la imaginación y otros con un muñeco de nariz grotescamente larga. Estos signos nos determinan con tanta fuerza como el lenguaje al que somos arrojados y en el que cumpliremos condena, porque la imaginación es sólo el lado amable de la memoria. Las imágenes y las palabras nos permiten mantener la convicción de que somos la misma persona a los diez años y a los setenta, aunque nuestro cuerpo sea violentamente distinto.

    Quiéraslo o no, tú conocerás el mundo por medio de los signos que recibiste al nacer. Los signos pintados, escritos, esculpidos, compuestos. Y esos signos carecen de relación con nada en verdad permanente, porque nada hay permanente. Son figuraciones, inventos, dibujos esbozados sobre nubes pasajeras. El dibujo de un caballo, por ejemplo, es al caballo verdadero lo que la Vía Láctea es a la leche nutricia de Letona. No se cabalga sobre un caballo pintado; un recién nacido muere si le damos de mamar la Vía Láctea. Nuestro nombre, como se dijo del poeta, está escrito sobre las aguas.

    Eso somos, un puñado de palabras, un montón de imágenes que se mantienen levemente unidas, siempre amenazadas por el sinsentido de la siguiente transformación. Ayer yo era un pastor, pero hoy las ovejas ramonean sobre mi piel: soy la tierra del valle.

    Aprender a conocer nuestras imágenes, así como aprendemos a conocer nuestras palabras, "ese es el único argumento de la obra".

 

(Prólogo desechado para Autobiografía sin vida

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6 de septiembre de 2010
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Contra el cambio climático

El nuevo libro de Martín Caparrós, Contra el cambio: un hiperviaje al apocalipsis climático (Anagrama), es un intento de inyectar algo de lucidez y sentido común al tema del cambio climático. La idea de hacer algo o no en relación a la amenaza climática tiene bandos muy fácilmente reconocibles: los que están a favor de actuar son los ecólogos, las oenegés, la izquierda progre y Al Gore; los que no, los conservadores antediluvianos y los que desconfían de la ciencia (en Estados Unidos, la mayoría del partido Republicano). Por supuesto, hay matices, pero se pierden en una discusión tan exasperada como ésta.

Caparrós desarrolla un género híbrido, a medio camino entre la tradicional crónica de investigación periodística y el ensayo convencional. El resultado es un libro atípico, que confirma al escritor argentino como la punta de lanza del gran momento que vive la no ficción en español. Escrito con una prosa elegante y juguetona, destilando humor e ironía en cada párrafo, capaz de moverse con soltura del microespacio al gran panorama, Contra el cambio convence tanto como seduce.

El proyecto de Caparrós consiste en viajar a diez lugares amenazados por el cambio climático (desde el Amazonas, donde arranca el libro, hasta la Nueva Orleans post-Katrina, pasando por, entre otros lugares, Rabat, Majuro y la Isla Zaragoza), hablar con la gente y ver cómo les afecta ese trastorno; Caparrós le agrega un tono reflexivo al viaje, y muestra que los "ecololós" (terminó burlón para designar a los ecologistas), los dirigentes y empresarios de los países más industrializados están equivocados y que, en el fondo, lo que se teme de veras es el cambio: en una batalla como ésta, la "mayor ganancia es ideológica: convencernos de que lo mejor es lo que ya tenemos, lo que estamos siempre a punto de perder si no lo conservamos". Aunque ambos están juntos desde el principio, el ensayo gana muy rápidamente su partida (los enemigos dejan flancos abiertos por todas partes) y cada capítulo puede leerse como la modulación sutil de una respuesta enfática; la crónica del viaje, sin embargo, no deja de sorprendernos hasta el final.

Para los que todavía creen que el calentamiento global es culpable de los grandes desastres de los últimos años (tsunamis, huracanes y demás), Caparrós esgrime muchos datos contundentes: por ejemplo, según la Oficina Meteorológica de Gran Bretaña, en la década que va del 1998 al 2008 la temperatura media del planeta sólo ha subido 0,07 grados centígrados. La conclusión es que el cambio climático puede ser un problema, no una catástrofe, y que son otros los verdaderos problemas de este "mundo tibio" (sobre todo, el hambre, la miseria).

Caparrós presenta perfiles entrañables de las personas con las que se topa en sus viajes y que ayudan a dar carne a su argumento: Messias, un joven amazónico obsesionado con la permacultura ("observar la naturaleza para aprender de ella cómo producir alimentos sin destruirla"); Fatima, una joven en Jos (Nigeria) que ha encontrado su "lugar en el mundo" gracias a su "militancia" en una oenegé; Mariama, una mujer de Dalweye (Níger) que trabaja en un banco cerealero. Caparrós reconoce que todas esas iniciativas son bienintencionadas pero insuficientes: "no pretenden cambiar el mundo... les interesa que sea un poco mejor, un poco más vivible, un poco menos injusto, sustentable". El desastre de una sociedad no se debe a un hecho (el cambio climático, digamos) sino a la "construcción que la[] sustenta". Así, según Caparrós, el único cambio posible es uno en grande, con voluntad política, de las estructuras fundamentales de la sociedad. Mientras no exista eso, seguiremos a merced de los profetas del apocalipsis, cualquiera que éste sea.

(La Tercera, 31 de agosto 2010)

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6 de septiembre de 2010
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Santa guerra

El día en que nació Edmund Gosse su padre hizo la siguiente anotación en su diario: "E. ha dado luz a un hijo. He recibido la golondrina verde de Jamaica". Para el autor del libro al que aquí nos referimos no se trata de un comentario desnaturalizado; el padre, Philip Gosse, ilustre biólogo, lo hacía todo escrupulosamente, y aquel día de 1849 "la golondrina llegó y el primer visitante fue inscrito primero". Hijo de un matrimonio radicalmente cristiano, en el que ambos cónyuges formaban parte destacada de la secta conocida como los Hermanos de Plymouth, Edmund creció separado del mundo, pues los Santos, como también se llamaban a sí mismos los seguidores de esa confesión, "vivían en una celda intelectual limitada en todas partes por las paredes de su casa, pero abierta por arriba a lo infinito de los cielos".

     Escrito en una amplia y hermosa lengua narrativa que la traducción histórica de Luis de Terán (originalmente publicada en la colección de La España Moderna patrocinada por Lázaro Galdiano) refleja muy bien, el libro de Edmund Gosse ‘Padre e hijo' (Belvedere, Madrid, 2009) es un clásico indiscutible de la literatura autobiográfica, en su especial apartado de ajustes de cuentas paterno-filiales. Fue admirado por escritores tan distintos como Gide, Stevenson o Kipling, y este último lo comparó a ‘David Copperfield', diciéndole por carta al autor que su obra era más interesante que la novela de Dickens, "porque es verdad". También le gustó a Henry James, amigo asiduo de Gosse, si bien el novelista americano ponía en duda la veracidad de los hechos relatados, refiriéndose en cierta ocasión, no sabemos con cuánta dosis de ironía, a su "genio para la inexactitud".

     Verídico o exagerado, ‘Padre e hijo' reconstruye con un vigor no exento de sutileza la educación agobiante que el niño Edmund sufrió por los preceptos de un padre que le impedía leer libros no devocionales, tener amigos e ir a la escuela, tratando de infundir en el carácter infantil una santidad modelada a su imagen. El relato de esa guerra larvada acaba, con un estupendo golpe de efecto novelesco, en el momento en que, destronado el dios patriarcal, el adolescente Edmund se emancipa del yugo de su ciega dedicación y abre la puerta de una libre conciencia; el lector, gracias a las páginas precedentes, también tendrá la plena libertad de imaginar el futuro del protagonista.

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6 de septiembre de 2010
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Omar Khayam

Me hallaba encerrado en el presente, como los héroes, como los borrachos; por un momento eclipsado, mi pasado no proyectaba ya ante mí otra cosa que esta sombra de sí mismo que llamamos nuestro futuro; situando el objetivo de mi vida, no ya en la realización de los sueños de ese pasado, sino en la felicidad del minuto presente, mas allá de la cual nada veía (II, 172)

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6 de septiembre de 2010
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El dilema Sarrazin

 

Toda la semana monologan los medios alemanes sobre el señor Sarrazin, destacado miembro del partido socialdemócrata y alto cargo del Bundesbank, que presentó el lunes pasado “Alemania se suprime: cómo nos jugamos el país”. Su editor se gloria de que, en menos de una semana, va por la sexta edición y el cuarto de millón de ejemplares.

Sarrazin teme que los musulmanes supriman Alemania en un par de generaciones, dice que la política de integración fracasa por culpa mahometana y, embarcado en ese Pisuerga, se lanza a la genética. Habla de que el 80 % de la inteligencia es hereditaria, del “gen” que la transmite, del particular gen de los judíos y de los vascos que los hace diferentes al resto de la humanidad. Y, claro, al oír tan delicada materia, los expertos han clamado como un solo hombre: “¿Por qué ha nombrado usted a los judíos en primer lugar?” Sarrazin ha contestado: “¡Qué sé yo! Me ha salido así. La verdad es que tenía que haber dicho frisones orientales o islandeses, entonces no habría problema.” Como se ve, Sarrazin posee un don para agravar su caso. Y hay que reconocer que su aserto sobre el gen vasco quedará como marca histórica: “Hasta aquí llegó la melonada”.

El presidente de la república Christian Wulff ha urgido al Bundesbank que expulse a Sarrazin “para que la la discusión no perjudique a Alemania, sobre todo a escala internacional”. También el ministro de exteriores Westerwelle ha hecho saber que está preocupado por el qué dirán en el extranjero. Con disciplina y diligencia ejemplar, el consejo del Bundesbank ha obedecido y solicitado por unanimidad al presidente Wulff que destituya a Sarrazin. Los miembros del consejo del Bundesbank sólo pueden ser cesados por el presidente de la república —y por lo visto, a petición del mismo—, un barullo sin precedentes que ya ha sumido a la institución en una crisis mayor que la provocada por la inflación. Y todo por un libro del que todavía está por demostrar que contenga más tonterías que la media.

En el partido socialdemócrata SPD, y en la opinión pública, hay una fuerte corriente que está de acuerdo con Sarrazin, más allá de sus desbarres genéticos. Con todo, el SPD le ha abierto un expediente y mandado una circular a los militantes donde se explica que, al meterse en genética y sostener sus “opiniones abstrusas”, Sarrazin se ha pasado de la raya innombrable.

La cancillera Merkel también quiere echar a Sarrazin, y actúa de momento como censora suprema animando al Bundesbank a tomar su “decisión independiente”. No se sabe si lo hace por el libro, que seguramente no ha leído, o para situarse temprano en el lado bueno. En el gremio librero festivalero han surgido menos dudas, quizá porque se han creído las cifras ofrecidas por el editor, lo cual les ha sumido en una comprensible indignación. Así que el Festival Internacional de Literatura de Berlín ha borrado a Sarrazin de la lista de autores, y le ha retirado la invitación para participar en un debate con una esmerada selección de sus críticos. 

Algunos políticos como el ministro bávaro de Interior Joachim Herrmann del CSU aseguran compartir la postura de Sarrazin respecto a la integración de los extranjeros musulmanes. Para él, todo es consecuencia de la “Multi-Kulti-Politik” de verdes y socialdemócratas.

Mientras tecleo estas trapisondas góticas, lo que me llama la atención es la curiosa semejanza del debate Sarrazin con el sofisma de Epiménides el cretense, quien dice que los cretenses mienten, pero él es cretense, luego miente, y no es entonces cierto que los cretenses mientan, por lo que él no miente, luego es verdad que los cretenses mienten, luego él no miente, y así infinitamente.

Sarrazin, ocupado en asuntos de genética financiera, no lo sabrá, pero su apellido significa “sarraceno” que, como no ignoran los expertos, quiere decir, por lo menos desde los tiempos de Amiano Marcelino y Eusebio de Cesárea, primero árabe, y luego moro y musulmán en general. Los “sarkenoi”, de donde procede el latino “saraceni”, eran “los que viven en tiendas”. Esta etimología griega ha sido puesta en duda por exhibir sin pudor un occidentalismo poco respetuoso, y se ha propuesto una etimología árabe (charqiyin) con el significado de “orientales”, que agrava su caso —como cuando Sarrazin se explica en la tele—, porque los árabes del siglo III sólo podrían ser llamados “orientales” desde el punto de vista del imperio romano.

En el apellido Sarrazin hay una bonita porción de historia de Europa. Los Sarrazin prusianos proceden de los calvinistas recalcitrantes que emigraron porque los encorría Luis XIV. Aquellos calvinistas eran antiguos cátaros reciclados que procedían de moros afrancesados en los tiempos de los juglares. De modo que, aparte del gen financiero y del escandalero, Sarrazin posee uno más, bastante “Multi-Kulti”: el gen sarraceno-cátaro-hugonote-prusiano-socialdemócrata. Alguien tan genéticamente dotado no debiera encontrar aberrante el concepto de sarraceno berlinés que, por lo visto, tanto susto le da, pero que representa una bonita síntesis de su propio gen.

Sarrazin dice que los sarracenos no se integran en Alemania por razones genéticas, pero él mismo es portador del gen, ¿se trata entonces de un sarraceno ignorante de su sarracenidad, y apalancado en el cogollo del partido y del Bundesbank, y que por lo tanto se habría integrado, que denuncia a los sarracenos desintegrados y según él no integrables, y en la misma se pisa el capote refutando su tesis de la falta de integración de los sarracenos? Si ahora lo botan, será un sarraceno desintegrado y cargado de razón.

Nadie le ha mencionado nada parecido, porque en alemán “sarrazin” no suena a nada, y meterse con él por semejante motivo siempre sería un  argumento ad nomen, que vale como decir indigente y grosero. Ahora, ¿qué es el racismo sino el más bajo argumento ad nomen jamás inventado?

 

 

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6 de septiembre de 2010
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Nadie a mi derecha

El mismo día en que palestinos e israelíes se reunían bajo los auspicios del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, el ex presidente José María Aznar pronunciaba una conferencia en Jerusalén, ante la junta directiva del Congreso Judío Mundial, llena de reproches y advertencias críticas hacia el actual inquilino de la Casa Blanca, incluso por las negociaciones directas que acababan de empezar. Aznar es la exacta inversión del espíritu izquierdista de aquel año 68 que no se olvida de denigrar en sus discursos. En aquel entonces, una de las mejores y más demagógicas expresiones de los líderes narcisistas consistía en demostrar y exhibir que no había nadie a su izquierda. Ahora Aznar hace lo mismo pero en dirección contraria: no puede soportar que quede alguien a su derecha.

Aznar se acogió en Jerusalén a una cláusula obligada: la del optimismo, pero se extendió en su pesimismo de fondo respecto al futuro de las negociaciones, naturalmente debido únicamente ?a las circunstancias de la parte palestina?. Para él todo el resto son ventajas: si no hay acuerdo, no se podrá decir que los israelíes no lo han intentado; y si lo hay, quedará demostrado ?ante el mundo entero cuán erróneo era atribuir a Israel todos los males de la región o convertir la ausencia de acuerdo entre israelíes y palestinos en la fuente de violencia desde Marruecos hasta el Hindu Kush?. El principal reproche para Obama es que desde su toma de posesión ?ha buscado unas nueva relación con el mundo islámico incluso a costa de erosionar al mayor aliado de Estados Unidos en la región y lo mismo ha hecho respecto a Europa con la recuperación de las relaciones con Moscú?. El reproche alcanza a las conversaciones directas, ?a las que parece haber dedicado más tiempo y energía que en intentar la prevención de que Irán construya la bomba nuclear?. Aznar no puede reprimir su tendencia a la hipérbole. Si Estados Unidos no cumple con sus deberes, será Israel quien lo haga, asegura amenazante; en la región y más allá de la región: ?Es vital entenderlo, sobre todo en el momento en que el líder histórico de Occidente, Estados Unidos de América, atraviesa un período de introspección, cansancio e incluso confusión?. La exageración afecta también a las ideas: el Israel que Aznar defiende, se supone que con colonos y ultraortodoxos incluidos, se identifica en su esquema con los más básicos valores occidentales y con el sistema liberal. E incluso más allá: su actitud es ejemplar, porque es ?una de las pocas naciones dispuestas a pagar un precio por su supervivencia, una nación que hará lo que tenga que hacer para defenderse a sí misma?. La exageración conduce a la insignificancia, es verdad. No he encontrado ni una sola línea de esta intervención tan curiosa en el diario 'Haaretz' que suelo leer cada día. Recuerdo todavía las fotos de Aznar con Arafat, besos incluidos. Una frase suya perfecta, a pesar de todo, en plena tormenta neocon: ?Más Powell y menos Rumsfeld?. Sus esfuerzos por evitar que Sharon aislara y eliminara políticamente a Arafat. Y tantas cosas más de su anterior vida política, cuando él y sus ministros de Exteriores, Josep Piqué y Ana Palacio, acompañaban los gestos de amistad y sumisión a Bush en guerra con una permanente presión para que se comprometiera en la resolución del conflicto entre israelíes y palestinos. Mucho ha cambiado desde entonces. Nadie a su derecha. El Israel de la intransigencia como modelo de la democracia liberal occidental. La demonización en bloque del mundo árabe y musulmán. A la derecha de la derecha en Europa, junto al xenófobo e islamófobo Geert Wilders, y en cabeza del extremismo americano, con el Tea Party, Glen Beck y Sarah Palin. Nada sabemos del misterio que ha llevado a este cambio. ¿Son los ladridos de un rencor que ha ido derivando por las esquinas más extremistas? ¿Es una estrategia oportunista para alimentar la locomotora electoral de la derecha con el carbón de la ultraderecha? ¿O acaso quiere convertirse en el líder de una internacional populista, xenófoba y anti islámica?

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6 de septiembre de 2010
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En el territorio frágil de la intimidad

La semana pasada me enteré, gracias al infatigable Washington Cucurto, que su editorial cartonera había publicado en Argentina Borracho estaba pero me acuerdo, las memorias de Víctor Hugo Viscarra (el "Bukowski boliviano", para la gente a la que le gusta este tipo de comparaciones). Recordé que en la década del noventa quise hacer mi tesis doctoral sobre literatura boliviana y tuve que escoger la obra de Alcides Arguedas porque era el único escritor de mi país cuyo nombre podía ser conocido afuera.  

La narrativa boliviana está atravesando un muy buen momento. No se trata sólo de que algunos autores del siglo pasado están comenzando a circular, sino de que su nueva generación, aquella conformada por escritores nacidos en las décadas del setenta y del ochenta, ha irrumpido en el escenario con una fuerza sorprendente. Para que los autores de un país latinoamericano sean leídos por sus vecinos, el largo viaje pasa en general por España: Giovanna Rivero (1972), Maximiliano Barrientos (1979) y Rodrigo Hasbún (1981) ya han publicado o están a punto de publicar en reconocidas editoriales independientes (Bartleby, Periférica y Duomo, respectivamente).

Curiosamente, en un momento en el que Bolivia atraviesa una revolución político-social bajo el gobierno de Evo, la mayoría de estos escritores ha escogido darle la espalda a la tradición de la novela política, del gran fresco social. Sus textos suelen ser intimistas, y trabajan en detalle la subjetividad de sus personajes. Esto ha provocado que algunos críticos apurados los llamen narcisistas, o, en el caso de Rivero, se asombren ante la exploración sin vueltas del deseo femenino. A mí se me ocurre, sin embargo, que el gesto aparentemente apolítico de estos escritores es profundamente político: en un momento de profundas transformaciones históricas en las que prima la experiencia colectiva, estos escritores se han puesto a indagar en el territorio frágil del yo. En un país pudoroso, en el que la gente es poco dada a hablar de sí misma y cuesta dar validez a la aventura personal, narrar los pequeños temblores de la intimidad puede ser más riesgoso que escribir una novela sobre el triunfo de los movimientos sociales.  

En el fondo, como dice el escritor chileno Álvaro Bisama, estos escritores escriben contra todo: "contra Bolivia pero también contra McOndo y contra el Boom". Se trata de una narrativa sobre "la crisis de los lugares comunes de la narrativa en español más actual". Bisama destaca algunos libros, entre ellos Los daños, de Barrientos y El lugar del cuerpo, de Hasbún ("Me siento cada vez más cercano a esos paisajes miniaturizados, a esas calles vacías"). La escritora Andrea Jeftanovic, por su parte, da otro par de títulos: Sangre dulce, de Rivero, y Vacaciones permanentes, de Liliana Colanzi (1981), y acota: "los textos de Rivero tienen un interesante manejo de lo erótico y una exploración de la adolescencia como espacio de crisis con mezclas a veces de gore o género negro. Vacaciones permanentes tiene una solvencia para indagar también la adolescencia y la juventud con esa desolación y descubrimiento de una adultez que se llena de grietas antes de llegar". Diego Zúñiga, autor de Camanchaca y crítico de Rolling Stone (Chile), menciona Cinco, de Hasbún, y dice, tajante: "me cuesta pensar en otro autor latinoamericano de su edad que escriba cuentos con tanta fuerza como él". Hay varios autores que todavía no son muy conocidos fuera de Bolivia, entre ellos Wilmer Urrelo (1975), Juan Pablo Piñeiro (1979) y Sebastián Antezana (1982).

Los bolivianos hemos estado tan obsesionados con nuestro enclaustramiento territorial que éste se ha convertido en un aislamiento emocional. La infraestructura, precaria, no ha ayudado: a nuestras mejores creaciones artísticas les ha costado salir, hacerse conocidas, influir en otras culturas. Algo está cambiando con la nueva narrativa boliviana: por lo pronto, no sólo está en sintonía con lo que ocurre en otras partes (búsquedas "fragmentarias, íntimas, contenidas", como dice Zúñiga), sino que incluso está ofreciendo libros mucho más interesantes que los de otras literaturas supuestamente mayores. 

(La Tercera, 17 de agosto 2010)

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5 de septiembre de 2010
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